tag:blogger.com,1999:blog-211781412024-03-07T20:32:46.092-03:00Degollando CisnesVolver al barro y amputarle los dedos al alfareroAgustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.comBlogger86125tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-1680906813770308872012-01-16T18:07:00.008-02:002012-01-17T17:16:41.923-02:00<p class="MsoNormal"><span><b>11 Mejores temas/discos del 2011</b></span></p><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/842/mejorestemasdel2011500c.jpg/'><img src='http://img842.imageshack.us/img842/1053/mejorestemasdel2011500c.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><i><span>Primero: Hice este compilado con los mejores temas del año, se puede bajar gratis, cortesía de http://degollandocisnes.blogspot.com (incluyen como bonus tracks algunos temas imprescindibles que me dieron lástima dejar afuera del top 11 que tenía proyectado). Lo pueden bajar <a href="http://www.mediafire.com/?7djwzqzt5rnouoq">acá</a></span></i></p><p class="MsoNormal"><span>Siempre me tardo en estas cosas, más considerando que posiblemente el 2011 sea el año que más discos contemporáneos haya escuchado. Originalmente había empezado un prólogo bastante más complejo que este, pero empezó, por así decirlo, a tener vida propia, y se convirtió en un post en sí, que posiblemente publique en un mes, o un par de semanas.</span></p><p class="MsoNormal"><span> El proceso de confección de una lista no sólo involucra sentarte, escuchar y decidir, generalmente es algo que se inscribe en la mente y el pecho con algo más que tinta, y que tiene que ver con cosas diferentes a arreglos, producción, o tal o cual forma de escribir o componer. 2011 fue para mí muchos años en uno mismo, año en el que me terminé por recibir de psicólogo, en el que conocí nuevas personas geniales, en el que anduve la mayoría del tiempo al pedo y casi desempleado, en el que me angustié y en el que hice el mejor viaje de mi vida (el resumen de lo que fue ese viaje a Europa me ha tomado largo tiempo, tanto que tuve que posponerlo en este blog, porque todavía me cuesta procesar emocionalmente todo). Los temas y los discos no vienen solos, casi todos ellos son una postal perdida de algo que viví, pescar pejerreyes con mi abuelo en el Solís Chico escuchando el Kaputt de Destroyer, </span><span style="font-size: medium; ">la angustia al escuchar, sólo mirando la pantalla de la laptop a Lord Knows best, o </span><span style="font-size: medium; ">escuchar The great Pan is dead, de Cold Cave y ponerme a correr por la calle, sin poder parar y sin saber por qué, o caminar por 18 de Julio, viéndome en el reflejo de las vitrinas del centro, mientras escucho Música para nadie, de Lucas Meyer.</span></p><p class="MsoNormal"><span>Creo que los buenos años no son los que nos pasan cosas buenas, sino los que almacenamos más cantidad de recuerdos. Creo que difícilmente me olvide de estos discos y estas canciones.</span></p><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES"><span>11 MEJORES TEMAS DEL 2011</span></span></b></p><br /><iframe width="420" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/fn_Yhks0zpM" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">11) Fasenuova- Vamos a bailar a la noche<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Poder sentir miedo en una canción era algo que no me pasaba desde hace muchísimo tiempo, sólo ocurriéndoseme <a href="http://www.youtube.com/watch?v=_5wJQkvSoOQ"><i>Frankie Teardrop</i>,</a> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=C9JDx6TL40s">este tema de Geinoh Yamashirogumi</a>, alguno de The Drift, o al Tilt de Scott Walker, o alguna canción perdida de Jandek. Con un pulso desesperado como el de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=XGLJoXpKo4U">Ghost Rider</a>, un excelente video hecho sólo de escenas afanadas de Viy (cómo me gusta perderme en esos ojos gigantescos de Natalya Varley), y una letrística gótica, pero completamente certera, <i>Vamos a bailar a la noche</i> es un artefacto extrañísimo para el 2011, casi traficado a través de un agujero en el alambrado del infierno</span></p> <br /><iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/1g6R89fCUBE" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /> <p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">10) Radiohead- Bloom<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Puede ser que Radiohead ya no sea la banda que defina nuevas tendencias (puede ser que nunca lo haya sido), pero <i>Bloom </i>es un tema que muestra cómo todavía pueden seguir haciendo cosas no sólo buenas, sino tremendamente interesantes. Es un manual perfecto de cómo componer un tema por capas, las notas de piano que se esparcen como polen, la batería sincopada en un tempo rarísimo, pero perfectamente encastrado (que con el tiempo se convirtió en una marca registrada de la banda), el bajo que forma un aro alrededor de la cabeza de quien lo escuche con audífonos, la voz de Thom Yorke diciendo <i>Open your mouth wiiide</i> y sus coros devenidos en prácticamente un arreglo de cuerdas. Y finalmente una de las mejores y más interesantes grabaciones de vientos que haya escuchado en los últimos años. Si bien no todos los temas de <i>The King of Limbs </i>están a la altura de este experimento, el matrimonio entre la fascinación loopera de Yorke y la exploración de timbres y ambientes de Johnny Greenwood (sólo basta escuchar el fascinante soundtrack de <i>Bodysong </i>o <i>There will be blood</i>) señala que todavía le sobra hilo para componer paisajes como este.</span></p> <br /><iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/puu3IvKnSb4" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">09) Destroyer- Kaputt<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="EN-US"><i>Wasting your days /Chasing some girls all right / Chasing cocaine to the back rooms of the world all night</i>. </span>En el videoclip lo escuchamos de la voz de un pibe que parece salido de Napoleon Dinamite, rodeado por unas modelos de bikinis que le echan las miradas más sensuales y extasiadas que haya visto alguna vez. Al tiempo nos damos cuenta de que todo es una ilusión, no sólo la del niño, sino la del pobre hombre que deambula por el desierto bebiéndose una copa de arena. Pero el tema mismo, por más que sabemos que está cantado por el mucho mayor Dan Bejar, parece provenir desde las fantasías juveniles de los melómanos, cuando el mundo de la música parecía un paraíso imposible, tiempo antes de que las crisis de las disqueras y la profesionalización creciente fuera limitando cada vez más su tono más hedonístico y despreocupado. Sin embargo, lo más interesante del tema es la manera en que todo queda en una suspensión del juicio. No es una celebración ni una advertencia sobre las drogas, todo permanece ahí y puede ser tan alegre o triste como uno quiera. Durante mucho tiempo Kaputt fue uno de los temas a los que menos atención le presté del disco homónimo de Bejar. Sin embargo, con el tiempo –ya por noviembre, diciembre- se me convirtió en uno de mis temas más escuchados. Es casi como si hubiera estado hibernando para escucharlo</p> <br /><iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/TMfPJT4XjAI" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">08) Frank Ocean- Novocane<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Novocane es algo así como el reverso de Kaputt, de Destroyer. Ambas hablan sobre un determinado momento de éxito, de pico de reconocimiento, sólo que mientras la de Dan Bejar tiene algo de dreamlike infantil o adolescente, la de Frank Ocean es casi lo opuesto, un ambiente sórdido, pero más que nada triste y entumecido, de lo que puede llegar a aquello que tanto uno anhelaba. Es curioso, ya que el enfoque más infantil de Bejar también está sostenido en una era ya pasada de la música, no sólo el sonido noventoso del álbum, sino las referencia a medios especializados en música que ya dejaron de existir –<i>Sound, Smash Hits, Melody Maker, NME, all sound like a dream to me</i>-, mientras que Ocean, siendo mucho más pendejo –tiene sólo veintitrés años- está lejos de ese pasado idílico, o al menos éste reverbera, pero sólo desde un lado nostálgico, demasiado lejano o abandonado (las referencias al cassette en el resto del disco, así como también la imagen del BMW de los 80’s en la tapa del disco). <i>“Fuck me good, Fuck me long, Fuck me numb”, </i>Frank Ocean es hijo de estos tiempos en donde ya no permanece oculto el hecho de que todo lo que no está prohibido es obligatorio. A diferencia de la gran masa de raperos que podría hacer hincapié en lo buenas que están las minas que se levantaron, en el retrato de Ocean el sexo es casi una actividad mecánica, tan artificial como la música en sí, el éxito que transforma al músico en una especie de robot lleno de prótesis que lo mantienen en movimiento <i>(“Even when I'm fuckin' Viagra poppin', every single record autotunin'. </i></span><span lang="EN-US"><i>Zero emotion, muted emotion, pitch corrected, computed emotion, uh-huh”)</i>. </span>La referencia al Stanley Kubrick de <i>Ojos bien cerrados</i> podría ser en la mayoría de los casos un mero <i>namedropping</i>, una pajería intelectual, pero la referencia no puede sentirse más real en un tema como este –ayudado ampliamente por el genial videoclip de Nabil Elderkin ). Uno piensa en <i>Ojos bien cerrados</i> y lo primero que recuerda son esas fastuosas orgías de gente enmascarada. Si uno recae sobre aquella situación, se da cuenta de que no hay nada particularmente sensual en ninguna de las escenas. Es pulsión de muerte reducida a su mínimo común denominador. No es ni siquiera apareamiento de los cuerpos, es mitosis, reproducción mineral, desnudos en cero kelvin, nada. El barco se está inundando y Frank Ocean tiene los ojos bien abiertos, pero está anestesiado, sólo pudiendo ver y relatar lo que ocurre a su alrededor, como un paciente al que sólo le anestesiaron su sistema motor, pudiendo ver y sentir todo lo que hacen con su cuerpo. Una caja negra encontrada debajo de la cama de un hotel de ruta.</p> <br /><iframe width="420" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/rF9yY7SODoc" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><p class="MsoNormal"><b>07) Tres Pecados- Funeral de la planta<o:p></o:p></b></p> <p class="MsoNormal">Diciembra, de Tres Pecados, tiene, al menos, tres temas que podrían ser clásicos, o super hits radiables: Encandila, Diciembra y Colección social (aunque dudo que un verso como “morite de SIDA de rata” pueda pegar en la gente tanto como <i>Ai se seu te pego</i>). Sin embargo, el momento más alto de un disco que ya de por sí es una cordillera de temas perfectos, es <i>Funeral de la planta</i>, el tema más complejo del álbum (el más post-rock, también), con doce voces grabadas, varios momentos bien diferenciados, <i>crescendos </i>a ritmos de redoblante militar y posiblemente la letra más expansiva y, por así decirlo, generacional de su disco “ <i>Psiconautas que / ya no quieren más volver. / Paisajes de / amor y estupidez. / Dejemos hoy / las valijas y el deber. / La soledad / de estar triste otra vez</i>”. Quedarse con un solo tema es como trasplantar a un árbol de su bosque, pero cuando uno escucha la voz de Tüss Dematteis diciendo “Yo la esperaba en el bar/ y sus alas vi pasar/ no te olvides más de mí”, sólo tres versos pero que dan directo a la sien, es Tres Pecados en su máximo esplendor, es una apuesta a otra cosa, algo que no se venía escuchando desde hace tiempo</p> <br /><iframe width="420" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/59ZdLTVT12k" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">06) Ariel Pink Haunted Graffiti- Witchhunt suite for World War III<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Ariel Rosenberg es un deconstruccionista. Lejos de meramente intentar captar un ánimo, una estética, o un sonido y hacer de ellos el alma de un disco o un tema –algo que podría pensarse en la mayoría de la electrónica ochentosa de hace unos años, o el rock garagero cuando los Strokes todavía eran pensados como la banda que iba a salvar al rock-, Ariel pone todo en la hoya y va sacando elementos que aparecen flotando a la superficie. Lo que vemos, por tal, es un fenómeno metonímico, de la cosa por el todo, que se diferencia fundamentalmente del resto de las propuestas retro, que tienen un funcionamiento más metafórico, por así decirlo. Uno podría pensar en el mashup como otro proceso metonímico típico (con bandas como Girl Talk, o el argentino Alonso Morning pegando fuerte), pero lo que hace Pink es distinto. Lejos de buscar estandartes, un estribillo que permita el fácil namedropping (algo que en cierto punto reduce la referencia a una superficie plana, una chapa, un cartel de ruta), Pink bucea por esa parte perdida del todo y la va juntando con otros elementos hasta formar otro ser proteico que termina con forma de canción (en su disco del año pasado, esas influencias iban desde el garage de los Rockin Ramrods hasta el pop etíope, como si en un mismo tema uno cambiara en el dial, con a una radio capaz de captar señales de países distantes y distintas épocas). Lo que sí es más difícil, y es casi una proeza, es poder componer un tema sobre un pasado tan reciente como la guerra contra el terrorismo estadounidense y hacer ver a aquel suceso como un hecho prehistórico, algo de lo que apenas tenemos algún par de fósiles. <i>Witchunt Suite for World War III,</i> en tiempos donde aún con Saddam Hussein colgado (en la realidad y en youtube, cosa que a esta altura es más o menos lo mismo) y el rostro de Obama y <st1:personname productid="la Clinton" st="on">Hillary Clinton</st1:personname> observando el cuerpo de Bin Laden, es un tema de quince minutos que recoge frases, noticias de televisión e imágenes y hacen un collage sonoro de los últimos años. Casi como si fuese un loco con ecolalia, o un niño demasiado atento a la televisión, escuchamos "Warheads, Warheads", el juguetón "We gonna get it We got it", que en determinado momento fue garantía eterna de Bush. A su manera, recolectando trozos de voces y noticieros Ariel Pink es de los primeros artistas que empezó a dar forma, a construir en tanto pasado una era que todavía no terminó de suceder.</span></p> <br /><object width="250" height="40" classid="clsid:D27CDB6E-AE6D-11cf-96B8-444553540000" id="gsSong3077210323" name="gsSong3077210323"><param name="movie" value="http://grooveshark.com/songWidget.swf" /><param name="wmode" value="window" /><param name="allowScriptAccess" value="always" /><param name="flashvars" value="hostname=cowbell.grooveshark.com&songIDs=30772103&style=metal&p=0" /><object type="application/x-shockwave-flash" data="http://grooveshark.com/songWidget.swf" width="250" height="40"><param name="wmode" value="window" /><param name="allowScriptAccess" value="always" /><param name="flashvars" value="hostname=cowbell.grooveshark.com&songIDs=30772103&style=metal&p=0" /><span>Anita by <a href="http://grooveshark.com/artist/La+Estrella+De+David/674550" title="La Estrella de David">La Estrella de David</a> on Grooveshark</span></object></object><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">05) La estrella de David- Anita<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">“Espero que el día que volvamos a encontrarnos sepa reconocerte”. </span></p><br /><iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/XSbZidsgMfw" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">04) Tyler, the creator- Yonkers</span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Con el tiempo, <i>Yonkers,</i> de Tyler, the creator va a ser uno de los videos por los que la mayoría de la gente recuerde el 2011. La propuesta, sencilla como parece –un rapero, una silla, una cucaracha- retoma algo que se había olvidado ¿Cuándo el hip hop dejó de ser peligroso? A no entender mal, siguen habiendo raperos que hablan sobre tiroteos, maculinidad al palo, gangs y otros temas clásicos (algunos incluso que hacen de esos temas una forma de vida), pero hace mucho tiempo ya que nadie los toma en serio. Yonkers vuelve abrir una senda perdida, sólo que el peligro ya no esta vertido al exterior, es el peligro de sumergirse en la cabeza de alguien completamente trastornado y perseguido por sus propios demonios</span> </p> <br /><object width="250" height="40" classid="clsid:D27CDB6E-AE6D-11cf-96B8-444553540000" id="gsSong3331486486" name="gsSong3331486486"><param name="movie" value="http://grooveshark.com/songWidget.swf" /><param name="wmode" value="window" /><param name="allowScriptAccess" value="always" /><param name="flashvars" value="hostname=cowbell.grooveshark.com&songIDs=33314864&style=metal&p=0" /><object type="application/x-shockwave-flash" data="http://grooveshark.com/songWidget.swf" width="250" height="40"><param name="wmode" value="window" /><param name="allowScriptAccess" value="always" /><param name="flashvars" value="hostname=cowbell.grooveshark.com&songIDs=33314864&style=metal&p=0" /><span>Intro by <a href="http://grooveshark.com/artist/M83/17859" title="M83">M83</a> on Grooveshark</span></object></object><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">03) M83, feat. Zola Jesus- Intro<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Una de las colaboraciones más perfectas que haya escuchado en mi vida. La voz etérea, pero también oscura de Zola Jesus (mina espectral y extrañísima con la que tengo un crush bastante particular, he de decir) encaja perfecta como una especie de Beatrice que va a guiar por los terrenos celestiales al escucha del <i>Hurry up, we are dreaming.</i> Coros, lluvia de sintes, platillos como estallidos del cielo, <i>Intro</i> es el tema que habría compuesto Wagner si hubiese vivido en el siglo XXI</span></p> <br /><iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/6jyug-4hCp4" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /> <p class="MsoNormal"><b><span lang="EN-US">02) Cold Cave- The great pan is dead<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Posiblemente una de las aperturas de disco más intensas de los últimos tiempos, <i>The great pan is dead</i> es tan hiperbólica, tan romántica y épica que es el equivalente emocional a un hombre rescatando una princesa, mientras surfea un tsunami de lava. Es un tema importante, del amor como algo heroico y maldito, como algo por lo que vale atravesar el infierno de ida y vuelta, cual Orfeo, sólo que, a diferencia de las toneladas de bandas darks con temas de imaginería similar (y sobre todo, a diferencia de la cultura emo, que siempre pareció quedarse más cómoda lamentándose en el Aqueronte), por un momento realmente se le cree a Eisold, uno realmente quiere correr en la lluvia y jurarle amor a esa persona que le atraviesa el corazón. Rescatarla, porque el mundo no se merece que no estén juntos </span></p> <br /><iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/NLEP2riNxxM" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /> <p class="MsoNormal"><b><span lang="EN-US">01) Dirty Beaches- Lord knows best<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">No tenía idea de quienes eran los Dirty Beaches. A primera escucha, el nombre de la banda sonaba más a "Perras Sucias", por lo que me imaginaba que iba a ser algo cabeza o divertido. El tema me llegó por <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Darío</a>, y fue escucharlo una sola vez para darme cuenta de que era un tema importante, que mi vida iba a encontrar en él una explicación fundamental de algo, o que el mismo tema iba a desencadenar algún cambio por el estilo. Son de esas canciones de las que uno no sale ileso, de las que hay un pequeño pedazo de uno se desprende y se convierte en un atolón, o un continente independiente, donde las leyes son otras. Es un tema que se convierte en recuerdo, sin saber a qué recuerdo específico remite. Es la canción de alguien que elije dejarlo todo, sólo conformándose con hacerle saber a ese todo lo que significó para él en un momento (en una entrevista, el hombre detrás de Dirty Beaches contaba cómo se inspiró en la historia de su padre, yéndose de su país y dejando un montón de su historia detrás). Es una confesión escrita en una postal nunca mandada, cuando ya es demasiado tarde. Con la voz de crooner invocado desde el más allá, la línea de piano afanada a <a href="http://www.youtube.com/watch?v=unzmw94Ju4o">Voilá</a>, de Françoise Hardy, Lord Knows best no sólo es el mejor tema del año, sino que tiene en el “When it comes to you” que se va desvaneciendo al final, uno de los versos más impactantemente cantados que haya escuchado en mi vida.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p><b><span>11 MEJORES DISCOS DEL 2011</span></b></o:p></span></p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/823/oneohtrixpointneverrepl.jpg/'><img src='http://img823.imageshack.us/img823/5885/oneohtrixpointneverrepl.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">11) Oneohtrix Point Never- Replica<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Con posiblemente mi tapa de álbum favorita del año, lo más interesante de OPN es cómo mantuvo la senda experimental y ambient de sus otros trabajos –<i>Returnal </i>y <i>Rifts</i>- pero, por primera vez acercándose más a un formato de canción. Los drones siguen, al igual que distintas reverberaciones que aparecen de todos lados, pero parecería estar lleno de otro aire, distinto al opresivo que solía percibirse en sus discos previos. <i>Sleep Dealer</i> –el segundo tema del Replica-, por momento me hizo recordar <a href="http://www.youtube.com/watch?v=AW533vE_v78">al collage con que abre el film Persona</a>, de Bergman. Aquel collage, en el que aparecía, entre otras cosas, una oveja siendo degollada, un esqueleto saliendo de un ataúd, las manos martilladas de Jesús en la cruz y un Buda prendiéndose fuego, parecían imágenes descolocadas, pedazos de celuloide de un mundo que estaba por ordenarse, y que siempre estaba a punto de salirse del rollo. Replica, por su parte, también parecería los primeros estados de composición de un mundo, cada tema como diferentes amebas y protozoarios mutando y reproduciéndose, esperando a evolucionar a otra cosa.</span></p><br /><a target="_blank" title="ImageShack - Image And Video Hosting" href="http://imageshack.us/photo/my-images/818/thewarondrugs.jpg/"><img src="http://img818.imageshack.us/img818/8549/thewarondrugs.jpg" border="0" /></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="EN-US">10) The War on Drugs- Slave Ambient<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal">La primera vez que escuché el Slave Ambient fue en un avión. Ya se lo ha dicho en muchos lugares, pero The War on Drugs parecen componer música para viajes, pero no de la imagen típica de un chevy destartalado que se abre paso por una interestatal, sino de un viaje más veloz, de esos donde es casi imposible fijar la vista sobre lo que está suceciendo afuera. Radica en esto uno de los puntos más interesantes del disco y que lo diferencia en cierto punto del otro buenísimo trabajo de Kurt Vile, que es la combinación entre lo futurístico y lo clásico, el paisaje <i>shoegazer</i> y las melodías <i>springsteeneanas</i>, el cantar dylanesco que parece salir del interior de una máquina. Un viaje a varias velocidades que se superponen como sus múltiples capas de guitarras.</p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/440/bbgfront1b.jpg/'><img src='http://img440.imageshack.us/img440/1880/bbgfront1b.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="EN-US">09) Big Baby Gandhi- Big Fucking Baby Mixtape<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal">Los raperos parecen ser los que más entendieron el exceso de registro de la actualidad. Más que en ningún otro género, el hip hop se ha ido convirtiendo en una caja de Pandora destapada donde los raperos exponen sus traumas, sus mezquindades o sus estupideces, siempre al borde del TMI (too much information), pero llegando a momentos de honestidad brutal e ingenio bastante raros en la música. Tenemos a Kanye West hablando de su adicción por los trajes y las alfombras de leopardo, o 50 cent photoshopeando su cara en las fotos del nuevo hijo de Jay-Z y Jennifer López. Todo esto podría ser no más que una versión yanqui del puterío veraniego de Carlos Paz, pero en el fondo de esta hoya, imprevisiblemente se encuentran grandes momentos, grandes canciones, o grandes ideas. Lo que hace grande a Big [acentuando la redundancia] Baby Gandhi es, no sólo sus buenos ganchos, las imprevisibles rimas y los excelentes samples que van de gospel y jazz (en el genial inicio Gandhi Mandhi Mandhi) hasta música de la India (algo que comparte con los pibes de Das Racist, con quienes colabora y comparte ascendencia) y r&b que parece afanado de alguna película porno de principio de los noventa, sino ciertas líneas y absolutos momentos de absurdo, bordeando con Spinal Tap, que matan de la risa. El momento más alto de esta bizarrés llega en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=YmhO_mla1Xg">Other Jackets</a>, prácticamente una versión super saturada y low fi de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=CKsQEcT979Y">Devil in a new dress</a>, de Kanye West (que a su vez saca el sample principal de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=wMUmfuMpMcg">un tema de Smokey Robinson & The miracles</a>), pero en la que la letra se reduce a Big Baby Gandhi puteando a una prostituta por unas manchas de semen que tiene en su chaqueta. Gandhi toma la misoginia del tema de West, pero la lleva a su mínimo común denominador, y como tal la vuelve en otra cosa. Lo divertido de Gandhi es que, mientras West nunca para de hablar de todo lo que tiene y lo genial o jodido que es, el pibe parece moverse en una liga b, todo en una versión más low fi, con prostitutas hechas mierda que no tienen plata para pagarse una dry cleaning, incluso en el tema Gandhi MandhiMandhi, que es una oda al hedonismo decadente a la internet. Gandhi como el primo menos glamoroso, que en sus mismos excesos, llega a momentos de perfecta lectura de su entorno, tal como ese tema de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=yQOkmHqBTGI">Lakutis, I’m better than anybody</a>.</p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/717/m83weredreaming600b.jpg/'><img src='http://img717.imageshack.us/img717/6487/m83weredreaming600b.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><b>08) M83- Hurry, we are dreaming<o:p></o:p></b></p> <p class="MsoNormal">Hurry, we are dreaming es en su conjugación más épica y etérea, gran parte de lo que ha sido la música en este último tiempo. Tiene los crescendos de Arcade Fire, tiene los corredores de hypnagogic pop, tiene los paisajes de Sigur Ros, tiene el craft de Stereolab, tiene los grooves de MGMT y tienen la colaboración de fucking Zola Jesus, en lo que posiblemente sea una de las mejores apariciones de un artista invitado en muchísimo tiempo. Un disco doble con una serie de picos emocionales gloriosos, como la perfecta felicidad infantil de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=qX44kurxR1I">Raconte- Moi una Historie</a>, o los éxtasis cuasi religiosos de la ya mencionada <a href="http://grooveshark.com/#!/s/Intro/4firMn?src=5">Intro</a>, o Where the boats go. Como abrir el closet de Las crónicas de Narnia</p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/28/tylerthecreatorgoblinfr.jpg/'><img src='http://img28.imageshack.us/img28/1310/tylerthecreatorgoblinfr.jpg' border='0'/></a><br /><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">07) Tyler, the creator- Goblin<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">En los últimos años, la psicopatía sexual ha sido uno de los máximos estandartes del hip-hop, pero haciendo más hincapié en la misma locura del autor que en el contenido sexual <i>per sé</i> (es decir, algo que hace las cosas un poco más interesantes que la mera descripción de cómo uno le vierte champaña Cristal al culo de una bailarina). Esta senda ha sido retroalimentada por medios masivos como twitter, en donde los músicos han hecho de su persona un nuevo lienzo donde quedan algunas zonas grises en lo que respecta a dónde empieza y termina el personaje (en particular, el twitter de Kanye West, que llega a niveles de delirio cercanos a los de un personaje de Capusotto). Sin embargo, Tyler, the creator (proveniente del colectivo <a href="http://www.oddfuture.com/webroot/index.php/">OFWGKTA</a>, que hizo sus armas justamente en dichos medios) le da un giro diferente a esta autocomplacencia y hace un disco completamente viciado de traumas, obsesiones y pesadillas, un álbum confuso, misantrópico, estructurado como una sesión entre Tyler y su analista (siguiendo en este sentido un poco la línea de Bastard, su disco anterior), pero que por momentos parece tan cruda como la de alguien debatiéndose frente a su propio inconsciente. Tyler encarna esa pesadilla, le da forma a aquello que toda la media festejaba, pero que en su misma corporeidad ya deja de ser gracioso, para volverse otra cosa.</span></p> <img src="http://img707.imageshack.us/img707/557/coldcavecherishthelight.jpg" border="0" /><br /><br /><p class="MsoNormal"><span lang="ES"><b><span lang="EN-US">06) Cold Cave- Cherish the light years</span></b> </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Apartándose un poco del synth pop más denso del disco anterior, Cold Cave, una banda formada por el manco Wes Eisold y Dominick Fernow –músicos con un pasado bastante diferente a su sonido actual, desde el <i>noise</i> más furioso al <i>hardcore</i> rapeado-, se abraza a la <i>new wave </i>de los ochenta, siendo <i>Cherish the light years</i> un disco mucho más alegre en su sonido, pero que contrasta con la veta más gótica de sus letras (que en este álbum está particularmente realzada). Algunos preferirán la oscuridad y lo más abrasivo del primer álbum, pero la colección de temas con letras verdaderas y jodidas como gancho a la mandíbula (“This was easy when we were young and free and now we are anything but Esther of these”, en Pacing around the church) lo hacen uno de los mejores del año</span> </p><br /><a target="_blank" title="ImageShack - Image And Video Hosting" href="http://imageshack.us/photo/my-images/11/89vincentstrangemercyan.jpg/"><img src="http://img11.imageshack.us/img11/6120/89vincentstrangemercyan.jpg" border="0" /></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="EN-US">05) St. Vincent- Strange mercy<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="EN-US">Siempre me gustó Annie Clark. </span><span lang="ES">Es de esas minas con las que me gustaría ser su vecino, hacerme el amigo, juntarnos en las siestas para formar una banda que nunca llegaría a presentarse en vivo y enamorarme de ella en silencio. Era algo que pensé ya desde la primera vez que vi el videoclip de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=AZW9NYX6JZA&ob=av2e">Actor out of work</a> y que se terminó de confirmar como una certeza cuando <a href="http://www.youtube.com/watch?v=Uqww-dIya2Q">la vi cantar con total furia Bad Penny</a>, posiblemente uno de los temas más furiosos y mala leche que se hayan compuesto. Nunca había pensado en la ecuación de un verso “I think I fucked your girlfriend once, maybe twice, I don’t remember” cambiar la variable masculina por la de una mujer, y el efecto es interesantísimo –ahora escuchándolo en su voz, me doy cuenta de que ese verso es de una malignidad que funciona de forma más orgánica en lo femenino, mientras que en el caso masculino es más escandalosa, más violenta, pero más evidente. </span>Pero esto en el fondo es completamente lógico, ya que Annie Clark es una de las artistas que más interesantes vueltas de tuerca le han encontrado a la violencia. En ese claroscuro entre horror y cuteness, de la condición reptil de un rostro sereno cantando en tono de canciones de cuna versos como <i>You're all legs/I'm all nerves/ Black like her/Horse and whip </i> (este nivel estático hace a su persona y se renueva en videoclips como Actor y Cruel, a la vez que un montón de fotografías), se para Clark, y encuentra el punto más perfecto y cinematográfico de lo que va su carrera. Pero Strange Mercy no es sólo Clark, sino uno de los discos más interesante en cuanto a orquestación de los últimos años. Con tempos inestables, solos de guitarras que parecerían el gruñido de un león marino encallado (el solo de Cruel debe ser uno de los solos de guitarras más extraños y menos épicos de los últimos años) y un hiperactivo jugueteo entre guitarra devenida en melotron y bajo en Surgeon, <i>Strange Mercy</i> es, junto a <i>Eyes</i> de Gang Gang Dance y el <i>Hurry We are dreaming</i>, de M83 el mejor ensamblaje de banda del último año.</p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/844/lucasmeyer2.jpg/'><img src='http://img844.imageshack.us/img844/862/lucasmeyer2.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">04) Lucas Meyer- Música para nadie<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Uno de los músicos que defendí a capa y espada durante este año. Ya escribí sobre su disco en <a href="http://elpijamadehepburn.blogspot.com/2011/12/lucas-meyer-musica-para-nadie.html">este post.</a></span></p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/3/destroyerkaputt.jpg/'><img src='http://img3.imageshack.us/img3/8303/destroyerkaputt.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">03) Destroyer- Kaputt<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">“Wasting your days/ chasing some girls alright/ chasing cocaine to the backrooms of the world all night”; Dan Bejar es posiblemente uno de los cantautores más significativos de la última década y Kaputt parece, en cierto modo, una instantánea de este éxito, un sinceramiento del músico en uno de los momentos de mayor reconocimiento a nivel mundial. Esta idea del éxito se entremezcla con un sonido noventoso, de r&b con saxofones y coros a lo Lisa Steinfeld (me hace acordar a ese set horrible con temas de Seal que ponían en el M21 a las seis de la mañana), que uno podría asociar con ese universo del <i>leisure</i> <i>yuppie</i> que primaba a comienzos de dicha década y fines de la anterior. Sin embargo, Bejar toma todos estos detalles que podrían ser, o simple <i>mockery</i>, o auténticamente inescuchables, y le da otra vuelta de tuerca, abandonando su estilo letrístico más insigne y optando por composiciones más circulares, un sonido disco más electrónico del que prácticamente hace una tesis en la canción <i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=udsJP_QANGY">Bay of pigs</a></i> (que ya había salido en un previo EP del mismo nombre), pero que tiñe varios temas imponentes como <i>Kaputt</i> y <i>Chinatown</i>. Un disco al que no le tenía tanta esperanza cuando lo escuché (por inicios de enero del año pasado) y me fue ganando de a poco, canción por canción, hasta que por fines de noviembre se terminó convirtiendo en una de las bandas sonoras de mi vida. Bejar lo hizo de nuevo, y probablemente lo siga haciendo.</span></p><br /><a target='_blank' title='ImageShack - Image And Video Hosting' href='http://imageshack.us/photo/my-images/861/dirtybeachesbadlandsb.jpg/'><img src='http://img861.imageshack.us/img861/7940/dirtybeachesbadlandsb.jpg' border='0'/></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">02) Dirty Beaches- Badlands<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Alex Zhang Hungtai nació en Taiwán, hijo de un padre que alternaba su vocación de cantante en una banda <i>doo-wop</i> con una <i>gang</i> de motoqueros que se mantuvo activa hasta que la mayoría fueron alistados al ejército, poco antes de <st1:personname productid="la Revolucin Cultural" st="on"><st1:personname productid="la Revolucin" st="on">la Revolución</st1:personname> Cultural</st1:personname> China. Con semejante ascendencia, no sorprende que la música de Alex suene como rescatada de un montón de vinilos enterrados debajo de los tablones de un antiguo galpón, una colección de temas que combinan las melodías de Roy Orbison con un pulso subyacente similar al de los <i>soundtracks </i>de David Lynch, pero como si fuesen cantados por un Alan Vega menos anfetamínico y más romántico. Con samples de bandas como las Ronettes en “True Blue”, o Françoise Hardy en “Lord Knows best”, Alex no sólo rescata un sonido del pasado (algo que, en definitiva, ha marcado las obsesiones retro de la música actual, como el caso de Ariel Pink, Youth Lagoon, o Wavves, sólo por citar algunos), sino un sentir, una nostalgia no tan dulce como honda, que parece congelada en las miradas de fotografiados en tono sepia. Luego de tanto entrecomillado tarantinesco, es difícil creerle a alguien un verso como “No matter how far the distances/ I just want you to know/ That my heart will always be true/ true blue/ for you”, pero en la voz de Alex, todo parece tan cierto como doloroso. Badlands es el disco más emocionalmente relevante de lo que fue</span> mi 2011.</p><br /><a target="_blank" title="ImageShack - Image And Video Hosting" href="http://imageshack.us/photo/my-images/820/trespecados.jpg/"><img src="http://img820.imageshack.us/img820/9256/trespecados.jpg" border="0" /></a><br /><p class="MsoNormal"><b><span lang="ES">01) 3Pecados- Diciembra<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Hace un par de meses, me despierto y medio entredormido veo a mi novia arreglando una ropa del bolso y cantando para sí misma “hoy estoy más dormido que drogado, amiga buen fin de año”. Ella nunca fue del palo de grupos del estilo, y escuchar como salía de ella, como quien masculla un tema mientras baja del ascensor, esa canción de Pau me hizo pensar de que estaba frente a algo importante. </span>Para el 2011, con casi nulos lugares para toques –al menos aptos para los mismos, y no librerías y livings de casas adaptados para dos guitarras electroacústicas conectadas a un cubo- y prácticamente nulo sistema de difusión, uno ya empezaba a temer una reversión del oscurantismo de los noventa. Dentro de tanta chatura, tanto bajón en cámara lenta, tantos discos "grandes" hechos con manual de instrucciones for dummies (como el de <a href="http://campomusic.net/#d9f/custom_plain">Campo</a>) encontrarse, así como así, con un disco como Diciembra es un auténtico milagro. No es que no fuera esperable, no sólo Pau O’Bianchi debe ser el músico más importante que ha dado la escena uruguaya en los últimos diez años –y esto lo vengo defendiendo desde el 2008, donde puse Liu y las dificultades de aprendizaje como mejor disco del año-, sino porque es, más allá del salto cualitativo, un disco lógico, comprensible, dentro del proceso de búsqueda y sucesivas transformaciones del autor. Lo que ha hecho más interesante a Pau en toda su discografía es cómo no sólo cambia el estilo, o ciertos timbres y recursos disco a disco, sino cómo también hay un encare casi completamente diferente en cuanto a producción en cada uno de los mismos. El mismo músico que grababa sus álbumes con un cubo Artech como única salida de su estudio de grabación hogareño, el mismo músico que se alió con Ezequiel Rivero para dar un tono mucho más pop a su música en Liu, el mismo que se grabó un disco encerrado en un baño con un radiograbador en Dios salve a la muerte, ahora une fuerzas con Juan Branaa y saca un álbum con un sonido pulidísimo, de esos que a más de un purista modelo <st1:metricconverter productid="77’" st="on">77’</st1:metricconverter> podría rasgarse la ropa diciendo que se vendió. Nadie hubiese pensado en un disco en el que se incluyera un saxofón y sonara tan bien, tan relajado, tan lógico en <i>Los novios</i> –un tema que, por momentos, parece salido del Kaputt, de Destroyer. A esto se le agrega una colección de temas perfecta, sin una sola mancha, desde Diciembra, hasta la simpáticamente violenta Colección social, pasando por la épica en miniatura de Funeral de la planta, o la dolorosísima Inútil es en español. Podría quedarme hablando del disco, pero en cierto punto sería repetir sobre lo que un montón de medios han ido agregando. Lo único que vale la pena repetir es que este es un disco importante. Ya no hay que imaginar mundos posibles en los que este tipo de música sería realmente apreciada. Está sucediendo, gente. En este preciso momento. Ya. </p>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com124tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-36084211493314914942011-07-05T19:03:00.005-03:002011-07-07T01:32:12.454-03:00<p class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight:normal"><span lang="ES">Réquiem para BJ/ Sumergiéndome en <st1:personname productid="La Atlántida" st="on">La Atlántida</st1:personname><o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Me canto a mí mismo <a href="http://www.youtube.com/watch?v=fqHIW5HJXQU">“My favourite bulidings, are all coming down”</a>, verso de mi tema favorito del <i>I often dream of trains</i> de Robyn Hitchcock, mientras veo el espacio vacío y arrasado de lo que una vez fue Patio Biarritz. La sensación no es de tristeza, sino más bien de extrañeza, como si fuese la escena de una película que no me resultara del todo convincente. Pienso en el feo edificio, de balcones de acrílico azul, que posiblemente crezca en esa cuadra que da a 21 de setiembre, uno de los bordes de lo que suelo llamar “El valle de Pocitos”, una manzana caracterizada por la escasa altitud de sus casas, muchas de ellas conformadas por<i> </i>las protegidas Bello Reboratti, madrigueras tan hermosos como oscuras que sólo pudieron haber salido de la cabeza de ingenieros, y no de arquitectos. Al valle de Pocitos lo conozco bien porque es la principal vista que tengo desde el séptimo piso en donde vivo. Desde que era chico me fascinaba –y sigue fascinando, debe ser una de las primeras cosas que le muestro a una persona desconocida cuando recién llega a mi casa- una cabaña en forma de v invertida que queda en el centro de la manzana, como si fuera el colmillo/corazón de ese rincón verde curiosamente estático, que prácticamente no ha cambiado desde que tengo noción de ser.</span></p><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgdocCnd-Ugvab4ILZ5jkhDn1_IuW5_mZiEFnYz8dSY9AkmI5t1toOCSvTnfmL7pezRauMRI1kooPDeJpwTs-HBi-cwqeDKCrYggdsqq84V9ePH-Ks1TJXICLigiO85CwqJSVyFmQ/s1600/LGIM0257b.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 500px; height: 375px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgdocCnd-Ugvab4ILZ5jkhDn1_IuW5_mZiEFnYz8dSY9AkmI5t1toOCSvTnfmL7pezRauMRI1kooPDeJpwTs-HBi-cwqeDKCrYggdsqq84V9ePH-Ks1TJXICLigiO85CwqJSVyFmQ/s400/LGIM0257b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5626010876473611154" /></a><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Esta noción del cambio, de la promesa de eternidad de golpe destruida con la fuerza de una pala mecánica, es posiblemente lo que me deje duro, sin poder hacer otra cosa que contemplar aquello, incluso a riesgo de que me pase el 116 sin llegar a pararlo o percibirlo. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Aún cuando había cerrado, nunca creí seriamente –esto lo sé ahora, cuando lo único que queda de lo que fue, estampado en las medianeras de los otros edificios, es la pintura verdosa de lo que habría sido un salón de expresión plástica del jardín de infantes, o los azulejos de un pequeño baño o cocina- que El patio se borrara de un día para otro, así como así, aún cuando la decrepitud del lugar atravesó un sinnúmero de fases que pude apreciar como desde una butaca en primera fila, como si fuera una tragedia vista en tres actos. Primero fue el cartel de cerrado. Por aquel entonces yo andaba deslumbrado con algunas librerías y libreros del Centro y todo aquello me trajo sin demasiado cuidado, incluso pensando que era cuestión de tiempo para que aquel lugar fuese refundado por otro grupo de gente. Sin embargo, los meses pasaron y lo único que cambiaba era el pasto que parecía comerse todo el frente. Como si fuera otra hiedra crecida entre las grietas de la arquitectura abandonada, al poco tiempo aparecieron dos vagabundos, que colocaron un colchón debajo de uno de los arcos que formaba el portón principal. Recuerdo el rostro de las viejas mirando con oprobio o auténtico miedo a los nuevos dueños de aquel trozo de arquitectura, mientras esperaban un 116 que las llevara a un cafetín de <st1:personname productid="la Ciudad Vieja" st="on"><st1:personname productid="la Ciudad" st="on">la Ciudad</st1:personname> Vieja</st1:personname>, o un 582 que las dejara en la puerta del Blanes. El mismo día que, de golpe, desapareció la hiedra, también desaparecieron los pichis, como si hubieran sido extraídos de raíz por la intendencia o una compañía constructora. Lo único que parecía mantenerse en pie en el frente era un cartel que indicaba varios de los directores que ostentaba el pequeño videoclub regentado por Miguel, un viejo dicharachero que conocía a mi familia por haber acompañado a un familiar que convalecía en la misma habitación que una tía mía, internada allí tras un intento fallido de suicidio. “Stanley Kubrick, Charles Chaplin, Akira Kurosawa, Dogma <st1:metricconverter productid="95’" st="on">95’</st1:metricconverter>”. Hasta ahora me acuerdo de la palabra Dogma <st1:metricconverter productid="95’" st="on">95’</st1:metricconverter> y me pongo a pensar si realmente fue la gran cosa en su momento, o si fue una promesa gigantesca, inflada y vacía como un mismo zeppelin. Cuando pienso en Dogma <st1:metricconverter productid="95’" st="on">95’</st1:metricconverter> no pienso en Vintenberg o en Lars von Trier, sino en mí mismo, con dieciséis años, refiriéndome a cualquier escena filmada con cámara en mano como “Dogma <st1:metricconverter productid="95’" st="on">95’</st1:metricconverter>”, no como un recurso de determinado movimiento cinematográfico, sino como la definición de un recurso en sí, como una palabra del lenguaje técnico, como quien hablara de un plano contrapicado. Ese cartel se mantuvo en pie el tiempo que permanece estaqueado en sus dos piernas un boxeador que se niega o que se olvida de caer, aún cuando todo su torso está muerto y no le queda otra al juez que terminar la pelea (los brazos y las manos con guantecitos blancos agitándose en cruz, la gente que entra nerviosa al ring, el otro boxeador festejando a caballito sobre los hombros de su entrenador). El viento de la rambla no sólo fue doblando el poste, sino que la salitre del mar fue comiéndose a algunos directores, como Cassavettes, que en la placa se había reducido a las primeras cuatro letras de su apellido. En todo caso, es recién trayendo estas citas cinematográficas que me percato de que mi cinefilia empezó ahí, en el videoclub de Miguel, por más que ya de chico me interesase por varias películas que aún hoy en día considero clásicos –la primer película que vi (esto según mis padres) fue <st1:personname productid="la Silly Symphony" st="on">la Silly Symphony</st1:personname> de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=VTuIb7BIFqk">Flowers and trees</a>, que yo llamaba más sencillamente “El árbol malo” y sigo considerándola uno de los mejores cortos de animación que se hayan hecho-, por más que mis visitas a aquel lugar fueran relativamente cortas, justo antes de hacerme socio de Cinemateca y comenzar a bucear por aquel espacio más variado y sobre todo, menos caótico que el de Miguel. Como dije, películas había visto ya montones, pero fue en esas visitas al Patio Biarritz que incorporé aquel “más que un simple deseo” de ver cine, casi como si en aquella actividad emergiera una alternativa identitaria, llámesele un proyecto de ser, en el que me di cuenta que quería dedicarme, de una manera u otra, a aquello de ver películas. Frente a esto no es muy sorpresiva la lista de las primeras cuatro que alquilé en el videoclub: <i>El huevo de la serpiente</i> (Ingmar Bergman), <i>Ladrones de bicicletas</i> (Vittorio de Sica), <i>La gran ilusión</i> (Jean Renoir), <i>Pink Floyd, The Wall</i> (Alan Parker). La de Bergman la alquilé más bien por una escena recordada y repetida por mi padre un montón de veces, las dos del medio por haberlas visto en varias listas como unas de las mejores películas de la historia y The Wall básicamente porque me gustaba Pink Floyd, porque era arty y <i style="mso-bidi-font-style:normal">profunda</i> –lo que yo entendía por arty y profundo en aquel entonces- y porque un primo mío me había hablado de una escena en donde el protagonista destruía toda una habitación. Recuerdo haber visto tres de las cuatro en nochebuena, sin lograr ver <i>La gran ilusión</i> por un capricho del tracking de mi vhs.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Luego de que arrancaron el poste, siguió un período de varios meses de silencio en el que se tapió la arcada del portón con bloques de cemento. Un tiempo después, vi luces que provenían de adentro, terminando por divisar dos hombres con pinta de obreros. A medida que esperaba mis ómnibus en aquella parada, fui descubriendo que en las entrañas de El patio Biarritz no se estaba llevando a cabo ninguna reforma, que aquellos dos no eran obreros, sino caseros, los últimos cuidadores de esa nada vuelta a escombros. Las puertas de los balconcitos del primer piso, en donde solían darse conferencias o realizarse talleres literarios, estaban arrancadas. A veces el viento y la lluvia parecía colarse dentro de aquellos salones, en la medida que una lámpara improvisada y milagrosamente encendida se mecía alocadamente, generando extrañas sombras, como si allí hubiera una fiesta sin música, completamente exclusiva. A los dos tipos los vi dedicarse a morar esa casa con una disciplina y dignidad incuestionable. Estuvieron gran parte del invierno y de la primavera del año pasado manteniendo guardia. Parecía como si los hubieran encerrado desde afuera, teniendo que quedarse en aquel sitio como los sobrevivientes de un submarino sumergido. A veces se los veía mirando a la calle desde las ventanas. Luego, empezaron a jugar ping pong en una mesa improvisada, mucho más chica que las medidas olímpicas. Jugaban partidos interminables, casi todo el día, hasta que comenzó a caer un tercer tipo, más gordo (con esas barbas deformes, más cercana a las pelusas, que tienen algunos asiáticos), con el que se sumergían en intensos triangulares. Llegaban a jugar hasta de noche, donde se veía sus siluetas en la penumbra, moviéndose alocadamente de izquierda a derecha, como si fuera el reflejo de una llama movida por el viento. Esos tres caseros, pensaba, debían haber empezado a oír, más que ver la pelota.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Como ese silencio o ligero bienestar que se anticipa a la muerte, los tipos desaparecieron de un día al otro. No mucho tiempo después, llegué un día a la parada y El patio Biarritz parecía haberse ido, como si se levantara en sus mismos cimientos y se fuera caminando hacia otro lugar.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Escribo sobre el patio Biarritz, no porque haya sido importante, no por su valor arquitectónico o urbano, ni siquiera porque me gustara (de hecho, no tardé mucho tiempo en dejar de tenerlo en cuenta a la hora de comprar libros, con estantes que parecían cada vez más propensos a mostrar porquerías new age, o libros de parapsicología de segunda mano). Las librerías, más que muchos otros emprendimientos, generalmente mueren por justas razones, y el Patio quizás no haya sido una excepción. Con el tiempo, el mismo edificio se había ido afeando por la exageración de actividades o funciones que cumplía, convirtiéndose en un pastiche de librería de textos escolares, cybercafe, café literario, videoclub, sala de exposiciones, jardín de infantes y centro de operaciones de jugadores de rol y cartas Magic. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Sólo le faltaba la cancha de paddle.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">No, no escribo por eso. Creo que escribo porque cuando vi el predio vaciado, con esa artificialidad de la demarcación de los diferentes cuartos y salones tatuados en las paredes de los edificios contiguos, vi un proyecto de mí mismo diseccionado y colocado en una mesa de mármol. Esos cuartos vacíos, esas marcas, son las estrías de una piel que cambió de densidad y tamaño. Es el tatuaje absurdo que uno se hace con tinta china en la mano, sólo para recordar más tarde, verdoso, lo que uno fue.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Andaba por facebook y de repente me doy con el muro de <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Ezequiel</a>, que dice la tristeza que es ver cómo tiraron abajo a BJ. Leo aquello y concluyo que la decisión de tirarlo posiblemente haya sido la más acertada. Con el tiempo, aquel lugar cerrado había atraído -como una oscuridad que funcionara de forma inversa a la de las fuertes luces que drogan a las polillas- a un montón de chorros que se beneficiaban por la nueva desertificación de la cuadra (sin ir muy lejos, el mismo Ezequiel había sido víctima de un ataque cagón y completamente desmesurado de cinco de ellos, que podrían haberle arrancado algo más que el celular, la noche en que decidieron molerlo a palos). Sea lo que se levante ahí, boliche, almacén o casa de putas, va a funcionar al menos como un faro intermedio que nos de algo de referencia y refugio para quienes solemos caminar solos por la niebla de Soriano, bajando a la esquina de la muerte.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">La famosa esquina de la muerte, ese embudo nocturno configurado por los puntos cardinales de Bluzz, Santa Catalina y La ronda (otros sugerirían agregar a Café La diaria; otros pensarían -pero preferirían mantenerse en silencio su idea- anexar la oscura estrella de El Gallo Rojo a aquella constelación de bares) ha sido escenario tan común de mis noches que se terminó forjando en mí la misma noción de atemporalidad. Sin embargo, mucho ha cambiado en la zona, sobre todo aquel edificio enorme y abandonado que daba a la puerta de Bluzz, ahora derribado por completo, dejando crecer a su alrededor un montón de helechos que en su fina y prolija verticalidad, parece un pequeño bosque en miniatura que pretende tomar aquel solar. Aquel edificio nunca lo conocí más que por su función mineral, de escombro respirante, pero me gustaba mirarlo mientras conversaba con alguna persona circunstancial del bar, me gustaba detenerme en aquellos grafittis, como si mi mirada descansara al posarse sobre ellos, como le sucede a mis ojos cuando se detienen en una duna, o en una fuente.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Pero BJ murió, aunque todos sabíamos que estaba muerto, mucho antes de que lo tiraran abajo, incluso mucho antes de que cerrara. Entre los enfermeros de los hospitales se suele decir que cuando los pies de los pacientes agonizantes comienzan a quedarse perpendiculares a la superficie cama, queda poco tiempo para que la muerte llegue a esa sala. Si hay algo que tienen en común los darks con los cuervos, más allá del color similar entre la indumentaria de los primeros y el plumaje de las últimos, es su capacidad augúrica de la muerte de los establecimientos que asisten. No sé si es karma, si es que consumen poco, si es que hacen huir al otro público, o si es que en aquella fascinación propia por la muerte son los que, en definiva, se acercan cuando ya todo ha acabado, pero comenzá a ver cómo tu boliche se llena de darks y posiblemente no le quede mucho tiempo de vida. En los últimos tiempos de BJ recuerdo volverme borracho de La ronda y cruzarme con un montón de metaleros y goths haciendo puerta en toques maratónicos de cinco bandas que ni todas juntas podían llenar el local. El entusiasmo de los pibes era innegable y mucho más sincero que un montón de cosas que sucedía –y sucede- alrededor, pero esta necesidad de llenar la grilla tenía algo de esa desesperación de acumular actividades en el Patio Biarritz, que terminó precipitándolo la ruina (no digo que sea causa, quizás sea más bien haya sido señal de ese mismo proceso de menoscabo). Nunca supe cual fue el último toque que hubo en BJ, pero posiblemente haya sido una banda mala de power metal cantando sobre dragones cogiéndose a ninfas del bosque, y no ese toque de Buenos Muchachos en el 2006, que por un tiempo me hizo sentir que el piso hueco de madera se estaba arqueando (o quizás eran las paredes de mi cráneo, presenciando lo que fue la experiencia musical más honda que haya sucedido en mi vida); o aquella primera vez que vi a Santa Cruz, con la angustia de estar junto a una persona que podía volverse importantísima en cuestión de horas o minutos; o la primera vez que oí un solo de Pablo Traverzo, durante aquellos miércoles de duelos de guitarra que iba con Pedro Restuccia, para volverme caminando, casi en una línea recta hasta mi casa, atravesando Canelones, Bulevar y 21, para acostarme escuchando el cassette de aquellos mismos duelos que me encargaba de registrar con una grabadora espía.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Aún así, si me presionan, lo que más me acordaría de BJ no es el bar, ni las bandas que allí tocaron, sino la idea de lo que era o creía que era o representaba BJ, algo que estaba indistinguiblemente anudado a una concepción o delirio que tenía sobre lo que era o debía ser el rock nacional. Todo lo que se pueda decir sobre el valor que tenía BJ posiblemente sea tan falso o ficticio como la cantidad de gente que dice haber sido un habitué de Juntacadáveres (que si nos ponemos estrictos, a juzgar por toda la gente que dice haber ido, el boliche tendría que haber tenido la capacidad del Estadio Centenario). Si hay algo en lo que no quiero convertirme es en esa gente que no puede dejar de remitirse a algo que fue, o lo que es peor, a algo que nunca fue. Lo que sí me queda de BJ es quizás la imagen que yo supe tener de él en determinado momento de mi vida, cuando me había autoproclamado manager de una banda de amigos íntimos, en los que me sentía importante por hablar con Alejandro y organizar la agenda, conseguir contactos, intentar moverse en radios comunales impresentables, o pegar afiches con cinta scotch en facultades. Para nosotros tocar en BJ un viernes (no los jueves, que eran los días que solían dar a las bandas primerizas) era todo un logro, casi, por así decirlo, un techo. Creo que fue luego de aquel viernes en BJ, donde vimos desde el escenario un montón de gente, pero que no era otra que todos nuestros amigos unidos (la mayoría congregados por cariño, o al menos solidaridad), que perdimos cierta inocencia. Creo que yo perdí a BJ, como quien se olvida de un paraguas en un taxi, aquella noche, mientras juntaba los equipos y ayudaba a cargar el bombo de la batería de Pedro. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">No mucho tiempo después sólo hubieron cuatro toques de la banda (uno en Pacha Mama, posiblemente el mejor que hayan hecho), uno en El Faro (que siguió ese formato de cumpleaños de amigos), otro en La commedia y uno en <st1:personname productid="la ACJ" st="on">la ACJ</st1:personname> (con un bizarro panel de jueces que daban al evento un formato del estilo de Operación Triunfo). Luego de eso, me embolé de buscar toques y el ánimo de Pedro no fue suficiente para mantener la rueda girando.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">De lo más inmediato al cierre de BJ sólo quedó un operativo frustrado mío de saquear parte del botín y quedarme con <st1:personname productid="la B" st="on">la B</st1:personname> gigante que estaba encastrada en el frente. Las letras pronto fueron removidas, posiblemente arrojadas al mar, perdidas en el fondo de la casa de algún latero que las extrajo como quien intenta buscar oro en los dientes de un muerto, o como reliquia en la casa de algún romántico más audaz que yo.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Ahora, cuando señalo el plan, vuelvo a pensar en Crosstea, en las primeras reuniones en lo de Antoine (un garage enrejado, convertido en sala de ensayo, que daba a la calle Libertad, generando en las bandas una extraña sensación de ser animales de zoológico) y aquel cumpleaños en que aparecieron tres amigos, cargando, como los orgullosos soldados norteamericanos de Iwo Jima, una placa gigante, con forma de guitarra eléctrica, que estaba atornillada a la puerta del local. Recuerdo la emoción de ver aquel estandarte que significaba mucho más que un ajuste de cuentas con el amargo dueño de la sala de ensayo, y que desde aquel momento siempre se ha mantenido de una forma u otra ligado a lo que yo pensaba que era la adolescencia. Hoy en día no tengo idea qué será de aquella guitarra. No me sorprendería que siga en el garage de aquel conocido, momificada por el óxido desde aquel mismo cumpleaños en que la trajeron como trofeo de guerra.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Ayer pasé por aquel solar vacío y vi en el segundo piso, en una de las paredes que formaban parte de ese altillo en el que las bandas dejaban sus equipos, o donde se drogaban o cogían con las minas que nosotros creíamos, o ellos mismos creían que se cogían, algo que me dejó congelado. En aquella pared, como el empapelado de osos o trencitos que delatan el antiguo cuarto de un niño, aparecían diseminados, como tatuajes en el cuerpo de un marinero encontrado en altamar, los logos y graffitis de muchas bandas que tocaron allá. Con mi miopía campante, creo reconocer tres o cuatro logos. Todos pertenecen a bandas que no me interesan y que posiblemente ni me hayan interesado en aquel tiempo. Recuerdo a un amigo escribiendo el nombre de su banda con la llama de un encendedor. Luego recuerdo que fue en el techo y pienso cómo aquel nombre posiblemente esté regado de a pedazos en el material de construcción de una volqueta cercana.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Agarro un trozo de ladrillo que podría haber pertenecido, o no, a BJ. He estado mirando el palimpsesto escrito en aquella pared y todo aquello toma la forma de un jeroglífico, un muro que podría ser una piedra de Rosetta para lo que va a, o no va a ser el rock uruguayo de acá a unos años. Después, pienso qué bandas de ahora podrían escribir su nombre en una pared, pero antes de que pueda dar un nombre, me pregunto en qué pared se podría escribir aquello y me quedo completamente en blanco. "En el fondo, no importa", me digo, y es ahí cuando descubro a un obrero mirándome con cara de guardia de seguridad. Me subo el cuello de la campera y arrojo el escombro contra un plátano desnudo, perdiéndome por Andes hacia la rambla.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRcBDIu4bGYIeUqvQzCa81XEeEa9P51WlfcOV_wSFBps-nEw_pPva2LZB25I7NBVfZm0l4s0msrBt-oUuoux_VNCt4YwFTtNP7NGC6EEpYfMamK4HPSXgUYtSbzwLb4amdhdMu1g/s1600/LGIM0264b.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 500px; height: 375px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRcBDIu4bGYIeUqvQzCa81XEeEa9P51WlfcOV_wSFBps-nEw_pPva2LZB25I7NBVfZm0l4s0msrBt-oUuoux_VNCt4YwFTtNP7NGC6EEpYfMamK4HPSXgUYtSbzwLb4amdhdMu1g/s400/LGIM0264b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5626010886781851570" /></a><br /><p class="MsoNormal"><span lang="ES">¿Qué es un escombro? ¿Qué es un baldío? Pensé esto a mis dieciséis años, al pasar en bicicleta por el frente de una casa cerca del Hotel del prado, que de tan venida a menos le habían crecido dos pinos en su azotea. Hay cosas muertas que están llenas de vida, y hay cosas que mueren ni bien se les encuentra un orden o función determinada.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Cuando era chico, mi madre me contaba sobre la pinocha de la casa de mis abuelos de Atlántida. Según ella y las fotos de algunos viejos álbumes, la pinocha abarcaba todo el fondo, ocultando, como si fuera una manta, un montón de ramas con forma de cucarachas gigantes. Cuando era chico, el pasto se extendía hacia la mitad del fondo, teniendo que ponerte las chancletas cuando querías colgar la ropa en la cuerda. Con el tiempo fui presenciando cómo el verde se iba abriendo paso, hasta cubrirlo todo. Al final, el único lugar donde existía pinocha era un terreno baldío de seis solares pegado al nuestro, que desde que tenía memoria nunca había sido reclamado y que constituía, para nuestros escasos años, un auténtico bosque. Ahí uno se encontraba con troncos muertos, siempre enfrentándose ante la tentación de arrancarle la corteza y ver la inmensa cantidad de bichos de humedad, hormigas, larvas, termitas y cucarachas que se agitaban en sus entrañas. Una urbe construida sobre un cadáver. Tanta expresión de vida daba asco.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Escribo esto y más o menos sé adónde la construcción de conceptos de mis asociaciones quieren llegar, y vuelvo sobre aquellos edificios tapiados, que de tan cerrados sobre su mismo menoscabo, habían comenzado a tener vida propia. Pienso en cómo, en su condición de muertos vivos, pueden tener más vitalidad que la Diamantis Plaza. Sin embargo, pienso un poco más y el presente vuelve a perder consistencia y aquel baldío me reclama y se apodera de todas mis asociaciones.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Durante casi toda mi infancia, mis primos y yo pasamos más tiempo en el baldío que en el fondo. Al principio fue “la casita”, que de “casita” no tenía nada, salvo la formación de un claro coronado por un alcornoque encorvado, en el que habíamos construido un inútil sistema de poleas que pretendía subir a mi hermana a sus partes más altas. <i>La casita</i> existió durante varios años, en los que con Lucas formamos un club secreto de dos integrantes llamado El Dragon Lee. Luego se asentó una familia en uno de esos solares, cortando el alcornoque y construyendo una casa con techo de tejas.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">No tardamos mucho en encontrarnos una nueva casita, esta vez más pequeña, pero abovedada de una manera que parecía haber sido construida por el hombre. Fue en ese verano, ahí mismo, en la casita, donde conocimos a los porteños (hermano y hermana de 14 y 12 años, respectivamente) y otros dos niños que solían robar casas durante el invierno. Recuerdo sólo verlos ahí, en la casita, sin registrarlos en la playa Eden Rock, lugar al que casi toda la gente de esa manzana solía ir. Algo me dice que si averiguara más sobre aquello, posiblemente reconstruiría en vida una de esas clásicas leyendas urbanas, que los pibes ladrones habían sido unos niños que murieron en el incendio de una de aquellas cabañas de techo de quincho veinte años atrás, o que nunca hubo una familia porteña alquilando en alguna de las casas de la zona. Pero más que nada, recuerdo aquel día en que vi al porteño apretar con su hermana, sentados sobre un tronco que habíamos arrastrado hasta la casita para oficiar de asiento, aquella sensación de mudez atravesada por el sonido de las bocas que se arrastraban en el silencio como dos culebras y mi decisión de no volver allí durante varias semanas, hasta que todos aquellos chicos desaparecieran tan rápida y mágicamente como aparecieron.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Más que nada, el bosque baldío tenía dimensiones temporales, más que espaciales. El baldío era lo fijo, lo inmutable, una porción de irrealidad en el fondo de un mar que cambiaba de corrientes y flujos. Una vez, cuando todavía no era lo suficientemente grande como para medir mi maldad, luego de perdernos unas horas en el baldío -nuestros padres hacían la sobremesa en el fondo- le dije a Lucas que toda la gente que estaba ahí, al lado de la parrilla, eran ladrones que se habían puesto las máscaras de nuestros padres. Más allá de la anécdota graciosa, me doy cuenta de cuánta verdad había en esa mentira. En el baldío todo cesaba y se silenciaba, parecíamos nadar hacia a Atlántida, la verdadera, la sumergida, mientras todo lo que sucedía alrededor eran archipiélagos ocupados por marineros que terminaron resignándose a no encontrarla, cuando la tenían casi sobre sus narices. Todo podía cambiar, los supermercados, la casa de mis abuelos, la pinocha del fondo, nosotros, incluso nuestros padres, pero el baldío se mantenía igual, guardando en su interior basura fosilizada de tiempos lejanos, una latita de cherry coke, un vhs destripado, la hoja descolorida de un poster Panini del mundial del <st1:metricconverter productid="90’" st="on">90’</st1:metricconverter>.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Todos los primero de enero volvía allí, buscando las señales intocadas de aquello que habíamos dejado en el baldío: una falsa tumba marcada con una cruz estaqueada en la tierra, la palabra Lothlórien escrita con dry-pen sobre la corteza de un árbol.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Este primero de enero salí al fondo, tratando de registrar lo que me habían informado mis abuelos. Aquellos tres solares restantes, luego de más de sesenta años sin ningún ocupante, habían sido comprados por un suizo que quería construir una serie de casitas de ladrillo para alquilarlas barato, en una especie de intento de iniciativa turística. Todo parecía irreal, pero se volvió jodidamente cierto cuando vi con mis propios ojos, aplanado, cubierto de arena, con unas casas de ladrillo creciendo como una soriasis, </span>todo lo que había sido una vez el terreno baldío . Cinco casas con mini parrilleros y, más al fondo, una piscina. El fino, que es arquitecto, dice que los muros los hicieron demasiado finos y que se van a terminar generando fisuras en la pared. Mi padre dice que el cercado le da un aire de gallinero a la casa. Mi abuelo dice que aquello, por feo que parezca, puede terminar por siendo una bendición, considerando las ocupaciones ilegales que se han registrado en la costa de oro en los últimos años. Yo no digo nada, sólo puedo ver, a través de esas nuevas rejas, la extensión blanca de la arena, con la extrañeza de quien camina sobre el lecho de un lago dragado.</p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Durante el verano vi cómo fueron avanzando en las obras. Una noche llevé la laptop afuera y me puse a ver una película. En la mitad del film comencé a escuchar extraños sonidos, que parecían cesar en el mismo momento en que ponía pausa. Temiendo que fuera una comadreja sobre la parra, prendí todas las luces y saqué una escoba, en caso de un posible encontronazo con el animal. Las comadrejas siempre fueron para mí algo así como una representación del mal. El mismo contacto visual con una de ellas me helaba la sangre, sobre todo el detalle de la cola pelada, el hocico puntiagudo, los ojos completamente negros, esa elegancia sucia, a medio camino entre un gato y una rata, cuando la ves caminar por los tejados. Nunca supe adónde iban a parar las comadrejas de día, casi era como si se desmaterializaran en la luz, o como si ellas fueran la materialización misma de la noche. Pero al mismo tiempo que provenían de la noche, las comadrejas sólo podían venir del baldío. En la casas de los vecinos había perros que las ahuyentaban, por lo que sólo podían provenir del bosque, de aquel flanco izquierdo completamente abierto. Era lógico que provinieran de allí, del reino de lo inmemorial o lo eternamente perdido.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Aquella noche, cuando iluminé el fondo y vi a la comadreja trepada a un pino, serena, comiendo una uva de una pequeña parra que se enredaba sobre aquel, me quedé duro, viéndola gorda, torpe, agarrándose del árbol con unas uñas finitas. Tras salir de aquel encanto, busqué unas piñas y le arrojé una, dos, errándole pero dándole al pino, a veinte o treinta centímetros de su lomo. La comadreja me miró por unos segundos, pero no hubo miedo en su rostro. La vi serena, como si me hubiese conocido de toda la vida, como si me dijese “me como unas más y ya no te jodo”. Le tiré un par de piñas y le volví a errar. Luego de un rato se dejó caer sobre sus cuatro patas y emprendió retirada. Le tiré un par de piñas más pero la comadreja no cambió el tranco torpe y rechoncho. Mientras se iba, me di cuenta de que mi mala puntería era porque en el fondo no le quería acertar, como un policía que deja escapar a un ladrón conocido, disparando tiros al aire. </span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Lo último que vi de ella fue su cola, escurriéndose en la oscuridad del cerco que separa nuestro fondo de las nuevas obras, dándome cuenta de que volvía a su hogar, de que el baldío seguía existiendo en la noche, cuando no había nadie más que yo para verlo.</span></p>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-61719286921726739772011-03-14T14:29:00.003-03:002011-03-14T14:36:26.601-03:00<div><b>Mis temas del verano 2011</b></div><div><div><i>no te vayas a China que alli no tienen cortinas</i></div><div><i>como las que nos escondieron de todos los demas</i></div></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6lldSbvxHYEgTqpXGZ8MyXPWg66feI4zUns9jYocEtewqYgFq7ZYd8yUQKaJaFZRWY8tpmbZZlYBvlzvIuxDQVrHwrB9kIDGW9gm-6cBnt7vwZEpcES4E_D3kBqNzuFiyv4E74w/s1600/5490421015_26ea863a73_b.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 257px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6lldSbvxHYEgTqpXGZ8MyXPWg66feI4zUns9jYocEtewqYgFq7ZYd8yUQKaJaFZRWY8tpmbZZlYBvlzvIuxDQVrHwrB9kIDGW9gm-6cBnt7vwZEpcES4E_D3kBqNzuFiyv4E74w/s400/5490421015_26ea863a73_b.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5583990508743106850" /></a><br /><div>Ayer me puse un canguro en medio de un domingo soleado y de cierta forma supe que se había terminado el verano.</div><div>La finalización del mismo permite cierta perspectiva, lo que me habilitó a confeccionar un compilado con los temas que, no tanto escuché más (aunque algunos sí), sino que más me marcaron o que van a quedar completamente asociados a este período estival del 2011.</div><div>Sebastian Tellier me acompañó en COPSAS costeños, Enamorado de Norma debe ser uno de los temas que más me fascinaron musical y letrísticamente en varios meses (aunque lo empecé a escuchar más en diciembre y después, por medio a quemarlo dejé de reproducirlo en mi equipo), Daughters musicalizó algunas irrupciones de misantropía puntaesteña, Calle 13 en caminatas por el asfalto humeante de MVD, Kurt Vile en tardecitas melancólicas mientras leía Felisberto Hernandez, Chinatown, de Destroyer, como banda sonora perfecta mientras pescaba en el Solís Chicho, Zagueiro, de Jorge Ben, casi autobiográfica, en una caminata extraña por una Gorlero invadida por un manto de garúa gélida, Placer, de Fernando Cabrera, el único tema que pudimos poner en Valizas con Polly, justo antes de que la batería del I-pod terminara de morirse, Teeth, de Lady Gaga, escuchada casi exclusivamente en playas de Maldonado, Game of pricks en los audífonos mientras hacía digestión tras las grandes comilonas en la casa alquilada po mi suegro en Playa verde, When Johanna loved me, de Scott Walker, en paseos silenciosos por zoológico de Atlántida, viendo la jaula de Timur (tembile tigre salteño) ahora habitada por monos hiperactivos, Destiny, de Girl Generation, que debe ser el tema que más escuché en el verano, Think about it, en una caminata por 18 en la que me encontré entendiendo la letra y riéndome mientras la gente me miraba como un loco, José José en noches desveladas, viendo aquella presentación en vivo descomunal una y otra vez, Bombay, posiblemente el tema del verano, con ese videoclip deslumbrante que deber ser de los productos cinematográficos que más me ha impresionado en años (http://vimeo.com/15247292), Wonderful One, de Page y Plant desde el mp3 de mi primo Andrés en una tarde en Atlántida, comiendo uvas chinche, con un litro de tinto en la panza y completamente seguro de que estaba en el lugar y el momento adecuado y que todo eventualmente saldría bien.</div><div>Fue un buen verano.</div><div> </div><div>Acá les dejo el link</div><div>http://www.mediafire.com/?al9qbo9lo81d58r</div><div> </div><div>Lista de temas:</div><div>01- El guincho- Bombay</div><div>02- Jorge Ben- Zagueiro</div><div>03- Kurt Vile- Space Forklift</div><div>04- Girl's Generation- Destiny</div><div>05- Fernando Cabrera- Placer</div><div>06- Norma- Enamorado</div><div>07- Lady Gaga- Teeth</div><div>08- Daughters- Our queens (One is many, many are one)</div><div>09- Sebastien Tellier- Kilometer</div><div>10- Calle 13- El baile de los pobres</div><div>11- Flight of the conchords- Think about it</div><div>12- Jimmy page and Robert Plant- Wonderful One</div><div>13- Scott Walker- When Joanna loved me</div><div>14- José José- El triste</div><div>15- Guided by voices- Game of Pricks</div><div>16- Destroyer- Chinatown</div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-16754570309955349152011-01-25T19:10:00.010-02:002011-01-26T21:24:39.223-02:00<div><span class="Apple-style-span"><b>Mejores canciones y discos del 2010</b></span></div><div><span class="Apple-style-span"><b>(o <i>cómo hacer un post con top 10 de canciones y un top 10 de discos, con sus videos y links de descargas correspondientes sin cobrar un peso</i>)</b></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span">Ah, las preciosas listas, ¿qué haríamos sin ellas? </span></div><div><span class="Apple-style-span">Sí, hace mil años que no escribo y la lista, como casi todo en este blog, ya llegó algo –quizás demasiado- tarde, pero en el fondo, considero que esta demora ha sido buen síntoma de haber estado aprovechando el verano.</span></div><div><span class="Apple-style-span">2010 fue un año curioso, en donde el rock uruguayo casi brilló por su ausencia y en el que pareció casi toda su escena musical reducida al cero kelvin. Antes había eventos para criticar, músicos y bandas sobre las que mofarse, valores perdidos sobre los que reclamar, injusticias que denunciar. En 2010 no hubo ni siquiera eso. Las carpas de Durazno se cerraron como las alas de un murciélago y de aquello ya sólo quedan algunos meros recuerdos. Todo el proceso fundacional del rock nacional fracasó –no analicemos ahora los motivos- y de todo aquel carnaval sólo nos hemos quedado con algunos eventos locos y la canibalística disputa de qué banda indie o mainstream va a talonear al próximo gran músico extranjero de turno</span></div><div><span class="Apple-style-span">En contrapartida a toda esta escena, lo que sí hubo fue visitas, y muy importantes, en cuya mayoría (a no ser, en lo estrictamente personal, el gran Jonathan Richman y Yo la tengo) la reacción y el disfrute se remitía inefablemente a una especie de adolescencia mítica que, si no la llegaste a transitar, difícil poder entender cómo se siente (algo que me pasó con los Pixies, en cuyo toque confirmé los geniales músicos que son y lo poco que significaron para mi vida).</span></div><div><span class="Apple-style-span">Este debe ser la tercera o cuarta lista de fin de año que he hecho en este blog. Sólo que conserva una diferencia fundamental, que es que en la misma agrego un top 10 de canciones (además de la clásica de los diez mejores discos del año), algo que, más que ser un simple capricho, ilustra un poco cómo ha cambiado mi acercamiento hacia la música en estos últimos tiempos (podríamos hablar del mp3 y cómo cambió la forma de esucha en los últimos años, pero creo que eso es algo sobre lo que ya se habló lo suficiente como para no redundar). </span></div><div><span class="Apple-style-span">Una canción importante tiene la cualidad de instalarse como una instantánea de un momento vivido, tiene esa sencillez de resumir estéticas, formas momentáneas de ver las cosas, un enamoramiento en particular, un olor, un verano en el que todo salió bien, una persona muerta. Un disco favorito es distinto, su efecto no es, por así decirlo, tan metonímico como metaforizante, y suele condensar, ya no un momento, sino una forma de pensar, un paradigma específico, una visión del mundo o espacio vital en que uno se desarrollaba. Es por eso mismo que consideré necesario hacer un listado de las dos categorías, para ver si dentro de unos años, al leer esto, consigo entenderme un poco más de lo que logro ahora.</span></div><div><span class="Apple-style-span">La descripción de los temas en la lista de las mejores canciones son mucho más escuetas que para los discos, principalmente porque no es la misma la habilidad que tengo a la hora de hablar de discos que de canciones, pero también porque en cierto sentido, las canciones, en algunos aspectos, suelen hablar por sí mismas. También posiblemente sea porque, dentro de lo posible, tengo miedo de que si me extiendo incurra en términos como “guitarras salvajes”, o “explosión sonora” (el horror… el horror).</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="560" height="345" src="http://www.youtube.com/embed/TGbwL8kSpEk" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><b>10-Girl’s Generation- Oh!</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Si bien no figura ni por asomo en <a href="http://www.lastfm.es/user/acevedokanopa/charts?rangetype=year&subtype=tracks">mi lista de last.fm</a>, si tal programa pudiera hacer scrobbing de los videos vistos en youtube, posiblemente esta canción de las Girl Generation estarían en mi puesto número uno o dos. El camino hacia el pop industrial es un camino de ida, y cuando es asiático está plagado de trampas y puertas falsas. Las Girl Generation ya habían tenido un efecto de flash adictivo la primera vez que las escuché (en este videoclip que a más de uno le hizo salir sangre -y algunas otras sustancias- por la nariz), pero es con Oh! que realmente quedé enganchado. El rol del pop idol en la cultura asiática ocupa un lugar bastante particular (básicamente la de ser, un producto intercambiable, pero a la vez venerado -vean en todo caso Perfect Blue, de Satoshi Kon) y viendo otras actuaciones de la banda, la forma en que se posicionan en vivo, en forma de cuña (cual ejército romano) <a href="http://www.youtube.com/watch?v=ecaFz-p-ypU">la manera en que van intercambiando posiciones</a>, como piezas de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Go">Go!</a>, seres creados a imagen y semejanza de un mega programador despierta mis más dementes fantasías, la idea de un internado en donde las tienen encerradas, enseñándole una y otra vez coreografías, sólo dejándole los platos de comida debajo de la puerta, bajo la amenaza de ser suplantadas, o simplemente eliminadas bajo el más mínimo indisciplinamiento. Por supuesto, esto no es más que una fantasía bastante misógina sostenida y desarrollada por todos los giallos o <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Pink_film">cine rosa japonés</a> que uno se ha comido en su vida, pero por momentos sólo se puede entender así esa dimensión del pop idol asiático que, en este caso, está formado por un montón de chicas que, tal como <a href="http://www.youtube.com/watch?v=Q7UEMUoUS9Q">aquellos sinóforos capturados en las bases petroleras</a>, componen un megaorganismo palpitante. Esto se puede ver en el videoclip la manera en que las velocidades y lo estático de las chicas se mantienen en ritmos diferentes, pero perfectamente coordinados. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Igualmente complejo y ordenado es la entrada de los sinthes, que colocándolo al lado de cualquier tema pop standard, suena como mecánica cuántica –algo que caracteriza a gran parte del pop industrial asiático, con composiciones tan complejas (pero a la vez sencillas y gancheras al oído) que hacen parecer la composición de los temas algo similar a la confección de un babilónico videojuego)-. Droga de diseño para el oído.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="560" height="345" src="http://www.youtube.com/embed/HjWj5gJ6Kvc" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><b>9-Janelle Monáe- Tightrope</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Definitivamente, uno de los temas del año. Con una sencillez, una energía, un látigo y un swing que hace recordar a lo mejor de James Brown, Janelle Monáe desliza su voz con una ligereza similar a la que se percibe en sus zapatos acharolados. Es realmente uno de los grandes temas favorecidos por videoclips que hubo en el año –sobre los que Darío habló con muchos puntos de certeza en<a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/2011/01/youtube-saved-video-star.html"> este post de Elbailemoderno</a>-, donde vemos, luego de mucho tiempo, a gente bailar auténticamente ¿Se acuerdan cuando la gente bailaba y no se limitaba a meter breaks con meras coreografías robóticas? (*ej: el break de la canción de J-Lo en esta canción al minuto 2:46).</span></div><div><span class="Apple-style-span">Janelle retoma esta veta perdida de la música negra, que desde Michael Jackson había sido reducida a un mero efecto mal entendido.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Janelle lo hace todo sencillo, y cuando terminás de escuchar Tightrope, tenés ganas de inscribirte en un curso y bailar hasta con tu vieja. Que se pueda desencadenar ese grado de espontaneidad en tiempos donde todo parece aprendido como de memoria, ya lo vuelve una canción importante.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="425" height="349" src="http://www.youtube.com/embed/zEMXxrQeqsk" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>8-Javiera Mena- Un audífono tu, un audífono yo</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Para quien sigue a Javiera Mena, su último disco se siente como encontrarse por primera vez a una sobrina de dieciocho que no veías desde que tenía siete. Es un disco complejo, en el que la nena de los temas space pop de Esquemas juveniles ya no está más, pero que tampoco llega a ser una persona adulta (más allá de sus 27 flamantes años), tan constituida como para tener las cosas en claro. El mejor caso de esta sensación es <i>Un audífono tu, un audífono yo</i>, un tema que, tal como indica el título, se asocia con esa experiencia que a más de uno le pasó –y que si no le pasó, que bajón- propia de la adolescencia, de compartir algo con alguien muy especial y construir y recrear toda una escena idílica a partir de ese mero detalle. En mi adolescencia compartí un audífono con más de una chica –para ser sincero, con magros resultados amorosos- encerrándome luego en mi cuarto, viendo el techo e intentando sentir el calor de la otra oreja en esa canción que uno vuelve a escuchar y parece colocarte, como si fuera un ectoplasma saliendo de los cables, a la persona en tu cama. Algo que va más allá del mero idilio romántico y casto, y que marca en sí, la diferencia fundamental con la anterior factura de sus trabajos, es cuando entra un recitado de Javiera, hablándole directamente a su objeto de amor, en un discurso completamente cargado de deseo –cuando no sensualidad-. </span></div><div><span class="Apple-style-span">La mayoría de las bandas podrían tentarse en colocar a la persona real en situación, pero en el tema de Javiera Mena, el recitado está dedicado a alguien que permanece pero en su plano de fantasía. Un buen retrato de alguien que recién comienza a entender lo que es enamorarse o desear.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="425" height="349" src="http://www.youtube.com/embed/VcS0oJwlz_Q" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>7-Ariel Pink Haunted Graffiti- Bright lit blue skies</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Ariel Pink, excavador de discos como pocos, ha hecho de sus álbumes grandes monumentos a la música con la que se atosigaba horas enteras durante su juventud (me lo imagino con una radio AM, encerrándose en un baño o en un galpón para escuchar a solas cortinas musicales de programas radiales que luego fundiría como en una gran pasta en discos como <i>The Doldrums</i>), un museo artesanal y posiblemente construido en su casa al que sólo podían visitar sus amigos más cercanos. Con <i>Before Today </i>se acerca, por primera vez, a un sonido más convencional y menos low-fi, pero no por ello se olvida de su pasado. Es así que entre los temas encontramos <i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=NS8qXe8bXbs">Reminiscences</a></i>, un cover impensado y fascinante de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=YjFe0tq5Yc4">la etíope Yeshimebet Dubale </a>y Bright lit, blue skies, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=LJLYq0tHAPk">de los Rocking Ramrods</a>. Banda beatlera de los sesenta, los Rocking Ramrods llegaron a ir de tour por Estados Unidos con los Rolling Stones, pero poco es lo que se los recuerda. Sin embargo, Ariel Pink toma el tema y lejos de alterarlo completamente, como buen restaurador, le cambia la fachada –manteniendo el corazón de la canción, pero dándole un aire más surf rock, cambiando por un ritmo menos marcado que el de los ingleses- haciendo una de sus grandes piezas de orfebrería que encierra uno de lo mejores discos de la década.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="425" height="349" src="http://www.youtube.com/embed/4gLchnoNOAo" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>6-Grienderman- Mickey Mouse and the goodbye man</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Posiblemente el mejor comienzo de disco del año. Viendo la lista de mis temas favoritos (no tan así con la lista de mejores discos), Grinderman es posiblemente uno de los pocos flamantes defensores de rock, con un sonido que , a diferencia de su disco predecesor (Grinderman I) no sufre de ese insólito vacío de producción entre batería, guitarra y voz. Muy por el contrario, el bajo se lanza con todo y la canción te explota en las manos con la furia de una bomba brasilera fallada. Nick Cave sigue siendo el mismo poeta que se permite versos como “We built a shelter/ under her body”, pero lejos de ser el hombre melancólico y abordado por cuestionamientos metafísicos, se permite ser completamente sucio, lascivo y hasta tener sentido del humor –ver si no, el videoclip de Heathen Child.</span></div><div><span class="Apple-style-span">La mayoría de los temas de Grinderman II tienen una estructura circular, rayana en lo obsesivo, y Mickey Mouse and the goodbye man es uno de los mejores ejemplos, donde las repeticiones de bajo y guitarra -al mismo tiempo que en la letra, intercambiando con el resto de las canciones del disco personajes de The big bad wolf- se van condensando y cayendo sobre el espectador como un techo desplomado por el fuego.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><i>Mickey Mouse and the goodbye</i> man es uno de esos temas, esas grandes proezas que de golpe te hacen recordar que Nico Cuevas sigue siendo Nick the stripper, más allá del bigote o su ausencia, de sus entradas, de sus hijos, de sus novelas, de su casa en el campo, o </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: georgia; font-size: medium; ">de su brazos definitivamnete limpios</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="425" height="349" src="http://www.youtube.com/embed/kj5qcqOObOo" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>5-Emeralds- Goes by</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Aislar un tema del <i>Does it look like I am here</i> es como segmentar arbitrariamente un trayecto de todo el viaje que representa el disco. Sin embargo, <i>Goes by </i>es un desvío que la banda agarra, en donde parece, por algo imposible de decir con palabras, llegar al cielo. La forma en que entra la guitarra, las ondas de radio, esa aura que recuerda a lo mejor de los alemanes Popol Vuh, me hace sentir una extrañísima sensación de bienestar que pocas canciones me han hecho sentir en muchísimo tiempo. Goes by o cómo la radio AM se convirtió momentáneamente en Dios.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><object height="81" width="100%"> <param name="movie" value="http://player.soundcloud.com/player.swf?url=http%3A%2F%2Fapi.soundcloud.com%2Ftracks%2F9664777%3Fsecret_token%3Ds-ePeYl&secret_url=true"></param> <param name="allowscriptaccess" value="always"></param> <embed allowscriptaccess="always" height="81" src="http://player.soundcloud.com/player.swf?url=http%3A%2F%2Fapi.soundcloud.com%2Ftracks%2F9664777%3Fsecret_token%3Ds-ePeYl&secret_url=true" type="application/x-shockwave-flash" width="100%"></embed> </object> <span><a href="http://soundcloud.com/aeak270/06-asco-al-sexo/s-ePeYl">06 - asco al sexo</a> by <a href="http://soundcloud.com/aeak270">aeak270</a></span> <br /><div><span class="Apple-style-span"><b>4-Carmen Sandiego- Asco al sexo</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">El mini acordeón abriendo y cerrando el fuelle, como si fuese un pecho nervioso o extasiado (de dolor, de un llanto, de una paja). La forma en que van entrando los demás instruimentos, la guitarra acústica repetitiva, la sombra a lo Murneau de un órgano que se adentra amenazante como a través de varios velos en la canción, un xilófono taladrante como una obsesión, como una penetración no consentida. Y una letra que incluye momentos como <i>“Si todo estuviera bajo cero no habría posibilidad de confundir los cuerpos. Hace tiempo que tengo asco al sexo. Aún así, debo admitir, que no hay otra cosa en mi cerebro” </i>y la parte casi recitada <i>“El dijo acabá encima mío. Yo dije “quien limpiará, quien limpiará todo esto”. El dijo los humanos tienen manos los humanos tienen lenguas y yo huí, huí, huí”</i>. Lejísimos de la mera táctica de shock, Carmen Sandiego hizo uno de los temas más incómodos, pero a la vez más sinceros que se hayan registrados por estos lados. Justamente, lo más interesante de Asco al sexo es que es un tema sin valor de cambio, una canción imposible de colocar en cualquier situación que involucre a más de uno. Es un tema que no te va a animar una fiesta, que no vas a poner para estudiar, que no se lo vas a mandar a una persona (dependiendo de cuales sean tus complicadas intenciones) y que no vas a poner para dormir o garchar (mucho menos). Es un yuyo venenoso, que no alimenta ni es lindo, pero que no te queda otra que contemplar cómo se va comiendo todo tu jardín.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Realmente, no conozco una canción igual que utilice los mismos términos y no quede en la mera guarangada. La única respuesta a la manera en que Carmen Sandiego salta de voltereta hacia atrás, cayendo siempre derecho, como bailarina de gimnasia artística, se encuentra en los pequeños detalles, en ese "se lo lleva el viento” más melodramático, en noción innata de composición de escena, no sólo en su temática, sino en la forma de decir las cosas, en donde lo que dice Flavio Lira, ya no parece una confesión susurrada, sino de esas verdades escritas en silencio, en el azulejo del baño de un bar, con un dibujo y un número de celular inventado escrito al lado</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="560" height="345" src="http://www.youtube.com/embed/hA9UA3CSnms" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>3-Staygold & Robyn, Spank Rock & Damien Adore -Backseat</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">El P3 Guld de Suecia debe haber sido uno de los eventos más increíbles en cuanto a presentaciones en vivo que haya presenciado en los últimos tiempos, en donde todo parecía salido de la manga de un dios nórdico que ni siquiera conocíamos, desde <a href="http://www.youtube.com/watch?v=ymCP6zC_qJU">los agradecimientos de con la cara derretida de Fever Ray</a>, hasta la <a href="http://www.youtube.com/watch?v=pRuydYkkRzI">presentación a lo The Residents de los Teddy Bears</a>. En ese contexto aparece Backseat, canción armada por una especie de globber trotters del pop sueco, entre ellos Staygold y la mucho más conocida por estas latitudes, Robyn. Todo lo referente a la presentación es perfecto, el vestuario, el escenario, el tema, absolutamente todo. Es de las cosas más perfectas, más disciplinadamente cronometradas que he visto, esa mezcla entre el pop estático y militar del vocalista –vestido como si fuese el archiduque Francisco Fernando- combinado con la parte más móvil del rapero que entra en escena y la entrada tardía, como si fuese a través de un sueño, de la voz de Robyn. El pop, a diferencia del rock, generalmente más primitivo y pragmático, es una historia de mensajes cruzados, de hacer una canción triste con una melodía alegre (ej: los smiths), o de permanecer sexy sin movérsete un pelo, y Backseat, en este sentido, no puede ser más pop, siendo una canción cargada de una sensualidad encorsetada ejecutada con la frialdad de un carnicero frente a la sierra de cortar carne. Un video que posiblemente haya pasado re desapercibido, pero que tendría que ser analizado con libreta de apuntes, para cualquiera interesado en hacer pop en el siglo XXI. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Incluso al lado de Kanye West, Zola Jesus o Lady Gaga, Backseat parece <i>el futuro</i>.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="560" height="345" src="http://www.youtube.com/embed/yfySK7CLEEg" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>2-The National-Bloodbuzz Ohio</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">En <i>Bloddbuzz Ohio</i> vemos a Matt Berninger, con una barba espesa y prolija (tiene un ligero parecido a <a href="http://laintuiciondeleer.blogspot.com/2009/04/cartas-de-amor-sigmud-freud.html">Freud de joven</a>), vestido de saco y corbata, a veces con una gabardina de paño y nos damos cuenta de que (con sus cuarenta años) no es un pibe. Es un mero detalle del video, pero está íntimamente ligado con lo que es The National en su relación con el indie actual. En un universo lleno de universitarios obsesionados por mantenerse flaquitos, inteligentes (más bien, perspicaces) y jóvenes, los de The National parecen unos tipos que no pudieron ir a la universidad, mirando desde el otro lado de la acera a jóvenes corretear, teorizar y cargarse minitas en el campus de una universidad pagada por sus viejos, para luego ajustarse la gorra y volver a la fábrica o la tienda apolillada donde trabajan . </span></div><div><span class="Apple-style-span">High Violet, a diferencia de los drypens fluorescentes que aparecen en la tapa, es un disco monocromático (pero con un greyscale inmenso) sobre la madurez, sobre esa sensación oscura y persistente de que las reglas de juego ya cambiaron, que las palomas se comieron el camino de miguitas de vuelta que uno había trazado. </span></div><div><span class="Apple-style-span">De todo ese disco, Bloodbuzz Ohio es posiblemente el tema más contundente, con la letra mejor escrita del año, la imagen del viaje de vuelta a Ohio en un enjambre de abejas, esa ciudad del pasado, de la que uno se acuerda, pero que ella no se acuerda de uno (cabe recordar que la banda es originaria de aquella ciudad más bien fea y triste, habiéndose mudado de ahí para radicarse en Brooklyn). “I still owe Money, to the Money to the Money that i owe i never though about love, when i thought about home”. Bloodbuzz es una sensación de desarraigo, pero no un desarraigo radical, llorado a los cuatro vientos, sino con un desarraigo natural, una puerta que se dinamita en cámara lenta, y frente a la que no podemos más que recordarla, o pensarla de otra manera. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Y la voz barítono de Berninger parece contemplar esa serena fatalidad, con toda esa dignidad arrolladora que irradia su rostro.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><iframe title="YouTube video player" class="youtube-player" type="text/html" width="425" height="349" src="http://www.youtube.com/embed/wiLqAu4s-_s" frameborder="0" allowFullScreen></iframe><br /><div><span class="Apple-style-span"><b>1-Ariel Pink Haunted Graffiti- Round and Round.</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">La primera vez que escuché este tema fue con Ezequiel en el balconcito de mi apartamento. Habíamos destapado unas cervezas y me dijo que tenía que mostrarme algo que me iba a impresionar. A mi Ariel Pink siempre me había gustado, pero por alguna razón me generaba una tristeza particular (no sus melodías, ni sus letras, sino su sonido) que había hecho dosificarme muy espaciadamente todos sus discos.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Aquella noche, en mi computadora sonó <i>Round and Round</i> y si bien me atrajo de primera el bajo y unas melodías que no tenían nada que ver con el sonido más low fi que recordaba de Ariel Pink, no fue hasta el estribillo que me terminó de partir la cabeza. El <i>Hold on, I’m calling, calling back to the ball</i> es un verso que solo puede repetirse en la cabeza de uno acentuándose indefinidamente las vocales. Es posiblemente una de las mejores entradas de estribillo (que se toma mucho tiempo en aparecer) que haya escuchado, que tiene tanto del sofisti-pop de los ochenta como de las mejores baladas de los setenta. El bajo, tal como el nombre de la canción, tiene una estructura circular que parece sumir toda la melodía a un sereno remolino.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Una canción que la bailé en mi cuarto, que me acompañó en viajes en ómnibus, que se la dejé en contestadores de personas, que canté en la ducha, que quedó retumbando en mi cabeza como un ritornelo salvador en momentos jodidos, que se la mostré a amigos escépticos, que intenté tocar en guitarra, que mastiqué y mastiqué como un rumiante a una hoja de coca.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Esa primer noche en que la escuché, recuerdo haber apretado sin querer la opción de Repeat. Recuerdo que el tema sonó como ocho veces seguidas y yo seguía esuchándolo, deseando que Ariel Pink y toda su banda nunca dejaran de repetir ese estribillo.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><b>Mejores discos del 2010 (puse links de descarga debajo de cada una de las mini notas)</b></span></div><div><br /></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDnrIOWW8G8NmAkZcm6Y6x9gfHTcJS2KykG8GJ8k8l80c2IZ-zz1bZsYmwLAJfd9bF1SZEpaHH9Zv6OffVihMyTXZXVIN4kKrhBT1qbs_K5hyGdU7OPBFWePCPHP5ayyYlWR5Z9g/s1600/kanye-west-my-beautiful-dark-twisted-fantasy.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDnrIOWW8G8NmAkZcm6Y6x9gfHTcJS2KykG8GJ8k8l80c2IZ-zz1bZsYmwLAJfd9bF1SZEpaHH9Zv6OffVihMyTXZXVIN4kKrhBT1qbs_K5hyGdU7OPBFWePCPHP5ayyYlWR5Z9g/s400/kanye-west-my-beautiful-dark-twisted-fantasy.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566594833044163010" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>10- Kanye West- My beautiful dark twisted fantasy</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">2010 fue el año en que Kanye West explotó. No importó si a la prensa le gustaba o no, si les parecía un forro o un genio, West existió como fenómeno aparte y lo único que les quedaba era ser parte pasiva de su aceptación en tanto hecho, o circunstancia específica. Razones suficientes y sobrantes para convertir a My beautiful dark twisted fantasy en el disco del año. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Más allá del temor a estos microfascismos del hype, el álbum alla a cualquiera cuando uno percibe la condición de hit de cada uno de sus temas, la forma en que West leyó las reglas del juego y produjo en serie, y de manera sorprendentemente dosificada, una lista perfecta de temas para estar en cualquier listado, cualquier opinión, cualquier disertación sobre la música en particular. </span></div><div><span class="Apple-style-span">En este último sentido, si bien la suprasegmentación de los medios nunca podrán permitir –o al menos no creo- generar un efecto de avalancha y omnipresencia como el de Michael Jackson con Thriller (MJ, en todo sentido, es el Peter Pan privado de Kanye West), hay suficiente música en <i>My beautiful dark twisted fantasy </i>como para construirse diez neverlands y seguir viviendo de sus ganancias. Pero no sólo es un material perfecto en cuanto a potencial de comerciabilidad y ganchos (algo que señala que Kanye, más allá de su egolatría, sigue teniendo la suficiente lucidez para ver bien cómo funciona el mundo a través de las rendijas de <a href="http://www.dentromusica.com/wp-content/uploads/2010/11/kanye-West.jpg">aquellos insignes lentes de plástico</a>), sino que es un disco que encierra a una historia en sí, que se hace tan personal y decididamente transparente que por momentos resulta incluso incómoda. Lo que vemos es a Kanye West, el mismo douchebag que <a href="http://favstar.fm/users/kanyewest/status/24700964979">escribe twits</a> que <a href="http://favstar.fm/users/kanyewest/status/25613250979">parecen salidos de This is Spinal Tap</a>, el mismo que es tan odiado y amado por igual. Lejos de ser el disco en que Kanye se encontró el pimpollo de un pene extra saliendo de su glande (algo que podría pensarse en videoclips tan <a href="http://www.youtube.com/watch?v=O7W0DMAx8FY">larger than life como Runaway</a>, o temas casi infantilmente autolegitimantes como <a href="http://www.youtube.com/watch?v=L53gjP-TtGE&ob=av2el">Power</a>), en esta noción de autoimportancia, <i>My beautiful dark twisted fantasy</i> tiene tanta locura, megalomanía y persecuta como para hacer ocho <a href="http://www.letraslibres.com/index.php?art=13605">Memorias de Schreber</a>. Lograr un disco tan personal, que juega con la misma integridad personal de un personaje público (una auténtica acrobacia volante sin red), pero que a la vez aquello no quede sólo en lo meramente ridículo o satirizable, haciendolo comunicable y compartible con un grueso importante de público, toca a Kanye con la misma vara que ha se ha posado sobre la cabeza de lo grandes como puede ser David Bowie.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.flowactivo.com/web/2010/10/download-kanye-west-my-beautiful-dark-twisted-fantasy-2010/">Bajar</a></span></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKBiqHGt1NfLDZSBAlmrv7IAOHz0FnhEv7B9-GZrzw4sCe-6eVU_hQrrd0bga_VwvlXzMSWXHAzqbqSvKEXmC3PD8RW81HZVcnBpUDd7-nIWV6ZGvK48dffodtYQhVx_rvPlhRFA/s1600/tapa-canarios-BAJA.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 336px; height: 340px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKBiqHGt1NfLDZSBAlmrv7IAOHz0FnhEv7B9-GZrzw4sCe-6eVU_hQrrd0bga_VwvlXzMSWXHAzqbqSvKEXmC3PD8RW81HZVcnBpUDd7-nIWV6ZGvK48dffodtYQhVx_rvPlhRFA/s400/tapa-canarios-BAJA.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566594842945567906" /></a><div><b>9- La hermana menor- Canarios.</b></div><div><span class="Apple-style-span">El disco en que Tüssi dijo "Sabés que, no te tomes un taxi, ¿por qué no te quedás a desayunar conmigo?"</span></div><div><span class="Apple-style-span">Ya escribí sobre este disco en una nota de la diaria. <a href="http://elpijamadehepburn.blogspot.com/2010/12/la-hermana-menor-bizarro-2010.html">Acá la pueden leer</a></span></div><div>(Este es el único no disponible para bajar)</div><div><br /></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYfifgrU5Kuq1WR1y9hKJANY_eZrIQjtH-SZVtZXNFCrtZ9jw4nkkOyjeEHlQQM_LQYytk7QLfJMURmsT0qqtA8VuuAHEI4Bt5BGjvVQbHyBpcygvskHn8MiqqAQte09DtImld8A/s1600/daughters-st.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYfifgrU5Kuq1WR1y9hKJANY_eZrIQjtH-SZVtZXNFCrtZ9jw4nkkOyjeEHlQQM_LQYytk7QLfJMURmsT0qqtA8VuuAHEI4Bt5BGjvVQbHyBpcygvskHn8MiqqAQte09DtImld8A/s400/daughters-st.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566594848831836466" /></a><div><b>8-Daughters- Daughters</b></div><div><span class="Apple-style-span">En tiempos donde la mayoría de los músicos parecen practicar pilates y hacer la dieta de la luna, es buena noticia escuchar a bandas haciendo música realmente maligna. Disco prácticamente póstumo, el último álbum de Daughters abandona los gritos y temas cortos y explosivos, más cercanos al grindcore, de sus anteriores trabajos y opta por un sonido más pulido, pero que nunca se aparta de la disonancia y ambientes abrasivos. Lo primero que viene a la mente cuando escucho temas como la extraña <a href="http://www.youtube.com/watch?v=SMCeBPT0gi4">The theatre goer</a> (perturbador tema sobre los límites de la cuarta pared que está revestido de una densa capa de extrañamiento, como si la letra- a diferencia de los poderosos riffs que atraviesan la canción- circulara por las entrañas de un pantano viscoso), o la persistente como taladro de dentista “<a href="http://www.youtube.com/watch?v=XdYfIOJWnBI">Our queens (one is many, many are one)</a>” -una canción con un aire de festejo público celebrando un decapitamiento- es el grand guignol proveniente de The Jesus Lizard, no cayéndosele a los Daughters en ningún momento semejante posta llena de clavos. Muy al contrario, Daughters se maneja bien con los ritmos sincopados y la atonalidad y la voz de Alexis S.F. Marshall, en la que se percibe esa fascinación inherente hacia el blues y el rockabilly que también se podía presenciar en sus ancestros texanos,. Padres feos y deformes como Yow y compañía solo podrían parir unas “hijas” sucias, desdentadas y llenas de amputaciones, pero cuando nos encierran en el sótano donde les suelen tirar cabezas de pescado y cartílagos de pavos, sabemos quien tiene las de perder. </span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.mediafire.com/?agminewjmze">Bajar</a></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSWnNkLauGrB_iu16t1HxJFpkFmGF-RFp6mkX9d-d2zuw4WZ05MP2kLLFagCeoyVoGTfhSazb3U2uHObN2vXmK-vzLZNqY2Etn-EMsgU_8wo9RV7dlQuWgLaidabsSPi-a-LortQ/s1600/joven-edad-tapa.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSWnNkLauGrB_iu16t1HxJFpkFmGF-RFp6mkX9d-d2zuw4WZ05MP2kLLFagCeoyVoGTfhSazb3U2uHObN2vXmK-vzLZNqY2Etn-EMsgU_8wo9RV7dlQuWgLaidabsSPi-a-LortQ/s400/joven-edad-tapa.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566594862327363170" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>7-Carmen Sandiego- Joven Edad</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">En un año donde hubo poquitísimas ediciones nacionales (aún más exiguo el número de las que realmente valieron la pena), Carmen Sandiego vuelve a lanzar un disco y, tal como el año pasado había considerado a <i>Nanas </i>el mejor disco uruguayo del año, no dudo un segundo al otorgarles de nuevo la placa con <i>Joven Edad</i>. </span></div><div><span class="Apple-style-span">A diferencia de sus otros trabajos, Joven Edad es un disco de un sonido decididamente más pop y menos low-fi, algo que, tal como ocurrió con Ariel Pink, terminó –diferente a pasteurizar su sonido para volverlo más accesible- resaltando muchas de las cualidades que ya ofrecía más veladamente la banda. Pero esto no es sencillamente un cambio de chapa y pintura, con la incorporación de Ezequiel Rivero (que de a poco se va convirtiendo en un productor que convierte en pop todo lo que toca) y Matías Lens en la bata (uno de los bateristas rítmicos más entusiastas que he visto y escuchado) la banda adquiere un sonido bastante diferente y se permite hacer temas más homogéneamente enérgicos, fuerza que antes sólo quedaba relegada a algunos espasmódicos accesos de violencia (como los gritos de Leticia Scricky en la vieja Calefactor). Más allá de esto, Carmen Sandiego retoma el mundo de referencias que ha ido construyendo desde el comienzo, así como también cierta violencia de estrangulación con guantes de seda que se percibía en sus anteriores trabajos. <i>Destape </i>ya introduce a Cacho Castaña, a un bulín en Ayacucho y a una bailarina (o bailarín, con Carmen Sandiego la confusión de géneros es permanente) llamado Andrea. La transformación de esta imaginería argenta setentosa (en esa época extraña donde todos los argentinos que aparecían en películas de Sofovich y similares parecían sólo hablar en lunfardo tanguero) se vuelve más sórdida con el verso “oh Andrea, cuando venis vos me hacés sentir como un chiquilín” (frase de viejo verde, si las hay). </span></div><div><span class="Apple-style-span">Carmen Sandiego es una banda de grandes líneas y esta condición se repite en algunas canciones que tienen una contundencia emocional pocas veces escuchada en la música nacional (pensar en el último circulo del infierno del despecho que es <i>Superado</i>, o en la extraordinariamente perturbadora y traumática visión del sexo en <i>Asco al sexo -</i>sobre la que ya hable en este post).</span></div><div><span class="Apple-style-span">Tal como mencionaba Gonzalo Curbelo en la diaria, la tapa lo dice todo: Carmen Sandiego toma la estética de una época, la transforma y a través de ella habla de lo que nuestro inconsciente cultural se venía amordazando desde hace tiempo. Un cuarto con móviles herrumbrados en el techo que se han construido a imagen y semejanza de ese propio cielo-infierno, ese mundo infantil donde todo existe excepto la inocencia, o donde la inocencia existe, pero que se parece más a la de la decoración del cuarto de Pedro, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=RqQkjA80bIk&feature=related">aquel psicótico de la película Arrebato</a><a href="http://www.youtube.com/watch?v=bu_o33SUfQo&feature=related">. </a></span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.dondeenelmundo.com/">Bajar</a></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiO394vgc-2IqzsEf4bRKUFydW29r1S5pope4Qu-bEufsAJkNw8T7WJEGenUSi_ufE9gbKHScLy5nCo2vgGp6qPfTRHNkPp2NNWV11zMO0JGyaBQ5XaNQWGxdg_wTiw6hSQqw3Msg/s1600/triangulodeamorbizarr.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 390px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiO394vgc-2IqzsEf4bRKUFydW29r1S5pope4Qu-bEufsAJkNw8T7WJEGenUSi_ufE9gbKHScLy5nCo2vgGp6qPfTRHNkPp2NNWV11zMO0JGyaBQ5XaNQWGxdg_wTiw6hSQqw3Msg/s400/triangulodeamorbizarr.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566594866231589378" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>6-Triángulo de amor bizarro- Año santo</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Volviendo a Arrebato, si <i>Año santo</i> fuese una película, sería una bizarra película de terror de la época del destape español.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Un disco que incluye en el tema de apertura dos estrofas como <i>“si insistes/ si insistes/ mejor te cortas las venas/ después de un anuncio/ no te preocupes de tu familia/ después yo lo explico/ sin detalles/ sin detalles/ que simplemente te has sido”</i> y que más allá del sonido distorsionado, del gigantesco muro de sonido que se te planta adelante siga siendo pop, definitivamente es un disco distinto. Triangulo de Amor Bizarro sacan un disco mucho más estruendoso, pero a la vez tan escuchable y pegadizo como el de su debut, sólo que ahora, la ya amoralidad que rondaba sus temas (que un estribillo diga “<i>llevar navaja siempre es convenient</i>e” no es algo que se escuche todos los días) se carga de una oscuridad no antes vista en la factura del grupo.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Algunos versos de TAB le hacen justicia a los alucinantes nombres de canciones (que compiten en su longitud con los de Sufjan Stevens), como “<i>De la monarquía a la criptocracia</i>”, “<i>Amigos del género humano</i>”, o “<i>El culto al cargo o como hacer llegar el objeto maravilloso</i>”, entre ellos la ya citada invitación al suicidio, o un verso como “<i>no me importa que no me quiera, yo la quiero por los dos</i>”. En <a href="http://jenesaispop.com/">Jenesaispop </a>se señala con acierto un montón de imaginerías religiosas, que convive de una manera particular con una sensación de peligro, de maldición sorda que tiñe todo el disco.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Un grower, que en principio parece opacado por su predecesor, pero que sufriendo una lenta decantación, llega a otros lugares en que el primero se quedaba en la mera superficie (con los españoles, ahora, nadando en su río de agua viva)</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://nodata.tv/4522">Bajar</a></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEig5wFFFGW6Yh1wDAzIgCRDhLh1FzMgpnjePy0PcHrZ9SwNuuBZZOPAdqE223Ftt6L3ASRXq4B2WZSLgvLIr6CcxnGRwXXFvfudabiJUTJbsgdzaTomJNM1XM2fFtAHli3gyx1P5w/s1600/mexicocityblues.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 375px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEig5wFFFGW6Yh1wDAzIgCRDhLh1FzMgpnjePy0PcHrZ9SwNuuBZZOPAdqE223Ftt6L3ASRXq4B2WZSLgvLIr6CcxnGRwXXFvfudabiJUTJbsgdzaTomJNM1XM2fFtAHli3gyx1P5w/s400/mexicocityblues.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566596742957794930" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>5- Los Negretes- Mexico City Blues</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">A Los Negretes les vengo siguiendo el tranco desde un antiguo post de <a href="http://killyourtaste.blogspot.com/">Martin Canova</a>, que me permitió conocer a algunos de sus integrantes, entre ellos un uruguayo que vive en el DF desde hace muchísimos años. Habiendo sido <i><a href="http://nodata.tv/3948">Los últimos diez minutos de María Duval</a> </i>una imponente carta de presentación (como si entraran a una fiesta de etiqueta tirándose de cabeza contra una pirámide de copas de champagne), Mexico City Blues termina de condensar todo lo parecía flotando como ideas a medio terminar. Es curioso, pero son de esos discos de no más de cuarenta minutos que parecen un disco doble, no porque se nos haga lento (ni mucho menos), sino por lo mucho que hay para contar. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Mexico City Blues es un disco definitivamente punk, de una banda definitivamente punk, en tiempos donde nadie sabe a ciencia cierta qué es eso. Todo grabado directo a un portaestudio, ya desde “<i>Canción lenta</i>”, que parece un tema que se fuera derritiendo en el transcurso del mismo, escuchamos los ecos de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=gDtqbS7DK2s">Sister Ray de la Velvet</a>, un universo cargado de acoples, fuzz y sonidos valvulares, mutando hasta perder completamente el rostro.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Con una lírica propia y contundente, las letras parecen salidas de la cabeza de algún personaje de Bolaño, como el despechado y paranoico hombre que recuerda a una mujer en <i>Lloviendo sobre el DF</i> (mi canción favorita del disco, una breve historia contada en la pieza de un hotel, una condensación extrañísima de recuerdos sobre una mujer que el protagonista no puede controlar, sobre la que se sabe que nada se puede hacer, y sobre la que pesa una maldición, algo inevitable), <i>Mexico City Blues</i>, donde la ciudad se convierte en un mismo personaje, o la sonámbula y melancólica <i>Salón Casino</i>. Estoy escribiendo esto y me doy cuenta de que me complica severamente expresarme. Creo que lo inasible del disco y las letras es cierta dimensión invisible de lo natural y cotidiano. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Ahora cuando intento encontrar raíces y comparaciones, me doy cuenta de lo mucho que los Negretes me hacen acordar a Sumo, pero de una manera muy distinta al grueso de bandas que se consideran vástagos de dicha formación. A diferencia del resto del mundo (que agarran por la Avenida La rubia tarada, o por la ruta Mula plateada, Los negretes parecen haberse metido en un agujero en la cerca del callejón Mañana en el abasto, una canción-camino drásticamente diferente a todo lo que había hecho Sumo, y que de hecho ni siquiera fue continuado por ellos mismos (que de hecho, al menos según la biografía de Petinatto, casi todos los de la banda la odiaban). Los Negretes ponen carpas en ese callejón, solo que no hablan sobre el Abasto, sino sobre el DF, pero no sobre la ciudad en sí, en su mero aspecto descriptivo, sino lo que significa caminar por sus calles, lo que significa <i>ser </i>de ahi.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://nodata.tv/6159">Bajar</a></span></div><div><br /></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwgdOjpojIzOt6g8-hcc-n_4OTf9CnYxaONX8nAnMQWW_B5J9p3mj_V2AwxX4rwyHtEWzQp8xaQD_aCnKYLAGoO3J2oM05TjDlZuoK505WQey_un9jW2jY8MIZc1v6JTXASG-Elg/s1600/archandroid_cover.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwgdOjpojIzOt6g8-hcc-n_4OTf9CnYxaONX8nAnMQWW_B5J9p3mj_V2AwxX4rwyHtEWzQp8xaQD_aCnKYLAGoO3J2oM05TjDlZuoK505WQey_un9jW2jY8MIZc1v6JTXASG-Elg/s400/archandroid_cover.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566596747442026338" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>4-Janelle Monáe- The Archandroid</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">El último disco de Janelle Monáe es lo que estaría haciendo David Bowie si fuera negro y supiera bailar bien. Es verdad que, después del gen Arcade Fire, todo se puso un poquito más épico, yéndose un montón de bandas a internarse en iglesias y secuestrar a niños castrados para que hagan coros en temas llenos de arreglos de cuerda, pero la idea de Janelle supera todo límite de megalomanía. The Archandroid es una obra conceptual futurista completamente delirante (ya desde la portada podemos percibirlo, con esa estética a lo Fritz Lang mechada con iconografía afro), pero que tiene la suerte, o el auténtico don de nunca sonar pomposa. A esto se debe la sencilla razón de que los temas, más allá de cierto ordenamiento conceptual, son bastante variados y frescos (con Tightrope, uno de los temas –y video- con más swing que haya escuchado en los últimos años), pero sobre todo por cierta destreza innata, completamente natural que envuelve por completo a Monáe. A diferencia de la mayoría de las vocalistas influidas por el soul, donde el canto conserva cierta búsqueda inherente de llegar a un plano extático, de pura voluptuosidad (algo que tiene mucho que ver con las raíces cristianas del gospel –en una religión que, tal como dice Bataille en <i>El erotismo</i>, tiene en sus genes inextricablemente unido amor, pasión, sacrificio y muerte), cuando Monáe se coloca detrás del micro, todo parece sencillísimo, con unos gritos que parecerían no provenir desde el estómago, sino de la boca misma, desde la misma superficie de sus labios.</span></div><div><span class="Apple-style-span">La mina salta del soul al hip hop, del hip hop al country, del country al space pop, como un auto que pudiera ir de primera a quinta sin necesidad de embrague. Precisamente, Monáe es un todo terreno, ¡es el fuckin Mach 5!</span></div><div><span class="Apple-style-span">A su manera, con su pelo, con sus manias, con su soltura casi infantil, Monáe es una freak que le demuestra a todas las Aguileras y a todas las raperas sobreesforzadas qué sencillo se puede hacer todo, simplemente cantando y bailando como quien lo hace en el baño.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.mediafire.com/?csmu9nceqci59i2">Bajar</a></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEioRfweX_l05QbcONma15VX5Gj3hik0Bzivpze87vgl2udErQ3jR72FSDoPMtfe9E6NhaewXxzpvsUt_dzAi-pmTynG-dGhA2-927WmjdexeZgjTwvmXzT18c3F93g0NfXcTKRBJg/s1600/peter+broderick.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEioRfweX_l05QbcONma15VX5Gj3hik0Bzivpze87vgl2udErQ3jR72FSDoPMtfe9E6NhaewXxzpvsUt_dzAi-pmTynG-dGhA2-927WmjdexeZgjTwvmXzT18c3F93g0NfXcTKRBJg/s400/peter+broderick.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566596746271794978" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>3-Peter Broderick- Music for contemparary dance </b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Peter Broderick es de esos músicos que, entiende al pie de la letra que la música no son las notas que tocas, sino las que no tocás (citando a Miles Davis), que la música es lo que realmente ocurre entre los silencios, cuando no estás tocando. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Este disco doble, con una pieza pensada para ser representada en danza, es uno de los mejores discos ambientales que haya escuchado en mucho tiempo, que llega a momentos de climax sin nunca a explotar, retirándose elegantemente en el preciso momento (algo que lo asimila y diferencia de Godspeed you! Black Emperor, más afectos a los in crescendos con desenlaces explosivos).</span></div><div><span class="Apple-style-span">Lo único que puedo decir de Broderick sin sonar demasiado pomposo, o afanando indiscretamente de otras cosas que la gente ha andado diciendo sobre él, es que en Music for contemporary dance ha creado bosques sonoros, en los que me he perdido, y por momentos no me importó mucho regresar.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.warezlobby.org/music/1281508-peter-broderick-music-contemporary-dance-2010-a.html">Bajar</a></span></div><div><br /></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0C9_dd-rsWn9yTTPIBcA2C5sTjpjqAQ8Zphsqx_UNUHbrm6MIEf2ImEi398feGtMcZugbJraJB8NFohGSy98u8F55rLz5LsNckXHulSI1Rb0bqct_mOGNqJ_2nPoecyYByrK1cg/s1600/bruce+springsteen+the+promise.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 363px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0C9_dd-rsWn9yTTPIBcA2C5sTjpjqAQ8Zphsqx_UNUHbrm6MIEf2ImEi398feGtMcZugbJraJB8NFohGSy98u8F55rLz5LsNckXHulSI1Rb0bqct_mOGNqJ_2nPoecyYByrK1cg/s400/bruce+springsteen+the+promise.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566596754747461682" /></a><div><span class="Apple-style-span"><b>2-Bruce Springsteen- The promise</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Posiblemente sea hacerle una jopeada al reglamento, porque los temas de The Promise fueron grabados efectivamente en 1978, pero considerándose que recién salieron a la luz este año -en una de esas completísimas ediciones de coleccionistas que podrían incluir, si pudiesen, cotonetes usados por artista-, y sobre todo, considerando que su autor no es nada menos que Bruce Springsteen, la cita parece ineludible. <i>The Promise </i>atestigua, no sólo un momento bisagra en la historia de El jefe (atribulado por disputas legales y crisis personales que desembocaron en la oscuridad de <i>Darkness of the edge of town</i> –completamente opuesta a la épica automovilística de <i>Born to Run</i>), sino un desmontaje del proceso de producción de uno de los grandes héroes de la música del siglo XX. Springsteen construyó <i>Darkness of the edge of town</i> como algunos de esos automóviles típicos de su mitología: un montón de temas de estudio que podrían competir en lo prolífico con los momentos más merqueros de Calamaro (sólo que el producto no es la burrada de El salmón, sino fucking <i>Darkness of the edge of town</i>), que ceden sus identidades para volverse piezas, repuestos, cajas de herramientas intercambiables. Springsteen sacaba un verso de un tema y lo colocaba en otro, probaba una melodía, le agregaba un piano, le quitaba una guitarra, cambiaba el aire de la canción como quien arregla un radiador o le cambia el motor de un auto. Lejos de la terrajada del autotuning, lo que resulta del gigantesco taller mecánico de The promise es un hermoso compendio de canciones que no sólo guardan su valor relacionado al análisis historizante de ciertos temas que ya conocemos todos (por ejemplo la versión de ritmos más españoles de <i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=8oTFJhhWW8g">Candy’s room </a></i>–que originalmente se llamaba <i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=kuzbkvj5ENo">Candy’s boy</a></i>), sino a darse cuenta de que la atmósfera más opresiva y realista del Darkness, en oposición al espíritu festivo y épico de Born to run (esa madurez propia de darse cuenta de que sus personajes no necesitan escaparse a 220 por interestatales para ser héroes, que el heroísmo, la vileza o el menoscabo está en cada corazón, a la vuelta de la esquina), no fue algo meramente espontáneo y fruto de las circunstancias personales del autor, sino un sesudo proceso de decantación –dándole la última palabra a el Jefe, que muestra cómo dejó temas hermosísimos como <i>Ain’t good enough for you</i> para mantener una línea emocional más contundente).</span></div><div><span class="Apple-style-span">Desenterrar material como éste, que podamos escuchar temas como éstos, en tiempos como los actuales, es un regalo del cielo que nos muestra qué somos y qué podríamos haber sido.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.tipete.com/userpost/musica-gratis/bruce-springsteen-promise-2010-mu-musica-descarga-gratis-rapidshare-megauploa">Bajar</a></span></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWeSaON1c6JfMEKHd7B3DcR37JkK8Bkx5-7xD9cscDZJteOSdu5wsCu2hzgimSXUzPMtSKVXxusV8sU3aNOWv1OiyM69xYgGqZOMzrtc92Zo1kEnK3jGDhBFnMFjf79vymlRiCKw/s1600/ariel-pink-before-today-cover-art.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWeSaON1c6JfMEKHd7B3DcR37JkK8Bkx5-7xD9cscDZJteOSdu5wsCu2hzgimSXUzPMtSKVXxusV8sU3aNOWv1OiyM69xYgGqZOMzrtc92Zo1kEnK3jGDhBFnMFjf79vymlRiCKw/s400/ariel-pink-before-today-cover-art.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5566596757547338978" /></a><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><b>1-Ariel Pink Haunted Graffiti- Before Today</b></span></div><div><span class="Apple-style-span">Uno de los pocos discos de la última década que pueden considerarse una auténtica obra de arte. Ariel Pink, conocido por su radicalismo low fi, firma con 4AD y saca un disco de sonido convencional, mostrando y condensando todo el potencial que tenían sus fragmentarias melodías recogidas a lo largo de su extensa obra. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Pink, histérico, mutante, freak, larvario, sinópodo, prende sus ventosas en la yugular misma del pop, creando un territorio propio, en donde todo suena familiar, pero que nada es igual, en donde el beat inglés de los sesenta se funde con el pop etíope, donde las canciones de los ascensores resuenan en las alcantarillas, donde una contestadora de un taxi radiollamada puede cantarte el tema que cambiará por completo tu vida.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Pink es un experto en intros, estribillos, o puentes, sólo que en sus temas antiguos todo eso aparecía en el scrapbook (un scrapbook voluptuoso y tan detallado como un tríptico de El bosco, es verdad), mezclado, entrecortado por otra idea que enseguida se superponía a eso como juegos en la cabeza de un niño con déficit atencional. Este es el momento donde Pink por primera vez toma todos esas estructuras y comienza a componer canciones, mostrando, a diferencia de lo que podía parecer a simple vista, cómo todo puede ser unido con todo, como si descifrara su sistema de nomenclatura para volvérnoslo completamente compartible.</span></div><div><span class="Apple-style-span">Pink agarra todo, lo aplasta, lo amasa y te convierte temas propios de la nada, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=LJLYq0tHAPk">como lo hace con los Rocking Ramrods</a>, o con temas propios que parecían completamente olvidados en su propia y vasta discografía (a la que los fanáticos nos lanzamos a buscarlas como niños soviéticos intentando desenterrar alguna escopeta o bomba enterrada de la segunda guerra mundial. </span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.youtube.com/watch?v=SzKcPqzQeh0">Beverly Kills</a>, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=91lMOYMuN40">Menopause Man</a>, Bright lit blue skies, Reminiscences...Before today tiene tantos temas geniales como para ahorcar a un caballo, pero va a ser recordado como el disco en donde figuraba <a href="http://www.youtube.com/watch?v=wiLqAu4s-_s">Round and Round</a>, obra maestra definitiva de Pink que resume en sí mismo todo lo que fue y no sabíamos de su carrera, una de las mejores construcciones pop que ha dado la música en las últimas décadas. </span></div><div><span class="Apple-style-span">Hype o no, Ariel Pink es el músico que ha demostrado que ya no hay excusas, que el pop está ahí, en todos lados, y que permanece esperando, como una perla en una ostra dormida.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><a href="http://www.mediafire.com/?cjyikl3vy3r">Bajar</a></span></div><div style="font-family: Verdana, Arial, Helvetica; font-size: small; "><br /></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com20tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-64572481265369591372010-09-23T07:14:00.003-03:002010-09-23T07:33:58.893-03:00<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3Sikw7p4SQUTcjQGtmf-RaKOlULx0Trs1oSHYdX0hrW1hqmkaDhn6E5oS6qzVzHwqWJ25qNDVWUF8xLitFiKA0q40Piaavc37ZhU1Mc3gMDBSMFiSjMHYrWitnvonGTOUprdNaQ/s1600/tapita+antes+del+crepsculo.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 291px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3Sikw7p4SQUTcjQGtmf-RaKOlULx0Trs1oSHYdX0hrW1hqmkaDhn6E5oS6qzVzHwqWJ25qNDVWUF8xLitFiKA0q40Piaavc37ZhU1Mc3gMDBSMFiSjMHYrWitnvonGTOUprdNaQ/s400/tapita+antes+del+crepsculo.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5520054016073852306" /></a><p class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight:normal"><span lang="ES">Antes del crepúsculo, 29/09/10</span></b></p><p class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight:normal"><span lang="ES"></span></b>Hace más de un año, me había levantado con una resaca como pocas, sintiendo mi cerebro como una boya flotando en una bolsa llena de agua (bueno, más bien llena de grappa con limón). Cada poro de mi piel exudaba el olor a todo lo que había tomado y comido en el Santa Catalina, y mis planes para el día que entraba como flechazos por las rendijas de mi persiana no variaban más allá de a qué lejanía de mi cama debía colocar el balde previsor. Tal jornada hubieras sido un simple hecho borrable, o un mero recurso para retratarme de una manera bukowskianamente halagadora, pero fue justo en esa tarde que tres amigos míos me convencieron de acompañarlos al centro, y de paso meterme en los Fondos Concursables del MEC, frente a los cuales tenía poco interés en participar, básicamente porque sólo poseía una copia de mi novela y me faltaban las fotocopias, la versión digital y el hígado en su debido funcionamiento para emprender los trámites de inscripción que vencían ese mismo día. Por cuestiones del destino, terminé cediendo a los argumentos de mis amigos (que no eran muy sólidos, pero que parecían mejor que estar en un barco vikingo perpetuo el resto del día) y armado de unas hojas impresas en computadora, una bolsa de galletitas y una Gatorade para hidratarme (lo de que es la bebida de los deportistas es puro cuento, cuando vean a alguien tomando una Gatorade, estén 90% seguros de que esa persona tuvo una horrible mañana de resaca) probé suerte en uno de esos tantos concursos de los que nunca había recibido noticia alguna.</p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Unos cuantos meses después, miraba un concierto de Tom Waits junto a Santiago Casalás cuando me llegó la noticia de que mi novela era una de las ganadoras de los fondos.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES"><i>Antes del Crepúsculo</i> (no confundir con la delirante “Del crepúsculo al amanecer”, con la hermosa “Antes del atardecer”, o con esa reciente mariconeada de vampiros y licántropos teens) es producto de dos años de trabajo ya bastante lejanos (la comencé a escribir tres años atrás, en unas vacaciones obligadas en México y la terminé dos años después, luego de someter a la obra a una serie de amputaciones y transformaciones que harían babearse a Cronenberg), pero sobre todo de esa tarde que me atreví a retar a mi propio organismo a una larga y calcinante caminata por el centro y Ciudad Vieja.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">El miércoles 29 estaré presentando <i>Antes del crepúsculo</i>, a eso de las 19:00 hs, en Café <st1:personname productid="La Diaria" st="on">La Diaria</st1:personname> (Soriano y Ciudadela). Siendo el jazz cable conductor que atraviesa la novela (y <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2009/12/agustin-y-el-jazz-la-primera-vez-que.html">que también supo hacerlo, en cierto momento a este blog</a>), me pareció buena idea agasajar a quien vaya con la presencia de Gustavo Villalba, excelente saxofonista que estará tocando junto a un pianista algunos hermosos temas (como vi que ademas del saxo alto toca el soprano, estuve tratando de convencerlo de que toque <a href="http://www.youtube.com/watch?v=0I6xkVRWzCY">My favorite things</a>, de Coltrane). La presentación será también a cargo de Leandro Delgado, quien no sólo es co-creador (junto a jntkdvr) de uno de <a href="http://astllr.blogspot.com/">los mejores blogs uruguayos</a>, sino que es escritor de una de mis novelas de isla desierta, Adiós Diomedes.</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Se van a vender ejemplares de mi novela allá mismo (al igual que los materiales de los otros ganadores de los Fondos, entre ellos, mis amigos Ramiro Sanchiz y Horacio Cavallo), aclarando que también pueden comprarlo en bastantes librerías por las que está circulando (creo que hasta la he visto en el Shopping Punta Carretas, así que no debe ser difícil de conseguir).</span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES">Quien le haya gustado alguna vez este blog (que sí, que lo tengo algo apolillado), quizás le pueda interesar leer el libro, o tomarse algunos vinos conmigo. Están todos invitados.</span></p> <p class="MsoNormal">Dejo abajo el texto de contraportada de la novela para los interesados:</p> <p class="MsoNormal"><i>“Punto muerto, la púa sigue rebotando en el mismo lugar, la música desapareció y mis Mingus-somas comienzan a ser fagocitados por otras células, células del silencio, por antonomasia. Cadenas de carbono formadas por la música se van desintegrando, se desploman sobre sí mismas, y sobre su cadáver se forman otras cadenas de carbono, las cadenas del silencio, las cadenas del sonido del extractor de aire, las cadenas de los tacones altos de la vecina del octavo piso”. A quien escuchamos no es a un científico –o al menos, eso no lo sabemos-, sino a un jazzista en el pico de su carrera (pero desde el que no puede ver el cielo, sino un inmenso precipicio). Antes del crepúsculo es el testamento de un hombre acorralado entre dos voces: la suya propia, voz-machete con la que intenta abrirse paso a través de las trampas que ella misma va sembrando; y la de su saxofón, un grito ensordecedor convertido en una nota invariable, que comenzó a sonar independiente de la voluntad de su ejecutante. Son estas voces las dos aspas de la picadora de carne que Dexter Dawn intentará atravesar, para llegar al otro lado. Pero antes de ellas se levanta un París encajonado, una habitación azul, un misterioso músico islandés, la prensa sonámbula, Kath, un conejo despellejado, duelos, un Chevrolet Impala estrellado y el jazz, cable conductor pelado sobre el suelo mojado de esta obra.</i></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-87019301922963452172010-05-02T18:21:00.004-03:002010-05-02T21:03:04.853-03:00<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiA4lIIVOY4PW2Jrbywd2tQfhZT0H0Eo4y7ZSsxB-AShkSJtfrPMr-2Nln-FEwvUNn_ixlb-ZhFQv56XDHOtbfizq_K6AYfczZjbUqBmOPTS2xfHXuFD2kBqy7sFWKmlGrv3iaEag/s1600/Jonathan+Richman.jpg"><img style="float:right; margin:0 0 10px 10px;cursor:pointer; cursor:hand;width: 327px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiA4lIIVOY4PW2Jrbywd2tQfhZT0H0Eo4y7ZSsxB-AShkSJtfrPMr-2Nln-FEwvUNn_ixlb-ZhFQv56XDHOtbfizq_K6AYfczZjbUqBmOPTS2xfHXuFD2kBqy7sFWKmlGrv3iaEag/s400/Jonathan+Richman.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5466826392757797570" /></a><b>Queremos tanto a Richman*</b><div><b><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;"><i>*esta es la director's cut de una nota a editarse en el próximo número de Revista Guita. </i></span><a href="http://revista-guita.blogspot.com/"><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;"><i>Acá el link</i></span></a><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;"><i> de la revista</i></span></b></div><div><b><span class="Apple-style-span" style="font-size:small;"><i><br /></i></span></b>Nunca me había ocurrido de poder presenciar a un músico o banda internacional en el pico de mi fanatismo. De esos toques en los que uno se siente en la caja de resonancia del mundo, donde uno, más que espectador, se siente testigo. Las únicas veces que me ocurrió algo semejante fue con Buenos Muchachos (un toque en donde por un momento sentí el suelo del difunto BJ arquearse –literalmente- al ritmo de un pogo durante la canción <i>Temperamento</i>) y Fernando Cabrera (una presentación en el Solís de la que recuerdo tener la piel erizada casi la totalidad del show, como si pudiera despellejarme con la facilidad de quien extrae con una cuchara la nata de un café con leche).<br />Todos esos momentos han sido y serán, de una forma u otra, hitos fundacionales de estructuras que siguen viviendo en mí.<br />Ahora bien, los músicos internacionales siempre llegaban demasiado tarde. Parecía que cuando por fin me visitaban, ellos o yo, o algo entre ellos y yo había cambiado.<br />Cuando viajé a Punta del Este para ver a Bob Dylan, prevalecía en mí una voz interior que me decía “estás viendo una de las últimas leyendas vivas del siglo XX”. Pero era solamente eso, un ajuste de cuentas simbólico, un nuevo pino en el bosque de la historia meado por mí.<br />Del toque de Radiohead en Buenos Aires, me volví en un Buquebús repleto de gente, satisfecho, pero con la triste sensación de que aquello que a mis quince años hipotetizaba de cambiar mi vida, no me generaba más que una verdadera, aunque efímera satisfacción, como quien logra por fin estar con la chica más linda del liceo, dándose cuenta que ya no es tan linda y, más importante aún, que ya no hay compañeros de liceo para demostrárselo.<br />Con Mars Volta, más o menos lo mismo, además de que los agarraba en una seguidilla de discos bastante flojos –y sin su primer baterista, que era lo verdaderamente sobrehumano que existía en los peludos de El paso-.<br />Finalmente, con Cat Power la situación era un poco distinta; mi amor, platónico, fetichista, baboso, quimérico, adolescente, inmaduro, entomólogo, hacia ella no había cambiado, pero aquella persona que yo veía comerse el escenario entero, introduciendo hermosos bailecitos descoordinados dentro y entre cada canción, no era la Chan Marshall de <i>The colors and the kids</i>, la Chan Marshall <a href="http://www.youtube.com/watch?v=f4XqTl0ACoY">que se ahogaba con su cerquillo mirando hacia abajo mientras cantaba Metal Heart</a>, la Chan Marshall andrógena que escribía <a href="http://www.youtube.com/watch?v=e-omWlUVIA4">canciones sobre abortos</a>, la Chan Marshall frágil, como un pajarito que se acaba de caer del nido y que te hace pensar que vos, con tu amor de escucha, de espectador, de fan, sólo con ese amor, la podés salvar. No, la de aquel 2009 –y que vuelve a nuestras latitudes ahora nomás en mayo- era distinta, una Marshall que ya había fortalecido sus alas y que planeaba majestuosa, pero independiente de nuestra ayuda, con esos satinados temas r&b que distaban mucho del hondo dolor de aquellas composiciones folk sacadas del fondo de un aljibe.<br />Así que cuando me enteré que llegaba Jonathan Richman, mi sorpresa se multiplicó hasta lugares inesperados. Porque, como si se hubiese puesto en marcha una extraña sinergia entre Jonathan y yo, en los últimos meses no había parado de escuchar discazos como “I, Jonathan”, “Her mystery not of high heels and eye shadows”, o “Not so much to be loved as to love”, sirviendo sus canciones como una especie de colchón emocional que venía alivianando el impacto que me generaba la caída del verano (¿pero es la caída del verano o la caída del otoño?, nunca me quedó claro, así y todo, las dos imágenes valen por sí mismas).<br />En resumen, el concierto me agarraba en la mismísima cresta de la ola.<br />Supe que iba a ser un toque importante desde una primera anécdota que surgió horas antes de que comenzara el mismo. Iba caminando por la ventosa Chucarro (una calle curiosa, en donde a la altura de Martí se abre hacia la rambla, como si cayera al agua misma, generándose un extraño pasadizo en donde el viento del mar sube como las vías de los trolleys que siguen sobresaliendo del asfalto) rumbo a la casa de Cecilia, prima espiritual de mi novia, con quien había quedado en juntarme para ir al concierto a realizarse en La trastienda. Ya habiendo tocado timbre a su portero eléctrico, esperaba de espaldas a su edificio, observando con extrañeza la fachada de <i>El Bacilón</i> cerrado –era martes-, aquel extraño aire fantasmal, a almacén tapiado que tiene cuando no está rodeado por sus parroquianos mandíbula de pitbull regados alrededor de su epicentro como pescados en la orilla tras el derrame de un barco petrolero, cuando me percato de que no tengo la entrada conmigo. Me fijo en el morral y en los bolsillos del pantalón varias veces. Son esos momentos en donde uno empalidece, tocándose todas las partes del cuerpo como si estuviera bailando una Macarena frenética. Justo en pleno baile me agarró Cecilia, que bajaba con una tranquilidad que yo, por las circunstancias, sentía de otro mundo. Intentando mantener la compostura le dije que no encontraba mi entrada, que teníamos que volver a mi casa para revisar si la había dejado ahí. Decidimos volver tomando exactamente el mismo camino que había emprendido en la ida. Mi cabeza elaboraba intrincadas conjeturas, incluso me contentaba con un comienzo incipiente de alzheimer , pero temía justamente lo más probable, que se me hubiesen caído del bolsillo y que en ese preciso momento estuvieran volando por Martí, por 26 de Marzo, por la misma rambla o por la calle Burdeos, quién sabe. Que estuviera flotando como un muerto en las fauces de alguna sucia boca de tormenta, también. Pensaba en cosas como que si había perdido la entrada quizás era una señal, quizás en una de esas La Trastienda entraba en llamas y el toque de Richman se convertía en un Cromagnon versión uruguaya. Fue en medio de esa crisis ahogada –realmente no recuerdo una sola palabra de lo que estaba hablando en aquel trayecto de dos cuadras-, cuando escuché la voz de Cecilia decir “Agus, mirá ahí”. En el suelo, sereno, intacto, el papelito rosado y rojo que me esperaba como un niño perdido en la playa. Casi sentí como si no hubiese sido yo, sino la entrada la que me había encontrado.<br />Me prometí que nunca más llevaría una entrada en el bolsillo, le prometí a Cecilia futuras cervezas de agradecimiento, supe que esta vez, era el destino.<br />No soy bueno con las estadísticas, pero La trastienda estaría unos tres quintos llena. De los allí presentes, la mayoría no había seguido tan de cerca la trayectoria de Richman, generalmente centrándose en sus primeros años delante del micrófono de los Modern Lovers, por lo común metiendo mano en el cajón de sastre de lo que suele decirse en cualquier nota sobre la música de esta banda: el carácter de formación pionera del punk, su amistad con la Velvet Underground, su papel en la escena neoyorquina de principios los setenta. Sin embargo, abarcar a Richman en su papel de pionero del punk es como esa frazada corta que te deja destapado el pecho o destapados los pies. Si bien el álbum debut de Richman y compañía tenía ciertos manchones de oscuridad, difícilmente pueda homologarse lo que hacía la banda –y sobre todo el resto de las composiciones subsiguientes de Jonathan- con lo que hacía la Velvet, los Dictators, los New York Dolls, o lo que haría Suicide, los Sex Pistols o The Damned. Si uno entra en plan de encontrar gritos antisistema, odas al hedonismo y aliento parricida, se queda completamente desconcertado al escuchar a Richman. Porque Richman toda su vida ha sido un iconoclasta, algo que rompe todos los moldes de la rebeldía estatuida –y empaquetable- del punk, un camino seguido con una férrea linealidad que nunca tomó la forma de militancia. De alguna forma, Richman nunca se colocó en ninguna de las aristas de rock. Ni en la dionisíaca faceta del rockstar, ni en la conmiseración geek, facilonga y filistea de los músicos indie actuales (porque, vamos, canciones dolorosas como <a href="http://www.youtube.com/watch?v=JOfMi_hHYCk">Plea for tenderness </a>son mucho más que eso). Y esto es algo que se pudo sentir desde el mismo momento que Jonathan llegó a la Trastienda, a pie, por Fernández Crespo, con la guitarra bajo el brazo. Mientras Hablan por la Espalda lo taloneaba con el cambio puesto en segunda, Jonathan permaneció en el hall, hablando con la gente que lo abordaba sin ocurrírsele a él ni a los otros mucho que decir, más allá de pedirle algún tema, o comentarle lo<i> huge fans </i>que eran.<br />Llega Richman al escenario, saca su guitarra del estuche y afina fugazmente. Su único compañero es el batero Tommy Larkins, con quien ha mantenido la formación de dúo desde hace varios discos. Su guitarra es una criolla, no está conectada al equipo, ni siquiera tiene correa. <div>Comienza a tocar y empieza la magia. <div>La particularidad del show de Richman es lo inimitable que es. Uno puede ver a músicos hipertécnicos, bandas <i>prog</i> o <i>powermetaleras</i> desafiando la capacidad humana de velocidad y oído, y sin embargo siempre sabe que en algún rincón del mundo, en alguna academia mohosa y perdida, en un sótano lleno de posters y fósiles de computadora, o en el húmedo hacinamiento de un bloque de apartamentos comunales hay un estudiante prodigio japonés, un luthier búlgaro, o un pendejo chileno fanático del cine de Lucio Fulci que puede igualar o superar a su maestro. Los blueseros o jazzeros dirán, en su defensa, que la maestría técnica no importa, que lo inigualable, su propia marca de fábrica, es el <i>swing</i>. <i>You ain’t got no swing</i>, le dirá el negro experiente con una ligera mueca de desdén en sus labios al chico que se acerca con sus ojos brillosos y su demo en la mano. Pero lo de Richman trasciende la técnica, la proeza y el swing y se vuelve algo mucho más complejo y a la vez transparentemente sencillo: lo que tiene Richman que el resto no tiene y que no van a tener es que, justamente, es Jonathan Richman. Nunca en mi vida vi de forma tan clara alguien cuya presencia escénica y su obra entren en sincronía de una manera tan perfecta, de relojería suiza, de homeostasis orgánica. Porque no es sólo la voz nasal de Richman, sus letras nostálgicas sobre las fiestas en los cincuenta, su mirada a veces perdida, la ternura con que agradece a los aplausos, su físico de niño atrapado en un cuerpo de un metro ochenta, aquel acento sedimentoso al hablar español, los instantes en donde se aleja del micrófono, sin importar que no se escuche, bailando de una forma que nadie se atrevería, o que de hacerlo lo haría en otra clave, con una <i>tongue in cheek</i> que indicara que está bromeando. Es algo más, algo que se muestra en cada tema como el resto arqueológico de algo perdido, de una polis que posiblemente nunca existió, pero en la que hubiera sido hermoso vivir, de un vínculo de amor instantáneo, diferente de todo lo que pueda haber generado cualquier otro músico igualmente impactante, como la intensidad de Jerry Lee Lewis parado sobre el piano, de James Brown abriéndose de piernas en el Apollo, de Johnny Rotten ofreciéndose como carroña a los escupitajos y las botellas arrojadas en los últimos shows de los Pistols en Estados Unidos. Es algo que incluso no podría ser banalizado, porque no se entendería. La razón por la que hay imitadores de Elvis, de Freddie Mercury, o de Los Beatles, pero no de Richman es precisamente esa; es una verdad que funciona como un chiste: si se explica, pierde la gracia. Y uno puede sacar nota de esto en el silencio que reinaba en La Trastienda, un silencio que no había llegado a sentir ni en un toque de la Filarmónica, y que no podía distar más de aquel mutismo estático, molar, ese silencio de respeto, jurídico, de paño y corbata bien ajustada, que se mantiene en una obra teatral, o en el green de un campo de golf. Era un silencio que celebraba a Richman, que aunaba a un montón de personas que no querían perderse absolutamente nada de lo que ocurriese, un pifie, un olvido, una ocurrencia, una excursión dentro de cierto ritmo en un mismo tema. Kim Gordon dijo en un <a href="http://www.fodderstompf.com/ARCHIVES/REVIEWS/gordonritz.html">viejo artículo sobre Public Image Ltd</a>, “la gente paga por ver a otros creer en sí mismos”. En este caso, uno paga para poder amar a Jonathan Richman.<br />Quienes hayan ido esperando encontrarse con los temas insignes de los Modern Lovers, posiblemente se habrán quedado medio desconcertados. Por el contrario, Richman buceó ampliamente por su material en solitario, con canciones como <i>Because her beauty is raw and wild</i>, o <i>I was dancing in a lesbian bar</i> (en una versión libre de casi diez minutos), y sobre todo en temas cantados en otro idioma, no sólo en español (como <i>A que vinimos sino a caer</i>, o <i>Yo tengo una novia</i>), sino también en italiano, francés y hebreo. La mayoría canciones de amor, otras de deslumbramiento, pero todas bañadas por la misma sensación de epifanía o sorpresa, tal como se puede ver en esos momentos en que Jonathan abre los ojos, como un niño al que se le acaba de develar un gran secreto. Esa sorpresa sólo se puede explicar en una noción de eterna juventud –no de “juventud momificada”, como en algunas bandas- que se convierte, de hecho en uno de los aspectos más curiosos de Richman. Nacido en el seno de un movimiento que pregonaba la vida rápida y la muerte joven, la vejez o madurez era prácticamente un tema tabú. Como si fueran jugadores de fútbol con fecha de vencimiento temprana marcada en forma de código de barras en su nuca, muchos de los músicos se consagraron en ocultar progresivamente su vejez, dedicarse a algo completamente distinto, o morir lo suficientemente rápido como para no tener que rendir pruebas. A eso habría que sumársele una especie de Teenage FBI (haciendo referencia a la gigantesca canción de los Guided By Voices -liderada justamente por Pollard, que debutó con 35 pirulos) que stalinizaba de sus listas a cualquier músico que fuera mayor de veinte años. Los tiempos cambiaron y hoy el mercado da para que aquellos músicos que escondían su edad como un judío que esconde su Menorá en un sótano en la Alemania nazi, puedan explotar la nostalgia de unos cuantos. Pero mientras hoy en día grandes grupos del pasado se juntan para devenir en bandas de covers de sí mismos, Richman sigue siendo el mismo pibe, el mismo pibe que, paradójicamente supo cantar en 1969 un tema como <i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=n4smOSAkkz4">Dignified and old</a></i>. </div><div>Volviendo al tema de aquellas viejas generaciones, estos últimos años han sido particularmente severos con nuestros ídolos. Cayó Lux Interior, cayó Malcom McLaren, cayó Rowland S. Howard, cayó Alex Chilton. La mayoría de los que no cayeron figuran en shows que parecen vitrinas de un museo de ciencias naturales, transitan por los escenarios como Ratzinger en un papamóvil. Y el invierno es crudo, y el invierno tiene hambre de otros ídolos, y algo en mi interior me dice, tiene la certeza de que voy a estar vivo para ver morir a Springsteen, a Robyn Hitchcock, a Iggy Pop, a Mark E. Smith, a Scott Walker, a Tom Waits, a Johnny Rotten. Y viendo a Richman, con una delgada papada, barba de una semana y ojos tristes cantar <i>A qué vinimos sino a caer</i>, me viene un frío en la espalda. Pero entonces, la canción acaba, la gente aplaude, Jonathan sonríe y coloca sus manos en forma de plegaria y por un momento, como una epifanía llega una frase pronunciada por <a href="http://dragonlieder.blogspot.com/">Benito </a>tiempo atrás: “Jonathan Richman no puede morir, porque morirse es mala onda”.<br />El toque terminó de la mejor forma que podía terminar. La gente se fue con una sonrisa en el rostro, como pocas veces he visto –o me sentí dispuesto a ver. Subiendo por Fernández Crespo, esperando con Cecilia y <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Eze </a>un taxi que nos lleve a La ronda, ya viene en mí la conclusión de que acabo de presenciar un momento importante en la historia uruguaya. Quizás no aparezca en los diarios, posiblemente se comente en alguna serie de <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/2010/04/fuimos-ver-jonathan-richman-y-esto-es.html">blogs</a> <a href="http://killyourtaste.blogspot.com/">amigos </a>y se olvide con la próxima visita internacional que llegue a estas latitudes. Pero para mi fue importante. Fue un toque que enseña otra forma de conectarse con el público, una forma de tocar relajada, desatada de todas las convenciones performáticas del rock o de la música en general, evitando al mismo tiempo sonar vago y carente de sustancia (algo difícil de procesar en un país cuyas propuestas muchas veces hacen equilibrio entre la solemnidad y la pereza). Pero más que una forma nueva de hacer música, una forma de saber escucharla. Una de mis citas favoritas del rock proviene de Lester Bangs, y dice: “The only questions worth asking today is whether humans are going to have any emotions tomorrow, and what the quality of life will be if the answer is no” . Entre tanta referencia posmo, atrapados en ese spa terrorífico y gigantesco que es lo <i>cool</i> (Diego D’Avila, dixit), entre tanto miedo a decir lo que sentimos sin ponerlo con entrecomillado, Jonathan Richman nos muestra cómo se pueden decir las cosas por su nombre, a hablar sobre querer a alguien, sobre la hermosa impresión de ver tocar el harpa a Harpo Marx, de bailar por bailar, de aceptar el sufrimiento como parte de la vida, del dolor que genera que la chica que te gusta no se ría de tus chistes, de la alegría de caminar por la calle, de apreciar lo linda que se ve tu novia con la ropa de todos los días, de ansiar la llegada de un carrito de helados a tu barrio.</div><div>Pero leo esto que he estado escribiendo, y me doy cuenta de que me olvidé de lo esencial, de lo único que importa.<br />Escuchen a Richman, sólo eso importa. Nada de lo que pueda decir o sugerir se encuentra afuera de sus álbumes.<br />Tal como dice en su disco <i>Not so much to be loved as to love</i>, “He gave us the wine to taste, not to talk about it”<br /><i>So let’s taste it</i>, pibes.<br /></div><div><br /><object style="background-image:url(http://i1.ytimg.com/vi/XjFU98mEem4/hqdefault.jpg)" width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/XjFU98mEem4&hl=es_ES&fs=1"><param name="allowFullScreen" value="true"><param name="allowscriptaccess" value="always"><embed src="http://www.youtube.com/v/XjFU98mEem4&hl=es_ES&fs=1" width="425" height="344" allowScriptAccess="never" allowFullScreen="true" wmode="transparent" type="application/x-shockwave-flash"></embed></object><br /></div><div><br /></div></div></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-6177432747569475312010-02-11T17:41:00.007-02:002010-03-04T05:25:42.677-02:00<b><div>Mejores discos del 2009</div><div><span class="Apple-style-span" style="font-weight: normal;">Tarde como siempre, acá llega la lista de los mejores discos del año (del 2009). Tenía pensado hacer una lista de veinte, incluso de quince, como he hecho de costumbre los últimos años, pero considerando que este era un post que en principio no iba a aparecer acá -y sumándole el hecho de que se le superpuso otro post sobre <i>verano/Atlántida/ maquinitas/ el arte de la pesca/pornografía/ Ladyhawke/ televisión abierta/ asados</i>, que posiblemente salga a mediados de marzo- terminé reduciéndolo a sólo diez puestos, quedándome sólo con lo que más me impactó del año pasado, y dejando fuera un montón de discos geniales, como <i>Los últimos diez minutos de María Duval</i>, de Los Negretes, el Goodbye Oslo, de Robyn Hitchcock, el debut de Girls, el último de Atlas Sound, Memory Tapes, <i>Siguiendo al rayo</i>, de Señor Pharaón, <i>Segundo Nombre</i>, de Amelia, el Fame monster, de Lady Gaga y otro montón de discos más -sin contar los que no pude escuchar del todo bien.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-weight: normal;">He aqui mi humilde .e inusitadamente corto- post de lo mejor del 2009 </span></div><div><b><br /></b></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjH-FVtyhwC1Ocb8rbOGV-uPDrFxLF1moiy785gbSmjgsGtDTT3a5hQUSP8KhjT1L6ennZLvOU-V8a0ih18kbXYdYjxXdzlb5UQe20QZidvH2V1hHhDaEP6rI8zpL0a0b8AJnEbIg/s1600-h/Travesti.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 356px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjH-FVtyhwC1Ocb8rbOGV-uPDrFxLF1moiy785gbSmjgsGtDTT3a5hQUSP8KhjT1L6ennZLvOU-V8a0ih18kbXYdYjxXdzlb5UQe20QZidvH2V1hHhDaEP6rI8zpL0a0b8AJnEbIg/s400/Travesti.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438195597604357378" /></a><br /><br />10- Travesti- Travesti</b><br />En tiempos de Ricardo Fort, toda Argentina parece haber vivido tras la penumbra de las lolas de unas cuantas vedettes. Encontrar a un personaje como Sulma Lobato referido por muchos de las personas del <i>mojo</i> como una artista –una especie de mal viaje warholiano a base de te de floripón y casuela de mondongo- hace pensar el universo cultural de nuestro país vecino –y por lo tanto del nuestro, a no engañarnos que cuando Buenos Aires estornuda, Montevideo se enferma- como un Sodoma y Gomorra del que no queda otra cosa que correr sin atreverse a mirar hacia atrás. En su último disco, el dúo argentino Travesti se convirtió en la banda sonora de ese Ragnarok terminal, con suelos que se desmoronan sobre cráteres producidos por los tacos aguja de una milf que pisa demasiado fuerte. Ya desde la misma tapa, con Moria Casán y el título homónimo de la banda sobre la portada–generándose un efecto gracioso que hace preguntarme si la reina del colágeno sabía en qué carajo se estaba metiendo-, uno se da cuenta de que esta enfrentado a un disco conceptual, un viaje dantesco de ida y vuelta sobre las entrañas del glitter argentino. Todo esto parece medio terraja, pero la forma en que Travesti emplaza los versos alucinados, casi como difusas visiones bíblicas (“Aceite de avión en la operación sobre las lolas del nuevo testamento”), logran una superposición, un efecto sórdido dentro de lo plausible que sólo saben hacer artistas como David Lynch. Un disco centrado en transformaciones corporales, en footing, en dietas, y que curiosamente nunca se vuelve <i>drag </i>ni irónico, sino que encuentra una coherencia oscura pero también extática, como una prenda de strass negro agitándose en la noche como una bandera pirata, como un mojón que señala el adentramiento a un campo minado.<br />Hace unos meses el dúo argentino visitó nuestro país en un toque realizado en Lotus (uno de los pocos lugares en Uruguay que incorpora los criterios de selección modelo Studio 54). Alejandro Torres con saco y mocasines blancos, Fernando Floxon con campera cyberpunk de cuero, con lentes negros y camiseta de Burzum, verlos en vivo resultó ser para mí, inesperadamente, una de las experiencias estéticas más impactantes de los últimos años. Tal como la orquídea y la abeja se territorializan, resultando imposible -e innecesario quién imita fisionómicamente a la otra- La misma presentación y música de la banda, de un segundo a otro reconfiguró todo el entorno paqueta de las inmediaciones del Montevideo Shopping. Fueron necesarios tres temas, y Lotus se convirtió en un prostíbulo sórdido, en el que todos bailábamos como si estuviéramos en las entrañas de un Titanic ya hundiéndose, manchados por la luz del neón y la bola de espejos. Y el agua ya llegaba a las rodillas, pero no importaba, había que seguir bailando<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZyUAe2Kxv9k6UeJncLn-KAuwMenivrHMFZVbyeWOmVfNwTa2E66YsiYvE2AKxDWFa5wNiP_k8oC4bP6IOLISbwVXsJ5b5csDp4XYcYY35jZjCkxpjEMN_Y8zcrQUMMzASUg-hNA/s1600-h/m_ward-hold_time-art1.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZyUAe2Kxv9k6UeJncLn-KAuwMenivrHMFZVbyeWOmVfNwTa2E66YsiYvE2AKxDWFa5wNiP_k8oC4bP6IOLISbwVXsJ5b5csDp4XYcYY35jZjCkxpjEMN_Y8zcrQUMMzASUg-hNA/s400/m_ward-hold_time-art1.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438194175811624098" /></a><br /><div><b>09- M. Ward- Hold time</b></div><div>Posiblemente uno de mis discos del verano. Lo que hace M. Ward (músico de sesión que integra un montón de lineups geniales, como la de la señorita Cat Power) es empacharnos con un montón de canciones perfectas, construcciones pop con adamios folk que actúan a modo de una radiografía del pop estadounidense de los cincuenta sin convertirse nunca en retro (de hecho, es un disco en el que resulta imposible saltearse un sólo tema, posiblemente teniendo en sus cinco primeras canciones la mejor seguidilla de temas del año).. Desde la version folk re para arriba de Rave on (con el mismo espíritu maximalista de la original de Buddy Holly), hasta <i>Hold Time</i> (aquella hermosísima balada compuesta en una surrealista clave Beach Boy), pasando por el viento español que sopla <i>Stars of Leo</i>, y la sabia esperanza que irradia <i>For beginners</i>, tema que abre el disco, M.Ward se muestra como un tipo que se maneja con tremenda soltura en todos los rincones de la cancha. </div><div>La escena pop actual por momentos parece sobrepoblada de músicos que incorporan elementos folk y country a sus repertorios. Lo que deja claro M.Ward es que tiene ganadas unas cuantas parcelas de cultivo, al lado de los ranchos de Cat Power, Neko Case, Gary Numan y Will Oldham.</div><div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmmZfBwdzd_N0Zd0tGEe7Qe-_1Ic0s0Nrk1iaBfseNxMoyj-13W7yORZJZhP-3bQ0citu4b8L1lb80XslJwih42XSkZ3utfVCV9OekZ44TbryF8CoQwkKSAdHzAuqFEtnoosD-rg/s1600-h/sunn+o))).jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmmZfBwdzd_N0Zd0tGEe7Qe-_1Ic0s0Nrk1iaBfseNxMoyj-13W7yORZJZhP-3bQ0citu4b8L1lb80XslJwih42XSkZ3utfVCV9OekZ44TbryF8CoQwkKSAdHzAuqFEtnoosD-rg/s400/sunn+o))).jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438195575894555090" /></a><br /><b>08- Sunn o)))- Monoliths and dimentions</b><br />Monoliths and dimentions es un disco tan oscuro que haría ver a los álbumes de la primera época de Black Sabbath como un versión de remixes veraniegos de High School Musical. Esto que acabo de decir tampoco aporta nada muy nuevo, Sunn o))) vienen perfeccionando su drone metal desde hace tiempo, generando vórtices y agujeros negros en donde el mismo ritmo cardíaco va camuflándose con el tempo de la banda, tan lento como la miel. El detalle de la miel en un disco tan opresivo no es meramente circunstancial, sino que da señal de uno de los detalles que diferencian a este trabajo del resto de los productos de la banda: un contrapunto, un claroscuro al final en <i>Alice</i>, tema que cierra el disco, en donde un set de cuerdas y vientos parece desgarrar y abrir los cumulus nimbus que encajonaban al disco. Pocas veces se había visto un cambio de registro tan impactante, pero a la vez tan fino y ajustado en un disco (ni que hablar en un álbum de drone metal). Tal como sucede con la Divina Comedia, la mayoría de la gente sólo se queda con el Infierno, pero se olvida de que tal terreno es solo parte del arduo camino que conduce al paraíso. Pocas veces se ha podido apreciar de una forma tan eficaz y abrumadora este trayecto, y ya sólo con eso se convierte al disco de Sunn o))) en uno de los mejores krafts de la primera década del milenio.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7Em2F5ZG538L_MHwS__uYyl9GL5i-DROdm6G_GkyoMBPIEr8wzJ4up6gkohBhQX7t5x33HdtnAgorJJe8jDNCM9ncH7cz9o6JWL47b59uETHLygS_r02bQu8OzJuU3H9nqeubKA/s1600-h/3pecados.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7Em2F5ZG538L_MHwS__uYyl9GL5i-DROdm6G_GkyoMBPIEr8wzJ4up6gkohBhQX7t5x33HdtnAgorJJe8jDNCM9ncH7cz9o6JWL47b59uETHLygS_r02bQu8OzJuU3H9nqeubKA/s400/3pecados.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438194145831019202" /></a><br /><b>07-3Pecados- Dios salve a la muerte</b><br /><i>Dios salve a la muerte</i> fue grabado de manera casi unipersonal durante una crisis nerviosa de Pau O’Bianchi (la persona detrás de 3Pecados), en la que durante una semana prácticamente no salió de su baño, grabando todo el disco ahí, intentando dejar su último testimonio antes de una muerte que creía que vendría en pocos días. Más allá de la anécdota biográfica, el último disco de 3Pecados funciona por ser y sonar, efectivamente como lo que fue: la batalla de un hombre entre la tierra y el cielo, un disco que funciona como una botella arrojada al mar, o más que al mar, a un abismo, no quedando verdadera esperanza más allá de la certeza cortante de los vidrios hechos añicos. Pero Dios salve a la muerte no es solamente eso; es quizás la primera gestión idiosincrática uruguaya en el mundo del low fi, un low fi no como producto inevitable de las circunstancias, ni un low fi como mera ornamentación sonora. Incluso dentro del ámbito low fi, sorprende el hecho de ser un disco no fragmentario, casi conceptual, en un subgénero donde suele primar precisamente lo contrario. Bitácora de los descensos psicológicos de su artífice, o cerebral experimento sonoro, <i>Dios salve a la muerte</i> no suena similar a nada que se haya grabado en nuestro territorio<br />Escribí una nota más larga de este disco en La diaria. Si quieren leerlo completo <a href="http://www.mediafire.com/?ho14ktjkkud">acá </a>un enlace para bajarlo.<br /><div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRJbjpIb8Hz2HGp-SD5LYf6lXXz6fCOa9BC-2CiukbHMFPBKObPgE1JJ8QF4Qr4YtqkqGIRGcb_C-RQMdGXjaGaawESHuGdwnwGjrVydVyQwyQv_5aTieC6AoIlD-2zbwTrz0gDA/s1600-h/the-flaming-lips-embryonic.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRJbjpIb8Hz2HGp-SD5LYf6lXXz6fCOa9BC-2CiukbHMFPBKObPgE1JJ8QF4Qr4YtqkqGIRGcb_C-RQMdGXjaGaawESHuGdwnwGjrVydVyQwyQv_5aTieC6AoIlD-2zbwTrz0gDA/s400/the-flaming-lips-embryonic.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438195595465127746" /></a><br /><b>06- The Flaming Lips- Embryonic</b><br />Con la banda de Wayne Coyne la palabra megalomanía queda un poco corta. Ya desde <i>Zeireeka</i> (ese Voltron musical cuatro discos que tenían que ponerse al mismo tiempo) uno sabía que estaba hablando de tipos complicados, y en el marco de la <a href="http://pitchfork.com/news/36828-flaming-lips-to-cover-pink-floyds-idark-side-of-the-mooni/">reinterpretación íntegra del Dark side of the moon</a>, uno tiembla ante los resultados de lo que pueda ocurrir con un disco doble como Embryonic. Sin embargo, diferente a todas estos temores Embryonic debe ser el mejor trabajo de los Lips desde <i>The soft bulletin</i> (capaz que incluso el mejor, el tiempo lo dirá). Hay dos particularidades que lo separan del resto de la discografía de Coyne y cia, incluso de la mayoría de los discos de tal magnitud: <div>1) Embryonic tiene la particularidad de ser un disco doble sin filler, incluso esquivando grácilmente esa dimensión fragmentaria que toman la mayoría de los discos de tal longitud. El sonido, los devaneos kraut, el repiqueteo de batería, la aspereza por momentos low fi, todo makes sense en el disco, y uno puede escucharlo de principio a fin, como si fuese una historia contada en dos actos, incluso deseando que nunca termine. </div><div>2) Segundo e igual de importante: es, por así decirlo, el disco menos paloma de los Flaming Lips. De una aspereza perdida a lo largo del tiempo, Coyne puede permitirse acariciar claroscuros emocionales que estaban parcialmente retenidos en la aduana de aquel Candyland (una especie de Neverland Ranch pero cubierto por una fina capa de sangre con gusto a gelatina de frutilla) que se había costruido a lo largo de los años. Incluso, cuchareando de esa lógica sci fi que ha dado forma a su cosmogonía, las referencias de género ya no son simpáticas como Yoshimi combatiendo contra robots rosas, ni ese conjunto de científicos trabajando juntos para el bien de la humanidad en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=4mMC5CWTT0s">Race for the prize</a>. En Embryonic hay un viento de cambio, hay mujeres robots incapaces de sentir emociones, máquinas plateadas que transforman a humanos en autómatas, un mundo que comienza a apagarse y que llega a su punto crucial en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=htQX4R9yHWc">Watching the planets</a>, una forma tan épica como escalofriante de cerrar el disco, una CODA en llamas con Karen O (de los Yeah Yeah Yeahs) gruñendo y graznando en su forma más animal mientras Coyne cierra crípticamente la fábrica con el críptico verso "oh, oh, oh, the sun is gonna rise".</div><div>Un gigantesco disco épico, hecho por una de las bandas más épicas de estos años, en tiempos en donde todo lo épico es tomado con pinzas.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixnhyn2_oxO3vxAPNdGP6zUDf89WUyRdvRusDotzQ7JR1Vm97WMBBfiurBfgz13SFFzhd0PP_uwcFF_XUoP84QMfhqkvT8Fl4KLa0HLWEENebtpGFI_OBdkfFRl1-QGRsFZccCMA/s1600-h/carmen+sandiego.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixnhyn2_oxO3vxAPNdGP6zUDf89WUyRdvRusDotzQ7JR1Vm97WMBBfiurBfgz13SFFzhd0PP_uwcFF_XUoP84QMfhqkvT8Fl4KLa0HLWEENebtpGFI_OBdkfFRl1-QGRsFZccCMA/s400/carmen+sandiego.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438194166295312706" /></a><br /><b>05- Carmen Sandiego- Nanas</b><br />En la historia del rock uruguayo ninguna banda ha escrito canciones como las que salen de las voces y guitarras de Flavio Lira y Leticia Skricky. Carmen Sandiego hace un folk popero con raíces rústicas del estilo de Beat Happening. El dúo uruguayo por momentos compone canciones sencillísimas, austeras, impresionistas, como el mero relato de volver a casa después de una larga noche o la historia de personajes serenos, diminutos, dolorosamente humanos. Sin embargo, todo está muy lejos del ambiente suave, apastelado y otoñal de bandas común –y erróneamente. En el marco de un folk indie que se ha convertido, con sus personajes ligeramente neuróticos, ligeramente sensibles, ligeramente excéntricos (un género que podría resumirse a la ecuación Wes Anderson + Yogurth Diet) en una nueva progenie (que incluye temas como <a href="http://www.myspace.com/diegorebella">Ellos</a>, de Diego Rebella) que haría ver a <a href="http://www.myspace.com/32canciones">Gonzalo Deniz</a> como Pappo, Carmen Sandiego funciona completamente fuera del circuito, manteniendo en cierto punto, un sonido común, pero un mundo de referencias, una sinceridad brutal muy lejos de todo lo que puede ofrecer el resto de la escena. </div><div>Porque los otoños de Carmen Sandiego no son naranja, son una larga gama en greyscale a punto de dejarte ciego. La banda se encarga de regar claroscuros imperceptibles que hielan la sangre, y que vuelven toda una canción en apariencia vaga y tranquila, en una confesión ambigua, llena de miedo latente. En canciones <i>Amigos en la escena</i>, Flavio Lira relata sencillamente el mero detalle de un grupo de amigos tocándose el pelo, pero es tal el obsesivo anaforismo del detalle que se termina por convertir al mensaje en algo crípticamente diferente, perturbador, con tantas aristas que se clava como abrojos los oídos del escucha. <i>4:00 am</i> es una de las narraciones insomnes en primera persona más claustrofóbicas que se hayan registrado. La alegre 8 40, código policial con el que se refiere a trata de blancas (capaz que de gigolós, fiolos o algo por el estilo, no me acuerdo bien) habla exactamente de eso. La voz susurrada de Leticia Skricky en Canción para los padres ausentes diciendo "voy a quemar cada cosa que diga que es suya, ah, voy a enloquecer debe ser uno de los registros de mayor vulnerabilidad que recuerde en el rock uruguayo. Y como contraparte de todo esto el disco cierra con Calefactor, una de las canciones más directas y guarras que se han hecho en estos años (Sos un calefactor, así que vení, y abrite de nalgas) En el siempre engañoso <i>Nanas</i>, tal como Xiu Xiu (aunque no tan proclives al ruido), la sinceridad de Carmen Sandiego siempre va un poco más, funcionando como un pequeño microscopio, en donde, tras la apariencia de una piel suave y tersa, se logra descubrir un montón de microbios, seres unicelulares y mitocondrias debatiéndose en un sucio festín caníbal.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJcMh0k2MagQEdVKZ1QKkdvwHTu61DAkLMPd2hw_oYQuOt211oGRignndifTLYxajlIvGdI_SHuA5Y3g18FwHUXOBUfMqeTt9h8pa3r087hV-rxoDYW4hKAnef0anopAwO5CgypA/s1600-h/pigs.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 399px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJcMh0k2MagQEdVKZ1QKkdvwHTu61DAkLMPd2hw_oYQuOt211oGRignndifTLYxajlIvGdI_SHuA5Y3g18FwHUXOBUfMqeTt9h8pa3r087hV-rxoDYW4hKAnef0anopAwO5CgypA/s400/pigs.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438195571451367442" /></a><br /><b>04- Destroyer- Bay of pigs</b><br />Dan Bejar es un capo. Eso todos los que lo escuchamos más o menos lo sabemos. Sin embargo, a medida que varios vamos contemplando la posibilidad de tatuarnos alguno de sus versos en la nuca, se ha ido acuñando una frase en clave de reproche que afirma que Destroyer parece cambiar constantemente, pero esencialmente siempre es lo mismo. En el sentido estricto de sus metamorfosis, Bejar ha pasado de su primera época más áspera a un sonido más pulido, de guitarreadas acústicas a himnos de alto componente electrificado. </div><div>El discazo <i>Your blues</i> ya había incurrido en el terreno de los sintetizadores (a veces de un sonido acusadamente cutre, aunque no por ello se convirtiese en una referencia irónica ni nostálgica de ningún tipo), pero es posiblemente el EP <i>Bay of pigs</i> el experimento más osado que haya hecho el canadiense en toda su discografía. Compuesto por sólo dos temas (<i>Bay of Pigs</i> y <i>Ravers</i>, durando el primero de ellos cerca de catorce minutos), el disco empieza con “Listen, I been drinking…”, y precisamente parece como si nos sumergiésemos en el mismo líquido/fluido del que Bejar está bebiendo. Si la mayoría de los discos de Destroyer son cartografías de continentes emocionales que se solapan y continúan los unos con los otros, el tema <i>Bay of Pigs</i> es justamente la inmersión en el océano que los separa. Uno va atravesando capas de sonido –más que capas, algo así como finísimas sábanas- acercándose lentamente al corazón de la canción. Ese corazón no late de una sola manera, puede hacerlo tanto con un punteo de una guitarra llena de delay, como con el ritmo de unos súbitos sintetizadores que trazan una atmósfera d<i>isco</i> nunca antes vista en la discografía de Destroyer. La canción <i>Bay of pigs</i> posiblemente sea la mejor canción del 2009, siendo un kraft excelso de todo lo que puede ser o no ser una canción, todo lo que se pueda escribir o callar en una letra, la inmersión en el mundo de los recuerdos de un hombre en su forma más múltiple y reproductiva. Y aún así Bejar es Bejar, Bejar y sus mujeres, sus shalalás, sus recuerdos reconstruidos en base a fragmentos, Bejar y sus imágenes de personas como piezas de puzzle flotando sobre una tina llena de agua. </div><div><i>Love is a political beast with jaws for a mouth</i>. </div><div>Hay una frase comúnmente conocida (aunque cada vez más en desuso, a fuerza de divorcios y la dinamitación de la formación parental clásica) de que detrás de cada hombre, hay una gran mujer. Más que nunca en toda la discografía (o literatura propiamente dicha) de Dan Bejar, la mujer -sus mujeres- no están detrás, sino delante, pero en forma de un espejo astillado que devuelve en cada fragmento uno de sus personajes. Christine White, Jackie O', todos los fragmentos permanecen, todo devuelve diferentes aces de colores. Terminar de escuchar <i>Bay of pigs</i> es llegar al imposible de aquel punto topográfico donde termina ese arcoiris, un lugar donde no hay duendes ni hoyas de oro, pero si una de las canciones más bellas que se han hecho en los últimos años.</div><div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMGHKEGIzuW6H8zyDYVL__k6ybZRGCcsgtMxE83mOSZ35zW1AhMMHp05NLmeg5e26vsWy0gxL8WZyvbgR9Yi0W-iXKdRMWTXXO7cFaTvONa5BGnsdbaRWZ1AWpPVk2kjxIzNwN1w/s1600-h/animal_collective_merryweather_portada2.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMGHKEGIzuW6H8zyDYVL__k6ybZRGCcsgtMxE83mOSZ35zW1AhMMHp05NLmeg5e26vsWy0gxL8WZyvbgR9Yi0W-iXKdRMWTXXO7cFaTvONa5BGnsdbaRWZ1AWpPVk2kjxIzNwN1w/s400/animal_collective_merryweather_portada2.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438194151849343090" /></a><br /><b>03- Animal Collective- Merriweather post pavilion</b><br />Da un poco de cosa darle tanto la razón a la pitchfork, o a metafilter, pero realmente <i>Merriweather post pavilion</i> es un disco, más que bueno, <i>importante</i>, una reformulación desde las bases de lo que es una canción pop, de lo que puede hacer una banda con un estribillo, de lo que puede ser un riff, de cómo se puede cantar un tema. Animal Collective, obteniendo lo que probablemente sea el título más pop de su discografía (y con sus temas más perfectamente pop como <i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=zol2MJf6XNE">My Girls</a></i>, o <i>Summertime Clothes</i>), termina de acuñar prácticamente un género en sí mismo al que venía engarzando distintas piezas desde hace años. Un disco con valor de <i>thesis</i>, y no por ello menos disfrutable, comestible, envidiable, incluso bailable<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhllzjmZXCgcvpmioUouQb2qHUNDNmHVtwpO3anwnGevh1ZwvT8CEcErXF3lBqV3PNQEjbuahzJH_wRqIrgQImiaJmqzjzzIuw98kk1GefLpVhiWEdE_a_ZDxA3v6evILnX02YAbQ/s1600-h/death-for-the-whole-world-to-see.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhllzjmZXCgcvpmioUouQb2qHUNDNmHVtwpO3anwnGevh1ZwvT8CEcErXF3lBqV3PNQEjbuahzJH_wRqIrgQImiaJmqzjzzIuw98kk1GefLpVhiWEdE_a_ZDxA3v6evILnX02YAbQ/s400/death-for-the-whole-world-to-see.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438194170991072626" /></a><br /><b>02- Death- For the whole world to see</b><br />Acá hice trampa; <i>For the whole world to see</i> fue grabado en 1975, pero por un curioso dominó de cagadas, enfermedades, mala liga y errores más o menos concientes y/o evitables, lo había obligado a permanecer bajo tierra, por más de veinte años, como una mohosa vasija de invalorable valor arqueológico. ¿Pero por qué tomarse la molestia de incluir en este conteo a una banda de principio de los setentas, que ni siquiera transitó por este año en el formato de algún tipo de reunión –como un montón de bandas que desfilaron en la última década, convirtiéndose en algo así como bandas de covers de sí mismos-, que pasó prácticamente desapercibida por los circuitos masivos, y que ni siquiera llega a ser muy conocida por la crítica especializada? El título del disco parece, en primera instancia, algo pretencioso, pero termina indicando exactamente el valor intrínseco del mismo. Death fue una banda desafortunada, que estaba destinada al oro, pero que quizás fue víctima de su propia velocidad, tropezándose con los largos cordones de sus mismas pretenciones, dándose de cabeza contra el muro de sus inquebrantables principios y su propias pulsiones thanáticas. La idea de “banda maldita” es muy tentadora, pero eso no hace a Death una banda legítimamente buena (al igual que la vida bizarra/autodestructiva de G.G. Allin tampoco deja en penumbra el hecho de lo berreta que era como músico). También, la onanista tarea de buscar “la primera banda punk” ya se ha convertido en un subgénero en sí mismo en lo que se refiere a crítica musical. Seguir delegando eso, que si fueron los mismos Pistols, o los Ramones, o los Dictators, o Suicide, o la Velvet Underground, o los Nuggets, o los Fugs, o los Electric Eels, o los peruanos Saicos, o la bandasolistadelcuñadodeuntíosegundodeFraileMuertoquetocab-acoversdelosIracundosdrogadoconpegamentodetapiceríaenelaño59’, es una labor que sólo sirve para discutir con algún que otro bloggero con escasas probabilidades de ponerla en el verano. Pero lo de Death parte la vista –o mejor dicho, los oídos-. Lo que logra esta banda formada en 1971 es sonar <i>hardcore before punk</i>, sin Deloreans de por medio, con solamente un par de guitarras eléctricas al palo (demasiado rápidas para la época, anticipándose al ataque hiperactivo y fisico de los Bad Brains,), temas complejísimos y un espíritu heredado de MC5 cultivado y reprocesado como un vino olvidado en una antigua barrica. Escuchar <i>For the whole world to see</i>, específicamente temas como <i>Keep on knocking</i> o <i>Politicians in my eyes</i>, es como descorchar ese vino, sentir y pensar en la medida que las cosas podrían haber sido diferentes de haberse vuelto esta banda en una formación reconocida. El mundo entero probablemente no verá, ni tendrá la suerte de saber de lo que se perdió, pero el último y único disco de Death es histórico de forma retrospectiva, como el descubrimiento del hombre de Pekin, o cualquier esqueleto perdido que nos haga cuestionar sobre los propios eslabones que nos componen.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDukq7jqtbI9JkG1-CYN0VgKcsT5FV5dqoUQUu0ZIiBhC4YSkspjzCzBlH3VrvONFARnGVahm1vtBsgugHvBluwBvVAE5vGh7IKal9COhsj7tiyvwhe8Igrh8dsGPM6Slz8ILkzw/s1600-h/the-antlers-hospice.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 397px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDukq7jqtbI9JkG1-CYN0VgKcsT5FV5dqoUQUu0ZIiBhC4YSkspjzCzBlH3VrvONFARnGVahm1vtBsgugHvBluwBvVAE5vGh7IKal9COhsj7tiyvwhe8Igrh8dsGPM6Slz8ILkzw/s400/the-antlers-hospice.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438195587239255810" /></a><br /><b>01- The Antlers- Hospice</b><br />Hacía años que un disco no me dejaba por tanto tiempo la piel de gallina –desde el cuello hasta las piernas, todo mi cuerpo salido hacia fuera, como un carpincho en anfetas. Peter Silberman, el hombre detrás de The Antlers, cayó en un pozo depresivo que lo llevó apartarse de toda la gente que conocía, encerrándose en un apartamento de Brooklin, sin siquiera atender el teléfono por un año. El resultado de eso: un montón de amistades echadas por el drenaje y <i>Hospice</i>, un álbum conceptual, o más que un álbum conceptual, una novela sonora sobre los últimos días de una chica enferma de cáncer a los huesos vistos desde la perspectiva de uno de sus visitantes/cuidadores. La idea en un principio parece tan creepy como deprimente, pero Silberman es un tipo de una sensibilidad que te hace caer de culo, haciendo de pequeños detalles (versos como <i>“walking in that room when you had tubes in your arms, those singing morphine alarms out of tune kept you sleeping and even I did’nt relieve them when they called you a hurricane thunderclap”</i>) diminutos martillos que te aplastan el corazón, pudiéndoselo comparar con ese cuento genial que es <i>Harvest</i>, de Amy Hempel (una escritora de la que, sólo habiendo leído dos o tres cuentos, puedo decir que es una de los puntos más altos de la literatura contemporánea). Precisamente, hay una idea y camino de vuelta interesante con la literatura, con abundantes referencias a la suicida Sylvia Plath (poeta y escritora de literatura infantil que se suicidó a sus treinta y pocos años metiendo la cabeza adentro de un horno), junto a una descripción del vedado, pero completamente vívido impulso asesino (no sólo misericordioso, sino hastiado y propiamente agresivo) de quien debe presenciar el constante sufrimiento del otro. Hospice es uno de los discos lírica y psicológicamente más densos que he escuchado en mi vida. En Shiva, donde finalmente la muerte llega, el amor e identificación con la persona en la cama se vuelve tan intensa que termina produciéndose una transmutación del visitante en el enfermo (tal como señala el título alternativo de la canción, "Port-a-caths switched"). Lo que prevalece, más que nada es el horror y la impotencia, esos momentos en los que más de uno nos sentimos idiotas, insignificantes frente al dolor del otro, sin poder mascullar algun cliché o pelotudez más que "todo va a salir bien". Tal como dice Cioran, "tratándose de pésames, todo lo que no es cliché raya en la inconveniencia o la aberración".</div><div>Más allá de la calidad estilística, uno, ya por su temática podría pensar que Hospice es un disco infumable –al menos del punto de vista emocional- pero (y precisamente acá uno de los grandes méritos) aún así es un disco lleno de humanidad y vida, hasta –por extraño que parezca- <i>esperanza</i>, haciendo de la muerte un momento hímnico en donde todo se legitima, de una manera que ni el más religioso de los escritores podría plasmar (con picos emocionales que tienen mucho de Arcade Fire y de Godspeed you! Black Emperor). Por esa misma razón, Hospice no es de esos discos que van a figurar como mas escuchado en el last.fm de alguien. Es un disco que sólo puede escucharse unas pocas veces, de un tirón, pero que queda resonando por días, meses. El pico emocional más grande del 2009, una orfebrería finísima y “linda”, hecha de huesos que rechazan a su huésped, inyecciones, pullmotores, catéters y cortinas venecianas.<br /></div></div></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-84987822100748094722009-12-29T02:51:00.008-02:002009-12-29T05:32:18.083-02:00<div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-weight: bold; ">Agustín y el jazz</span></div>La primera vez que supe del jazz ocurrió en las duchas del Biguá, cuando tenía apenas seis años.<div>En aquellos tiempos las duchas del Biguá eran un terreno inexplorado; inconcientemente, sin tener ideas fijas sobre psicoanálisis ni nada que se le pareciera, sentía aquello como un lugar</div><div> lleno de intensidades, donde habitaba algún tipo de amenaza primigenia, como si fuera una cueva que tuviera más de Cthulu que de Altamira. Aquello era un lugar salvaje, en el cual yo parecía un antropólogo sobreviviente de un accidente aéreo o un naufragio, mientras todos los niños se desenvolvían con una tranquilidad aborigen que no dejaba de sorprenderme. La desnudez fue algo que siempre me incomodó desde edad temprana, y ver todos aquellos niños desnudos, con sus brazos sueltos, sin toallas, meando contra la canaleta por el cambio de térmico que generaba la ducha humeante en sus cuerpos, persiguiéndose, tirándose champú, con sus pies descalzos sobre la superficie ranurada del suelo, a punto de patinarse, a punte de encarnársele una uña, a</div><div> punto de quemarse con el agua caliente que dejaban abierta como si fueran un geiser invertido, me parecía algo que limitaba entre el miedo y el asco. Y también estaban los viejos, los niños judíos cuyo pene no entendía, los funcionarios que chequeaban como un celador de una cárcel subterránea que todos nos ducháramos a su debido tiempo. Algo así como un torturador benévolo, sólo que no sabía ponerle palabras. Lo único que pensaba eran en unas imágenes de <a href="http://www.arcaeditorial.com/imagenes/tapasaltonci.jpg">Saltoncito</a>, un sapo que lo metían en cana, unos sapos gordos dibujados en carbonilla que agitaban su llavero medieval en forma de aro con particular malicia. Lo impactante de Saltoncito era que, más allá de la historia, el retrato del animal estaba muy parcialmente antropomorfizado. Era un sapo erecto. Nada más. Un sapo erecto con ropa, pero su cara era efectivamente eso: un sapo, dos ojos negros de sapo, una boca de sapo, piel de sapo, la lengua pronta para salir como la de cualquier sapo a punto de atrapar una mosca. Casi parecía que fueran sapos diseccionados y vestidos, con esa extraña sensación de vida adornando la muerte (o muerte adornando la vida), esa <i>bijouterie mortuoria</i> de las fotos de los rituales de la muerte niña en México. Así veía a los</div><div> funcionarios: sapos vestidos de azul marino, con un Mario, un Raúl escritos en mayúsculas sobre el corazón. Yo me las ingeniaba para ducharme con short de baño, generalmente limitándome a colocar la cabeza debajo del chorro.Pero el terror no terminaba ahí, empinada, húmeda y atestada estaba la escalera que conducía a las piscinas. Ahí sucedía de todo, chicos que se golpeaban, que se daban chicotazos con la toalla, un niño que una vez se calló y se le abrió, como una media de red enganchada, un trozo de piel del tobillo. Los niños se apisonaban contra pared como madres en la sección de buzos de niños en las ferias americanas y en el momento en que aparecía el profesor y daba la orden, todos se abalanzaban hacia afuera.Era muy extraño el Biguá. En mi colegio era un niño hiperactivo, que le gustaba jugar a la mancha-escondida, leer, inventar cuentos, que coleccionaba Basuritas y que no tenía ningún problema para hacerse amigos. En el Biguá, desde que entraba al vestuario, nunca llegaba a sentirme cómodo. Pero era una incomodidad que no provenía de un miedo a los otros, sino de un miedo a mí mismo. Estaba a punto de cagarlos a palos, y no sabía por qué. Fue en el Biguá donde le saque mi primer y único diente de un piñazo a una persona (diente-e-leche, no sigo explicando porque este post se va a parecer a la conocida canción del Sabalero). Fue en el Biguá también donde manché de sangre un casillero al darle una piña en la nariz a un niño dos años mayor que decía que mi padre era un bichicome (a esos seis años fue el momento en donde mi padre me aleccionó que debo pegar, sólo y sólo si me pegan primero). Y fue también en el Biguá en donde a mis diecisiete años humillé a golpes a un tipo en medio de una estúpida pelea de Basketball (dos años más tarde me enteré de su muerte un accidente solo concebido por Darío Argento, aunque después descubrí que el que lo había sufrido había sido su hermano).Ya en la superficie, por más cloro que hubiera en el ambiente, la piscina partía del mismo asco y miedo de las duchas. Era casi como si lo que pasaba en las duchas fuese un arroyo que desembocaba en el mismo río. De hecho, nunca me gustó nadar en la piscina. Incluso ahora. Es algo que me lo reprocha un montón de gente, pero aún siendo socio vitalicio de ese club, nunca me atrajo meterme en ese pequeño lago de cloro para hacer unas piletas. Cuando hacía crawl abría los ojos debajo del agua y pensaba que mi sombra proyectada sobre el fondo era un pequeño tiburón que se mimetizaba con todos mis movimientos. Sabía que aquello era absurdo, pero igual persistía aquella noción. De hecho, mentiría si dijera que no hay restos de ese miedo originario cada vez que nado solo en una piscina (sobre todo en las grandes). Precisamente, una de las pocas cosas que me gustaba hacer (también, una de las pocas en las que era realmente bueno) era zambullirme en clavado y tocar el fondo de la piscina. Podía estar mucho tiempo debajo y en competencias entre amigos era el primero en encontrar llaves, piedras, o pulseras arrojadas por nosotros mismos. Creo que ese gusto venía en el enfrentamiento con mi propio terror, descubrir que en el fondo no había nada más que mi sombra.</div><div>También hay una imagen recurrente que por alguna razón se ha repetido en varios encuentros con mi psicólogo. El resto de mis compañeros cubo y yo escuchando las observaciones e instrucciones del profesor. Luego de escucharla, todos yendo corriendo a agarrar nuestras tablitas azules, una apelmazada arriba de la otra como si fuesen muchos pisos de una torta de novios a punto de colapsar. Ahí recuerdo haber sacado una tabla y encontrar un mosquito aplastado entre dos de ellas. La imagen del mosquito me generó una especie de extraña arcada que sigue atragantada hasta ahora en mi garganta. ¿Qué significaba, qué producía esa imagen del mosquito?Pero fue en las catacumbas vaporosas de las duchas donde me di por primera vez con el jazz. Mi padre me iba a acompañar al solarium del Biguá. El solarium era un mundo</div><div> completamente diferente, y la idea de ir ahí con mi padre –probablemente me encontraría ahí con mis primas, pero ahora no me acuerdo- me resultaba tremendamente agradable. Fue mientras que me bañaba que vi un desodorante que salía de su necessaire. Era una cápsula blanca, pequeña, con los bordes redondeados. En su parte delantera tenía escrito <i>Jazz</i> con letras negras. La <i>J</i> era una especie de clave de sol. Las dos zetas eran sugerentes, como dos patitos mirando hacia la izquierda, más dinámicas que las letras que se escapan de la boca de los personajes de dibujitos animados mientras duermen. El olor del desodorante roll on era algo diferente de todo lo que hubiera olido antes. Olía fresco, como a mar pero sin esa esencia pútrida a pescados muertos. Olía algo así como “The Beach” (para los que ven Seinfeld, la idea de perfume que Calvin Klein le roba a Kramer). En el dorso decía estaban escritas un montón de cosas que no entendía. "Pour homme", cosas así. Lo único que pude comprender de todo eso fue un “Made in France”, que era como el Made in China omnipresente en todos los muñecos que conocía, por lo que suponía que estaba hecho en otro país, posiblemente en Francia. Mi padre me lo confirmó, y puede ser que también aquella experiencia haya sido la primera vez que conocí a Francia. El país ya lo conocía, pero era la primera vez que, como leyendo una botella con un mensaje adentro, sabía algo que me importaba de aquel país. Porque aquel desodorante fue algo así como un talismán, algo que permitía por primera vez sostener una estructura que parecía tragar a todo. Era algo así como una cápsula, una linterna blanca que alumbraba el interior de la caverna. Muchos pensarán que todo esto que digo es un completo divague –y en algún punto</div><div> posiblemente tengan razón- pero, vaya uno a saber por qué, aquel trozo de plástico fue algo inexplicablemente crucial en mi vida. Casi ipso facto me hice fanático de Francia, una</div><div> Francia que todavía no tenía a sus Oliveiras y Magas caminando por París, a sus Deleuzes, Foucalts y Lacans dando clases en universidades y en la calle, a sus Debords planeando secuestrar a Chaplin, a Brels demostrando hasta donde llega el límite de lo posible en una performance, a Montmartres empinados, a los mafiosos envueltos en sobretodo en Rififi, a Zidanes dejando en ridículo a un cuadro entero de brasileros, a Godards filmando a Sebergs, pidiéndole que hagan las cosas que le gusta.El otro día andaba escribiendo esto y releyendo el increíble diario de filmación de Fitzcarraldo escrito por Werner Herzog (un material de lectura que, me atrevo a decir, es mejor que la misma película), me sorprendo al encontrar entre mi anécdota y un relato de infancia del director un curioso isomorfismo:<i>“Me acuerdo de haber experimentado de chico en Sachrang un estremecimiento parecido cuando encontré en l arroyo cerca de la cascada un pedazo deshilachado de plástico azul luminoso que había llegado flotando y que había quedado atrapado entre las ramas de un arbusto. Nunca había visto algo así hasta entonces, y me lo guardé en secreto durante semanas, lo desgusté, encontré que era levemente elástico, lleno de sorpresas. Recién semanas más tarde, cuando ya me había obsesionado con eso hasta el hartazgo, lo mostré (…) ¿De dónde venía entonces? ¿Había sido arrastrado por el vinto de las montañas? No lo sabía, pero le di un nombre, ya no sé cuál. Lo que sí sé es que sonaba muy bien y era muy secreto, y <span class="Apple-style-span" style="font-style: normal; "><i>muchas veces desde entonces me rompí la cabeza preguntándome por ese nombre, esa palabra. Daría mucho por saberlo, pero ya no lo sé, tampoco tengo ya el suave pedazo de plástico lavado, y no tener ninguna de las dos cosas me hace hoy más pobre de lo que era de chico”</i>.</span></i></div><div>Esa palabra, justamente en mi caso, la sigo conociendo:<br />Es <i>Jazz</i>.</div><div><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/VTuIb7BIFqk&hl=es_ES&fs=1&"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/VTuIb7BIFqk&hl=es_ES&fs=1&" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Miento. La primera vez que me enfrenté al jazz no fue a mis cinco años, sino a los tres, quizás a los dos, pero todavía no sabía leer ni tenía una idea muy particular de lo que era la música, mucho menos tal género.El asunto de los mayores, más bien, el asunto de los seres humanos me traía sin mucho cuidado. Todo lo que era, lo que significaba el amor, la muerte, la venganza, la riqueza, la pobreza, la belleza, la fealdad, el triunfo y la derrota lo aprendí, en primera instancia, por medio de una serie de dibujitos llamados <i>Silly Symphonies</i>. Creadas por Walt Disney en 1929, las <i>Silly Symphonies</i> eran un producto de su época, dibujitos cortos fascinados por las facultades que ofrecía el Techincolor y el audio, el movimiento y las transformaciones, en un mundo mágico donde la imagen se sometía al sonido. De hecho, los cortos de <i>Silly Symphonies</i> te demostraban que todo tenía un sonido, o más bien que todo era musical, no sólo un baile, o un desfile, sino un porrazo, un guiño, un olvido, una idea. Cada costilla del cuerpo sonaba como una nota distinta, todo el mundo estaba pentagramado, y cada movimiento, cada acción, sentimiento o acontecer se dibujaba y reproducía sobre aquel lienzo. En una perfecta sinestesia, un cerdito se caía y al impactar en el suelo con el culo emergía un corto sonido de tuba. Si un diablo se enojaba se escuchaba un violonchelo siendo raspado con un arco hiperactivo hasta el límite de sus cuerdas. Y cuando alguien se enamoraba, al mundo se infiltraban miles violines. A ver si me explico, la particularidad de <i>Silly Symphonies</i> era que esos violines no eran una mera orquestación de una escena, sino la expresión viviente de ese mundo, tal como si fuera una secreción, o uno de los ruidos que emite un cuerpo vivo. Sentimiento, efecto y sonido coinciden en el mismo corte de absisas y ordenadas. Las <i>Silly Symphonies </i>no fueron sólo el sitio donde Walt Disney comenzó a ensayar su imperio, sino también una sala de laboratorios donde el caricaturista y sus compañeros encontraron un terreno donde poder plasmar de manera más libre y caprichosa todas sus ideas. Mientras que el estreno de <i>Blanca Nieves</i> marcaba la llegada del largometraje, y con él, un nuevo enfoque de la anatomía y movimientos del dibujito hacia un acto mimético con la realidad, en las <i>Silly Symphonies</i> gobernaba esa pulsión al menos estéticamente transgresora de no juzgar a sus personajes y sus historias por su parecido a lo cotidiano, sino por los interjuegos maquínicos que podían realizar, su completa inmanencia de movimientos y transformaciones. <i>Silly Symphonies</i> es el antiguo testamento (con su violencia, sus venganzas, sus monstruos, sus trampas); lo que vino después, el nuevo testamento (personajes más coherentes, guiados por principios, un guión interno coherente y plausible, un Dios entero y perfecto que gobierna desde el mas allá con amor, no con venganza). El mayor exponente de esta declaración de principios no proviene propiamente de Disney, sino de Paramount, con Betty Boop, un dibujito que, antes de convertirse en un ícono trendy omnipresente en un montón de carteritas de liceales, era un personaje completamente transgresor, con una sensualidad vigente, pero más que nada, perteneciente a <a href="http://www.youtube.com/watch?v=HaZOXF83zBg">un mundo psicodélico </a><i><a href="http://www.youtube.com/watch?v=HaZOXF83zBg">avant la lettre</a></i>. Los automóviles caminaban con sus ruedas, se estiraban, los personajes tomaban a sus piernas por arcos de flecha, estornudaban y largaban mocos que se convertían en minúsculos constructores. Una ontogénesis sonámbula y constante. Disney, siendo un hombre más políticamente correcto de lo que le hubiera convenido –quizás al menos en términos artísticos- nunca llegó a tal nivel –quizás ni siquiera al de los primeros dibujos de la Warner- pero su punto de mayor cercanía (y posiblemente más estilizado que todos los otros) lo logró por medio de las <i>Silly Symphonies</i>. No es sorpresa que el Pato Donald (personaje harto más interesante que Mickey Mouse, ese personaje que progresivamente fue perdiendo toda su personalidad, hasta volverse el eunuco moralista y tibiamente simpático que es hoy) apareciera por primera vez ahí, como un vago que fingía enfermedad para no cuidar a unos patitos en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=A5dowCyaP7I">The Wise little Hen</a>.</div><div>La primer película que vi en mi vida –o, por lo menos, la que mis padres y yo recordamos- fue, precisamente, <i>Flowers and trees</i>, film al que yo había bautizado como <i>El árbol malo</i>. La historia es la de dos árboles que se aman, que en medio de la primavera se regalan flores –las cuales se ofrecen con todo gusto, haciendo patente esa lógica espiritualista o panteísta-, pero cuyo amor es interrumpido por los celos de un árbol seco y podrido. La imagen del árbol realmente daba miedo, su cabeza estaba coronada por ramas puntiagudas, de su boca árida y negra salía una lengua que era una especie de salamandra moribunda. El árbol rapta a la mujer árbol</div><div> (extrañamente, recuerdo que dicha escena me generaba una extraña excitación), pero es derrotado por su fiel enamorado. Sin embargo, el mal todavía no está vencido, y el árbol decide prender fuego al bosque. Las llamas se extienden e invaden el terreno (son precisamente eso, invasores, legionarios antropomorfizados que comienzan a atacar por varios flancos). Las</div><div> margaritas actúan como regaderas, los pájaros cargan agua en sus nidos cuales helicópteros bomberos, pero nada sirve. Es así que en un determinado momento, las aves se unen, suben bien alto y se lanzan en picada haciéndole un agujero a las nubes. La lluvia se desata y el fuego comienza a ser <i>asesinado</i>, llama por llama. El mismo árbol malo sucumbe ante las mismas llamas de su odio. Lo que se encuentra de él es un despojo. Ahora es simplemente un tronco en cenizas, un árbol muerto. Todo registro humano que podía vérsele casi a desaparecido. Casi por así decirlo, se convierte en la única cosa inanimada que aparece en todo el corto. El árbol bueno</div><div> corteja a su amada y le propone casamiento. Todo el bosque, renacido entre sus cenizas celebra el desposamiento. Esa última parte poco me importaba, yo sólo quería repetir, una y otra vez, <i>ad infinitum</i>, la parte en que el árbol se consumía por el fuego. Como una advertencia que me asustaba y fascinaba.</div><div><div style="text-align: center;"><br /></div><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/KBKmkbRLXGM&hl=es_ES&fs=1&"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/KBKmkbRLXGM&hl=es_ES&fs=1&" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Pero la música de <i>Flowers and trees</i> es netamente clásica. Es en <i>Music Land </i>donde aparecería el jazz, no como banda de sonido, sino como tema, incluso como personaje. Luego de haber vuelto a ver casi obsesivamente todos los dibujitos de <i>Flowers and trees</i>, puedo afirmar que <i>Music Land</i> es el corto mejor logrado de las <i>Silly Symphonies</i> (aun sin haber recibido ninguna</div><div> estatuilla de la Academia, a diferencia de otras seis películas de la serie). El cortometraje trata sobre dos reinos, la tierra de la música clásica y la isla de jazz, dos islas enfrentadas y separadas por el <i>mar de la discordia</i>. Los habitantes de estos mundos son instrumentos, y todo lo que dicen lo realizan por sus propios sonidos (uno de los grandes méritos de Wilfred Jacskon –director del film- es realmente convertir a aquel sonido en un verdadero lenguaje, por momentos llegándonos a olvidar que no están pronunciando palabra alguna). La cuestión es que el príncipe de la Isla del jazz -un saxofón alto- se enamora de la princesa de la Tierra de la Sinfonía, una violín custodiada por su madre violoncello. A hurtadillas concertan un encuentro en tierra de la princesa, pero el saxofón es descubierto por la madre y capturado en una <i>cárcel-metrónomo</i>. En la cárcel, el saxofón escribe una <i>carta/partitura</i> a su padre, y se la envía por paloma mensajera. Cuando el padre se entera de la noticia se da a lugar una de las mejores escenas jamás resumidas en</div><div> dibujitos: una batalla entre los dos mundos, con saxos, clarinetes y flautas disparando notas desde la isla de jazz, y con la tierra de la sinfonía descargando <i>La marcha de las Valkirias</i>, como si fuera una escuadra nazi lanzando todo su arsenal de misiles sobre Londres. Pero el saxofón al ver que su violín amada, tras agitar una bandera blanca se hunde en su barco, se escapa de la prisión e intenta ir a su socorro, terminando naufragando. Los dos jerarcas de los respectivos reinos acuden a la ayuda de sus hijos y ahí, enfrentándose, terminan por descubrirse y</div><div> enamorarse. La película termina con una fiesta celebrada en un puente que une los dos mundos, sonando la novena sinfonía de Beethoven reversionada con algunos arreglos de jazz estilo Dixie Land.<i>Music Land</i> dice muchísimas cosas más sobre el jazz que muchos libros o</div><div> documentales especializados en el género. Primero, señala la histórica división entre jazz y música clásica, o para ser más concretos, música negra y música blanca-occidental. No dos estilos, sino dos paradigmas, dos formas de ser y sentir. No sólo señala esta oposición, sino que marca lo que inevitablemente terminaría por suceder no mucho tiempo después: los acoplamientos novedosos entre los dos mundos, algo que se fue dando, no sólo en la incorporación al jazz de instrumentos como el cuerno francés, o el mismo violín, sino en una misma forma de componer y pensar la música. Precisamente, a partir de los treinta, los músicos salvajes, insubordinados, más guiados por el arco reflejo del swing que por la planificación cerebral, comienzan a componer y a incorporar elementos de la música clásica. Precisamente</div><div>este matrimonio (tal como sucede en el corto), se puede ver en músicos como Charles Mingus, que tenían arreglos tendientes a grados cada vez más elevados de abstracción, aún conservando el swing. Precisamente, quien oficia de cura en el matrimonio entre el saxofón alto y tenor y la violoncelo y la violín, es, precisamente, un contrabajo, el único instrumento amplia e inicialmente compartido por los dos géneros.Posiblemente uno de los detalles más perfectos de la película es la cárcel-metrónomo en donde se intenta confinar al saxofón. El jazz se ha caracterizado, no por ser una música plenamente individual (más allá de la alternante cantidad de solos, la comunicación entre los músicos a modo de jam siempre termina siendo fundamental), pero sí por el papel que tiene en su inmanencia, en su capacidad autopoiética y constantemente productiva, lejos de fines o trascendencia. En la música clásica, más allá de la complejidad y riesgo de la composición –cada vez apuntando a mayores grados de abstracción- lo individual siempre se encajona en la cárcel de cinco barrotes del pentagrama. Casi por así decirlo, es el más cristiano de todos los géneros</div><div> musicales, con la pluma de un maestro que termina siendo la mano de Dios. En el jazz, por el contrario, los comienzos y fines están pautados por el swing, por la producción e intercambio de flujos entre sus integrantes. La canción puede durar minutos, horas, años, y podrá seguir así, salteándose codas, hasta que los dedos de los músicos se pulvericen, hasta que los pulmones de los sopladores secompriman hasta convertirse en una pasa de uva. En <i>Lo liso y lo estriado</i>, Deleuze y Guattari escriben: <i>“volviendo a la oposición simple, lo estriado es lo que entrecruza fijos y variables, lo que ordena y hace que sucedan cosas distintas, lo que organiza las líneas melódicas horizontales y los planos armónicos verticales. Lo liso es la variación continua, es el desarrollo continuo de la forma, es la fusión de la armonía y de la melodía en beneficio de una liberación de valores propiamente rítmicos, el puro trazado de una diagonal a través de la vertical y la horizontal”.</i></div><div><i></i>Es algo que llama la atención el hecho de que justamente haya sido en instrumentos tan limitados y estratificados como los aerófonos (la mayoría de ellos no pueden combinar notas, sólo pueden encadenarlas, formar armonías, no pueden formar acordes, y las mismas son limitadas al número de permutaciones que ofrece el objeto –a diferencia de instrumentos sin trastes como el violín o el cello, donde al no haber trastes el rango expresivo es muchísimo mayor) donde se haya encontrado la vía regia (¿<i>via crucis</i>?) para escapar a la mano invisible del orden.</div><div>Pero la respuesta no sólo se encuentra en la música, sino en sus ejecutores. El saxofón alto termina escapándose de la cárcel, tal como lo hicieron muchísimos músicos (aun cuando en aquel escape estuviese su vida en juego). Creo que lo fundamental de <i>Music Land </i>no es el hecho de la música en sí, sino la representación que Estados Unidos y el mundo tenían del jazz. Hoy en día cuesta imaginarse cómo esa música de La isla del jazz que nos resulta tan simpática podía ser considerada por algunos algo escandaloso, una aberración, un atentado a las buenas costumbres, el fin de la civilización. Antes de que Elvis convirtiera a su pelvis en una máquina de guerra, antes de que la gente se escandalizara por los cerquillos de los Beatles, antes incluso que Jerry Lee Lewis se parara sobre un piano en llamas –literalmente hablando- reformulando los antiguos mandamientos de lo que se podía o no podía hacer en un escenario, había un montón de negros tocando en húmedos cabarets, picándose y creando la música del Apocalipsis, una música que curiosamente hoy se utilizaría como cortina musical de una comedia liviana de Woody Allen. Porque la isla del jazz es todo menos un reino, es un burdel sonámbulo donde nunca se para de bailar, donde <i>mujeres-ukulele</i> se ofrecen a ser tocadas por su magnánimo, un Sodoma y Gomorra en versión PG (no le podíamos pedir tanto al pobre Walt). Desde que me interesó el jazz, siempre me habían seducido las crudas biografías de algunos de sus intérpretes, como la corta vida de Charlie Parker (convertido ingenuamente en adicto a la marihuana por Julio Cortázar en <i>El perseguidor</i> –al parecer el gigante barbudo estaba poco informado sobre el uso y efectos de ciertas drogas), o el periplo heroinómano de John Coltrane (adicción suplantada por la religión, algo así como el cambio de una sustancia por otra). Sin embargo, conforme fui escuchando más jazz, comencé a darme cuenta de lo realmente grave que era el asunto. A Parker y Coltrane se agrega una lista interminable de muertos tempranos que haría sonrojar a los más mórbidos fetichistas del grunge. Muertos como Wardell Gray (encontrado con el cuello roto en el medio del desierto de Nevada, asesinato que nunca pudo ser resuelto); muertos como Bessie Smith (que tras un accidente automovilístico no pudo encontrar a tiempo un hospital que admitieran negros, muriéndose desangrada en el trayecto); muertos como Eric Dolphy (el brillante flautista y clarinetista de Coltrane murió por una mala praxis medica, al desplomarse en escenario y creer los tratantes que, por ser jazzero -y negro-, debía haberse pasado de droga, dejándolo sin tratamiento, cuando en realidad había tenido un coma diabético); o muertos como el ya por entonces desdentado Chet Baker (que había perdido unas cuantas teclas en varias peleas con dealers), que fue arrojado desde la ventana de su apartamento de hotel en un crimen tampoco develado; o muertos Albert Ayler, quien desapareció por veinte días, siendo encontrado flotando en el East River, dejándonos a sus treinta y cuatro años de brillantez el misterio de qué habría pasado con una de las trompetas más caóticas y enigmáticas que dio la música; o Lester Young, que aún haciendo música, pasó sus últimos días catatónicamente mirando un rincón de su cuarto; o James Reese Europe, muerto en 1919 por una puñalada de un propio integrante de banda; o Lee Morgan, asesinado en pleno show (para que los fans de Pantera vean que no están solos) por un disparo efectuado a manosde una novia despechada.</div><div><br /></div><div><img src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqHJbIVtPBDI2cqR8n6dXaVZVmtPTZhyOnTxRBYXmGvDIx0Khg-szpTCostT088gX5edQRiscgCILBsv2EwbazcTWH8wdryyHQhxtiGJcCGrjgVMpulnirjXwCFv_ICoHmsTg11w/s400/evolution.jpg" style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 333px;" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5420542387319201410" />Uno intenta, pero no puede. La idea de concebir a la música como algo en sí, autojustificado y libre de las condiciones de subjetividad que lo producen es casi imposible. Cómo ciertas canciones hacían revolcar y franelearse a un montón de negros (y blancas flappers metidas a escondidas en clubes vedados para mujeres de su raza), medir la marcas de agua que quedó desde aquello al <i>booty sweat</i> de alguna boriqua agitando sus nalgas sobre la carpa de algún rapero con dientes de platino, me hace pensar en qué podrá ir más allá en el futuro, qué podrá ser más salvaje o erótico. <i>The shape of the excess to come</i>. Posiblemente la respuesta serán canciones y bailes cada vez más redundantes en cuanto a lo sexual (futuros estribillos de raperos, o una mutación imprevisible del género con otro cantando un estribillo como “I love to fuck yo’ cunt with my dick”) o temas violentos que dejarán de ser tales para ser suplantados por ondas de baja frecuencia que generan cefaleas o aneurismas instantáneas. Música que en un futuro hará de Napalm Death algo de lo más natural y desapercibido en la intro de una película de un futuro Woodie Allen, música que se comenzará a parecer cada vez más al ideal cientificista Hitchcockiano: emociones generadas por sus artífices de formas cada vez más directas, desembocando en la utilización de sustancias y electrodos a modo de generar específicos efectos en la mente.<br />Pero a no engañarnos, toda esta búsqueda de extremos ya está trazada en el mismo jazz. Si hay algo que duele reconocer es que el jazz y la música clásica siempre han estado diez, quince años por delante del rock, el pop, o los demás géneros contemporáneos. Hay que saber que antes de The Velvet Underground estaba Ornette Coleman, que antes de NEU! estaba Stockhausen, que antes de los Electric Eels ya estaba Peter Brötzmann, que antes de cualquier banda progresiva ya habían circulado un montón de músicos como Stravinsky, etc. etc. etc.<br />Sí, pero antes de los Boredoms y el jazz más atonal también estaba Luigi Rusolo, y antes también estaba Busoni, y antes estaba fucking Thomas Edison, es decir, preocuparse de fechas es, razonablemente, algo más propio de un estadista oligofrénico de ESPN que de alguien que realmente intenta llegar a algo cuando piensa sobre música (aunque ese <i>algo</i> empiece y termine estrictamente en uno mismo). Incluso, separar al jazz del rock es algo bastante artificial, considerando la forma en que ellos provienen de un tronco común del blues y la forma en que se influyen y solapan.<br />Sin embargo, hay algo que puedo decir –algo completamente personal- y es que el jazz es posiblemente el género donde he encontrado emociones más fuertes en mi vida. Con Coleman Hawkins tenés baladas en las que el amor y lo venéreo se funden bajo una misma llama; tenés discos como <i>Machinegun</i>, del freejazzero teutón Peter Brötzman, en donde –valga la redundancia del título- uno sólo puede escuchar esa metralla disonante de vientos y percusiones como si fuese un soldado escapándose de una balacera tras una barricada. Uno escucha esos temas de jazz funcionales orientados a cibercafés y oficinistas (temas que están destinados a ser un murmullo, sub-escuchados, como esas canciones de Pimpinella en sinthes repetida en forma de mantra en algunos supermercados) y puede percibir la tristeza de un puñal convertido en pisapapeles. Un saxofón en esas situaciones debe sentir lo mismo. Su condición y comportamiento de saxofón está parcialmente escrita en su estructura, en el brillo de sus llaves, en la boquilla, en la oscuridad dorada y cavernosa del pabellón. El metal clama a gritos expedir violencia, o amor, o gemidos, o meramente ruido, pero no ese murmullo, esa canción sugar free, para empresario atareado, para madre stressada, que sale de los parlantes.<br />Esta idea del jazz como mejor catalizador de mis emociones es extraño porque las canciones de jazz no suelen generar un efecto tan indeleble como el pop, así como tampoco tiene un rango de popularidad en la actualidad que permita volverlo algo perfectamente compartible con el resto de los seres humanos (y el valor colectivo de la música es fundamental, incluso a la hora de las más cerradas autobiografías; todo aspecto biográfico es colectivo, y gran parte de la vida es “esa canción que estaban pasando cuando nosotros…”). </div><div>El ambiente de fanáticos de jazz es muy cerrado, y ciertamente yo tampoco voy a ser tan caradura como para sacarme chapa ahí. De hecho, el jazz no es una música que escuche tan seguido. Mi fascinación por el jazz es como la que uno siente frente a esas minas que se encuentra de vez en cuando, en las que siempre parece que se acaba de redescubrir el mundo en el instante de toparse con ella, pero que se las olvida tan paulatina como desafectadamente en los días siguientes. Posiblemente sea por ello que mi biblioteca jazzística se remita a diez o quince días de mi vida (cada uno de ellos muy separado del otro) en donde tras un paroxismo compulsivo me bajaba de Internet todo lo que encontraba, como los argentinos que saquearon aquel supermercado de coreanos en el 2001. </div><div><br /></div><div><img src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj78PSpvlwar-c-X7eMHaR9GRfl_Q8e5vCG9FF_JFI9BmVIjxei_PX3BBbZZdzt5AQTNILq4uw9fXj4n6XblMZTDQ6kO2QkM2UDfpycEhVC4pRNhJiGvOR2B_7a7qA6jmKBGpHrqw/s400/maxroach.jpg" style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 398px;" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5420542390569571474" /> Desde mi primer contacto con aquel objeto blanco venido de otro mundo, siempre supe que había algo mágico alrededor de esa palabra. Con el tiempo la conocí en su sentido habitual, fuera de aquel marco puramente subjetivo. Sabía que era un género de música, pero siempre me colocaba a distancia, con un respeto similar al de saber que uno todavía no está preparado para determinada experiencia. La bandera a cuadros agitada desde la torre fue, nada más ni nada menos que Rayuela. Por aquel entonces era de aquellas personas que se creían un cronopio sin saber ni siquiera que significaba esa palabra. Lo único que sabía era que Cortázar tenía razón: por lo que decía, pero sobre todo por la forma apasionada en que decía. Sobre todo aquel capítulo 17: <i>“(…) una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizás había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizás había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizás había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.”</i><br />A partir de ahí comencé a bajar uno por uno todos los músicos de jazz que aparecían desperdigados por aquella edición negra y compacta de Cátedra Letras Hispánicas, con el respeto de un judío releyendo el Torah, o como un gótico industrial guiándose por la lista de Nurse with wound. Más allá de lo que dice, más allá del disputable conocimiento de Cortázar sobre el jazz, más allá de Cortázar mismo en cuanto escritor, el <i>rendez-vous</i> estaba pautado desde antes, porque la única manera que podía reencontrarme con el jazz no era otro lugar que en París, el París de Berthé Trepat, el París frío, lluvioso, el París de la canadiense de Oliveira subida hasta el cuello, el Made in París que no sólo señalaba una manufactura, sino un origen, un lugar al que volver, re-volver, encontrarse o perderse.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/e_ii-VqrmZ0&hl=es_ES&fs=1&"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/e_ii-VqrmZ0&hl=es_ES&fs=1&" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />El jazz puede entenderse como el drama fáustico, parricida, caníbal, del hombre enfrentándose a la forma. Es una tenelovela entera de personas intentando confrontar sus sentimientos con la forma, la forma con sus sentimientos, los sentimientos contra los sentimientos, la forma con la forma. Los jazzeros –los grandes jazzeros- tienen esa cuota por doble partida entre Sísifo e Icaro. El fin de la obra nunca se define, es un mero trampantojo, y una vez que uno llega a la cima se da cuenta de que es solo otro pico de una interminable cadena montañosa. Se ata la roca gigantesca a los brazos, a las mandíbulas, y sigue arrastrándola cuesta arriba. O si llega, si vuela hacia el sol, se le queman las alas antes de que pueda tocarlo. Entre todos estos mitos, ninguna historia funciona mejor como la de John Coltrane.<br />No me voy a poner a juntar citas biográficas, más o menos todo el que tenga algo de idea del jazz, sabe que estamos hablando de uno de los grandes popes. No voy a hablar sobre <i>A love supreme</i>, o <i>My favourite things</i> (uno de mis cinco temas favoritos de todos los tiempos). Tampoco voy a hablar de la heroína, ni de ese panteísmo, esa fe ciega que bañaba toda su obra.<br />De lo único que voy a hablar es de <i>Naima</i>, una canción originalmente publicada en <i>Giant Steps</i> (su primer gran trabajo, del cual vendrían muchísimos más).<br /><i>Naima</i> posiblemente sea una de las más bellas baladas de Coltrane. En el año de su composición (1960), Trane estaba todavía lejos (en madurez artística, no en años), de lo que serían las travesías freejazzeras de las que se convertiría uno de los más importantes embajadores del género (a partir de 1965, año que con <i>Ascension</i> parte las aguas de la música de su época). <i>Naima</i> es una bella canción que fue re inventada un montón de veces por muchísimos artistas. Decir esto sobre el jazz es algo ciertamente redundante, porque en el jazz toda autoría está en la ejecución, más que en su composición. Hay un lenguaje común, un palimpsesto donde cada músico escribe sobre lo ya escrito, toma, presta, se apropia y deja, uniéndose a una cadena de interpretaciones y reinterpretaciones que nunca termina de cerrarse. Si todo es plagio, todo es perpetuamente nuevo. Es en esta misma lógica que Naima nunca va a ser la misma Naima, por más que sea interpretada por el mismo músico (de ahí la frugalidad de discos de jazz en vivo: uno siempre está frente a un nuevo repertorio).<br />Una de las grandes particularidades de este fenómeno es comparar los dos discos grabados en el Village Vanguard por Coltrane. El primer <i>Live at the village vanguard</i> de Trane data de 1961. Por aquel entonces, el tenor se había cambiado al sello Impulse, compañía que le permitía un montón de libertades de las que no gozaba con Atlantic. Esos son los años de la incorporación de Eric Dolphy (genial clarinetista y flautista, uno de esos músicos consumidos tempranamente por su propio fuego) y el Africa/Brass (marcando los inicios del interés de Trane hacia la cultura africana e hindú). Aún así, como venía diciendo más arriba, todavía no iba a llegar a los delirios freejazzeros de los que sería partícipe. Sin embargo, los años pasan y para 1966 (un año antes de su muerte), el tipo está plenamente embarcado en esos demenciales viajes, en ese tornado domeñado que es el free. Ya tiene cambiado su staff. El único que queda de su formación es Jerry Garrison. Todos los demás son fletados. Elvin Jones por Rashied Alí y McCoy Tyner –uno de los tipos con más swing de la historia- por Alice Coltrane (esposa del jefe). Dolphy ya se había muerto e incorpora al saxo tenor a Pharoah Sanders, el pibe estrella, una de las mayores promesas del jazz de aquel momento.<br />Ese año Coltrane se presenta nuevamente en el Village Vanguard, resultando aquella tertulia en el quizás aún más famoso que el anterior L<i>ive at the Village Vanguard Again!.</i> En aquel disco sólo figuran tres canciones, o más bien dos: <i>Naima </i>(de quince minutos) y <i>My favourite things</i> (de veinte minutos); (el tema que queda entre estas dos piezas es un solo de bajo de Garrison que oficia de intro para el título que cierra el disco).<br />Cuando uno escucha los dos temas no puede dejar de comparar las dos versiones de Naima, <i>las dos Naimas</i>. Las dos Naimas no son una misma canción, ni siquiera dos versiones de una misma canción. Son tan recíprocas, tan iguales y a la vez diferentes como dos hermanas. Un amigo me comentó hace un tiempo que un día se encontró con la hermana de quien una ex novia suya. No podía explicar bien lo que le sucedía, pero le sorprendía, con un estupor cercano al miedo, las similitudes que habían, no en lo físico, sino en cuanto a gestos, palabras, articulaciones, cambios de mirada, pequeños movimientos que compartían las dos hermanas. El miedo iba más allá de la similitud, incluso más allá de la posibilidad –y las ganas en tanto posibilidad- de cogerse a esa ex cuñada. No, iba por otro lado. Luego de conversarlo largo rato, el tipo me dijo que lo que le daba miedo era la similitud que había entre ellas, el miedo a confundirlas. Después de pensarlo un poco, le pregunté si el miedo no era en realidad, el hecho de descubrir que en realidad no eran una misma persona.<br />Precisamente, las similitudes, más que aunar, terminan señalando un patrón, pero con el los encajes, las costuras en donde empieza una cosa y termina otra. Es por eso que <i>Naima 61’</i> y <i>Naima 66’ </i>son en sí, dos personas, dos hermanas diferentes, con los mismos padres, pero con distinto fenotipo, distinta crianza, distinto futuro, distintas promesas.<br />Pero lo fundamentalmente intrigante de las dos Naimas no se encuentra en ellas, sino en su padre. Precisamente, entre sus dos hijas –como un drama familiar shakespieriano- cae un secreto, un reproche, una maldición, una insondable tristeza. Esa tristeza que justamente vuelve la discusión al terreno de la forma y el contenido. <i>Naima 61’</i> sigue conservando la dulce y lenta cadencia de la de <i>Giant Steps</i>. Es una hermana hermosa pero tímida, con ese silencio de tejedora, de ojos empañados, de uñas esmaltadas comidas. La Naima 66’ sigue teniendo eso, pero todo lo bello emerge sólo por momentos en una tormenta de fuerzas, es la condensación de un movimiento centrífugo entre la búsqueda orgásmica de un todo más allá de las partes. Naima 66’es esa hermana descarriada que sólo da sentido a su existencia para mostrar y hacer sonrojar a la hermana, revelando los caminos que podría haber tomado, que querría tomar, pero que por alguna razón terminó dejando, u olvidando, o sencillamente no viendo. Naima 66’ es la hermana menor que llega al límite para poder marcarlo, desmontarlo y explicarlo, que se tatúa los mensajes de lo descubierto, de lo padecido en su propio cuerpo. Porque en la balada de Naima 66’ se pasa del amor al sexo, del sexo al amor, los ritmos se sincopean como el corazón de un preso en el estrado, Rashied Alí golpea parkinsonianamente los platillos y el redoblante, Pharoah Sanders aparece como una intensidad pura, no estratificada, haciendo sonar su saxofón como una mula sacrificada.<br />Pero en esa canción, por más irreconocible que esté, se notan los rastros de carmín, el maquillaje un poco corrido del primer tema, y tal como dice Joachim Berendt, en versiones como esas “se nota que a Coltrane le agradan y que hubiera preferido seguir tocándolas como las había captado inicialmente, si sólo hubiera podido expresar de esa manera lo que le quedaba cerca del corazón. Si John Coltrane hubiese visto la posibilidad de alcanzar con los medios convencionales el grado de calor extático que él llevaba en mente, hubiera seguido hasta el fin de sus días en forma tonal”.<br />Quien oye las líneas solemnes sermonales y vibrantes de Naima comprende que ese músico guarda luto por la tonalidad. Sabía cuanto perdía con ella. Y con gusto hubiera regresado a ella si en esos diez años no hubiera tropezado una y otra vez con los límites de la tonalidad convencional.<br />Naima se puede leer de muchísimas más maneras. Es, a su manera, el recuerdo de una ex esposa (Juanita <i>Naima</i> Grubbs, mina en la que se inspiró Coltrane–tal como lo indica el título- a la hora de componer el tema) recodificado y derruido por él mismo en cofradía de su nueva pareja –Alice Coltrane, que toca el piano en ese concierto (demostrando lo verdadero y lo mítico en la forma que una pareja siempre se construye sobre los cimientos de todas las personas que pasaron antes -tal como dice Leonard Cohen, en "Hey that's not a way to say goodbye": <i>yes, many loved before us, I know that we are not new,in city and in forest they smiled like me and you. </i>Pero a la vez es otro drama mucho más interesante, que es el miedo del maestro frente su alumno, el terror, y a la vez fascinación de Trane por ser superado por el más joven Pharoah Sanders. Coltrane había contratado al pibe estrella a modo de lograr esos momentos extáticos que a él le costaba llegar. Lo que se ve en <i>Live at the Village Vanguard Again! </i>es precisamente un Pharoah Sanders logrando llegar sin dificultad a los grados de intensidad y violencia que Coltrane solo llegaba a rozar por aquel entonces. Lo que se presencia en el disco es casi un western, un duelo entre dos músicos que se apreciaban, que se respetaban, que incluso se amaban, pero en un pueblo demasiado chico para los dos –al menos en un substrato inconsciente.<br />Por un lado tenés la destreza, la maestría de Trane; por otro la agilidad, la fuerza e intensidad de Pharoah Sanders. Es la estructura, la misma contienda que se abre y resuelve en el genial, apoteótico final de <i>Mal día para pescar </i>(Alvaro Brechner, 2009). En ese duelo Coltrane se fue debilitando, logrando superar a su discípulo en cada contienda, pero gastando todos sus cartuchos cada vez más rápido. Precisamente su temprana muerte puede adjudicársele a eso, un hombre que, enfrentándose concierto a concierto frente a los límites de sí mismo, comienza a trepidar, hasta consumirse en su propio juego. Como las pruebas de hombría de <i>Rebelde sin causa</i> (en donde los contendientes avanzaban a todo motor hasta el borde de un precipicio, viendo quién era más macho, veredicto que se determinaba por quién frenaba último), quien se acercara más a fondo a sus límites terminaría cayendo al vacío, o más bien, <i>quemándose con el sol</i>. <i>Naima 66’</i> es ese viento sur que enloquece, la supernova a segundos de volverse enana negra, la Salomé que terminó mandando a decapitar a su mismo creador.<br />Por 1966 Coltrane fallecía de un problema hepático a los cuarenta años. Algunos dicen que en su ataúd, su pecho encajonado por piel y costillas seguía vibrando, como una caja de resonancia perdida en algún territorio irreconocible.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/IKN7BjYYW2o&hl=es_ES&fs=1&"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/IKN7BjYYW2o&hl=es_ES&fs=1&" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Desde el 12 de diciembre (fecha en que festejé mi cumpleaños), sin quedarme nada puntual más que hacer, Montevideo se ha convertido en un ensayo de ciudad, un simulacro. Los autos siguen atravesando18 de julio, veo a la persona con maletines, veo algunos pendejos corriendo corbata al aire con sonrisas de haber aprobado un examen, pero algo me dice que todo eso es un decorado, que es una puesta en escena. <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Eze </a>el otro día me había refrescado la memoria sobre un detalle tolkieniano, en el que, según el calendario inventado por el escritor, entre un año y otro hay diez, quince días que no se cuentan, y en los que, sencillamente, todo el mundo se dedica a festejar. Es decir, son días que, en sentido riguroso, <i>no existen</i>. Inevitablemente me pongo a pensar que en su visión de las fiestas –así como ciertos subtextos gay entre Frodo y Sam que Tolkien se encargaba de meter velos pacatos a cada rato- hay muchas cosas que aquel intachable señorito inglés fanático de los árboles y parques intentaba manejar con cautela. Es decir, cualquier comunidad que desee eliminar del mapa diez días en los que se arma una especie de carnaval, posiblemente intente ocultar algunas facetas bizarras, o al menos ligeramente vergonzosas de lo que pasó ahí. En pocas palabras, hablando mal y pronto, partuzas dignas de von Stroheim (o el Mono Mario, para los que no simpatizan con el lascivo director alemán).<br />Sin embargo, en ese 14 de diciembre que iba caminando por Canelones, me acababa de dar cuenta que entre navidad (incluso antes) y año nuevo, Montevideo es más o menos así. Uno sale a la calle y parecería que nadie vive realmente en los edificios. Montevideo es casi propiedad de uno, algo que le pertenece y de lo que puede hacer uso o desuso como disponga.<br />Aún así, con este sentimiento bastante omnipotente, estaba enojado. El día por alguna razón no había ido bien, me tuvieron de cande como dos horas por unos trámites al pedo, y me acababa de dar cuenta de que me habían hecho el orto con las entradas de unos shows a los que planeaba asistir. Al mismo tiempo, algunos problemas físicos que me ocurren cuando arrecia el calor habían comenzado a joderme nuevamente, y yo lo único que podía pensar era que me habían cagado con las entradas. Unos días después me daría cuenta de que estaba quemado por otro asunto, solo que en ese momento todavía no me había percatado de ello.<br />Iba a lo de Polly y me daba cuenta de que el malhumor del día era injusto para ella y para mí. El I-Pod andaba bien, pero los temas no ayudaban. Escuchar a Boris en medio de la calle Canelones dan más bien ganas de matar a todo el mundo en un acceso de tipo Amok. A modo de intentar ahorrar batería, suelo desactivar la luz del I-pod. Para las diez de la noche de aquel entonces, ya no se podía ver nada más que una pantallita, un espejito en donde sólo se veía reflejado mi ceño fruncido. Si uno rompe un espejo, este le dira mil verdades, una por cada añico. En vez de hacer eso, pasé la yema del dedo gordo sobre la superficie lisa y guiado por un movimiento circular digno de un marinero borracho sobre timón, elegí un tema al azar. En el momento de escuchar los contrabajos ya reconocía el tema: <i>Love is everywhere</i>, de Pharoah Sanders. Aquello parecía un guiño del más allá.<br />Mucha gente le tiene algo de rechazo a Pharoah Sanders. Las razones son variadas, y algunas de ellas son válidas, pero gran parte de la crítica circula frente a cierto terrajismo en cuanto a imaginería que el músico –y muchísimos más- tuvieron en su momento. Ese exagerado misticismo, ese orientalismo Wal Mart, lleno de halos de energía, águilas prendidas fuego y Enraha’s. Basta con <a href="http://www.rocktownhall.com/blogs/media/blogs/rth/hazmat_sanders1.jpg">ver la tapa del disco Karma</a> (disco que sin embargo contiene uno de los mejores comienzos de la historia) para saber de qué estoy hablando. Sin embargo, y más allá de esta noción algo empaquetada de lo místico genera un poco de sospecha -la levedad del discurso de estos negros que hacían un zapping teosófico que saltaba de Jesús a Jah, de Jah a Buda, de Buda a Mahoma-, está, no tanto en lo que dice, sino en la convicción de lo que dice el verdadero bolígrafo de verdades de todo músico. Y en las canciones de Pharoah Sanders, esta espiritualidad, por la forma intensa e hímnica con que la comunica, no sólo permite a uno comprenderla, sino que se intoxica por ella–en el buen sentido de la palabra del mismo-.</div><div>Estoy llegando a Rio Negro y escucho aquellos coros repitiendo una y otra vez lo mismo. <i>"Love is everywhere, Love is everywhere, Love is in us all"</i> Pharoah logra algo extraño, que es que incluso en temas totalmente abrasivos y difíciles de digerir auditivamente (cabe señalar que en Love in us all –disco que contiene Love is everywhere- también está <i>To John</i>, un tema completamente free y al borde del colapso), siempre llega a otra dimensión en donde todo, por más caótico que parezca, acaricia un sentido, una especie de sabiduría o paz en la que uno se baña. El dolor no es dolor, es <i>pasión</i> que conduce a otro estado. Esto en muchos de sus trabajos, desde “The creador has a master plan” a la mayoría de los temas de “Village of the Pharoahs”. Pienso en la clásica cháchara lennoniana, de libertad, amor y paz en términos abstractos y siempre parece algo divagante, incluso irresponsable y pelotudo (es decir "qué paz?, qué libertad?, qué amor?). Sin embargo, en Love is everywhere aquello no parece tan descabellado. Pensando esto ya me encuentro en la puerta del edificio.<br />Polly me dejó las llaves. Es un llavero rarísimo, como si fuera una versión entre Afro y Ray Bradbury de un rosario (por supuesto, no obedece a ninguna figura religiosa, aquello es simplemente un llavero). Abro la puerta y sigo escuchando el saxo soprano de Sanders haciendo un relajado solo que toma la línea de los contrabajos, delicadamente planeando sobre los bellísimos arreglos de piano de Joe Bonner.<br />Toco la puerta y Polly me abre. Esta con los lentes puestos y su ropa-de-haberse-pasado-todo-el-dia-estudiando. Polly sonríe y dice algo, pero la música la tapa. No me quiero sacar los audífonos aún, pero la veo y, por primera vez en el día, sonrío. Pienso que en otra circunstancia aquellas voces que repiten <i>Love is everywhere</i> me resultarían ridículas. Sin embargo, a lo mejor no me molesta porque le creo a Pharoah. O quizás porque, sin saberlo, estoy empezando a creer sencillamente en eso.<br /></div><div><br /></div><div>Discografía consultada:</div><div><br /></div><div><a href="http://rapidshare.com/files/95509718/Spiritual_Unity.zip">Albert Ayler- Spiritual Unity</a></div><div><a href="http://www.mediafire.com/?fgkdij3y6m2">Charles Mingus- The black saint and the sinner lady</a></div><div><a href="http://rapidshare.com/files/170455755/048._Coleman_Hawkins_-_Body___Soul__1956_-_By_Bluesman66.rar">Coleman Hawkins- Body and soul</a></div><div><a href="http://new.taringa.net/posts/musica/920573/Jazzinga---Hoy:John-Coltrane.html">John Coltrane- Live at the village vanguard (1961)</a></div><div><a href="http://rapidshare.com/files/116624237/JC-LATVVA.rar">John Coltrane- Live at the village vanguard again! (1966)</a></div><div><a href="http://rapidshare.com/files/87585843/1973_-_enlightment.zip">McCoy Tyner- Enlightment</a></div><div><a href="http://spreadingneurotoxins.blogspot.com/2009/09/peter-brotzmann-octet.html">Peter Brötzmann- Machinegun</a></div><div><a href="http://www.taringa.net/posts/musica/4075562/[APE]-Pharoah-Sanders---(1969)-Karma.html">Pharoah Sanders- Karma</a></div><div><a href="http://rapidshare.com/files/110746033/PSLIUA.zip">Pharoah Sanders- Love in us all</a></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-59378144488530846812009-08-31T10:28:00.003-03:002009-08-31T12:59:50.085-03:00<span style="font-weight: bold;">This blog isn’t dead (it just smells funny)</span><br />Este post se demoró más de la cuenta. Es, más que nada, una recopilación, una miríada de conclusiones, delirios y lugares emocionales que he visitado en los últimos meses, por lo que no esperen una temática determinada, veracidad fáctica o un orden cronológico riguroso.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Sr. Lanari</span><br />Hace unas semanas, hablando con Polly en la cocina de mi casa tuve la necesidad de contarle sobre el señor Lanari. Por alguna razón había estado pensando en él todos aquellos días. Su imagen era un recuerdo que se me aparecía mientras reacomodaba apuntes de materias de las que probablemente olvidaría todo en un año o dos; mientras me subía el cuello de la campera, sabiendo que de ahora en más éramos yo, mi ropa y el invierno; o cuando me encontraba hincado en Tristán Narvaja, atándome los inmundos cordones que se habían arrastrado por el baño de La tortuguita. Aquella noche con Polly teníamos que hablar de un montón de cosas, pero ahí, nervioso en la cocina, sólo me salió aquel recuerdo, la historia del señor Lanari, o mejor dicho, el recuerdo que había construido del señor Lanari, aquel señor que conocí cuando tenía siete años. Cursaba segundo año de escuela y por el San Juan circulaba un material obligatorio de lectura y ejercicios titulado “Las cuatro estaciones”. Naturalmente, en la tapa había un cuadro de cuatro casilleros, con un sol radiante en la esquina superior izquierda, unas hojas tristes sosteniéndose de un árbol a la derecha, seguida por un paisaje crepuscular, invadido por la lluvia en la parte inferior, continuado por un prado repleto de flores. El señor Lanari era <a href="http://es.groups.yahoo.com/group/revista_babar/message/2288">uno de los muchos cuentos que figuraban en el libro</a>, y de aquel material lectivo, salvo la mencionada portada, es lo único que retengo en mi memoria. Mientras le relataba el cuento a Polly, comencé a darme cuenta de que había muchas, demasiadas razones para que aquello permaneciera en mi cabeza. Comencé a contarle aquella historia, la historia de un hombre hecho de lana, que un día tras enganchársele un hilo en los dientes de su perro, comienza a realizar sus actividades deshilachándose sin saberlo, a medida que va dando vueltas por la ciudad, con el carrete de lana tironeando y las piernas que comienzan a desaparecer, luego la cintura, después el cuello y los brazos. En la sala de proyecciones de mis recuerdos, el hombre llegaba a la casa de su abuela y ni bien toca la puerta, al pasar por el umbral, el hombre desaparece por completo. Para siempre. Si bien no recuerdo nada particularmente traumático al momento de leerla, ahora la historia me parece demoledoramente triste, sobre todo por aquella aparente inconsciencia del señor Lanari. Pero había algo más oscuro en el asunto. En mi recuerdo el señor Lanari iba a trabajar, compraba merengues, iba a buscar plata al banco, se tomaba un ómnibus. En aquellos trayectos me lo imaginaba hablando con personas, con amigos o empleados de turno, y ninguno de ellos se percataba de que hablaban con un tipo con la mitad de su torso desaparecido. Entonces, ahora que lo pensaba, ¿no había una cierta complicidad entre la ciudad y todos sus habitantes, para que el señor Lanari se desintegrara sin siquiera darse cuenta? ¿O era que el señor Lanari siempre lo supo, y simplemente cumplía con su destino final como un noble ciudadano, un lento y metódico kamikaze realizando el último mandato de un orden más elevado que su voluntad? ¿O, más que un último engranaje de un megasistema, no estaba diciendo en cierto punto “hey abuela, acá me tenés, entro a tu puerta, hice todo lo que se esperaba de mi, trabajé, te compré estos merengues, ahora mirá en lo que me he, me han convertido”? Las posibilidades eran infinitas y no tardé mucho en pensar aquel cuento infantil aparentemente inocente como una historia sobre la descorazonadora fagocitación de la subjetividad del hombre de clase media en las grandes urbes, una alegoría sobre el borramiento de la identidad individual en la cultura de masas del peronismo, o un tratado sobre la lenta desintegración psíquica en una sociedad de fracturadas redes vinculares. Incluso había pensado en aquellos casos de lentos suicidios en donde todos, incluso el mismo padeciente contemplan su lenta desintegración, sin nada que poder hacer al respecto. Pensé en anoréxicas sintiendo cómo su corazón se vuelve una fruta seca pegada y latiendo justo debajo la piel. Pensé en drogadictos, esperando aquel traspié que nunca llega, ese gramo de más que termina desgarrando la barrera, como la piel del señor Lanari. Incluso pensé en personas como cualquiera, matándose de a poco en trabajos que no les gustan, en mujeres que no aman, en casas que nunca llegarán a pagar. Pensé en todo esto y se lo conté a Polly. Le dije que si llegaba a ser psicólogo, inventaría un cuadro clínico llamado “síndrome Lanari”.<br />Como dije, de aquella charla pasaron unas cuantas semanas (ahora que reedito esto para el blog, unos cuantos meses). A Polly le había prometido alcanzarle aquel cuento alguna vez. Internet es un fiel servidor y comprendo que no hay que hacer ninguna excavación en apolillados libros del pasado para dar con el material. Ahora, justo antes de mandarle el link, leo el cuento de Ema Wolf y me doy cuenta de algo: el señor Lanari nunca llega a desaparecer por completo. Sí, estaba aquel perro, la hilacha enredándose en sus dientes, la panadería y la abuela, pero cuando Lanari llega a la casa, ella termina cosiéndolo de nuevo. No sé si sentirme contento por el pobre señor, o defraudado ante una historia mucho más amable, pero menos contundente. Pero ahora pienso en la necesidad de haber hecho desaparecer al señor Lanari, aquella oscura cofradía que mis caprichos hicieron con el recuerdo. Y pienso que esa necesidad de haberlo matado y levantar sobre su muerte un panteón de teorías, metáforas y engaños, como un cadáver al azar convertido en prócer, como ese cuerpo posiblemente paraguayo que acaban de decidir mudarlo de Plaza Independencia, hablan, más que del señor Lanari, o del capitalismo tardío, o del peronismo, del estado mental que he estado atravesando todos estos años.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNvkoueaRXY97BdTwEFX6AtM060rCpZnii7DeD47T_rGl9bUPsWDMgU-RFAOJQIGPCMJISeIGrjFaKm_RInqcHbsr1MAuI1S93HEUA7iNbP6aJbjogkUkjnSoMU1msvlWDdQ5c4A/s1600-h/lana.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 314px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNvkoueaRXY97BdTwEFX6AtM060rCpZnii7DeD47T_rGl9bUPsWDMgU-RFAOJQIGPCMJISeIGrjFaKm_RInqcHbsr1MAuI1S93HEUA7iNbP6aJbjogkUkjnSoMU1msvlWDdQ5c4A/s320/lana.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5376156015853435026" border="0" /></a><span style="font-weight: bold;">Los bigotes de Dios</span><br />Estaba sentado con uno de mis pacientes, descubriendo quién era Sulma Lobato. Mientras miro el programa intentando contener mis ganas de destrozar el televisor a patadas o irme al Buquebús para poner una bomba en el canal América, dejo mi vista perderse por algunos rincones de aquel hogar de ancianos de la Costa de Oro. Cuando uno entra a un hogar de ancianos parece que se pusiera el traje de buzo y se sumergiera en el mar mar. Todo se mueve a otro ritmo y cuando uno menos lo espera, se encuentra a sí mismo hablando pausado, sentándose con extremadas precauciones de algo que nunca le va a pasar. Varias de las viejas (que es prácticamente lo único que hay) han resultado ser personajes muy interesantes o tragicómicos, pero me detengo en una señora en particular. Estoy sentado con mi paciente en un cuartito de TV improvisado entre las camas de unas de las viejas. Desde acá se puede ver parte del living comedor y una de las cocinas. Es al fondo que veo a una señora cuyo nombre desconozco. Desde que he ido ahí, la señora ha mantenido un mutismo férreo que adquiere otra dimensión con una apariencia bastante cuidada, incluso, bella para la edad. Pienso que en su juventud debió ser una mujer muy linda. Me doy cuenta de que me recuerda a Idea Vilariño. Estoy pensando en todo esto, con un ojo en ella, acostada con rostro duro y desafiante en la cama y el otro en ese travesti viejo que se pone a cantar un tema que aparentemente él mismo compuso. Llegan los avisos y me viene algo colindante con la alegría, aprovechando comentarle a mi paciente algunos aspectos sociales que se dan a entender en los mismos (siempre nos gusta bardear el aviso de fonopréstamos FUCAC). A todo esto, cuando termina la tanda y vuelve el martirio porteño escucho una voz desde la cama de la señora. Es ahí que me la encuentro recostada, con una sonrisa que nunca le había visto dibujada en el rostro. Hay un extraño movimiento que no logro descifrar en ella. Luego de unos cuantos minutos observándola, me doy cuenta de que está acariciando el aire. Es un gato imaginario, que está pegado a su cintura, al cual ella parece estar hablando con particular cariño. Pienso que en días fríos como estos, tener a un gato calentando la cama siempre es muy útil, aún así sea imaginario. Pero es ahí que afino el oído y escucho lo que dice la vieja. Le está hablando a Dios. Me cuesta un poco, pero termino comprendiendo que Dios es ese gato. La imagen me parece hermosamente desconcertante. No cabe dudas que la alucinación de la señora es sumamente megalómana. Llama la atención que los delirios místicos de caracteres megalómanos suelen pivotear entre sentir estar a completa merced de Dios, un mero pedazo de carne atravesado por sus rayos (como un elegido por él o como un condenado al cual intenta destruir) y <span style="font-style: italic;">ser</span> Dios. Sin embargo, la señora le da una vuelta de tuerca a esta megalomanía que me parece fascinante: no necesita negar la existencia de Dios, sufrir sus designios u ocupar su trono: lo convierte en un gatito. Eso es lo que yo llamo tener control. A eso de las ocho tengo que ir a tomarme el COPSA. La imagen de estar esperando un interdepartamental en un camino de tierra, a las ocho de la noche en una silenciosa ciudad de la costa, con el cuello de la campera levantado, observando el vapor que emana de mi boca, mientras trato de aferrarme a algún tema suelto que tengo grabado en el celular, dan otra consistencia a todos mis pensamientos, que parecen ser los últimos o los primeros de otra cosa.<br />Pienso en la posible demencia de la señora, o en un mismo proceso psicótico recrudecido por los años, pero entonces me pongo a pensar de si no será verdad, si Dios no existirá realmente, siendo no otra cosa más que el gato imaginario de una vieja residente de un hogar de ancianos de la Costa de Oro.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Tres canciones: Heroes/I’ve got so much to give/Dancing with myself</span><br /><span style="font-weight: bold;">1) <span style="font-style: italic;">Heroes</span>, sólo por un día<br /><div><object width="420" height="339"><param name="movie" value="http://www.dailymotion.com/swf/x17jjl_david-bowie-heroes_music" /><param name="allowFullScreen" value="true" /><param name="allowScriptAccess" value="always" /><embed src="http://www.dailymotion.com/swf/x17jjl_david-bowie-heroes_music" type="application/x-shockwave-flash" width="420" height="339" allowFullScreen="true" allowScriptAccess="always"></embed></object><br /><b><a href="http://www.dailymotion.com/swf/x17jjl_david-bowie-heroes_music">David Bowie - Heroes</a></b><br /><i>por <a href="http://www.dailymotion.com/hushhush112">hushhush112</a></i></div><br /></span>Como gran parte de los hijos de MTV (más allá de que muchos de nosotros cumplimos el destino de Edipo a tiempo y forma), conocí <span style="font-style: italic;">Heroes </span>por medio de la banda sonora de Godzilla, aquel tema curiosamente incompatible con la trama de la película realizado por los Wallflowers. Sabía que era un cover de David Bowie, pero por aquel entonces entre que toda mi melomanía era un embudo que desembocaba en la damajuana Radiohead y una homofobia latente típica de la edad, el camaleónico sir era un asunto bastante foráneo, del que poco me interesaba indagar, incluso teniendo conocimiento de aquel otro cover, The man who sold the World –interpretado por Cobain y cia- que en los círculos que me manejaba era prácticamente una institución. De hecho, Godzilla había desenterrado otro hitazo, Kashmir, de Led Zeppelin, pero Puff Daddy se encargó de hacer una restauración de aquel tema de una forma tal que equivaldría, dentro de una lógica de arquitectura y diseño, a tunear con luces de neón la Catedral de Chartres.<br />Más allá de la melodía que se te pegaba de una, el tema no me había llamado demasiado la atención. Las razones pueden verse a simple vista, un chico muy lindo (porque vamos a aceptarlo, debe ser de los tipos más lindos del rock que recuerde) haciendo promesas a su amada sobre un mundo creado a la medida de los dos, su own private world en el que puedan vivir como reyes, mientras que el verdadero mundo se va cayendo a pedazos (en el videoclip, Jacob Dylan canta sus quiméricas promesas mientras Nueva York es arrasada por Godzilla). El mito del amor como un lugar, un mundo cerrado en el que por un momento el entorno se difumina es un <span style="font-style: italic;">leit motif</span> repetido desde tiempos inmemoriales, desde los griegos (con los dioses secuestrándose a las mortales llevándoselas al Olimpo –o al Hades) a los románticos (la promesa de la muerte como el otro lado del puente en donde los amores se reencuentras bajo otras reglas). Y si es un cable de cobre que circula subcutáneamente por toda la obra artística de los últimos veinte siglos, es posiblemente porque en el amor se reproduce casi invariablemente esa sensación. Ese momento de invulnerabilidad, el desfondamiento de la identidad para formar un constructo unitario con el otro, esos pequeños momentos de locura panteísta en que la idea de que todo mal del mundo puede resolverse en la medida de cuánto uno quiera a ese alguien, es casi un cristianismo en miniatura (después de todo, <span style="font-style: italic;">fé es amor</span>, o eso dicen). Es así que cuando Jacob Dylan promete que él y ella serán héroes, sólo por un día, no está diciendo nada que no se haya dicho antes.<br />En los últimos dos años me he dedicado intermitentemente a desenterrar pequeñas perlas regadas por el genio de David Bowie. David Bowie es de esos ejemplares en donde el contenido llega a ser un momento de la forma. Y viceversa. No hay nada que haga Bowie que no remita a sí mismo, a ese mundo de ciencia ficción, lleno de glitter, sensualidad ambigua. Es, por así decirlo, un <span style="font-style: italic;">metamúsico</span>. Pero Max Capote y Dani Umpi también lo son, entonces la cuestión de calidad no radica en ese mero hecho. Bowie, es antes que nada, un gran performer. Tiene una cualidad de saltar de un registro desafectivizado, alienígena, casi robótico, a momentos de intensidad histriónica, drag, humana, demasiado humana.<br />Y entonces sí, es extraño que recién ahora me tope con una canción del tamaño de <span style="font-style: italic;">Heroes</span>.<br />La canción figura en el disco homónimo, el cual, junto a <span style="font-style: italic;">Low </span>y <span style="font-style: italic;">Lodger</span> forma parte de la llamada “trilogía de Berlín”, realizada por Bowie y Eno, en un estudio emplazado a solo unas pocas cuadras del famoso muro. Colocado frente al complejo e intrincado producto de laboratorio que es <span style="font-style: italic;">Low</span>, <span style="font-style: italic;">Heroes</span> es una fiesta, pero una fiesta con Bowie como anfitrión, que, como todos sabemos, tiene las credenciales de ser un evento muy diferente a todo lo que podríamos esperar.<br />Cuenta la historia de la realización del tema, que el mismo fue pensado como una pieza instrumental, un claro homenaje a los pibes de NEU! (en cuya discografía figura el tema “Hero”), frente a los cuales Bowie y Eno se babeaban hasta los tobillos –como cualquiera que supiera qué estaba ocurriendo en la música europea. De hecho, más allá del kraft aparentemente clásico (con ese estribillo bien marcado como médula osea de la canción), llama precisamente la atención el <span style="font-style: italic;">wall of sound</span>, la serialidad del tema, en el mejor estilo <span style="font-style: italic;">motorik </span>que habían acuñado los flacos de Dusseldorf. Pero volviendo a Eno, cuenta que al realizar el tema, por más que la letra fue insertada tiempo después, la palabra que daba nombre a la canción era precisamente algo que le resonaba cada vez que lo escuchaba. Y no puede estar más en lo cierto, más allá de una letra completamente romanticista, hay una sensación triunfalista a lo largo de la canción, en las guitarras de Fripp que son como rayos que atraviesan el tema, en esa línea de bajo repetitiva que es como el carretel que mantiene a la cometa a distancia prudente de la tierra. Y entonces pienso qué es lo que tiene <span style="font-style: italic;">Heroes</span> de Bowie, que cuando la escucho me siento en una bisagra, a punto de hacer estallar todo lo que fui, soy y quise ser, mientras que la versión de los Wallflowers no me había generado nada en particular, más allá de ser dos temas más o menos isomorfos. Y las escucho a los dos, veo los dos videos de youtube, con las dos ventanas abiertas en paralelo y ahí me doy cuenta de que, precisamente, el punto central, el centro gravitatorio de la cuestión es Bowie, siempre fue Bowie. La versión de Dylan jr. es heroica, pero todo el sentimiento e imaginería son figurativos. Cuando dice and <span style="font-style: italic;">I, I will be king, and you, you will be queen</span>, le está prometiendo algo en forma cifrada, tal como un enamorado que le escribe a su amada una cursi “te regalo la luna” sabiendo que realmente no podrá caer con tal regalo a la puerta de la casa. Y, sin embargo, cuando uno ve aquel otro video, con Bowie enfundado en una malla plateada, puede percibir que el inglés realmente cree que será rey, y tal es su convencimiento, tal es la emoción con que canta aquello, que le termina creyendo. Ese sentimiento, el de un lenguaje no metafórico, el de creerse la historia, es algo que se perdió y que difícilmente vuelva a encontrarse en el pop. Es esa noción, la forma en que grita casi histéricamente <span style="font-style: italic;">We Could be heroes</span>, con puro sentimiento, pero a la vez con el cuerpo completamente rígido, como dispuesto a recibir el impacto de una ola sin atisbar a moverse, lo que radicaliza esa sensación romántica. Jacob es un lindo chico que sabe decir las palabras adecuadas, en el momento adecuado, por más que el mundo esté desmoronándose a su alrededor. Bowie está loco, parece estar gritándole desde el pórtico de la casa, prometiéndole todo esto a su amada, con la nave espacial estacionada en la esquina.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">2) <span style="font-style: italic;">I’ve got so much to give</span>, Barry White for president</span><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/8vJwpCgld2M&hl=es&fs=1&"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/8vJwpCgld2M&hl=es&fs=1&" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><span style="font-style: italic;">“Es fantástico estar con ustedes, esta noche en Santiago de Chile. En America hemos escuchado mucho de Chile. Muchos periodistas me preguntaron si había oído de Chile antes. Déjenme decirles, cada uno en America ha escuchado hablar de Chile. Mientras mas trabajen como equipo, como una unidad, más será lo que el mundo escuchará sobre ustedes. No hay nada que la gente de Chile no pueda superar con unión, fuerza y amor”.</span><br />Con ustedes, Barry White.<br />Hoy en día, más allá de aparecer en un capítulo de Ally McBeal encajado en algún baldío de la programación de FOX, o servir de cortina musical para Intrusos (razón suficiente para que mi mente terminara desgraciadamente suturando <span style="font-style: italic;">You’re the first, the last, my everything</span> con la imagen de Jorge Rial), la música del Barry no suena mucho por estos lados. Cuando aparece, suele hacerlo enmarcada en escenas de pelícla en donde el romanticismo es autoconsciente, al borde de la ironía. Algo así como “vamos a hacer como que estamos enamorados”. Así como con <span style="font-style: italic;">Let’s stay together</span>, de Al Greene, o <span style="font-style: italic;">Let’s get it on</span>, de Marvin Gaye (exceptuando el honesto uso que se le da en <span style="font-style: italic;">Alta Fidelidad</span>), las canciones de White suelen aparecer en el cine como sobreevidencia de cierto aspecto <span style="font-style: italic;">cheesy </span>de una aproximación romántica, una perspicacia retro de la película, algo para señalar cierto elemento ligeramente ridículo, pero aún así dentro de cierta empatía amorosa. Sin embargo, aquello no fue siempre así. En Estados Unidos ha circulado la idea de que el león negro de pañuelo omnipresente y peinados limítrofes entre lo funk y lo medieval (si no, fíjense en el video) fue, de cierto modo, una de las variables que tuvo repercusión en una explosión demográfica a fines de los años setenta. Algo así como el padre platónico de una generación entera. Por supuesto, aquello es una construcción mítica, pero todos los mitos tienen raíces que se entrecruzan con la realidad. En todo caso, lo que hay que preguntarse en la actualidad no es por qué no se escucha más a Barry White, sino por qué se lo ha dejado de escuchar como se lo escuchaba en los setenta.<br />Si uno ve videos como<a href="http://www.youtube.com/watch?v=v8Hw6yAaeBw"> esta temprana presentación de Loves Theme</a>, en donde vemos a Barry dirigiendo una sinfónica, revoleando la batuta con una alegría inmensa, mientras el conjunto de violines, las guitarras y los vientos tocan su partitura de una manera realmente suelta, pero a la vez disciplinada, uno puede percibir una forma diferente de producir y sentir el pop, algo impensable, intraducible en tiempos de las mash ups y protools, restos arqueológicos de un imperio perdido o enterrado. Siendo un movimiento que tiene muchos más genes en común con el punk de lo que la gente se imagina (el alegato a la fiesta, la sensualidad y cierto hedonismo –obviando la existencia de bandas como Parliament que eran ya definitivamente políticas- es un conjunto de valores también presentes en el otro género, solo que pintados sobre el lienzo en tonos menos luminosos) el disco suele ser un estilo, un mundo que sólo es livianamente apreciado en nuestra actualidad, limitándose a las loas borrachas que se le echan los 24 de agosto (noche de la nostalgia, no uruguayos favor de visitar el <a href="http://dragonlieder.blogspot.com/2009/08/la-noche-de-las-otras-personas.html">último post de Benito</a>), o algunas radios de oldies oficinescas, que convierten aquellos temas en nada más que eso: meros interruptores de cierta sensibilidad secuestrada y vendida como cigarrillos al escucha. Sin embargo, cuando uno escucha discos enteros de Barry White (no un Greatest Hits, sino el disco como obra conceptual y plenamente significativa), se da cuenta de que ahí, en esa orfebrería emocional de cuarenta minutos, hay algo más que una mera prótesis erótica. Por trivial que suene un mero artífice de canciones románticas frente a Aristóteles o San Agustín, puede decirse que Barry encontró algo que siempre se había escapado como majuga entre las manos de filósofos, religiosos, escritores y científicos: en su música se halla una divina proporción alquímica, capaz de unificar los placeres de la carne y lo amoroso, sublimado en pura espiritualidad. El <span style="font-style: italic;">homo sentimentalis</span>, fascinado con su imagen especular, sabe interpretar uno u otro rol, pero no los dos a la vez, y con el tiempo esta alienación mutua, esta brecha, se fue ensanchando, como si se fueran dinamitando las dos orillas de un cañón. Como prueba de esto, basta ver qué poco espirituales suele ser la representación de sexo intenso en el cine, y cuán aburridas y poco calentonas suelen resultar las representaciones de gente “haciendo el amor” (como imagen paradigmática, podría citarse la desfloración enamoradiza de Tara Reed en American Pie, posiblemente una de las escenas de sexo más sosas de la historia). Pero con Barry White -quizás sólo exceptuando Serge Gainsbourg-, es distinto, y a uno se le enciende una cierta llama en donde el mundo se convierte en una máquina que bombea sangre a lo loco al corazón, al cerebro y también más al sur.<br />Pero todo esto venía al video que adjunté arriba. Es 1979 y Barry White es invitado a un show de televisión chilena. No me parece necesario indicar los momentos que vivía chile, sumido a una de las más sangrientas dictaduras latinoamericanas, con el DINA funcionando como una máquina jodidamente aceitada y con Pinochet con sus plenas potestades como Presidente de la Junta Militar de Gobierno. Es decir, Barry White cae a un programa chileno, en medio de plena violación a los derechos civiles, pero él es un entertainer, y está hecho precisamente para esto: entretener. El mensaje adjuntado arriba es de lo más vago, casi inentendible ¿Qué significa eso de trabajar juntos? ¿Trabajar como una unidad con quién? ¿A quién le está hablando? ¿Al pueblo? ¿A los militares? Son de esos discursos tan políticamente vagos que sus coordenadas resultan completamente invisibles. Es ahí que lo primero que uno piensa es que:<br />a) Barry White no tiene puta idea de dónde está, por qué está y qué está pasando en Chile (por más que <span style="font-style: italic;">todos en América saben lo de Chile</span>)<br />b) Barry White quiere solidarizarse con el pueblo chileno, pero tiene tanto miedo de lo que le espera detrás del coortinado del evento, que opta por comunicarse por un sistema de símbolos no compartido por nadie de los allí presentes<br />c) Barry White está de vivo, y todo el discurso es una joda bastante cínica.<br />Veo nuevamente el videoclip y acto seguido me pongo a escuchar <span style="font-style: italic;">I’ve got so much to give</span>. El disco debut de Barry es glorioso. Luego de ser compositor y director de la descomunal orquesta Love Unlimited, Barry (que todavía no la había pegado con las bombas <span style="font-style: italic;">Never, never gonna give you up</span> o <span style="font-style: italic;">Can’t get enough of your love</span> –ahora que lo pienso, qué títulos largos suele elegir el negro), elabora un disco perfecto, tan perfecto que podría ser considerado conceptual. Es en esa escucha que me doy cuenta de cuán perjudicados somos los que accedemos a ciertos músicos por medio de sus Greatest Hits. En el compilado que me había comprado a mis quince años (que me pasaba horas escuchándolo con mi madre, en esas hermosas fraternidades espontáneas que muy de vez en cuando se logran con los padres cuando uno es adolescente) aparecían algunos temas que están regados en toda la discografía, pero están cortados, simplificados. Es decir, quitan introducciones, acortan puentes, borran algunas pistas de la voz de Barry para que el tema quede más redondo. Comparando las dos versiones a uno le viene la misma indignación que sienten los cocineros italianos cuando alguien les corta sus spaghettis (<span style="font-style: italic;">assessino, assesino</span>!!!), se da cuenta de cuánto se pierde en ese ajuste a ultranza para el formato radial. La música hipersexualizada de Barry White es como el <span style="font-style: italic;">foreplay</span> de todo buen sexo: tiene que estar. Los recitados sobre todo, tienen un valor que se resignifica a mitad y final de la canción. En lenguaje pornográfico, es como una escena sin cumshot, en el tango arrabalero, es ese <span style="font-style: italic;">chan chan</span> que ordena y da la puntada final, el punto de una oración que da sentido a una sentencia. Y es entonces que cuando escucho a Barry llorando <span style="font-style: italic;">“Oh Darling, can’t you see that I/ I got so much to give tou you my dear/ It’s gonna take a Lifetime/ It’s gonna take years”</span>, y me doy cuenta: todo lo que dice en el show chileno tiene sentido. En Barry White, tal como en las promesas de Bowie, el amor no es algo figurativo. Es una sustancia, algo tan palpable y real que podría ser descubierto en materia física, tal como la libido en forma líquida que buscaba Wilhelm Reich en sus pacientes. Es completamente absurdo comenzar a plantear disquisiciones acerca de cuál es la postura política de White, porque precisamente, él no es más que un militante del amor, el amor a secas, entre los seres humanos, de cualquier forma posible. Uno puede reprochárselo, pero como bien se sabe, uno no cree en lo que ve, sino que ve lo que cree, y en el lóbulo occipital del negro, el cromatismo y la espacialidad no se dividen en blancos y negros, izquierda o derecha, sino en más o menos amor. Puede parecer iluso, incluso peligrosamente infantil, pero lo que dice White no es una vaguedad, es la un determinado mundo presentado como una posibilidad.<br />Un mundo que por momentos seres neuróticos como yo logran ver por detrás de una banderola, pero parado sobre dos sillas colocada una sobre la otra, a punto de desnucarme contra el bidet.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">3) <span style="font-style: italic;">Dancing with myself</span>, epílogo escrito una noche de mayo</span><br /><div><object width="420" height="339"><param name="movie" value="" /><param name="allowFullScreen" value="true" /><param name="allowScriptAccess" value="always" /><embed src="" type="application/x-shockwave-flash" width="420" height="339" allowFullScreen="true" allowScriptAccess="always"></embed></object><br /><b><a href=""></a></b><br /><i>por <a href="http://www.dailymotion.com/"></a></i></div><br />Son las cuatro de la mañana y Bluzz está que arde. Es precisamente el momento más gay del disc jokey, que casi como por decreto suelen ser los momentos más divertidos de cualquier fiesta. Minutos atrás sonaba <span style="font-style: italic;">Boys don’t cry</span>, y por un momento, al sentir el título coreado por toda la gente, muy por encima de la angustiante voz de Robert Smith, sentí ese momento, esa corta tribulación, ese distanciamiento momentáneo en que uno cree estar en el lugar indicado, en el momento indicado. No mucho después la gente bailaba con <span style="font-style: italic;">Hand in glove</span> (de los Smiths) y yo me preguntaba si no era así, o muy parecido el boliche que quiméricamente planeaba y rediseñaba con amigos de liceo. Y ahora suena un tema de Erasure que nunca me gustó, pero que lo coreo como si fuera una loca pasada de anfetas en Ibiza.<br />Esto es nuevo, che.<br />Para un chico tan poco comprometido con todo lo que vincule a lo motriz (jugar al fútbol nunca lo hice desde una posición demasiado exquisita y tampoco fui buen guitarrista, ni un gran dibujante –y ahora me veo y mientras escribo esto me doy cuenta de que lo único que se ha ejercitado en dos semanas son los cuatro dedos que utilizo para escribir esto que escribo-), bailar siempre fue un medio a algo, nunca un fin en sí mismo. Durante una larga campaña bolichera de mi adolescencia por un momento llegué a bailar cumbia de una manera relativamente aceptable. Luego vino mi noviazgo de cuatro años, y con el fin consumado en sí mismo, no había medios sobre los que me detuviera.<br />A una semana de haber roto con María, fui a una fiesta de unas amigas con las que suelo encontrarme de una manera más intermitente de lo que los tres deseamos. Todavía estaba hecho un saco de nervios y me había propuesto limitarme a permanecer ahí, tomar algo bastante tranquilo, evitando cualquier salto de tapón que me dejara llorando como un condenado. Pero las mellizas son una luz y me hacen sentir tremendamente cómodo desde el mismo momento en que piso el faro (el boliche en cuestión donde se estaba celebrando su cumpleaños). Ahí veo a la gente bailar, veo cómo las cosas cambiaron. Como un soldado que vuelve de la guerra sorprendiéndose e indignándose acerca de todas las cosas que cambiaron en el país del que tuvo que partir, me quedo completamente anonadado con la relevancia que ha adquirido el reggaeton. La cuestión es que en materia de medios y fines, el reggaeton es una herramienta áurea para quien sepa y esté dispuesto a bailarlo como se debe, pero una cagada para quien no esté dispuesto a asumir el riesgo de su franeleo y ciertos movimientos espasmódicos que no suelen caracterizarse por la cadencia de la cumbia. Es decir, si el reggaeton se llevara hasta sus últimas consecuencias, sería el paraíso jamás soñado para alguien que considera el baile en función de la posibilidad de franeleo que puede tener con una mujer. Pero en Uruguay hay un problema de logística y aplicabilidad. Casi nadie está dispuesto a asumir el riesgo y lo que terminás obteniendo es un baile mucho más distante que el que te permitía la vieja y querida cumbia (sobre todo en su versión del norte del Río Negro, haciendo el 2-1 con tu pierna entre las gambas de la mina). Es así que era un entorno bastante difícil para alguien como quien escribe.<br />Pero fue casi inesperadamente, de una manera que me tomó por el cuello, que un día me vi reflejado en la ventana de Bluzz, bailando justamente solo <span style="font-style: italic;">Dancing with myself</span>. Estuve bailando con los ojos entrecerrados, cada tanto espiándome a mi mismo, pegando saltitos, cantando a grito pelado <span style="font-style: italic;">Oh-oh-oh-oh</span>!, con las manos en alto. Era posiblemente la primera vez que el bailar era un hecho que valía por sí mismo, como el querer en Barry White, como el soñar en David Bowie, como hacerse una paja en Billy Idol.<br /><span style="font-style: italic;">Dancing with myself</span> es la dimensión más cercana que tengo de lo festivo. Es un tema perfecto, es una canción que, así como ciertos temas de Leonard Cohen sólo pueden haber sido escritos por un veterano, sólo pudo haberlo compuesto alguien cercano a los dieciocho. Hoy en día todo lo de Billy Idol suele parecer retro, pero sin embargo, ese tema no.<br />Todavía en Bluzz, me hago paso y con un vaso de Jameson en la mano a pedirle al Tuco que ponga <a href="http://www.dailymotion.com/video/x1aflg_billy-idol-rebel-yell_music"><span style="font-style: italic;">Rebel Yell</span>,</a> otro de los famosos temas de Billy Idol. El Tuco, con esos lentes delante de la peluca mod (o como pueda llamársele a eso) asiente con la cabeza y me dice que con mucho gusto, que en unos minutos lo pone. No sé si estoy feliz, si quiero como un hermano a este tipo con el que nunca hablé en mi vida o si sencillamente estoy en pedo. O todas a la vez. Ni bien vuelvo a la zona de baile pienso en que una vez hablé mal de ese tipo, con esa mala característica de juzgar a los músicos por su música (ahora que recuerdo, ya en este blog di unos cuantos palos a Astroboy). Pero capaz que este reproche es también por el pedo. O ambos. Y ahora suena. Por más que sé que lo puso el Tuco, y que lo hizo porque yo se lo pedí, cuando escucho la intro de órgano de <span style="font-style: italic;">Rebel Yell</span>, lo siento como una señal, algo que viene de un más allá o de un más acá, tan <span style="font-style: italic;">acá</span> que no lo puedo ver (como Goethe a la muerte, tal como dice Kundera en <span style="font-style: italic;">La inmortalidad</span>). Y me pongo a bailar. Salto, muevo los pies, siento que bailo bien, sobre todo porque bailo tan mal como el resto de la gente que me rodea. Y los veo bailar con los ojos cerrados, coreando el <span style="font-style: italic;">“more more more!”</span> levantando el puño al cielo. Y mientras todo esto sucede, pienso si lo están haciendo por verdadero placer, el placer en sí mismo que representa para mí estar bailando esto, o esa ligera distancia, esa leve ironía de enmascararse dentro de la sensibilidad que no es la de uno, como cuando temas atrás, cuando estaba bailando <span style="font-style: italic;">A little respect</span>. Zizek en un artículo sobre Hitchcock dice:<br /><span style="font-style: italic;">“Consideremos el que es probablemente hoy en día el caso más notorio de fascinación nostálgica en el cine: el cine negro norteamericano de la década de 1940 ¿Qué es exactamente lo que tiene de fascinante? Está claro que ya no podemos identificarnos con él; las escenas más dramáticas de Casablanca, Asesinato, My Sweet, Traidora y mortal, hoy provocan risa entre los espectadores. Pero, sin embargo, lejos de representar una amenaza para su poder de fascinación, este tipo de distancia es la condición misma de ese efecto. Es decir que lo que nos fascina es precisamente una cierta mirada, la mirada del “otro”, del espectador hipotético, mítico, de la década de 1940, que se supone era todavía capaz de identificarse inmediatamente con el universo del cine negro (…) nos fascina la mirada del espectador “ingenuo” mítico, el que era “todavía capaz de tomarlo en serio”. En otras palabras, el espectador que “cree en eso” por nosotros, en lugar de nosotros. Por esa razoón, nuestra relación con el cine negro está siempre dividida, escindida entre la fascinación y la distancia irónica: distancia irónica respecto de su realidad diegética, fascinación con la mirada”</span>.<br />Me pongo a pensar que la mayoría de la gente que está bailando, está bailando precisamente frente al escucha hipotético de esos temas, es decir, el escucha que era capaz de tomarse el show de Billy Idol en serio. Uno ve el videoclip, ve los peinados, la muñequera de tachas, el maquillaje en llamas de la tecladista, el guitarrista particularmente hiperactivo y no puede dejar de pensar que para alguien, un fan, un adolescente que tapaba el sol de la ventana con un poster de aquel platinado enfundado en cuero, un niño que ensayaba aquella mueca labial a lo Presley, alguien que como yo, ahora, sintiendo estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, en algún momento de su vida eso fue algo pleno de significado. Y el descubrimiento jodido de la noche es que, justamente, <span style="font-style: italic;">Rebel Yell</span> es algo pleno de significado para mí. En la forma en que canta Idol, en la forma de agitar su puño al cielo, en la forma en que abre las piernas el guitarrista en pleno salto, hay una verdad que vale por sí misma. Y yo me pregunto si soy solo yo, o si soy sencillamente un borracho perdido en la caverna platónica, creyendo que es verdad, <span style="font-style: italic;">verdadera verdad</span> y no juegos de luces y sombras, lo que veo y escucho. Y pienso esto y me pido otro Jameson, y la gente baila y suda, y yo pensando sobre Zizek mientras dos minas se ponen a apretar al lado mío, pensando en Zizek mientras la gente entra a los baños de a seis, pensando en Zizek y dándome cuenta de que voy a postear sobre todo esto desvelándome una vez más, sorprendiéndome ante el dolor del brazo torcido de reconocer que me gusta la Ronda, que me gusta Bluzz, de que ya me es casi absolutamente necesario terminar en estos sitios, cuando meses atrás, en este mismo blog los andaba puteando, y entonces me doy cuenta de que está bien no resistir un archivo, y que todo lo que haga, todo lo que hagamos los que estamos bailando acá es correcto, que tenemos razón por el simple hecho de ser jóvenes, de que vamos a ganar, ganar algo que no sé si es una guerra, un partido o un perdón, y ahora se acerca una mina y antes de que me presente ella dice que sabe quien soy, y dice Kanopa sin la esdrújula falsa que le encaja todo el mundo, y la tipa de la nada se me pone a recitar de memoria las primeras tres carillas de <span style="font-style: italic;">El pozo</span> y lejos de fascinarme aquello, me viene una súbita sensación de miedo que me hace salir de ahí, buscando a Ezequiel para contarle algo que probablemente ambos trataremos de recordar en el Messenger al día siguiente sin dar en el clavo, sabiendo que en Canelones y Ciudadela los animalitos se comen todas las miguitas con las que uno marca su camino de regreso, y pienso en un cuento y un final precioso que probablemente también me olvide ni bien llegue a mi casa, y pienso que todo esto tengo que anotarlo, que este fanatismo por recopilar todo quiere hacer de mi una puta caja negra y no una persona, pero entonces ya estoy haciendo un scandisk mental y me pongo a recordar gente de la vuelta, una especie de álbum fotográfico babilónico, mejor, un álbum de figuritas Panini con el Tüssi, Jelen, Eze, Marques, Víctor, Felipe Reyes, Chichi, tengui, tengui, falti, y mi cromo perdido por ahí, como una figurita agregada, con cascola en vez de autoadesivo, me imagino abriéndolo en diez años, y me doy cuenta de estar sintiendo una nostalgia por un presente que ni siquiera se acabó, reprochándome por aquello en silencio, rogando por no convertirme en una de esas personas que encuentran cualquier excusa para hablar sobre qué geniales eran cuando iban a Juntacadáveres y todavía eran jóvenes, como si fueran Onettis perdidos intentando hacer caminar a sus respectivas Cecilias por Eduardo Acevedo y la Rambla, y trato de ordenar todo eso y recuerdo a Martín Batallés encontrando a unas cuadras de La ronda la cabeza cerceanada de una tortuga de tierra, y recuerdo a un Frankenstein-raver-esquizo-gay-kitsch-lumpen-colorinche diciéndome a las seis de la mañana, en una casa desconocida, que su diosa favorita es Cali, y recuerdo una noche con Darío, en plenas vacaciones de carnaval, presenciando la casi inexistencia de gente y la penumbra en que había quedado Ciudadela tras el robo de unos cables de luz, y esa sensación de estar festejando un cumpleaños sobre las ruinas de un apocalipsis del cual quedaron no más cincuenta personas, y recuerdo una noche calurosa interrumpida por un súbito vendaval, con todo el mundo de los tablones metiéndose para adentro, todos agolpados en la Ronda como refugiados senegaleses en el cuarto de máquinas de un buque serbio, mirando mojados, molestos, borrachos y/o contentos cómo caía la lluvia, observando afuera la torpeza de la gente escapando de algo de lo que su cuerpo está conformado en un 90 por ciento, de las botellas de cerveza vacías llenándose de agua destilada, mientras adentro suena un tema de Bonnie Prince Billy cuyo nombre siempre me olvido, y entonces sé que la noche terminó y que debo irme a mi casa, despedirme de Ezequiel y de Mariana, a quienes no encuentro porque estoy borracho, o a quienes no encuentro porque estan borrachos, o que no nos encontramos porque estamos borrachos, y entonces desisto y emprendo camino, haciendo eses por Canelones, recordando que el caminante por silbar en la oscuridad no deja de estar solo, y ahora sintiendo <span style="font-style: italic;">Brilliant Disguise</span> de Bruce Springsteen retumbando en mi cabeza y en el plexo, como si esa canción me la estuviese cantando a mí, como si <a href="http://www.youtube.com/watch?v=VtbrtGjkx34">The Boss, con su guitarra en mano,</a> materializara en su misma persona, en su<span style="font-style: italic;"> "Tell me what I see/ when I look in your eyes/ is that you baby/ or just a brilliant disguise"</span> un coro griego que estuviese resumiendo parte de mi vida o dándome ánimos desde un más allá, en el mismo drama que me fui constuyendo, en el darme cuenta de que acabo de pasar por la puerta de su edificio, pensando en normas, fases, autoexigencias, en el terror de encontrar demasiado pronto algo que uno no buscaba, en que voy a dejar de escribir este post para llamarla por teléfono.Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com23tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-67592958727559849022009-03-31T03:01:00.005-03:002009-03-31T05:53:15.980-03:00<strong>There were business as usual, with the same old fears and frustrations</strong><br />Pasé de la cocina al living y vi a mi perro con la lengua para afuera, como si fuera el perro de Dyer en <a href="http://www.soho-art.com/cgi-bin/shop/shop.pl?fid=1196314204&cgifunction=form">este cuadro de Bacon</a>. Lo había divisado con el rabillo del ojo, di unos tres pasos. Cada uno de ellos era una posible explicación de lo que acababa de ver. Al cuarto paso me detuve. Iba a ver de vuelta <em>Tropic Thunder</em> en el DVD, pero giré lentamente sobre mis talones y lo vi. Estaba hecho un ovillo, la lengua para afuera, pero no la misma lengua que había visto durante los últimos trece años. Era una lengua pesada, como esas que me impresionaban tanto cuando era niño al ir a las carnicerías con mi madre. Siempre me dije que podría comer cualquier cosa, sesos, tripas, ojos, pero nunca esas lenguas entumecidas que me observaban como <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Geoduck">GeoDucks </a>esperando comunicarme una sola palabra amputada. Pero mi perro estaba ahí y me puse a intentar divisar algún signo vital. No parecía moverse, chequeé visualmente las costillas y no se inflaban y desinflaban como uno puede se puede esperar. Pasaron diez segundos y ahí me invadió el pánico. Crucé el living, caminé a paso rápido por el corredor (pensé en trotar, pero preferí caminar para no generar sospechas, ¿pero sospechas a quién?) y me encerré en el cuarto. Me quedé ahí en silencio. El libro de Carver ya lo había terminado. Iba a releer unas cosas de Felipe Polleri, pero tras pasar una carilla la imagen de la boca abierta de mi perro, esa lengua independiente como un cangrejo saliendo de su caparazón, revoloteaba sobre mi cabeza, como una polilla desquiciada regando como un avión a chorro todo su polvo ceniciento. Puse <em>His ‘n’ hers</em> de Pulp y lo saqué en seguida, pensando que si se moría mi perro, esa canción iba a estar condenada a estar por siempre asociada con aquella muerte. Sin más que hacer, me quedé sentado en mi cama. Esperando. Me di cuenta de que lo que realmente me aterrorizaba no era la muerte de mi perro (aceptémoslo, tiene trece años y un tumor cerebral que le genera cada tantos unos ataques dignos de Ian Curtis), sino el hecho de ser yo quien encontrara su cuerpo. Entonces estaba ahí, esperando lo inevitable. Estaba con la vista en mi estantería y con la puerta trancada. Pensaba “ahora mi madre va a gritar y va a ser oficial”. Pasaron doce, veinte minutos. No hubo ningún grito. Mi madre preparaba la comida, por lo que capaz que todavía no había llegado a ver el cuerpo en el living. “Tengo que decirlo”, y pensaba que dos años atrás me tocó enterrar el boxer de María. Estábamos viendo un <em>E-true Hollywood Story</em> sobre la vida de alguien que no le importaba a nadie y entra la madre, se queda mirando el suelo y dice “Max?...”. Con solo la pregunta, sin la respuesta o la no respuesta de Max, María y yo supimos que ya estaba muerto, que había muerto entre nosotros sin ningún dramatismo, tan natural como la tos de alguien durmiendo. Ni bien me di cuenta del asunto realicé todo con la frialdad de un obrero cárnico. Tomé la pala, hice un pozo en el jardín, tomé el cuerpo de las dos patas, lo arrojé y lo tapé. Apisoné la tierra con los pies. La alisé con la pala. Fueron minutos después cuando todos los perros de la manzana comenzaron a aullar. Yo soy un hombre de ciencia, y no quise expresar aquel escalofrío a María, que miraba hacia el sol tapado por las nubes sabiendo lo que yo pensaba, y sabiendo que yo sabía que ella sabía. Se quedó en silencio y dijo “me dijeron que hay un truco para hacer que se callen todos los perros”. Yo le pregunté cuál y ella me pidió que me sacara los zapatos. Me los saqué sin preguntar nada y puso el derecho arriba del izquierdo. En el mismo momento que los puso, los perros dejaron de aullar. No dijimos nada, pero nunca presencié nada igual a aquello.<br />Fue recién cinco horas después que me di cuenta de todo lo que había ocurrido. Vi la tierra entre mis uñas y de repente todo se había vuelto completamente absurdo, mis apuntes, las listas de discos que me quería comprar diagramados en mi cabeza, alguna mina que me estaba mirando –o no- en la clase, la vuelta en el 121 a mi casa.<br />Ahora estaba en una situación similar, solo que en vez de tomar la pala, no podía hacer otra cosa que estar encerrado en el cuarto, sólo esperando que lo terrible se presentara, como un entomólogo esperando a que una mariposa salga del capullo. La asociación no es gratuita, ahora que lo pienso. Había leído por ahí que Aristóteles –que entre las quinientas mil cosas que hacía, era un entomólogo envidiable- nunca quiso tratar mucho el tema de las mariposas, o más bien, el tema de las metamorfosis de la cristálida en mariposa. La conclusión que sacaba un historiador sobre el respestuoso silencio de Aristóteles, era que la mariposa -uno de los animales más asociados con lo vital, la plenitud- no era un nuevo ser regenerado, sino el espíritu desprendiéndose del cadáver. También pensaba en esa teoría cuántica de que si uno echa ácido sulfúrico en una caja cerrada con un gato adentro, antes de abrir la caja para ver cuales son los resultados, el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. Entonces me daba cuenta de que estaba pensando en mariposas, cajas y gatos para olvidarme por un segundo de que no muy lejos habia un jodido perro muerto en el living. Sí, todos esos rodeos teóricos se extinguían ante la posibilidad del grito de mi madre diciendo “Agustín, por favor, vení”.<br />Y lo esperé.<br />Y se hicieron una hora y media.<br />Fue entonces que escuché el grito de mi madre, pero como nunca lo habría imaginado, completamente calmo, diciéndome que estaba lista la comida. Caminé por el corredor con cada paso pensado como si fuese el último. Ibamos a comer en el living. Ibamos a comer en el living con un perro muerto. Por un momento se me ocurrió la loca de que íbamos a comernos a nuestro propio perro. Pero entonces llego y está Blas parado en sus cuatro patas, esperando poder garronear algo del nuevo novio de mi hermana.<br />Verlo es casi como ver a un fantasma. Mi pecho se llena de nuevo aire.<br />Mi madre: ¿le ponés huevo duro a la ensalada?<br />Yo: “no, así esta bien”.<br /><br />Este es un post que una gran cantidad de gente odiaría leer –y que posiblemente ni se atreverá a hacerlo- ya que se basa en esa cuestión tan terrible que es la de la revelación de finales de películas. Fue a partir de una conversación que tuve con Guzmán, en la que hablábamos de los finales de películas con explosiones incluidas. Para Guzmán era una mera excusa para hablar de Dr. Strangelove, con esa escena del <a href="http://www.youtube.com/watch?v=-gb0mxcpPOU">Cowboy cabalgando una B-2</a>, mientras que yo me puse a recordar aquella <a href="http://www.youtube.com/watch?v=Mh1J2kHjh1A">divagante vuelta de tuerca </a>de Zabriske Point y el final de Fight Club. Pero después la conversación comenzó a reprocesarse en mi cabeza y terminó con la lista de mis once finales favoritos del cine, que, como es de costumbre, hicieron sinapsis con esa región de mi cortex cerebral cuyo nombre científico es <em>“Esto puede servir para un post”</em>.<br />Sin más que decir, acá la lista:<br /><strong></strong><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/hccBjPjGq40&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/hccBjPjGq40&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>11-Sleepaway camp (Robert Hiltzik, 1983)</strong><br />Sleepaway camp es de esas películas que podrían aparecer en una desidiosa grilla televisiva de viernes trece, una imagen de fondo agitándose en el televisor de un pijama party en donde toda los púberes están más interesados en jugar al juego de la botella que en sentir auténtico terror. La película está fulera en varios sentidos, y en sus 5/6 de film no se separa mucho de las exigencias del género slasher, sólo que en vez de adolescentes al borde de la adultez –como se suele optar en la mayoría de las películas, generalmente para poder mostrar más tetas sin reparos de conciencia- acá son púberes, preadolescentes, que más allá de su edad –o me gustaría dejar de ser un viejo y decir <em>por</em> su edad- son bastante cachondos y putean como marineros. Naturalmente, comienzan a sucederse asesinatos, casi todos efectuados en un marco que se garantizan el beneficio de la duda: nada de machetazos de lleno en el cráneo, acá hay ahogamientos, gente calcinándose con hoyas de agua hirviendo, <em>bullies</em> comidos por las abejas, o sea, <em>pretty ambiguous stuff</em>. Recién en la recta final la cosa se pone más jodida, y casi como en un killer rampage digno del <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_Amok">amok malasio</a>, se mata a una considerable cantidad de niños y animadores. Bueno, hasta acá nada fuera de lo común, pero todo se va a la mierda, a la recontra mierda en el final. La película estaba centrada sobre un chico y su prima, una niña cohibida menos sensual que Joey Ramone en tanga que intenta esquivar todas las bravuconerías del resto de los niños en esos <em>Summer Camps</em> tan obsesivamente citados en las películas yanquis. Más allá de la apariencia inentrable de la niña y su personalidad acorde, las situaciones se dan para que un chico sensible y gentil comience a cortejarla. Cuando comienza a enamorarse, todo se va <em>downhill</em> porque el pibe bueno termina cayendo presa del cachondeo de una pendeja que parece que sufriera de fiebre uterina. Es ahí que, al mejor estilo homérico, cae el puño de los dioses sobre el campamento, produciéndose el festín sangriento que había mencionado unos renglones más arriba. A pocos minutos de este terrible encadenamiento, vemos que, más allá del rencor, la niña invita al chico que la cortejaba a nadar en el lago. Es ahí donde viene el momento completamente <em>wtf</em> del film –posiblemente uno de los más bizarros que haya presenciado. Uno de los animadores sobrevivientes se acerca a la niña y ve que está acariciando la cabeza de su enamorado. Cuando se acercan un poco más, se dan cuenta de que es exactamente eso: sólo la cabeza. El tipo le dice algo a la niña y ella se levanta. Un zoom out va pasando de la cara –un gesto terrorífico, casi inhumano se talla en su rostro- al resto del cuerpo. Está desnuda. Cuando la cámara llega a enmarcarla más allá de la cintura la vemos. La vemos.<br />Un pene.<br />La niña era un niño.<br />Eso no explica nada, no sirve para justificar nada de la película –los asesinatos no necesitaban ninguna fuerza particularmente masculina ya que eran más astutos que fieros-, pero funciona de una manera perturbadoramente efectiva. Toda la gente que conozco flipó con aquel final, y la conclusión que se puede sacar no es que su constructo simbólico se descalabra sobre la revelación de que la asesina es quien menos esperaban –más o menos, la estructura nitrogenada de cualquier film del tipo <em>whodunnit</em>-, ni tampoco en el hecho de descubrir que la niña no era tal cosa. No, lo que resulta terrorífico no es nada de aquello, no es nada metafórico ni metonímico, es sencillamente eso: el pene. Ese pene suelto, perdido en un lugar donde no debería estar. Una parte que se morfa al todo, un agujero negro que destruye las gestalts. El impacto es casi omnipresentemente efectivo porque toca la fibra misma del núcleo duro de cualquier situación traumática. Una súbita invasión de lo real, con un sistema simbólico que no puede encorsetarlo dentro de su red. Todos en Sleepaway Camp se quedan paralizados, no por lo que debería ser narrativamente impactante –digo, a mi por lo menos me impactaría descubrir un@ asesin@ con la cabeza decapitada de un niño en su regazo-, sino por un objeto sencillo, perdido en un lugar donde no tendría que estar.<br /><object width="480" height="295"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/1qkvexJqa6g&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/1qkvexJqa6g&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="480" height="295"></embed></object><br /><strong>10-Usual suspects (Bryan Singer, 1995)<br /></strong>La historia de las vueltas de tuerca vienen de mucho tiempo atrás y posiblemente se remitan aún más allá de <em>El gabinete del doctor Caligary </em>(cuando se plantea que toda la historia había sido producto del delirio de un internado en un psiquiátrico). Sin embargo, desde mediados de los noventa hasta nuestros tiempos recientes el recurso se fue banalizado, vilipendiando, usándoselo de manera indiscriminada y muchas veces errónea. Uno ya llega a ver las películas sabiendo que a cierto minuto del film, generalmente al 4/5 del film, la historia pegará un vuelco que nos dejará a todos contentos. El final inesperado, el mago saca otro aburrido conejo de la galera. Y todos contentos. Me acuerdo el final de <em>Sexto sentido</em>. El desarrollo de la película era casi como una mera excusa para el final. Era la primera vez que el final estaba más publicitado que el film en sí –con todos los riesgos que ello acarrea-. Posiblemente el hecho de que todos me dijeran lo increíble que era aquella vuelta de tuerca, terminó por decepcionarme, o anticiparme a lo que iba a ocurrir. Por aquella época no sabía mucho de cine, y más allá de que me pareció el final ciertamente inflado, no fue algo que me molestó de sobremanera. Sin embargo, viendo el resto de la filmografía de Shyalaman me di cuenta de que no tardó en convertirse en un <em>one-trick-director</em>. Sus filmes eran teleológicos, pero en el mal sentido de la palabra. Estaban articulados en base a eso, en el momento de deslumbramiento en donde nos damos cuenta de que el protagonista es un fantasma, o en donde nos damos cuenta de que una pueblo rural del siglo XIX es en realidad una especie de comunidad Amish hipertrofiada, existente en la actualidad. Lo malo de este tipo de finales es que lisa y llanamente nos están forreando. El director sabe algo que nosotros no sabemos y nos lo muestra al final. Está jugando con nosotros. Se dedica a patear la pelota al banderín del corner para encajarnos un contragolpe al final. Diría más, tiene comprado al juez. El es el juez. Las vueltas de tuerca –tal como me lo dijo Darío en una ocasión- tienen sentido en tanto se presenten y tengan coherencia con material ofrecido al espectador. Se puede concebir la omnisciencia del narrador, pero en el caso de este tipo de finales, aquello termina resultando una asimetría molesta, hipócrita, altanera. En cierto modo no sé hasta qué punto <em>Usual Suspects</em> se somete o no a tales imperativos. Hacía tiempo tenía ganas de verla, pero temía aquella triste sensación presenciar el mal envejecimiento del film, o que no está a la altura de su recuerdo. Sin embargo, el final funciona, y sigue impactando cómo se va enderezando la pierna de Kevin Spacey mientras se va de la sala de interrogatorio y al detective se le cae en raelenti su taza de café.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/ZNSfiho54rM&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/ZNSfiho54rM&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><strong>09-Mi mejor amigo (Werner Herzog)<br /></strong>El binomio Herzog-Kinski era un compuesto que en sus uniones y separaciones generaban mayor energía que la de dos núcleos de uranio. Uno ha leído, estudiado, e incluso conocido relaciones enmarcadas en una dinámica amor y odio, pero en la bina H/K el lenguaje se queda corto, o al menos hay que repensar la idea de odio y amor desde sus bases. Porque vamos a ser claros, estamos hablando de dos personas que llegaron a planear la muerte del otro, donde incluso, ante la amenaza que Kinski abandonase el rodaje de Fitzcarraldo, Herzog lo obligó a terminar con una escopeta del otro lado de la cámara. Ante tales situaciones, uno pensaría, "bueno, acá se acabó", pero luego se dieron nuevos encuentros, nuevas cofradías, nuevas películas en donde los conflictos de siempre aparecían, al borde de lo físico, como si fuesen dos polillas drogadas revoloteando alrededor de una lámpara, sabiendo que bastan dos centímetros más, dos centímetros menos, para morir de un golpe de corriente. Y posiblemente los dos eran bombillas y lámparas entre ellos. Dos dopplegängers, todo lo que uno no era lo era el otro, y en su separación nunca iban a ser los mismos –no es sorpresa que aún hoy los films más inolvidables de Kinski y de Herzog son los que estuvieron en colaboración.<br /><em>Mi mejor amigo</em> siempre pivotea entre el inmenso afecto, el odio y el terror que le generaba Klaus Kinski a Herzog. En el mismo documental, casi se lo presenta, más que como una persona, como una fuerza en bruto indomable, un toro que uno puede utilizar para arado pero que en cualquier momento puede enterrarte una cornada, algo que se ve en la misma comunión con la naturaleza casi romántica que caracteriza la obra y el pensamiento de Herzog.<br />El día que murió Kinski, Herzog dijo que, en cierto modo, sintió un extraño e innombrable alivio. El destino estaba marcado, nadie puede actuar, vivir como Kinski lo hizo y esperar que su mente, su cuerpo, su piel, sus células, sus mitocondrias sigan sintetizando encimas por energía pasando los sesenta años. Una vez me contó un ex torero que los banderilleros pican a los toros no por el mismo espectáculo –cruento, de acuerdo-, sino por ser la única manera para evitar que se le explote el corazón en la plena corrida. De la misma forma, puede ser que Herzog haya sido ese banderillero que permitió que por lo menos en un tiempo, Kinski no fuera sólo un candidato más para una operación de lobotomía, o un terrorista, o un asesino a sueldo, o un suicida hermoso. Y sin embargo, en la última escena del film, el alemán muestra ese momento íntimo de Kinski con una mariposa subiéndosele a diferentes partes del cuerpo. Kinski juega con ella, sonríe y mira a la cámara, y aquel claroscuro de una bestia sosteniendo algo tan frágil, como una pinza mecánica tomando una bombita de luz, lo hace casi un <em>apax</em> en toda la filmografía de los dos.<br />Tal final es una de las mayores muestras del cine como un acto de amor.<br /><embed id="VideoPlayback" src="http://video.google.es/googleplayer.swf?docid=-2956447426428748010&hl=es&fs=true" style="width:400px;height:326px" allowFullScreen="true" allowScriptAccess="always" type="application/x-shockwave-flash"> </embed><br /><strong>08-The night of the living dead (George Romero, 1968)</strong><br />Posiblemente mi favorita de la trilogía de George Romero, <em>The night of the living dead</em> es un dedo en el culo a todas las convenciones narrativas y cinematográficas de Estados Unidos. La historia, en bases generales sigue el manual de instrucciones: muertos vivos tan lentos como persistentes por doquier, mujer aterrorizada huye a casa abandonada, se encuentra con otros sobrevivientes y film que se desarrolla, <em>huis clos</em>, durante el sitio del improvisado refugio. Más allá de que hablamos de George Romero, <em>The night of the living dead</em> sería una película más de género, si no fuese por el final. La joven y esperanzada pareja muere, la chica del comienzo muere, la madre es asesinada por su hija zombi a la que cuidó desde el comienzo del film y el negro que se puso el equipo al hombro desde el principio, luego de lograr sobrevivir a la embestida zombi, muere del disparo de una guardia urbana improvisada para aniquilar la invasión. No sólo contento con eso, el final de la película presenta imágenes de diario mostrando cómo los tipos se llevan al indiscutido héroe del film con ganchos de carnicero, como si fuese un despistado venado muerto en la carretera. Su misma muerte es tan momentánea, tan carente de <em>pathos</em>, que acentúa esa sensación de amargura que sólo tienen las victorias pírricas, esas victorias que duelen más que cualquier derrota devastadora o contundente. Porque a diferencia de <em>Dawn of the dead</em>, donde se da una pequeña reafirmación de la vida en un marco donde todo está perdido (los dos protagonistas escapándose del centro comercial, más allá de que uno se da cuenta que el mundo perdió, y eventualmente ellos sufrirán la misma suerte), <em>The night of the living dead</em> funciona exactamente al revés: la humanidad ganó –al menos momentáneamente-, pero eso no importa, <em>no nos importa</em>, en tanto se mató al único héroe moral del film, aquello a través de lo cual podíamos sentirnos parte de esa humanidad.<br />Podría decirse que la película de Romero es una de las grandes joyas de la misantropía humana (esas perlas negras y brillantes, aguardando en conchas bituminosas e infectas). Haciendo oídos sordos al componente racista que más de uno podría alegar –en algunas circunstancias más de uno mencionó la similitud de ciertas escenas del sitio con la filmación de las huestes del Ku Klux Klan en El nacimiento de una nación, además del hecho de situarse el film en Pennsylvania, un estado cuyos habitantes no son precisamente los Jefferson-, la película funciona de una manera completamente misántropa, no por la invasión en sí, sino por la forma en que el sitio va desnudando las diferentes formas de intercambio humano en esas circunstancias en donde el instinto de vida llega a resultar lo más mortífero de todo. La mayoría de las películas de grandes catástrofes, en general siempre funcionan como arcos dramáticos para demostrar el eventual ethos de la humanidad en su forma de formar lazos de fraternidad y reorganizarse en situaciones en donde se ve uno a uno completamente desnudo frente al borde de su existencia. En esta película no sucede eso, siendo el padre de familia quien traiciona sistemáticamente a los planes de salvación del negro. El átomo familiar –<em>la base de la sociedad en que vivimos</em>, tal como dicen todos los defensores de la <em>american way of life</em>, y algunos nacionalistas vetustos del estilo-, se muestra como un archipiélago antártico, una organización a lo <em>every men by himself</em>, donde lo que sucede más allá de sus bordes poco importa. El padre de familia insiste constantemente en encerrarse en el sótano y dejar al negro afuera, y es en esa misma técnica de avestruz que se tiende a sí mismo una trampa –y no hay peor trampa que la que uno se tiende a sí mismo-. La familia como concepto en sí implota. La niña despierta de su muerte y asesina a la madre, quien prácticamente se entrega a su fin. El padre, en un último acceso de sabotaje es disparado por el negro –como tenía que ser- y baja hasta el sótano, para morirse en el lecho de su hija. Eventualmente toda la familia resucita y el negro no le tiembla el índice a la hora de aplicar rifle sanitario a cada uno de ellos. En una sinfonía de cuatro movimientos, se pasa aplanadora sobre el mito de la fraternidad, el estado y la familia.<br />¿Quien necesita poner en un ring a Rousseau y a Pangloss cuando se tiene zombis?<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/bph4ilFDwL0&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/bph4ilFDwL0&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>07-Él (Luis Buñuel, 1953)<br /></strong>En materia de cantidad, posiblemente Luis Buñuel sea el director con mejores finales de la historia del cine. Cada uno de sus remates es un mensaje encriptado, el enigma de la esfinge reclamando los ojos de quien intenta resolverlo. La técnica de Buñuel es variada, a veces recurriendo al simbolismo (las ovejas entrando a la capilla en <em>El ángel exterminador</em>), a veces con súbitos estallidos de violencia que se escapan de todo lenguaje (la explosión en <em>Ese oscuro objeto del deseo</em>, o la repentina revuelta y represión policíaca en <em>El fantasma de la libertad</em>, en que no se ve nada más que la mirada de los impávidos animales de un zoológico presenciando aquello), o, y este es mi recurso preferido, introducir un elemento flotante, casi invisible que es como un errante neutrón libre transformando toda la composición nuclear del film. La última escena de <em>Belle de jour</em> no puede ser más ambigua. El esposo que parecía completamente paralizado se levanta, sin la sorpresa que podríamos prever en Catherine Deneuve, y se escuchan, provenientes de ninguna parte, casi como si fuese una alucinación colectiva, las campanillas de la carroza con que comienza el film –la escena del lanzamiento de barro y excrementos a la belleza frígida de la protagonista al comienzo de la película. Esas campanillas apenas audibles son ese neutrón libre dirigiéndose a una fisión inminente, como un barquito de papel remontando una corriente hacia una boca de tormenta.<br />De toda la filmografía de Buñuel, todo el mundo cita un gran espectro de películas –es uno de esos directores sobre los cuales es casi imposible definir <em>la</em> obra esencial de su carrera- pero casi nadie habla de <em>El</em> (1953). Posiblemente la razón sea que no es una película suficientemente extraña para la gente que busca en Buñuel el perfecto pack de fetichismos y referencias surrealistas, generalmente considerándosela una obra menor, un melodrama folletinesco con el que el aragonés intentaba meterse algunos billetes en el bolsillo. Sin embargo, es en su aparente normalidad que <em>El</em> es un film extrañísimo, yo diría uno de los más enigmáticos de Buñuel. La historia trata sobre eso personales tan buñuelescos, Francisco Galván, un devoto hombre de iglesia que se enamora de Gloria Milalta en un rito religioso curiosamente erotizado. Ella está en pareja pero termina por lograr seducirla, haciéndola eventualmente su esposa. A partir de ahí, se desarrolla el conocido <em>amour fou</em> de la filmografía de Buñuel, progresivamente convirtiéndose en un paranoico celotípico, cada vez más cerca del borde de la desintegración psíquica. Más allá de las reconocibles referencias y la obsesión por la religión y el sexo, la película sería un melodrama más, de esos que abundan en librerías y cine si no fuese por el final. En el momento álgido de sus celos, el protagonista pierde control de sí y comienza a destrozar cual Orson Welles en Citizen Kane todo lo que encuentra a su paso. Es ahí que se aferra a un acto absurdo, como esos ritos que incurren las personas en los pródromos a una agudización de la psicosis para evitar el derrumbe eventual de todo su mundo. El tipo arranca una baranda de la escalera y comienza a golpear, escuchándose constantemente el sonido metálico del choque. Es ahí donde lo apresan y lo internan en un monasterio. Una elipsis temporal muestra que su mujer tiene una nueva pareja y va a obtener noticias de su salud al monasterio. El párroco le dice que está mucho mejor, que encontró nueva tranquilidad bajo el ala del señor. En la última escena vemos al párroco hablando con un Fernando mucho más tranquilo, viendo cómo la pareja se pierde en el horizonte. Cuando podíamos pensar que aquello es un final feliz, redondo, escuchamos perdido en el aire, el sonido metálico de aquel último acto absurdo del protagonista. Tal sonido es una rajadura imperceptible en todo consuelo final que podíamos hacernos del desenlace. No sólo desde su ambigüedad nos hace pensar sobre qué es lo que aquel sonido que expresa, sino que es, en cierto punto, una constatación de las sospechas del protagonista –la nueva pareja de Gloria, es, en efecto, la primer persona en quien depositó sus incontrolables celos. Es verdad que una paranoia como entidad noseológica no puede ser revocada por medio de la verdadera constatación de sus sospechas, siendo más bien determinada por el sistema cerrado y autoafirmativo con el que la persona interpreta el mundo –por más cercano que esté a la realidad, a decir verdad, la paranoia es una locura razonante. Sin embargo, ese último sonido, discreto y perdido en la inmensidad, nos deja la pelota en nuestra cancha, y nos genera un pequeño escalofrío el interpelarnos sobre quién en definitiva creer.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/8rPllm4WEXw&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/8rPllm4WEXw&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>06-Dogville (Lars von Trier, 2003)</strong><br />Lars von Trier es un perverso hijo de puta. Eso ya todos lo sabemos. Sus películas tienen algo tóxico, una ósmosis misántropa jodidamente coherente que se va metiendo por los poros. Se podría decir que cada vez que veo una película de Trier, me siento un poco peor persona, y eso es algo interesante, algo que muy pocos directores han logrado hacer –Harmony Corine, por cortos momentos; Soddondz, de una manera un poco más obvia, pero igualmente intensa; Herzog, pero de una forma más poética y tamizada; quizás Buñuel, siempre igual adscribiéndose a los terrenos de la religión y la moral.<br />Trier no sólo es conocido por ser sádico con sus personajes, sino también con sus actores. Björk decidió retirarse definitivamente de la actuación después de su traumática participación en la igualmente traumática <em>Dancing in the dark</em>, y lo mismo pasó con Nicole Kidman, de la que tuvo que prescindir a la hora de hacer Manderlay –extrañamente dando en el clavo, ya que la personificación por diferentes actores de un mismo personaje le da otra profundidad a la noción de parábola cristiana de lo que vá a ser el tríptico de <em>Estados Unidos, tierra de oportunidades</em>-. Según se cuenta, el danés encerró durante un mes a sus actores en un gigantesco hangar donde rodó sus películas, experimentando con ellos como si fueran sus ratas blancas en su propio laberinto de Skinner.<br />El ideal perverso de poner en escena el terreno en donde se juega el deseo y la culpa no sólo va en el trato del mismo con sus actores, sino con el mismo espectador. Es un Pepito Grillo sifilítico, hablándote al oído con un labio leporino, comido por pústulas, diciéndote cómo las cosas podrían ser de otra manera. En este sentido, el efecto más logrado de todos se ve en <em>Dogville</em>. Nicole Kidman es una mujer misteriosa, intentándose refugiar en un pequeño pueblo del asecho de una organización mafiosa. Al principio, con algo de resistencia, el pueblo la acepta, pero poco a poco la posición de tenerla como una mosca en la palma, a punto de cerrarse el puño, termina llevándolos por otro camino. Porque una caricia se puede convertir en una estrangulación con un solo abrir y cerrar de manos, cuestiones de medidas, más o menos newton de fuerza frente a un objeto blando. Al final la pobre Kidman va siendo objeto de tanta violencia, abusos y violaciones que haría sentir intimidada a la mismísima Coca Sarli. Las mujeres la humillan, los niños le tiran cosas. Se ha convertido en una paria, algo peor que una paria, como esas mujeres colaboracionistas nazis que en la restauración de la libertad en Francia las obligaban a pasear con sus cráneos afeitados, siendo puteadas y escupidas por todo el pueblo. Y lo particular de Kidman es que no está expiando un pecado –como podría decirse de estas mujeres francesas-, es tratada como tal por la mera posibilidad que se le ofrece al pueblo. <em>Te mutilo, no porque quiero, sino porque puedo</em>. Y es ahí que en la explosión de su mismo goce perverso, el pueblo se pisa el palito. Le entregan a Kidman a la mafia, sólo para enterarse de que es la hija del capo principal. La situación cambia por completo y Kidman tiene la posibilidad de vengarse en tiempo y forma. Y es ahí donde se encuentra la maestría de Lars von Trier. Nosotros deseamos que se vengue, queremos que se trague a ese pueblo de mierda como un verdadero monstruo de Leviatán. La venganza es un plato que se come crudo y a nadie le interesa realmente ofrecer su propia mejilla, cuando puede agarrar la cara del otro y pelarle su propia mejilla con una navaja como si se estuviera haciéndolo con la piel de una manzana. Debo admitir que festejé cada disparo, cada casa incendiada, cada niño metódicamente asesinado –la escena de que Kidman le dice a una señora que matará a cada uno de sus hijos por cada vez que llore- y recién después de todo lo sucedido, como quien se despierta en el sótano de automotora 18 luego de una fiesta con un dos putas birmanas y con unas extraña sensación pegajosa en el culo, uno se da cuenta de la resaca culposa de sus propios excesos. Y uno sabe que, más allá de la pantalla, tal como en el final de Manderlay –donde el personaje principal es descubierto convirtiéndose en aquello que nunca quiso ser, aquello frente a lo que luchó-, mientras que estamos viendo el cuarto de hotel destruido en que nos despertamos, sentado en su sillón de cuero está, Lars von Trier, tomándose un whisky, riéndose bajito.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/LrtIPL45x_8&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/LrtIPL45x_8&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>05-Mulholland Drive (David Lynch, 2001)</strong><br />La otra vez <a href="http://dragonlieder.blogspot.com/">Benito</a> me contaba sobre la primera vez que Bukowski vio Eraserhead. Como todos sabemos, Bukowski nunca fue un gran fan del cine, pero cuenta que en una de esas cotidianas jornadas alcohólicas, sintonizó en la televisión el primer largometraje de David Lynch. Bukowski dice que vio aquella película de principio a fin, sin saber nunca para dónde iba realmente, pero que fue de esos pocos casos en donde todo encajaba. Todo tenía sentido, más allá de que no sabía cuál era. A diferencia de Eraserhead -que sí, es genial, posiblemente más que la película de la que estoy hablando-, esa sensación me sucedió con el final de <em>Mulholland Drive</em>. La película tiene, a la vez que uno de los mejores comienzos que recuerde (no tanto la escena del choque de autos, sino la que viene después, la del tipo hablando con su psicólogo en un diner sobre un sueño que tuvo), un final que cierra todo perfecto, aunque no sabemos qué cierra, porque posiblemente sea un cierre construido como un Ouroboros. Luego de la mujer de pelo azul susurrando “silencio”, la pantalla se funde en negro, y ahí siempre termino mirándome con la persona que estoy viendo la película. El terror de la escena de los viejos, en contraposición de ese final lánguido, humeante y misterioso es una misma prueba de fuego que me ha permitido probar a ciertas personas. Casi en el momento mismo de verlo con alguien, si la persona se queda colgada con el final, se forma una especie de cofradía, uno termina haciéndose más amigo de la persona, por más que lo conozca desde mucho antes (como el caso de <em>el fino</em>, a quien introduje al mundo lynch, a su beneficio o a su pesar, quién sabrá), al mismo tiempo de que si a la persona en cuestión no le cuelga, se quema un puente, se termina rompiendo algo que difícilmente pueda a volver a unirse de la misma forma que antes.<br /><embed id="VideoPlayback" src="http://video.google.es/googleplayer.swf?docid=7559210598531959197&hl=es&fs=true" style="width:400px;height:326px" allowFullScreen="true" allowScriptAccess="always" type="application/x-shockwave-flash"> </embed><br /><strong>04-Cero de conducta (Jean Vigo, 1933)</strong><br />La primera vez que vi una película de Jean Vigo fue dos años atrás, en la disquería-librería Virus. Por supuesto, en ese momento no sabía que era de Jean Vigo –ni, a decir verdad, quién era Jean Vigo-, y ciertamente no lo supe hasta unos meses atrás. Nunca llegué a conocer a fondo al dueño de Virus, pero siempre creí (o quise creer) que era un ex punk intentando despojarse, no tanto por dinero, sino por algo más hondo y difícil de cartografiar, de muchas de sus pertenencias provenientes de una vida que quería dejar atrás. Ni bien descubrí aquel oasis perdido en un recoveco oscuro de la calle Mercedes, me convertí en cliente habitual del lugar. Intentaba hablar con el tipo, arrancarle algo de ese pasado que me gustaba llenar con imbricadas escenas inventadas por mí, pero nunca llegué a conocerlo a fondo. No supe cómo se llamaba –nunca se dio la ocasión de preguntárselo-, y le terminé bautizando con el nombre de su local, porque, a fin de cuentas, él y su local eran para mí una entidad indivisible. Es así que cada cosa que compraba me generaba una extraña culpa, como si le estuviera extirpando un órgano, o alguna hueso de su cuerpo. Más que nada, me resultaba extraño cómo te vendía un disco de Jesus Lizard, o una edición inconseguible de Zap Comics como si fuesen 200 gramos de lionesa primavera. Un par de veces –esto es verdad, no es un mero lirismo mío para embellecer el post- le llegué a pagar más de lo que me pedía por la lástima que me daba la forma en que se iba despojando de todo lo que alguna vez llegó a estar en una mochila de cuero llena de batallas perdidas, en un cuarto sucio que supo ser suyo, o en la casa de una novia olvidada, reposando en esas cajas de cartón llenas de discos, libros y preguntas que todos conocemos. Pero aún así, un día, luego de pasar vacaciones en un balneario de la costa de oro, pasé por Virus y aquello se había convertido en un inmundo kiosko azul regenteado por una mujer fea, con posters de Nevada, el Quini y Yerba Canarias cegando a vidrieras en que unos meses atrás supieron tener al <em>Please Kill me</em> y una biografía de Siouxie and the Banshees. Ahora intento reordenar aquellas imágenes y se me borran. Lo que sí recuerdo fue el último día que vi a Virus. Me había dado cuenta de que estaba llegando demasiado tarde a una clase y decidí visitar el lugar para pedirle que me reservara unos números de Molecular (un fanzine con más empeño que estilo impreso en Solymar el año 1992). Cuando entré, el bigotudo estaba viendo un film en su computadora junto a otro veterano. Estaban bastante concentrados en una película en blanco y negro, con unos aristócratas tomando sol en una playa similar a aquellas imágenes de la playa Pocitos de principio de siglo. Me quedé viendo un poco y los tipos me dijeron que era un documental sobre Niza, y que era muy mala leche. Miraban los malecones, las mujeres de alta clase subiéndose las polleras para saltar un charco y cada tanto replicaban riendo “qué hijo de puta, que mala onda che”. Me resultaba completamente extraño, yo lo único que veía con el rabillo del ojo eran imágenes de la alta sociedad, palmeras silenciosas, monóculos, perros pitucos levantando la pata. Ya empezaba otra clase y me despedí de ellos. Cuando cerré la puerta escuché nuevamente “qué hijo de puta”. Luego vino el verano y cuando volví me encontré con aquel kiosko que no me daba el valor de apedrear.<br />Durante dos años anduve buscando aquella película de Niza. A medida que la buscaba, me daba cuenta de que no buscaba a la película, sino a Virus, el local y la persona, que existia por medio de ella. Como casi todo en la vida, encontré mi ruta a Niza en el momento en que dejé de buscarla. En Videoimagen hay un DVD con toda la filmografía de Jean Vigo (bah, “toda”, a recordar que la temprana tuberculosis que le dio muerte sólo le permitió grabar cuatro películas) y lo alquilé queriendo ver <em>Cero de conducta</em>. Venía con una película extra. Cuando la puse, fue de esos momentos mágicos, que eran como un breve guiño, como una carta de alguien importante encontrada olvidada dentro de un libro. Y fue ahí que pude darme cuenta de que sí, Virus y su amigo tenían razón, <em>A propósito de Niza</em> es una película muy mala onda. Luego de ver esta película y <em>Cero de conducta</em>, hay algo que queda claro: Vigo no es el más reconocido cineasta surrealista (no es surrealista <em>in stricto sensu</em>), pero técnicamente es el más brillante de todos. Los raelenti, las apariciones y desapariciones de objetos parciales, las filmaciones hacia atrás, el montaje psicológico y los fundidos, todo realizado como sólo quizás haya podido realizar Jean Cocteau, y de una manera mucho más sutil y orgánica. <em>Cero de conducta</em> en sí es un canto de cisne a la rebeldía juvenil, en la cual, tras su espíritu naive, se encuentra algo completamente revolucionario, una risa socarrona de dientes afilados, unos labios rojos que no se saben si son de sangre o carmín. La película tuvo un remake libre realizado por Lindsay Anderson, <em>If…</em>, que contaba con la actuación de Malcom McDowell, ya jodidamente anárquico previo a su encarnación en Alex de Large. El final de <em>If...</em> es de esos momentos particulares en los que uno no puede reparar en lo que está observando. En una institución de vieja raigambre aristocrática, se prepara la fiesta de fin de cursos. McDowell, su amigo y una mujer que uno nunca sabe si es verdadera o fantasma de su propio espíritu rebelde se suben al techo de la institución y comienzan a ametrallar y lanzar bombas a todos los padres, curas, profesores y exmilitares que salen de la escuela. Tal final es un No! gritado hasta dehilachar las cuerdas vocales, un acto de negación radical que no tiene ningún fin más que ese: el darse de lleno contra una pared para escuchar la armonía de los huesos quebrándose. McDowell y cia saben que no se van a salvar, pero igual no importa, seguirán disparando hasta que se le acaben las balas (¿no sería lo mismo que pensaban Eric y Dylan, justo antes de convertirse en pastelillo preferido de revistas matutinas que hablan de lo mal que está la juventud?). Sin embargo, lo más interesante sucede cuando se coteja las dos películas en cuestión. A diferencia del final sangriento de <em>If…</em>, <em>Cero en conducta</em> parece codificado desde un dialecto infantil, con la muerte a la autoridad reubicada como un acto simbólico –el izamiento de la bandera negra con la calavera y los huesos cruzados-, por así decirlo, con las versiones veladas de los cuentos para niños, y sin embargo, como sucede con toda fábula –que a fin de cuentas son envases alternativos para hablar de sexo y muerte-, el contenido y hasta la forma llega a doblar en violenta rebeldía su versión más contemporánea. <em>Cero de conducta</em> es una película completamente amoral, con una ironía incendiaria dignas de Mark E. Smith en donde las figuras de autoridad son reducidas a enanos barbudos, el cuerpo de maestros y padres convertidos en obscenos maniquíes, con auténticos actos sacrílegos, homoerotismo jugando al borde y desnudos integrales de niños. Es un caramelo envenenado, un parque de diversiones con hojas de afeitar en sus toboganes. En fin, una película que sólo podría filmar el hijo de un ilustre anarquista misteriosamente suicidado en prisión.<br /><em>Cero de conducta</em> con ese final tan lindo y a la vez tan jodido es, en definitiva, <em>la</em> película punk, desde lo más <em>greilmarcusiano</em> del término. Y todo esto se lo querría comentar a Virus, pero ya se debe haber encarnado en otra persona, en otro local, vendiendo discos que nadie sabrá qué son, en alguna otra Mercedes invisible del mundo.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/D33XSldDG2E&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/D33XSldDG2E&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>03-Aguirre, la cólera de Dios (Werner Herzog, 1972)</strong><br /><em>Cuando lleguemos al mar, construiremos un gran barco. Iremos al norte y arrancaremos Trinidad a la colonia española. Desde allí seguiremos navegando… y le quitaremos México a Cortés. Qué traición más grande. Entonces toda Nueva España estará en nuestras manos y pondremos en escena la historia… como una obra de teatro… Yo, la cólera de Dios, me casaré con mi propia hija, y con ella fundaré la dinastía más pura. Juntos… reinaremos todo este continente. Resistiremos… Yo soy la cólera de Dios… ¿Quién está conmigo?<br /></em>Solamente escrito ya es suficiente para helar la sangre. Pero al ver a Klaus Kinski –porque nadie, absolutamente nadie que no fuera Kinski podría haber protagonizado esa película- andar río abajo, completamente sumido a su último delirio megalomaníaco, mientras los monos invaden una barca en donde todos posiblemente están muertos, es el final más épico y trágico de la historia del cine.<br />Una vez me contaron de un internado particularmente violento que en la colonia Echepare andaba con un palo, golpeando todo lo que se le interpusiera en su camino, diciendo que era la pija de Dios. No sé si vio la película, pero es la viva imagen de lo que es Klaus Kinski en el film. La gente suele asociar la locura con cosas completamente extrañas a nosotros, pero generalmente hablan de nosotros mismos más que nuestra normalidad. En Aguirre... el final funciona, metonímicamente hace clic, porque toca esa pequeña fibra, aquel kraken dormido que llevamos dentro de nuestro corazón, y que sólo lo vemos en un arranque de ira, tras la supervivencia a un accidente de auto, o en medio de una caligulense jornada marquera. El poder como última droga, no una irrupción de la ley, sino un más-allá-de-la-ley, como el delirio último que nos enfrenta al mismo Dios, no es cosa nueva, y ya está en los mitos griegos, así como en el Coronel Kurtz de <em>Apocalipsis Now</em>, o el Tony Montana de la merquera y exagerada remake de <em>Scarface</em>, o el Frank-n-Furter de <em>The Rocky Horror Picture show</em>, pero también en John de Leyden, Gilles de Rais, Hitler, Ceacescu, Stalin, incluso en mí, cuando me agarrás en alguna de esas noches extrañas.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/r9u78vNOvvQ&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/r9u78vNOvvQ&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>02-Blow up (Michelangelo Antonioni, 1966)</strong><br />Swinging london, Cortázar, <em>Las babas del diablo</em>, Jane Birkin en tetas, <em>Stroll on</em>, Jimmy Page perdido por ahí y Jeff Beck destrozando una guitarra ante un publico que más que público es un fresco de naturaleza muerta, el fotógrafo revolcándose en el set con sus modelos, los negativos, el cuerpo perdido, esa pareja discutiendo al comienzo del film, el parque y el misterio irresoluble. Thomas se enfrenta a lo inenarrable del misterio (un misterio que es tanto sustantivo como verbo, un misterio que se va de lo puntual y se acerca a lo ontológico). El cuerpo estaba ahí, lo vio en la foto, pero cuando lo va a buscar, ya no está ahí. Camina cabizbajo y en una ruta sinuosa un grupo de mimos atravesando el campo a toda velocidad estacionan y se ponen a jugar un partido de tenis. Thomas, sin mucho más que hacer, se acerca al alambrado a presenciar el partido. No hay pelota, pero todos parecen verla, giran la cabeza en cada golpe de raqueta, yendo del campo de uno a otro de los contrincantes maquillados. Uno de los mimos le “pega” demasiado fuerte a la bola y sale disparada por encima de la cancha. La cámara –y esta es una imagen que vale por diez películas de <em>Antonioni’s wannabes</em>- sigue el trayecto de la bola, incluso reflejando un pequeño rebote cuando da contra el pasto. Los mimos se quedan viendo a Thomas y le piden con ademanes si le puede devolver la pelota. Thomas duda un segundo, los mira, mira hacia el suelo y piensa una vez más. Es entonces que se acerca y recoge la bola invisible y se la arroja a los mimos. A diferencia de aquellos que dicen que en las películas de Antonioni no pasa nada, en sus finales suele pasar mucho, por más que todo suceda a otra frecuencia, como esos indistinguibles sonidos que pueden hacerle sangrar el oído a un perro. Nadie sabe qué significa realmente la explosión repetida una y otra vez al final de <em>Zabriske point</em>, y nadie sabe realmente qué representa ese papel flotando en un tacho agujereado al fin de <em>El eclipse</em>. Pero funciona. El final de <em>Blow Up</em> es el único que podría existir para tal thriller epistemológico. Al fin de cuentas –y también incluyendo a <em>Las babas del diablo</em>, el cuento de Cortázar en el que se inspiró el tano- la obra es un drama platónico sobre el saber, la forma en que uno puede conocer algo, sabiendo que siempre todo se limita a ser observado desde su juego de sombras. El cine en cierto modo ha ordenado un montón de cosas que en un principio se encontraban en perfecta armonía con su fragmentarización. Si la materia prima base del cine es el tiempo (porque el cine sin tiempo, sin el tiempo que rige el encadenamiento de las imágenes, no es más que pura fotografía –aunque por ahí Chris Marker me caga esta teoría), el montaje no es otra cosa que el último y más eficaz intento por controlar y empaquetar aquello que siempre lo habíamos tomado como algo imposible de controlar del todo. Y la cámara (y la pantalla también) terminó resultando un vidrio polarizado tranquilizador que nos separa del mundo en su verdadera naturaleza.<br />El final de Blow Up no sólo funciona para Thomas, quien termina asumiendo el misterio irreductible de la vida, sino frente a nosotros mismos. Sin torcer las cosas mucho, <em>Blow Up</em> es un fin metacinematográfico sobre la linterna mágica que vemos como niños, confundiéndonos las proyecciones con la realidad. Así como Thomas, uno, al final de cada película, ya sea cuando se levanta de la butaca o cuando se incorpora de la cama en calzoncillos a hurgar en el último resto de comida que haga interesante la madrugada, por un momento también se agacha y devuelve esa bola mágica, dándose cuenta de ese hechizo momentáneo que nos hizo sentir miedo, calentarnos, ponernos contentos o moquear con meros fotogramas en movimiento estampados en una pared.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/JpghUlfUzmQ&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/JpghUlfUzmQ&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><strong>01-City Lights (Charles Chaplin, 1931)<br /></strong>Tal como lo dice Zizek en <em>Goza a tu síntoma</em>, en toda la historia del cine, <em>Luces de la ciudad</em> es tal vez el ejemplo más descarnado de un film que apuesta todo a su escena final, siendo la completa extensión del celuloide un mero puente extendido, una excursión necesaria para ese último coup de grace. Luces de la ciudad es la historia de un vagabundo y una muchacha ciega que lo confunde con un hombre rico. A partir de una serie de desencuentros, Chaplin no sólo es confundido por la ciega como un rico, sino también por un acaudalado mecenas, que cada vez que está en pedo lo trata como si fuera un invitado de honor (pero que cuando sale de su borrachera no tiene idea de quien es él). En este juego de sombras, Chaplin logra que el señor rico financie una operación ocular a la ciega, jugada que termina costándole la libertad, siendo acusado de robo y encarcelado. Pasa un tiempo y la operación ocular de la muchacha ha sido un éxito, no sólo recuperando la vista, sino también convirtiendo en un suceso la florería en donde trabajaba. Sin embargo, más allá del tiempo pasado, siempre espera aquel benefactor, anticipándose a su encuentro –y decepcionándose sistemáticamente- con cada hombre rico que aparece por la florería –no sabe cómo es su rostro, pero aspira a reconocerlo por la voz. Es ahí que viene la escena final. Chaplin acaba de salir de la cárcel, está caminando completamente desgarbado por la calle y al pasar por la vidriera de la florería, saluda a aquella mujer de la que estaba enamorado. Ella lo trata con cariño, pero con ese cariño mezquino, rayano con la lástima, esa desesperante cortesía que tienen las mujeres que se saben bellas con algunos de nosotros. Chaplin no va a decir nada, está dispuesto a ver todo detrás de la vidriera, seguir caminando, feliz por su pequeña victoria anónima. Pero ella se le acerca y le va a regalar una flor, y es entonces al agradecerle donde al tomarle las manos la chica dice “¿Tu?”, Chaplin asiente con la cabeza y le pregunta “¿Puedes ver ahora?” y la mujer le contesta “Sí, ahora puedo ver”. Vemos la cara de Chaplin, con esos ojos trepidantes que están tan cagados de miedo como emocionados, esos ojos que más de alguno de nosotros debe haber tenido en algún momento (con diferentes resultados), y entonces hay un fundido en negro y la película termina.<br />Hoy en día, con la neurosis costurera del cine, probablemente no se habría admitido un final así. Sin embargo, el final no puede funcionar de una manera más poética y poco importa lo que ocurra después, dentro o fuera de nuestro televisor, porque ese momento al menos es nuestro, y no hay <em>sis</em> ni <em>nos</em> que nos lo puedan arrebatar. Chaplin decidió cortar el film en ese momento de indecibilidad absoluta, recurriendo a una depuración completa de uno de los mejores y más sencillos diálogos que recuerde en los anales románticos de la historia del cine. La mujer puede ver, pero ve mucho más que lo que le permite una operación de glaucoma. Es ese momento ínfimo de las relaciones en que uno por primera vez ve a alguien, no por lo que representa, si no por la indecibilidad de lo que es, ese momento en donde dos personas se encuentran desnudas, con su onda, sus bandas o directores favoritos, su fama de malos o buenos amantes, sus posibilidades de caerle bien a sus respectivos suegros, sus amigos, sus guiñadas y sus ojeras, sus colchones y sus excursiones, sus barrios y su escuelas, sus apellido y sus apodos, como unos pantalones arrugados en el suelo.<br />No recuerdo ninguna escena del cine o de mi propia vida que capture con tal perfección tal momento. Ahora, viéndolo de vuelta, mi fanatismo por tal final comienza a adquirir un matiz distinto. Repito una y otra vez el rostro de Chaplin, y ahí me doy cuenta de que aquello me fascina tanto porque es mi propia noción privada de amor que me gusta tener alambrada, para observarla como un animalito pastando en una reserva para seres en peligro de extinción. Llega la certza: me quedo viendo esa escena por las mismas razones que hicieron decir a Lou Reed que a partir del primer beso, todo va cuesta abajo. Y me da miedo saber que nunca quiero saber lo que sucederá después, porque no hay nada que me interese más que esa historia, los rodeos a través de los cuales uno se funde con otro, las pequeños cuentos que se cuenta uno a sí mismo anticipándose o recordando algo que podría suceder o ya sucedió. Y me pongo a pensar si todo seguirá así así, si el resto de mis historias van a terminar como <em>Luces de la ciudad</em>, con esa última palabra y el fundido el negro, el fundido negro y el telón que se baja y se vuelve a abrir, para proyectar de nuevo Luces de la ciudad, en un teatro que tiene una sola butaca con mi nombre bordado en dorado sobre el terciopelo carmesí, como esos cines arteplex que pasan la misma película una y otra vez. Y lo más jodido es que mientras pienso todo esto, lo único que me preocupa es conseguir un poco de pop, porque empieza de nuevo la función.<br /><br /><strong>Epílogo escrito un viernes, dos meses atrás</strong><br />No quiso cerrar la puerta. Le digo, <em>bueno, me tengo que ir </em>y tomo el pestillo, casi sin reconocerlo, como un ciego buscando el bastón en su eterna oscuridad. Cerré la puerta. No pude hacerlo rápido, lo tuve que hacer lentamente, observando cada centímetro de ella que desaparecía, con sus piernas separadas, con su vista fija en el suelo. La puerta cerró, y ahí me di cuenta de que todo eso realmente estaba ocurriendo.<br />Camino por Lugano con un portarretratos en la mano. Era <em>nuestro portarretratos</em>. Era <em>su portarretratos</em>. Había veces que acostado en su cama me quedaba mirando el techo y de reojo la veía hacer ciertas actividades inocuas, barrer algunos pelos que quedaban en el suelo, reacomodar unos libros, verse reflejada mientras miraba una mancha en el espejo. Y siempre terminaba en el portarretratos. Yo hacía como que escuchaba música, o como si estuviera contando las manchas de humedad del techo, pero de reojo la miraba tomar el portarretratos, limpiar el vidrio y mirarnos a nosotros dos con una sonrisa, que temblaba como un botón de escote apretado, a punto de desabrocharse. No decía nada más, se quedaba viendo el portarretratos, yo con mi campra alemana, ella con un abrigo peludito, y le pasaba una franela, lo volvía a poner en su mesa y se dirigía a mí como si aquello, aquel pequeño gesto fuese una pequeña manía imperceptible, como un perro que esconde un hueso pensando que nadie lo percibió. Y por alguna razón yo me hacía el boludo y no le comentaba nada sobre aquello. Era <em>nuestro portarretratos</em>. Era <em>su portarretratos</em>. Y ahora estoy caminando por Lugano. Viernes, tres de la mañana. Soy un hijo de puta. Soy un asesino. Soy un asesino con una navaja oxidada, con la luna brillando sobre su filo. Soy un asesino con un portarretrato, con la luna brillando sobre su filo. Soy el amo de las palomas. Sé donde mueren por plombemia, en cementerios ocultos en casas y catedrales abandonadas. Soy un sepulturero de paredes grises. Camino por Lugano y sé que no voy a volver. Cuando vuelva, si es que vuelvo, la calle se habrá movido a un lugar donde el clima y los usos horarios son distinto. Camino por la calle adoquinada, giro sobre mis talones, no para encontrarla a ella, sino para despedirme de los jacarandás que se levantan contra 19 de abril. No llevo los lentes, se robaron otra vez el cobre de los cables, el violeta de los jacarandás no se deja ver en la oscuridad. Camino y a la altura de Aiguá se huelen los floripón y las dama de la noche. Por ahí siempre íbamos a comprar cervezas al Devoto. Y por ahí también paseábamos a Ramón. Y por ahí había un grafiti de una banda horrible que a ella le pareciá horrible y a mí también me parecía horrible, pero que no se lo admitía, sólo para molestarla un poco. Y después la otra calle, y los 185 que me doy cuenta de que más allá de todo seguirán pasando por ahí. Camino unas cuadras, pienso en qué bolas fueron entrechocándose para que terminara caminando por el prado, viernes a las tres de la mañana, con un portarretratos en la mano, como un loco que se fugó a través de una ventana mal cerrada. Llego a Suárez y llamo a Ezequiel. Está en una fiesta, me invita a ir y trato de decirle lo que sucedió. Mi voz se quiebra, entre la sorpresa, Ezequiel me dice de ir al bar donde está, pero yo no logro articular palabras. Las pienso, pero salen desordenadas, astilladas, o quebradas. Corto y pasa un taxi con su banderita roja guiñándome con un ojo inflamado. Subo al auto y la morsa con su pucho saliendo de sus dos enormes colmillos me dice “usted dirá, maestro”. Intento decir algo, pero no sale nada. Pasan veinte segundos, tomo un respiro y pasándome el antebrazo por los ojos logro decir algo. Lo pienso, como esas víctimas de accidentes automovilísticos que tienen que pensar cada costoso paso que dan agarrados de baranda en sesiones de fisioterapia, y le digo “Po-citos”. Intento mirar para afuera pero el Prado me enceguece. Pienso en todas las veces que pasé por ahí. Divago en cálculos: cuántos litros de cervezas tomamos juntos/cuantos pesos gastamos en el videoclub de Willy/cuántas veces pasé por el kiosko del canario a comprar condones. Pienso en esto y miro para abajo. En el cuero negro descansa bocabajo el portarretratos. ¿Los bebés debían dormir bocarriba o bocabajo? ¿Será sólo por la promesa del cielo que se entierran a los muertos bocarriba? ¿Por qué siempre dormía del lado de la derecha en su cama? <em>Su-cama</em>. Mantengo la frente apoyada contra la ventanilla. La morsa se ríe y mientras tira ceniza desde su ventana mira hacia atrás y me dice “che, decile algo a esa rubia que te está mirando”. Miro a mi derecha, y en un Peugeot una rubia muy linda me mira con cara de lenta sorpresa, como quien ve a una boa devorarse a un ratón. La miro un segundo. Es linda, es verdad. Bajo la mirada, me enjuago los ojos con mi antebrazo y le digo a la morsa “no tengo nada que decir”. El tipo entiende y dice, mirándome por el retrovisor “bueno, entonces le damos un par de bocinazos y resolvemos el asunto”. La aleta toca la bocina y el coche toma una curva pronunciada. El auto toma un camino oscuro. Posiblemente en cualquier momento saldremos a Garibaldi. Me saco los championes, pongo el derecho encima del izquierdo, pero los perros siguen ladrando.Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com40tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-37769058644116944082009-01-31T18:14:00.005-02:002009-01-31T20:11:13.171-02:00<strong>Mejores discos del 2008</strong><br />Sí, el post llegó tarde, quizás demasiado tarde, pero esto se debe a un par de <em>razones razonablemente razonables</em>:<br />1) 2009 me viene resultando un año bastante activo, lleno de idas y venidas, proyectos, contraproyectos, indigestiones y redescubrimientos, que poco espacio me dejan para sentarme y escribir<br />2) La idea de los diez discos del año ya fue presentada <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/2008/12/2008-el-ao-del-ornitorrinco.html">en</a> <a href="http://senseimagazine.blogspot.com/2008/12/curioso-el-caso-de-este-blog.html">tantos</a> <a href="http://elindicedemarmol.blogspot.com/">espacios</a>, que uno pierde la convicción de que está creando algo relativamente innovador o creativo.<br />3) Iba a mechar la lista con experiencias que me ocurrieron en las vacaciones, pero terminé haciendo usufructo exclusivo de ellas para un cuento que ando escribiendo<br />4) Saqué una cuponera de quince películas en videoimagen, las cuales han confiscado prácticamente el noventa por ciento del espacio físico y temporal que tengo para hacer otras actividades distintas de laburo/estudio<br />5) ¿Quién puede escribir con este calor?<br />Hay una larga tradición en definir cual es tu canción del verano. Con una redundancia casi vikinga, gran cantidad de mis posts se centran en los cambios subjetivos que acarrean los cambios de estaciones, estaciones que no están divididas por solsticios ni equinoccios, sino por las pequeñas historias y capítulos de la vida que uno se cuenta a sí mismo. Posiblemente de todas las estaciones, el verano es la que más se emperra en encontrar sus objetos metonímicos, aquellos tres o cuatro minutos que se estampan en el imaginario colectivo como una yerra, generalmente enfocados a cierta imaginería fiestera, hip, fresca o lo que sea. Básicamente, por el perfil tan oficialista puntaesteño del verano uruguayo –por más que Rocha se ha convertido en <em>nuestro</em> verano uruguayo (no el mío, mis veranos siempre van a mantener su corazón pegados a Atlántida)-, la estructura nitrogenada de los temas veraniegos marcan la exigencia básica de poder musicalizar una pasarela. Fíjense cada uno de los temas oficiales del verano, y siempre encontrarán una cualidad bastante atada a cierta noción de glamour, los beats en negras marcando cada pierna de garza (¿o el paso de ganzo?) de esas modelos que a tanta gente les hace el bocho. Tomen ejemplos, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=vS_HoEurE1M">Get over you</a>, o <a href="http://www.youtube.com/watch?v=7lvad8dl0U0&feature=related">Take me home </a>de Sophie Ellis Bextor (una mina que es a los temas de pasarella lo que fue el río Klondike a la fiebre del oro a fines del siglo XIX), <a href="http://www.youtube.com/watch?v=Rfr9bhSmfXc">Can't get you out of my head</a> de Kylie Minogue, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=REFdA7yS_8M">Velvet Morning </a>de Primal Scream (con nada menos que Kate Moss detrás del micrófono), y la cosa da para rato.<br />El tres de enero me fui para Punta del Diablo, que en base a la cantidad de gente que lo había invadido, por momentos parecía significar su nombre literalmente. Llegué con María a las cinco de la mañana y no tardamos media hora para huir a Santa Teresa. Las razones eran múltiples, pero principalmente estribaban en que no había lugar en el camping, tanto que había automóviles con gente durmiendo adentro esperando para que se desocupara. Había una extraña desesperación de la gente (diferente al tono aletargado y más bien <em>genchi</em> que siempre caracterizó aquellos pueblos de la costa rochense), había una necesidad de ocupar un lugar, a como de lugar, sin importar las consecuencias. El verano del 2009 será para conocido como el verano en que Uruguay se prendió fuego, pero también el verano en que Rocha se llenó como un hematoma rechoncho de sangre, un departamento, como dicen las traducciones de Burroughs, "al rojo blanco". <em>En general este es el momento donde extraigo alguna conclusión en que me separa del resto de la chusma</em>, y por más que sé lo artificial de esta postura (después de todo, yo también estaba ahí), aquella desesperación por estar en Rocha me parecía una interrogante frente a la que a Guy Debord no le hubiera temblado el pulso al responder. Hay un aviso propio de ese nuevo linaje de comerciales que incorporan elementos absurdos tratando de vendértelos como si fuesen la última obra de un colectivo surrealista escondido en un silo antibombas checo, que más allá de sus lugares comunes, muestra una o dos verdades del fenómeno veraniego. En el aviso, la gente se manda mensajes de texto de dónde hay comida, dónde hay fiesta, dónde hay sol, etc. acarreando muchedumbres enardecidas que van nomadeando de un punto de atracción a otro. Aquello era realmente lo que se podía ver en la costa: la gente andaba corriendo como cumpliendo un schedule, tan cansados que no sabían si lo estaban disfrutando. Todo eso me hace acordar a las nociones de espectáculo que maneja Guy Debord en <em>Rastros de Carmín</em> sobre la fiebre <em>jacskoniana</em> (que no es un firmante de la declaratoria de la independencia, sino el moonwalker, the king of pop, o la <a href="http://media.ebaumsworld.com/picture/DailyContempt/peter_pan_michael_jackson.jpg">reencarnación de Peter Pan</a>, como él preferiría llamarse). En referencia al multimillonario disco Thriller: <em>“El contenido ya no era el sonido de la música, ni la forma la manera e que la música se presentaba o funcionaba como género. El contenido era ahora la respuesta al acontecimiento social de Thriller, y la forma mecánica del acontecimiento. (…) El triunfo de Thriller imponía su propio principio de realidad, estaba allí como parte de cada viaje al trabajo, como una serenata a cada recado, como un referente a cada compra, como un hecho que formaba parte de la vida de todos. No tenía por qué gustarte. Sólo tenías que reconocer esa realidad, aunque en cierto modo, en el año de Michael Jackson, reconocerla implicase que el disco te gustaba”</em>. Suplanten a Michael Jackson por Punta del Diablo, y ahí tienen exactamente lo que pienso. Como en <em>Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj</em>, de Julio Cortázar, Punta del Diablo no se regalabaa los visitantes, era más como los turistas entregándose a Punta del Diablo, en un honorable acto sacrificial.<br />Pero bajándome de las ramas de tal arborescencia, en los siete días que permanecí en Santa Teresa, no escuché una sola canción. El hecho fue fortuito, el I-Pod que conservaba todo mi arsenal musical me traicionó a último momento, agotándosele la batería por una desinteligencia mutua (mía y de la máquina) con el botón de HOLD. Esa semana sin música fue bastante interesante, incluyendo un encuentro cercano con un ñandú, el descubrimiento de las bondades de cagar en el bosque, un mal episodio (y un subepisodio aún peor) vinculado al consumo prolongado y excesivo de caipirinha, y un momento de extraño ensimismamiento que podría haberme costado la vida. Sacando cuentas, fueron unas mini vacaciones curiosas.<br />Ni bien llegué a Montevideo me fui para Atlántida, esta vez sí comenzándome a poner al día con la música. Fui a pescar un par de veces. La primera, con mi abuelo asesinamos a 34 pejerreyes y tres sardinas. Es interesante hacer una actividad musicalizada por algo diamentralmente opuesto. En ese sentido, era gracioso practicar el silencioso e instrospectivo arte de masacrar peces con los Fucked Up de fondo. Fue ahí que más o menos se comenzó a performar el que vendría a ser mi tema del verano:<br />Scott Walker, Next. Posiblemente no sea tan buena como <a href="http://www.youtube.com/watch?v=MdXkQ9DKqIQ">Au Suivant de Jacques Brel </a>(¿pero quién puede interpretar cualquier tema mejor que Jacques Brel?), pero conserva la desesperación, las inflexiones de voz de alguien completamente arrasado por la desesperación del militarismo, la gonorrea y el amor fácil de las prostitutas. El <em>Next, you’re next</em> de la putas, gambas abiertas esperando el próximo soldado para rociarla de esperma, se convierte como una palabra flotante, una palabra que taladra el cerebro de Walker, que lo acompaña en sus pesadillas, que aparece, casi como un elemento tan traumático que resulta imposible de simbolizar, una palabra que deja de ser una palabra y se convierte en una cosa. Si bien el Scott 4 es el disco definitivo de Walker (personalmente, lo considero entre los tres discos mejores producidos que se hayan hecho por y para humanos), el Scott 2 es el más variado en cuanto a los personajes que encarna, sin la unidad del cuatro o del tres, pero con, posiblemente los mejores temas sueltos de su carrera –Best of both worlds (cancion perfecta, si las hay), Jackie y Plastic Palace People, como ejemplos, sin contar a Next, del que ya venía hablando.<br />Fiel a mi estilo, mi tema del verano no tiene nada veraniego (el único verano que recuerdo ser musicalizado por un tema correspondiente, creo que fue hace cuatro años, en donde Mula Plateada fue el tema que atravesó diametralmente aquellos tres meses de pura playa y crisis personales), es un tema que pertenece más al frente de guerra en la campiña francesa, llena de nieve, barro y putas de sudor frío, completamente comidas por la sífilis.<br />En fin, todo esto no es más que para llenar el ojo ante una lista que ya viene demasiado atrasada.<br />Acá los mejores discos del 2008.<br /><div><div><div><div><div><div><div><div><div><br /><div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297579686031419826" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhX-7Oe6XxXQXWGQ2eE9ozAqySpFc_QnwL0O4XcxHCL-Ty4o0wr3dB0QB_FNuGNR3lC_-dqHH6896-HMNWVy2yicZXLmN2sENkdGb9SaHUkjs1rhyphenhyphenLiT4yN3lIEFJSS3eMvctY_Bw/s320/women+as+lovers.bmp" border="0" /><strong>10) Xiu Xiu- Women as lovers</strong><br />En mi computadora aparece una escena actuada por Nicole Kidman. Uno le ve la piel, y parece de porcelana. Hasta a uno le da miedo que de caerse se haga añicos. Pero el tema es que estoy seguro de que si la cámara se empieza a acercar lo suficiente, aquella mejilla blanca, ligeramente rosada va a comenzar a mostrar sus poros, sus ínfimos vellos enquistados, y si pudiera acercarse con un lente microscópico, en esa parcela de piel uno podría encontrar un violento continente, lleno de bacterias, mitocondrias y anticuerpos uniéndose a un sucio festín caníbal. Más o menos esto es lo que pasa con Xiu Xiu. La pareja llega a una introspección tal de su jodido mundo emocional que todo aquello que vemos es tan humano, tan violenta y suciamente humano, que nos termina incomodando, dando asco. <em>No hay nada más horrorizante que la verdad</em>, y, letrísticamente Jaime Stewart nada entre ella como experto pez de pantano. <em>"Why would a mother say such things/ Why add tongue to a kiss goodnight?”</em>, cuando uno escucha versos como estos, aquello resulta algo demasiado incómodo para asumir, incluso para escuchar. En un mundo donde parecen cada vez más lejanos los momentos de locura, los auténticos pasajes al acto que provocaban un <a href="http://www.youtube.com/watch?v=-hLfOIs4kvE">Jerry Lee Lewis parado sobre el piano</a>, un John Lydon gritando I am an anarchist!, o un Alan Vega cagando de miedo a un público de doscientas personas, mientras esquiva sillas y botellas voladoras, es bueno que sigan habiendo trabajos que sigan generando sensaciones tan extremas, aún así sea la de huir, huir sin mirar hacia atrás. </div><div><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297581108641563042" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHOQJudnYpsAWBnAHIeNDH9r6fELvXn_uqpa0uvA31mT1nqZOWUgphFBWqgKPjWf4EURKTyNExxSAQehpXXAtTwQuNAMY6aWGiauQfAqfFbFXoQvUfFLZkIM1r62f-MJ_lvDssJA/s320/Glasvegas-Glasvegas-444390.jpg" border="0" /><strong>09) Glasvegas-Glasvegas</strong><br />Hubo una época que decir que una banda creaba himnos juveniles, tanto disponibles a ser tarareados en una cotidiana excursión urbana como coreados en estadios, no era algo tan sacrílego y reprobable como hoy en día. Todo lo que detente un <em>plus-de-emoción</em> es calificado como rimbombante, ridículo y exagerado. Dentro del indie hay una desconfianza sistemática hacia lo visceral, o los grandes discursos, uno puede ser cute pero no llorar a moco suelto, uno puede ser soñador, en tanto sea pueril, uno puede mechar elementos heroicos, en tanto adopte una semi consciente autoparodia. El puritanismo indie ya no puede entender a los solos llenos de pathos de antaño, o las canciones de amores juveniles de Bruce Springsteen. Es así que llega este disco de Glasvegas, un disco completamente tan sensible y juvenil como perfecto. La voz del James Allen tiene un tono, o más bien una articulación extraña, como si fuera un jamaiquino, en vez de escocés. Un disco que tiene una unidad sonora que lo hace parecer conceptual sin serlo, con todos y cada uno de sus temas perfectamente recordables, tan perfectamente dependientes como independientes entre sí, listos para que te lo cantes a ti mismo en los peores momentos, para que practiques guitarra aérea en tu casa sin sentir vergüenza. Glasvegas es la banda que tendrían que escuchar todos los chicos de quince a dieciocho años, de pretenderse mejores generaciones futuras<br /><br /><div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297577766013943330" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 274px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhPG-3FocYtdeNpJ4fav9ImhUhBI6f9C6S4Cz_MJH15sfyq-QZzIsTZG0kBrf09A1Hek4tYzcX69hDCmXTwWcfnKNWHxw4p62c_44GalRKRBHmfP4EyLzUXu90tspm0mRpqswiC2g/s320/cadaverexquisito.jpg" border="0" /><strong>08) Cadáver Exquisito- Cadáver Exquisito I</strong><br />Cadáver Exquisito nunca va a tocar en un Pilsen Rock. Apenas pueden poblar la mitad de un BJ y posiblemente estén en su pico de popularidad (¿?). Las razones son múltiples, pero una de las principales es la de no poder amoldarse a ninguna escena. Demasiados entrópicos para el gran público, demasiados normales para la escena under/postpunk/free/psicodélica/comehongos uruguaya (entiéndase IMAO, Fiesta Animal, Trío Vilardebó, Psiconautas, Pacientes, que en realidad tampoco tienen mucho que ver entre sí), Cadáver Exquisito nunca estuvo apadrinado –a no ser que nadaran hacia el otro lado del charco y le pidiese su bendición a Ariel Minimal-, y aquello lo convertirá en una banda eternamente insular en la música uruguaya. Ya cuando uno ve la horrible tapa del disco, se da cuenta de que esta gente no quiere agradar a nadie. Cadáver Exquisito I es un culto a lo dionisíaco, con un baterista que parece aplicar técnicas de Guantánamo a su batería y un guitarrista que encontró el puente invisible que une a Gegg Ginn con Jimmy Page. Todo lo bueno y malo que se puede decir sobre el disco radica en su desmesura, con temas de diecisiete minutos que nunca llegan a dejar de ser interesantes, solos tan setentistas como violentos que se anclan en Color Humano, Pescado Rabioso y otras bandas de aquella época, y sí, algunos sacrificios, propios de tales trapecismos volantes sin red. El tema paradigmático es Plafond, un tema con esencia funk que tranquilamente podría pegarla en las radios, y en el que, súbitamente a la mitad del mismo, se le instala un medley y demás divagaciones que lo extienden a más de diez minutos de puro delirio. Uno puede pensar que es una lástima sacrificar un tema pop tan, en un principio, redondo, pero ese mismo autosabotaje termina resultando una declarción de principios. </div><div><br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297579685140555842" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUIKmagiIBgJLFB-aZyHkcpl_C2UIr8eOXi-Py_ZJHw5v-OSslbAlKSGlpkY6m658j9onHWn9RJkZyJPtJr0qx6xbp_2yBFAGwbJvzyriME-vRg3ZF1lvL2JMmCbxug9e3wTcUGA/s320/weird+era+cont.jpg" border="0" /><strong>07) Deerhunter- Microcastle/Weird era cont.<br /></strong>El Microcastillo de Deerhunter es uno lleno de laberintos, puertas falsas, fosos y mazmorras, sin nunca dejar de ser brillante, tan cristalino como de vidrios espejados. Pop, pop del bueno, es casi como una de las más perfectas síntesis de los mejores recursos del indie de los últimos quince años. Es un laburo de orfebrería, que nunca pierde el norte aún en su más intrincado y shoegazer ep Weird era cont, que posiblemente supere incluso al disco oficial. Disco hipnotizante si los hay (el tema Agoraphobia siempre me mete en un extraño estado de trance), frente al verano que despliega sus tentáculos furiosos sobre todos nosotros, uno se pierde en el castillo de Deerhunter, y por un momento aquello se siente como abrir el freezer y meter la cabeza unos minutos. Si bien <em>Next</em>, de Scott Walker es mi tema del verano, posiblemente el disco de mi verano sea el <em>Weird Era Cont</em>, un álbum que me ha acompañado en jornadas pesqueras, descalzas caminatas por baldosas calientes de Montevideo, angustiantes desvelos frente al teclado y trayectos interurbanos en saunas móviles. Si enero en la ciudad no termina resultando un infierno, mucho le debe a este disco. </div><div><br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297577773483937058" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9BEdxPFvnlgDu1PyQf9HNX5dRElCA_DeUnRll3C-aKqZJnaY1L0gUDytTw_qi-6YJ6FnNfmyj6EzjxyJF-DKdIpWiDvNrl-RKOdd1aTDIkyiOsT-L-btKaOKqCTsOAn1QCLP88Q/s320/apoteosis.jpg" border="0" /><strong>06) Millones de casas con fantasmas- Apoteosis LP</strong><br />Pau O’Bianchi es el multifacético integrante de Tres Pecados, auque divide su actividad en otras bandas como Relacionessexuales, Genuflexos, y andá a saber cuántas otras más. Apoteosis LP es un disco elaborado en el marco de proyecto solista llamado Millones de casas con fantasmas. Es un disco doloroso, en el que el mismo Pau dice haberlo hecho casi en un estado de sonambulismo, percatándose del resultado recién una vez terminado (el disco fue grabado en una licencia vacacional, tiempo en el que no hizo practimanete nada fuera de la producción del disco). Pau aparece desatado, ciclotímico, con picos y bajones que tienen anclaje en oscuros tiempos que marcaron la vida del músico en el último año. El cambio sufrido desde Pesadillas para niños y travestis dadaístas (su primer disco) es notable, con una forma de cantar y una poesía mucho más segura de sí misma, comenzando a dejar los gérmenes de cierta cosmogonía que va a ser uno de los aspectos más interesantes de la obra de O`Bianchi. Abre el tema Hoy con un dulce arpegio y la voz de Pau, lejos de los gritos primigenios, cantando con voz temblorosa <em>“(…) la seguí como si estuviera imitando a un ciempiés, verde venenoso pero honesto/ un ventilador/no hace volar a las mariposa las descuartiza/ como si fueran nuevas cenizas”.</em> La canción sigue con la guitarra y aparecen unas trompetas lejanas, como si se estuviesen levantando los puentes del reino de Pau, esa muralla que sólo se conocía por el aceite ardiente que caía de sus torres en Pesadillas. El disco posiblemente tenga los momentos más bellos e intensos en la discografía de O’Bianchi, con una dignísima versión de <em>Mandolín</em> (ese tema abrumadoramente bello de Gustavo Pena, “El príncipe”, uno de los músicos más injustamente olvidados de la música uruguaya), la oriental <em>China conquistará al mundo</em> y el abismo que abre el disco a la mitad, que es la trilogía <em>Mariana mañana/Ella no se va/Cajones</em>, de las cosas más ominosamente depresivas que se hayan registrado en la música uruguaya. Tras Ella no se va, una canción desesperada y tensa, con ciertos visos a The trickster, de Radiohead (b-side que aparece en el single My Iron lung), Cajones sería la culminación del viaje en espiral invertida, con una atmósfera opresiva y versos como <em>“ya están los cajones/solo faltas vos”</em>. Aquello es Pau O’Bianchi más sombrío que nunca. Y a todo este ambiente funerario lo sigue una canción hermosísima, casi festiva, una pequeña historia para niños llamada “Lourdes, la hija del flaco dragón”.<br />Es bueno saber que hay gente que no sabe hacer otra cosa que hacer música.<br /><div><a href="http://www.mediafire.com/?ss5eq7lsffk">Bajar gratis</a></div><br /><br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297579691954439218" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_DWrIDQwEzbchjVGjtnESpugC_u6FENxdF0FFUR8wKRKy212DKnBK4LJFRzcMW5lGA5QbKNWrpE6S1oBUH8TG-4evqS5IFGntqEIGT1-4vcomWyUsn8KfkI_enp0puWggY7-czg/s320/Nick-Cave-Dig-Lazarus-Dig--427696.jpg" border="0" /><strong>05) Nick Cave and the Black Seeds- Dig, Lazarus, Dig!<br /></strong>Es increíble cómo alguien puede reinventarse de una forma tan específica, tan precisa, que encarna a otro personaje sin dejar en ningún sentido de ser lo que siempre fue (a diferencia de bandas como Primal Scream, que cambian quizás demasiado, o la esencia camaleónica de Madonna, una tipa que sólo es un lobo cambiando de disfraces de cordero). No hay que tomar a la ligera el mostacho, con este –introducido en su rostro en el Grinderman.- Nick Cave se aleja del romanticismo (de <em>romanticista</em>, no romántico) gótico de sus primeros trabajos, o la franqueza introspectiva de lo más reciente, para ser un personaje salvaje, más cerca de un pimp con un halo metafísico que un personaje Baudelaireano, un granjero más que bruto, brutal, pero no por así menos genial. El último disco de Grinderman tenía grandes temas como <em>No pussy blues</em>, pero por algunos caprichos ya clásicos a la hora de realizar los arreglos y producción de Cave, algunos recursos –como las baterías, siempre tan bajas- se habían echado a perder. Dig Lazarus Dig debe ser uno de los discos que mejor suenan de Nico Cueva y sus malas semillas. Más allá de sus obsesiones europeas, Cave siempre estuvo obsesionado con el Estados Unidos subterráneo, el que queda más al sur (un sur metafísico, que va un poco más abajo que cualquier rosa de los vientos) y que representa más descarnadamente bandas como Jesus Lizard, o Butthole Surfers (un ejemplo de ello, es su <a href="http://www.youtube.com/watch?v=GaEocK9Nrko">versión de Tupelo</a>, ese susurrante, mágico y austerísimo<a href="http://www.youtube.com/watch?v=77pmWCpMNkI&feature=related"> blues de John Lee Hooker</a>). En ese cambio de geografía, Cave se maneja con total soltura, sabiendo ser pimp y predicador al mismo tiempo, mostrando que todavía le quedan muchísimos años para hacernos caer de culo.<br />Extra Ball: de los mejores títulos de álbums que haya visto </div><div><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297579686831609426" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEht01amk3SSrpMc9wcuAfvlt_qvdIG2-95U-9FGljzbMnO_UtRcZUK3k9sqVwllXsBCWZSMl4yNf-yiKnXrnnc8c3XDKTQnOUR7ClHDIsx64HV9iyeg6rOxoPjxLVLt3fkIOnw_AQ/s320/tickey+feather.bmp" border="0" /><strong>04) Tickley Feather- Tickley Feather</strong><br />Tickley Feather es posiblemente mi mayor descubrimiento del año, un disco editado en invierno, y que en cierto modo es un continuador de las sendas abiertas por Ariel Pink, con ese deconstruccionismo low-fi que llega a momentos mágicamente envolventes. Si seguimos con la lupa sobre los blueprints de este disco, hay cosas del Person pitch de Panda Bear, algunos climas hondos e invernales que me recuerdan al dream pop de Cocteau Twins y una forma de cantar que recuerda a la francesita Le volume courbe –proyecto sobre el que había reseñado hace un tiempo-.<br />Pero bueno, todo esto es una boludez taxonómica que en apariencia no tiene otro fin que mostrar las bandas que he estado escuchando. Si nos ponemos diseccionar el disco, Tickley Feather se relaciona un poco con los discos de Daniel Johnston, por el hecho de la recurrencia a cierto arcaísmo infantil, con canciones pobladas de loops de canciones de cuna para niños que generan un extraño <em>deja vu</em>, como si uno hubiese escuchado alguno de esos temas en las tonadas musicales de un móvil que pendía sobre su cuna. La voz de Annie Sachs, flotando entre viejas máquinas de ritmo y sintes de juguete, se siente como un espectro escuchado del otro lado de una interferencia telefónica, una voz que aparece y desaparece como un murmullo de otro mundo. Un disco que tiene una fantasmagórica ternura, con temas como The Keyboard is drunk (¿será alguna referencia a aquel hermoso tema de Tom Waits?), que genera una melancolía algodonosa, un sentimiento oceánico en que nada, al menos por esos 03:10 minutos, puede salir mal.<br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297579677349438930" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 318px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghx8NtQH8jT_pUy7wmM1uQiQS14uYrQXUm3XBQI2PAMRko83fhZi6lwNKSsGsDWqe9NuTn5q4WjU6JM5dmswakN0TFqeclxBGCjhYKTC76Gd3Xyml3AuIFwJDTu65oWj8sWtpbJQ/s320/juana+molina.png" border="0" /><strong>03) Juana Molina- Un día</strong><br />Decir que Juana Molina ha convertido a su voz en un instrumento resultaría, no sólo una redundancia, sino una perogrullada digna de Juan Ortelli (bueno, pensándolo bien, Juan Ortelli diría que Juana Molina en este disco es como The soft machine comiendo en Pumper Nick, o algo por el estilo). Sin embargo, no podría decirse otra cosa, es la voz tomada como material de luthier, desmontándosela y analizándose todas las posibilidades inherentes. En esta rosacruz búsqueda estética por supuesto ya han habido centenares de performers más vanguardistas, más laberínticos y más radicales como puede ser, póngasele Meredith Monk, o Diamanda Galás (dos nombres que a Phibrizoq posiblemente lo haga hacerse encima), pero la gran victoria de Molina es en realizar estos experimentos en un compuesto que nunca llega a resultar completamente foráneo, una investigación que mantiene la unidad emocional y formalística de todo buen pop, aún prescindiendo del formato canción, uno de los básicos santo y señas del género.<br />Por momentos se deja a la voz navegar subterráneamente por los temas, repitiéndola en un loop que actúa como un pulso irreconocible, convirtiéndola en un riff, en un solo, en un cuerpo de vientos, en una ola, en un axolote, en un colchón de plumas –con araña Quiroguiana incluida. Un día llega a la culminación de una búsqueda no sólo emprendida en otros títulos de Molina (<em>Son</em> tiene mucho de eso), sino de la música argentina, vocalísticamente hablando. Lo reescucho y pienso que este es el disco que siempre le hubiera gustado hacer a Tanguito, un tipo que ya en los sesenta exploraba con las onomatopeyas y cualidades diferentes que ofrecian las cuatro cuerdas vocales, aunque sin la destreza y medios de Molina. Poesía cotidiana y abstracta, sumado a la herencia de Eduardo Mateo, fundida en orquestaciones que recuerdan a Robert Wyatt. No mucho más que decir.<br /><br /><strong><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297581114851084082" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggR1wlzrXxwjSGJz_6iDBGYfk58Cf7z8mZmVfbqCMCQukoNSjo1_ogAgkrHP6_5NlJAMU8gE6NGSX0HEpW3BjXCUCT-pWaOx8AGDK1g9vUYuVAdf67E0V3L5559nDhLRcoDYSZ_Q/s320/trouble+in+dreams.jpg" border="0" />02) Destroyer- Trouble in dreams</strong><br />El término <em>virtuosismo</em> generalmente se lo asocia con destreza, cierto enfoque dentro de lo instrumental que hace pensar al artista o el producto más cerca del cerebro que de las tripas o el corazón. Es en este punto que el último disco de Destroyer subvierte tal punto, porque es un disco tan sentido, tan emocional como perfecto en su ejecución y arquitectura. Bejar es de los músicos que han hecho, canción tras canción, de su personaje un verdadero golem de arcilla que trasciende a su obra (no es sorpresa encontrar ciertas cadenas de carbono entre el canadiense y el siempre autorreferencial David Bowie). De hecho, disco a disco, Bejar va cartografiando un mundo que está demarcado por continentes emocionales, y en donde cada país tiene elementos de otro. La correferencialidad en algunos músicos se vuelve apologética, pero en el mundo de Bejar lo convierte en algo nuevo, lo vuelve más rico, como nuevas puntadas en un tejido que se va regenerando. Así, no sorprende encontrar ciertos elementos de otros discos en este, así como cierta correferencialidad entre algunos elementos de las mismas canciones del álbum, generándose una madeja que se extiende desde los inicios de su carrera, sin ser de esos casos de autohomenaje tan penosos, que circulan en la música y cine. <em>Trouble in dreams</em> es una pieza maestra en la arquitectura emocional que despliega, estando todo tan equilibrado y perfectamente diseminado, cada cambio de tono, cada silbido, cada temblequeo de voz, cada entrada y salida de guitarra (qué punteo dolorosísimamente perfecto que es Shooting Rockets), que lo convierte en un cubo de Rubik perfectamente armado, montable y desmontable en cuantas variaciones sea posible. Es la divina proporción davinciana del disco de amor y desamor. Y de eso me doy cuenta cuando escucho a Bejar, queriendo sentir lo que él siente, vivir lo que él vive, sin importar cuan terribles de sus resultados<br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5297577770032521634" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaVB5iSxFtj69XUjOcdZfHqi0bRadejSRjvy9KMyVtWDbtFkHQ7ZIgoGJ7SQ5_x9KeDN4A2hPuLsN13HZiDs5724V9dSc6LRjuHl9W8w-uDbzCoBvD1kjeOsMPK5obhid794c2sw/s320/liu.jpg" border="0" /><strong>01) Tres Pecados- Liu y las dificultades graves de aprendizaje</strong><br />Pau O’Bianchi fue el músico uruguayo del año. Con una disciplina –o hybris- digna de Robert Pollard, Pau en un año hizo cinco discos, cinco que de hecho podrían haber sido más, pero que se limitó a mantenerlos en el cajón por razones meramente ligadas a la difusión de los mismos. Los mejores temas posiblemente estén en Apoteosis, pero <em>Liu y las dificultades graves de aprendizaje</em> es sin duda el trabajo más redondo, algo sobre lo que se le deben repartir algunas fichas a Ezequiel Rivero (uno de los integrantes de <a href="http://www.blogger.com/www.myspace.com/neverpainted">Amelia</a>), cuya formación más anclada en el pop le dio un equilibrio que nunca antes se había visto en los anteriores trabajos de Pau. Liu… es un disco intercomunicado por el amor, prácticamente podría decirse que es un disco conceptual sobre tal sentimiento. El tema dos (ninguno lleva nombre) por su extraña orquestación recuerda a Panda Bear, mientras que el cinco –un tema tan sencillo como único, que no me dudaría en ubicarlo como el<a href="http://www.youtube.com/watch?v=oFO8pySrmDA"> tema uruguayo del año</a>- tiene una autorreferencialidad pop (“conocí a una chica en el Roxx bar, en un toque de Guachass y Culpables”) que no queda en un mero namedropping, y aporta a una de las mejores letras de Pau hasta la fecha. Alucinaciones floridas, sentimentalismo sin ironía, perspicacia sin cinismo, oscuridad con moretones de luz, es gracioso pensarse a uno diciendo “este es su disco definitivo”, cuando la carrera de Pau ocurrió en un par de años –con muchísimo más por delante-, pero la cantidad y variedad de su obra me terminan llevando por tales derroteros.<br />Pero lo más deslumbrante de este repaso discográfico no radica en números y records, sino en el hecho de que, a diferencia de personajes como Max Capote o Dani Umpi, en los que la construcción de cierta imaginería adquiere una redundancia que reduce su obra a espectáculos de afirmación ideológica, Pau, y podría decirse que solamente también el dúo Carmen Sandiego (mundos distintos, pero los dos tan oscuros como cautivadores), lograron en unos pocos años, no crear una determinada estética, sino un mundo propio; en el caso de Pau, un mundo de crayola, poblado de sexo, ciempiés, cangrejos, niños, drogas y polillas. Hace un tiempo conversaba con un amigo y le comenté, como al pasar, “esto es una escena muy Pau O’Bianchi”. Llegar a decir aquello de una forma tan natural que uno casi ni logra percatarse de ello, es algo que ya les está reservando a estos músicos un lugar especial en la historia de la música uruguaya, una historia que, como espero que así continúe, no deje de escribirse.</div></div></div></div></div></div></div></div></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com80tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-58382991973772013512008-12-16T17:48:00.005-02:002008-12-16T19:00:43.683-02:00<strong>Seis fotos</strong><br />Hace unos meses me cambiaron el celular por un tema de contratos de Ancel y no sé qué otras cosas. Mi padre me anduvo hablando de mp3, blutuz, y cosas por el estilo, pero yo le mantuve que mientras siguiera marcando números y no causara inminente cáncer en los huevos nos íbamos a entender. El celular es un Nokia, y más allá de cierto comportamiento esquizofrénico (llama a la gente por sí solo, vaya uno a saber por qué), me quedé bastante conforme con la compra. Fue recién al mes de tenerlo que empecé a ampliar su espectro de usos, utilizándolo como cámara fotográfica. Por supuesto, las fotos que se pueden sacar con un celular (y con la mayoría de las cámaras digitales) son medias pedorras, pero de alguna forma me ha servido para capturar ciertos momentos, o ciertas imágenes que se suelen desmigajar en mis recuerdos. Tengo cámaras más caras (que igual tampoco son la gran cosa), pero cuando las cargo siempre tengo una sensación de peligro, que me hace perseguirme bastante de que me la roben. En cambio, con el celular, ni me preocupo. Lo interesante es que el celular siempre lo llevo conmigo, lo que me permite sacar fotos en situaciones completamente ligadas al azar. Cuando tengo una cámara posta en mis manos, nada interesante me suele suceder, como cuando uno era chico y se quedaba esperando sorprender a Papá Noel atrás del arbolito.<br /><div><div><div><div><div><div><div><div>La siguientes son seis fotos que más que fotos, son disparadores a situaciones que me ocurrieron, y obsesiones sobre las que anduve rondando estos días.<br />Así que, antes que nada, la fotos no persiguen ningún fin artístico, són más frasquitos de formol que fotos en sí, así que no me vengan hablando de Mar Ray, Philippe Halsman, o Weegee. </div><div><br /> </div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5280493638165544786" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 300px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrbXCpZPWAsUlWApASCso5Ps7HXl-xpwBeNAeBf5HYcv1nf9dOiNMOtOrkkxKlunNWBomsuHZGBhbbB8ljYZuQ9o-s62Cm2j9UwacY5FpqKuikVuRLjM-z16B2tcRkZHZH6Dn2Sg/s400/Imagen019.jpg" border="0" /><strong>Kamikaze</strong><br />Un jueves, luego de enterarme que una paciente había reingresado al Vilardebó (por tercera vez en un mes y medio) me encontré en el centro sin otra cosa que hacer que volverme a mi casa. Estaba agarrando por Tristán Narvaja hacia 18, cuando extrañamente se me ocurrió pasar por facultad (<em>extrañamente</em>, porque no suelo caer en facultad sin una buena razón). Es período de exámenes y el patio de facultad está sumido a un razonable desierto. Miro sin mucho interés algunos posters de jornadas psicoanalíticas (un gesto que más que verdadero interés es una coartada, ya que son jornadas a las que posiblemente nunca iré) y cruzo el patio, no encontrando nadie excepto a Kamikaze. No sé mucho cuál es el diagnóstico, pero Kamikaze armó una suerte de circuito, alternando entre la facultad de psicología y el centro diurno del Vilardebó (para los no uruguayos, el principal hospital psiquiátrico de Uruguay). Es un tipo bastante particular, las primeras veces que lo vi usaba un sombrero de vaquero y cargaba su guitarra como si fuese una extensión de su cuerpo (y cuando uno habla de apéndices corporales en psicóticos, aquello no es metáfora). Nunca quise amigarme del Kamikaze, principalmente por ser un mangueador casi terminal. Siempre que lo ves necesita un peso, un peso para pagarse un ómnibus, un peso para comprarse una medialuna en la cantina de la facultad, un peso para llamar a una mina que conoció en la plaza de los bomberos, un peso para no tener nueve pesos y llegar a la decena. Mucha gente me ha comentado que los últimos días de Eduardo Mateo fueron medio así, todo el mundo le huía porque lo primero que hacía, casi indiscriminadamente era pedirte plata. A uno siempre le tienta colocar a todos los artistas locos dentro de una misma categoría (El <em>Ars Brut</em>, <em>Outsider Art</em>, o como corno quieran llamarle), sin percatarse que es una bolsa que está llena de agujeros, siempre a punto de desgarrarse. En general la gente piensa a la locura como un plus para llegar a ciertos estados de conciencia diferentes al resto de la gente, pero en realidad, tal como sucede con el uso de alucinógenos, si bien los <em>multiplicadores de la realidad</em> han servido de mucho en ciertas producciones, nunca se podría decir que la obra es producto exclusivo de aquello (sería sacar todas las pesas del recipiente del artista y ponerlas en el recipiente de la droga, cuando la cosa en realidad es mucho más compleja). De la misma manera que tomar ácido no te convierte en Jerry García, ser loco no te convierte automáticamente en Van Gogh. De hecho, una triste verdad personal que me ha tocado ver es que la mayoría de los locos suelen estar descendidos en muchos terrenos, y suelen estar apegados a aspectos ultraconvencionales en sus ramas artísticas –desde la puerilidad de pacientes que sólo dibujan casas con flores y solcitos, a tipos que toman prestado el discurso médico mesiánico y hacen canciones de cuando estaban mal, y cómo Dios o los médicos lo salvaron. <div>En muchos casos, lo más creativo que les he visto es su delirio mismo.<br />En el caso de Kamikaze, siempre lo vi haciendo covers de Sabina y cosas por el estilo, por lo que nunca lo tomé completamente en serio en cuanto a su creatividad.<br />Di una vuelta más y no encontré a nadie. Me estaba yendo cuando escuché una canción que estaba saliendo de la guitarra del Kamikaze. Era una canción extraña, que generaba un estado de ánimo particular a través de una curiosa combinación de acordes mayores y menores. Tenía una extraña cualidad de no permitirte saber si era una canción feliz o triste. Podía ser una celebración de la infelicidad o un duelo de la alegría. O algo así. La cosa es que me quedé junto a Kamikaze, mientras tocaba aquella canción y el tipo me percibió al lado suyo, pero como quien percibe a una paloma a unos metros de sus pies. Termina la canción y Kamikaze se me queda mirando y le digo “es un buen tema Kamikaze, de dónde lo sacaste". Se ríe y me contesta “ese tema es mío”. Yo digo “ah, mirá que bien, me gustó ese tema”. (La verdad es que me gustó realmente ese tema, lo que digo es sincero, por más que me reprocho al oir mi voz, que por momentos parece al de una maestra de escuela). “Tenés otro tema?”. “Sí, ¿tenés un peso?”. La contrapregunta era esperable y desenfundo dos pesos como quien le paga a un artista callejero. Me dice “Esta última todavía no está terminada, me tengo que fijar en la letra”. “No importa, tocala y vemos cómo sale”. Se ríe ensimismado y comienza a tocar. Toca con los ojos cerrados, vocaliza exageradamente, la guitarra no ayuda y los dedos no aprietan bien entre algunos trastes, los acordes son luminosos y a la vez suenan a podrido. Mientras la canta me quedo leyendo la letra escrita en un cuadernito, una caligrafía bastante ordenada, con las G, F, y G# como sombreros sobre cada versito. No me acuerdo mucho de la canción, pero en cierto momento dice algo como “y me sacaron a caminar/por las calles de la ciudad/y ella apareció/y orea”. Es un buen tema, y la última palabra me intriga. Le pregunto qué significa <em>orea</em>, y como si fuese un padre ante la pregunta de cómo nacen los bebés, sonríe cómplicemente y me dice “es un estado de ánimo”.<br />De la nada aparece el <a href="http://www.fotolog.com/heylunahey">Barón de la Laguna</a> y Seba y sorprendido por mi suerte de encontrarlos, nos quedamos hablando los cuatro. Al Kamikaze ya lo habían saludado y le piden que toque otro tema. Se pone a tocar uno, pero pronto nos damos cuenta de que nos está cagando y está tocando uno de Calamaro, con un acento extraño que lo hace parecerse más a Bunbury. Kamikaze tiene una venda que le cubre toda la frente. El barón de la laguna le pregunta a qué viene esa venda y Kamikaze responde que se golpeó el otro día, queriendo saltar un banco. Nos quedamos viendo la venda y concordamos en que mete mucha onda. “Ahora que la veo, es como la de Karate Kid”, comento, y El barón de la laguna y Seba se ríen, pero Kamikaze se ríe más, una risa de entusiasmo llena de tropezones. “Habría que hacerte unas letras chinas, ahí serías mismo Kamikaze sam”. El tipo se emociona y dice “Ahjajaja, sí, jaja, espérenme un cacho, ya vengo”. Entra a un cuarto que oficia de sede de gremio estudiantil y vuelve con un drypen azul en la mano. “Dibujame, dibujame”. “No me acuerdo mucho las letras chinas, estuve algo de tiempo en Japón, pero no me acuerdo mucho”. “No, dibujame...¿viste la estrella de David?”. “Sí, claro”. “Dale, eso, dibujame eso”. “¿Estás seguro?”. “Sí, sí, la estrella de David, la estrella de David haceme”. Como si fuera alguien hablando con su futuro tatuador, me exige que primero le muestre en un cuaderno a ver si sé hacerla. Rápidamente le hago los dos triangulitos superpuestos y el loco queda re emocionado. Me da el drypen con una extraña solemnidad y me acerca la cabeza. Lentamente, le hago los dos triángulos azules. Ni bien se lo terminamos de hacer, nos cagamos de la risa y el tipo se va a ver en el reflejo de los vidrios de facultad. Pasan unas minas del gremio y les pregunta qué les parece. Ellas, sin saber mucho qué decir, le responden que le parece original. Kamikaze sonríe y les pregunta si no tienen un peso.<br />Se acerca Seba y me dice:<br />-Qué ficha el Kamikaze…<br />-Mientras se mantenga lejos de Pocitos está a salvo.<br /></div><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5280493634397804674" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 300px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0NzG60d2J30yUBrodEtonQEMnKR-Sqhs9WgngNYd4ZbMd4CMhuqWeusNdHueoBcfSX7MxB8-AT07Ii_LUi0RGVglXIxkKCEpFht5Rfv0bOGpfQYRpTGwoqCxtUF5oP2Xr9LgSoQ/s400/Imagen037.jpg" border="0" /><strong>Anal-retentivo</strong><br />Yo siempre fui un neurótico, pero al menos un neurótico felizmente sucio. Nunca me habían molestado de sobremanera no lavarme las manos, y no andaba controlándome las veces que me bañaba (eso más o menos lo decidía la grasitud de mi pelo). Llegaba de los ómnibus y con total tranquilidad metía la mano en un envase de pepinillos y me comía dos o tres, chupándome el vinagre que me quedaba entre los dedos. Abría las puertas de los baños públicos, y solo a veces me lavaba las manos (más por la novelería del secador de manos, que por verdaderos impulsos higiénicos). Me sentaba en la calle, me iba a dormir con la ropa puesta, me despertaba y seguía mi vida al día siguiente, con la misma ropa del día anterior.<br />Hace unos meses mi padre introdujo el civilizador invento del alcohol en gel. Ya lo había visto en la casa de María (su madre es odontóloga y tiene un dispensador particularmente grande), pero la idea de tenerlo en casa me parecía demasiado lejana. No fue necesario comentárselo dos veces, y fiel a su espíritu impulsivo, mi padre no dudó en comprarlo. La cuestión es que desde que se introdujo dicho producto a mi casa –y sobre todo por lo práctico que es en eso de que se te seca a los pocos segundos- comencé hacer su uso coextensivo a todas las actividades que vinculaban a mis manos. Iba al baño y me pasaba el alcohol. Llegaba de facultad y también me untaba las manos. Todo iba más o menos bien -y limpísimo- hasta el otro día que fui a una panadería que queda al lado de mi facultad. Se me ocurrió comprar una milanesa al pan, y entonces me di cuenta que tenía serias reticencias de hacer la compra. No demoré mucho en darme cuenta de que no quería comer aquello sin lavarme las manos. Por supuesto, no había alcohol en gel, jabón, ni nada por el estilo en varias cuadras a la redonda. Terminé obligándome a comer la milanesa, sin poder evitar reconstrucciones de los acontecimientos del día, en que vinculaban mis manos en actividades como agarrarme del pasamanos, manejar billetes, señalar una vidriera, atarme unos cordones que se arrastraron por medio 18 de julio.<br />Antes era más fácil y nunca me había enfermado.<br />Como dice el gran Robyn Hitchcock, <em>A happy bird is a filthy bird</em>.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5280492110940301234" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 300px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5A1DJRNweBnFeCdxr_qqpK7BW1FwINDlBdpeIS3mozethmt7SyRGmC6DWq-4Hd2qpSCYQOvchzlOKZdYHu_FX-wzVZbHfQYQh234uEC4OQ2vrUwenNddhHCyKA5_TaZXNXslpow/s400/Imagen020.jpg" border="0" /><strong>Musas anónimas</strong><br />Nunca fui un tipo de modelos. Deben haber contadas excepciones, pero la casi totalidad de mis musas provienen del mundo cinematográfico, y ocasionalmente del musical. En Argentina, el modelaje parece, Tinelli mediante, cada vez más imbricado con el mundo de las vedettes -que resulta un handicap, la verdad. Por otro lado, las modelos europeas siempre me parecieron demasiado cadavéricas para mi gusto.<br />Más allá de esta cuestión personal, cada tanto encuentro a una modelo al azar que me termina por resultar particularmente atractiva, generalmente perdida en alguna revista vieja de peluquería, o en la publicidad de un ómnibus que va demasiado rápido como para sacarle una fotografía o retenerla en la memoria. Tal evanescencia me genera una particular obsesión, porque uno en general -salvo con las más famosas- se da de lleno con su anonimato, y no tiene a su disposición medios como la internet como para tener más material de dicha persona. Ya lo he dicho varias veces, tengo un extraño afán de coleccionista, y cuando hay una mujer bella de cuyo nombre no sé nada, me viene la angustia de alguien que escucha un hermoso tema en la radio, sin saber quién ni cuando lo hizo. Uno se acerca a un amigo y le dice <em>“es uno que en una parte la guitarra hace un riff onda ta-ra-ta-ta-ta-ta-ta”</em>, generalmente recibiendo el desconcertado rostro de la otra persona, con una mueca que colinda con lástima. Bueno, es lo mismo con esas musas anónimas. La lista es algo escueta, no suele ser algo que surja muy seguido, pero cada tanto aparece una. Había una modelo de Complot de hace unos años –me enteré que era brasilera- que aparecía mucho en el abusivo material de propaganda de la Rolling Stone. Ahora, en ciertos ómnibus hay <a href="http://www.kosiuko.com/">una musa de Kosiuko </a>–una marca que siempre se había caracterizado por teens escuálidas y sin gracia- que es indudablemente perfecta –de esas perfecciones no aburridas, que tienen un plus que uno vaya a saber cuál es- como si fuese una versión más angelical de Kate Moss y con una extraña expresión de cansancio, o espera, o algo entre los dos. Y también está la mina de los bronceadores L'Oreal, cuya imagen adjunté arriba. El laburo fotográfico no es de los mejores, incluso el rostro quedó captado de una forma imperfecta que lo hace ver notoriamente asimétrico, como si tuviera más hueso y carne de un lado de la cara que del otro. Sin embargo, hay una extraña esencia perversa detrás de un rostro originalmente virginal, que da en cierta tecla que me la hace sentir tremendamente atractiva. Por alguna extraña razón, las marcas de bronceadores, dentro de un subject tan sexualizado como el de untar el cuerpo semidesnudo de personas con lociones, nunca se vio tan contaminado de erotismo. Hay como un subcódigo que dice que ser sexy con aceites de motores está permitido, mientras que con bronceadores es tan explícito que es algo grasa. Vaya uno a saber por qué, pero es exactamente lo que me parece atractivo de la imagen. La foto resalta más el abdomen que las tetas. Incluso, la malla es particularmente pacata, blanca y pura, como cubriendo por las dudas toda la escena púbica, no sea cosa que se escape algo. La posición es bastante estática y no tiene mucha onda, pero hay aglo que sí funciona en el rostro, o más bien, los ojos, o quizás el subtexto entre los ojos y la boca. Parecería que en su origen hubiese sido una foto de prueba, de descarte, como esas que se toman de improviso segundos antes de que se pueda ensayar una pose. La magia de esa expresión radica en las mismas razones por las que considero <a href="http://www.comparestoreprices.co.uk/images/te/television-adventure.jpg">la tapa del Adventure</a>, de Televisión, como una de las mejores portadas de todos los tiempos. En esa foto todos andan mirando al suelo, rascándose el cuello, embarcados en cierta inseguridad radicalmente opuesta a lo que se espera dentro de los cánones del rock (el <em>rocknnnen</em>). La foto del bronceador funciona (o, por lo menos, <em>me funciona</em>), por la misma razón, sólo que a la inversa: detrás de una escena sin gracia y pacata, hay algo en la tipa que te invita a más.<br />Llego a la peluquería de María y me pongo a vichar algunas revistas. Hay una Rolling Stone que me la leí casi íntegra, y me fijo sin muchas ganas en algunas Paparazzis, y una Semanario. Pasa el tiempo pero el brushing de una rubia con el pelo esta la cintura se extiende más en tiempo más de lo que tenía pensado, y agarro una Bla. No hay nada muy interesante y paso las hojas sin ninguna particular deferencia. Ahí es que veo, en la última carilla, una foto en blanco y negro a Francisca Valenzuela y Fernando Cabrera (supongo que en los bastidores del Solís, en ese toque que dieron hace unos meses). Es extraño, pero la fisonomía de Valenzuela me parece atractiva por más que las larguiruchas nunca –ni por asomo- fueron de mi gusto. No sé qué será, pero viendo fotos <a href="http://diego.bloog.cl/wp-content/uploads/271007-fran-valenzuela.jpg">como esta otra</a>, pienso que a lo mejor me atrae cierta geometría que mantiene la cabeza de Valenzuela con respecto a su cuerpo. Dos brazos acá, dos hombros allá, la cabeza colocada como una estrella de arbolito de navidad, algunos colgantes, el pelo invariablemente alto, como el mastil de un barco. A en función de B, perfecta simetría, x queda despejada: Tautología. Me agrada la cara, la forma en que la cara está en función del cuerpo de Valenzuela por cierto formalismo, el mismo formalismo que me hace ver (salvando las distancias) el particular rostro de Monica Vitti como algo tremendamente atractivo.<br />Y extrañamente, siento a Francisca como una tipa que podría ser mi amiga, de esas amigas que te comienzan a generar problemas semiológicos.<br />Ahora revisando las revistas de la peluquería, recuerdo una revista bastante gorda que tenía fotografías de matrimonios de famosos en los setentas. Entre pantalones campana y camisas con hombreras, había pareja que me había llamado por completo la atención. Era una mujer con el pelo recogido, los cachetes bastante marcados, unos ojos tan dulces como tristes, como los de Bárbara Lombardo. La tipa usaba un sacón de paño, si no me equivoco, su esposo al lado de ella parecía un tarado, de esas personas de relleno que se encuentran a montones. Pensé que era una mujer para quedarse tomando un café, a esa que la admirás en ciertas actividades nimias, como el hombro saliéndose del buzo al agacharse para buscar algo, o su rostro concentrado al rascar algo que está manchando un vidrio. Por un momento pensé en arrancar la hoja para llevármela a mi casa (con una pasión entomóloga, como si fuese otra mariposa disecada para la colección), pero aquello me pareció un acto digno de un enajenado, por más que nadie se fuera a dar cuenta. Al final lo dejé a la suerte, y pensé volverla a mirar un día como estos. Ahora me doy cuenta que la revista ya no está más. Pienso en si la tipa habrá sido feliz con el douchebag de la foto, y ahora pienso que aquellos cachetes deben estar arrugados, y la tipa probablemente sea una veterana comiendo masitas con sus amigas en un cafetín de Callao, pensando irse con sus nietos a su casa de veraneo en Bahía Blanca.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5280492115359192098" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmDPOdbGj1WpTjUImy4LAbnyDNSu3fI8hn9vF9ORYLUHERsmZGIxo89XzUK25FIxJC2YdyO3TaIq2hyXIt8HRbPM8vu7mtOuQ_DJcP3knP2akyOqEZpGJSIfUZP8aC_cGsXD9sKw/s400/Imagen032.jpg" border="0" /><strong>Whoregasm</strong><br />Uno tiene más o menos claro que los sets pornográficos no son precisamente el ambiente con mejor onda del mundo, pero uno –aún lejos del artificio exultante y pseudo glamoroso que nos hacen creer Ron Jeremy y los AVN Awards- siempre tiende a pensar que tampoco es el espectáculo dantesco que mantienen los más fervientes antagonistas a dicha institución. Luego de ver <em>Porn’s most outrageous outtakes</em>, mi posición se tambalea un poco. El documental –<a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Darío</a>, quien me lo recomendó, dice que es una poderosa muestra de <em>Cinema Verité</em>-, más que documental es un detrás de las cámaras sin mucho editar de sets pornográficos. Si bien se puede ver explícitamente lo que sucede, las cámaras por primera vez no están tan interesadas en captar penes y vulvas, sino que se quedan fijadas a los rostros de los protagonistas, alguna mueca de un iluminador, las instrucciones del director, los kleenex que limpian el <em>cum</em> entre escena y escena. Dependiendo del caso, uno por momentos piensa que es tan divertido como se imagina, y a la vez, tan horroroso y degradante como otros mantienen. En general son extractos de producciones mucho más caseras (nada que ver con los megaproyectos de Vivid), más artesanales y con actrices menos conocidas, por lo que los directores se permiten ciertas libertades que en otra circunstancias no se podrían tomar. Hay actrices que están tan drogadas que no pueden mantenerse en pie, hay una mina que al participar en un gangbang con cuatro morenos revive un sueño en el que era violada por un negro, entrando en un extraño estado de shock que mezcla a su maquillaje corrido con lágrimas -y otros fluidos corporales-, hay pendejas que buscan hacer unos pesos y las meten a hacer <em>gagging order</em> sin que supiesen que habían firmado para eso, y así una serie de galería de atrocidades que cada tanto se corta por momentos de delirante ridiculez, como una verdadera piñata en una escena de bukkakes, y momentos de extraña ternura de los directores hacia sus actrices.<br />En ese juego de claroscuros, hay un momento que me pareció completamente deslumbrante, una extraña sutileza que vale por todos los documentales y libros que se hayan filmado o escrito sobre la Blue Industry. Una actriz está en plena escena cowgirl con un tipo y llega a un orgasmo. La siguiente escena te muestra a la tipa detrás de las cámaras. Está llorando por algo que nadie entiende. Le empiezan a preguntar y la tipa explica que se siente culpable por haber terminado mientras lo hacía con el actor. De ahí se comienza a tejer la madeja y la tipa explica que siente aquello como haberle metido los cuernos a un novio, a quien ama profundamente. Los tipos la consuelan y los detrás de cámaras desembocan en otra cosa completamente diferente, como si hubiera sido una cosa de lo más insignificante. Para mí, es algo interesantísimo. Cómo es que funciona la culpa. Después de todo, el pene ya lo tenía adentro, pero el sexo tiene poco y nada que ver con penetraciones. No es la penetración, sino la ficción, esas pequeñas historias que se cuenta uno mismo durante lo real del acto lo que lo vuelve una relación sexual. En tanto ella era actriz y gemía y se contorneaba de acuerdo al plan de un director, aquello no podía considerarse en absoluto un engaño. Pero entonces algo se desató, como esquivando una mulita en el medio de la carretera, la rubia pegó un volantazo y se fue a la banquina. Se lo vino venir, mejor dicho, se <em>vio venir</em> y no pudo hacer nada. Miro de vuelta esa escena y concluyo que la culpa es exactamente eso, un país en guerra, cercado por mojones invisibles.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5280493638558382386" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 300px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-AVRuMCq-62mYxnCplrXmKa0T2fkO1TkR3BpZmdo_k4aW7MCJAzV5kJic91pE21QWW-6tVfQBM6-IL5DSDWhydGcoa3EYzqWNv3kKe_VkGsvXxw2IlvOUMWDc4vwj2eKE2gZBfQ/s400/Imagen017.jpg" border="0" /><strong>Tatuajes</strong><br />Pez Rabioso se va a hacer las cuatro barras de Black Flag en el brazo izquierdo.<br />Le pregunto si lo puedo acompañar cuando se lo haga, ya que es algo que nunca hice –sí acomopañé a amig@s al psicólogo, al dentista, a resolver un problema con su pareja, a comprar un colchón, a depositar plata en un banco y a comprar sustancias psicoactivas, pero nunca a hacerse un tatuaje-, pero Pez Rabioso me dice que Callico (el famoso tatuador de 26 de marzo), por cuestiones de disposición del local, no permite mirar su laburo, por lo que la espera sería tremendo follón.<br />Llega un momento en la vida de todo chico –al menos, en los nacidos después de 1985- que somete a análisis seriamente la opción de tatuarse. Yo soy tan indeciso con esos temas, que probablemente nunca encontraría un elemento que desearía que me acompañara el resto de mi vida. Lo más cerca que estuve de marcarme con tinta fue cuando tenía dieciséis años y pensé hacerme la <a href="http://agaudi.files.wordpress.com/2007/04/tolkien.jpg">famosa insignia de Tolkien</a>, procastinación a la que estoy muy agradecido, ya que habría elevado mi nerdez a niveles insostenibles. Nunca encontré nada frente a lo que me asociara tanto, ni algo que estuviese en tal sintonía estética como para tatuarme. Si tuviera que hacerme uno, posiblemente me haría la <a href="http://images.google.com.uy/imgres?imgurl=https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhZ-MyIBR19w2tfAsi2226qTDs43mgSCPVkCiWIErQutB3mCsFpxlFfU4-nL-pVQ7YCDUNNjM_AYfLjPwmhzTGDSRbidEoqCCRun7PV9cTVJhntWiARKxmh46EFsM85SRlz7uIP/s320/frente1.jpg&imgrefurl=http://rock-shark718w.blogspot.com/2007/05/buenos-muchachos-amanecer-buho-2004.html&usg=__gHY2MTWcd7MTfbZl0GXtK34P18k=&h=305&w=305&sz=23&hl=es&start=1&um=1&tbnid=SI1pWJGJawfaWM:&tbnh=116&tbnw=116&prev=/images%3Fq%3Damanecer%2Bbuho%26um%3D1%26hl%3Des">tapa del Amanecer búho </a>en el brazo derecho, no sólo por el hecho de haber sido Buenos Muchachos una banda que me regaló momentos muy importantes en los últimos años, sino también porque los búhos fueron imágenes que me acompañaron desde chico –mi padre era jugador de fútbol de Tecos, y abundaban las figuras de tales seres alados en toda mi casa-, y porque, sencillamente, es un dibujo muy lindo (y si me pongo new age, las lechuzas representan la sabiduría y todas esas mierdas...). Pero igual, nunca me haría un tatuaje.<br />Y de esto estoy seguro a la hora de ver tatuajes como los que se pueden ver en la sección del basurero de la página oficial de <a href="http://eltatuaje.com/">Callico</a>. Difícilmente me haya reído tanto en los últimos meses, hay monstruosidades que no se pueden entender cómo alguien se animó hacérselas, tatuajes que dejan parado a un recluso del INAU como Leonardo da Vinci, indudables productos de noches de borracheras y arrepentimientos matutinos. Hay una troja de fotos con los comentarios más graciosos que he leído en mucho tiempo, pero sin duda entre los mejores está el “<a href="http://img232.imagevenue.com/img.php?image=61339_Imagen036_122_517lo.jpg">retrato del che version manga con corte de pelo de cumbia (años 90) o mullet y patas de tarántula agarrándole el habano</a>”, y “<a href="http://img224.imagevenue.com/img.php?image=61338_Imagen035_122_77lo.jpg">cabeza de jesus rasta con exagerada barba candado flota enojando mientras desarma su collar de perlas”. </a>Péguense una vichada, es realmente de lo más gracioso que he leído, y lo hacen a uno sentirse algo contento de tener brazos y espalda ink-free.<br />La foto adjunta arriba es de los respectivos brazos de Hiram (líder de Psiconautas, Uoh y miembro de Relaciones Sexuales) y Pau O’Bianchi (cantante de 3 pecados, Millonesdecasasconfantasmas, RR.SS. y andá a saber qué más). Prestar particular atención al tatuaje carcelario de Pau, la consumida serpiente enroscada a la elefantítica espada de mango corto, con una expresión que no se distingue entre la risa y la inminente mordedura.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5280493633165343378" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi7r3zqFBXABfjZWZM_Ubq_O63x8y1nOLuYlzicE4fDoZT9NaQZ5EUKfJQLLwGsd01BnInaTpRq7uEV8coZUqvDnJnXLXgP0wWpfs3q1CwzLbnJPxNoP0zfoNsiv6yH4dLDxFrPuw/s400/Imagen033.jpg" border="0" /><strong>18 y Yaguarón</strong><br />Tras una muestra más de la morbosidad de mi insomnio (habría que hacer un estudio de las horas de sueño desaprovechadas en función del apogeo del youtube), me desperté el martes a eso de las doce y cuarto del mediodía, apuradísimo por ir a terapia, que empezaba a la una. De cierto modo, los martes y viernes he construido una suerte de rutina que se basa en levantarme, agarrar La diaria –me llegan sólo los martes y viernes- y tomarme el 121 (casi siempre haciendo todo esto como una creación de George Romero).<br />Iba a ser un día como cualquier otro, hasta que me fijé en la sección cultura. Un artículo de JG Lagos hablaba de dos libros de Roberto Apprato, uno de ellos llamado 18 y Yaguarón, libro cuyo título capturó mi atención (y luego sabría por qué), por lo que seguí leyendo. Fue ahí que mientras lo leía, comencé a sentir algo entre enojo y asombro -más que enojo, frustración, más que asombro, miedo. JG Lagos estaba hablando de una novela que yo había estado escribiendo durante todo este año. (Explicar las coincidencias entre lo que he estado escribiendo y la reseña que leí significaría hablar de lo que yo espero escribir, o a lo que esperaría llegar en mi escritura, es decir, tendría que elaborarles una especie de manifiesto de cómo tendría que ser leída mi novela, cosa que me resulta algo ridículo y rimbombante, por lo que me voy a limitar a decir que compartía con Appratto cierto marco teórico, y el hecho de que la mayoría de mi historia se desarrollaba en, nada más y nada menos, <em>18 y Yaguarón</em>). De algo estaba seguro, ni Apprato ni yo nos habíamos leído nuestros respectivos trabajos. Mi novela –o lo que hace unas semanas me ha empezado a gustar llamar novela- estaba celosamente guardada en un archivo word que nunca salió de la computadora. Appratto la debe haber guardado en un cajón, un montón de hojas de computadora escritas a mano, o vaya a saber uno qué. No había leído ningún material suyo, salvo una reseña que se le había hecho a otro de sus libros, <em>Se hizo la noche</em>. La idea de una posible telepatía comenzó a invadir a mis hipótesis, y por un momento comencé a temer la borgeana posibilidad de comprarme el libro, leerlo y descubrir que comienza exactamente igual al mío.<br />Al día siguiente a tal hallazgo, sin quedarme otra, decidí comprarme el libro.<br />Por suerte, fueron pasando algunas cuantas carillas y terminé tranquilizándome, al ver que el libro no era tan parecido como me lo imaginaba. Sí puedo encontrar ciertas cosas en común, pero no era la coincidencia anuladora que me aterrorizaba. Pero he aquí la curiosidad: el libro no era igual al que venía escribiendo, pero sí retomaba algo que me venía obsesionando en los últimos meses –sobre todo, desde que empezó la primavera. Básicamente podría decirse que todo el cuento se basa en la espera de un semáforo en rojo en la famosa esquina que corta al Centro de Cordón. El protagonista consigue un libro de Adrián Iaies y comienza a pensar sobre ciertas coincidencias y qué significa realmente ese disco y esas canciones, qué significa el hecho de haberlo buscado tanto tiempo y encontrarlo en ese preciso momento, cómo se puede encontrar el coagulante entre aquella noche que lo escuchó en un auto de Carmelo, y ahora que se lo acababa de comprar. Pero ese cuestionamiento no se queda exclusivamente en eso, y desemboca en una disección analítica de qué significa 18 y Yaguarón, qué significa la calle más allá de su condición de calle y su nombre –que a pesar de ser sólo un nombre cambia todas las cosas-. Appratto emprende esa empresa con tal convicción, con tal lucha a uñas y sudor con y contra el sentido que por momentos parecería que estaría por llegar a una verdad, una verdad a la que ningún filósofo había llegado: qué significa estar en determinado lugar, en un preciso momento. Es tal la introspección que por un momento pareciera que te hiciera un agujero en la dermis del mundo, para mostrarte, entre muchas sombras, vapores y chirriantes engranajes, el sistema de relojería suizo que está detrás de nuestros telones.<br />Unas semanas atrás me estaba yendo de la casa de María. Lugano es una calle empedrada y a la altura de 19 de abril se levantan unos cuantos jacarandás, que, justo antes de llegar el verano empiezan a largar furiosamente todas sus hojas, encharcando de lila las angostas veredas y parte de la calle. En esa esquina uno se enfrenta al Jardín Botánico, con una linda residencia de ancianos (si la conjuncion de ese adjetivo con tal sustantivo es posible) a su derecha, y una extraña casa de ladrillo a la izquierda. En esa casa había un viejo tomando un te, recostado con algo de dificultad en una hamaca. El día no estaba muy soleado, más bien se generaba una extraña sensación plástica en que el cielo nublado, curiosamente oscuro, volvía más fosforescente el lila de los jacarandás. Después también me percaté que en 19 de abril el follaje de los árboles era particularmente verdoso, y me llegué a preguntar si me pasaba algo en la vista. Fue en ese camino cuesta arriba hacia Suárez (con las garitas militares de la casa presidencial viendo cómo un tipo caminaba mirando hacia arriba), que me comenzaron a invadir una serie de extraños pensamientos de corte místicos o panteístas que nunca me habían venido. Nunca fui consumidor de hongos, ni nada por el estilo, pero aquello lo sentí como un extraño viaje. Caminaba con la cabeza apuntando al cielo y mientras miraba a los árboles mecerse por el viento sacaba conclusiones como “estos árboles están acá desde antes que yo naciera, hasta qué punto son meros espectadores y no actores de todo esto”. Convengamos que tales tipos de razonamientos no son tremendamente originales, y por momentos parecen medios hippie-pedorros, pero lo que me impactaba no era la naturaleza de las conclusiones, sino la forma que me aferraba a ellas, la idea de que realmente viendo aquellos árboles estaba entendiendo algo que nunca antes supe conocer. Y después vino un olor del aire que me hizo acordar a una casa de artesanía que iba cuando era chico. El recuerdo es sencillo, pero conservo una extraña cantidad de elementos satélites que son indisociables a tal construcción. Tendría cinco años, era un día feriado y yo estaba disfrutando del dibujito de Las cazafantasmas, un programa que no podía ver por mis horas preescolares. Recuerdo que mis padres me dijeron que tenía la clase de artesanía. Recuerdo una bufanda y un aire otoñal que es el principal salvoconducto que me lleva a tal cadena de imágnes. Y me acuerdo del lugar, una casa con un fondo tapizado de hojas, un altillo con luces amarillentas donde trabajábamos con arcilla y esas cosas. Recuerdo que se hizo de noche y que quise hacer en arcilla un salón de baile donde bailaba Icabot en el dibujito de El jinete sin cabeza, que tanto me gustaba y daba miedo de niño. Y también me acuerdo de mi abuelo yéndome a buscar, un golpe que se dio en la cabeza, mi impresión imaginándome el dolor del golpe con el techo de ladrillo en esa calva tersa, el pequeño pozo que le había quedado por un injerto de piel que se tuvo que agregar a la pierna, tras la extirpación de un tumor en su pierna. Todo esto me venía, más bien, siempre me viene cuando huelo aquel olor del aire. El olfato es el sentido más colindante con el inconsciente. El oído y la visión están sobrecodificados, y el tacto y el gusto comparte con ellos la capacidad de conseguir un objeto intermediario para recrear determinada sensación en el momento que se precise (uno siempre puede volver a probar antiguos manjares, uno puede –dentro de lo posible- volver a tocar la misma superficie). En cambio, el olfato es pura evanescencia. Prácticamente no hay forma de aprisionar los olores, tal como pretendía Jean Baptiste Grenouille en Perfume, esa película romanticista media exagerada pero algo interesante que salió hace poco en el cine. El olfato es algo caprichoso, y se aferra a olores muy diversos, que no suelen ser encerrados en fragancias. Por esa misma razón, ciertos olores están como en una periferia, sin poder ser recreados, sino que se presentan cuando ellos quieren, como ese olor fresco que sentí en ese trayecto de una cuadra por 19 de abril. Siguiendo con estos devaneos metafísicos, por un momento llegué a la conclusión que ese olor era suficiente para recrear un momento particular, y que en cierto punto podía demostrar que pasado y presente no están tan escindidos después del todo. Por un momento llegué a pensar que incluso si indagaba un poco más, podía descubrir una suerte de máquina del tiempo, pero este es un pensamiento que se daba de lleno contra una puerta cerrada, invisible.<br />Es en este sentido que vuelvo a Appratto. El tipo comienza a tejer una serie de razonamientos, una introspección exhaustiva que por momentos está a punto de revelar, abrir esa puerta que yo apenas llegaba a intuirla. En la página doce del libro dice: <em>“Estar en el centro es como no estar en ninguna parte, es el comienzo de un relato que va hacia atrás, traza un dibujo en el que unos puntos se destacan, sólo por un segundo, ocupan un lugar y luego desaparecen para que aparezcan otros. Es el pasado que insiste en que lo miren de otra anera (…) el espacio de las veredas deja tiempo para pensar. ¿El pasado? Todo el centro está en pasado, todo es el pasado. Al pensarlo se abría otro espacio, una serie de escenas: me veía caminando a la vuelta del IPA para tomar cerveza en la esquina; con mi padre, en La Sibarita, comiendo un churrasco con huevo frito y papas fritas; en un bar de enfrente con tosa la clase del loce; entrando al cine Trocadero y pagando la entrada ahí; a la izquierda; esperando el ómnibus en la parada que está delante del otro cine; cruzando las carteleras de El Día; entrando en la falería Yaguarón para comprar un regalo; subiendo las escaleras de Jaque, arriba del palacio Díaz. Cada una de esas escenas es una lectura de 18 y Yaguarón, una lámina coloreada apenas, para que yo reconozca detalles de su presencia, pero no sólo de su presencia, sino de lo que eran para mí. Es como pasar de la indiferencia a la diferncia y concentrarse. En ese punto, como veo ahora, la luz disminuye”.</em><br />Todo aquello es como una búsqueda desesperado por trascender lo simbólico y llegar a agarrar lo real, pero en el fondo sabemos que aquello es como cazar majuga con las manos.<br />Ahora estoy esperando al 522, en la parada de 21 de setiembre en frente a Patio Biarritz. Huelo el mar, veo el cielo al borde de la noche y escucho <em>Out of this world </em>de The cure, y sé que está por venir una nueva cadena de asociaciones. Y verdad, no existen historias, en el fondo las historias es una forma de trabajar la materia prima desordenada que nos llega de un continente que ni siquiera conocemos. Hay gente que le llama azar, otros que le encuentran causas místicas, religiosas, económicas o psicológicas, yo sencillamente pienso que hay un espacio entre medio, un nudo, una equis perdida y bastarda que une a esta canción del Bloodflowers con esta tipa desconocida que está sentada al lado mío en la parada, su campera de nylon violeta y sus jeans oscuros, no la mina dentro, sólo la campera de nylon violeta y los jeans oscuros, un punto invisible que la une por sus prendas a la canción, a este olor a mar que viene de la rambla con <em>See Jungle</em> de Bow Wow Wow, y a la vez con esos afiches que había en el Dickens cuando todavía era un brillante alumno de inglés, con esos afiches: Candbridge, Oxford, tipos haciendo windsurf, Stonehage y ese jueves que no tuvimos clase porque no fue nadie, esa película que nos hicieron ver porque no fue nadie, Borrasca blanca, el puerto al que los jóvenes marineros de Borrasca Blanca van al inicio del film y un dibujo que había hecho antes de ir a clase, dos niños mayas cabalgando un rinoceronte, la historia de dos niños mayas que hacían travesuras en una Centroamérica llena de rinocerontes, jugos boom y una noche que le pregunte a mi abuelo qué significaba censura, pensando que era una palabra sexy, cuando la palabra censura no tenía que ver con ningún alemán, y mucho menos con gobiernos o medios de prensa, cuando la palabra censura no era nada más que eso, una palabra escrita en un afiche en el cual aparecía una calavera fosforescente agarrándole el cuello a una tipa.<br />Y cosas como eso. </div></div></div></div></div></div></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com42tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-8341237036474353072008-11-20T20:06:00.004-02:002008-11-20T21:30:28.864-02:00<strong>No tan Buenos Aires</strong><br /><br /><div><p><em>The hungry and the hunted<br />Explode into rock'n'roll bands<br />That face off against each other out in the street<br />Down in Jungleland<br /></em> Bruce Springsteen, Jungleland<br /><br /><em>Don’t try to be a hero</em>, me repito ni bien pongo los pies en la terminal de Buquebús de Buenos Aires. Me sorprende haber entrado sin ningún chequeo. De hecho, ni siquiera pasé por migraciones, lo cual vuelve las cosas extrañamente excitantes. Pienso que tranquilamente podría salir a la calle Córdoba, disparar tres tiros a la espalda de un empresario y volver cruzar el charco de regreso. El vidrio del lugar se mantendría estoicamente resquebrajado por unos segundos, y luego se desplomaría, ahogando los gritos de yuppies y comensales de aquel lugar que salen del lugar en esas corridas gachas que siempre me resultaron tan graciosas. Yo me iría caminando, mezclándome entre la gente, arrojando el revólver con la tranquilidad de aquellos gangseteres de películas, que se vuelven y se meten en cachilas negras estacionados en segunda fila. Si la policía investigara, no habría nada que pudiera incriminarme, <em>yo nunca estuve en Buenos Aires</em>. Reviso por vigésimo cuarta vez la mochila, tres remeras, un calzoncillo, un pantalón, medias, el libro “Vírgenes Suicidas”. En un sobre de Rumbos efectivamente está mi pasaporte y los cien dólares para arreglarme en la jungla de neón.<br />A diferencia de las anteriores veces que viajo a Argentina, en esta subyace la idea de que aquello no va a ser precisamente una aventura. Es una visita puramente teleológica: ir al Personal Fest--> ver a Mars Volta--> de paso pispear algo de REM. Hace unos días el novio de una prima mía me había comentado lo bien que la pasó en el toque de Dave Matthews Band, realizado en esa misma orilla, no hace más de un mes. Había tenido noción de aquella presentación, pero por alguna razón no se me había movido un pelo. Ir a aquel toque nunca figuró en mis planes, aún contando el hecho de que por aquella fecha mi calendario estudiantil –y mi bolsillo- estaba bastante holgado. Pero no hice nada y prácticamente me había olvidado del asunto, hasta que en aquel cumpleaños me puse a conversar con el novio de mi prima. Me comentó sobre la lista de temas, el swing del baterista, lo avejentado que está Tim Reynolds, cómo se suplió la ausencia del saxofonista, muerto no hace mucho. Yo escuchaba todo aquello con una sensación de extrañeza, como si fuera un preso al que se le cuentan los asuntos cotidianos, sin poder evitar sentir aquellos cuentos de libertad como abstractos, demasiado lejanos. La tristeza que me invadió una vez de regreso a casa, mientras digería la industrial cantidad de sándwiches de <em>Las gaviotas</em> que me había comido, no era un reproche por habérseme pasado, ni siquiera por sencillamente habérmelo perdido. No, lo que más me jodía es que en realidad aquello no me importaba demasiado. Era la tristeza de aquel amigo al que se va dejando de llamar, de aquella canción que ya no logra erizarte la piel, de aquella mina que te gustaba que te la cruzás por la calle, quedándote hablando con ella y encontrandola mucho más fea de lo que recordabas. Todo aquello era un miedo similar al que comenzaba a sentir por The Mars Volta. Los últimos discos –si bien el último está bastante bien- están muy lejos de la altura de los primeros dos, dejándole las llaves de la casa a Omar Rodríguez López, un tipo que sin una persona manipulando el carretel, se le va demasiado la moto.<br />Compararlo con los primeros toques de los Sex Pistols en el <em>Lesser Free Trade Hall</em> de seguro es algo exagerado, pero, al menos para mi acotado grupo de amigos, en un marco en el que MTV era el único standard asimilable –al menos para nosotros, ignorantes chicos sin hermanos mayores de buen gusto-, la primera vez que vimos a Mars Volta tuvo un efecto bisagra similar. Eran las entregas de los MTV Latinos y posiblemente todos en nuestras casas esperábamos desganados otro premio inventado para que se lo ganara Shakira, Juanes, o bolsas de humo por el estilo, cuando Zack de la Rocha presentó a esa banda de apariencia setentosa (afros, camisas abiertas, jeans tan ceñidos que parecían tatuados en los muslos). Uno ve aquella presentación y no se le acerca a otras presentaciones netamente superiores de la banda de El Paso, pero aquella performance nos resultó tan intensa, tan diferente a todo lo que conocíamos, que no pudimos procesarlo, se instaló como un trauma, sin saber si aquello era bueno o malo. El día siguiente, a eso de las 7:30 de la mañana todos entramos a la misma clase, y sin decirnos siquiera hola, nos miramos nuestros ojos exaltados y dijimos <em>“sí, yo también lo vi”</em>. Desde ahí, la idea de verlos en vivo, incluso ser aquel moreno al que Cedric Bixler le quitaba los lentes, se había convertido entre nosotros un mito fundacional, algo frente a lo que considerábamos demasiado lejano, casi imposible. Ahora, luego de llamar a Jorge y coordinar un punto de encuentro (Librería Ateneo, Santa Fé y Callao), el miedo de un brazo con poros cerrados comenzaba a invadirme de nuevo.</p><p><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/uniIa8rA9U0&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/uniIa8rA9U0&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object> </p><p>Camino por la calle mirando para muchísimos lados porque tengo el I-Pod al mango y temo que no escuche un auto y me atropelle sin más, con esas cebras que a diferencia del respeto que se le tienen en Uruguay, los porteños se lanzan como leones hambrientos. Hay algo que está mal. Lo presiento, el corazón me late en la muñeca, el bruxismo y un tic a la altura de la mandíbula amenaza con dejarme completamente desdentado. La sensación de peligro se vuelve inminente, y pronto comprendo que se debe a cuatro cosas:</p><p>1) Haber dormido cinco horas de las últimas cuarenta y ocho. Durante el viaje estuve sobregirado, sin poder dormir, aprovechando esa última descarga del sistema simpático para leerme ochenta carillas de Las vírgenes suicidas. Recién me rendí a los últimos diez minutos, por lo que quedé entre un estado de sueño y vigilia que desorienta un poco. Las cosas parecen al borde de efectuarse, los pensamientos parecen explotarte en la cara, uno siempre está a escasos pasos de llorar, cagarse de la risa o encajarle un piñazo a alguien, sin tener mucha idea de por qué 2) Todo el viaje estuve escuchando música. This Heat, La Hermana Menor, Bruce Springsteen, Funkadelic, Sex Pistols. No he escuchado un solo ruido humano desde que llegué a la ciudad porteña, por lo que todo parece sumido a un extraño sentimiento de irrealidad, como si sólo cuatro de mis cinco sentidos se hubieran tomado el Buquebús. En una película muda, la falta de sonido parece aplanar la imagen. En el caso de llevar tu vida tapada por una banda sonora, el entorno, más que enmudecer, parece ser hablado por otro, generándose entre la ciudad y la cabeza de uno, esa otra extraña sensación que se da cinematográficamente al ver una película con problemas de <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Lip_sync">lip-sync</a><br />3) Al punto anterior, agregarle que todo el camino por Córdoba esta musicalizado por Johnny Rotten y cía, y por primera vez –como pasa con una persona que tiende a entender las cosas demasiado tarde- me doy cuenta de la dimensión de lo que dice Greil Marcus en Rastros de carmín, sobre la primera vez que se escucharon temas como aquellos. Greil Marcus decía que aquello no era simple rebelión, era algo que desconcertaba y hasta daba miedo, algo frente a lo que la gente pensaba si aquello realmente estaba ocurriendo, como quien ve una explosión, o un catastrófico choque de autos, sin animarse a mover, sólo viendo cómo salen los cuerpos ensangrentados de los acordeones metálicos. Es difícil escuchar Bodies e imaginársela en 1977. Realmente es una canción jodida, tan jodida que aún hoy resultaría incómoda –sobre todo a Tabaré Vázquez-, más aún si uno la escucha de la perspectiva de su propio idioma (nunca nos va a impresionar tanto como a los ingleses en esa época, porque no es lo mismo escuchar <em>She don't want a baby that looks like that/ I don't want a baby that looks like that/ Body, I'm not an animal/Body, an abortion</em>, que en español). Después de los Pistols llegarían Jesus Lizard, y algunas cuantas bandas de metal noruego que hablan de garcharse a bebés por la tráquea, pero desde una perspectiva histórica, aquello es tan jodido que es difícil imaginarse qué pasaría si uno lo pusiera a volumen bien alto, en una casa de Parque Miramar.<br />4) Buenos Aires en sí, desde su misma histeria, para un diminuto y neurótico Montevideano, es una ciudad intimidante. Esa necesidad de buscar el deseo del otro, a diferencia de Montevideo, que parece más que nada gritar No! en cada esquina, puede trastornar bastante a uno. Me subo a un taxi y cruzamos la 9 de julio. La avenida es tan ancha que por un instante, uno siente que se le va a cerrar sobre sí mismo como un libro, aplastándolo como una desprevenida hormiga. A su vez, el automóvil avanza a unos sesenta kilómetros por hora que en la calle se sienten como ciento veinte, surcando tetas de tres metros de diámetro, coronadas en afiches de comedias de revista en numerosos edificios. Así, semi-dormido como estoy, por un momento tiemblo ante la idea de que un afiche gigante de Florencia de la V cobre vida, destruyendo la ciudad a su paso al mejor estilo Motra.<br /><br />El conductor no tiene muy buena pinta. Me quedo con la vista clavada en una araña que tiene suspendida en el reverso de su mano. El otro día había visto <em>Promesas del Este</em>. Muy buena la película. Mortessen le funciona como un relojito a Cronemberg. Pienso en aquel material extra que venía con el DVD, un mini documental sobre tatuajes carcelarios, en los que hacían un corte semiológico, explicándote el significado de los más comunes. Justamente, en el inventario aparecía la araña, que en el caso de caminar para arriba significaba que el ladrón seguía cometiendo crímenes, y si caminaba para abajo, ya se había retirado. A ver, en este caso camina hacia abajo, me quedo tranquilo, el tipo no me va a hacer nada,<br />¿Dije eso?<br />El estado de semi vigilia me asalta la duda de si estaba pensando aquello en voz alta, pero el conductor ni se inmuta, lo cual significa que probablemente no haya dicho nada –o que el tipo se haga el boludo, para desquitarse después, quien sabe. En una calle aleatoria de Santa Fé le digo que me baje, y el tipo amistosamente me dice “Son * pesos, maestro” (*me olvidé cuanto era). Le doy la plata, y calculando mal la transformación de monedas, me doy cuenta que le dejé como veinte pesos –uruguayos- de propina.<br />Si fuera por mí, hubiera seguido escuchando música, pero el I-Pod se terminó dejándome solo, habiéndosele descargado toda la batería.<br />Buenos Aires ahora se convierte en una ciudad tridimensional.<br />Camino un poco y me voy metiendo en algunas galerías y librerías. Busco <em>Historia de las drogas</em> (los tres tomos gordos) de Escothado, pero nadie los tiene. Hay una camiseta de Nueva Chicago, pero me parece que es medio gastadero, para las otras cosas que tengo pensado comprarme. Entro en La quinta avenida y se me cae la baba con los discos que hay. <em>NEU! 2</em>, <em>Thank you for mental illness</em>, <em>The Modern Dance</em>… <em>I ofren dream of trains</em>!!!. No puedo ocultar mi exaltación al borde del meo, pero los precios son violentos, y considerándolo bien, podría comprar aquello via internet y me saldría mucho más barato. Luego de hacerle veinte preguntas al tipo, le pido que me de el nombre de la tienda y me pregunta si soy de allá. Le digo que no, y resulta que el tipo también es uruguayo, pero extrañamente, no quiere conversar nada de aquel lugar. <em>Abraxas</em>, la tienda. Me voy caminando, viendo como la tapa del disco de Robyn Hitchcock se comienza a hacer cada vez más chica a medida que me alejo, como si fuera una novia a la que ve perderse en el tren desde mi andén.<br />Le pregunto a dos veteranos sobre la <em>Bond Street</em> y ninguno sabe dejarme instrucciones claras. Camino un poco más y veo a dos minas con pinta de ser fans de Miranda!, y demostrando que mi target sigue bastante ajustado, me lo dicen con la naturalidad de quien va para allá dos veces al día.<br />Es un jueves, pero yo recuerdo a la Bond Street más llena. La última vez que había ido, aquello era un hormiguero de emos, darks con borceguíes ortopédicos, minitas kitsch ansiosas por tatuarse una estrellita en la nuca. Ahora –por lo menos a las cinco y media de la tarde- no hay casi nadie, dos gordos peludos con camisetas de Iron Maiden y Megadeath, una veterana con cara de haberse matado a efedrina, tres chicas liceales con la corbata aún puesta ojeando unos piercings entre risas anticipatorias, y dos tipos comunes, sin nada con lo que calificarlos. Las tiendas siguen siendo más o menos las mismas. Busco alguna camiseta –en otros años, las compras de indumentaria casi exclusivamente las realizaba en aquella galería-, pero pronto el descubrimiento de que no hay nada que me interese ponerme de ahí se me revela como un mensaje que va mucho más allá de lo meramente indumentario: las camisetas son las mismas de siempre, aquellos mensajes graciosos, elocuentes, ingeniosos que siempre me había gustado llevar, pero ahora no me generan nada, es más, miro los diseños con cierta incomodidad, como quien se mira en fotos un peinado suyo demasiado atado a una época determinada. Paso por las galerías y sigo sintiendo una extraña sensación de decadencia, pero pronto comienzo a pensar que quizás no es la Bond Street, sino yo el que cambió. Estoy por comprar una camiseta del Goo para mi hermana, pero solo tienen large. En una tienda de discos me compro a buen precio el <em>Funeral</em>, de Arcade Fire. Estoy casi rindiéndome, cuando voy a una tienda de comics arty que siempre me había gustado. En la tienda una tipa de unos treinta y pico me pregunta si andaba buscando algo en especial, y le contesto sin mucha esperanza, “Algo de Julie Doucet”. La tipa me conduce a una esquina de la tienda y de ahí saca “Diario de Nueva York”, otro libro que no recuerdo y otro de los diarios, pero este organizado como una agenda, con trescientos sesenta y cinco días detallados con ese puntillismo casi barroco que caracteriza a la canadiense. Ya había comprado casi sin fijarme el precio una liadísima edición de “La sociedad del espectáculo”, y el precio de los libros de Doucet me descorazona un poco. Mientras le comento lo mucho que había buscado material de la canadiense, la mujer me pregunta “Vos no sos argentino, no?”. (Cuando tres personas en una hora te preguntan si sos extranjero, de seguro algo mal estás haciendo). Le revelo mi procedencia, y me dice que siempre había querido ir a Uruguay, que de hecho el dueño de la tienda es uruguayo, y siempre le dijo de ir con ella. Yo sigo medio cruzado, con una sensación de pródromo a un panick attack fulminante, y le digo algunas cosas medias erráticas sobre las diferencias entre Buenos Aires y Montevideo, y la necesidad de visitar a Uruguay bajo sus propias normas, teniendo que ir en plan de ciudadano, más que de turista, para apreciarlo plenamente (intentaba hacer un repaso mental de mi anterior post, pero largo frases inconexas muy poco claras). Salgo del local y vuelvo a entrar, para preguntarle si por casualidad tienen el “Please Kill me” –que no, no lo tienen, pero sí les queda uno llamado “Please eat me”, que es sobre hardcores veganos, o algo por el estilo-, y para ofrecerle colocar mi libro en alguna de sus bateas. La tipa accede sin ningún problema y me pregunta a cuánto quiero venderlo. Le respondo “al precio que a vos te parezca, no voy a volver a acá, no te voy a reclamar ninguna plata”. Ni bien lanzo mi respuesta, noto aquella frase como muy dramática, casi fatalista, y la tipa me dice “bueno, tampoco para tanto, che”. Le digo que lo ponga a un precio sumamente accesible, y decide marcarlo a quince pesos. Le digo que si le parece bien, a mi también me parece bien. Me despido y la tipa se me queda mirando como un bicho raro, mirando el libro y comparándome con el tipo de la solapa de Caja Negra, que sentado en un escalón y mirando para el costado parece un poco más seguro, esperanzado, o sereno.<br /></p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5270883776080713634" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 360px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3GbKK1JYbnj08Ae695ZGnOOlhXFejA2W4AnT9IfSr3UuS5EXHjuAyzEYyhOH7zf7k-Cjq7DpsB1zczaboYD088Ct1wEGTUnVfSRCurXoJ4Kv_bW_9QDu6zjnVOtBwb8kfCOQ8gw/s400/bigtimeattic_doucet_1.jpg" border="0" />Espero a Jorge en Librería Ateneo. Es mi tercera vez ahí y se termina confirmar mi suposición:<br />Librerías como Ateneo, son a la literatura lo que los Blockbusters son al cine:<br />Montañas y montañas de nada.<br />No sólo es incómoda como librería, sino que tienden a llenarte el ojo con una estantería con cincuenta ejemplares del mismo libro de Paul Auster, mientras que de Bukowsky –que tampoco estamos hablando del inconseguible <em>Razones Locas</em>, de Alencar Pintos- sólo tienen (a duras penas) Mujeres y La senda del perdedor. El resto, estanterías y estanterías de libros de autoayuda, ediciones paquetas de los mejores fotógrafos, Arte y Diseño, libros para turistas sin mucha imaginación, una sección de literatura argentina que tiene veinte mil libros de Sábato, y apenas dos de Lamborghini.<br />Enojado por aquello, me dispongo a esperar a Jorge en la puerta, cuando me lo encuentro, empilchado con ropa de oficinista.<br />Agarramos para abajo y nos tomamos unas cervezas en un bar bastante familiar. Traen una buena picada, cortesía de la casa, y a medida que tomo, siento que por primera vez en el día las cosas se van ordenando por sí solas, como quien deja asentarse una masa. Como si hubiesen sacado a Buenos Aires de una licuadora, para dejarlo reposar en la heladera.<br />Lo que queda del día pasa rápido: subte, ómnibus a Flores, casa de Jorge, familia de Jorge, delicioso sushi nunca antes comido en restaurante japonés escondida, jugar a contar judíos en Flores, corto descanso, noche en San Telmo.<br />Es temprano, pero le digo a Jorge que si no vamos a San Telmo a eso de las doce y media, probablemente me duerma o me desmaye en el cuarto. El auto de Jorge surca bastante veloz un Buenos Aires todavía medio dormido- medio despierto (tal como yo, confiado en el cinturón de seguridad). Jorge mantiene a rajatabla el fascismo beatlero, mi capacidad de elección sobre la música del auto se limita entre Macca, Lennon y Harrison. Fiel a mis gustos, elijo el <em>All things must pass</em> y le comento, sólo por hacer daño, que los Beatles sin George Martin no hubieran sido nadie.<br />San Telmo está tranquilo, todavía es temprano y sólo está relativamente exultante en la plaza principal. Vagamos por las callejuelas y terminamos en un bar llamado Libido, que de libido en realidad no tiene nada, perdido en una esquina, vacío, con un aire a los cuadros de Edward Hopper. El precio está muy bien, Jorge pide una Stella Artois y yo un Jameson. Los pure malt se me convirtieron en un fetiche en estos últimos meses. El mozo llega con un vaso ultra cargado, que por lejos supera todas las normas en cuanto a medidas, lo que es una muy buena noticia. A medida que tomo, el cuerpo se me afloja. Me he dado cuenta de que todas las cosas que hago se vuelven mejores si tengo dos whiskies arriba. Eso sonó a discurso de borracho, pero realmente, las cosas adquieren otro orden. La felicidad y la tristeza, la excitación y la desidia, la risa y la seriedad, lo lúdico y lo intelectual, todo es mejor, tiene otra dimensión con un poco de whisky arriba.<br />Día D. En el camino al Personal Fest, la muchedumbre bastante bien arreglada se entremezcla con huestes rollingas, indiferentemente vestidos de negro, lo que los hace ver como un híbrido entre fans de Viejas locas y My Chemical Romance. Resultan un cuerpo extraño, al menos para el perfil que uno espera en base a las bandas que van a tocar. Es ahí que en determinado punto nuestros caminos se bifurcan, y ahí me informan que, a escasas cuadras, hay un toque de Ratones Paranoicos. Habíamos quedado en encontrarnos con unos amigos de Montevideo en la puerta: Pez Rabioso, El barón de la laguna y El cápsula, que se estaban hospedando en el dudoso <em>O Rei</em>, hotel de treinta pesos la noche. Como es de esperar, los pibes no llegan a tiempo y nos tenemos que meter, por miedo a que los Volta empiecen sin nosotros. En el camino me encontraré por primera vez con Hiram, vocalista de la uruguaya <a href="http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendID=62925526">Psiconautas</a>, que, antes de decirme <em>hola</em> me pregunta si tengo porro, al servicio de un ademán reconocible formado por el arco entre el dedo índice y el pulgar.<br />En el cacheo de la entrada me preguntan si llevo drogas conmigo, y por un momento pienso decirle “tengo un par de supositorios de opio en el culo, si querés revisame”, pero prefiero hacerla fácil y digo “no”. "Mejor, entonces", me responde el security.<br />Me ofrecen la bincha corbata, pero no la acepto. Pronto los poco comunes fucsia y violeta se convierte en colores primarios.<br />Jorge y yo tratamos de hacernos un lugar como podemos en la muchedumbre que se agolpa esperando el show de Mars Volta. A nuestras espaldas, en el otro escenario, Emanuel Horvilleur canta que si no puede ser con ella, mejor querría hacer algo con su hermana. Me sorprende que con todo, ante semejante mariconeada, no hay reacciones particularmente violentsa de ninguno de los que están esperando a Bixler, Rodríguez y compañía.<br />Me encuentro por segunda vez a Hiram, quien está quemado porque la tripa no le está haciendo efecto del todo. Con Hiram, todas las historias comienzan y terminan con <em>“estaba/mos re entripado/s”</em>. Los Psiconautas, junto a <a href="http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=93011453">IMAO</a>, son esos tipos que hacen de su cuerpo una propia tabla de disecciones, que comen o se toman todo lo que crece del pasto, y que, tarde o temprano a este ritmo se convertirán en mártires de los estudios de la psicodelia sobre el cerebro humano. Hiram en especial, es como un niño, pero drogado. Mientras que mi experiencia con triperos no suele ser la mejor, con Hiram la cuestión sigue manteniendo un aspecto lúdico que nunca termina por enmarañarse con tratados místicos, resultando sus cuelgues historias muy entretenidas, dentro y fuera de su cabeza. Unas horas después, me encontraría con mis amigos de facultad, y me contarían el surrealista viaje en el Buquebus a las tres de la mañana, con Hiram jugando a un Tetris y gritando “Esto no es el Tetris, esta música y Bonus no estaban el original!!!”, y luego, completamente entripado, gastándose ciento cincuenta pesos en la maquinita del Metal Slug del Elaida Isabel.<br />Trompetas de duelo con acentos mariachis abren el show, aparece Omar Rodríguez López y Cedric, con unos rulos que pasaron el limite de lo perdonable, llegándole a la mitad de la espalda. La banda comienza con <em>Drunkship of lanterns</em>. En una serie de movimientos muy bien coordinados llego a la segunda fila. Durante todo el tema (más o menos media hora), las avalanchas de gente se convierten en una amenaza concreta, en donde la vida de uno parece realmente puesta en juego. Uno termina intelectualizando dichas oleadas, encajándolas dentro de cierta secuencia como Papillón en la Isla del Diablo. Por momentos creo aguantar, pero en ciertos puntos, la presión –tanto de atrás como por delante- amenaza con aplastar mi caja toráxica, vencer mis costillas y dejar todo lo que es recubierto por ellos como una torta aplastada dentro de su caja. El intenso sol no ayuda, y tengo que lograr ver como puedo, con unos lentes que se empañan con mi sudor y los de otros. Al terminar el tema y comenzar Viscera Eyes, siento necesario irme un poco para atrás. Mi rostro está completamente desencajado, y la gente se me aparta, por miedo a que los ataque o les vomite encima. A cierta distancia prudente puedo apreciar el toque. Es un concierto particular. Parezco procesar las cosas de otra manera, no las incorporo auditivamente, sino que todo permanece atado por lazos visuales, imágenes que se me quedan tatuadas en el cerebro, como la figura de Omar Rodríguez López reflejada en el bombo y trepidando ante cada golpe, Cedric parado en un amplificador mordiendo como un pitbull unos cobertores que colgaban de las luces. La gente se emociona, grita, se sabe las letras desquiciadas de los tipos. Viendo al público, los reconozco como una población bastante sincera, de esa gente que se cuelga con los solos, sin preocuparse cuál será la nueva película de Herzog, o qué dice o qué no dice la nueva nota de la pitchfork. En un mundo donde los hipsters crecen como una plaga, los solos de guitarra salvarán al mundo.<br />El toque termina y tan ensopado como satisfecho me vuelvo tambaleando a una zona de descanso donde vuelvo a encontrarme con Hiram, quien, completamente pasado por sudor como yo, me mira con los ojos a punto de salir de sus cuencas y me dice <em>aguaa, no tenes aguaa, me estoy deshidratando!!!!.</em><br />Toca Bloc Party, pero estoy demasiado ocupado en restablecer mis funciones vitales. De pura casualidad, me encuentro con mis amigos. Saludo a Pez Rabioso y lo encuentro hablando con Ariel Minimal, a quien se le va extendiendo una simpática pelada franciscana. Pez Rabioso me cuenta que se tomaron el mismo subte, quedándose hablando con el Ariel de El Loco Abreu.<br />Luego de dar unas cuantas vueltas, esperamos a REM, teniendo que observar en las pantallas gigantes el triste espectáculo de Kaiser Chiefs, con un gordo que en sus intentos de arengamiento a la gente parece tan inefectivo como un líder de Bariloche entre una jauría de pendejos cachondos.<br />Del toque de REM saco en limpio un par de cosas. Anduve leyendo los resúmenes de aquella presentación <a href="http://caspadestrellas.blogspot.com/2008/11/pardon-my-freedom.html">en varios blogs</a>. A diferencia de ellos, no me emocioné, y mucho menos me sentí al borde de las lágrimas, pero la presentación la admiré desde otro punto de vista, uno técnico, una envidia sobre el gigantesco frontman que es Michael Stipe. Nunca en mi vida vi alguien que cubriera de manera tan increíble el escenario, todos sus movimientos, hasta el mínimo arqueamiento de cejas era parte de una megacoreografía, que envolvía a todos los que estábamos viendo. Objetivamente, Stipe abrió el itinerario del perfecto demagogo y amplió los recursos hasta puntos nunca antes visto, pero por alguna razón, aquello no resultaba incómodo, hasta uno llegaba a compartir sus esperanzas, en esa promesa tan difusa –aunque al menos es un consuelo- de un mundo distinto sobre los hombros de Barack Obama (se llegó a poner una imagen del, en aquel momento, candidato, en la pantalla gigante). En ese manejo de los tiempos y el espacio estriba la diferencia entre la demagogia de Stipe, que si no es creíble, al menos es cautivante (como la de los buenos demagogos, sean héroes o dictadores), y la del gordo de los Kaiser Chiefs. Stipe esbozaba una sonrisa y se caía el estadio, por momentos me llegó a dar algo de miedo, pensando que estábamos todos a su merced, que si lo hubiera querido, perfectamente hubiera exigido algún sacrificio humano y alguno que otro se hubiera presentado con particular estoicismo.<br />Termina el toque y me voy caminando, cruzándome con un tipo que le podría haber hecho frente a Henry Rollins. El tipo me mira y emocionado me grita “Essssa, Suicide”. Al principio pienso que es parte de un grito intimidatorio, pero entonces me doy cuenta que se refiere a mi camiseta. Nos quedamos hablando de la primera vez que escuchamos Frankie Teardrop, y el tipo me cuenta de sus pasados hábitos darks, de su fanatismo de <em>Einsturzende Neubauten</em> mostrándome sus cicatrices de tinta con el simpático símbolo de la banda. Le comento aquella simpática situación que relaté en <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2008/06/snob-el-problema-my-friend-es-que.html">un post viejo</a>, y se caga de la risa sonoramente. Ahora que me doy cuenta, tiene todos mis gustos, pero, al igual que en masa muscular, todo lo que hago o me gusta lo supera en entusiasmo, aullando emocionado cada vez que le menciono un disco de Einsturzende o de Nick Cave. Nos despedimos, y me doy cuenta de que por primera vez, alguien no me pregunta si soy de otro país. <em>La música es un lugar</em>, me repito para adentro, y ahí me encuentro al Cápsula, quejándose de los siete pesos que sale una botella de agua. </div><div><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5270883777735573218" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 300px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR0R8dOeI8Am25zliV7f6W7wDDoZIVgSzBUpJaZEXMRsczYtxF67rsuSR2fhmnqf0-BgdT4GujEeqISXybZpua29oLnQ09aF5hLUJv-WaIFwjG1J1fJd5pn77RGf25S3dvnGbS4A/s400/DSCF1027.JPG" border="0" />A la salida del toque nos cruzamos con otros integrantes de Cadáver Exquisito. Queremos morfar algo, pero extrañamente por avenida Libertador no hay ningun bar, pizzería o lo que fuese abierto. Al final terminamos yendo a un Mc Donalds. Entre la nueva gente que se nos agregó, hay un extraño hombrecito de lentes que habla en voz baja sin mostrar en ningun momento cualquier tipo de expresión. Me dice que puede conseguirme un importante descuento en Mc Donalds, y yo le sigo la corriente (sin muchas esperanzas). Habla con la cajera, y tras mostrarle una tarjeta ella le responde con esa frialdad que solo tienen las cajeras que esa expiró hace tiempo. El le explica que es uruguayo y que trabaja en Mc Donalds. Lo dice con total tranquilidad, no le mira los ojos a la tipa, sino a una parte indefinida de su visera. Sin levantar nunca la voz, ese hombrecito de lentes adquiere una extraña importancia, como si fuera esos senseis japoneses que pese a su tamaño, se los anticipa como mortalmente peligrosos. Efectivamente, la cajera le termina pidiendo perdón y el tipo nos alcanza las hamburguesas, con total serenidad. Luego de comentarle el suceso a un amigo, me cita una canción de Pez, con los que habían estado hacía menos de tres horas:<br />Y cuanto más grita, menos es escuchado.<br /><br /><p>El domingo a la mañana comí en lo de Jorge. Tenía que irme a eso de las tres y nos quedamos viendo en familia cómo un negro francés le daba una paliza a David Nalbadian.<br />Jorge me acompaña a la terminal de Buquebús, dejando abierta las puertas entre los dos ríos, para que pueda visitar quienquiera en el momento que quiera.<br />En el barco me enchufo el I-Pod recargado. Escucho el <em>Born to run </em>de Bruce Springsteen. Es un disco exagerado hasta el absurdo, pero tiene una cuota épica que me resulta inevitablemente cautivante. <em>Jungleland </em>posiblemente sea uno de los temas más estrambóticos que se hayan hecho. Todo es épico. Uno puede estar lavando un colchón y cuando lo escucha se siente un héroe. Sobre todo en esa forma que entran el saxofón y el piano, especialmente en esa parte que The Boss dice con voz temblorosa<br /><br /><em>Beneath the city two hearts beat<br />Soul engines running through a night so tender<br />In a bedroom locked<br />In whispers of soft refusal<br />And then surrender<br /></em><br />Extrañado, miro cómo Montevideo se acerca lentamente por la ventanilla. Estoy terminando Vírgenes Suicidas, me quedan unas pocas carillas. Reviso una bolsa en la que llevo jabones deliciosamente perfumados para María. Un niño de dos años me agarra de la mano, y yo se la dejo, sin saber mucho que hacer, ya que la madre a mi lado está dormida.<br />Me quedo terminando esas últimas carillas, con la mano del niño apretando mi pulgar, escuchando al Bruce decir<br /><br /><em>A real death waltz<br />Between what's flesh and what's fantasy<br />And the poets down here<br />Don't write nothing at all<br />They just stand back and let it all be<br />And in the quick of the night<br />They reach for their moment<br />And try to make an honest stand<br />But they wind up wounded<br />Not even dead<br />Tonight in Jungleland</em></p><p>,viendo cómo el sol desciende y el mar se vuelve <em>argento</em>, o más bien, <em>gris</em> </p></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com48tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-24479333139311524132008-10-12T16:44:00.008-02:002008-10-12T19:02:58.274-02:00<strong>Dueños de la sensación</strong><br /><div><p><em>The only questions worth asking today are whether humans are going to have any emotions tomorrow, and what the quality of life will be if the answer is no.</em> </p><p>Lester Bangs </p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5256370001840850610" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9Nq21ZD5Z_fnRGLjdGxFkcYXl49x4OeQI2tLQ19D4RmRYXYBDLNGo8_u7P_GCJoL3VTlCccFG4QgxI7XbLeZG_QWieQxb54BLfoWVh9B8EtnE_9oXW0dmPt1OAItbpNakAXnx9w/s320/D9QEnuQFoepzqrv3ejfDdCDWo1_500.JPG" border="0" />Paso maravillado las páginas de <em>El hombre ante la muerte</em>, un laburo monumental realizado por Philippe Ariès, que intenta analizar y ser documento de todos las transformaciones que se han dado, desde el principio de los días, alrededor de los ritos mortuorios de los hombres. El trabajo no se queda en una mera cuestión taxonómica o fenomenológica, y el tipo a partir de sus análisis hace un interesante estudio, no sólo de cómo ha mutado la concepción de vida y muerte, sino también del pecado, la productividad, el romanticismo, el amor y la sensibilidad propia de una época. Hablar sobre el libro daría para rato, pero lo que particularmente llamó mi atención fueron algunas brillantes apreciaciones sobre la muerte de hoy en día, que levanta sus puentes hacia ciertos aspectos de una sensibilidad que impera en la vida cotidiana, así como en las artes. El período que nos abarca será llamado el de <em>La muerte invertida</em>.<br />Hasta la primera guerra mundial, al menos en el mundo occidental, la muerte de una persona modificaba el espacio y tiempo de un grupo social, instrumentándose ciertos ritos o hábitos, como podría ser cerrar los postigos, hacer sonar las campanas de la iglesia, o realizarse vistosos cortejos fúnebres. De cierto modo, el duelo no recaía tanto sobre el núcleo familiar, o los más íntimos del difunto, sino que se repartía entre todos los miembros de la comunidad. El tono afectado, casi bullicioso de aquellos funerales, coloridamente patético, y por momentos rozando en algunas aristas con el auténtico festejo, se realizaba para repudiar la muerte, o al menos ahuyentarla temporalmente, es decir, como si la reacción del pueblo fuese más una acción en constructo a la entidad abstracta de la muerte, más que el puro dolor descarnado y desanudado que recae sobre el duelista de nuestros tiempos actuales. Es recién a partir de la segunda guerra mundial –en un mundo que fue testigo del horroroso poder devastador del hombre, al mismo tiempo que iba transformándose conforme a las mutaciones antropófagas del capitalismo- que la inscripción entre individuo y sociedad pierde esa continuidad casi edénica que lo caracterizaba, erigiéndose lo privado, y aflojándose los lazos entre la sociedad (por lo menos en entornos urbanos, o propiamente industriales). En el estado actual de las cosas, la desaparición de un individuo ya no afecta a la continuidad de una colectividad, todo el acontecer transcurre en los días siguientes como si nadie hubiese muerto. Cualquier intento de mostrar dolor ante el resto del mundo es sintomática, o disimuladamente censurado, la muerte se vuelve pornográfica.<br /><br /><p>De esta manera, se produce un tipo de sufrimiento a huis clos, en donde la sociedad pierde el rol que tenía antes, a la vez que comienza una economización de recursos en lo que concierne a los aspectos ritualísticos y simbólicos (simplificación de los ataúdes, suplantación de los rural cemetery por jardines, etc.). A tal decadencia de ritos le corresponde la totemización de la ciencia como medida de todas las cosas, con la medicalización como principal medidador del hombre en torno a su finitud. A través de ciertos avances tecnológicos-científicos, el médico suplanta las antiguas recetas populares y comienza a poder extender la vida más allá de lo que tenía imaginado. En la medida en que la higiene –por los mismos controles de epidemias- se va convirtiendo en un fin fundamental, la muerte, lejos de ser aquel desenlace dignificador del pasado, se comienza a percibir como algo sucio y repugnante. Las aproximaciones hacia la muerte comienzan a teñirse de esa misma asepsia que caracterizaba a los hospitales, y el mantenimiento de la vida, lejos de ser un criterio más a tener en cuenta, pasa a convertirse en un fin en sí mismo. Tal fin justifica toda intervención, y el hospital va adquiriendo omnipresencia como principal marco en donde la mayoría de las personas dejan de existir. El falleciente deja de ser aquella persona orgullosa y conciente de su destino que impartía sus últimas voluntades desde su misma habitación al resto de sus allegados, y se suplanta por el sujeto débil, entubado, que se muere prácticamente sin saberlo, o lo que es peor, engañado. El mundo comienza a entrar en una etapa llena de Ivanes Illitch, terminales y ancianos a los que son mentidos y conducidos como si fuesen niños (una mentira por partida doble, que no sólo va del médico hacia el paciente, sino que del mismo paciente hacia el médico, haciéndole creer que está creyendo aquello que el otro le dice).<br />Ante todo, lo que primero impera es la necesidad de mantener a la muerte lo más alejada posible, algo que no sólo se nota en la práctica médica, sino también en los <em>funeral homes</em> norteamericanos. Cuando parecía que las exequias eran parte del pasado, los <em>funeral homes</em> (no solo los velatorios realizados en la casa, sino esos servicios privados que se podían ver en series como <em>Six feet under</em>) descentran de la iglesia los ritos de despedida, pero reconducen los mismos dentro de los imperativos capitalistas: la muerte se vuelve un negocio. Sin embargo, Ariès nos señala que en este negocio de la muerte, hay todo excepto muerte. Mientras que en los antiguos ritos quedaba bastante patente la noción de la muerte, tanto desde su imaginería religiosa, como desde la reacción social hacia ella (sin ir muy lejos, la opción de mostrar el cuerpo en el ataúd abierto), en los funeral homes se intenta mantener una ilusión de vida a toda costa, realizando los velatorios en la casa del muerto, embalsamándolo, maquillándolo, por así decirlo, <em>tuneándolo</em> con el fin de hacerlo parecer lo más vivo posible.<br />Ahora, ¿qué tiene que ver todo esto con las cosas que suelo escribir acá –dígase música, cine, o la majestuosidad de Claudia Cardinale?- Parecería que hoy en día hubiera una gran desconfianza hacia las emociones. Se generó un miedo neurótico de pasar al melodrama. La fecha no es precisa, pero en la última década, así como ya se intentaba púdicamente callar al muerto a la hora de dar sus últimas órdenes, las canciones –al menos en el ámbito en lo que por antonomasia se suele llamar rock, no tan así en el caso del pop- comenzaron a cortar, como quien corta vino con soda, el caudal emocional que podía prometer una canción (también está el otro lado de la balanza, que ante la utilización de la teenage angst se terminó banalizando la emoción). Las razones, más allá de la patada al hígado que quedó luego de una de las eras más <em>larger than life</em> que se hayan registrado(el heavy metal ochentoso, lleno de esas baladas tocadas en la lluvia y <em>tipos-haciendo-sweetpicking-mientras-se-paraban-en-el-manubrio-de-motocicletas-con-forma-de-dragón-prendidas-fuego-dirigiéndose-al-fondo-de-un-volcán-en-erupción-custodiado-por-orcos-con-motosierras-llenas-de-dinamita</em>), se puede rastrear en la misma estética y filosofía posmo que trata de subvertir todos los grandes discursos (y la muerte no es otra cosa que ese gran e inexpugnable discurso que oímos al final de los días). Cualquier sentimiento purpúreo es tratado con la misma asepsia que un doctor cura una infección, son mirados con una sospecha antigua, como si fuera un aumento drástico en el registro de los glóbulos blancos de un cuerpo, como si fuera un moho creciendo sobre el borde de un pan bimbo.<br />La vectorización de tal repudio da lugar a dos vías de solución:<br />a) O bien se elimina de lleno todo sentimentalismo o creencia; o bien se los toma, se abusa de ellos, hinchándolos como a un perro con anabólicos hasta convertirlo en algo completamente diferente.<br />b) Las dos soluciones toman forma o en recurrir al cinismo para exorcizar la casa del fantasma de la cursilería, o atrapar al mismo fantasma y llevarlo a una tienda ambulante, en donde la gente se ríe y le arroja maní a través de la jaula, pero seguro que detrás de esos barrotes no hay nada que aquel freak pueda hacer.<br />c) La primera solución se puede ver en el detachment cool de toda verdad o posicionamiento, en las fiestas Compass, en los escritores que malinterpretaron a Carver, en los cineastas que no entienden a Wes Anderson, o en el 90% de las películas indies, como puede ser Juno, con ese rechazo casi neurótico a todo tipo de pathos<br />La segunda solución se puede ver en Dani Umpi, Miranda!, Closet, el electroclash, Max Capote, Architecture in Helsinki, el pseudo kitsch del diseño de Galería del Virrey.<br /><br /><strong>Interludio I, tiempo es oro</strong><br /><em>El fino</em> tenía una hot date y me pidió que lo acompañase al shopping a comprarse una camisa. En mi caso, ponerme una camisa significa o que pasó algo muy importante o algo muy terrible (asistir al quincuagésimo aniversario de casados de mis abuelos, o a un funeral, respectivamente), por lo que no soy de las mejores compañías a la hora de asistir en la compra de tal prenda.<br />Soy alguien que firmemente cree en la posibilidad de elegir y tener preferencias con respecto a prácticamente cualquier tema, ya sea poder determinar si la Patricia es mejor a la Pilsen, si Ráfaga era mejor que Monterrojo, si es preferible la cera a la pinza de cejas, o cual de todas las ex de la Tota Santillán está más buena.<br />Soy un tipo que ama las decisiones (y que extrañamente votará anulado para las próximas elecciones, aunque eso también es elegir), pero por extraño que parezca, todas las camisas me parecen iguales. Básicamente puedo dividirlas en tres categorías:<br />a) Las normales<br />b) Las ridículas<br />c) Las demasiado gay<br />Como <em>el fino</em> sabe esto, suele decidir incluir un tercero a la búsqueda, en este caso Santiago, un hulk rosado reformado, que mediante un cese progresivo de los fierros logró volver su cuerpo adaptable a la ropa en general.<br />Vamos por diferentes tiendas y se suceden las mismas camisas una tras otras, <em>el fino</em> y Santiago hablan de texturas, tonalidades y cortes, pero yo sólo veo pedazos de tela a rayas o a cuadros. La cosa se me va volviendo media aburrida, pero entonces a <em>el fino</em> se le ocurre ir a Zara. Ya había hablado sobre dicha tienda en este post, pero debo volver a señalar que es la máxima expresión de la ropa (al menos la masculina) tan complicada como risible. En el diseño de Zara siempre subyace la filosofía de cuanto más, mejor. Parecería que los dueños tuvieran encadenado a un viejo que decide poner telas polares, parches y bolsillos de forma aleatoria a cualquier cosa que le cae por un tubo, en una celda en donde ni siquiera se llega a ver las manos.<br />La cosecha de primavera no resulta tan ridícula como la de otras veces, pero entonces me encuentro con este buzo. Es una prenda escote en v, y detrás del mismo sobresale el cuello de una camisa. Pensando que es un extraño descuido de uno de los hiper-masculinos vendedores de la tienda, tomo la percha, esperando separar la camisa del buzo y entonces me doy cuenta de que los dos forman parte de la misma prenda. Me quedo consternado. Cuando era chico había algunos cuantos fanáticos de Kurt Cobain que se ponían una camiseta de manga larga debajo de una de manga corta (algo que hice un par de veces, pero que me resultaba particularmente incómodo), pero al menos compartían las mismas texturas, y podían sacarse una de ellas cuando quisieran. Esto era distinto, y de sólo pensarlo me molestaba. ¿A qué se debe esto? ¿El vértigo de los tiempos modernos, a lo Paul Virilio ha llevado a intentar ahorrar el tiempo hasta el punto de solucionar el trámite de ponerse dos ropas en un mismo movimiento? ¿Una nueva revolución sexual ha llevado a que la gente a tal libertinaje que es necesario privarse de la ropa en meros instantes? ¿La crisis financiera estadounidense ha impactado el mundo de la indumentaria al punto de que hay que ahorrar en material, simplificando el diseño de dos costosas prendas en una sola?.<br />Cualquiera que fuesen las razones, se me ocurrió diseñar una nueva indumentaria que se acople a la simplificación y sincretismo características de las necesidades del hombre de hoy. </p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5256373869042780418" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLWgBzetucFPhusYEjVXLxsL8h98_RNVTUq0UzHeb7D8p03PmV9HBjRWsmvN-WPfl-qgoCCWtnHGraTMG5BNDJxtBgHzF-VJt_rawI7N282aj0OoiPoZ1cYZpAwe441rzesLrlIw/s400/DSC03904.JPG" border="0" /><strong>Hipsters</strong><br />De todos estos cambios culturales que venía hablando, los hipsters son la última monstruosa creación.<br />El gran virus que se escapó de un tubo de ensayo estrellado contra el suelo.<br />Hace poco menos de dos meses, cuando alguien hablaba de hipsters para mí se refería a Neal Cassady, o esos tipos tan interesantes como marginales que aparecían en las novelas de Kerouac. Sin embargo, en cuestión de unas semanas, y posiblemente a causa de <a href="http://www.adbusters.org/magazine/79/hipster.html">este artículo </a>de Adbusters -que llegué via <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">elbailemoderno</a>- comencé a conocer la redefinición de esta palabra que en un inicio asociaba a personajes más bien simpáticos.<br />Luego de lo leído en muchos blogs, ya sea <a href="http://k-punk.abstractdynamics.org/archives/010588.html">este</a>, <a href="http://caspadestrellas.blogspot.com/2008/09/1-en-la-biblia-que-marca-la-historia-de.html">este</a>, o <a href="http://www.youtube.com/watch?v=kAO4EVMlpwM">este</a>, saco la conclusión de que a determinada temperatura y expuestos a cierta luz del sol, los hipsters son un Chernobyl cultural, un inesperado error de fábrica, un sea monkey devenido en monstruo de Leviatán.<br />Una -en apariencia- insignificante burbuja de oxígeno dirigiéndose tranquilamente hasta el centro del corazón.<br />Es el Sida pronunciado en su lengua social, la idea de un virus autodeformante, tan poderoso en su completo apartamento de todo –incluso de sí mismo- que es imposible de ser tomado por alguno de sus partes. No es cuestión de esgrimir el mandato moral de que todo nuevo movimiento tiene la obligación de ser contracultural desde el vamos (siendo el hipster un individuo apático y más bien cómodo, e incluso podría decirse, adaptado a su medio social), sino que tiene efectos, más que políticos, humanos. Es una negación radical, pero no ese <em>there’s no future for you!</em> desgarrando la garganta de Johnny Rotten, sino un no, un <em>nah</em>, irónico, risible, pronunciado entre dientes, desvaneciéndose como el humo que sale de sus cigarrillos Parliament colgando de sus bocas.<br />Por ahí todo esto que digo parece demasiado apocalíptico, y resulta más digno de una veterana en una junta de padres, un psicobolche indignado en una reunión de la FEUU, o un pseudo brasilero predicando en una iglesia improvisada sobre un antiguo cine, pero la construcción de esa nueva identidad es más falsa, y a la vez más culturalmente nociva que cualquier plancha, dark, emo, punk, o hincha de Peñarol que pueda existir.<br />Incluso los hipsters fracasan en su hedonismo. En su caso, el hedonismo es un mero ensayo, una mala fotocopia de placer sin restricciones, ya que la búsqueda de placer se atiene a un código, una agenda que vuelve todo demasiado autoconsciente, más bien una radical vuelta de tuerca al ideal franciscano de llegar a la unidad por medio de la privación de todo (en este caso, no lo material, sino cualquier posicionamiento, cualquier contenido emocional).<br />El problema reside en su misma naturaleza escurridiza, que impide agarrarlos, o atacarlos por un mismo flanco, tal como lo dice Douglas Haddow:<br /><em>“But it is rare, if not impossible, to find an individual who will proclaim themself a proud hipster. It’s an odd dance of self-identity – adamantly denying your existence while wearing clearly defined symbols that proclaims it”. </em><br />Un plancha –la persona que se define con orgullo como tal- se tiñe cada mechón de su pelo, mete sus pies en las naves Nike, se coloca su camiseta del Barcelona, su visera ligeramente inclinada para arriba, o la campera Alpha Polar, pero a diferencia de los lentes de armazón grueso sin aumento y las camisetas con mensajes irónicos de los hipsters, esa vestimenta es casi una preparación para el campo de batalla. Aunque la cotidianeidad convierta la ropa de uno algo tan, a la larga, intrascendente como cuando yo me pongo una remera de Suicide, aquello es un soy plancha y qué, una razón por la cual algunos bares o boliches no lo dejarían entrar a su establecimiento, una razón por la que un policía acariciaría su cachiporra.<br />Cuando iba a Keops, cuando se cortaba una canción de, supongan, los Buitres y comenzaba a retumbar en las paredes el último tema de Pibes Chorros, uno por un momento entendía la estructura nitrogenada de la cumbia villera, el <em>tum-tu-tu-tum </em>que era un marcapasos directamente conectado a la chota de uno, la pauta, el ritmo ofrecido al franeleo, la necesidad de sacar a una tipa y hacer un simulacro de cópula, al menos en los tres minutos que durase esa canción. Esas noches, si bien a la larga me terminaron cansando, me resultaron más reales, en cuanto a coincidencia entre medios y fines, que cualquier jornada bolichera pseudo cool que uno pudiera vivir en La ronda, o El living, incluso en verdaderos toques de bandas. En Keops la cosa quedaba clara, las mujeres y los hombres salían a la pista y sabían a qué se atenían, era la <em>règle du jeu</em>, y en el fondo –mas allá de que había gente que no iba en plan exclusivamente erotómano, a no engañarnos, que tampoco era una orgía romana-, sabían que todos estaban –en parte- para eso. En otros boliches de la esfera montevideana, lo que uno nota es que la gente no sabe realmente para qué está. Más bien parecería estar ocupando un lugar, un espacio que está reservado para ellos, y que si no lo ocupan, corren el riesgo de ser relevados por otros.<br /><br /><p><em>“The dance floor at a hipster party looks like it should be surrounded by quotation marks. While punk, disco and hip hop all had immersive, intimate and energetic dance styles that liberated the dancer from his/her mental states – be it the head-spinning b-boy or violent thrashings of a live punk show – the hipster has more of a joke dance. A faux shrug shuffle that mocks the very idea of dancing or, at its best, illustrates a non-committal fear of expression typified in a weird twitch/ironic twist. The dancers are too self-aware to let themselves feel any form of liberation; they shuffle along, shrugging themselves into oblivion”. </em></p><p>De todo el movimiento hipster no quedará una canción, un renglón de novela o cuento, un mililitro de pintura bien aprovechada. Cuando mucho quedará una broma, una broma que quedará en el aire, como polvo flotando en el terreno devastado tras un intensivo cultivo de soja transgénica. <img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5256370003792088002" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmnBYc6w4HPYjEcUveWLGmBjPJebwQ3ihrTnXuisVVV_rLpagtpZSketVbcp6FMm6G_RHw1d8LiZ0TQZs3C9P-J9E4Si2ftnslP2U4nwwU-9_l_LYhUjLB_PCFXma__OG9UjQXSA/s320/hipster2.bmp" border="0" /><br /><strong>Interludio II, Ortelli, <em>dixit</em></strong><br />Estoy seguro de que en alguna época llegué a apreciar la Rolling Stone.<br />Prácticamente compré todos los números desde mayo del 2005 hasta marzo del 2007, pero con el tiempo comencé a darme cuenta de sus errores, de la incomodidad que me daba al leerla, como quien descubre a la verdadera tipa que se estuvo apretando cuando las luces de la mañana atraviesan el boliche. Agregando a esto, la revista comenzó a mostrarse cada vez más ideológicamente funesta, tal como puede ser la mamadera que le hacen a las majors (<em>oh, Agustín, me has abierto los ojos</em>), la cola de paja tras Cromagnon, que los ha llevado a hacer un embolante artículo recordatorio en cada puto número desde diciembre del 2005 y esa nota odiosa y oscurantista sobre la persecución a quienes bajan música de internet).<br />Fue así que decidí saltar del barco.<br />Para mi sorpresa, ni bien dejé de comprar la revista, fui subrogado por mi hermana, quien comenzó a comprarla con la misma religiosidad que yo lo había hecho unos años atrás.<br />Ojo, la Rolling Stone ha tenido sus buenos momentos, como una entrevista con tonos de folletín melodramático realizada a Bárbara Lombardo (fue a partir de ahí que me comenzó a parecer atractiva la ex paquita), unos artículos geniales sobre fútbol las finales de Argentina en el 78 y el 86, algunas notas de Hunter Thompson extraídas de la versión yanqui, y la mayoría de las entrevistas a Calamaro, al que siempre consideré un excelente entrevistado.<br />Sin embargo, la revista –o mi entusiasmo- ha venido decayendo, y en los últimos días me he dedicado exclusivamente a buscar las cosas que escribe Juan Ortelli, posiblemente uno de los escritores más incomprensibles (no se confunda con <em>incomprendido</em>) y divagantes que han figurado por la revista.<br />La mención a Ortelli la había escuchado por voz de Darío, en donde básicamente el periodista argentino llegaba a la perlita de decir que <em>Bicicletas son como Los gatos, pero con zapatillas Pony</em> (lo que me hace pensar que<em> Carmen San Diego es como The Jesus Lizard, pero con botitas de gamuza</em>), y pensando que no iba a poder mantener tal ritmo de pelotudez, llega esta genialidad de un número posterior:<br />Sobre el último disco de MGMT:<br /><em>“(…) lo que le da una atmósfera lisérgica a la obra. Ahí se respiran los tests del Harvard Psychedelic Project, el tufillo de la comunidad Black Bear, David Bowie, Wayne Coyne, por qué no los Small Faces y el Jagger salvaje de Sus Majestades satánicas. Todo en manos de dos pibes que pueden pasar (o no) por un par de extras de La playa”.<br /></em>Esto último me llevó a pensar en algunos remates para la nota de algunos discos recientes:<br />*Sobre el Neon Bible, de Arcade Fire:<br /><em>Todo esto en manos de un colectivo que puede pasar (o no) por un par de extras rechazados para una versión de Macbeth ambientada en el espacio.<br /></em>*Sobre el Modern Guilt, de Beck:<br /><em>Todo esto en manos de un tipo que perfectamente podría figurar (o no) en el cast de Gummo<br /></em>*Sobre el último disco de Jorge Nasser:<br />Todo esto en manos de un tipo que podría ser tomado (o no) para interpretar el <a href="http://pic65.flodeo.com/photos/65/AE/AA/jotecito/144-508.jpg">vaquero </a>en una versión cinematográfica de los Halcones Galácticos.<br />Se aceptan propuestas, gracias Ortelli por darnos tanto que pensar.<br /><strong></strong></p><p><strong>Camp</strong><br />Si uno intenta seguirle a los hipsters sus cadenas de carbono, posiblemente encuentre en el camp a uno de sus candidatos.<br />En <a href="http://www9.georgetown.edu/faculty/irvinem/theory/Sontag-NotesOnCamp-1964.html">Notes on Camp</a>, Susan Sontag hace una excelente disección de dicha sensibilidad, no intentando encorsetarla en un constructo teórico, sino articulando precisiones de un modo flotante, como una serie de puntos que uno puede unir de la manera que le parezca (ya que ninguna sensiblilidad puede convertirse en un sistema: si puede ser reducida a sus blueprints, deja de ser tal, es algo en perpetua evanescencia).<br />El Camp es el culto al artificio, a la exageración, una sensibilidad despolitizada, una risa socarrona cuando un cuarto en donde todo se ha vuelto velatoriamente serio, una guiñada afectuosa en un ojo de vidrio, patear el tablero de ajedrez y ponerse a bailar con la parca.<br />El modus operandi básico del camp es volver lo serio en frívolo, y lo frívolo en serio.<br />Pero detrás de toda su estética ridícula, hay un verdadero convencimiento, una pasión subyacente que lo diferencia al pop art más warholiano, que más que referirse a las cosas con comillas (tal como lo dice Sontag), lo hace con asteriscos y notas al pie de página. Toda la inocencia que podría haber en el camp, en la cultura pop se vuelve mero cinismo. Andy Warhol tomó a todas estas personas, las convirtió en ratas y convirtió a su factory en su propio laberinto skinneriano. Detrás de la celebración igualatoria de <em>“In the future everybody will be famous for fifteen minutes”</em>, había subyacente, como una maldición tallada en una sala faraónica mortuoria <em>“I create you and I can destroy you”</em>. La gente se suele quedar con lo de la fama, pero se olvida el detalle de los quince minutos, algo que me preocupa en un país como Argentina, en donde un personaje con fecha de vencimiento como Wanda Nara, no sólo se pasa de los quince minutos, sino que regresa a su país disfrazada de princesa rusa. Incluso desde la cínica perspectiva de Warhol, como un solo de batería, si se pasa los quince minutos, deja de ser divertido.<br />Cuando la imitación del camp no se torna cínica, entonces se vuelve inocua, empaquetable. Es el caso de esta estética que ha tapizado Uruguay en estos últimos años.<br />En el camp había un intento de lograr algo monumental y hermoso. En el caso uruguayo, hay un intento de ser camp, nada más que ello. </p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5256370003099810738" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpUufqkAlRjH6rK3F4pK4tQO1DR-Brwc7BUEmS7R_-4XSnuhlBsNl36VpQA172Ksdt8Uk3RYqMV76Z-SGRo_bgDUZr51w2zOrUtlZ6_7CqZq750HPdZmEBYONl0ze-B3qGRaEDog/s320/2047129754_b9fa82718a.jpg" border="0" /><br />La homosexualidad de Dani Umpi no tiene valor intrínseco, sólo se entienda por y al servicio de dicha estética. La comunidad gay, incluso en su desfiles, etc se parecen <a href="http://www.youtube.com/watch?v=5Mk_RzZI-uQ">a ese genial sketch de Little Britain</a>, en donde el gordo gay anda proclamando su homosexualidad, creyéndose el único hay del pueblo y defendiéndose a uñas y dientes de cualquier tipo de intolerancia, cuando a nadie le importa su orientación, y cuando de hecho sus padres intentan conseguirle una pareja. Como señalaba Benito en este post, <em>“no hay una cultura amarga, opresiva y omnipresente contra la que rebelarse en nombre del glamour, apenas algunas estructuras y conceptos residuales, despreciados por cualquiera que haya seguido leyendo durante los últimos 20 años”.</em><br />El camp uruguayo es autoparodia, nada más que eso.<br />Más que autoparodia, son espectáculos de afirmación ideológica, <em>in the naziest way</em>.<br />Y la autoparodia no es más que esos otro, poner quotation marks sobre cada emoción o posicionamiento.<br />Pero cuando uno dice que el camp ha tapizado Montevideo, hasta dónde se puede decir esto.<br />Más que tapizarlo, se nos ha hecho creer que está tapizado.<br />Montevideo, a diferencia de Buenos Aires, es una ciudad fácil de tomarla.<br />Sólo necesitás veinte personas con medios y conexiones y ya tenés un movimiento.<br />Y el camp uruguayo no es más que eso, el chiste interno de dos bares, tres conductores radiales, quince publicistas y diez diseñadores gráficos.<br />Un país donde la nostalgia cada vez más le pisa los talones al presente (tanto por falta de ideas como por cierta mórbida pasión por el pasado –y la nostalgia no es más que la alterofilia del recuerdo) es un perfecto caldo de cultivo para la estética camp.<br /><br /><strong>Interludio III, Hijos de los barcos</strong><br />Sin contar los ya memorables avisos de grappamiel (después de los de médica uruguaya, lo peor que se ha producido en televisión nacional), difícilmente haya un comercial tan odioso como este.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/YZflLNGBUwc&hl=es&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/YZflLNGBUwc&hl=es&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><p>El aviso en cuestión viene de una larga tradición de comerciales tan deplorables como nacionalistas, como <a href="http://www.youtube.com/watch?v=0FVMVKg1eq8&feature=related">Mi país</a>, de Rada, o el <a href="http://www.youtube.com/watch?v=CK4nQnQYA7Q">nuevo spot de Pilsen </a>con ese espantoso tema compuesto por el pelotudo vocalista de Snake. De hecho, el verso princeps de la canción, ese “<em>nací celeste</em>”, más que algo propiamente nacionalista, me trae la imagen de un niño que sale muerto del canal vaginal de la madre, celeste tras morir asfixiado por el cordón umbilical rodeando su cuello, pero posiblemente eso sea sólo idea mía.<br />Pero volviendo al aviso en cuestión, el tema trae a murguistas dando un largo inventario sobre todo lo que es uruguayo, lo cual no sería nada fuera de la norma, sino fuese por el final. Luego de una frase tan exagerada y casi utilitaria como “<em>la identidad que sus hijos van sembrando hoy/ la grande historia que engrandece nuestro uruguay</em>” –una frase que sin mucha dificultad se podría encontrar en algún discurso de Mussolini-, aparece el logo de la empresa: Schneck<br />Schneck, autoctonísimo, che.<br />Después de todo, somos hijos de los barcos.<br /></p><br /><br /><p><strong>Cazadores de sueños</strong></p><p>Pero ahora que lo pienso, en referencia al aspecto autoimpuesto y emparchado que tiene dicha movida en Uruguay, prácticamente todo ha seguido el mismo carácter y horizonte ideológico.<br />En una larga caminata que hice con <a href="http://astllr.blogspot.com/">astllr</a>, comentamos sobre el aspecto casi de espejismo, de todos los movimientos que han formado a la ciudad. Ante el aspecto cambiante y embalsamador de la cultura, yo intentaba preservar, por medio de lo que escribo, pequeñas imágenes de lo que era un Uruguay próximo a mutar y olvidarse por completo. La posición de astllr era más radical, queriendo extirpar de una vez por todas todos estos modelos, para crear algo nuevo y perdurable (quemar la tierra para sembrar, como lo hacían los mayas).<br />De una forma u otra, Uruguay no ha sido más que eso, una sucesión de movimientos que se solapan y se tapan unos a otros, sin pasarse postas, simplemente mutando. No hay un desarrollo, una maduración, sino simples mutaciones, sin efectos puntuales, sobre el organismo pluricelular de la ciudad. En los próximos años las revistas freeway, las NEO y las Bla se tirarán a la basura, y la epidermis camaleónica de Uruguay tomará otro cromatismo, buscando un nuevo chiche, una nueva broma privada que todos pretenderemos entender. Pero pensándolo de otro modo, remitiéndonos a las palabras de Sontag, quizás el camp siempre estuvo acá. Cito el punto 24:</p><p><em>“24. The pure examples of Camp are unintentional; they are dead serious. The Art Nouveau craftsman who makes a lamp with a snake coiled around it is not kidding, nor is he trying to be charming. He is saying, in all earnestness: Voilà! The Orient!”</em></p><p>Si uno va por el centro, no le cuesta más de dos cuadras encontrar estos detalles. El pastel de merengue neoclásico del Palacio Legislativo (frase sujeta al copyright del fallecido <a href="http://mentiraestelamento.blogspot.com/">mentiraestelamento</a>, el falo solitario de la Torre de las Telecomunicaciones, las casas quinta venidas a menos en Lezica, el postmodernismo del Palacio Díaz (con las luces de neón de un bowling instalado en su subsuelo), el Art Decó náutico de los primeros edificios de Pintos Risso... Este último ejemplo es bastante peculiar, ya que muestra cuan extrínsecas suelen ser las ideas que se nos meten por los poros: a uno le llama la atención de por qué Uruguay es una ciudad tan gris, y lo es por una razón tan fútil, como el hecho de las revistas europeas que le llegaban a los arquitectos uruguayos estaban en blanco y negro. Y por ahí a uno le parece algo típicamente de los comienzos de construcción de una nación, pero después aparece Natalie Kriz promocionando el <a href="http://www.youtube.com/watch?v=AgCscRysdAI">Diamantis Plaza</a>, ofreciéndole a la gente esos nichos de cristal, preguntándoles si alguna vez pensaron vivir en un hotel cinco estrellas. Uno ve aquello, y ya sabe que en el menor traspié económico, aquello quedará como un galpón lleno de piscinas enmohecidas, un gigante muerto, tan muerto como los comercios y galpones que quedaron tras el fracaso del plan Fénix.<br />Este aspecto de querer llegar a una seriedad, una seriedad que falla, es propiamente camp, aunque tampoco me pondría en plan de promocionar a la arquitectura uruguaya como exclusivamente eso. </p><p>En una de las cuantas puteadas que estaba haciendo sobre la malintepretación del camp, iba a citar que ella se puede entender de la misma forma en que L.A. Confidential es un film memorable, y La Dalia negra una película acartonada y ridícula. La versión de De Palma no es más que una parodia, un patchwork de toda la imaginería <em>noir</em>, mientras que en L.A. Confidential se permite una comunión de dicha estética con los imperativos de la trama. Pero el ejemplo viene doblemente a mano, porque sirve para citar un detalle de dicha película. En una parte, se revela que uno de los principales sospechosos, un magnate y productor de películas, amasó su fortuna creando Hollywoodland, un barrio barato a partir de la utilización de la madera de la cinematografía residual de las películas de la fábrica de sueños estadounidense, para crear un montón de casas y edificios altamente inflamables. Más o menos eso es lo que es Montevideo, una ciudad hecha de tablones y escenarios de antiguas películas, prestadas de las ideas de otras personas.<br />Vivimos y caminamos en los sueños de treinta personas que se han dedicado a soñar los sueños de otros.<br />A mí lo que me preocupa es qué pasará cuando nos despertemos. </p></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com101tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-33880931652645613692008-09-01T18:14:00.003-03:002008-09-02T04:37:23.634-03:00<strong>No pussy blues/Love songs for patriots<br /></strong>Los dieciséis años apestaban. Lo peor era que había sido una edad anhelada, una cuenta regresiva esperando que ocurriera algo, pero no, todos pasamos nuestros primeros meses en esa clase como pequeños Aguirres esperando desquiciadamente el descubrimiento de El dorado. Pronto no sólo nos dimos cuenta de que no sólo eran mentira todas las expectativas que nos habíamos hecho, sino que era peor aún. El primer mito: los bailes plus quince. Cuando uno tenía catorce, la edad de los dieciséis circulaba en común acuerdo como una cifra divina, casi alquímica, en la que uno al asistir a esos bailes tendría a todas las pendejas –por lo menos las de quince, o catorce- a sus pies. Cuando llegamos a aquella edad, los bailes plus quince habían virtualmente desaparecido, y todas las mujeres comenzaron a asistir a discotecas para mayores de dieciocho, con cédulas de sus hermanas, cargándose a los patovicas, haciéndose las borrachas, o sencillamente pasando por una basurita en el ojo en el panóptico del sistema de seguridad de los boliches (un panóptico que parecía el ojo de Sauron en el caso de que fueses hombre). Pero lo peor no terminaba ahí, una vez que lograbas la hazaña de meterte, te dabas cuenta de que eras prácticamente un hijra de la India, casi como si fueses una de esas mujeres colaboracionistas del régimen nazi en Francia con un 16 tatuado en el cráneo afeitado. 16, 16, 16. Uno lo podía sentir, prácticamente tenía el suplemento hormonal de los de dieciocho, e incluso –al menos en mi caso- los solía superar en altura, pero había algo mal, algo que estaba dentro tuyo como una maldición que se te pegaba y era parte de vos, como esos números que tiene Hurley marcado a fuego en Lost. 16, 16, 16, un código de barra que te reconocía como producto defectuoso.<br />Si aquello era jodido en el mundo de la noche, en el día, donde uno acudía a clases se revelaba más terroríficamente, como la mañana que maquilla grotescamente a algunas de esas mujeres que creíamos lindas en el consuelo de las luces y el humo. Uno ve aquellas películas yanquis y se encuentra con aquellos capitanes de fútbol americano metiendole a nerds sus cabezas en waters. Bueno, nada de eso pasaba realmente. Aquello era algo exagerado, demasiado obvio, como el período anátomo-político de Foucalt. Lo que sucedía en el liceo era mucho más disfrazado, sintomático, <em>biopolítico</em>, y como tal, mucho más difícil para escaparse de él. No había nadie discriminándote abiertamente. Ni siquiera era una indiferencia activa. Sencillamente, a las mujeres no les interesabas. La analogía es casi aplicable a la música. En los setenta, Martin Rev tocaba con una mano y con la otra se defendía de las cosas que el público le arrojaba. Johnny Rotten y Sid Vicious en su gira por Estados Unidos vivían aquella experiencia como una batalla de Verdún constante, donde el escenario era una mera trinchera frente a los golpes y gargajos arrojados por la gente. En cambio, esto era un público diferente, casi como tocar en una cena show en la que la gente está demasiado ocupada en su comida como para oír tus gritos. Alan Vega podía sobrevivir bajo el influjo de otra fuerza antinómica, pero nunca podría haber existido en un mar templado y sin viento en los que nadie tuviera una opinión ni reacción suficientemente formada sobre uno.<br />A uno le acertaba la idea de que había algo mal consigo, pero se miraba en el espejo, y más allá de usar ropa un poco más monocromática que aquellas camisetas colorinche de Rugby, no había ningún detalle físico abominable que lo separase del resto. Es más, uno veía algunas personas que tenían relativo éxito con las mujeres y objetivamente eran tipos bastante feos. En esas circunstancias, uno lo piensa y es natural que haya actualmente un fenómeno emo. Es más, leo algunos pseudo poemas míos de aquella época y me doy cuenta de que perfectamente podrían entrar en alguna canción de My Chemical Romance. Por suerte, en aquella época ninguno sabíamos de tal término, y prácticamente nos desentendíamos de toda onda, tribu, o movida que existiese. Sabíamos que había punks, pero ni a mí ni a ninguno de mis amigos nos gustaba el punk. Lo más cercano al punk era Nirvana, pero ¿a quién no le gustaba Nirvana a sus dieciséis años? (bueno, ahora que lo pienso, a mi no me gustaba Nirvana). Había algunos goth, pero aquello ya era demasiado extraño para nosotros, y más que desear alguna darky que se solían ver caminando por 18 de julio, ninguno teníamos mayores intenciones de saber sobre aquella congregación –además, ¿si no creíamos en Dios, por qué íbamos a hacerlo en Satán?-. Skater, ni ahí. Por otra parte, una vez jugué un partido de rugby en Cabo Polonio, en una de esas salidas de integración del liceo. No tenía idea de cómo se jugaba, sólo sabía que era como el fútbol americano –que había aprendido a jugar en el Nintendo 64-, pero que no había pases para adelante. La cuestión es que tomé aquella pelota ovalada y durante todo el partido no me la pudieron sacar, dejando bastante en ridículo a algunos cuantos gordos que hacía unos años venían entrenando en el Pucarú (y que habían llevado la pelota a Cabo Polonio como una forma de mostrar su virilidad de macho alfa a las demás compañeras)... La cuestión es que unos días después, saliendo de la pista de atletismo, uno de los rugbiers más buena onda que había de ese grupo me ofreció entrar al equipo. Visto en retrospectiva, aquella escena se cargó de un extraño misticismo, como si aquel tipo fuera Al Pacino ofreciéndole a Keanu Reeves todo lo que un mortal quiere tener, a cambio de procrear con su buenísima hermana al Anticristo –saben a <a href="http://www.youtube.com/watch?v=RGR4SFOimlk">qué película me refiero</a>-. Incluso, recuerdo que me dijo que si entraba podía conseguir muy buenas minas.<br />La respuesta fue no, y con el tiempo comencé a suplantar aquella actitud lastimera y autoflagelante con un no activo, un no que significaba mucho más que <em>“no me importan si no dan pelota”.</em> De hecho, a partir de los dieciséis años, más perfilándose para los diecisiete, dieciocho años, el resto de los compañeros de clase, aquellos que habían tenido cierto período de gloria, también terminaron cantando su <em>No pussy blues</em>, porque las mujeres, cada vez más ambiciosas, comenzaron a salir con tipos de veintitrés o veinticinco, tipos que las iban a buscar al colegio en auto y les rompían el corazón sistemáticamente. Hoy en día cada tanto me cruzo o escucho de alguna de aquellas mujeres, y me doy cuenta de que las cosas no cambiaron demasiado. Sus novios parecen choferes, uno los ve sólo cuando las llevan o van a buscar de fiestas en las que están mayoritariamente solas. Es triste ver cómo miles de mujeres (predominantemente de clase media, media-alta) se cagan un importante trozo juventud, entrando y saliendo de relaciones cuyo único fin es ese, estar de novias, mostrárselo a sus amigas, evitar el miedo de ser la única de su grupo que no tiene novio, evitar un fin de semana sin tener nadie quien la llame, invitar a su novio a asados en casas de balneario de sus padres, creer que están enamoradas, cuando no es más que un subterfugio hacia su soledad, o peor aún, no una soledad sentida, sino socialmente determinada.<br />Pero volviendo a nosotros, los hombres, o más específicamente El Oliver, Santiago y yo, nos fuimos –quizás inconscientemente- tomando en serio aquel no. En el extraño mundo del San Juan –bueno, no tan extraño- el ser estudioso era un hándicap, y cuanto uno más conocimiento mostrase sobre ciertos temas diferentes a “nuevos lugares en los que te entregan frees para tal boliche”, aquello se iba revelando como un lastre, una corona de espinas que uno tenía que llevar con disimulo. Uno veía algunas películas indies, y veía aquellos geeks ganadores y se preguntaba si aquello pasaba sólo en Estados Unidos, o era algo para lo que había que esperar en un par de años. Eventualmente, las películas estadounidenses tuvieron razón, y ni bien entré a facultad, la cultura se convirtió en mi caballito de batalla en eso de cargarse a minas, pero en el liceo el estudiar, el no tomar, el no fumar, el ser responsable, era algo cuasi punk. Era el mundo del revés en el que uno decía <em>Fuck the system, i’m going to study</em>. Aquello era negarse, una negación radical, patear el tablero para ni siquiera ser parte del juego. En el recreo uno le apostaba a un tipo un tanto extraño a que no podría cazar una paloma con la mano, y mientras asistíamos a un ridículo espectáculo de plumas y tropezones, las otras personas, fumando y hablando de alquilar casas para ir a veranear en La pedrera, nos veían sin saber qué comentario emitir. Aquellos fueron nuestro años con el negro Oliver y Santiago, y de a poco comenzamos a adquirir en nuestros rostros y manierismos algunos elementos de Ren y Stimpy. Rostros desencajados, ojos inyectados de venas, toda aquella imaginería grotesca comenzó a tatuarse en nuestros rostros y nuestros cuadernos.<br />Sí, nos estábamos volviendo feos, y carajo que lo estábamos disfrutando. Ir a un lugar sin perspectivas de cargarte a alguien se siente como algo completamente absurdo. El hombre construye un puente para decirle a la mina que le gusta <em>“mirá, construí un puente”.</em> Así, sin ese plus, esa promesa, todo se teñía de algo intraducible, una prisión, pero a la vez una libertad radical. No había nadie a quién impresionar. Todo estaba permitido. Santiago un día se levantó de su asiento en medio de una clase de inglés y, con unos estigmas dibujados en las palmas de sus manos gritó “soy Jesús”. Justo nos había tocado una profesora bastante religiosa y se sintió ofendida. Cada dos por tres nos levantábamos y señalábamos el piso gritando que había una ardilla corriendo por la clase. La mayoría de la gente se levantaba y se subía a los bancos, como si fuesen tan manipulables como esas histéricas de Charcot. Con el Oliver aprendimos a desmayarnos apretándonos una vena que iba al cerebro y una vez planeamos un desmayo en masa para evitar un parcial (idea a la que muy pocas personas se plegaron). Yo ya había dejado todo el tema de los OVNI’s, pero igual delante de esa gente explotaba las pocas células de Fox Mulder que vivían en mí. Incluso, los fines de semana consistían en Martín y Santiago viniendo a mi casa, y tras jugar algunos partidos de Internacional Superstar Soccer, íbamos a caminar por la calle, esperándonos encontrar con alguien de las proximidades de algunos boliches para que nos dieran algo de cerveza. Nos quedábamos haciendo puerta. Un día Martín apareció con estas minas bastante buenas, un año menor que nosotros, creo, y Santiago se quedó todo la charla insistiendo en el pedazo de sorete que acababa de pisar, mostrándoselo y observando la cara de asco de las tipas. And so on.<br />En todo aquel periplo negativista, el sexo era algo bastante lejano (a no ser que fuéramos al Casablanca, o alguno de esos prostíbulos que iba una cantidad de gente, pero que yo me negaba terminantemente a asistir), y más extraño aún era el amor. Yo me había enamorado un par de veces, pero salvo una monumental victoria que duró demasiado poco tiempo –y que me tomó un par de años reconocer que no tenía nada de monumental-, el amor era algo bastante asociado con frustraciones. La única forma de experimentar amor era escuchar canciones que hablaban sobre aquello, casi como si fuesen libros de ciencia. Ninguno sabíamos qué era el amor, pero suponíamos que tenía algo que ver con esas baladas hipertrofiadas de Guns ‘n Roses, con el amor sesentoso de Lenny Kravitz, con la sensualidad de Barry White, con alguna de esas baladas ochentosas que pasaban en las radios nocturnas, con los temas más bellos de Radiohead, ya fuera la proto emo <em>Creep</em>, la cinemática <em>soundtrack for Romeo and Juliet</em>, o <em>Fake Plastic trees</em> (que no, no era de amor, pero servía para martirizarse un poco). Mientras la mayoría de las personas tomaron sendas más o menos predeterminadas (Guns ‘n Roses por un lado, por una vía paralela, pero bastante combativa Nirvana, Peral Jam y todo el mismo heterogéneo mejunje grunge, y por el lado más metalero Metallica-ah, y también los fanáticos de RHCP), yo me mantenía aferrado a Radiohead y comenzaba a hurgar en discotecas viejas, buscando más y más cheesy love songs, que me pusieran en sintonía con lo que supuestamente era el amor. No es gran sorpresa volver sobre algunos compilados de aquella época y encontrar músicos como Al Green y Marvin Gaye, o Bruce Springsteen. Había una necesidad de sentir fuerte, hondo, y en un tiempo no mayor a cuatro minutos. Más o menos así me ocurre de encontrarme con un arriesgado descubrimiento.<br /><em>AVISO, acá es cuando meto una teoría divagante que posiblemente tenga tan pocas bases epistemológicas como el título de erotóloga de Natacha Jaitt</em>:<br />Los setenta, pero sobre todo los ochentas, se fueron plagando de power ballads –hipertrofiándolas como una naranja transgénica a cargo del Metal-, que fueron creciendo hasta derrumbarse como una torre de Babel hecha de naipes con el fenómeno <em>indie-slacker-loser</em> de los noventa, un fenómeno que irresponsablemente me gusta asociar con la tríada <em>Pavement-Nirvana-Beck</em>. Sobre todo Pavement, pero también Nirvana y Beck (con ese cuasi himno de <em>I’m a perdedor, I’m a loser baby, so why don’t you kill me</em>), trajeron la ironía a casa, y con ellas todo un conjunto de obras en los que los personajes ya no eran adolescentes apasionados de pequeños pueblos que se fugaban para casarse en Las Vegas, sino tipos agrios, incisivos, amargados, pero graciosos, como lo podría haber sido la heroína Daria (me preocupa lo mainstream y <em>MTV-oficialista</em> que se está volviendo este post, pero sigo), eso que la gente volátilmente le gustaba llamar <em>Generación X</em>. La cuestión es que si uno ve el terreno musical, puede percibir que sí, que seguían habiendo algunas de esas baladas pomposas (me refiero al rock estadounidense, por supuesto que sigue habiendo bandas pop y cantantes latinos que siguen cantando <em>teamoporqueteamoyoteamo</em>), pero se había generado un sentimiento de profunda desconfianza hacia cualquier emoción muy desnuda y sobreexpuesta. Posiblemente el punto crítico de la pomposidad amorosa había llegado con una de las canciones, pero sobre todo, videoclip más over the top de la historia: <em>November Rain</em>.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/siBoLc9vxac&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/siBoLc9vxac&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Durante mucho tiempo me había gustado aquel video, pero ahora lo veo y me tengo que mantener bien sentado, porque en cualquier movimiento descuidado me cago encima de la risa. Todo es completamente cursi, radical y hasta absurdo, quizás como una fiel muestra de la megalómana personalidad de Axl, que ya iba mostrando su hilacha psicótica. De hecho, la escena más ridículamente over the top no es cuando Axl está llorando a su esposa en la iglesia, ni cuando toda la gente se resguarda de la lluvia como si fuese una erupción del Etna, sino cuando Slash se va caminando del atrio y se pone a tocar aquel solo a las afueras de la iglesia, que extrañamente queda en el medio del desierto –alternándolo con escenas en vivo del tipo tocando parado arriba de aquel piano de cola en que Axl emula a Elton John. De hecho, en los siguientes videos siempre se le encontró una situación over the top para poner a tocar a Slash, como cuando sale del agua en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=2TV43Dug_Qg">Estranged</a>. De cierto modo, el amor se fue inflando para explotar en aquel tema que se terminó por ir más al carajo que cualquier otro tema de la época. Con esta lectura un tanto parcial y posiblemente mítica, Nirvana –banda que siempre se asoció como antagonista a los Guns, y que de hecho resultó dar su golpe de gracia a la banda de Los Angeles, sobre todo en aquella <a href="http://www.youtube.com/watch?v=Cr_XGnbsLZw">genial presentación </a>de los MTV music awards- es casi un anticuerpo que intenta volver a la homeostasis el cuerpo del rock, que había sido masivamente invadido por el sentimentalismo kitsch de la otra banda. De ahí en más, la desconfianza hacia las emociones se fue haciendo generalizada, y las letras roqueras, sobre todo las indies, se fueron poblando de cierta mordacidad, pero una mordacidad que nunca se anima a mostrar su hilacha sentimental. No es que reclame a una banda como Jesus Lizard que se pongan a hacer una balada –por Dios, no, aunque sería un experimento bastante divertido-, pero las canciones de amor fueron perdiendo aquella desnudez e inocencia que tanto me gustaba en temas de otra época. Soy un tipo que le gusta Bruce Springsteen, y no sólo el minimalismo de Nebraska, sino todas esas epopeyas de carretera de Born to run, las canciones de sentimentalismo hipertrofiado de Born in the U.S.A., incluso algunas de aquellas baladas ochentosas de Tunnel of love. En el Estados Unidos de Springsteen cada herida sangra el doble que las otras, y cada amor es un estado momificado de la eternidad, en el que se debate, en los kilómetros que se desvía una carretera de otra, el destino del universo. Incluso, cuesta creer cuan sentidos y sobreexpuestos pueden ser los sentimientos en una banda tan indie como los <em>Replacements</em>, que en los ochenta no se sonrojaban por hacer geniales covers de power ballads de Kiss.<br />De toda esa herencia romántica quedan algunos, pero no muchos, y el principal género que tomó esta posta es el Emo y el Nü Metal, entendiéndolo mal, seleccionando algunos aspectos y deshechando otros.<br />Con novia y todo, aquel Agustín de hace unos cuantos años no ha cambiado del todo, y necesita continuamente catalizar el amor por medio de películas y canciones. De este modo, preparé una lista de aquellas canciones que me parecen más interesantes, mas significativas, o que más me vienen pegando en cuanto a eso del amor. Por supuesto, esto es algo puramente subjetivo, no se trata de hacer una antología a lo Rolling Stone tipo “<em>las mejores baladas del siglo, con entrevistas a Chris Cornell, Anthony Kiedis, Madonna y Britney Spears</em>”. Y por supuesto, soy consciente de hermosas canciones que dejo en el camino, como <em>Most of the time</em>, <em>Just like a woman</em>, o cualquier tema del <em>Blood on the tracks</em>, de Bob Dylan, la hermosa colección de baladas que dejó Leonard Cohen, <em>Stephanie</em>, de Zitarrosa, a la que es difícil sobrevivir sin hacer papelones ante la primera escucha, muchas de la increíble colección de canciones de amor de Destroyer, el incómodo romanticismo al borde de la destrucción de algunos temas de Xiu Xiu, aquella monumental canción sobre la madurez que es <em>Lover’s spit</em> (Broken Social Scene), una cantidad inconmensurable de hermosísimas baladas de amor hechas por Morrisey y compañía, los desgarradores temas compuestos por Mark Eitzel, alguna de aquellas sesenta y nueve, y muchas más canciones de amor compuestas por Merrit y compañía, aquellas íntimas canciones que poseían durante tres minutos al cuerpo y voz de Tim Buckley, toda esas bossas que me faltan escuchar, y la genial <em>Plea for tenderness</em>, de Jonathan Richman, que hace poco tiempo me mandó Darío.<br />Acá va la lista. Ah, y hagámosla en 16 canciones, para mantener el espíritu. Si orden alguno:<br /><br /><em><strong>Gato Barbieri- Last tango in Paris</strong></em><br /><embed src="http://static.boomp3.com/player.swf?song=c0k4sp6eg_8" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="200" height="20" allowScriptAccess="always" align="middle"></embed><a style="font-size: 9px; color: #ccc; letter-spacing: -1px; text-decoration: none" target="_blank" href="http://boomp3.com/listen/c0k4sp6eg_8/last-tango-in-paris-tango">Boomp3.com</a><br />Mi banda sonora favorita de todos los tiempos. Ultimo tango en París funciona de una manera tan inextricable entre <em>actuación-encuadre-música</em> que posiblemente no deba ser reconocida como una obra de Bertolucci, sino una co-realizada por él, Marlon Brando y Gato Barbieri (B.B.B., una de las más brillantes cofradías en la historia del cine). Difícilmente se pueda encontrar un saxofonista más apasionado que Gato Barbieri, un tipo que va de la sensualidad al amor, del amor a la sensualidad, pasando por una estilización de música de cámara a un tango subterráneo y oscuro –como ese certamen al que acuden Brando y Schneider borrachos al final del film-, desde lo más europeo de los violines al primitivismo del mirimbao. Lo que atraviesa a <em>Ultimo tango en París</em>, tal como esos trenes en los que la cámara se detienen, sin revelarnos su destino –tal como el amor de esos dos desconocidos- no es el amor, sino la pasión, y posiblemente no hay otro ser en el mundo que haya podido materializar tal amoción de una manera tan pura y convulsiva como Gato Barbieri<br /><br /><em><strong>Federico Deutsch y los maverick c/ Pedro Dalton- Cuando el amor ama</strong>.</em> <a href="http://www.zshare.net/audio/1805003087f991b9/">(link)</a><br /><em><br /></em>Si el amor existe, suena así.<br />Realmente, es un tema hermosísimo, y se vuelve aún más hermoso considerando la sorpresa que resultó en su momento oírlo de la voz de Pedro Dalton, cantante de una banda que, aún así siendo versátil, el amor siempre había circulado, pero de una manera subterránea, casi periférica entre tanta, tanta oscuridad. La voz arenosa/rasposa reinterpreta a la letra de la canción, y en esa contradicción entre contenido y forma se puede localizar uno de los aspectos más bellos de la canción. Es lindo escuchar al Pedro tan enamorado. A uno realmente le puede alegrar el día escuchar ese hermoso verso <em>“amor, yo voy al bar sólo a verte”</em>.<br /><br /><em><strong>Jacques Brel- Ne me quitte pas</strong></em><br /><embed id="VideoPlayback" src="http://video.google.com/googleplayer.swf?docid=-7960417800080372197&hl=es&fs=true" style="width:400px;height:326px" allowFullScreen="true" allowScriptAccess="always" type="application/x-shockwave-flash"> </embed><br />Posiblemente uno de los performers más gigantes que ha dado la música. La actuación del dientes de caballo en este video es monumental, y de cierto modo me resulta imposible separarla de la canción. Es más, debe ser de las actuaciones más increíbles que haya visto en mi vida, y eso contando a películas, teatro y afines. <em>Ne me quitte pas</em> es una canción desesperada, es ese reclamar hasta el último grano de arena en un territorio perdido, el pedirle a la amada al menos arrancar un roce de epidermis, cuando no una caricia, la sensación de perder todo y arrastrarse por un poco, un centímetro de nada, pero ese centímetro que una vez fue suyo. <em>Dejame convertirme en la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro, no me abandones, no me abandones”</em>. Jacques Brel es una oda a los fluidos corporales, su cuerpo está empapado de lágrimas y sudor, prácticamente faltaría que se meara encima y estaría completo, y aún así está parado, de frente a su amada, casi negándose a aceptar la derrota en cada ne me quitte pas, todavía e pie prometiendo cosas que nunca podrá conseguirle, como si fuese aquella increíble escena de El pozo, de Onetti, donde el protagonista obliga a su pareja volver a recrear una caminata por la rambla, dándose cuenta de que el pasado ya es irreproducible.<br />Y aún así Jacques Brel sigue suplicando <em>ne me quitte pas</em><br />Pero la batalla ya está perdida.<br /><br /><em><strong>Barry White- Never, never, gonna give you up</strong> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=v4_M5PcJQmU">(link)</a></em><br />Cuando hay neuróticos como yo que siempre encuentran problemas al querer diferenciar el amor del sexo, aparece este tipo que rompe todas esas barreras históricamente construidas con la naturalidad de un niño jugando con los legos. Hace un tiempo, en referencia a un disco de T-Rex, <a href="http://www.fotolog.com/dagnasty">Dagnasty </a>decía que mientras los hippies vociferaban <em>“Love, not war”,</em> el lema que quedaba subrepticio en la obra de Bolan era <em>“Fuck, not war”.</em> De cierto modo, el gordo Barry (tipo ídolo, si los hay), le pasa el trapo a todas esas categorías. <em>Coger, garchar, copular</em>, todo en el se resume a <em>hacer el amor</em>, un acto divino que vuelve todo aquello una masa indiferenciable, una líbido flotante que contagia a todos por igual, que atraviesa el tiempo, razas y grupos sociales. Darío acierta en compararlo con Gainsbourg, porque de cierto modo el Barry es la versión morena y disco del francés. Barry White es el padre platónico de una cantidad inconmensurable de personas nacidas en los setenta, y eso le da credenciales suficientes para ponerlo en la lista con una de sus canciones más emblemáticas, y posiblemente más sensuales de su repertorio. L’amour physique, eso dicen.<br /><br /><strong><em>Bruce Springsteen- Stolen Car</em><br /></strong><br /><embed src="http://static.boomp3.com/player.swf?song=c0k5pt1vc_b" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="200" height="20" allowScriptAccess="always" align="middle"></embed><a style="font-size: 9px; color: #ccc; letter-spacing: -1px; text-decoration: none" target="_blank" href="http://boomp3.com/listen/c0k5pt1vc_b/stolen-car">Boomp3.com</a><br />Ya venía hablando de lo mucho que me gusta el Bruce como baladista, desde sus aspectos más minimalistas a sus obras más larger than life.<br />Este tema en cuestión no cae en el mismo vicio que la mayoría de otros temas no menos geniales como <em>Point Blank, Valentine’s day</em>, o la purpúrea <em>Drive all night</em>, pero los supera en profundidad (hay algunos cuantos temas que también entrarían en mi lista, como <em>Secret Garden</em>).<br />Podría extenderme sobre esta canción, pero creo que no puedo agregar mucho a lo que Benito dijo en <a href="http://fuckyoutiger.blogspot.com/2004/07/mirando-canciones-xi-stolen-car.html">este post </a>de fuckyoutiger.<br /><br /><strong><em>Guided by Voices- Over the Neptune Mesh Gear Fox</em><br /></strong><br /><embed src="http://static.boomp3.com/player.swf?song=c0k2iwjdy_o" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="200" height="20" allowScriptAccess="always" align="middle"></embed><a style="font-size: 9px; color: #ccc; letter-spacing: -1px; text-decoration: none" target="_blank" href="http://boomp3.com/listen/c0k2iwjdy_o/over-the-neptune-mesh-gear-fox">Boomp3.com</a><br />Sí, no es una canción de amor, sino más bien un himno al rock and roll, dividido por un puente pseudo-espacial con una canción de amor revanchista. Sin embargo, cuando escucho <em>“And oh, mesh gear fox/ Put out another bag of tricks from scientific box/ Time's wasting and you're not gonna live forever /And if you doI'll come back and marry you/ No use changin' now/ You couldn't anyhow and ever (forever?)/It's not the way that I fear that I feel/ It's the way you act /It's the way you look when you're near me/ It's not so hard to conceal to concede? (conceal?)/ It's the things you say/ It's the things you do go right through me”</em>, mediumnizado a través de la voz de Pollard, adquiere una dimensión épica, resultando –por lo menos, para mí- en unos de los momentos más perfectos en la historia del rock. Son canciones que tarde o temprano le ocurren a uno, siendo una persona completamente diferente al pasar por ellas<br /><br /><em><strong>Robyn Hitchcock- Linctus house</strong> <a href="http://www.zshare.net/audio/18048268de365262/">(link)</a></em><br /><em></em>El viejo Robyn, el tipo que más alto tengo en el mundo, es un tipo conocido por sus letras excéntricas, llena de pasión ontomóloga, minotauros, granjeros celestiales y hoteles de cristal, pero con una tradición de predicador que lo convierte como una especie de eslabón perdido entre Syd Barret y Bob Dylan. Igual, es mucho más que eso, y temas descomunales como este parece demostrarlo más que bien.<br />Posiblemente la historia de una pareja que se para en un momento y se da cuenta de que las cosas ya no son como antes, <em> you know i used to call my baby up/ and we'd get real close/ just like the telephone was a sofa/ and our thoughts would mingle/ and we'd leave our minds wide open/(…)/ but these days, even saying,/'hello? how are you?'/'i'm fine, how are you?'/takes a lot of sweat/ain't that a shame/ain't that a shame</em>. Perfectamente también podría hablar sobre la relación con su esposa muerta, la cual aparece fantasmalmente en muchas de sus canciones (un ejemplo de esto es la canción es <em>My wife and my dead wife</em>, en donde relata con toda naturalidad cómo vive con dos mujeres, su actual pareja, y su esposa muerta, que lo espera en el altillo, con ropas antiguas, o algo así). Pero la canción es muy Hitchcock, y tiene imágenes tremendas, como <em>but even that, even/ talking is out of reach /should i say it with flowers or/ should i say it with nails?. </em><br />Una vuelta de tuerca dulce a Ne me quitte pas.<br /><br /><strong><em>Luis Alberto Spinetta- Ella también</em> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=IVuNS9ok8vQ">(link)</a><br /></strong>Ya hablé sobre el tema en <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2007/07/melomaniando-qu-es-lo-que-hace-que-nos.html">este post</a><br /><br /><em><strong>Cat Power-Metal heart</strong> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=Fv7Mn9JZoxY">(link)</a></em><br />Metal Heart, es un tema de una belleza imprevisible y desconcertante como el ojo de un pato, un tema cuya aspereza en su letra contrasta impensablemente con lo aterciopelado de la suave y dulce voz de Chan Marshall. Cualquier <em>femme rockstar</em> habría convertido aquello en otra combativa canción de despecho (un mal muy extendido en las cantantes fanáticas de PJ Harvey), y sin embargo Chan lo hace desganada y al tiempo dulcemente, como un animalito que no le importa ser presa, que se ofrece sereno ante la mirilla del cazador. Es por esta misma razón que fracasa la reinterpretación que Chan hizo de este tema en su nuevo disco Jukebox: con una nueva expresividad vocal mucho más versátil, se pierde esa languidez que dota al tema de verdadero sentido y lo separa cualquier otro tema de amor no correspondido escrito por alguien. El sonido de alguien dejándose ir, de una desesperación encapsulada, pero demasiado bella para extinguirse del todo.<br />Dan ganas de sacarse los auriculares y darle un abrazo a la pobre Chan<br /><br /><em><strong>Nick Cave and the Bad Seeds- Into my arms</strong></em><br /><em></em><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/8owifmb8n2s&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/8owifmb8n2s&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />El tema es conocido, y funciona genial con el videoclip realizado por Jonathan Glazer (mi director de videoclips favorito). <em>Into my arms</em> está enmarcado en esos discos jodidamente personales, que siguen la línea de <em>If I could only remeber my name</em>, en donde cada tema es prácticamente una radiografía del artista. En esta época, el pobre Nico Cueva había salido de su relación con PJ Harvey, y aparece con este disco completamente introspectivo, en donde el ángel de la muerte deja sus alas negras en el paragüero y se comienza a quitar el maquillaje, mostrándose tal y como es. El Nico ya había incurrido en las baladas, como la increíble <em>Slowly goes the night</em>, de Tender Prey, pero nunca se lo volvió a ver tan frágil como en este tema<br /><br /><em><strong>Dave Matthews Band- #41</strong></em><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/1WVrNIzvLAQ&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/1WVrNIzvLAQ&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Por alguna razón, Dave Matthews band no es una banda <em>blogger friendly</em> por estos lares. Nadie me ha hablado en contra, pero de cierto modo tiene una difusión bastante silenciada en los circulos melómanos, quizás por cierto aspecto pro y virtuoso que a más de uno con pasado punky le puede rechinar, quizás por la voz de Dave Matthews, quizás por lo videoclips –frente a los que suelen optar por los temas graciosos y chotos, en general- o por una sensación de buena onda colectiva, a la que todo el mundo suele encontrar casi políticamente incorrecta. Nunca le di mucha bola a la letra, y de cierto modo sigo sin hacerlo, pero es una melodía en la que nada malo puede ocurrir, es como zabullirse en una piscina de algodón, y nadar entre cada nota sintiendo como re roza suavemente. A mis dieciséis años toda idea del amor definitivo y perfecto venía acompañada de esta canción.<br /><br /><em><strong>Radiohead- True love waits</strong> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=eik9F72JOkY">(link)</a></em><br />En cualquier instancia de flaqueo emocional –en esas que uno no sabe si está o no colgado con alguien-, esta canción es la que termina de sellar y darle un nombre al sentimiento. Así que, beware...<br /><br /><strong><em>Fernando Cabrera- El tiempo está después</em> <a href="http://www.zshare.net/audio/18050592d3fea5e6/">(link)</a><br /></strong>Ya hablé de la canción en este post<br /><br /><em><strong>Sade- Is it a crime</strong></em><br /><em></em><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/LljZcD07URI&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/LljZcD07URI&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />No es que me guste tanto Sade, pero la vuelta de tuerca va por un extraño sincretismo que se emparenta con Barry White, de cierto modo. Venía viajando por un 148 atestado de gente a eso de las nueve de la mañana –uno de los ambientes menos sexies que pueden haber- y en la programación de una radio que estaba pasando oldies y música de los ochenta aparece este tema. El nivel de exotismo y la voz de Sade contrastaban de una manera casi graciosa con el resto del deprimente entorno del ómnibus. Escuchaba esa voz lánguida, pero a la vez profunda y miraba aleatorios rostros de viejos, vendedores ambulantes y porteros de edificios que se preparaban para otro día embolante. Afuera estaba lloviendo. Fue ahí que caí en una particular cuestión de Sade, y es la capacidad de fusionar melancolía –me atrevería a decir, tristeza- con sensualidad –me atrevería a decir, erotismo. Cuando en las mayoría de las situaciones, erotismo y tristeza resultarían en un cocktail molotov del que no se obtendría nada no más bueno que simplemente deprimente, en Sade funciona perfecto, y por esa sencilla razón está en mi conteo.<br /><br /><strong><em>Tom Waits-Who are you</em><br /></strong><br /><embed src="http://static.boomp3.com/player.swf?song=17974kv4n_j" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="200" height="20" allowScriptAccess="always" align="middle"></embed><a style="font-size: 9px; color: #ccc; letter-spacing: -1px; text-decoration: none" target="_blank" href="http://boomp3.com/listen/17974kv4n_j/who-are-you">Boomp3.com</a><br />El amor como un campo de batalla. Tom Waits es un gigante baladista, con canciones con imaginería bien estadounidense, de carreteras, diners y borracheras, desde su tragicómica <a href="http://www.youtube.com/watch?v=-gwUtEEjZJ8">The piano has been drinking (not me), </a>hasta la melancólica <a href="http://www.youtube.com/watch?v=P8guvN1fdBA">Annie’s back in town</a>, pasando por la perturbadoramente verdadera <a href="http://www.youtube.com/watch?v=B0Owl_X-m8I">Time</a>, hasta la fugaz, casi impresionista <a href="http://www.youtube.com/watch?v=uNKy_zV4lis&feature=related">Johnsburg, Illinois</a>.<br />La canción es un combate, en sus versiones más <em>romanticismo modelo siglo XIX</em>, de esos combates que una vez sin armaduras, llenos de magulladuras, y sin trincheras en las que esconderse los contendientes ya se pueden ver tal y como son. Esa rebeldía hacia un objeto amoroso la sentí más de una vez, es ese casi defender hasta en los últimos puñados de tierra la individualidad de uno, sabiendo que es una batalla inútil, ya que el otro eventualmente termina formando parte de uno mismo. Todo esto está resumido en una de mi serie de imágenes favoritas de todos los tiempos, <em>Did you bury the carnaval/Lions and all/Excuse me while I sharpen my nails/ And just who are you this time? /(…)/How do your pistol and your Bible and your/Sleeping pills go? /Are you still jumping out of windows in expensive clothes? /Well I fell in love/ With your sailors mouth and your wounded eyes/ You better get down on the floor/ Dont you know this is war/ Tell me who are you this time? /Tell me who are you this time?</em><br />Qué hijo de puta.<br /><br /><em><strong>Kings of convenience- Cayman Islands</strong> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=eik9F72JOkY">(link)</a></em><a href="http://www.youtube.com/watch?v=eik9F72JOkY">.</a><br />No es una canción desgarradora, no es una canción melancólica, ni siquiera solitaria. Los Kings of Convenience fueron capaces de hacer una honda canción de amor sin recurrir a despedidas, perdones, lágrimas ni corazones. Es una canción de amor perfecta, sencilla y completamente armónica, sin melodramas, como la felicidad súbitamente encontrada en el rostro de una persona a la que uno quiere, sin tener la necesidad de exigir garantías, sin miedo a perderlo todo, solamente contemplando y sintiéndose feliz de estar con la persona querida. El manejo de imágenes refuerza esta sensación de paz, el hombre barbudo navegando en su canoa desde las Islas Caimán, el viento sobre el cabello de la persona amada, la bicicleta alquilada hasta el día siguiente. La última estrofa es una síntesis perfecta y minimalista de lo que considero que debe ser el amor (<em>si solo pudieran ver, si solo hubieran estado aquí/ ellos entenderían cómo alguien pudo elegir/ir lo lejos que fui, para pasar simplemente todo un día conduciendo/ agarrándome a ti, nunca pensé que sería así de claro</em>). Quizás mi visión puede estar mediada por el hecho de haber convertido involuntariamente a esta canción en la banda sonora de la despedida con mi novia en aquel exilio de dos meses en México. Es posible que María no lo sepa, pero de cierto modo, a <em>Cayman Islands</em> siempre la vi como <em>our song</em>.<br /><br /><strong>Epílogo:<br /></strong>Nunca me gustó la fiesta de la nostalgia. En alguna época creí que me gustaba, pero me costó algunas cuantas fiestas tan caras como horribles para darme cuenta de que no. Principalmente, el problema lo tengo en festejar una nostalgia que ni siquiera es mía, como si en mi adolescencia soliera bailar con minas al son de <em>Last train to London</em>. De la misma manera, hay tantas radios que se dedican a pasar oldies –sobre todo las que se sintonizan en oficinas y peluquerías no tan cool-, que escuchar aquellos temas que marcaron la vida de nuestros viejos no tiene nada de especial, ya que los venimos escuchando tanto como un ringtone de Miranda.<br />La cuestión es que María y yo íbamos a ir a una fiesta organizada por sus hermanos, en la que se iba a poner temas hip hop de la old school. Escuchar a Public Enemy y NWA era un buen consuelo, siempre me gustaron aquellos temas, ese beat denso, y ese espíritu combativo, anterior a la época en que los negros cambiaran sus calibres treinta y ocho por diamantes y automóviles saltarines (aunque ya había algo de eso en aquellos tiempos). María me dijo que me preparara bien, cosa que en mi caso consiste suplantar mis camisetas de bandas por una camisa. Incluso intenté ponerme mi sombrero de Tom Waits pero o mi cabeza creció, o mi sombrero se encogió, porque no me entraba. La cuestión es que María se había puesto ultra gata, con botas de cuero de taco alto, calzas y un chaleco de piel sintética. Ya le había advertido de que se ponía aquella ropa bajo su propio riesgo, pero considerando que era uno de esos días en donde se podía vestir como quería –sería muy gracioso verla vestida con aquella ropa en el mar de lana de mi facultad-, terminamos tomándonos el ómnibus sin cambiarse una sola prenda. Cuando entramos al local se generó una especie de silencio digno de películas estadounidenses. La mayoría estaba de camisetas y vaqueros, o envueltos en esos capullos en los que algunos raperos parecen aguardar para una futura metamorfosis. Las minas tampoco estaban muy vestidas. Fue así como en cierto momento de la noche, fijándome a mi alrededor –y sobre todo, fijándome en la cara de algunos tipos bastante hambrientos- me puse a pensar si el caso de María y yo no era uno de esos dignos de <a href="http://www.hotchickswithdouchebags.com/">Hot chicks with douchebags</a>. Por mucho tiempo había mirado aquellas parejas desde la vitrina, pensando, por qué es que la hot girls siempre terminan con pelotudos.<br />Voy al baño y tras dejar que unos merqueros se empolven la nariz, me miro al espejo y me saco una lagaña de la que no me había percatado en toda la noche.<br />Me subo la bragueta y me digo “hay veces que uno es tan perdedor, que ni siquiera se da cuenta de que ya ganó”.Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com62tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-4710337297682931892008-08-11T13:27:00.003-03:002008-08-11T15:29:57.797-03:00<strong>Los escritos técnicos. Love and stuff, vol.1</strong><br /><em>How can I explain I need you here and not here too</em><br /><br />Me quedo sorprendido viendo el set fotográfico parisienese de Natalia Oreiro en la nueva Oh la la, y mis pensamientos se interrumpen ante la pregunta de si voy a llevar algo, por parte de una de las empleadas del lugar. Le digo que andaba buscando un cuaderno de 200 hojas, y me señala un estante con una torre de Babel hecha de Papiros, Artes y otras marcas. Winnie Pooh, windsurf, la banda Doberman (puaj), todas las tapas parecen demasiado gays, ochentosas o simplemente chotas, por lo que me quedo hojeando más del tiempo promedio. Siento la incómoda presencia de la empleada observando mi cuerpo agachado, como esperando a que haga algo y cedo ante la presión, eligiendo un cuaderno con un poco inspirado dibujo de Sid Vicious como portada. Mientras me pregunto cómo es que Sid se convirtió en semejante baluarte iconográfico, le pregunto a la empleada por unos grafos de lápiz mecánico. Mientras los busca, vuelvo a mirar de reojo la portada de la Oh La La, y me sigue sorprendiendo la opacidad de la piel de la Oreiro, que a base de maquillaje logra un rostro que podría haber aparecido en la corte de Versalles –o al menos en la versión pop que Sofía Coppola hizo de ella. De vuelta medio embobado, la empleada prácticamente me pone en las manos unos grafos Faber Castell, y me los quedo mirando como si fuese un niño a punto de probar su primera hostia. No me gustan los grafos Faber Castell. Especialmente los HB, que tienen un trazo ultra suave, y se suelen quebrar ante la menor presión. Soy un tipo de rituales, y no puedo usar otros grafos que los Pilot (2b, en lo posible). Incluso, la ceremonia de quitarle el grafito restante –ese centímetro incómodo que siempre queda en el compartimento- e insertarle uno nuevo tiene un efecto particular en mí, que si intento rastrearlo se remonta a mi fascinación por los brazos picados de <em>Trainspotting</em> y las subsiguientes drugmovies que marcaron mi adolescencia (y de las que ya hablé en <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2008/01/escopofilia-iii-afilando-la-guadaasexo.html">este</a> post). De hecho, ahora que lo pienso, suelo meter una puntita del grafo, y luego lo inserto todo haciendo presión sobre el brazo, de modo que parece como si de hecho me estuviera dando un chute sobre una vena.<br />Pero así que no, estos grafos que eligió la mina son una mierda, y si no tienen los Pilot que yo quiero, me voy a buscar en otro lado. Justo cuando estoy por preguntarle, aparece un tipo de sobretodo en escena. Se para firmemente en frente de ella, y con una voz monocorde, casi protocolar, le dice:<br />-Sólo pasaba para avisarles que ya no voy a comprar en esta tienda.<br />Intento ver hacia otro lado, pero mis ojos se posan en los del tipo, que se mantiene fijo mirándola, y luego en los de ella, que tiemblan, sin pestañear. No me gusta caer en lugares comunes, pero son cinco segundos en los que parece haberse detenido el mundo. El celeste de sus ojos se vuelve acuoso, y el espeso rimel es como el último dique que impide que la lágrima se lance a la mejilla como kamikaze. Es extraño pensar que afuera la gente sigue haciendo sus cosas, quejándose de taxis que no llegan, juntando la caca de sus perros con bolsitas de supermercado, cruzando la calle mientras intentan escribir un mensaje de texto. Acá, en esta papelería, nosotros tres no podemos hacer otra cosa que temblar. Es así que al sexto segundo el tipo del sobretodo se va, abriendo la puerta y perdiéndose en la calle. Pienso (bueno, pienso ahora, en aquel momento no puedo pensar en nada) que la escena se habría completado con un portazo, pero son de esas puertas de vidrio que tienen un sistema que evitan estos riesgosos –aunque pintorescos- accesos de furia. Cuando vuelvo a la cara de la empleada, tiene un poco de sombra corrida hasta la sien. Como una patinadora que se reincorpora tras una caída en el hielo, ensaya una sonrisa y me pregunta con voz quebrada:<br />-Vas a llevarte los grafos también?<br />-Eh, sí, sí, claro.<br /><div><strong></strong> </div><div><strong>Butchering the Fictions</strong><br />Hace varios años que no escribo un cuento de amor. Es algo que me tiene obsesionado, sintiéndolo como uno de mis mayores frustraciones de este último año. No es sólo que no sepa cómo generar ciertos climas, o delinear ciertos personajes, directamente no se me ocurre nada, ninguna trama o personas que puedan estar atravesados por tales sentimientos, casi como sentarse en el water, sin haber comido en días, esperando a que algo suceda. De manera casi directamente proporcional, los cuentos se están sobrecargando de sexo –un sexo a lo Antonioni y a lo Selby jr- sintiéndose de una manera tan extrínseca que parecen como si fueran fruto de una macumba que me hizo Ercole Lissardi. El único cuento que llega a acariciar ciertas aristas del amor es uno que me resulta tan personalmente triste, que generalmente me cuesta llegar a la última parte. Siempre me gusta pensar en una determinada producción artística –un libro de cuentos, un conjunto de novelas, un disco, una serie de películas coaguladas por cierto nexo- como una población o una geografía determinada, y pienso que el lugar que he ido construyendo en este último año, es un sitio difícil para vivir.<br />Es muy extraño hacer convivir cierta visión romántica del mundo con una neurosis que intenta enterrar todo deseo. Cuando tenía dieciocho –luego de unas cuantas masacres amorosas en donde yo fui el principal responsable- llegué a la conclusión de que estaba más enamorado de la sensación de estar enamorado, que de las personas mismas que catalizaban dichas sensaciones. Invirtiendo la famosa frase: <em>“love the game, not the player”</em>. Había llegado a un punto donde, citando a mi amigo Pedro, el dolor –el ajeno, pero sobre todo el propio- servía para hacerlo canción, como si de escarbar en busca de petróleo se tratase. Comparto con Lacan una visión particular del acto sexual que la mayoría de la gente me discute, pero que de cierto modo se extiende a una vastedad de otras sensaciones. El <em>sexo</em>, <em>garchar</em>, <em>coger</em>, <em>follar</em>, <em>hacer-el-amor</em>, es imposible de apreciarlo en su totalidad, en su <em>real realidad</em>, por así decirlo. Sí, una porción de mi cuerpo está de hecho intercambiando fluidos corporales con el de otra persona, pero no puedo apreciar aquella situación desde lo real, sin ficciones accesorias. No, aquello sería demasiado, enloquecedor, traumático, por lo que nos sentimos obligados a mediar aquello por medio de lo simbólico. Todo el sexo está mediado por ficciones, y por esto no me refiero a que mi novia se vista de policía, o que alguno de la pareja esté pensando en el verdulero de la esquina. No, el impulso ficcionalizante va más allá, toma lugares donde sólo creemos que está la simple percepción. Esta ficción se articula de una manera más sutil, está en el hecho de concentrarnos en una parte determinada del cuerpo de nuestra pareja, en una palabra que susurra entre jadeos, en la ficción de poder o sumisión que se representa en el escenario, o en apartarnos un segundo y hacernos una imagen de nosotros haciéndolo –voyeurismo y exhibicionismo en su original estado indisociable, sin necesidad de sextapes, ni nada por el estilo-.<br />El sexo como acto sexual en sí, no existe.<br />De todo esto sólo nos quedan las ficciones.<br />(Esto es un gran consuelo para los onanistas: ya pueden decir que no hay diferencia entre lo que llevan al acto ciertas personas en hoteles y lo que hacen ustedes en sus cuartos).<br />De hecho, entre los últimos descubrimientos de la neurología, se ha comprobado que ante la percepción y la representación mental de un mismo objeto, se activan las mismas neuronas. Percepción, memoria e imaginación en el plano fisiológico es materialmente lo mismo. Este pequeño descubrimiento científico pone en tapete todas las nociones comunes que entendemos sobre la realidad de lo real. Todo es tan real como ficticio.<br />El asunto es que ni bien uno entiende la premisa, va estirando el hilo y se da cuenta de que, así como el sexo, todo en el mundo está mediado por ficciones, y probablemente muy pocas cosas lo estén tanto como el amor. A este nivel, se podría decir que sí, nosotros no amamos a la persona, sino al personaje, o más bien, el papel, el fragmento de guión que nuestro actriz/actor interpreta en la obra dramática de nuestra vida.<br />Lo particularmente extraño es que en este último año, a pesar de mi estancamiento a la hora de escribir cuentos atravesados por el amor, gran parte de lo que me obsesionó en la música o en el cine estuvo mediado por este sentimiento.<br />Primero, Wong kar Wai.<br />Siempre que termino de ver una película de Wong kar Wai –a no ser la última, que es un film considerablemente menor-, salgo de aquel mundo con una sensación que en una disección fenomenológica no podría ser otra que de enamoramiento. En el compendio de sensaciones es exactamente eso, aquello se siente igual a esas noches en donde uno se da cuenta de que se está colgando con cierta persona, recordando miradas, o cosas que dijo.</div><br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5233328143049540946" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqN2WaBqzPi_TeAySyrZBE9Vj-LPlSo6nhUGcnr7l5B2BFZCyhXLkzz89jpxcA8XkdrVOiUO3BcqntZiBjjog_xgC-VPLyLHAL4q1CMPhSzbuw0_u7Bm-sV6ZMZQM8LA_XpokRBw/s320/in-the-mood-for-love-de-wong-kar-wai.jpg" border="0" />Algunos lo acusan de formalista –no estoy de acuerdo- y que siempre hace la misma historia. En este último punto, la verdad es que sí, más allá de la conocida trilogía formada por <em>Days of being wild, Con ánimo de amar </em>y <em>2046</em>, casi la completud de su filmografía se basa en el amor siempre buscado y perpetuamente perdido, un perro que intenta morderse la cola, mareándose y desfalleciendo tras varios intentos. La asintótica búsqueda por la reciprocidad, esa derrota firmada y confirmada una vez tras otra. Al parecer, desde la óptica de Wong kar Wai el único amor es el amor perdido, o el amor incapaz de concretarse, y aún así, sus films no son amargos. Al contrario, una y otra vez me termino enamorando de los personajes, ya desde el policía consumiendo ananás en almíbar expirados y la chica que pone una y otra vez California dreaming en <em>Chungking Express</em>, hasta la entrópica pareja homosexual de <em>Happy together</em>, pasando por las bellezas que desfilan por la vida de Cho-mo Wan, entregado a su más abyecta soledad en <em>2046</em>, y los inquilinos despechados, pero incapaces de traicionar a sus parejas en ese film monumental que es <em>Con ánimo de amar</em>. Nacimos para perder, uno lo tiene bien claro cuando entra en el mundo de Wong kar Wai, pero quiere presenciar esa derrota, hacerla suya, vivirla y sufrirla dulcemente, tal como lo hacen los personajes de sus películas.<br />Y este síntoma me preocupa, porque voy viendo que tales personajes se van convirtiendo un patrón en mi vida.<br />Este post me cuesta escribirlo porque tengo que complementarlo con mis frenéticas bajadas de todos los capítulos de <em>The office</em> (Estados Unidos). Me es imposible señalar cuan genial me parece la serie. Me impresiona la forma en que los personajes se van enriqueciendo capítulo a capítulo. En este sentido, no me preocuparía al afirmar que algunos cuantos personajes son mucho más multidimensionales que los de <em>Seinfeld</em>. A no malinterpretarme, <em>Seinfeld</em> es probablemente la mejor serie cómica de todos los tiempos, y con ella llegaron a una perfección tal que me resulta imposible elegir a uno de los cuatro protagonistas (aunque internamente creo que la cosa está entre George y Kramer). Sin embargo, tal como indica el último capítulo de la serie, ninguno termina aprendiendo realmente nada, y en ese pequeño detalle se encuentra el gran bastión de <em>The Office</em>. Steve Carrel en el papel de Michael es políticamente incorrecto, choto, egomaníaco, chanta, en pocas palabras, un pelotudo. Sin embargo, es mucho más que eso, y lo que comienza siendo un personaje desagradable que a uno hasta le incomoda verlo en la pantalla, se muestra en su amplio espectro, con desconcertantes claroscuros para una comedia norteamericana. Y así con casi todo el resto de los personajes (hasta el bizarrísimo Dwight tiene su costado tierno, sobre todo en su relación con la frígida Angela).<br />Ahora, ¿a dónde va todo este rodeo? Diferente de lo que me imaginaba, el principal hilo conductor de la serie no son las cagadas que se manda Michael, sino la relación entre Jim y Pam, dos de los empleados de la empresa. Con el genial recurso de la cámara dentro del universo diegético de la serie, junto a algunos recursos que hacen recordar a lo mejor del Dogma 95’, el lente registra gestos, miradas y silencios que nunca –al menos que yo recuerde- los había visto en ninguna serie de televisión. El efecto que da es como si todos los actores actuaran en cada escena, ya que la cámara rápidamente enfoca a uno haciendo algo, y lo desenfoca en un segundo centrándose en el efecto que esa acción tuvo en otro empleado. Uno se siente casi como esa persona que sabe un secreto, y que intenta corroborarlo en silencio cada vez que se presenta una situación en particular.<br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5233328135431967490" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEix704ujmdCSr1UL7GTiMOGizp1IRR8r6BqtTPYh_UMbE0U9haw7r76M8dbs91ZE3tVTBoDBNbqV_lc-wrs7UxCL9Toc0XJVRJXiVVfiV5kVPi1TcVBzG02saQ7fmqtuZKIxgvKMw/s320/pamandjim.jpg" border="0" />A medida que transcurren los capítulos, uno se da cuenta de que Jim y Pam están enamorados entre sí, pero no se llega a presentárselo de forma verbalizada, situación frente a la cual una serie lobotomizada como <em>Friends</em> se encargaría de exponer en una divertida confesión llena de <em>my gods!!!</em> y risas de relleno. Uno sabe que la relación de ellos está marcada desde el principio, ya que Pam está comprometida con un no tan elocuente, pero aún así bueno, trabajador del depósito de la compañía (volviendo a los ejemplos, cualquier serie se habría encargado de pintarlo a este como un hombre de cromagnon o un ser completamente despreciable, a modo de que empatizáramos mejor con el amor de los protagonistas), al mismo tiempo que ella y Jim se encuentran en una insostenible condición de amistad. Es una relación en donde los pequeños gestos y miradas se van acumulando capítulo a capítulo, y uno termina enamorándose de aquella relación.<br />Parece medio repetitivo esto, pero quiero señalar un punto. Cuando digo “uno termina enamorándose”, no es un mero recurso expresivo para decir que la presentación de la pareja nos parece tierna, cautivante, o que está muy bien trabajada. Cuando digo “uno termina enamorándose”, me refiero concretamente a eso. Es una ficción que uno la va internalizando, y que comienza a tomar ciertos espacios de su vida. Y la sintomatología es la misma, de igual modo que uno se puede excitar con una pintura, o llorar con una canción. Un post atrás señalaba en mi pirámide de gustos cómo es que uno sin conocer a cierta persona –dígase músico, actor, futbolista, escritor, jugador profesional de mikado- puede desarrollar frente a la misma auténticos sentimientos de cariño o devoción, casi como si realmente conociese a esa persona. Cuando veo a Chan Marshall, me viene una sensación de abrazarla, ayudarla a mudarse, intercambiar bufandas y quedarme hablando con ella, como si fuese mi mejor amiga, así como Tom Waits me parece alguien a quien admiraría con ojos de niño, como ese tío al que uno lo termina tomando como ídolo o role model. Uno piensa que tales sentimientos son solamente propios de enfermizos fans que se suelen disfrazar de su ídolo y asistir a convenciones con otras personas que también se disfrazan de ellos y hacen festejos en cada uno de sus cumpleaños. Siempre se ha tendido a pensar que el fanático ocupa un rol periférico y pasivo, como si sólo se limitase a recoger las migajas de genialidad que arroja el ídolo. Sin embargo, Henry Jenkins en Textual Poachers, en su análisis de la cultura de fans señala que el rol de ellos es más activo de lo que parece, reescribiendo y adueñándose de sus películas o personajes favoritos tras una serie de técnicas, como la recontextualización, refocalización, cruces entre distintos textos, junto a otras. De este modo, la actividad del fan tiene un elemento de adquisición de poder: <em>“Los fans efectúan sus incursiones y saquean lo que pueden; emplean los bienes saqueados como cimientos para construir una comunidad cultural alternativa”.<br /></em>El enamoramiento en sí no es más que eso, una idealización de la persona y un saqueo de esa idealización, que puede hacer convivir a una persona con alguien que hasta puede resultar auténticamente peligroso para su vida –es un elemento que resulta omnipresente en los casos de las mujeres golpeadas.<br />Ahora que lo pienso, la parábola del amor cortés, en donde los personajes se acercan sin llegar a tocarse, es una particular obsesión mía, que se remonta a mi pubertad, o incluso antes. Posiblemente la relación inacabada e inacabable de la década de los noventa es el binomio Fox Mulder- Dana Scully. Es difícil hacerles entender el papel que los Expedientes X ocuparon en mi vida. Esto se los dice alguien que llegó a hacerse una placa del FBI poniendo una foto carné suya. Así de limado. Pero más allá de la serie, casos paranormales, intrigas gubernamentales, para mí, llegando al hueso mismo de la serie, todo aquello es un mero decorado para desarrollar la relación entre Mulder y Scully. En su esencia, The X-Files es una telenovela con elementos de ciencia ficción. Uno siempre esperaba que uno de los dos finalmente bajara sus puentes, pero al mismo tiempo iba deseando que se mantuviera esa eterna procastinación, como ver hasta cuando se puede inflar un globo, aún con el riesgo de que se explote en la cara. Eventualmente la serie se fue desvirtuando, y con la ida de Fox Mulder y la eventual concreción del amor, quedó un resabio amargo, pero volviendo a ver las primeras seis temporadas, especialmente la tercera, creo –la temporada del cáncer de Scully-, uno puede certificar que, mientras duró, fue una de las mayores historias de amor contadas en la televisión.<br />En estos últimos años me fui percatando de mi amargura, pero toda esta idea que se me hacía en la cabeza se hace añicos cuando me veo como una quinceañera, sufriendo y deseando que Jim y Pam puedan estar juntos.<br /><div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5233328129766653890" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMikFErJ8-bdXxUIlD1Hk5331J9WJMeQE5UXRjplAMuK99UtcjMeRfr0ip7Pzvmz2p8S-k3rqiMZBQAmVCRxj6yzuQYYNIKnJYK18eP7Uy-45-CqoLmvOh38iaIX-n9J9llR1wvw/s320/mantis_religiosa.gif" border="0" /><strong>Cet obscur objet du désir</strong> </div><div><em>“El amor hacia una mujer es sólo posible si no se consideran sus cualidades reales, y por lo tanto si se reemplaza su realidad psíquica por potra realidad diferente y en buena medida imaginaria. El intento de realizar el propio ideal en una mujer, en lugar de tomar a la mujer por sí misma, implica necesariamente la destrucción de la personalidad empírica de la mujer. Por ello el intento es cruel con la mujer; el egoísmo del amor pasa por encima de la mujer y no se preocupa en lo más mínimo por su auténtica vida interior […] El amor es un asesinato” </em><br />Es difícil tomar al pie de la letra esto, cuando sabemos que quien lo dijo fue Otto Weininger, un nazi-judío-homosexual (qué combinación, che), en cuyos textos su misoginia haría ver a Gerardo Sofovich como un continuador de <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Betty_Friedan">Betty Friedan</a>. También, el hecho de que se haya suicidado a los veintitrés años, no le da credenciales como ejemplo de una persona muy equilibrada. Sin embargo, como dice el viejo refrán, hasta un reloj roto da bien la hora dos veces al día (bueno, los analógicos, al menos), y efectivamente el tipo, quizás sin saberlo, dice una gran verdad. Si lo podamos de sus ataques a la mujer, y consideramos lo dicho en criterios más generales, señala algo que se repite en las relaciones amorosas, que es una cuasi mutilación del otro en pos de adaptarlo a la imagen que uno tiene de él (como si de un Bonsái estuviésemos hablando). En boca de Lacan, <em>“te quiero, pero inexplicablemente quiero en ti algo más que a ti –el objeto a-, y por eso te mutilo”. </em><br />Este juego de idealizaciones por momentos resulta tremendamente perverso. Volviendo al tema de la mujer, y lejos de posicionarme desde la óptica de Weininger (por Dios, no), en la producción cultural predominantemente masculina, siempre la mujer resultó como algo escurridizo de entender, y de encerrar dentro de cierta intelección (de ahí la frase <em>“la mujer no existe, hay mujeres”</em>). Ante ese miedo epistemológico, se ha erigido el mito de la mujer como ese oscuro objeto del deseo, la Lillith de la Biblia, la <em>femme fatale</em> del cine noir, las sirenas de los mitos griegos, la Salomé que hace rodar cabezas por el encanto de sus caderas. En dichas producciones, la mujer suele aparecer en un principio como la parte débil del binomio, pero conforme transcurre la obra (película, novela, lo que sea), termina devorando al macho, y siendo testigos nosotros de cómo lo realiza.<br />Haciendo un repaso mental, me doy cuenta de cuántas veces se repite este modelo en el cine. Posiblemente, una de las películas que mejor ilustran esto es <em>El ángel azul</em>, viendo como el profesor Rath –Emil Jennings- va cayendo en picada bajo los encantos de Lola (la histórica interpretación de Marlene Dietrich). Al principio Lola parece una dulce bailarina de Burlesque, pero eventualmente va tomando pequeños territorios de la vida del profesor Rath, hasta convertirlo en un payaso más del show de variedades al que ella pertenece. Es difícil encontrar escenas más dolorosas que la de su decadencia presentada en esas sesiones de maquillaje delante de su espejo. Incluso, si uno rastrea ciertas escenas claves, vemos que Jennings muchas veces está a los pies de Dietrich, viéndola hacia arriba como si fuera un niño esperando la gratificación de un mayor.<br />Y conforme uno sigue viendo películas, se da cuenta de que la femme fatale se repite una y otra vez. Es casi un arquetipo jungiano. En <em>La Viaccia</em>, Belmondo cede ante los encantos de una prostituta, robando para seguir asistiendo al prostíbulo donde ella lo atiende (todo esto cobra más sentido por el hecho de quien lo atiende es Claudia Cardinale, lo que convierte el asunto en algo mucho más entendible, y hasta obvio). <em>Le chienne</em>, de Renoir es prácticamente lo mismo. Con el cine noir, ni me meto, el mismo término femme fatale fue acuñado en torno a sus distintivas protagonistas femeninas. Y, en películas más recientes eso se repite, desde <em>Ran</em>, de Kurosawa, hasta Bajos instintos, de Verhoeven, pasando por <em>Lost Highway</em>, de Lynch, <em>Audition</em>, de Takeshi Miike, –que en realidad es como un tremendo ensayo sobre la fantasía masoquista llevada hasta su últimos límites- y la no tan reciente <em>Ese oscuro objeto del deseo</em>, de Buñuel, en donde las dos versiones de una misma mujer –literalmente- van convirtiendo a su pretendiente en un pelele –qué palabra tan buena que no suelo usar-, hasta la escena en que una de las Conchitas -no me malinterpreten, ese es el nombre del personaje- pretende tener sexo con un español delante de él.<br />Sin embargo, una película en la que el rol activo de la mujer suele pasar desapercibido, pero que es fundamental, es <em>Último tango en París</em>. Casi como si fuese la versión europea de <em>El imperio de los sentidos</em>, es posible que la película de Bertolucci sea uno de los mejores ensayos del duelo y la perversión.<br /><em>Nota: en este párrafo hablo sobre la trama en sí, así que quien no la vio, le recomiendo que se lo saltee y siga leyendo a partir del siguiente. </em></div><div>Ah, y si quieren mi ensayo completo sobre la película, lo pueden bajar <a href="http://www.zshare.net/download/168758441be652af/">acá</a> (era para facultad, así que si les embola Lacan, no se los recomiendo)<br />No sé si lo he dicho, pero <em>Último tango en París</em> contiene mi interpretación masculina favorita de todos los tiempos. Lo que hace Marlon Brando va más allá de lo que puede hacer cualquier ser humano, cada escena en que aparece el mundo parece temblar, pero no sólo dentro del televisor, en la casa misma, en la cama donde uno está sentado viendo aquello. Marlon Brando es Paul, un reciente viudo que tras un ocasional encuentro sexual con Jeanne (Maria Schneider) comienza una extraña relación, en donde ninguno de los dos sabe el nombre del otro, y donde se establece un aparente sistema de dominación, que va <em>in crescendo</em>, hasta el final, en donde la balanza de dominación se termina desbarajustando, con Paul asesinado por Jeanne (fíjense que en su esencia es casi un calco de la película de Oshima). En esta relación, al comienzo Paul se muestra como el gran perverso. El esfuerzo de la perversión está dirigido a no extraer consecuencias significantes acerca de su saber de la falta, para lo que se va a prestar como objeto de las fantasías del otro, queriendo pervertirlo, convertirlo uno de los suyos. No se puede encontrar algo más parecido a este sentido didáctico perverso que en las frases en contra de la constitución de la familia, que obliga Paul a Jeanne a recitar mientras la viola analmente (the butter incident). A fin de cuentas, el ideal del perverso se apoya en el objeto inanimado, siendo el goce no otra cosa que presenciar la entrada en juego colocándose a sí mismo o al otro como mero objeto. En un principio uno pensaría que Paul es el dominador, siendo la pobre Jeanne una mera súbdita, sobre la que cae de la manera más violenta todo el aprendizaje. Sin embargo, en el sadomasoquismo no hay un polo pasivo, y el final mismo nos da para pensar si, al final de cuentas, no es Paul, sino Jeanne la verdadera titiritera detrás del biombo, ya que ni bien le cuenta su verdadero nombre, su ocupación, la verdad de su esposa y su pasado, una mueca de desdén se le llena en el rostro. En ese preciso momento, Paul deja de ser el objeto que colma su placer masoquista y se convierte en algo desechable: una persona. Es precisamente en el momento en que Paul se presenta como sujeto y no objeto que el deseo perverso de Jeanne se extingue. Es preciso abandonar el sujeto. De cualquier manera. </div><br /><div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5233328133741038914" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgbQ3mbK0OssqGLMqlXZZYDsBqrApjTqpzhI6hUDFPdj41uP7P_Zqnsa2s7HXZbXmB2UY3PjUUnyMHUG9-tu8TRWCWaGmJGPFxDqYs-5VD-IfIlslfIItJIGTA1ItX7QUXQQtXLAg/s320/66694173_888e4e0f80.jpg" border="0" />Lo que prima en el perverso es la incapacidad de amar, la capacidad de anudar goce con amor, establecer el único acto duradero con el objeto. En la perversión todos los objetos son substituibles. Más allá de los objetos en sí (tacones, latex, cuero), incluso, en el mismo sistema de libro negro que se aplica en ciertos hoteles refinados (una especie de carta especializada de prostitutas a domicilio), uno puede seleccionar exactamente cómo quiere a su acompañante, y posiblemente siempre ante la falta de una pelirroja de trenzas, una mera tinta capilar resuelve el escollo. En el amor, gracias a Dios no. Uno no puede enamorarse muchas veces, y mucho menos de varias personas al mismo tiempo. El Amor reclama exclusividad y es en esa exclusividad que se encuentra lo eterno –es una observación analítica, mis ánimos están más que lejos de promulgar el mito cristiano de <em>“hasta que la muerte los separe”</em>. (Pensándolo bien, esta es una conclusión bastante jodida para quienes creemos que la poligamia debería ser el estado natural del ser humano).<br />El amor es la gran carnicería de las idealizaciones.<br />Ahora, lo que –al menos teóricamente- me preocupa es:<br />¿Esta idea de el amor como mutilación de una persona a una imagen preformada e internalizada, no es en esencia, por sus caracteres de meros moldes intercambiables, no más que otra definición de la perversión?<br /><br /><strong>Epílogo</strong><br />María tiene examen el sábado. Es viernes de noche, y se tiene que quedar en su casa estudiando. En Azabache se está festejando el cumpleaños de alguien perteneciente a mi círculo de amigos. Sin embargo, decidí quedarme en mi casa, intentando terminar un cuento que he tenido en la cabeza los días anteriores.<br />Son las tres de la mañana. He estado viendo y reviendo estos capítulos de <em>The Office</em>. Recién me doy cuenta de que durante cuarenta minutos he estado salteando episodios que ya vi, buscando exclusivamente las escenas que muestran la relación de Jim y Pam.<br />Hay una en particular, que me fascina:<br />Hay una extraña costumbre en la oficina, que es que cuando dos personas repiten una misma frase al unísono, uno de ellos no puede hablar hasta que le compra a la otra persona una Coca. Al comienzo del capítulo, Jim repitió una frase de Pam, por lo es él quien tiene que comprársela. Cuando van a la máquina expendedora, resulta que no quedan más. Conclusión: Jim no puede decir nada el resto del día –al menos hasta que consiga una Coca para Pam en otro lado. El capítulo sigue y pasan otras cosas muy divertidas, que nada tienen que ver con este hecho en particular. Lo que sí importa es que Jim está enamorado de Pam, y en los últimos capítulos ella ha estado organizando su casamiento (y por supuesto, no sabe de lo de Jim –o los sabe a medias, aunque es muy probable que en el fondo los sepa, es decir, que su coworker está enamorado suyo /y, de paso, que ella también lo está). Casi al final del capítulo Jim está sentado con ella –todavía sin poder hablar, siendo fiel a las reglas del juego-, y ella le dice you look that you got something really important to say but you can't for some reason, sólo para joderlo y babosearlo por su mudez temporal. El se ríe y ella lo jode de distintas maneras, por momentos en tono serio, pero con una risa eventual que sella las cosas como un mero chiste. Es ahí que ante esa insistencia en joda, en el último “You can tell me anything”, Jim sigue sonriendo, pero se la queda mirando un poco más serio y tras unos segundos mira hacia abajo, como diciendo “me gustaría decirlo, pero vos sabés bien que no puedo”. La cámara muestra la cara de Pam, y su sonrisa se le descompone en un rostro invadido por una seriedad momentánea que resulta indistinguible del miedo. Pero ninguno de los dos dice nada. Son veinte segundos grandiosos. Y no puedo parar de verlos.<br />Es mi tercer whisky en la noche. Tomo uno, y cuando el liviano mareo se me va, me vuelvo a llenar el vaso. En otras noches pensaría que servírmelo resultaría una patética imitación a Bukowski, como un ridículo ejercicio de decadencia y bohemia. Pero me doy cuenta de que realmente necesito tomar este whisky.<br />Había pensado que podía aprovechar esta noche solo para hacer cosas que no puedo hacer cuando estoy con María.<br />Había pensado que podría terminar ese cuento, o comenzar uno que hable de una pareja como Jim y Pam. Sin embargo, me doy cuenta de que no puedo.<br />Estoy escribiendo esto, y pienso que estoy desperdiciando el tiempo, cuando en unas semanas extrañaré estas noches para mí mismo. Y sin embargo, me doy cuenta, pero no lo quiero reconocer, de que la estoy extrañando esta noche.<br />Me recuesto en la cama, manteniéndome ligeramente erguido sobre el codo. Pongo <em>Bohren und der club of Gore</em>. Ya había hablado de ellos <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2008/02/sbados-largos-big-blackflaming-lips.html">acá</a>, es un jazz lento, pastoso, con un saxofón que se arrastra por la habitación. Es casi un <em>doom jazz</em>, más propio de una película de Lynch que de un policial negro. Tomo un sorbo de Juanito el caminante. Por la posición de mi cuerpo y como si mi sistema digestivo se mimetizara con la música, adoptando su ritmo y su tempo, siento cómo el líquido desciende lentamente, casi como una serpiente, por las profundidades de mi organismo. Tras el ardor inicial a la altura de la garganta, el sorbo baja por el esófago. Lo siento abrirse paso lentamente, quemando al principio, dejando una estela de frescura después. Mi cuerpo parece insignificante, casi descartable. Es como si el mundo se fuera cerrando sobre mí, como un libro. </div><div>Y entonces lo siento, lento como la miel, el whisky llega al estómago. </div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com37tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-64101153087535598872008-07-20T15:59:00.004-03:002008-07-20T17:59:25.823-03:00<strong>Inviernos-de-un-solo-buzo<br /></strong>Hacía casi un mes que no posteaba nada, principalmente por un examen de Antropología filosófica y una serie de actividades que me mantuvieron bastante ocupado. Un residuo extraño de esta abstinencia, es que al adquirir cierta distancia del vórtice de entradas, comments y counters, uno se da cuenta de que más allá de todas las posibilidades de potenciar de un modo civilizado su egomanía, se instala cierta lógica dentro de algunos de nosotros que nos llevan a recodificar algunas apostillas de nuestra vida cotidiana como <em>posteables</em>. Más de una vez, El fino o Santiago me han dicho “esta situación seguro que la vas a transformar en un post”, cuestión que hace que alguna gente ande absurdamente más cauta a mi alrededor.<br /><div><em>This blog could be your life,</em> podría ser un rentable sublema para este blog.<br />Pero volviendo al hecho en sí, serenamente saturado de actividades, hace unos días tenía la cabeza recostada contra la ventanilla del 121 y entonces al doblar por Bulevar veo extrañado un parque infantil atestado de niños. Nunca me había gustado el parque infantil, personalmente prefería el Parque Rodó, que tenía una esencia más desaforada y cadenciosa –los ecos del Rock and Samba se siguen escuchando hasta ahora, donde los chetos juegan a hacerse los planchas durante unos minutos antes de ajustarse el cuello de su polo rosada y entrar a W Lounge pasados de vino-, y montañas rusas que daban más miedo que las del Parque de la costa, pero más que por su velocidad y concentración de la fuerza G, por la idea de una verdadera posibilidad de descarrilamiento. Pero la cuestión es que me quedé mirando a esos niños y al ser un miércoles aquello resultaba tremendamente extraño. Tardé algunas cuantas paradas en recaer en el hecho de que estaba en plenas vacaciones de julio: de ahí aquel bebé con rostro de vómito inminente sentado adelante mío, de ahí aquella madre con tres niños y globos rosados a punto de estallar, de ahí aquella niña llorosa que me hace pensar que Herodes fue un incomprendido.<br />Mis vacaciones de julio escolares siempre fueron muy introspectivas, con escasísimos hábitos familiares de vacacionar en el exterior o la costa de oro, y con el karma de tener que cuidar a una hermana menor, por el hecho de que ninguno de mis padres hacía uso de su licencia en aquel período. Personalmente, mis inviernos se reducían a dedos amoratados –posta- de jugar al Super Nintendo, visitas de amigos y ocasionales gripes. Siempre estaba esa película animada de la que toda tu clase hablaba, y generalmente la iba a ver acompañado por mi abuela, a cines como el Trocadero, hoy en día convertido en lo que yo llamo un <em>Centro de Macumbas Cristianas</em>. Pero sin lugar a dudas lo que caracterizaba aquellas dos semanas eran las horas frente al televisor, la coordinación viso motora entrenándose con una disciplina shaolin, los Games Over y los Passwords anotados con crayones en el reverso de cajas de cassetes.<br />Más allá de que los julios -lejos de ser ese pequeño intersticio de joda antes de que las cosas se pongan serias- en la vida universitaria de la mayoría de nosotros se vuelven fatídicas semanas de estudios para exámenes, había algo más que no me permitía ubicarme dentro de esta estación. Salgo del ómnibus y me quedo viendo en la ventana de un cyber. Atrás mío pasa la gente, taxis y los conocidos vagabundos que convirtieron a Tristán Narvaja en su living. Me quedo fijado en mi reflejo, fundiéndose en computadoras y estudiantes estresados, y en un momento preciso reconozco lo que me llama la atención: un solo buzo. Ni guantes, ni bufanda, ni campera. Esto no es un invierno, che, o más bien, es aquello a lo que llamo <em>invierno-de-un-solo-buzo</em>. Es extraño verme caminando por las calles tan ligero de ropa, cuando no hace más de seis años me apodaban Capullo, no como una diatriba gallega, sino por mi cebollística forma de abrigarme. Incluso, no sólo es mi caso (que de hecho soy un tipo particularmente poco friolento), algunos manyas aprovechan la posibilidad de relucir su camiseta para reclamar paternidad a los de Nacional, y las mujeres quieren seguir sacando provecho de sus tetas hasta que aquellos adiposos seres tengan que invernar y volver a sus cuevas de lana. Los que leen seguido acá, sabrán que hay algo que me obsesiona, y esto es la construcción de una estación por medios más vivenciales y afectivos que cronológicos y sociales. En mi caso, este invierno-de-un-solo-buzo todavía está flotando en un grado de indiferenciación, un espacio transicional que genera una cierta angustia epistemológica. Porque sí, hay elementos de sobra que nos indican que estamos en plenas vacaciones. Caminar por el shopping y no mirar al suelo –con el riesgo de llevarte por delante a un niño- es una actividad tan desquiciada como ir corriendo descalzo en la noche por la Plaza Villa Biarritz, sin esperar encontrar alguno de tus pies untados con mierda, a la vez que, incluso superando a nuestro fastidio por los niños, los púberes se revelan como una de las mayores amenazas, acostumbrándose a salir a la calle cada vez más tarde, tan estúpidos como indomables, bebiendo (poco y mal), yendo en patota y gritándote cosas por inercia (pendejos y minitas a los que uno de golpearlos iría directo en cana), como si fueran versiones pocket de las postapocalípticas hordas de <em>Mad Max</em>, o las piradas pandillas neoyorkinas de <em>The Warriors</em>. Me gustaría poder decir “bueno, yo supe ser como ellos en su momento”, pero no, a aquellos años yo andaba jugando al Nintendo, e ideando planes de imposible concreción con amigos.<br />Como era de suponer, películas y discos –que casi ninguno tiene mucho de invierno tampoco- enmarcaron esta extraña semiestación, pequeñas obsesiones en los que tramité todos mis impulsos infanticidas. He aquí mis películas y discos de invierno<br /></div><div>Películas:<br /><em>Los amantes regulares (Philippe Garrel)<br /></em>Los números redondos suelen propiciar el revisionismo de ciertos eventos, análisis de medios, fines, resultados, agentes y contraagentes. Con los cuarenta años del mayo francés no es la excepción, y todas las universidades, medios y políticos se han visto obligados a criticar, romantizar, elogiar, defenestrar, relativizar y todos los <em>ar</em> en disposición con respecto a este tema. Pienso esto mientras me voy de facultad, viendo una pancarta hecha por el CEUP con el famoso lema <em>“La imaginación al poder”</em>. Me contengo un poco la risa, por el hecho de que me es completamente difícil encontrar algo menos imaginativo que el gremio de facultad, con un accionar tiene más de Bréznhev que de Guy Debord. Por estas mismas razones, no fue sorpresa que el Festival de Invierno de Cinemateca incluyera una película que tratara este tema.<br />Domingo, 22:00. Duración del film: 179 minutos. En cuestión de números y fechas, la opción no parecía muy alentadora, pero recientemente había visto del mismo Garrel <em>Inocencia Salvaje</em> y me había parecido más que buena. Tras una serie de llamadas, con El fino firme al volante llegamos como una flecha atravesando el telón de la lluvia y la noche.<br />Ya desde el principio se plantean los grandes temas del mayo francés, un chico llamado François –y que eventualmente reconoceremos como el protagonista- plantea que le gustaría publicar un libro con sus poemas, pero teme contradecir a sus principios. Instantes después, le pregunta a un amigo qué le gustaría hacer en un futuro, y él le responde que le gustaría ser un pintor de brocha gorda (es decir, pintor de paredes). Cuando se le pregunta por qué no quiere ser un pintor de verdad, el responde que el pintor de brocha gorda <em>es</em> el único pintor de verdad. Autoría, situacionismo, Isou, Guy Debord: empezamos bien.<br />La película se centra en la vida de François y su eventual enamorada durante las postrimerías del mayo francés y los siguientes años de resaca revolucionaria. Por encima del mismo tema –ya tomado incontables veces en el cine-, lo que más llama la atención es el ritmo y estilo que Garrel le da a tales acontecimientos y el increíble blanco y negro del film (El fino tiene razón en señalar que cada uno de los planos de la película es una fotografía perfecta). Un ejemplo bien claro de esto es la escena de las revueltas estudiantiles. Estas son filmadas a un ritmo real, con planos fijos de varios minutos, recreando el auténtico ritmo de una defensa tras barricada, prescindiendo de un montaje que las dotara de mayor espectacularidad. Casi se podría decir que estas escenas no están tan actuadas como coreografiadas, un estilo que recuerda al flujo del campesinado anarquista registrado por Theo Angelopoulos en <em>Megalexandro</em>. Incluso, apenas por un back up historiográfico sabemos que la contienda se está llevando a cabo en el barrio latino o en el boulevard Saint Michelle, porque el escenario se mantiene prácticamente indistinguible, con personas, humo, escombros y autos dados vueltas que son como un limo blancuzco que apenas emerge de la homogénea negrura que se levanta detrás.<br />Tal como Mahoma sabe ser árabe sin camellos, Garrel sabe ser francés manteniéndose confinado a intramuros, y sobre todo, sin recurrir a ese sentimiento revolucionario –festivo o belicoso- que tanto ha prostituido el cine sobre eventos históricos. <em>Los amantes regulares</em> es todo lo que no es <em>Los soñadores</em>, esa visión romántica y autoindulgente del mayo francés visto por los ojos de Bertolucci. Mientras que en el film del italiano el incesto, la revolución y la fascinación por el cine es buscada e hipertrofiada en cada escena, en la película de Garrel las contiendas entre la policía y los manifestantes son oleadas frías y constantes, el consumo de droga dista de ser el bricolage festivo y psicodélico de otros autores, y el sexo libre está, pero lejos de un marco que lo vuelva sexy, intenso, o convulsivo. Incluso, en momentos en donde se podría mostrar otro registro de sentimientos, como el de una <a href="http://www.youtube.com/watch?v=qabTa3M4D6I">fiesta en la que se ve a todos bailando <em>This time tomorrow</em> </a>de los Kinks, la escena se tiñe de una cierta irrealidad, casi como si se estuviesen parodiando a sí mismos, sin tomarse aquella momentánea felicidad demasiado en serio. En todo caso, la película es una de las visiones más amargas y lacónicas sobre uno de los sucesos más citados, estirados y reverenciados del pasado siglo.<br />La película terminó a eso de la una, y el fino y yo nos encontramos con un Montevideo pasado por agua, con ese tono tan irreal que adquiere 18 de julio los domingos. Conversando del film en el auto, concordamos en que la película nos fascinó en lo que respecta a los intereses e inclinaciones de cada uno: al fino –que está cursando el fotoclub- le resulta difícil encontrar una película con mejor fotografía; yo, por mi parte, creo que es una película fundamental, que tiene la virtud de mostrar un evento bajo sus luces y sombras, tal como lo hicieron películas como La batalla de Argel en su momento.<br />Sin embargo, algo me dice que probablemente el CEUP preferirá no ver una película tan larga, optando por seguir citando frases <em>“El aburrimiento es contrarrevolucionario”</em>, mientras se realizan sesiones extraordinarias de dos horas y media para decidir de qué color pintan una bandera.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/8X508qk1b_8&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/8X508qk1b_8&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><br /><em>Supercool</em> (Gregg Mottola)<br />En los primeros minutos de <em>Supercool</em> a uno le vienen sospechas por partida doble: por la temática pansexualista que caracteriza a los diálogos uno huele cierto tufillo de American Pie, y esas chatísimas películas de secundaria. Al mismo tiempo, por su elenco y alguna que otra referencia cinematográfica, uno se ve tentado a hermanarla con esa nueva progenie de películas de autorreferencialidad indie como Juno (a la que <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Eze </a>dio un buen palo en su blog).<br />Supercool aborda el conocido trauma de pasaje de etapas, que tan obsesivo se volvió en muchas películas estadounidenses del estilo. Sin embargo, lo hace desde otro registro, más fino donde otras sólo optan por lo directo y choto, más <em>in your face</em> donde otras películas tienen sus reparos. Después de todo, es el clásico tema de ponerla-antes-del-egreso, con dos amigos que tienen encomendada la responsabilidad de conseguir alcohol para una fiesta (una trama en apariencia sencilla, pero que va descarrilándose en episodios tan bizarros como graciosas). Evan, Seth y Fogell (o McLovin!) no son losers in strictu sensu, y las mujeres a las que le tienen ganas se apartan de ese paradigma de la clásica mina incogible que está con quarterbacks y descerebrados por el estilo. De hecho, la película se aparta de esa conmiseración sexual y señala que, más allá de las apariencias, las posibilidades siempre están ahí, sobre todo en esa escena tan poco usual entre Evan y la mina que le gusta, que lima todas las idealizaciones platónicas que se suelen tejer en tales situaciones. Todas las figuras amenazantes están prácticamente borroneadas, y no se trata con rigor epistemológico el clásico tema de lo popular o no popular.<br />La película es un festejo de la juventud, donde prácticamente los mayores, tales como padres y profesores, no aparecen, y donde de hecho, los que aparecen (como el caso de los policías) se comportan como púberes.<br />Momentos de la película desembocaron en la situación tan delirante como bizarra de encontrarme a mí, mi cuñado y mi suegra llorando de la risa por unos dibujos de penes venosos. Ya solo con esto, la película vale la pena.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/Vt6_-w6HTVU&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/Vt6_-w6HTVU&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br /><br /><em>Mi mejor amigo</em> (Werner Herzog)<br />Ante ustedes: la bestia. Klaus Kinski actuaba tan intensamente que uno cuando lo ve se pregunta si su cuerpo puede aguantar tanta energía, tanto odio y violencia. En sus arranques de ira, como en <em>Woyzek</em> o <em>Aguirre, la cólera de Dios</em>, uno piensa que al final de los mismos se va a agotar y quedar como un juguete sin baterías, como aquella <a href="http://www.youtube.com/watch?v=AdOmH1SgZsc">escena final </a>de <em>Cobra Verde</em>, con el blondo que tras intentar mover un bote se deja desfallecer en la orilla. Lo que resulta más interesante al ver este documental hecho por Herzog, es que el verdadero Kinski era tan o peor que los personajes que interpretaba. Ya desde el comienzo del mismo se lo ve actuando en uno de sus <a href="http://www.youtube.com/watch?v=yBDEQe9CjOU">famosos actos de Jesus tour</a>, performance en donde se proclamaba mesías y enfrentaba abiertamente al público. En una un tipo del público intenta acaparar el micrófono y Kinski se lo arrebata tan violentamente que se parte a la mitad. Veo esa escena, y ya me da miedo desde la comodidad de mi cuarto con losa radiante; no me puedo imaginar lo que habría sido estar ahí.<br />Pero si hay algo más interesante que Kinski, es el binomio Herzog-Kinski, una dupla que en sus uniones y separaciones generaban mayor energía que la de dos núcleos de uranio. Uno ha leído, estudiado, e incluso conocido relaciones enmarcadas en una dinámica amor y odio, pero en la bina H/K el lenguaje se queda corto, o al menos hay que repensar la idea de odio y amor desde sus bases. Porque vamos a ser claros, estamos hablando de dos personas que llegaron a planear la muerte del otro, donde incluso, ante la amenaza que Kinski abandonase el rodaje de Fitzcarraldo, Herzog lo obligó a terminarlo con una escopeta del otro lado de la cámara. Ante tales situaciones, uno pensaría, "bueno, acá se acabó", pero luego se dieron nuevos encuentros, nuevas películas en donde los conflictos de siempre aparecían, al borde de lo físico, como si fuesen dos polillas revoloteando alrededor de una lámpara, sabiendo que bastan dos centímetros más, dos centímetros menos, para morir de un golpe de corriente. Y esto se explica por el hecho de que realmente los dos eran imprescindibles el uno para el otro, y esto se ve el mismo hecho de que las películas más recordables de Herzog como director y Kinski como actor, son las que trabajan juntos.<br />La película ya tenía su antecedente, o más bien, otra cara de la moneda, en la autobiografía de Kinski, un libro en el que se refiere a Herzog con la misma, o mayor vehemencia que en su vida cotidiana. Sólo como ejemplo, acá un pequeño extracto: <em>“Enumerar y describir con detalles todas las vejaciones y malos tragos que nos hizo pasar en la selva -el cretinismo total de Herzog, su desvergüenza, su desfachatez, su brutalidad, su estupidez, su megalomanía y su falta de talento-, así como las consecuencias de todo ello, resultaría verdaderamente vomitivo, y sería una imperdonable pérdida de tiempo y energías. Es el mismo montón de basura podrida de diez años atrás, aunque aún más imbécil, descerebrado, paralítico y criminal”. Y esto es sólo una pequeña muestra”.</em><br />A lo largo del documental vemos cómo casi todas las personas que conocieron a Kinski se refieren a él como una porquería humana, como si fuera una enfermedad infecciosa traída por el viento. Sin embargo, lo que descoloca del film es cómo Herzog permite convivir todo aquello con el hondo amor cercan a la devoción que sentía hacia él. Tras una aproximación a Kinski en sus claroscuros a lo Caravaggio, el film termina con una de las escenas más hermosas que he visto, casi un apax dentro de lo que se tiene registrado de Kinski en cámara acá el video:</div><div><br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/ZNSfiho54rM&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/ZNSfiho54rM&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Dicho en palabras de Herzog: <em>"A veces me parece que klaus mismo se convierte en mariposa. Y todo lo que había entre nosotros desaparece. Y todo está bien. Aunque mi mente se resista, algo me dice que dentro de mi que me gustaría recordarle asi"</em>.</div><div>Herzog, por su gran cantidad de películas rodadas en regiones tan bellas como salvajes como la selva de Perú, parece haber retomado esa pasión romántica por la búsqueda de aquel eslabón perdido para siempre entre el hombre y la naturaleza. En sus películas, las mismos riesgos que envolvían las quimeras de sus protagonistas se encarnan en el mismo rodaje desquiciado (como la demente tarea de realmente subir río arriba el barco de Fitzcarraldo). Pienso que Kinski fue para Herzog esa porción de naturaleza a dominar, una fuerza civilizadora de una fuerza salvaje, primigenia e informe, al igual que un toro salvaje utilizado para empujar un arado, pero que en una sóla cornada puede acabar con tu vida. Pero entonces veo esta escena, y me doy cuenta –como creo que también Herzog se da- de que detrás de la armonía colectiva de asesinato, también está esa mariposa, que de retenerla o domesticarla se muere.<br /></div><div>Discos:<br /></div><div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5225200669037691362" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYAsrK27WI6XqPKQqvQOMeFWOEda91Xe6xymBCqd5K_AsAt8FffNa60yfqjvT5ut9XcTJhAIcROvfq-xkceAUcd6cb81swF8vdlcNiXtvnwixUYqkAJf-C6FcX5rpVGT1pgi1PFg/s320/TheReplacements-LetItBe.jpg" border="0" /><em>The Replacements- Let it be</em><br />Los Replacements siempre me habían resultado una banda simpática, tanto por aquella eterna desfachatez que les terminó traicionando (a diferencia de otras bandas indies más disciplinadas o más radicales en su autodestrucción que terminaron arañando los cielos), como por su fuente de eterna juventud y una afición a la bebida que haría quedar a Robert Pollard como Ian Mackeye.<br />Más allá de esto, nunca les había prestado demasiada atención, y si bien escuché el Tim (ese que tiene el fabuloso himno generacional de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=_tZO94Mhfzk">Bastards of young</a>), este disco se venía apolillando en los estantes binarios de mi computadora. Le había pegado un par de escuchadas, principalmente cuando me iba a dormir, y realmente no me dejaba mucho. Fue un viernes que me encontraba estudiando a Habermas, cuando se me ocurrió escucharlo en un estado lúcido, sin esperar tampoco mucho. No resultó ser de esos discos epifánicos, que en el momento te patean todos los cimientos donde estabas parado, pero tras varias escuchas sucesivas empecé a comprender que era un disco fundamental, de esos que tendrían que aparecer no sólo en la <a href="http://www.pitchforkmedia.com/">pitchfork</a> o medios <em>indie-friendly</em> por el estilo, sino en cualquier Rolling Stone, en entrevistas pedorras de la MTV, en la pecosa boca de Noelia Campo o cualquier programa que central o periféricamente hable de música. Encontré la razón de mi poca deferencia inicial por el hecho de que el disco pega un vuelco cualitativo recién a la mitad del mismo, con unas canciones iniciales que son medio para el olvido. Lo que comienza a partir del quinto tema (<em>Androgynous</em>) es una sucesión de canciones perfectas, por las que Westerberg tendría todo el derecho de escupirle en un ojo a Dios por no haberlas convertido en hits revolucionarios.<br />Antes que nada: Westerberg se ha convertido en uno de mis vocalistas favoritos de todos los tiempos, un tipo que en técnica y registro obviamente no se acerca a Jeff o Tim Buckley, pero que tiene un carraspeo no premeditado, junto a unas pequeñas inflexiones –incluso desafinaciones- que sirven a la misma canción como a la voz de un actor en una escena fundamental de cualquier película, volviéndolo uno de los cantantes más expresivos que haya escuchado. Incluso, una gran injusticia es que se prescinda de los Replacements y se opte por citar a Pixies o Beat Happening a la hora de hablar de Nirvana. Porque Nirvana tomó, y mucho, de esta banda, no sólo la <em>teenage angst</em> que desborda las canciones –a la que Nirvana amplifica y conduce a terrenos más ominosos-, sino también a la misma voz. Escuchen un poco, y van a ver que hay muchísimo de la voz de Westerberg en los berridos al borde del noise y el pop del Karco.<br />Pero volviendo al disco mismo, el <em>Let it be</em> –disco que ya se pone los tapones de aluminio desde la misma joda al disco de los fab tour- es muy adolescente, al borde del emo, algo que en cierto momento había mencionado acerca de los mismos Smiths. Sin embargo, mientras las letras de Morrisey tienen esa cuota de autoflagelación y teenage angst enmarcadas en una poesía excelsa y casi romántica, los Replacements hablan de estos mismos temas de una forma más directa, tal como si fuera un drama personal que te contara tu mejor amigo en una visita a tu casa. Toman a lajuventud lo toman en su amplio espectro, y no en un burdo derrotismo que caracteriza a las maquilladas porongas de la MTV de hoy en día. Podría decirse, que lo que hacen los Replacements que les queda tan bien, es tomar los dramas juveniles, pero enmarcarlos en un terreno en donde la reivindicación y la ocupación de nuevos terrenos es posible, es decir, donde no todas las batallas están perdidas.<br />Este carácter tiene mucho del metal de los setenta-ochenta, y no es sorpresa que en el mismo disco figure un cover de Kiss. La versión de Black Diamond es un temón, y resulta tan buena que no la pude reconocer en la autoría de los maquillados, más allá de que efectivamente la hubiese escuchado cuando era chico en un disco en vivo que tenía mi primo. Lo que hacen los Replacements con esta versión es tremendo: mientras que la <a href="http://www.youtube.com/watch?v=U_rpoOcgcz8">versión de Kiss </a>es una mezcla entre power ballad y canción llena de heroísmo, los Replacements la recodifican a su manera, quitándole el amaneramiento y teatralidad de la banda predecesora y conduciéndolas con sus propias bridas. Logran crear un tema completamente diferente, sin cambiar casi absolutamente nada –solo abriendo las ventanas y dejando que se vaya el aire enviciado de los solos de la guitarra humeante de Ace Freehley.<br />Todos los temas juveniles son tocados, desde la sexualidad hiper confusa e inestable –<em>Androgynous</em>-, hasta el amor incorrespondido –<em>Answeing machine</em>- pasando por el inconformismo –redundante decirlo- de <em>Unsatysfied</em>, el hedonismo festivo de <em>Gary’s got a boner</em> –enough said- y <em>Sixteen Blue</em> (por favor, esta letra: <em>Brag about things you don't understand/A girl and a woman, a boy and a man/Everything is sexually vague [an awkward phase?]/Now you're wondering to yourself/If you might be gay/Your age is the hardest age/Everything drags and drags/One day, baby, maybe help you through/Sixteen blue/Sixteen blue</em>).<br />Estas canciones me habrían salvado de muchas amarguras, de haberlas escuchado a mis quince.<br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5225200661837291986" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmwaz9o4kfyhctf8vQn11isuR-iaT9WMA0eVgwwCUJ8HoFw0qDGk1LDvqmpuIwOJUguaiCai7CoHcco3unsOhRRpsij8Q0PTvLHvFpYwM9ra_Y6l_O8_Dn9y2rJWx3HgSt_LUPkw/s320/0000059656_350.jpg" border="0" /><em>Robyn Hitchcock-Jewels for Sophia</em><br />No debe ser la primera vez –ni será la última- que lo digo, pero hay algo extraño que me sucede con Robyn Hitchcock: no tengo ningún disco suyo, y ciertamente en mi historial afectivo tengo músicos a los que considero o musicalmente mejores, o que dejaron una marca más profunda, y aún así es la persona que más admiro del mundo, una admiración extrañamente profunda que va más allá de su producción artística. Ahora que lo pienso, la lista de personas que más admiro no tiene tanto que ver con mis gustos, o si los tiene, no son los más representativos de mi persona. Aquí un pequeño gráfico para explicar este punto:<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5225201992939095714" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg4zFL6veJ4LoO5sTJ-6Gw5DwTQvKIGlptg4ucXdyr9B8S03h3WTcUutjMa6rwxLaQJIS7hpTd9nEQbHBuOYJGAErcerwXXgglahQxP1V2naN0YE7TpPknkO5TdpNPNlJ0TV2tSlQ/s400/piramide+del+fanatismo.jpg" border="0" />Pero volviendo a Hitchcock, es, junto con Tom Waits uno de aquellos tíos que siempre soñé tener. Mientras que Waits entra más en el formato de tío putañero que te pasa whisky en una fiesta de quince, Robyn es de esos tíos pasados, lo suficientemente creativos para hacer de su locura algo pintoresco, y no una jodida carga. No me cuesta imaginarme yendo a su casa para que me de clases de guitarra, hablando sobre enanos, Nixon e insectos.<br />Mi admiración hacia él fue instantánea, y se remonta a mis diecinueve años, en uno de los veranos más calcinantes que recuerde. Mi primo Lucas y yo estábamos disfrutando del cable recién adquirido por mis abuelos –antes teníamos que conformarnos con aquellas películas ochentosas de trasnoche que pasaban en el canal siete, teniéndonos que bancar cada quince minutos austerísimas propagandas sobre despensas y minimercados de ruta-, posiblemente buscando alguna película soft porn que pensábamos que podía dar TV Globo de Brasil –esa frecuente costumbre de hipersexualizar a los brasileros-, cuando nos detuvimos en un extraño concierto realizado dentro de lo que parecía ser un negocio cerrado, con una vidriera que permitía ver a la gente caminar por las calles enclaustrados en sus pensamientos. Nadie, salvo algunos, se percataba de lo que sucedía adentro, un show con un extraño señorito ingés que entre tema y tema hablaba sobre carne irradiada para astronautas, megacadáveres, la fina línea que separa la tortura de los cosméticos, minotauros y cinta plástica. Como si supiera de antemano que aquel concierto marcaría nuestras vidas, decidí grabarlo en el mero instante que caímos en aquel canal. No parábamos de reírnos, pero no podíamos emitir comentario alguno. Las canciones no se quedaban atrás en su excentricidad, y cuando uno creía que la psicodelia llevaba las canciones al borde de la desintegración, ese tal Hitchcock te bajaba de un ondazo, con unas baladas tan hermosas que eran como un edredón espeso y perfumado del cual uno no podía –ni quería- salir.<br />Al otro día nos despertamos a las once, pero no fuimos a la playa.<br />Nuestro cuarto de cuchetas parecía un ómnibus repleto, surcando las calles de Guayaquil a las doce del mediodía, pero en ningún momento pensamos en arena, mar, o bikinis. Aquella tarde vimos tres veces de corrido el video, quedándonos como topos en nuestras madrigueras sabiendo, por el sonido de los venteveos, que el sol se estaba poniendo sobre la chimenea del vecino. Pero no importaba.<br /><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/RJpsKaMi6aE&hl=en&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/RJpsKaMi6aE&hl=en&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object><br />Eventualmente terminé por comprarme aquel concierto llamado <em>Storefront Hitchcock</em>, dirigido por Johnatan Demme, quien ya había estado detrás del tan genial como desquiciado <em>Stop making sense</em>. Durante mucho tiempo pensé que probablemente la magia de Hitchcock estaba dentro de sus monólogos y presentaciones en vivo, imaginándome que de escuchar un disco suyo perdería gran parte del misticismo que lo había rodeado. Fueron unos cuantos años los que me negué a escuchar al Hitchcock de estudio, pero un día terminé por bajarme <em>I often dream of trains</em>. Luego fueron <em>Spooked</em>, el reciente <em>Ole! Tarántula</em> y <em>Eye</em>. Me sorprendí al encontrar que ninguno de los discos bajaba de un nivel altísimo, no sólo desde el punto de vista letrístico, sino compositivo. Así también que, por más viejo que pareciera –bueno, no tanto- Robyn cambia de estilo con una habilidad tan camaleónica como la de sus excéntricas camisas.<br />Hace poco me bajé <em>Jewels for Sophia</em> y no lo pude dejar de escuchar. Creo que van tres días y es lo único que he escuchado en mi computadora. Hasta ahora es posiblemente el disco más parejo de todos los que vengo escuchando. En este álbum Hitchcock le da una vuelta de tuerca a sus influencias de Syd Barret, Robert Wyatt y Zimmerman –incluso, el tema que cierra y da nombre al disco tiene esa cuestión verborrágica a lo Subterranean Homesick Blues-, y es uno de los más electrificados y potentes de todos sus discos.<br />Uno de los grandes méritos de Robyn es el de poder incorporar elementos de la cultura pop, pero colocándolos con un encanto natural de forma que no parezca un choto namedropping que a más de un artista le queda tan artificial como el falso acento inglés de Madonna, algo que es moneda corriente en el Montevideo camp creado por diez o quince publicistas con ganas de divertirse un poco. Sólo por citar un ejemplo en una canción escondida al final: <em>“i have a warm bath/i have a bottle of wine/i put myself to bed/ and i feel just fine/ but don't talk to me about gene hackman (…) he is in every film/ sometimes wearing a towel/ and if it’s not him/ you get andy mac dowell/ so don’t talk to me about gene hackman</em>.<br />Gente, todos nos estamos acercando en perfecta paz y armonía a la hitchcockdad, pronto todo se volverá Hitchcock, y todo en cualquier lado será Hitchcock. Es verdad damas y caballeros, la hora ha llegado, es hora de hablar con ese pequeño Hitchcock que hay dentro de nosotros.<br /><embed src="http://static.boomp3.com/player.swf?song=bz89ceewg_v" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="200" height="20" allowScriptAccess="always" align="middle"></embed><a style="font-size: 9px; color: #ccc; letter-spacing: -1px; text-decoration: none" target="_blank" href="http://boomp3.com/listen/bz89ceewg_v/robyn-hitchcock-gene-hackman">boomp3.com</a><br /><embed src="http://static.boomp3.com/player.swf?song=bz89ubdk7_o" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="200" height="20" allowScriptAccess="always" align="middle"></embed><a style="font-size: 9px; color: #ccc; letter-spacing: -1px; text-decoration: none" target="_blank" href="http://boomp3.com/listen/bz89ubdk7_o/viva-sea-tac">boomp3.com</a><br /><br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5225200668056282018" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMzJh0pmVCnAfV1cLPXGy2ZRN-azL7uHYGVYKP70qa9wzfP0sTte0ZBI1IHN7NZm6Nh2Tq2ESTWLbgdARYbwBHoCV3TA7sHbfKeVR_KcAqjnz-Qm1x0UuY-BjyPED_OLrNOWIGFg/s320/capicua.jpg" border="0" /><em>Pedro Restuccia- Capicúa</em><br />Escribir sobre un disco en el que uno formó parte –por lo menos en su inicio, oficiando de pseudo productor y escribiendo algunos temas- es una labor harto complicada, más que por la obvia falta de objetividad, por el hecho de que sólo se puede registrar el movimiento desde un punto estático (y yo me mantuve envagonado en una parte del proceso). La historia de este disco es un poco la historia de mi vida con la música, o al menos de mi condición de músico frustrado. No puedo dejar de pensar en el disco como una construcción que empezó nueve años atrás, cuando comencé a asistir a los ensayos de un trío que aún no llevaba nombre. Los lugares en donde aquello acontecía eran variadísimos, y prácticamente llegué a conocer a todos, desde el estudio de Luis Restuccia cuando aún quedaba en el Cordón, hasta la austera y microscópica sala de ensayo de Antoine, un garage enrejado que daba a la calle, regenteado por un vintenero que en cualquier descuido te cobraba demás. Epocas Nirvaneras (la línea de desarrollo standard de los quinceañeros de mi generación), con Pedro en la batería, Oliver cantando un inglés por fonética detrás del micrófono y Manteca recién aprendiendo a tocar el bajo. Luego fue el primer toque en una fiesta del London en Malvín, la sexta cuerda que siempre se le rompía al Oliver al tocar <em>Rape Me</em>, unos exagerados fuegos artificiales, una rubia que se había quedado mirando a un amigo, hamburguesas con queso, la vuelta triunfal en un auto lleno de instrumentos. Más tarde fueron otros toques, el nombre de la banda elegido espontáneamente en un recreo de quince minutos, una fiesta del Sagrada Familia pasada por agua por la que había faltado a una mega fiesta de quince, el fogón del San Juan como si de un Woodstock se tratase, un miércoles de noche en el boliche La comisaría con una banda difunta llamada Pol Pot, las entradas anticipadas vendidas con rigurosidad bizmarkiana, los primeros temas grabados en un casete que sigo teniendo, el inglés tan imperfecto como convencido del Oliver, la profesionalidad de Pedro, los miedos del Manteca, los eventuales toques en Plaza Mateo, y después el Living, Roxx, Apartado Bar, BJ, Pacha Mama, y yo siempre ahí, viendo aquello no tanto como un cuarto integrante, ni como un manager, sino como un documentalista que sentía que estaba formando parte de la historia.<br />Tiempo después, Crosstea se disolvió y luego Pedro emprendió otros proyectos a los que seguí con desigual entusiasmo. Pero en sí, este disco corona la historia de mi envidia hacia el dominio de Pedro sobre aquel terreno donde siempre me vi como un extranjero, aquel terreno del que me he limitado a teorizar y cartografiar, pero nunca explorarlo por mí mismo.<br />A más de dos años de empezado el proyecto, aquel cd-r con temas registrados en una toma por la grabadora multimedia de windows fueron tomando un curso propio, puliéndose, adornándose, o simplemente cambiando. Hay algunos temas que yo hubiera mantenido la belleza low fi del primer espécimen, hay temas descartados que creo que deberían haber sido incluidos, y algunos que me parecen que están demás en el disco.<br />Capicúa no es un disco romántico, pero está completamente atravesado por el amor. Canciones como <em>Mejor para mí</em>, <em>En el aire</em> y <em>Sinapsis</em>, son de aquellas que a cualquiera le dan ganas de enamorarse, una belleza tan sincera como simple que derriban hasta el más sólido y neurótico muro. Para un axolote que de tanta oscuridad se fue quedando medio ciego, por momentos la luminosidad de este disco puede ser demasiado enceguecedora, pero posiblemente en ello estriba la diferencia entre Pedro y yo, la diferencia entre una persona que se zambulle en el amor, y otro que sólo quiere hacerlo canción.<br /><a href="http://www.myspace.com/pedrorestuccia">(Escuchar temas en el space de pedro)</a><br /><br /><div><br />Epílogo:<br />El examen es a las siete de la noche. Los ojos arden, debajo de mi remera el conocido sudor ácido del estudio –un sudor distinto del sudor deportivo, del sudor sexual, o el sudor febril-, el sueño aplacado, pero esperando trepar como un gato a la pesca de restos de comida en la mesada, y soliloquios centrífugos, las voces de Nietzsche, Gadamer, Habermas y Foucalt, rebotando en las paredes de mi cabeza como una mosca dándose contra un espejo.<br />Cuando llego me zambullo en la clásica histeria colectiva, abriéndome paso en la masa de gente, el vaho húmedo de respiraciones ajenas, las palabras de varias personas invadiéndome como una enredadera. Cuando llego, un tipo con un amplio canal entre sus dos paletas me dice que van llamando por nombre, y ya van por la B. Saco el machete y comienzo a cortar la maleza. En dos minutos estoy en la puerta. Le digo al profesor mi nombre. Se queda mirando la lista. Me mira. Vuelve a mirar la lista y me dice “Acevedo con s o con c?”. Le respondo sin escandalizarme ante tal obviedad. Me dice “mire, no está en el acta, si quiere vemos ahora después”. Tras unas sencillas preguntas me acabo de enterar de que inscribirme al curso no me daba metía automáticamente en el examen, habiendo tenido que registrarme por medio de internet. Le digo “ah, bueno, me equivoqué”, y el hombre me mira extrañado, como un boxeador con la guardia alta esperando un contraataque que nunca llegó. Dos semanas estudiando al pedo. Salgo de la facultad y camino por una 18 de julio que ya se empieza a poblar de la gente que saldrá en la noche. Hace calor, me quito el buzo y me lo ato a la cintura. Veo en mi sombra la imagen de un escocés caminando en 18 con su kilt, y me doy cuenta de que en el fondo lo sabía. Sin embargo, no me importa. Me toma unos segundos para darme cuenta de que no sólo no me importa, sino que estoy contento por no haberlo dado. Llamo a mis padres, a María y a unos amigos. Todos me tratan de boludo con mayor o menor severidad. Cuando corto y entro al 14, me pongo a pensar sobre lo feliz que estoy por una oportunidad mendigada a un sistema en el que estoy completamente metido, un animalito que se siente libre por cambiar de jaula, mi mala conciencia, ese instinto de libertad reprimido, encarcelado dentro mío y que sólo puede descargarse contra sí mismo.<br />Desde la ventanilla se ve a la gente caminar, haciendo de estos días de calor su verano privado. Se los ve contentos, o al menos divertidos.</div><div>Sobre todo a los pendejos.<br />Veo mi pequeño rostro en el convexo espejo del ómnibus y al doblar por Bulevar España me digo <em>“sí, Nietzsche sentiría vergüenza de mí”.</em></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com22tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-16958810948724144712008-06-19T06:03:00.004-03:002008-06-19T08:27:15.636-03:00<strong>Snob</strong><br /><div><em>“El problema, my friend, es que nosotros evaluamos a las personas no por lo que son, sino por sus gustos”.</em><br /><em>“El asunto</em><em>, Agustín, es que usted viene cabalgando con una neurosis obsesiva desde su infancia”.</em><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5213548169460627202" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguHjQ6rfaXGrLPXBhBSBmWs6wZjd6zw9wflPSDtx6JrQOOaOclymp2YI2cNrFBFsO1n2lxYsk0-a6wEZ0FIYJo-9qS_QKuQgrO3ZG2aqHwKRtdfnd9MRNjWgRyViJPpz30sWJXZg/s320/ATYAAABQ3HO5m6CZsnuvs0pgliD-1W5gtdC96RVxtqAeL25DaQpGh1XAG2WBQl13DFgvoJOsIKOeXh-Y4k1ItnqXE9IeAJtU9VCVhe_M1LCrzgE2m6qfK6upK_duzg.jpg" border="0" /></div><div>Con estas dos frases de comienzo similar culminó mi maratónica semana, en la que tuve un parcial de Psicolingüística –nota: Saussure no es lectura de verano-, un trabajo sobre <em>Los Idiotas</em>, de Lars von Trier, desde la perspectiva de Deleuze y Guattari, y las visitas a una paciente que vive en las afueras de Montevideo.<br />La primera charla fue fruto de una conversación telefónica con un amigo y la segunda ocurrió en mi sesión psicoanalítica del viernes. En apariencia diferentes, las dos terminan hablando de lo mismo.<br />No hay vuelta, desde mis tres años que vengo coleccionando cosas. En aquellos tempranos años chicanos, un amigo de mi padre me solía comprar un <em>Thunder Cat</em> o <em>Cazafantasma</em> cada vez que visitaba mi casa. En cuestión de unos años tuve casi todos los muñecos de estas series, confirmándolo a través de un catálogo que figuraba en el reverso de la caja de los mismos. La primera letra que aprendí posiblemente no haya sido la <em>A</em> de mi nombre, sino la <em>X</em> con que marcaba los juguetes que ya tenía. A esos se le fueron agregando los Superamigos, los GI Joe –que no me entusiasmaban mucho-, las Tortugas Ninja (siempre anhelé tener el <a href="http://articulo.mercadolibre.com.mx/MLM-18897863-tortugas-ninja-tecnodromo-y-krang--_JM">Tecnódromo</a>, pero en Uruguay no se vendían, y si así lo fuese, habría valido un riñón), el elegantísimo <a href="http://news.bbc.co.uk/olmedia/620000/images/_620519_subbuteo3_300.jpg">Subbuteo </a>y los dementes Dragon Ball Z y Masked Raider -fruto del pasaje de mi padre por el fútbol japonés.<br />Los coleccionistas más pro suelen mantener a sus <em>action figures</em> dentro de sus respectivas cajas, perdiendo una gran cantidad de valor de ser extraídos de las mismas. Sin embargo, yo no llegaba a tales extremos, jugando bastante con ellos. Una característica particular de mi afición a los juguetes era que, a diferencia de mis compañeros, cuyos cuartos parecían un Hiroshima repleto de cabezas y miembros de muñecos articulados, más allá de haberle dado un tremendo uso, son muy pocos los que se han roto en todo este tiempo.<br />Hace un tiempo mi madre estaba conversando con mi novia y hablando sobre enfermedades, la muerte, la vejez, etc. terminó diciendo <em>“a mí lo que me preocupa es el desorden que quedaría si yo me muriera”</em>. Es un comentario que, más allá de lo trágico, es tremendamente gracioso, y ciertamente, una linda postal de la obsesión por el orden de mi madre. Como la usina del significante dando cause transformando en energía lo real, mi madre diseñó un cierto orden en mi cada vez más dilatada estantería, separando a los muñecos por categorías, tamaños y exigencias de postura –los más enclenques solían ser recostados contra la pared, por razones obvias-. Algunos años después vendrían los álbumes de figuritas, las Pepsi Cards, los dados de Rol, los discos y los libros, y eventualmente todos aquellos muñecos fueron a parar a un baúl, pero de cierto modo lo que permanece de aquello es el orden, como un espíritu que persiste reencarnándose en los diferentes objetos que desfilan en esos estantes.<br />Sin lugar a dudas, mi mayor obsesión son los discos, al extremo de querer comprar el <em>Velvet Underground and Nico</em>, cuando mi hermana ya lo tiene en su repisa del cuarto de al lado, a dos escasos metros de mi habitación. No es un mero impulso exhibicionista, cada disco contiene, detrás de su cajita de plástico o de cartón, un momento encapsulado, como esos mosquitos prehistóricos solidificados en ambar, portando en su ADN la huella de un tiempo y lugar pasado, inaccesible por otros medios. Tomo el <em>Pablo Honey</em> de Radiohead, y recuerdo el día nublado en que terminó en mi estantería, el trayecto de ómnibus desde el cementerio del Buceo (donde acababa de presenciar el entierro de mi abuelo) hasta el Punta Carretas donde lo compré con expectativas que se derrumbarían ante la segunda o tercera escucha. Tomo el <em>Daydream Nation</em>, recuerdo el gusto de las Lays con Salsa Valentina, la <em>teenage angst</em> tardía en un viaje que más que viaje era exilio. Tomo el <em>Uno con uno y así sucesivamente,</em> y recuerdo la encarnizada competencia entre Santiago y yo por ver quién era el que lo compraba antes, la retención en la aduana que retardó la llegada del disco, la cara de Santiago baboseándome mientras me lo mostraba en sus manos el retratos de Pedro Dalton comiendo cerebros, sin permitirme siquiera tocarlo. Tomo el vinilo de <em>Love songs for patriots</em>, recuerdo el sentimiento de saber que nunca lo iba a conseguir, y aquella mañana de sábado que lo encontré en las bateas de Ernesto, luego de un parcial fatídico. Y recuerdo incluso esos <em>otros discos</em>, de los que ni siquiera me gusta traer a mención, también comprados en las circunstancias más variables posibles. Ocho años atrás le mostraba los 3:47 minutos de un tema a un amigo, poniendo el tubo de teléfono contra uno de los parlantes, compartiendo aquel hallazgo como si hubiera encontrado petróleo tras un balazo en el suelo; hoy en día me encuentro con ese disco observándome desde el estante y le respondo su mirada con una cariñosa vergüenza.<br /><br />Hace unos cuantos meses Brunomilan escribía sobre la <a href="http://lajuventudsonicaatacadenuevo.blogspot.com/2008_01_01_archive.html">historia de su primer compilado</a>, derrotero por el que casi todos los nacidos en los ochenta pasamos alguna vez. El hecho de que el 90% de nuestros músicos favoritos de la adolescencia van a tener que pasar por sus juicios de Nuremberg a nuestros veinte-veinticinco años es un hecho casi científico, pero más allá de eso, tal como lo señalaba antes, uno no puede terminar odiando a aquellos discos, ya que los gustos de uno se sostienen por los sucios andamios de sus fanatismos pasados.<br />En aquel post, ya que todos andábamos sacando los trapitos al sol, se me ocurrió buscar entre los casetes algunos de mis compilados quinceañeros. En aquellos tiempos internet era visto como una cuestión exclusiva de pornocos, cazadores de ovnis y fanáticos del Command and Conquer, quedando la posibilidad de bajar material musical bastante fuera de cuestión. Más allá de que existiera el Napster, las descargas no solían pasar la velocidad de los 5k por segundo, y bajarse un tema de seis megas era una labor que exigía demasiada paciencia, por no decir ataraxia budista. Por esta misma razón, el método era las grabaciones hechas por amigos, generalmente disgregadas en ensaladas, con canciones que en algunos momentos se solapaban, entremezclándose con antiguas grabaciones, o simplemente desintegrándose. Me llama la atención la intensidad del miedo por el resurgimiento de la cultura del single, circunstancialmente impulsada por la internet y las frenéticas descargas en celular. Si hubo una época <em>single-oriented</em>, era aquellos años del casete, en que un amigo te grababa un tema amputado del resto del disco, a veces afanados directamente de la radio, sin siquiera saber el nombre del artista, o mucho menos el disco en cuestión. Recuerdo particularmente el caso de un compañero de inglés que para grabarse un tema unplugged de Kiss aproximó el micrófono de una grabadora al televisor, poniendo rec y capturando las tres cuartas partes de aquella canción que tanto le gustaba. Incluso, en una parte del solo de Ace Freeley se escuchaba el timbre y los ladridos de una perra Rottweiler que mi amigo solía pasear (o que lo paseaba a él, considerando las dimensiones de hobbit del flaco). A varios de mi grupo proto-melómano del instituto les gustaba ese tema, e hicieron algunas cuantas copias de aquella cinta. <em>Calco sobre calco sobre calco</em>. Me da risa imaginarme cuál debía ser el producto final de todo eso, posiblemente una granulosa pasta de ruido, con algunas versos y estribillos reconocibles emergiendo como apéndices dispersos. Pero sí, la verdadera cultura del single estaba inconscientemente en su apogeo en aquella época, donde todos consumíamos lo que podíamos, de la forma más irresponsable, inmediata y poco ortodoxa que estaba a nuestro alcance.<br />Ahora reviso y en ese rizoma de cintas y plástico encuentro algunos cuantos de estos compilados, uno con canciones predominantemente románticas para escuchar en la noche, otro con temas sueltos de Pearl Jam, otro titulado <em>“Colección de canciones bizarras grabadas por el Oliver”</em>, con algunos temas de Marilyn Manson y Chopper (sí, Chopperrr), entre muchos otros como el que les dejo abajo (y que incluye a ciertas bandas imperdonables, ya lo sé, <em>but we we're young and innocent</em>)</div><div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5213548171867396898" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhckZGi8Vszjym0pK3WYr22c8ASH7Vyb6z3uBCipc67bR5ncFOlvN6cRb_8dAm6a2f7SsMKYJg1USHJIqSgC5somNDidq3DFCcKWATwCds4XPn9IO9hFS8yZUKwiH79Q9TkWMXBCQ/s320/compilado.jpg" border="0" />Entre muchas algunas que figuran en el reverso de aquel casete hay una en especial que me llama la atención: Live. Ahora que lo pienso, aquel era un gusto desconcertantemente original. Porque no era sencillamente que me gustara. No era que me hubiera colgado con <em>Selling the drama</em>, o algunos de esos escasos hits que mantuvieron en sus manos como majugas en calderín. No, era un verdadero fanático de la banda. Pongo el casete, escucho los temas y más allá de ciertos falsetes incómodos del pelado y una lírica con muchos lugares comunes onda <em>Krishnamurti for dummies</em>, reconozco que, quizás movido por cierta nostalgia, algunos cuantos temas suyos me siguen gustando. Sin embargo, lo verdaderamente extraño es que nunca conocí a nadie que le gustara la banda. En ocho años lo más cercano a un fan que conocí fue un compañero de facultad que sabía interpretar en la guitarra algunos temas de la Live, sin recordar dónde los aprendió.<br />El asunto intrigante de Live es que encontrar a alguien que se declare fanático de ellos es más extraño que ubicar a alguien cuya banda favorita sea Nurse with wound. Siendo la última perteneciente a un terreno sólo reservado para melómanos en terapia intensiva, Live juega a la gallinita ciega en ese terreno de transición entre lo maintream y lo indie, lo populachero y lo culto, sin ser lo suficientemente buenos para entrar en los anales indiscutibles del rock, ni lo suficientemente malos para generar alguna especie de culto bizarro. Incluso, no tiene un sonido particular que lo identifique con su época, pudiendo ser una banda de los noventa tanto como de los ochenta. No, Live queda en un Sarajevo, un lugar asintótico en el cual no hay ninguna arista que toque de lleno a ningún lado, siendo el resultado de esto quedar ninguneado por todos los subgéneros. Y eso, para el Agustín de quince años que le supo dedicar muchísimas noches de escucha, era algo muy bueno.<br />Uno de los mayores miedos para los melómanos incipientes era precisamente que aquella banda que tanto le gustaba se volviese popular. Ahora que lo pienso, no era tanto el hecho de que le gustara a mucha gente, sino a quién le gustaba. Que algo le gustara a una considerable cantidad de personas –salvo los axiomáticos Beatles, o los Rolling Stones- era algo sospechoso, y que aquel grueso de personas estuviese integrado por rugbiers o ex tarimeros, era la confirmación definitiva de que la banda había fracasado como candidata de formación identitaria. Pero mientras las cosas se mantuviesen controladas y nos sintiésemos especiales, no había nada de qué temer, y ciertamente encontrarte con alguien que fuera fanático de Radiohead, The Cure, o la banda que a uno le gustase formaba un lazo de hermandad automático.<br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5213548167030668242" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 326px; CURSOR: hand; HEIGHT: 396px; TEXT-ALIGN: center" height="354" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyZGObjyZ1hUTAZFP7940bmnmlfetRLOyr51OMBw0IQUDjOPCsN3QMCWbyqRBcrUPVgGtk3qlOxYe9bDHJyGQzVQM3UWUXNKSI9uQ1L6XuPRikxjEPXGVsUOK4IolXR4u33HovsQ/s320/DSCF1033.JPG" width="282" border="0" />Recuerdo la primer fan de Radiohead que conocí en mi vida. Dentro de mi generación eramos pocos los que conocíamos a Radiohead, y muchos menos los que lo seguían tan incondicionalmente como yo. A las mujeres, por su parte, no parecían gustarle nada específicamente, y de gustarle algo, solía ser una banda que le gustaban a sus novios, o alguna banda que tuviera en la radio una redundante y absurda incidencia comparable a la boda de Wanda Nara en los medios argentinos.<br /><div>Me había tomado varios días dibujar una camiseta enteramente tapizada con letras, logos y e imaginería iconográfica de la banda. Incluso había logrado algunas caricaturas de Thom Yorke y Johnny Greenwod en cada una de las mangas que aún en el presente me siguen pareciendo convincentes. El lugar: <em>La fiesta de la canción</em>, un festival realizado anualmente en Los Maristas con bandas wannabes de los Guns’n Roses y La vela puerca. Era la tercer versión de <em>Sweet Child o’ mine</em> en la noche y algunos de mis amigos se fueron al fondo, mientras yo me quedaba escuchando al torpe imitador de Slash, movido por el ánimo morboso de ver cuántas veces la pifiaba. En aquella época era un cero redondo con las mujeres, y más allá de que había algunas cuantas tipas bastante lindas a mi alrededor, la tradición de fracasos parecía tan inexorable y naturalizada que me había desentendido del asunto del levante. Como dije, estaba sólo y viendo cómo la banda terminaba de tocar como pidiendo la hora, cuando sentí una uña tocar mi hombro. Giré hacia mi costado y entonces la vi. Era una tipa bastante pálida, con una bincha negra apartándole el pelo de la cara y lentes de armazón negro. Tenía un tapado acampanado, de esos sintéticos y acolchonados que solían verse en las indumentarias de los góticos, pero la chica no tenía el maquillaje distintivo, ni crucifijos, ni cualquier barroquismo del estilo. Me había quedado viendo cómo movía la boca, cayendo tarde a la noción de que me quería decir algo. Le pedí que hablara más fuerte. Se acercó a decirme algo en el oído. Me acuerdo de su cachete rozando el mío, y las palabras gritadas contra mi oreja. ¿Te gusta Radiohead? Le dije que sí, que si lo decía por mi camiseta, pero ella no me escuchó, por lo que esta vez yo tuve que acercarme a su oreja, cosa que me gustó aún más, porque mientras le hablaba podía olerle un casi imperceptible rastro de perfume. Le gustaba Radiohead, pero los discos de la línea más brit pop, como el <em>The Bends</em>. En aquellos tiempos yo andaba fascinado con el <em>Kid A</em>, pero hablé maravillas de los dos primeros discos, incluso del <em>Pablo Honey</em>, que en realidad no me convencía para nada. Además de Radiohead le gustaba Led Zeppelin, Los Beatles y algunos discos de música clásica que había en la casa de su viejo. Sus padres estaban separados, y aparentemente era una situación cargada de disputas y resentimiento. No tenía novio, o al menos nunca lo trajo a mención, y había cursado un solo año en el San Juan, liceo del que guardaba los peores de sus recuerdos. Yo trataba de seguirle la conversación, pero funcionaba con piloto automático, dándole la razón en cosas que ni siquiera llegaba a escuchar del todo, y tratando de retomar el tema de la banda. El hecho de que le gustara Radiohead y que hubiera reconocido algunos de los logos de mi camiseta eran un hecho sobrecogedoramente emocionante, y no tardé en darme cuenta de que me había colgado con aquella tipa. La conversación en sí duró el repertorio de una banda que naturalmente ni la noté en el escenario. Cuando terminó la última canción, ella se levantó diciéndome que se tenía que encontrar con sus amigas. Nos saludamos y vi cómo se iba con aquel tapado que le pasaba las rodillas, ideando formas para encontrármela algún día, en otro momento, en otro lugar. Fue ahí que me di cuenta que nunca nos pasamos los nombres. Me había quedado tan pendiente de sus gustos musicales que me había olvidado de su nombre. Pensé buscarla y preguntárselo, pero aquello iba a resultar pesado o incómodo. Recuerdo la vuelta a casa, un duelo de diez cuadras en el que ideábamos con mis amigos formas de volverla a encontrar. Me acosté sin poder dormir y escuchando el <em>The Bends</em>, imaginándomela a ella escuchando aquel disco en ese mismo momento. Fue en <em>Fake Plastic Trees</em> que se iluminó la habitación. Saqué los anuarios del liceo, revisando una por una las clases del 98’, 99’ y 2000’. Ante su anonimato, su búsqueda era complicada, y a primera vista no la había encontrado. Casi me estaba rindiendo cuanto la encontré como si fuera un Wally sin el buzo a rayas, perdido entre el torrente hormonal del 3ero C. Tenía el pelo largo y enmarañado, más castaño y diferente al corto, lacio y cubierto por una vincha que había visto en aquel concierto. Su ropa también era diferente, una gruesa polera verde, junto a unos jeans azules que contrastaban con el monocromo sintético de aquella noche. Fue ahí que supe su nombre y apellido. Incluso llegué a conseguir su teléfono, via una amigo de ella que me contó que andaba con problemas en la familia y dándole a la ketamina bastante seguido, pero entre mi inoperancia y las faltas de buenas coartadas para llamarla, terminé hasta olvidándome de su nombre. </div><div>Ahora escribo esto y trato de acordármelo, y ciertamente podría disiparme la duda con sólo consultar aquel anuario, pero entonces me doy cuenta de que la prefiero dejar así, como aquella chica Radiohead que conocí a mis dieciséis años.<br /><br />Con el tiempo y ante la apertura de ciertos círculos uno va conociendo gente más afín a sus gustos. El grueso de mis amigos no liceales se caracteriza por una serie de intereses e inclinaciones afines, ya sea dentro de la música, el cine o la literatura. Al mismo tiempo, es prácticamente insoslayable el handicap que se le forma a alguna tipa que diga que tiene posters de Axel en su cuarto, o algún compañero de facultad que afirme que su escritor favorito es, pongámosle, Jorge Bucay...<br />Sin embargo, uno se va dando cuenta de que los gustos afines con las personas, y más que nada con las del sexo opuesto, si bien suelen ser algunas <em>extra balls </em>para la relación, es algo bastante engañoso en términos sexuales o amorosos. </div><div>En mi momento más enfermizamente cortazariano comencé a salir con una fanática de Rayuela. Era primero de facultad, ninguno conocíamos a nadie y nos hicimos automáticamente amigos (precisamente nos conocimos porque llevaba un ejemplar de la novela bajo el brazo a todo lado que fuese). El libro era verdaderamente un nexo, el tablón que cruzaba el vacío conectando los dos apartamentos, la piedrita que nos hacía avanzar de casillas. Después empezamos a salir. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que ella estaba colgada conmigo, pero yo estaba colgado con la imagen que ella tenía de mí. Fue recién después de cortar con ella que me di cuenta de que nos habíamos enfrascado tanto en el libro y sus personajes que en la relación hacíamos como una interpretación de Oliveira y La Maga con resultados poco auspiciosos. Tuve que darme unas cuantas veces la cabeza contra la pared para darme cuenta de que por más romántico que parezca <em>andar sin buscarse pero sabiendo que se anda para encontrarse</em>, Oliveira no es un tipo muy crá que digamos, y salvo alguna persona muy optimista, todos sabemos lo que pasa con él en el capítulo 56.<br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5213549866164872962" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgr9xu7H1-teRyc523JbCJ0N7aFDnbLbqL9u_30qwMBkWK1QOUOq_RqQTFJbYl8JxDO45YSeuvY7N83nV4Xc8wyH4fg4_916jzvwVLbQ1f4WOqzvOwCwYAsG2Tn5ujOBmvJ0J16GQ/s320/rayuela2.jpg" border="0" />Unos efectos extraños que no estaban en las contraindicaciones de la cultura es toda esa movida indie o cool que se autosuntenta hoy en día, pero a base de limar sus aristas, ser simplificada a meras formas, gestos y poses. El concepto se diluye en el logo, la música en mito –o el chisme-, y la autorreferencialidad indie se convierte en un mero guiño-cuando no un tic- de un producto o subproducto que intenta rellenar cual grano incipiente un nuevo jueco en la epidermiz del mercado(y si no, vean la indie-über-cute Juno). En fin, la vieja historia de un impulso empaquetado y vendido en serie... nada de qué aterrarse.<br />Sin embargo, antes de que las bananas warholianas se vieran estiradas por la tetas de quinceañeras ignorantes de nombres como los de Lou Reed o John Cale, me sucedió un hecho que posiblemente podría haber sido el comienzo del fin.<br />Cuando estaba en primero de facultad fui a sacarme unas foto-carné exigida para comienzos de clases. Luego de batallar desganadamente con una fotógrafa que quería ser Mapplethorpe, metí dentro de un sobre las cinco copias que más me habían gustado y me aproximé hacia la caja. Había una cola de unas cuatro personas, y no tardé en reparar en una rubia muy veraniega que estaba delante de mí. Tenía una hawaianas, una musculosa y una pollera blanca hasta los tobillos, de esas con algunos cuantos volados que están en la fina línea que separa al hippismo de lo cool y lo sucio. Tenía el pelo lacio, cayendo recto hacia los hombros tatuados blancamente por un bikini intransigente. Es así que en una de esas se hace una colita de caballo y en aquel sector del cuello que tanto le obsesionaba a Onetti, esa pequeña parcela de nuca donde el pelo no es cabello, le veo el símbolo de<br />EINSTÜRZENDE NEUBAUTEN!!!<br />Aquello era desconcertante. Todas las ideas que me había hecho de aquella mujer se me hicieron añicos. Traté de contenerme durante unos minutos, pero inevitablemente terminé cediendo a mi éxtasis de emoción, hormonas y snobismo. Me acerqué, y desde atrás le dije<br /><em>-Qué grande Blixa Bargeld…<br /></em>La tipa me dijo <em>“¿QUE?” </em>como si le hubiera dicho un piropo onda <em>con ese culo te invito a cagar a mi casa </em>en alemán.<br />La charla posterior fue muy diferente de las emocionante fusión de almas que me había imaginado, teniéndole que explicar en varios minutos que aquello que tenía en el cuello no era un dibujo tribal, y que su tatuador de Floripa debió haber sido un tipo con mucha onda. </div><div><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5213548168374722434" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjUxQ2kygxzsFcGyI2WrwbGUprjdqLye46EG4YhqQXszTm5vX0obdmGCjyQl9V2fZChpVb7Wwo_8TXWSJP9UFLMkpisfeemP_WIcfjieZXLGHi15eL7uYmPnQe3x9ppa1uQckyl0g/s320/en.jpg" border="0" /><br /><em>Epílogo</em>:<br />Había alquilado <em>La cáscara</em>, dudando considerablemente de que fuera buena ante la cara de gil de ese tipo que aparece en la portada del DVD. En todo caso, la había alquilado un poco para <em>ponerme al día de cómo es la actualidad cinematográfica uruguaya</em>, y otro poco para encausar de una manera civilizada mis instintos más sádicos. Estrenábamos aparato de DVD y nos acercamos la estufa para resguardarnos del frío. María había trabajado diez horas, y la posibilidad de que resultara una baja en el transcurso del film era más que posible. Sin muchos preámbulos pusimos play.<br />La música se escucha bastante baja, y en unas oficinas en donde predominan los colores pálidos. Se ve a Pedro preparándose para una importante entrevista de trabajo. Luego aparecía Camarotta, que al parecer era el compañero de trabajo del protagonista. La historia hubiera seguido su transcurso normal, a no ser por un detalle: no se escuchaban los diálogos. No, ni una palabra. Cada tanto se escuchaba la música, algún automóvil que pasaba, la voz en off del protagonista, pero todo lo que sucedía entre los personajes era presenciado como ver a una pareja discutiendo en el apartamento del frente, sin tener idea de qué específicamente se está hablando. Fue más o menos a los cinco minutos que María llamó la atención sobre lo raro que era que por más que se vieran los labios moviéndose, no se registrara diálogo alguno. Sacando algo de academicismo del baúl, le contesté a María que en realidad era un interesante movimiento, el de proponer diálogos mudos y abiertos, en los que el espectador rellene las guestalts a su parecer, consolidándose así tantas versiones del film como espectadores. Cada uno podría crear mentalmente su historia de diálogos, y así aquello terminaría como un metaguión coescrito por los miles (¿?) de espectadores que verían el film en el cine o en la casa. María aguantó unos minutos más de charlas mudas, y al final terminó preguntándome si estaba seguro de si no había ningún problema con los cables, o el televisor. Con demarcada autosuficiencia le contesté que en todo caso, fueron las ideas del director, y que algo de interesante tenía todo aquello. Maria resopló y se terminó durmiendo a los pocos minutos. Yo estaba concentrado en ir esculpiendo las ficciones que se creaban entre aquellos espacios vacíos y mudos. Sin embargo, a eso de los veinte minutos comencé a percatarme de que me sentía incómodo. Entendía la intransigencia vanguardística del director, pero a partir de cierto momentos, la labor de relleno comenzó a resultar desgastante. Fue ahí que se me ocurrió salir de esa escena e ir a la sección de menú, donde se podía elegir el formato de audio. Ahí me di cuenta de que la película había estado todo el tiempo en formato 5.1, cuando el aparato nuevo de DVD sólo podía registrar los 2.0. Realicé este pequeño ajuste, y entonces escuché por primer vez en la película la voz de Gonzalo Cammarota. Literalmente sonrojado, reboviné y comencé a ver la película desde cero, descubriendo los verdaderos diálogos que mis guestalts y snobismo intentaron tapar.<br />La película resultó ser no muy buena, pero tampoco tan mala como me la prefiguraba. María se despertó justo cuando estaban los créditos. Me pregunta qué había sido de la película y decido no contarle sobre el pequeño gag tecnológico, diciéndole que a eso de los cuarenta minutos recién aparecen los diálogos. María dice “que embole”, y antes de que yo pueda inventar una defensa o divagante excusa cinematográdica, vuelve a cerrar los ojos, diciéndome entredormida algunas palabras pastosas que no puedo decodificar. Es ahí que viéndola dormida, hecha un ovillo sobre el sillón, me doy cuenta de que cosas como estas me recuerdan por qué estoy ennoviado con ella. </div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com51tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-55906777482668385712008-06-02T04:43:00.008-03:002008-06-03T18:51:09.262-03:00<strong>Cumtemporary Art</strong><br /><em>"En la desnudez, todo lo que no es bello es obsceno"</em><br />Robert Bresson<br /><br />Ando leyendo <em>Putas asesinas</em>, de Roberto Bolaño, un libro que cuando tenía alrededor de quince siempre ojeaba, interesándome por el osado título y las piernas envueltas en látex de una posible prostituta, cuyo rostro quedaba sin revelar. La reciente fiebre por Bolaño –al menos así lo consideran algunos libreros de Montevideo-, yo la interpreto por tres lados:<br /><em>1) </em>En un país tan necrófago como el nuestro, la lectura de un muerto reciente suele resultar más atractiva que la de insulsos cuerpos vivos<br /><em>2) </em>Más allá de los elementos de la vagamente llamada “alta cultura” que abundan en sus cuentos, hay cierta autorreferencialidad pop que se acopla bien al relativamente nuevo perfil pop de Montevideo, ese divagante espejismo que nos han intentado hacer creer algunos un par de publicistas hoy en día<br /><em>3)</em> El tipo escribe bien.<br />Pero en realidad no es Bolaño de lo que me interesa hablar, sino más bien del Pajarito Gómez, un personaje abrumadoramente interesante que aparece en el cuento <em>Prefiguraciones de Lalo Cura</em>. El cuento relatado en primera persona por un posible narco –matón o capo, no se sabe a ciencia cierta- trata puntualmente sobre el mundo de la pornografía, pero más allá de ello, de los lazos sociales más espesos que la sangre, la mística más allá de la suma de las partes en ciertas personas, la posibilidad de encontrar lo sublime hasta en los medios más impensables. El narrador es el producto de la unión entre un predicador tan loco como combativo y una mesera que labura ocasionalmente como prostituta. Ni bien nace, el predicador desaparece –el apellido <em>Cura</em> proviene precisamente de la forma en que llamaban al misterioso tipo- y la madre de la criatura incursiona en el mundo porno –presentado con pinceladas casi surrealistas, trascendiendo la prefigurada idea de aquello como el último anillo del infierno. Es interesante cómo se presenta todo el proceso de filmación, conformándose una especie de familia, en la que se incluyen el productor, los actores, las actrices y el mismo Lalo, que suele jugar con unos ganzos y perros que cría el director en el fondo de su casa. Pasan los años y Lalo termina accediendo a las películas estelarizadas por la madre, pero más allá de presentarse la situación como un espectáculo tórrido y traumatizante, el narrador describe con pasión ciertas películas, incluso las más jodidas, entre ellas una llamada <em>Pregnant fantasies</em>, que no creo necesario precisar de por dónde viene la mano. La cuestión es que terminé uniéndome a la fascinación del narrador por la trama de algunas películas que va mencionando a lo largo del cuento. Cito el resumen que hace de la película Barquero:<br /><br /><br /><span style="font-size:85%;"><em>“(…) Las chicas recorren basureros y caminos despoblados. Luego se ve un río de cauce ancho y aguas tranquilas. El Pajarito Gómez y otros dos tipos juegan a las cartas iluminados por una vela. Las chicas llegan a una fonda en donde los hombres van armados. Sucesivamente hacen el amor con todos (…) El pajarito Gómez es el barquero, al menos todos lo llaman de esa manera, pero no se mueve de la mesa. Sus cartas son las mejores. Los maleantes comentan acerca de lo bien que juega. Qué bien que juega al barquero, qué suerte tiene el barquero. Poco a poco comienzan a escasear los víveres. El cocinero y el pinche de la cocina martirizan a Doris, la penetran con los mangos de enormes cuchillos de carnicero. El hambre se enseñorea de la fonda (…) Mientras los hombres van cayendo enfermos las chicas escriben como posesas en sus diarios pictogramas desesperados. Se superponen las imágenes de un río y las imágenes de una orgía que nunca termina. El final es previsible. Los hombres disfrazan a las mujeres de gallinas y después de pasarlas por el aro se las comen en medio de un banquete nimblado de plumas. Se ven los huesos de Connie, Mónica y Doris en el patio de la finda. El Pajarito Gómez juega otra mano de póquer. Tiene la suerte apretada como un guante. La cámara se coloca detrás de él y el espectador puede ver qué cartas lleva. Los naipes están en blanco. Sobre los cadáveres de todos ellos apareen los títulos de crédito. Tres segundos antes del final el río cambia de color, se tiñe de negro azabache.”</em></span><br /><em><span style="font-size:85%;"></span></em><br /><em><span style="font-size:85%;"></span></em><br /><br /><span style="font-size:85%;"><br /></span><span style="font-size:85%;"></span><span style="font-size:85%;"></span><br /></span>Discúlpenme, pero si existiera esa película la vería ya. Uno intenta proyectarla mentalmente y aquello es un jodido guiso de Richard Kern, David Lynch, Armando Bó, Kenneth Anger y Cannibal Holocaust. Son de esas películas que ni bien son vistas se quedan en el espectador, pudiendo ser amadas, odiadas o temidas para la eternidad, pero nunca olvidadas. Es como una cicatriz importante, uno no puede emitir juicio sobre ella, simplemente sabe que está ahí y que ya es parte suya más allá de lo que piense o desee (escribo esto mientras veo un ilustre tajo que siempre me gustó como queda en mi antebrazo izquierdo). Más allá del sexo explícito –es decir, unas tipas penetradas por mangos de cuchillos de carnicero no entran precisamente en la categoría PG-, para la comúnmente compartida noción que se tiene de la pornografía, aquello dista mucho de lo que se suele esperar de una película porno, género que generalmente se resume a escenas inconexas con prólogos de no más de cinco minutos en los que una colegiala (generalmente interpretada por alguna veterana con <em>pigtails</em>) seduce a su profesor en un período de detention, o algo por el estilo. Lo peor es que posiblemente tengan razón, por más placeres fugaces y cuotas de porn culture nos ofrezcan muchas de las películas de the black side of the valley, ya no se estila crear cierta trama o clima siquiera, y ciertamente se perdió bastante del mismo erotismo de las escenas, pareciendo las performances, más que sexuales, gimnásticas. Sin embargo, no siempre fue así y ciertamente, en el pasado el cine underground, el gore, las películas clase b y la pornografía se entremezclaban, siendo varios nudillos del puño contracultural que daba en la nariz –o si quieren, las bolas- del establishment norteamericano. Como ejemplo tardío de esto está el <em>cinema of transgression</em>, con las películas de Richard Kern o Thessa Huges, que si bien presentaban sexo explícito, no tenían el mero fin de que algún espectador anónimo se bajara una mano viéndola en su casa o un cine desierto (aunque algún que otro enfermito ya lo debe haber hecho), sino generar un impacto tal en que el eros y el thanatos se convirtieran en una misma pasta oscura y tan oleosa como el cine del primero.<br />En el cuento de Bolaño, más allá de la inclusión enigmática de esa escena de las cartas, se refiere a Pajarito Gómez como un hombre que más allá de sus dieciocho centímetros –una medida tan desestimable como un metro setenta en la NBA- tenía una mística propia que hechizaba, generando una mezcla de fascinación y miedo. La forma en que Bolaño describe las escenas, así como la personalidad y el físico de Gómez, me impulsó a escribir este post, por el hecho de rescatar cierta belleza, o cuando menos, cierta magia que tiene el cine porno, defensa a tal arte frente a la cual la mayoría de la gente simplemente reaccionaría calificando aquello como un mero snobismo, o la onanista fascinación de un <em>porno geek</em> terminal.<br />A fin de cuentas, a uno no le extraña que aquellas películas no sean consideradas buenas -que muy difícilmente llegarían a serlo-, sino que sean automáticamente descartadas y no tengan un lugar en los corazones de ciertas personas -al menos en Uruguay- como así lo tienen películas también malísimas como Plan 9 del Espacio Sideral (B movie elevada a film de culto), o Showgirls.<br />Pero para hablar sobre el porno, olvidémonos de Jenna Jameson, de Raven Riley, de Jayden James o de Tera Patrick, y volvamos al principio, o mejor, volvamos a <em>mi</em> principio.<br />No me sorprende decir que la cartografía libidinosa de mi existencia comienza, no por la vida cotidiana, sino por las películas (salvando el detalle de las pulsiones orales infantiles y todo el rollo psicoanalítico). Hasta cuarto año de escuela difícilmente me interesaban las mujeres, y ciertamente me gustaba más dibujarlas que hablar con ellas. Por supuesto, había alguna que otra chica que me gustaba, pero entre mi mala suerte, falta de tacto y cierta puerilidad, aquello era <em>no man’s land</em>. Sin embargo (y sabiendo lo caprichosos que suelen ser los archivos de mis recuerdos), gran parte de eso cambió en uno de mis veranos en Atlántida, donde escuché hablar por primera vez de <em>Ultimo tango en París</em>.<br />Era la sobremesa de un asado y mi primo Lucas y yo andábamos recolectando tomatitos de un gratebus mientras mis padres, tíos y abuelos se sumían a una de esas extensas charlas de sobremesa. Los mayores se habían dispuesto a conversar sobre las escenas más <em>fuertes </em>(el eufemismo común que utilizaban mis padres para referirse a escenas de sexo) del cine. En aquel momento no había pasado mucho del furor de <em>Bajos instintos</em> (estamos probablemente en 1994, siendo la película estrenada para salas en 1992), y la famosa escena de la apertura de gambas de Sharon Stone circulaba y era moneda común para todos los allí presentes. Sin embargo, mi abuelo comenzó a exponer ciertas escenas que habían causado furor en su momento, llevando a mención una escena de las piernas de una mujer en un arrozal (que recién a mis diecisiete reconocí en <a href="http://www.cineforever.com/wp-content/uploads/2007/06/mangano-1-arroz.jpg">la Silvana Mangano de “Arroz amargo”</a> –de por cierto, fascinantemente sexual) y <em>Ultimo tango en París</em>. Que pronunciara aquel enigmático nombre fue suficiente para que todos los mayores asintieran y mi padre me descubriera en la hamaca, diciéndome que me fuera a acostar. Yo era un pibe bastante obediente, y me fui con Lucas a las cuchetas, preguntándome qué habría detrás de ese film. Unos días después, en una jornada de pesca le pregunté a mi abuelo qué era <em>Ultimo tango en París</em> y me respondió, de manera igualmente hermética, que era una película muy fuerte. Ciertamente pasó mucho tiempo desde aquella conversación hasta alquilar efectivamente la película (y conocer los varios usos y propiedades de la manteca), habiendo pasado entre medio muchos films que me quemaron el bocho, como <em>Sliver y</em> algunas de la Coca Sarli o de Shannon Tweed, pero sin duda la película de Bertolucci fue el puntapié inicial, como un mito que empezó a hacer funcionar engranajes que nunca antes habían sido puestos en funcionamiento.<br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207223517149222962" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBUR1xa0rI3lKvZspWouj4DUZCfb3m9k5s14WPfqGEL8BBmeTUCaIS7JLzCQhYjkoZ5RLbwBT2MY-OhV9sZ-3OnYlI2d7VMZdcFnfwLnNdNb30D-fBWjlub3cCiqbgjVp6eLqTzA/s320/ultimo+tango+en+paris.jpg" border="0" />La primer película porno que vi –sin saberlo, es más, sin siquiera saber qué era realmente pornografía- fue <em>Garganta Profunda</em>. Tenía doce años y yo creía que por haber visto las <a href="http://www.youtube.com/watch?v=RBR1l0wfYP8"><em>Emanuelle</em> de Laura Gemser </a>ya sabía todo lo que había que saber de sexo en cámara. Algunos compañeros míos me habían dicho que en la casa de Renato, un compañero brasilero, había un canal llamado Bandeirantes, en donde todos los sábados se pasaban películas mucho más zafadas que las que se acostumbraban dar en Space. Yo no les creía mucho, y ciertamente las pocas veces que fui a lo de Renato, la familia tenía hábitos demarcadamente noctámbulos que nos impedían despacharnos de ese supuesto festín de la carne que solo se podía ver en la tele del living.<br />Una tarde con mi casa vacía fui a buscar unas medias en el cajón de mi padre. Entre la ropa del cajón había dos videocasetes, muy pesados, de esos que en ciertas velocidades pueden albergar hasta ocho horas de películas. Los inspeccioné, intenté encontrar alguna señal que delatara su contenido, pero no, eran dos casetes desnudamente negros, sin ninguna inscripción de cualquier tipo. Esperé unas cuantas tardes para poder ver el material. El primer video, más ligero de peso, era una película erótica en la que dos parejas se intercambiaban en una serie de juegos y malentendidos entremezclados con mucha –demasiada- masturbación femenina. Estaba bastante bien, pero no era nada que no hubiera visto antes. Sin embargo, el otro video se resistió a mostrar su contenido. En el video de mis padres no funcionaba, y en el mío apenas podían vislumbrarse ciertas imágenes que no arrojaban mucha información de nada. Devolví los videos al cajón, intenté mantener la escena del crimen intacta, pensando que mi padre me podría descubrir por veinte centímetros de desplazamiento de un par de medias o calzoncillos. Pasaron varios días y cuando quedó nuevamente la casa libre me dispuse a ver ese video. Traté de todo, pero ninguna de las videocaseteras funcionaba, y pensando que debía ser un problema de norma, decidí por sacar del fondo del ropero un apolillado aparato que nos servía en México, pero acá no. Intenté conectarlo como pude y metí el video. Funcionaba. Aparecía un bigotudo en escena, un tipo que en los subtítulos se hacía llamar como Dr. Young. No entendía mucho la trama –ahora creo que sencillamente estaba nervioso, o excitado, o ambos- y puse stop y ffw para ver que pasaba a unos cuantos minutos de distancia. Fue ahí que al presionar el el verde botón del Play apareció de lleno, casi osando atravesar la pantalla, un pene gigantesco, que al principio pensé que sólo podía ser una prótesis, o algo por el estilo. El hecho era que una pecosa que parecía salida del reparto de <em>Breakfast club</em>, de golpe y porrazo se tragaba un gigantesco miembro que a simple distancia de la cama al televisor parecía que iba a sacarle un ojo a uno. Seguí haciendo ffw y descubrí que no era sólo el pene del bigotudo –Harry Reems-, sino que todos eran una especie de superhombres con paquidérmicos miembros que largaban esperma como una planta de extracción de petróleo. Aquellas imágenes eran impactantes, y realmente eran tan asombrosas que dejaban poco espacio al placer. Estaba todo el tiempo urdiendo en posibles efectos especiales, entre ellos, las posibilidades de que los penes fueran cilindros huecos con un sistema de bomba que pudiera controlar al parecer de los directores los famosos chorros que caían sobre el rostro de la actriz. Hasta donde yo creía, el semen era algo cuasi tóxico, y la posibilidad de que una mujer se tragase aquello era tan improbable como perturbadora.<img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207220532146952178" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 422px; CURSOR: hand; HEIGHT: 276px; TEXT-ALIGN: center" height="242" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9rgO6Q1fnK02v3Bdt11kQR7kPZ6dwHIl98ADhhYAmHY-LizclkU8HR0XjKMXK2_UbLrtYESsgJxliJGKUCJHzlQjG8em11PIYr_DYPvY_ahCc8cjcQByfSsnVhCMAv7qJRi_ZRg/s320/18432464.jpg" width="377" border="0" />Como prometía el peso del casete, este contenía algunas cuantas películas, entre ellas uno sobre un spa de iniciación sexual, otro de voyeurismo y ala delta (¿!) y algunos videos de la Doctora Ruth, capilarmente más ochentosos que los anteriores. Había otro de Harry Reems que era bastante oscuro, uno en que nuevamente era un doctor – este caso un psiquiatra, vayan a saber qué lo mantenía tan enquistado en ese papel-, que atendía a una psicótica con un pasado plagado de violaciones, filmadas por una cámara fascinada por la oscuridad y texturas jodidas. Incluso la pobre internada era sodomizada -aunque no le jodía mucho-por una de las enfermeras, una veterana evidentemente lesbiana, y el final del film era tan abierto como oscuro, dejando la escena final de una violación en que la protagonista muere como una escenificación de su propia desestructuración psíquica, o un macabro hecho que realmente sucede.<br />Cuando presentía que iba a llegar alguien a casa, corría al cuarto de mi padre y disponía todo tal cual estaba. Aquellas sesiones no eran algo precisamente erótico, enfocándome a aquellas películas más como si fuesen algunas de las de Jason o Didavisión, que un propio <em>jerking material</em>. Una o dos veces a la semana, miraba aquellas películas, y trataba de entender de qué se trataban, estando la mayoría de ellas sin subtítulos. Viéndolo desde cierta perspectiva, aquel videocasete era una verdadera piedra Rosetta del lenguaje pornográfico, siendo un popurrí de thrillers, comedias, sexo de todas las posiciones, y una filmografía que incluía a fichas como Rocco Siffredi, Gina Lynn, Annette Heaven, el titánico John Holmes y Reems y Loveleace, de los que ya venía hablando.<br />Extrañamente, mi cinefilia pornográfica tiene cierta sincronía con el propio curso de la industria azul. <em>Garganta profunda</em>, film arquetípico que resultó ser la película seminal -en todos los sentidos de la palabra- de la industria del porno, posiblemente no sea el mejor film del género, pero sí la más importante. Para entender lo que significó la película recomiendo tremendamente mirar <em><a href="http://www.youtube.com/watch?v=s2cNTQMAtCM">Inside deep throat</a></em>, documental que refiriéndose a un film pornográfico, termina hablando de los caminos del arte y la historia de una nación en uno de sus períodos más voluptuosos, es decir, los setentas. En el film se entrevista a Damiano –director de la película-, Harry Reems –con canas y sin su característico bigote-, junto a abogados, distribuidores y personajes que formaron parte o que fueron testigos de tal gigantesco acontecimiento. Lo que queda claro es que la película terminó siendo lo que es, más que por sus propios méritos artísticos, por la caza de brujas que se inició a partir de su estreno, con Nixon y todos sus caballeros intentando censurar a toda costa la reproducción del film –incluso se llegó a enjuiciar a Harry Reems, siendo la primera vez que se condenaba a un actor por interpretar un papel. <em>Lo que no mata fortalece</em>, y tal como los Sex Pistols encabezando el puesto número uno de Gran Bretaña con un disco que la Billboard intentaba ocultar de su listado –ese 1) con un espacio en blanco que aparece en el documental de Julien Temple-, la película llegó a boca –y mano- de todos, comprobándose ese dicho de Oscar Wilde, de que es mejor la mala fama que no ser conocido.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207223517149222946" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 198px; CURSOR: hand; HEIGHT: 352px; TEXT-ALIGN: center" height="337" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxWCcqFkq3l3T42uEM35hCy-lpvLGA2AaxWNdzsT8g-jNWFNfa-D1OaFHaw-lSdBE9g32OwjLL1q8WhL_K3s1If3HbRhpQpzT3v2bANdHK1StRvfE7-e4Ax7f-suv8d6BQ_FUPXg/s320/TheOpeningOfMistyBeethoven.jpg" width="198" border="0" />Como decía, hay películas mejores que Deep throat, como la super arty <em>Behind the green door</em> –película de los hermanos Mitchell en donde se funde coreaografía, orgías y psicodelia, con la belleza particular de Marilyn Chambers-, la fáustica <em>The Devil in Miss. Jones</em> –otra de Damiano-, o <em>The opening of misty beethoven</em> –mi favorita entre todas ellas, una especie de My Fair Lady pornográfica de alto presupuesto, y con algunas escenas verdaderamente cómicas. Incluso, se está equivocado creer que la primer película porno es efectivamente Deep Throat, siendo <em>Mona</em> un precedente exhibido en San Francisco. John Waters, tipo ídolo si los hay, afirma que el cine pornográfico comenzó propiamente en el documental <em>Pornography in Denmark</em>, película que mostraba penetraciones, pero que por estar amparada en un cierto velo de <em>artisticidad</em>, había escapado la neurótica censura de la <em>land of the free</em>. Incluso volviendo más atrás, varios autores consideran que los verdaderos puntales sobre los que se basó la industria pornográfica son las películas de Russ Meyer (un viejo entrañable, que tenía un plantel entero de Cocas Sarlis dispuestas a bañarse y saltar y saltar y saltar hasta que el lo dispusiera) y las clandestinas <em>stag movies</em>, películas de más o menos diez minutos que consistían simplemente en una persona siendo filmada mientras tenía sexo con otra –de hecho, hace poco salió a la luz uno de estos videos interpretado nada más y nada menos que por Marilyn Monroe, pero al parecer un <em>überonani</em> desembolsó unos cuantos billetes para hacerse del material y no compartirlo con nadie. De las <em>stag movies</em> se tomó propiamente gráfico, y de las de Meyer, su ritmo y su predisposición al humor –es gracioso ver una película de este señor que siempre me recordó a Hitchcock, por el hecho de parecer en sus diálogos y comportamientos a los propios de una peli porno, por más que a penas se muestre alguna teta. La búsqueda genealógica realmente puede alargarse hasta donde uno quiera, pudiendo pasar por el orgasmo femenino de Extasis de Machaty, los pies de la estatua besados por aquella chica en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=lcasqBRzeeA">La Edad de Oro </a>(película de Buñuel que despertó un quilombo parecido al de Garganta Profunda), o propiamente <a href="http://www.youtube.com/watch?v=mTHzr8_wfK0">El beso, de 1896</a>, que a más de uno le pareció un acto tan indecente como filmar a dos niñas siendo violadas por cerdos mientras que pasan de fondo se pasa You're ths sunshine of my life, de Steavie Wonder. En realidad la cosa se puede extender hasta donde uno quiera, y puede llegar hasta Sade, Safo, la Venus de Milo, y pará de contar...<br />La cuestión es que desde que el hombre es hombre sus actividades masturbatorias o fantasiosas han buscado ficciones sobre las cuales apuntalarse, y el arte siempre estuvo a mano como vehículo de tales anhelos. Sin embargo, en ese camino que parece más una meta para un fin, el mero acto masturbatorio ha sido elevado a la dignidad de cosa, y ciertamente el tiempo cinematográfico entre garche y garche ha sido reducido, hasta convertirse aquello en una mera recopilación de escenas. Precisamente, hoy pareciera que en realidad, más que una degeneración, es un back to the roots, con una fascinación con las filmaciones tremendamente low budget, o sencillamente amateurs, que no difieren en absoluto de las stag movies del pasado. Tanto <em>Inside Deep Throat</em>, como <a href="http://www.amazon.com/gp/product/0060096594?tag2=lapetiteclaud-20"><em>The Other Hollywood: the uncensored oral story of the porn film industry</em> </a>(libro de Legs McNeil, que es como una especie de <a href="http://http://www.amazon.com/Please-Kill-Me-Uncensored-Evergreen/dp/0802142648/ref=pd_bbs_sr_1?ie=UTF8&s=books&qid=1212395381&sr=1-1">Please kill me </a>del porno que me interesaría comprarme un día de estos) recalcan el hecho de que fueron los ochenta, y específicamente la tecnología del videocasete lo que mataron al porno como arte. Antes las películas pornográficas se estrenaban con ceremonias similares al teatro chino de Hollywood, los directores eran personas que querían ser famosas por lo que hacían, más que ganar unos pesos, y ciertamente hacer una película era algo que requería más que viagras, <a href="http://www.sidus.com.ar/EspacioSidus/para_todos/Anteriores/ed%2004/notas/nota04.html">fluffers </a>y una steady cam. Con el videocasete, la gente ya no tenía que meterse en el poco privado mundo de los cines, y podía ver hasta empacharse las películas en su casa. Esto llevó a que las exigencias de rodaje fueran menores, volviéndose cada vez más barato el budget, ampliándose el espectro a directores que más que directores eran tipos con poca imaginación que fueron recortando todo tipo de trama, hasta dejar la historia pelada, tan pelada como las vulvas de las pornstars que desfilan por los lentes de las películas de hoy en día. Si el vhs fue un acierto para la mayor privacidad, la internet fue el paraíso descubierto a un machetazo en la jungla, con películas que al poder ser descargadas, podían ahorrarle al comprador el vergonzoso acto de acceder a un sex shop, o tener que encontrar un secreto alojamiento físico para dichos films. El mundo virtual suplió ambas necesidades, y ante la vorágine del vértigo, los kbps y la banda ancha, muy poca gente disponía del tiempo –y disco duro- para bajarse películas enteras, por lo que sencillamente se optó por filmar escenas. A no engañarnos, empresas como Vivid siguen haciendo ficciones, pero al parecer firmas como BangBros y Reality Kings (estos últimos más caracterizados por falsos realities y audiciones que juegan con el morbo del espectador) se han vuelto los casos paradigmáticos de hoy en día. Las películas duran veinte o treinta minutos, el tiempo necesario para que el agitado hombre del presente pueda bajarse la bragueta, fantasear un cacho y quitarse un peso de encima –sí, la masturbación ha adquirido dimensiones más propiamente escatológicas.<br />Si uno lo piensa bien, la pornografía es una mini historia del arte, condensada en apenas dos décadas, en que se muestra cómo se va olvidando el camino para primar la meta o el resultado, principalmente bajo el imperativo del dinero.<br />No es difícil conseguir una erección en un hombre, a la mayoría de nosotros nos sucede en el omnibus sin tener mucha idea de por qué. La idea de la pornografía era trascender eso, hacer que uno se sentara en su pene, aguantándose para ver qué sucedía después. Personalmente, mi estilo siempre congenió más con la dinámica del erotismo, no porque no me guste lo gráfico –que sí, muchas veces me gusta- sino por su mayor conciencia de la sexualidad y lo que realmente calienta, al menos para seres complicados como yo. Ya había hablado sobre<a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2008_03_01_archive.html"> la disección del guante de Rita Hayworth</a>, esa desnudez de un brazo que calienta más que todas las vulvas microscópicamente inspeccionadas por cámaras que pueda haber, y ciertamente mucho más que films no pornográficos, pero sí explícitos, como puede ser la anémica 9 songs, que también encontré espacio para <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2008/01/escopofilia-iii-afilando-la-guadaasexo.html">despacharme en puteadas hace un tiempo</a>. En el cine, desde los stándares de arte, cuando se abre la senda de lo gráfico, sus resultados suelen ser bastante lejanos al erotismo, con resultados como el blow job de Sevigny a Gallo en Brown Bunny, la sádica y desapasionada Saló, o la desconcertante orgía de Los Idiotas, flmada con el nervioso pulso del dogma danés. En todos estos casos, y me atrevería a meter en la misma bolsa al Imperio de los sentidos, el fin es, si no deserotizar la escena por su excesiva cercanía, sí mantenerla lejos de cualquier complacencia masturbatoria.<br /><br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207220536441919506" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgsOPi4kJXJhrki3iiOl9bZXMm1BJqhBkKmcB68aNqzYG_cdSIa5To7_JQeK5YJ7CPVUJY4WCmR-ENAYq5394TtRCJRoPhR43ZoOFTvPZM-s-g-_KrtKsK0oiF_4zZBtndtO-vMyg/s320/OrrBergman-1.jpg" border="0" />A mucha gente le extraña, pero la película más insoportablemente erótica a la que me vi enfrentado es <em>El silencio</em>, de Bergman. En dicha película, la sensualidad se mantiene tensa, tan tensa que parece una cuarta cuerda de bajo, tirante a punto de reventarnos sobre el rostro. Recuerdo haber visto esa película en el marco de una jodida abstinencia sexual, por lo que desestimé el verdadero alcance del erotismo del film. Sin embargo, la vi nuevamente este año, y realmente, por razones que no son tan fáciles de precisar, la película te da vuelta como una media, y Gunnel Lindblom es una bomba, una tipa que desde el principio te lleva de la correa y te pasa el hocico por tus propios percances. (Ahora que lo pienso, lejos del viejo obsesionado con la muerte y la culpa, el Bergman –haciéndole honor a su apellido- realmente desborda en sexualidad, con películas como <em>Un verano con Mónica, Juventud, divino tesoro,</em> o <em>Persona</em> –con esa narración del encuentro sexual que por no estar amparada en imágenes logra un efecto completamente impensado; de yapa, el ralato <a href="http://www.nerve.com/PersonalEssays/Cook/StarFirsts/index.asp?page=Bergman.asp">de la primera vez del sueco</a>, via <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">elbailemoderno</a>, que figura en el libro La linterna mágica).<br />Pero volviendo al porno, creo que más allá de los cambios acarreados por el cambio de formato, hay algo propio del pasaje de décadas y el sentir de la sexualidad que habla sobre la misma transformación de los recursos y objetivos. En cualquier porno de los setentas –especialmente las de San Francisco, que se diferenciaban de las de las neoyorkinas por ser más sueltas, menos técnicas y más alegres-, resultaba visible el desenfadado hedonismo de aquella época, los restos del hippismo que todavía circulaba renovado en la música disco, el estudio 54 y la merca, que todavía parecía una droga recreativa. Con los ochenta apareció Reagan, el neoliberalismo y el paraíso yuppie, sepultándose toda aquella ingenuidad en una resaca de rimel corrido y cabellos oxigenados y frondosos. Para aquella época siguen habiendo alguna que otra película perdurable, y algunas figuras siguen actuando –como Holmes, raquítico y con Sida, pero con esos treinta y cinco centímetros de carne que hacían pensar en la necesaria implementación del formato widescreen-, y otras despegan –como por ejemplo, Ron Jeremy- pero la cosa ya no es la misma. Ciertamente, como muy bien captó la película Boggie Nights, la fiesta había terminado y gran parte de la familia estaba desintegrada.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207220523557017570" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8_zEhs5U86mipWu1YiROf-m5l_EXacuW6kNPaxcyTcUXClSFNDdvsktbUfJl0ZREmPbBTxa7NqZyJjWe0ucR2d_3ZeDIWuLPY4xbzWr9WG9cNYxsA3OzxtANb51J8174G2bUOkQ/s320/35.jpg" border="0" />Ya para los noventa, y el 2000, la cosa se llena de glitter, los AVN se convierten en una institución y las pornstars lanzan best sellers, pero gran parte de la mística se ha perdido. Llama la atención cómo mientras en los ochenta y setenta las pornos condensaban todo el estilo y desfachatez de la época –no hay pelos más batidos que los de las modelos de los ochenta, y a uno le basta con ver la ropa de John Holmes en su personaje de Johnny Wadd para saber que está en los setenta- en las de los noventa y dos mil hay pocos elementos típicos de la década, al igual que la ropa, que –cuando la hay- más que ropa parece material de utilería. Incluso la música se ha perdido, y mientras que en los setenta habían canciones folk o disco realmente bellas –no estoy jodiendo, péguenle una escuchada a ciertas escenas de algunas pelis pornos de esa época y después me dicen-, en estos tiempos no suele haber música, y cuando la hay, es prácticamente una radio encendida con alguna canción de hip hop, que obviamente no forma parte del original score, y frente a la que la mayoría de las veces ni siquiera fueron pagados los derechos para su utilización.<br />El porno ha tomado el camino que pavimentó el mercado: la especialización. Hoy en día, ya sea por tube8, pornkolt, porntube, poringa, o xvideos, uno especifica el campo que quiere abarcar y se sorprende de cuán específicas pueden ser las búsquedas. A unos pocos clics de distancia, aparecen para el exigente paladar, <em>amateur, anals, facials, blowjobs, titjobs, tugjobs, footjobs, bukkakes, creampies, ass to mouth, D.P., POV’s, deepthroat, face-fucking, fist-fucking, cum gaggers, cum-on-eye, dildo action, fingerin’, swallowers, squirters, sybian, solo, pussy drillers, glory holes, monster cock, bondage, voyeur, bestiality, midget sex, busty, naturals, hairy, teen, coed, lolita, asian, asian nurses, latino girls, ebony, czechs, brazillians, 2 girls one cup</em>. A tanta especialización, según <a href="http://men.style.com/details/features/full?id=content_5185">este artículo </a>que me afané via<a href="http://www.lepetiteclaudine.com/"> Le Petite Claudine</a>, la sobreoferta marea a la gente, y ciertamente el verdadero gusto del fetiche, algo que sólo jugaba dentro de nuestra fantasía como innombrable, prohibido, o ciertamente inconcretable, se termina perdiendo ante las ofertas que cosquillean nuestras narices.<br />Las actrices ya sólo aspiran a una rama en la cual creen que pueden explotar su potencial. Por ejemplo, Naomi Russell difícilmente haga un film en donde no haga uso de esa cola suya que hace ver a Agustina Keyra como Twiggy; la rumana Sandra Romain ha logrado la milagrosa hazaña del triple anal –algo que apenas se insinuaba como posible en la película Orgasmo-, y Belladona… bueno, Belladona hace todo, y mucho más jodido que cualquiera.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5207220532146952194" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrwiHCYrrsoPvAV5zUBu-U5VswngMRG_6tnK4icDkaLAIjJla7ZD39-aVrS5IhSq9QfdMv0oOpMul-2o4Sb8Kp1LKKSrmJqINFxHhrrLOsazAMLqIi7Hu2nXbXmme0KrJkWNs-SQ/s320/belladonna-ciao.jpg" border="0" />Uno de los determinantes más claros de la decadencia estilística –no económica- del porno es la misma ausencia de actores masculinos relevantes. Prácticamente no hay ningún actor que sobresalga, y los hombres suelen ser reducidos a sudorosas máquinas de jadeos, muchas veces meros penes parlantes, objetos parciales que entran y salen de cámara.<br />Más allá del paupérrimo nivel general, hay algunas cosas por las que alegrarse. En un terreno donde los recursos técnicos y estilísticos están tan pasados por el barro, hay veces que a tantas infracciones de las normas del arte se logran verdaderos productos de vanguardia, como si fueran ejemplos de <em>cinéma discrépant</em>.<br />Un ejemplo demasiado genial sobre esto figura en un <a href="http://fuckyoutiger.blogspot.com/2004_08_01_archive.html">post de benito </a>en fuckyoutiger, en referencia a la película <em>John Wayne Bobbit uncut</em>. En esta película, en el medio de una escena, de la nada sale Ron Jeremy y se bombea a la actriz principal, con la que uno de los actores estaba tenienendo sexo. Lo gracioso es que Jeremy era el mismo director, por lo que habría que pensar si aquello fue algo pensado como parte del guión, o si fue una lección de una buena cogida ante un actor que venía frustrándolo por su incompetencia. De una u otro forma, aquello, por el barrado de la implicación director-obra, se vuelve algo vanguardístico y meta cinematográfico, que en la cámara de otro director podría ser considerado como un tremendo <em>tour de force</em>. Personalmente, no vi la escena –me encantaría poder verla, ya me estoy riendo mientras escribo esto-, pero me trae a memoria una que sí vi, y no hace mucho. Era una historia prototipo, un tipo va a consultar a su compañero de buffet, y lo atiende la esposa del mismo, invitándolo a tomar algo, no durando más de tres minutos en quedar completamente en pelotas -como era previsible. Pasa todo lo que tiene que pasar, y tras quince minutos de puro traqueteo, el tipo termina sobre la cara de la mujer –creo que era Shyla Stylez, pero puede ser que me equivoque. La escena sería completamente desechable, si no fuese que de la nada, la cámara se acerca a la modelo, y se desenfunda un pene que en cuestión de unas pocas sacudidas vierte su blacuzco líquido en la bronceada espalda de la esposa del abogado. En ningún momento se había hecho hincapié en la existencia del camarógrafo, es decir, la cámara estaba por fuera del universo diegético del film, y sin embargo, de la nada la misma cámara tiene pene y como si fuera objeto parcial se desagota, rompiendo aún más <em>edgier</em> la estructura narrativa del film.<br />Hay otras cosas buenísimas del cine porno, entre ellas los complicadísimos y creativos seudónimos –ej: el director Dick Cocks- o nombres de películas –<em>Shaving private Ryan</em> es uno de mis favoritos-, pero más allá de estos elementos que son más bien folclóricos y, en algunos casos, no pensados, o accidentales, hay una nueva producción que considero una idea esperanzadora entre tanta chatura.<br /><a href="http://beautifulagony.com/public/main.php">Beautiful Agony</a> está subtitulado como <em>facettes de la petit mort</em>, y tal como lo indica, sólo son primeros planos de personas alcanzando el orgasmo. La mayoría de los videos son enviados de forma amateur, y en ellos no se ve más que el rostro de las personas. No sabemos en qué circunstancia están, cómo se están masturbando, o que les pasa por su cabeza, sólo se ve el rostro, de una forma que a veces impacta por lo fiel y auténtico de los mismos. Dejo como ejemplo <a href="http://www.pornkolt.com/Beautiful-Agony---Blackhaired-Girl-Masturbates-41711.html">este video</a>. Hay un momento preciso en que la morocha después de acabar, mira a un costado y sonríe con cierta vergüenza, una vergüenza genuina que lo termina comprando a uno. En mi caso, me parece que ese cambio de mirada es de las cosas más fascinantes y eróticas que he visto en films y pornografía. Ciertamente, el órgano de la sensualidad, por mal que le pese a los cirujanos, son los ojos. <em>La mirada es la erección del ojo</em>, dicen, y si hay algo que es irreproducible e intraducible en la mirada de una persona. Los cuerpos se pueden <em>tunear</em>, con los milagros de la cirugía plástica una mujer se puede agregar gomas, afilar pómulos y vencer momentáneamente la ley de la gravedad. Sin embargo, la mirada no, y es algo que se salva de cualquier maltrato, abaratamiento o sobreexplotación. La mirada es <em>intuneable</em>. La gente detrás de Beautiful Agony entendió eso, y tiene en su haber una de las pocos faroles más allá del tunel.<br /><br />Epílogo:<br />Un amigo me dijo que si escribo sobre pornografía, mejor que lo haga con los pantalones bajos, porque si no, no es divertido. Pienso en ello, pero no puedo posicionarme ante esta idea. Personalmente creo que gran parte de mi ideología se basa en bajarme los pantalones en circunstancias donde ameritan tenerlos puestos y subirmelos en donde se espera que los tenga bajos, por lo que estoy lejos de poder llegar a tomar partido en el asunto. Una vez me dijo mi psicólogo que mi forma de proceder ante todo es como la de un coleccionista. Posiblemente, de las mayores verdades que he extraído de la terapia. He acumulado todas estas actrices, todas han pasado por mi televisión, mi vhs, mi computadora y mi retina pero por alguna razón no las desecho, me gusta acordarme de sus nombres, analizar su forma de actuación, insertarlas en una especie de estantería imaginaria. Casi la mayoría de las eternamente perdurables son figuras de los setenta, con algunas excepciones como Belladona (a la que mucha gente le pide que le firme bates de baseball, y no precisamente por su cantidad de home runs) y Dani Woodward (una de las pocas, que cuando menos, <em>sabe</em> actuar mal). Pienso una vez más sobre ello, y es una tarde larga y fría. Luego de escribir este post voy a buscar medias al cuarto de mi padre, y ahí, tal como lo dejé años atrás, está el video. Me quedo observando el video, y luego de decidirme por unas Reebok abrigadas, pienso para adentro<br /><em>Here's to Lovelace<br />And Chambers<br />And Holmes<br />And Metzger, and Damiano<br />And Spelvin<br />And all the strange porn heros<br />You know you're doing all right<br />So hold on to each other<br />You gotta hold on tonight </em>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com42tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-51393844521315387422008-05-12T18:02:00.007-03:002008-05-12T20:27:42.844-03:00<strong>Murder Ballads</strong><br /><em>"El gran sucedáneo norteamericano de la revolución social es el asesinato"</em><br />Walter Dean Burnham<br /><br />Cuando tenía nueve años pegué una foto de Chikatillo en una pared de mi cuarto. Era un recorte de una revista Muy Interesante, revista a la cual prácticamente estaba formalmente suscripto por aquellos tiempos. Aquel número tiene una historia en sí, habiéndose convertido objeto de veneración de tres niños que se disputaban por leerla en los recreos. El ejemplar lo encontramos en la biblioteca del San Juan, y había sido amor a primera vista. Por aquel entonces Juani y yo nos habíamos hecho amigos de un chico llamado Ignacio, pero que llamábamos Jacobo, por aquella extraña costumbre de llamar por el apellido que reinaba en el colegio (yo mismo era conocido como <em>el Acevedo</em>). De Jacobo ya hablé en <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2007/11/were-all-frankies-en-lo-que-llevo.html">este post</a>, personaje que siempre parecía haber vivido el horror en carne propia, mientras que nosotros apenas atisbábamos a verlo desde banderolas entrabiertas. Con él apareció George Romero, el Necronomicón, los extraterrestres, el juego de la copa, y sí, eventualmente los asesinos. Prácticamente era como si hubiese traído los temas importados de otra escuela, en donde al parecer dicha fascinación era omnipresente entre sus compañeros. Juani siempre había sido medio veleta, y su entusiasmo por las ciencias forenses duró lo mismo que sus Rollers, su habilidad con el diábolo, sus pantalones carpintero o su titularidad en el Pucarú. Por mi parte, yo ya daba muestras de una cualidad o defecto que me sigue caracterizando hoy en día: mi capacidad de convertir sencillos gustos y manías en religión. En repetidos episodios de mi vida, me ha sucedido de ser introducido por alguien en determinado tema, gusto, o actividad y no demorar en vencer al maestro, convirtiendo aquella tímida o entusiasta recomendación en un modo de vida. Ya me había pasado con Pedro Lamas y Tolkien, mis amigos de facultad y Buenos Muchachos, y ciertamente con Jacobo y sus asesinos. Ciertamente, de haber probado ciertas drogas, sería el perfecto personaje que llena de remordimientos a la persona que lo introdujo al primer gramito, la primer pitada, o el primer pico.<br />Es así que en cuestión de meses me había convertido en alguien que juntaba información de asesinos como si fuera un pájaro queriéndose hacer un nido con semejante cantidad de recortes y fotocopias. Incluso había llegado a alquilar un libro de Psicología Jurídica -que desde mi perspectiva actual reconozco como horripilantemente conductista-, del que llegué a leer bastantes capítulos, más allá de no entender mucho lenguaje técnico ni fisiológico (podía comprender apenas esbozos de lo concerniente al lóbulo frontal, el cortisol y cosas por el estilo).<br />Pero por más de haber conseguido información mucho más detallada y profesional siempre terminaba cayendo en la misma revista, que a tantos cambios de página sus ganchitos no pudieron soportar más, como levantando sus brazos en gesto de hastío, convirtiendo aquello en un alboroto de hojas, apenas mantenido en orden por una cinta elástica. Al principio nos habíamos contentado con fotocopiar la considerable cantidad de páginas que llenaban la revista. Luego de un tiempo eso no bastó y terminé robándome el ejemplar. Fue un hecho gracioso, porque la misma tarde Jacobo o Juani, no recuerdo, se dispusieron a robarla, enterándose más tarde que les había ganado de mano. Ahora, repasando aquel artículo, uno se da cuenta de que no era gran cosa y difícilmente hablaba de algo que ya no se hubiera dicho sobre asesinos. Sin embargo, lo que más compraba a uno era la documentación fotográfica, llena de aquellas imágenes de hombres con ojos desorbitados, corpulentos norteamericanos vestidos de payaso, petisos orejudos, barbudos con svásticas tatuadas entre ceja y ceja. Más allá de Charles Manson, que ya gozaba de cierta iconografía pop, culminada por la ridícula camiseta que solía portar Axl Rose (y en una época donde el chillante hombre de falda era lo más cercano a Dios), a mi me fascinaba la foto de Chikatillo, especialmente por la imagen completamente enfermiza que irradiaba su rostro. Uno se daba cuenta de que debía haber algún tufillo detrás de su tardía encarcelación (como eventualmente se comprobó, por la tregua impuesta al integrar las filas comunistas), porque uno ve cualquiera de sus fotos, y ya desde su apariencia es imposible no despertar sospechas de un pasado o presente evidentemente sórdido.<br /><br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199631513140578338" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWmkPZ6emdf0-EUULSYHlp65lICkPj9dMM_GFu8-i6ZqNbMMSHFvbBpIF_YKZHWkd0MYMiWOBCyUYZiVS8EeA7DDaVeUX9i8HcQtb2vHkM47BXSdrA_FhLV3wC2TdXrdZUS3nhaA/s320/Image10.jpg" border="0" />No hacían falta las pitonisas de <em>Minority Report</em>, uno con ver aquel rostro podría haberlo encarcelado previo a que cualquier tragedia se hubiese efectuado.<br />La foto la tuve pegada lo que le duró a mis padres darse cuenta de quién era el simpático hombre sin cejas que me miraba desde la otra parte del cuarto (algo así como cinco días). Volviendo atrás, el pegarlo en la pared no se debía tanto por el oscuro –pero evidentemente púber- enamoramiento hacia tal sórdido personaje, sino más bien a un afán coleccionista, como un hombre que ama a las mariposas, pero sólo para mantenerlas disecadas y en vitrinas. En mi caso, soñaba con tener la pared tapizada de fotos de asesinos, recortes de diario, identikits y gigantes mapas de la ciudad con pins rojos, azules y verdes sobre los lugares en donde se registraron los sucesos. En fin, uno deseaba con ser, cuando no un detective, un experto en la materia.<br />Los años siguieron y mi fascinación por los asesinos se dilató con las nuevas armas que ofrecía la internet. Finalmente había accedido a truculentas imágenes de escenas del crimen, y en mi haber tenía fotos de Shannon Tate, los desmembramientos de Jeffrey Dahmer, o los cuerpos sin vida de las jovencitas de Ted Bundy, frente a las cuales uno incómodamente percibía que eran generalmente bellas.<br />Mi fascinación por The X-Files no ayudó a desligarme de esos temas, y ciertamente la obsesió se mantuvo durante mucho tiempo, incluso siendo uno de los principales motores para inscribirme en facultad de psicología.<br />Con el tiempo, Jacobo se entregó por completo a la liberación de Palestina y la causa anarkista y de Juani ya ni sabía qué cosas le gustaban. Yo, sin embargo, había decidido que iba a ser psicólogo forense.<br />Es extraño ver ahora a mi novia estudiar psicología jurídica, mientras que yo abandoné aquellas antiguas pasiones para abocarme a lo más clínico.<br />De cierto modo es un barómetro para medir cuánto ha cambiado uno en todos estos años.<br />Sin embargo, hay algo que parmenece ahí, debiendo ser uno de los únicos que al ver una foto de Onoprienko, u Otis Toole no siente fascinación, miedo o rechazo, sino dulce nostalgia.<br />En cuestión de años, la música, la literatura y el cine fueron ocupando un lugar cada vez más predominante en mi vida, dejando un poco por fuera a cuestiones de índole criminalístico, psicológico y afines. Sin embargo, y de cierta manera reconciliadora con mis antiguas obsesiones, los filmes sobre asesinos abundan en mi videoteca –no así las novelas policiales, a las que siempre me resultó difícil hincarle el ojo-.<br />Me gustaría salir con alguna película underground de Lituania, pero, a mi parecer, <em>la</em> película de asesinos fue, y será por mucho tiempo, <em>El silencio de los corderos</em>. Nótese que la menciono en su traducción literal, y no como “El silencio de los inocentes”, parte de ese compendio de castellanizaciones lastimosas que parecen tener a su disposición un diccionario de treinta palabras. Es una lástima que películas como esta caigan a la miopía selectiva de traductores, que se olvidan que, en este caso, el título en inglés adquiere una dimensión mucho más profunda y psicológica que la obviedad alambrada de la palabra “inocente”. Precisamente, a diferencia de la comúnmente alabada actuación de Hopkins –que sí, está genial- lo que diferencia a esta película del cualquiera del género <em>serial killer movie</em>, es que Hannibal Lecter patea la pelota en cancha de la protagonista, convirtiendo aquello en una búsqueda personal por un asesino interno que difiere de la estereotipada y <em>noir</em> imagen del detective atormentado por su pasado. Sin embargo, mucha sangre –ficticia y real- tuvo que correr debajo del puente para que el refinado señor Lecter se hiciera un lugar en el salón de la fama.<br />Más allá de que el concepto <em>serial killer</em> es considerablemente reciente, con otros nombres han abundado en la historia personajes que con toda justicia podrían ser catalogados como asesinos seriales. Incluso, posiblemente los grandes monstruos del pasado, como puede ser Drácula, los licántropos, etc. perfectamente podrían ser deformaciones narrativas y poéticas de aquellos grandes devoradores de vidas. No es mi intención hacer un extensivo repaso de estos asesinos –después de todo, es probable que puedan encontrar información más detallada en la página de algún fanático de una banda de Funeral Doom-, sino más que nada, vincularlos con sus diferentes reverberaciones en la cultura popular –siendo el cine y la música posiblemente la via eferente <em>par excellence</em> de la cultura pop del pasado siglo (si es que hay pop fuera del siglo XX)-. La introducción histórica encaja como anillo al dedo porque los primeros registros cinematográficos de asesinos en serie precisamente provienen del cine de terror de los 20’ y 30’, con Vlad Tepes y sus diferentes encarnaciones, ya sea el más primitivo Nosferatu de Murneau, o los subsiguientes, más acartonados, elegantes o románticos Dráculas, encabezando la lista de importancia y vigencia. Sin embargo, sacando fechas, a mi parecer la primer película sobre un asesino serial es la genial <em>M, el vampiro de Dusseldorf</em>. La película de Fritz Lang está adelantada, quizás demasiado adelantada a su época, y es un codazo al hollywoodcentrismo de muchos críticos que consideran <em>The Shadow of a doubt </em>(de Hitchcock) la primer película basada en un asesino serial. Más allá de esta cuestión de fechas y condecoraciones, Hitchcock más que su grano de arena, aportó algunas cuantas islas y montañas para la adaptación de asesinos a la pantalla. La ya mencionada <em>Shadow of a doubt</em> –que sirvió de inspiración a uno de los temas más fascinantes de Sonic Youth- enfrenta a la chica protagonista con la disyuntiva de su amor -bastante incestuoso, de paso- hacia su tío y la revelación de que él es un asesino viudas dispuesto a matarla, de ser necesario para mantener su secreto. Después de ésta, vino <em>Psicosis</em>, con el Norman Bates parcialmente inspirado en Ed Gein (asesino muy creativo que debe haber sido, sin tantas muertes en su haber, uno de los más inspiradores asesinos de la crónica roja estadounidense -Buffalo Bill, Leatherface, entre otros) y Frenzy, con claras resonancias a Albert de Salvo, el estrangulador de Boston, con la sutileza de matar con una corbata en vez de las medias de nylon de sus víctimas.<br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199633072213706866" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgP581oAM6j2aokzZOJN6vGOh9rWMOnlpHnKSIuH29aWgqAysrpehakdMrpKl1mk9wChfsOnrWL7AuNgn6XyJyq5-iSpKEUvyLoNX0WqPpQzPxlHMlE-PHKOn0i9zmi3A4IRuOpIg/s320/Ed_Gein_320X240.jpg" border="0" /><em>Peeping Tom</em>, o <em>El fotógrafo del pánico</em>, también dirigida por un inglés (Michael Powell), tiene el mérito de humanizar al asesino, haciendo un recorrido arqueológico de su vida, marcado por la frialdad de un padre que lo trataba como su más ambicioso experimento, investigando en él el miedo y sus relaciones psicofisiológicas (algo así como una versión más terrorífica e hipertrofiada de lo que pudo haber resultado Jean Piaget para sus pobres hijos). La cuestión genealógica se convirtió en una materia obligatoria, no sólo en muchas películas de terror, sino en los estudios criminalísticos, y eventualmente se terminó convirtiendo en un cliché tan burdo como un psicólogo hablando de los adolescentes en Buen día Uruguay. Una película que justamente le pasa el trapo a muchas de su época, profundizando en la humanidad del personaje, pero no cayendo en ese facilismo explicativo, es <em>El carnicero</em>, de Chabrol, que tiene el gigantesco mérito de manejar la idea de un asesino sensible, incluso querible, que se entremezcla en una relación amorosa con la protagonista. En ningún momento se plantea la pelotudez de personalidades múltiples, en ningún momento se planea una historia plagada de violaciones o demás justificativos, en ningún momento uno llega a pensar que el cortejo hacia Audran es un mero rodeo para un eventual asesinato. No, <em>El carnicero</em> es una historia de amor con un asesino múltiple.<br />Otra que maneja cierta economía de recursos y que mantiene una tensión ambigua que la convierte de las mejores del género es <em>Henry, retrato de un asesino.</em> La película está propiamente inspirada en Henry Lee Lucas, posiblemente uno de los asesinos más volubles y cirqueros que hayan existido en la historia, pero no por ello menos brutal. Cuando fue capturado por la policía apenas se le imputaba una decena de asesinatos, pero luego, con la inclusión al ruedo de Otis Toole, su menos brillante –pero no por ello menos jodido- camarada y fluctuante amante, el tipo comenzó a hablar y aquello fue como la escena del water destapado en <em>La conversación,</em> de Francis Ford Coppola. Los números empezaron a ascender y fueron pasando las decenas y centenas hasta llegar a la ridícula cifra de quinientas personas. Además de esto, Henry Lee empezó a confesar proveer niños para sectas satánicas internacionales y los oficiales empezaron a pensar que al tuerto medio como que se le había ido la moto. A la ya jodida naturaleza mediática de Lucas se le agregan las efemérides de su relación con Toole, con pequeñas delicias de la vida cotidiana como el hecho de decir que no compartía el caníbal gusto del petiso, diciendo sencillamente que no le gustaba la salsa barbacoa que le ponía a la carne de sus víctimas. En todo caso, con Henry Lee Lucas se termina de redondear un proceso de incorporación del asesino a la cultura pop, que desde el mismo Jack el destripador se venía gestando desde unos cuantos años, algo que han intentado mostrar películas como <em>Asesinos por naturaleza</em> –adaptación de la ruta sangrienta de Charlie Starkweather y la teen Caril Fugate, que resulta un tanto redundante en la sobreexposición de esta idea- y la más jodida, aunque menos conocida por acá <em>Ocurrió cerca de su casa</em>, película belga que se articula en torno al reality show de un asesino múltiple. Siendo una gallina de huevos de oro, Greil Marcus en Rastros de carmín habla en términos marxistas precisamente de esta escalada pop por el asesino en serie más exitoso: <em>“Pero entonces Theodore Bundy llegó a los cuarenta; Henry Lee Lucas reclamaba ciento ochenta y ocho víctimas, luego seiscientas. La inflación superó cualquier posibilidad de significado; el único valor de uso de un asesinato era su valor de cambio”.<br /></em>Incluso las cadenas de carbono se van conectando, y Starkweather estaba obsesionado con el cine, específicamente con el James Dean de <em>Rebelde sin causa</em> –basta ver fotos de cuando fue apresado para darse cuenta-.<br /><p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199631521730512962" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9HdP9d5ofX7QH30OygTnpMohqD8Rq4oovvkDqvzS1VcOT37G17haizz3hgCMv0vXLIj3lbhoZOniNkJhex6Ltk-w7tj511R8eFrE3hWOCDEBiW2GtHO4yWE1AbtfhKGy7RQ8U0Q/s320/CharlesStarkweather.jpg" border="0" />De cierta forma, el corto y ruidoso periplo del asesino de Nebraska es el <em>director’s cut</em> que Nicholas Ray nunca podría haber filmado en el Estados Unidos de los cincuenta. Viendo cómo la muerte, y sobre todo la muerte no ficticia vende tanto, a uno le surge la idea de que la cantidad de películas inspiradas en asesinos seriales, el entusiasmo de cierta gente por saber todos los métodos de los torturadores, el interés de seguirle la pista a un asesino o a un caso no resuelto, no se debe a la tranquilizadora idea de <em>informarse para que no ocurra de nuevo</em>, sino la incómoda noción de colocarse, por lo menos inconscientemente, no del lado de la víctima, sino del perpetuador. Tal como la obsesión por las infidelidades, los asesinatos en pantalla, en hoja, o en música ocultan el deseo de sacar a pasear -con correa- al frío asesino que llevamos dentro, por más que seamos veganos de GreenPeace, y tengamos en nuestro haber la discografía completa de Jorge Drexler.<br />Faltarían muchísimas películas, pero el post, más que cinéfilo o sencillamente morboso, se plantea la siguiente cuestión: ¿Tienen los asesinos en serie una buena adaptación al lenguaje musical?<br />Más allá de que la génesis de las crónicas rojas se encuentran en el medio musical -llevadas a cabo por los bardos de otras épocas-, los asesinos en este lenguaje suelen ser utilizados como meros arquetipos de virilidad rockera y lobotomizada, metáforas de amores románticos llevados a las últimas dimensiones de la carne, tácticas de shock, o mero snobismo transgresor. El Metal es una máquina vomitadora de subgéneros que sólo exige en su formulario de inscripción un poco de oscuridad, y los asesinos ya tienen su pequeña parcela en este reino, con el término <em>Murder Metal</em>, que es una clasificación más temática que estilística, capitaneada por bandas como <em>Macabre</em>, o la japonesa <em>Church of misery</em>. La mayoría de los temas de estas bandas son una cagada, y tendrían que ser tomados con la misma seriedad que las canciones de <a href="http://www.lastfm.es/music/banio+qimico">Banio Químico </a>(aunque los argentinos son mucho más graciosos y divertidos). De la misma forma, al escuchar temas como los de <em>Cradle of Filth</em> -inspirados muchos de ellos en Bathory-, o Guyana (the cult of the damned), de Manowar –basada en el ocurrente Jim Jones, tipo que bautizó parcialmente a Brian Jonestown Massacre-, uno piensa en tirar la toalla.<br />Sin embargo, hay algunos casos que habría que rescatar. Precisamente, realicé un compilado con canciones de asesinos, intentando principalmente abarcar unas cuantas fichas que marcaron la crónica roja de este siglo, y procurando mantener un nivel de canciones más o menos bueno. Además de esto, como fetichista que soy, me tomé la molestia de hacerle una tapa y contratapa, a modo que quien quiera tenerlo orgullosamente en la estantería, pueda tener algo mejor que un Benq escrito con liquid paper.<br />Acá la lista de temas, ordenada por asesino/banda/canción, respectivamente:<br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199631534615414882" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_Oc3UWyYrHANg4niUtzHILoqOvTbUPwTg6ofhaRJeK2NMNPEPdzHhvk4A6CltwaBzUrPxO0kWK32A1UqWGiVjLv0quz72SFmjm6NiHEkNNysgIH3oZ6LUNrBeLMCHjsM-CYWVDQ/s320/tapa.jpg" border="0" />01-Charles Manson: Sonic Youth/Death Valley 69'<br />02-Jeffrey Dahmer: At the drive in/Arcarsenal<br />03-Charlie Starkweather: Bruce Springsteen/Nebraska<br />04-Lee Shelton: Nick Cave and the bad seeds/Stagger Lee<br />05-David Berkowitz: Elliott Smith/Son of Sam<br />06-Ian Brady & Myra Hindley: The Smiths/Suffer little children<br />07-Albert de Salvo: Rolling Stones/Midnigth Rambler<br />08-Brenda Ann Spencer: Boomtown rats/I don't like mondays<br />09-Gary Ridgway: Neko Case/Deep red bells<br />10-John Wayne Gacy: Sufjan Stevens/John Wayne Gacy jr.<br />11-Zodiac killer: Melvins/Zodiac<br />12-Edmund Kemper: Throbbing Gristle/Urge to kill<br />13-Bonus track: Suicide/Frankie teardrop </p><br /><p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199631526025480274" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiK1afpn13f54d9E7DgvD3iIQhPGc50eAOY70LRG6y4YDA7fvqL60MDy6cgxwpuECu-018WeASbYxbuFteoLBtvT78gTW2wcEw9V-fvMrgaJXXEwcKJNN8N-3b4rLYkQv1tmC6mIw/s320/contratapa.jpg" border="0" /></p><p><strong><a href="http://www.zshare.net/download/1186077375131860/">Bajar Acá</a></strong></p><p>(si, faltaron nombres Albert Fish, Onoprienko, Jerry Brudos, Dennis Nielsen, Unabomber, Rifkin, Speck, Garavito, Willliam Suff, Pichushky, es porque no tienen canciones que realmente valgan la pena escuchar)<br />Morrissey está en la línea de los mejores letristas de los últimos tiempos, y ciertamente sabe tomar la posta en las canciones inspiradas en asesinos ilustres. <em>Suffer little children</em> se encuentra en el disco homónimo de la banda, y está inspirado en los famosos asesinatos de Moor –lugar donde se encontraron sepultadas la mayor parte de las víctimas-, perpetuados por Ian Brady y Myra Hindley en Inglaterra. La dinámica se centraba principalmente en la blonda Hindley llevando a niños por engaño a un páramo donde generalmente su novio Brady los violaba o estrangulaba. Los tipos siguieron con este infalible estilo por unos años, llegando a grabar en cinta los gritos de una niña de diez años que raptaron y asesinaron, también sacándole unas cuántas fotos de su cuerpo. Sin embargo, como la mayoría de los asesinos seriales, terminaron resultando demasiado entusiastas para su propio bien y en un asesinato medio caótico tuvieron que confiar en la confidencialidad David Smith, el cuñado de Hindley, que no dudó en contactar a la policía. Efectivamente, esa tapa que tantos de nosotros amamos y llevamos estampadas en remeras –me refiero a la <a href="http://www.roots-and-branches.com/Sonic%20Youth%20Goo%20DL.jpg">portada del Goo</a>- es una <a href="http://www.paulaltobelli.com/uploaded_images/20060204-sykooler027mk2-788838.jpg">foto</a> del tal Smith y su esposa –la hermana de Hindley- luego de testificar en el circense juicio de la sangrienta pareja. <img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199631517435545650" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgELmWEAptuxkW1pyh6fSomB0B77QATl7iA1C6k5BOFGZIIC2ET8YR_o_-a7Qdbg1DH0WyyD4dPJSnDbkMEiHi29tO-N2C9NGvJrQkdwXoii-S02CEozmXyFRWR58chyNhFzQJ42Q/s320/myraDM1507_468x655.jpg" border="0" />Morrissey, que por la época de los asesinatos debería tener cuatro o cinco años, debe haber incorporado el miedo de aquellos tiempos –por lo menos, de sus padres-, resurgiendo y adaptándolo en una de sus muchas hermosas letras. Lo más interesante de <em>Suffer little children</em> es la forma en que está organizada la letra, encarnando la voz de todos los implicados, desde Hindley hasta las pobres víctimas, pasando por el llanto de la madre de una de ellas. No escatima en mencionar nombres y no queda ningún cabo suelto. O quizás al contrario, se los presenta a todos, pero de una manera vaga, casi flotante, que es lo que genera una de las emociones más perturbadoras y a la vez hermosas de la canción. Quizás por estar hechas unas cuantas canciones a cuatro manos -con Morrissey escribiendo las letras y Marr llevándolas a música-, suele haber una ambigüedad desconcertante, aunque no shockeante entre las melodías de las guitarras y la naturaleza lírica. Precisamente, en <em>Suffer little children</em> uno nunca logra saber qué tipo de canción es aquella, saltando entre el llanto, la canción de juegos infantil y la mera perversión truculenta. En realidad es algo más bien distintivo de los Smiths, con canciones líricamente devastadores y melodías que no las acompañan precisamente en el sentimiento, pero que terminan produciendo algo cualitativamente nuvo y distinto. Los dos momentos más jodidos de la canción llegan cuando aparece en escena Myra Hindley (<em>Hindley wakes and Hindley says/Hindley wakes, Hindley wakes, Hindley wakes, and says:/"Oh, wherever he has gone, I have gone"</em>), teniendo su participación una cosa muy vaga, como si fuese la incorporación a escena de una actriz de cine mudo, como si fuese el terrorífico acontecimiento livianamente recordado por uno de los niños. El segundo momento que hiela la sangre, es el final coro de los muertos, con los llantos de los niños perdidos entre la música, generando un efecto sobrecogedor similar al tema <em>The Kids</em>, del tío Reed.<br />No menos sobrecogedora es la representación de John Wayne Gacy llevada a cabo por Sufjan Stevens. <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/">Ezequiel</a> mantiene que el simpático Stevens es el germen de todo lo que está mal con el indie, y sin confirmarlo, reconozco que tiene sus razones, pero canciones como estas me impiden afiliarme a su sociedad <a href="http://www.lastfm.es/group/Sufjan+Stevens+should+fucking+die">S.S.S.F.D</a> (Sufjan Stevens Should Fucking Die). Posiblemente esta es una canción que por su sentir, melodía y oscuridad no se la merece tanto un tipo tan jodido como Gacy y sí uno más trastornado y dramático Jeffrey Dahmer (que no tiene la frialdad sádica de Pogo el payaso, sino un drama homosexual de querer poder retener –aún muerta- a la persona que siempre nunca se queda a desayunar en su cama-. De Gacy ya se ha hablado bastante, siendo la principal inspiración para la esperadamente cagada <em>It</em>, de Stephen King –un tipo que, ya sin gustarme, tiene la horrible costumbre de crear los finales más absurdos y espectacularmente estúpidos del mundo-. </p><br /><embed src="http://www.youtube.com/v/otx49Ko3fxw&hl=" width="425" height="355" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent"></embed><br />La canción maneja el tema con una sensibilidad desbordante, llegando a picos inimaginados para un tipo de guante blanco como Stevens, en versos como <em>“Look underneath the house there/Find the few living things, rotting fast, in their sleep /Oh, the dead (…) He'd kill ten thousand people/With a sleight of his hand/Running far, running fast to the dead/He took off all their clothes for them/He put a cloth on their lips/Quiet hands, quiet kiss on the mouth”</em>. Cuando menciona <em>underneath the house there</em>, hace referencia al infame sótano donde Gacy torturaba y violaba a la mayoría de sus víctimas, tal como dice Stevens, <em>Twenty-seven people /Even more, they were boys/With their cars, summer jobs/Oh my God</em>. El <em>tour de force</em> de la canción llega en la estrofa final, en la que, tras permanecer horrorizado con lo perpetrado por Gacy, reconoce que en el fondo no hay mucha diferencia con él.<br /><em>And in my best behavior<br />I am really just like him<br />Look beneath the floor boards<br />For the secrets I have hid<br /></em>En esa ligera referencia a Poe hay algo más allá de la letra que te eriza hasta el culo, y es la disonancia del piano final. Debe ser uno de los mayores usos del claroscuro que haya escuchado: a uno, quizás tal como con la canción de los Smiths, le resulta difícil hacer concordar el tono dulce con el contenido horrorizante que se encuentra detrás de la letra, y sin embargo, cuando termina el último verso y llega ese piano, cambia por completo la atmósfera, y deja abierto el misterio tal como podría haberlo hecho David Lynch en el capítulo final de <em>Twin Peaks, </em>o en tonos más dramáticos, en vez de misteriosos, Ettore Scola en la, hasta los últimos dos minutos cómica, <em>Brutos, Feos y Sucios.<br /></em>Siguiendo la línea de discordancia entre contenido y melodía, está el tema de los Boomtown Rats, una banda que en criterios generales me parece insoportable, y que es más conocida por haber sido liderada por Bob Geldof, quien ya todos lo conocemos de sobra. En este caso parecería que se van un poco al carajo, y con cierta desfachatez hacen una especie de Opera Rock inspirada en un tiroteo perpetrada por Brenda Ann Spencer a fines de los setenta. Como buenos norteamericanos, los padres de la Spencer, para su cumpleaños de dieciséis optaron por regalarle, en vez de una radio –como ella había pedido-, algo mucho más instructivo y estimulante como un rifle. La mina había aprendido rápido, y solía practicar con latas, botellas y patos. Sin embargo, no fue conocida como la nueva Guillermo Tell, sino por un famoso incidente –y principalmente por una frase vinculado al mismo, que precisamente inspiraría a la canción- que sacudió a San Diego no mucho tiempo después. Un día, Brenda sacó el rifle y como una buena sniper comenzó a disparar a la gente desde su casa a la puerta de su colegio (que al parecer quedaba en frente). Llegó a matar al director y a un conserje, también hiriendo a seis niños. La casa de la Spencer estuvo sitiada por más o menos seis horas, y cuando finalmente se la pudo capturar, en el interrogatorio ofreció pequeñas perlitas como “no tenía particular preferencia, me guiaba principalmente por las camperas rojas y azules”. Cuando se le preguntó por que lo hizo, respondión <em>“I don’t like Mondays”.</em> A mi tampoco me gustan, actuando mi disgusto en no darle mi asiento a mujeres en el ómnibus, pero bueno, cada cual tiene su manera particular de hacer catarsis.<br />La lista también incluye incuestionablemente a Nebraska, de Bruce Springsteen, canción que figura en el disco homónimo, el cual posiblemente sea de lo mejor que ha hecho The Boss hasta la fecha. Nadie puede discutir la capacidad de storyteller de Springsteen, pero me gustaría remarcar la influencia -que reconoce y se nota tremendamente en determinadas partes del disco- de Suicide. A uno le podría parecer extrañísimo, pero la herencia de una banda tan <em>avant la lettre</em> como Suicide, prefigura, no sólo en cualquier disco electrónico que se haya hecho a partir de los setenta, sino en tipos que hacen –en apariencia- cosas diametralmente opuestas. No tanto en este tema, sino en <em>State trooper</em>, uno puede reconocer algunos elementos de Frankie Teardrop, como ciertos inesperados gritos de Springsteen similares a los de Vega que por momentos llegan a saturar los parlantes, y una guitarra repetitiva que imita, de cierto modo, los hipnotizantes sintes y cajas de ritmo de Martin Rev. En todos los discos de Springsteen uno puede ver cierta repetición de temas como el anhelo de libertad, las situaciones familiar o económicamente jodidas, o un pasado que acompaña carverianamente en pequeños gestos y detalles a los estoicos personajes. Es parte de esa reconstrucción mítica de Estados Unidos, el Estados Unidos interior y pobre, en el que se encuentra las raíces del folk, el blues, quizás toda la música popular de dicho país. Y precisamente, este tema no sale de esa línea, siendo el frenético destino de dos jóvenes fanáticos de James Dean (Starkweather y Fugate, de los que ya venía hablando) una búsqueda de una libertad radical, tan radical que resulta mortífera para el resto de las vidas.<br />En estas reconstrucciones míticas, un frontman como Nick Cave no se queda atrás, un tipo más que obsesionado con el destino de una nación, con imágenes bíblicas y vocación oradora propiamente trasmitida por su padre, pastor en sus años de infancia en Australia. Nick Cave toma una posta de trovadores de larga tradición, cantando sobre las andanzas de Stagger Lee, inspiradas parcialmente en la vida de Lee Sheldon. Stagger Lee está inspirada en un fiolo que mató de un disparo a un compañero suyo en una riña de bar. Lo llamativo de Stagger Lee es precisamente su cuestión mítica, por el lado de que, por más de ser un asesino prácticamente nimio al lado de miles de asesinos mucho más crueles y prolíficos, es un tipo que ha inspirado a miles de versiones –entre las que incluyen a bandas como The Clash, The Grateful Death, Bob Dylan, Duke Ellington y propiamente Nico Cueva-, cada una agregándole nuevos atributos y mayor violencia. Precisamente, Cave en su versión se concentra en lo más violento de la historia, incluyendo blow jobs y todo. Como si fuera un teléfono descompuesto, un mediocre asesino pasional terminó convirtiéndose en arquetipo de la virilidad, llevada a sus máximas y violentas consecuencias.<br />Sonic Youth siguen esta senda, siendo una banda que siempre estuvo obsesionada en conjugar elementos de la alta cultura con la vida Pop estadounidense. Pruebas de sobra son el álbum Ciccone Youth, The crucifixion of Sean Penn y una interminable lista de referencias. El <em>Bad moon Rising</em> (precisamente, un título en referencia a una canción de Creedence, otra banda muy norteamericana) era una vuelta hacia los orígenes del rock, sólo que vista por otro lente, tal como lo habría hecho Nietzsche, que había desenterrao todo lo dionisíaco de los griegos, apecto que tantos antropólogos habían intentado tapar, por el anhelo de mantener una herencia fundacional del pensamieno racional de occidente. Bad Moon Rising, y sobre todo <em>Death Valley 69’</em> es la exploración esa cara de la época no iluminada por el sol.<br /><embed src="http://www.youtube.com/v/K8ohFzaH0rc&hl=" width="425" height="355" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent"></embed><br /><br />Los crímenes de clan Manson fueron un punto de quiebre de algo que ya se estaba gestando desde hace unos años, y que como matar dos pájaros de un tiro, hizo colisionar dos mitos de felicidad que habían permeado a la juventud de esa época: el fin de la utopía hippie y el mundo de los sueños de Hollywood. Precisamente en 1969 se comienza a barrer el papel picado del mayo francés, los Rolling Stones muestran la contracara de los festivales hippies en aquel fatídico concierto gratuito en San Francisco y se registran las famosas muertes en lo de Shannon Tate y LaBianca –en fin, creo que saben la historia-. Lo genial de <em>Death Valley 69’</em> es que como letra es casi indescifrable, parece como retazos de vivencias y sueños escurriéndose por los dedos, con imágenes y frases que por sí solas son neutras, pero que juntas crean una mega pesadilla, como llevar un malestar a imágenes, más que a conceptos, como si mediúmnicamente hubieran traído al espíritu que pobló aquel fatídico año y lo pusiera en la mesa de disecciones.<br /><br /><em>And you wanted to get there<br />But I couldn’t go faster<br />It couldn’t go faster<br />So I started to hit it<br />So I started to hit it- hit it- hit it- hit it<br />Coming down- Sadie I love it<br />Now now now Death Valley 69’<br /><br /></em>Me gustó la idea de terminar con Throbbing Gristle, una banda que ha empujado los límites de lo permitido a lugares que sólo habían llegado los accionistas vieneses –y posiblemente con más idea que los segundos-. En sus toques de COUM transmission Cosey Fanni Tutti y Genesis P- Orridge se enterraban las uñas entre ellas, habían tipos con el rostro embalado en alambres de púa y se exhibían esculturas hechas de tampones usados. Todos los toques tenían el fin de impactar, y ciertamente cuando la gente empezó a esperar la violencia, Cosey y Genesis creaban atmósferas aterciopeladas en donde no había lugar para el dolor –incluso, había un lema que era <em>“Decepción Garantizada"-</em>. En la jodida banda de Manchester, siempre se utilizó imaginería militar y burocrática, y ciertamente nunca quedaron muy por fuera los asesinos. <em>Urge to kill</em> es un tema grabado en vivo e inspirado en Edmund Kemper, asesino de más de dos metros que como un sueño de Wes Craver, se dedicaba a matar casi íntegramente a colegialas. Tal como Ted Bundy-que también tenía afición por las colegialas-, no era un asesino que se lanzara a su presa como perro sobre comida, sometiéndolas a una concienzuda revisión, casi como si fuera un casting (Kemper más allá de su apariencia tosca, era un tipo bastante inteligente que supo burlar durante mucho tiempo los peritos psiquiátricos).<br /><br /><embed src="http://www.youtube.com/v/k9D21xdwJc0&hl=" width="425" height="355" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent"></embed><br />Genesis P-Orridge es un/a tip@ bastante inteligente, y en todas las entrevistas siempre uno puede extraer cosas mucho más interesantes que las ideas de Bono sobre la guerra en Irak. En esa compleja idea de evolución y autodiseño genético y corporal que tiene Genesis P-Orridge (alguien que no es un <em>he</em>, ni un <em>she</em>, sino un <em>it</em>), sostiene que las únicas especies que han sobrevivido son aquellas que hacían algo completamente impensable para el resto. Mantiene que esas excéntricas especies son los freaks de hoy en día, personas que experimentan con las posibilidades de alteraciones que ofrecen la cirugía plástica, que desafían los esteriotipos y que crean nuevos valores. Acá está lo interesante: nunca llegó a decirlo, y dudo que si lo piense lo diga –aún siendo alguien tan outspoken como Genesis P-Orridge-, pero habría que pensar, en esa fascinación por los asesinos que tienen COUM o TG, si no está la implícita la idea de que los mismo asesinos son los freaks de los que habla, los genes desviados que harán posible la supervivencia de la especie.<br /><br /><em>Epílogo:</em><br />El domingo me quedo a dormir en lo de María. Como muchas casas del Prado, su casa tiene una extraña acústica que hace sentir pasos y crujidos en lugares donde uno bien sabe que no hay nadie. Mis cuñados se fueron a casa de sus respectivas novias. Mis suegros duermen en un bloque apartado. Una sobredosis de ravioles me mantienen postrado en la cama, sin poder moverme mucho. María y yo no tardamos mucho tiempo en dormirnos, pero por una extraña razón me despierto a las cuatro de la mañana. Me doy cuenta al toque de que estoy completamente despabilado, casi sin lagañas. No quiero despertar a María, por lo que no me levanto a ver algo de televisión. Es entonces que escucho el teléfono sonar dos veces. Pienso que podrían ser mis padres, por no haberles avisado a dónde iba a quedarme a dormir. Aún así, es extraño, muy extraño y los unicos dos tonos marcados dan tanto la opción de alguien que desistió rápidamente su llamado, así como alguien que levantó el tubo tempranamente. Me quedo pensando esto cuando escucho el teléfono nuevamente, acompañado de una voz que lo atiende. No es la voz de mi suegro, más bien se parece a la de mi cuñado. Pero mi cuñado ya se fue, pienso con la frazada hasta el mentón. Tampoco es costumbre de mis suegros estar deambulando por la casa a tales horas de la noche, y todas las conjeturas posibles orbitan alrededor de mi cabeza, comenzándome a invadirme el miedo como si fuera un niño. Estoy sudando y la idea de que hay gente invadiendo la casa ya prácticamente es ciencia. En un mes se robaron del fondo dos garrafas. Pienso que son los mismos, esta vez se van a llevar todo, el televisor, el DVD que traje para ver El Proceso, la misma película, alquilada en Video Imagen, mi mochila con un libro apenas empezado de Bolaño, mi lapiz, mi buzo, mi bufanda. La idea de ellos robándose todo y yéndose parece tranquilizadora en comparación a las otras posibilidades que comienzo a poner sobre la mesa. Recuerdo el reciente caso de Colonia, pienso que quizás nos maten una vez robado todo. Podría levantarme y ver qué sucede, enfrentarlos de ser necesario, pero algo me dice que lo mejor es hacerme el dormido, e intentar que María permanezca igual mientras que se desvalijan toda la casa. Pienso que hasta podría dormirme efectivamente, pero mientras me esfuerzo en apretar los ojos, siento unos pasos en la cocina y lo único que puedo hacer es sudar y esperar. Caminan erráticamente por la casa, van al living, abren canillas, sacan papeles. Pienso en la historia que me contó una vez una compañera de liceo. Unos ladrones habían entrado a la casa de su padre y este se percató de ellos ni bien entraron. Con miedo a la reacción de los ladrones al enterarse que está despierto, el tipo se hace el dormido lo que dura el robo en su casa. Cuando se están yendo, uno de los ladrones se le acerca, y ante él, aun con los ojos cerrados, le dice: “Hiciste bien en hacerte el dormido, así me gusta”.<br />Pienso en la escena una y otra vez, y toda idea sartriana de libertad se esfuma, no pudiendo hacer otra cosa más que esperar. Llegan los pasos a la puerta cerrada del cuarto, pienso que podría pegar un salto y trancar, pero se darían cuenta. Es entonces que la puerta se abre y se escucha en <em>“Tricolores, tricolores”</em>, la voz burlona de mi suegro hacia un anónimo auto que se estacionó frente a la casa. Mi cuerpo se ablanda por fin, y pienso hasta qué punto podría haber llegado con tal miedo, habiendo pensado en la posibilidad de llamar al 911. Me intento imaginar la graciosa imagen del malentendido, con mi suegro siendo esposado por policías por hurgar en su propia casa, pero por alguna razón no logro cobrar la tranquilidad.<br />Intento dormirme y me doy muchas vueltas por la cama de una plaza. María no puede evitar despertarse, y me pregunta qué me pasa.<br />-Los ravioles-, le digo, dándome cuenta de que voy a presenciar el amanecer en las próximas horas.Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com56tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-71357963433130812962008-04-23T10:19:00.006-03:002008-04-23T12:02:35.290-03:00<strong>Debajo de los tablones</strong><br /><div><div><span style="font-size:85%;"><em>Filosofar es un modo como cualquier otro de tener miedo y no conduce más que a cobardes simulacros</em></span></div><div><span style="font-size:85%;">L.F. Céline, <em>Viaje al fin de la noche</em></span></div><div><em></em></div><div><em></em> </div><div><em>Viernes, 01:00 am</em></div><div>En mis años liceales los fines de semana tenían una carga simbólica difícil de comparar a cualquier cosa de hoy en día. A diferencia de la mayoría de mis coetáneos, el fin de semana tenía muy poco que ver con descontrol, alcohol, levante o algo semejante. Hasta quinto de liceo había ido sólo tres veces a bailar, cosa que cambiaría unos años después, en donde aquello más que bailar parecía ir a cazar en safari. Posiblemente el campo delimitado por mojones que llamo “adolescencia”, se extiende desde mis dieciocho a diecinueve años, ínterin en donde intenté vivir de manera más o menos torpe lo que no había hecho en los anteriores años de películas, lecturas, Nintendo 64 y partidos de bowling. Por aquellos nuevos tiempos, la cruz del sur que guiaba mis días, la respiración y latidos del corazón era el fin de semana, la urgencia de estar con una mujer, la necesidad de sacarles una fotografía y archivarlas en el cofre Fort de recuerdos. Sin embargo, todo aquello tenía sentido por el contrapunto con el tiempo de estudio.<br />Es por esta misma razón que me resultó tan extraño subirme a aquel 582 y toparme con todas aquellas personas que a mis veintidós años ya me atrevo a llamar pendejos. En lo que va del año, a no ser por un trabajo que tuve que entregar la primera semana de febrero, no he tocado un sólo libro de psicología. Incluso podría decirse que con el tiempo, gran parte de mi actividad se estuvo centrando en una facultad autodidáctica flotante que tiene a música, cine, escritura y <em>Lost</em> como principales materias. Pero de psicología... absolutamente nada. Es por este detalle que no me había percatado de que era la noche del jueves y oficialmente había comenzado un nuevo fin de semana (<em>nota: para mi los fines de semana comienzan con el viernes mismo, a partir de las 00:00 hs.</em>).<br />El ómnibus es una verde lata de sardinas avanzando como una trincheta que corta la noche. Pienso las palabras de coronel Kurtz, <em>una babosa avanzando lenta y mortalmente sobre el filo de una navaja</em>. Algo así. Sigue haciendo calor y todas las mujeres se aferran a este verano ficticio con lo último que le ofrecen sus diminutas prendas. Casi todos rondan los dieciséis, dieciocho años, todos se conocen, todos van a bajar en el mismo momento, como ratas escapando de un basural incendiado. <em>Seguramente un boliche de cumbia del centro</em>, pienso mientras una morena de voz punzante le grita al conductor que ponga una plena. Son tantos los pasajeros que me tengo que mantener parado, en el tercer escalón de la escalerilla, agarrado de la baranda, recostado contra el parabrisa del ómnibus, que es como el ojo de un calamar gigante inspeccionando al Montevideo semidormido de este jueves a la una de la mañana. <em>Chicas free</em>. Seguro. El ómnibus está tan lleno que pasa de largo muchas paradas en las que hay gente con los brazos extendidos. Extrañamente disfruto viendo cómo agitan sus puños, imaginándome qué puteadas salen de sus labios una vez que el 582 no les para. Adentro es un quilombo que sólo puede mantenerse dentro de órbita por el espíritu chabacán del conductor, un tipo de barba candado, con no más de treinta y cinco años. Se ríe por las cosas que le gritan los pibes, los trueques libidinosos que le ofrecen las pendejas por cambiar de estación, la situación insostenible de la densidad de los pasajeros, el alboroto reinante. El ómnibus va expreso a destino, prácticamente parece haber sido alquilado por los mismos pibes. Yo vengo leyendo <em>Trópico de Cáncer</em>, me faltan unas quince carillas y estoy tan ansioso por saber qué le va a pasar a Fillmore que me pongo a leer el libro parado, abstrayéndome de aquella anarquía atada por hilos de seda. Sorprendentemente puedo leer sin ninguna dificultad. Mientras avanzo de páginas, con el rabillo del ojo veo a una tipa de unos veintipico, mirándome con una mezcla de ternura y lástima, como quien ve a un cachorro que aún no encuentra la coordinación adecuada para caminar. Sí, la verdad que la imagen de un tipo leyendo a Henry Miller entre toda esa torba de hormonas supurantes resulta algo gracioso, cuando no snob o desubicado. No es la concentración, sino la luz lo que me termina disuadiendo de seguir leyendo. Es en ese preciso momento que levanto la vista y veo la calle avanzando debajo del ómnibus, debajo de mis pies. La sensación es extraña, se siente como un vigía intentando divisar tierra, parado sobre el mástil y con toda la inmensidad del mar debajo de sus pies. La constancia de estar en un ómnibus desaparece, y aquello parece a andar florando a dos metros del pavimento, recorriendo a toda velocidad las calles de Montevideo. El parabrisas gigante tiene mucho que ver en aquella sensación, parecería que yo fuese quien manejase el vehículo, como si fuese un animal alado controlado por poderes psíquicos. El ómnibus sigue y levito por la maloliente FRIPUR, el desolado mundo lleno de hangares y casas vacías del plan Fénix, el centro que se abre con todas sus luces, y que siempre las siento como un consuelo. En la plaza del Entrevero el ómnibus frena y comienza el esperado éxodo. Encuentro la forma de no tener que bajarme con ellos, aferrándome a la barandilla como a un hierro ardiente. Conforme la gente baja por la escalera, rozándome o sencillamente chocándome, huelo todo tipo de olores: el tetra omnipresente, saliva seca, perfumes ácidos, dulces y cítricos, gel, humo, maquillaje, cerveza, sudor. Cuando pasa el último quinceañero tambaleante y preguntándome si tengo hojilla, los puedo ver a todos desperdigados en la misma esquina de la plaza donde se encuentra <em>La Pasiva</em>, que sigue como un faro encendido entre tantos bares y boliches cerrados. De entre todos los que estaban acá, por lo menos dos parejas se van a formar, pienso, mientras escucho lejana, casi subterránea, la línea de bajo que anuncia la cumbia. Debo aceptar que más allá de todas las bandas alemanas de nombres impronunciables que hayan pasado por mis oídos, más allá de las horas de codas de distorsión supurante de Sonic Youth que he escuchado, más allá de la sensibilidad perdida y reencontrada en discos archivados en el fondo de mis cajones, siempre que escucho esa línea de bajo hay algo inasible, casi primigenio que se agita en el interior. Un retumbe, un corazón enterrado y aún latiendo debajo de los tablones al ritmo del <em>tum-tutu-tum</em>. Por supuesto, no es específicamente la cumbia lo que genera esta extraña sensación, así como tampoco es el timbre en sí lo que hace activar las glándulas salivales del perro de Pavlov. No, es todo lo demás, con sólo esos compases vienen a mi el recuerdo de las noches, las previas de vino mal compartido con amigos y garroneros, la cola y las colas en puertas,<em> el ready, set go!,</em> una carrera hacia ninguna parte, casi como el errático destino de los Dodges conducidos por Neal Cassady, las mujeres esperando, algunas borrachas y gritando cosas de las que se lamentarán al día siguiente, las piernas de minifalda inquietas por el frío, el brillito en los labios compartido entre amigas en los baños y justo antes de entrar a los boliches, el olor a perfume que todavía no se diluye en el sudor, aquella revisión del terreno, inspeccionándolas detenidamente y hasta el último detalle como un stalker arrojando poleas por los campos de la zona. Revivir toda aquella época me da cansancio, como una etapa que estuvo bien en su momento, pero que resultaría extenuante e insoportable a esta altura de las circunstancias, pero aquello reflota de manera automática, y dura lo que dura la línea de bajo, perdiéndose al doblar la esquina, al ponerme de vuelta los walkman o sencillamente resultar inaudible.<br />Cuando el ómnibus retoma la marcha, se escucha de la garganta de un chico: <em>“Un aplauso para el conductor, che</em>”, y el ómnibus recibe una ovación inusitadamente sincera, mientras el barbudo da algunos bocinazos de agradecimiento. Por un momento todo lo que se puede decir de lo perdida que está la juventud desaparece, y me percato de que sólo es cuestión de ser un poco más canchero, ser un poco más como el gordo del candado, que sigue conduciendo cagándose de la risa por algo que no logro descifrar.<br />En ese momento me percato de que sigo contra el parabrisas, cuando no queda más que una pareja sentada al fondo del ómnibus, estando todos los asientos libres a mi disposición. El conductor me mira, lo miro, vuelvo a mirar para atrás y le digo <em>“No te molesta si me quedo acá parado el resto del viaje?”</em> y el tipo confidentemente me hace una guiñada, siguiendo abriéndose paso por un Yaguarón que pasa debajo de mis pies, aún riéndose por algo que no me atrevo preguntarle.<br /></div><div><em>Viernes, 13:00</em><br />Viernes, una de la tarde. Me alegro al darme cuenta de que por más que me haya levantado a la una menos cuarto, estoy llegando puntual al psicólogo. Llegar tarde a un psicoanalista es un <em>follón</em> (tenía ganas de decir esa palabra), no sólo porque estás perdiendo guita en esos minutos en los que estabas viendo en el youtube videos de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=PfsDqs27g4U">niños golpeados por pelotas de fútbol</a>, sino porque la sesión baja anclas en el análisis transferencial de <em>por qué llegaste tarde</em> y <em>qué dice aquello de tu relación con el proceso terapéutico</em>. Ni que hablar del caso de que te olvides la sesión. Aún así, afortunadamente mi psicoanalista es un tipo bastante relajado y más allá de que haga diván sigue siendo una persona y no una caja negra o robot que se desconecta ni bien salgo del consultorio (incluso varias veces nos quedamos hablando del dedo amputado de Iommi y las distintas formaciones de King Crimson, ya que conduce un programa de música progresiva en el Sodre). El caso es que en las últimas sesiones me ha costado bastante asociar, cayéndome en intelectualismos que se parecen más material para este blog que para la terapia misma. La sesión pasada habíamos avanzado bastante con un sueño sobre un oso de peluche que resulta ser un niño de dos años disfrazado. Estoy suscripto a <em>La diaria</em> sólo los martes y viernes (donde hay más espacio para la sección cultural), días que coinciden con la terapia, por lo que casi siempre llego con el diario bajo el brazo. Recién al ver el suplemento del martes sobre el diván me doy cuenta de que me lo había olvidado la última sesión. Ni bien llego me señala el diario y me pregunta por el titular. En la <a href="http://img230.imagevenue.com/img.php?image=61876_amigossonlosamigos_122_45lo.jpg">tapa</a> dice <em>“Amigos son los amigos”,</em> y hay una foto de Sanguinetti y Lacalle. Me dice que a partir del acto fallido y el titular se pregunta si puede ser que yo prefiero considerarlo a él un amigo antes que un psicólogo (mi psicoanlalista es profesor de facultad y más de una vez ha salido a tomar con algunos amigos míos- dicho sea de paso, intentaron sacarle algún secreto mío, pero más allá de estar tomado mostró un impecable silencio profesional). No sé bien qué contestarle y termino escapándome por la tangente, hablando de paraguas, diciéndole que es el elemento que más se suelen olvidar las personas. En realidad, <em>aquello no es más que abrir el paraguas ante una pregunta que me parece incómoda</em>, y la sesión sigue entre algunos aspectos de mi relación con el tratamiento, la dificultad recobrar la memoria y hacer nexos con ciertas experiencias de mi infancia. Al parecer, el pensamiento y la sobreelaboración del mismo se ha convertido en un violento patovica que no deja pasar cualquier asociación que comprometa mi pasado. En pocas palabras, una neurosis galopante que en algunos años me va a dejar como Woody Allen.<br />La sesión parecía ir a ningún lado y posiblemente no habría sido digna de recordarse, de no ser por lo que pasó cuando me estaba yendo del consultorio. Le doy la mano a mi psicólogo, y entonces, cuando está abriéndome la puerta dice <em>“Ah, de vuelta te olvidás del diario”.</em> Efectivamente, había traído <em>La diaria</em> del viernes conmigo y entonces al juntarla, la leo y me río. Al despedirme se la muestro y se caga de la risa tanto que cuando bajo sigo escuchando su carcajada retumbando por las escaleras.<br />Acá el titular de <em>La diaria</em> del viernes:<br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5192453353029761810" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisBWVuOb_qqTK-v1leUNwNBkBcsawFbcctCglMkPfMUIALBU8Bp9ukEJ2eJvjcJ_w-5GRkvwUVB2LZjwOCD3qMAdu_dlUMIHTtBm6bmiBYGvsPjNYGCUjxCaDQVG4vt-n1OPA1oQ/s320/recuperar+la+memoria.jpg" border="0" /><em>Viernes, 14:25</em><br />Sé que esta risa es un subterfugio para una angustia que me viene siguiendo desde hace unos cuantos días. Sin embargo, el aferrarme al acto fallido de la sesión me permite sacar sonrisas intermitentes que llama la atención a bastantes personas que se cruzan conmigo. Estoy entrando al ascensor cuando el portero y yo escuchamos los gritos de unos púberes haciendo lío por una cuestión que no logro descifrar. Salgo del edificio y en la vereda de enfrente hay un niño gordo, de no más de catorce años, empujando a un chico un poco más alto, escuálido y con ese distintivo semblante onanista que solemos tener casi todos los hombres a esa edad. Aquella estampa me hace acordar de las peleas que se realizaban en la puerta de mi liceo, eventualmente derivadas al callejón de Lapido, donde la policía no solía frecuentar tanto –aunque por su proximidad con la paranoica embajada de España también convertía aquella pequeña porción de cemento en no precisamente un oasis de violencia. Para un liceo medianamente cheto como el San Juan (que no llegaba a la oligarquía del <em>British</em>, la descendencia teutona de la <em>Deutsche Schule</em>, las astronómicas cuotas de <em>La Scuola Italiana</em>, o el sistema de cantina accionado por huellas digitales de <em>Lycée Français,</em> pero que sí le sobraban jugadores de rugby y futuros portadores de camisas polo), cuando mencionaban que iban a venir estudiantes del Suárez (un liceo público) a meterle la pesada a algunos compañeros, surgía todo un revuelo comparable al de Troya sitiada por los aqueos. A diferencia de la mayoría de la gente, que consideraba a los del Suárez personas de armas tomar –algo ridículo y que estaba más bien basado en que aquellos estudiantes solían estar más grandes por ser repetidores- yo simpatizaba con ellos, no porque me cayeran particularmente bien, sino por amedrentar y golpear alguna que otra vez a gente que tenía ganas de hacérselo yo, pero que con mi política de no golpear hasta ser golpeado difícilmente podía llevar a cabo. La cuestión era que más allá de las amenazas, difícilmente la cosa se salía de control, quedando generalmente todo en algunos golpes y puteadas, seguido por la intervención de mayores o coetáneos. Por cuestiones muy excepcionales uno podía ver sangre, y nunca se tuvieron resultados realmente trágicos (a diferencia de <em>Los Maristas</em>, liceo demarcadamente más cheto y sobre el que pesa una especie de maldición de cementerio indio que ya ha cobrado la vida de muchos estudiantes, entre ellos un caso particularmente truculento vinculado a un ascensor del que no me extenderé por miedo a ser acusado de morboso).<br />Pero ahí estaban los dos chicos, el gordo puteando al flaco y poniéndose bordeaux a medida que lo empujaba e intentaba ensartarle una patada. Alrededor de aquello había una cheta de flequillo al borde de la histeria, gritándole al flaco y revoloteando alrededor del gordo como esas aves que se alimentan de los parásitos de la piel de los rinocerontes. Me siento con el portero, saca un cigarro y nos ponemos a ver aquello, esperando el momento en que surja el primer piñazo. Me ofrece una pitada, pero no, no fumo. Hay realmente miedo en el rostro del flaco, aspecto que extraña en comparación a la determinación del gordo, que en otros casos tendría las apuestas en su contra. Estoy medio emocionado por todo el asunto, o al menos aquello promete ser algo que convierta el viernes en otra cosa más que el día entre el jueves y el sábado. No hay mayores ni vecinos por la vuelta, si se pelean van a darse hasta cansarse. Pienso que no voy a intervenir a no ser que se sume un tercero a la pelea o alguno le esté pegando a otro en el suelo. En el último caso, sería sólo cuestión de levantarle el brazo y declararlo ganador. La idea de separarlos me parece también emocionante, aparecer y hacer uso de mi diferencia de tamaño, lanzarle alguna que otra frase amenazantemente aleccionadora y volverme por un segundo un representante implacable de la ley. Pienso todo eso, pero entonces veo que el portero me hecha una mirada y me doy cuenta de que hace cinco o diez minutos que se vienen empujando sin hacer nada. Espero un poco más, pero no hay caso, se empujan, van de un lado a otro como boxeadores estudiándose hasta el doceavo round. Es ahí que al momento de decirme el portero “estos no se van a dar más”, me levanto y me dirijo hacia ellos. Por un momento se separan y hasta la pendeja se calla al verme parado entre ellos. Les digo: <em>“Che, hace diez minutos que estoy acá, a ver si pelean de una vez, que ya me tienen recontra podrido con esta boludez de los empujones”</em>. Se quedan callados, el flaco se me queda mirando y el gordo se queda mirando para abajo, removiendo con el pie una baldosa. Se quedan un tiempo en silencio y unos segundos después el gordo se va acompañado por la mina, puteando al flaco y gritándole cosas sobre una campera que se pierden con los ruidos de la ciudad al doblar en una esquina. El flaco se va para el lado opuesto, cabizbajo y aún temblando. Vuelvo lentamente hacia el edificio y al abrirme el portero la puerta le hago un gesto de decepción que el corresponde con las manos en los bolsillos. En el ascensor antisocráticamente pienso cómo uno a veces hace el bien incluso sin quererlo.<br /><br /><div><em>Sábado, 17:30</em><br /><span style="font-size:85%;">Nota: los primeros tres párrafos pueden resultar pesadamente redundantes para los uruguayos, pero ante la posibilidad de lectores argentinos y demás, me sentí obligado a ampliar.<br /></span>Le había pedido a mi padre que me llevara al partido Nacional-River. Hacía tiempo que no había un partido tan atípico en el fútbol uruguayo. Esto principalmente debido al hecho de haber un revuelo semejante al de un clásico por un partido que, palabras más, palabras menos, era entre un grande y un chico.<br />Por historia, es difícil encontrar un equipo tan irrelevante como River Plate, un equipo que se hace llamar darsenero, pero que al cambiar su sede de la aduana al prado poco tiene que ver con los puertos, un equipo que nunca estuvo en competición internacional que recuerde y que no tiene ningún título relevante <em>whatsoever</em>. Sí podría adjudicársele el hecho de haber sido la cuna de futbolistas eventualmente importantísimos como Morena (el goleador histórico de Peñarol y posiblemente del fútbol uruguayo), así también como Carlos “El pato” Aguilera y algunos otros jugadores que naturalmente llegaron a su cenit de fama y juego con otras camisetas. Incluso, en materia de hinchada, River Plate es un cuadro tremendamente intrascendente, obteniendo la pequeña porción de la torta que pudo en el barrio con más clubes de Uruguay (El Prado, con más de tres equipos), y cuyos simpatizantes no se caracterizan ni por la fiereza de los de <em>Cerro</em>, la garqués de los de <em>Defensor Sporting</em>, la religión predominante de los de <em>El tanque Sisley</em>, la afiliación política de los de <em>Progreso</em>, la ancianitud de los de <em>Central Español</em>, la fidelidad de los de <em>Cerrito,</em> o la evidente omnipresencia de Peñarol y Nacional.<br />Sin embargo, el partido era un auténtico fenómeno mediático, un poco porque River Plate venía jugando incontestablemente bien y otro poco muchísimo más grande por la dirección técnica de Juan Ramón Carrasco, un tipo que más allá de nunca haberme convencido como técnico (si como jugador, obviamente) , indudablemente sabe cómo venderse.<br />Si ganaba Nacional, le quitaba la punta a River; si River ganaba, se le abría el camino hacia el campeonato como nunca antes en su historia. Una vez en el estadio, lo pude confirmar: más de cuarenta mil personas, más público que en ciertos partidos de la copa del mundo. A pocos metros del palco donde estaba instalado, había un pequeño sector dedicado al público de River. Todos los que alguna vez se pusieron una camiseta roja y blanca estaban ahí. Se los veía realmente felices, con una esperanza que hacía mucho tiempo no veía en ninguna persona (y mucho menos en un uruguayo). Incluso cuando entró el equipo de Carrasco me pareció un tanto exagerado el recibimiento, con stock de bengalas y bombardas que parecían restos de armamento soviético defectuoso comprados a precio de saldo a un país de medio oriente.<br />La historia más o menos se sabe, en cuestión de media hora River, el cuadro chico pero hiper inflado de Carrasco iba ganando por tres goles a cero, y prácticamente el desempeño de Nacional daba lástima. La superioridad era violentamente evidente, y como hincha de Nacional estaba más aturdido que deprimido. Fue entre el segundo gol y el tercero que escuché a una persona puteaba cada decisión del árbitro con la persistencia y violencia de un <em>tourette</em>. Era un viejo de bigotes, con gorro de River y camiseta del Atlético Madrid (con el nombre de Forlan escrito atrás, y que comparte los mismos colores de los darseneros). El tipo se sentaba y paraba a cada rato, y el cuidado con que lo trataba el resto de la hinchada indicaba que era, cuando menos, un personaje ilustre del club. Ya para cuando River metió el tercer gol, lo primero que hice fue mirarlo a él. El señor saltaba, se abrazaba de un señor cuya gordura volvía sinuosas las verticales de su remera, se sentaba, gritaba de vuelta. En sus ojos celestes había una llama que parecía haber estado tapada por mucho tiempo, quizás por toda una vida. Uno podía pensar que aquella alegría posiblemente terminaría por matarlo.<br />Sin embargo, para el final del primer tiempo llegó un gol del Chengue, jugador rústico cuya anotación tuvo una mayor relevancia de lo que cualquiera de nosotros hubiéramos pensado. Aquel gol fue como si alguien del público se hubiera levantado y gritado: <em>Carrasco está desnudo!.</em> En aquel momento ninguno lo sabíamos, pero era el comienzo del fin. En el entretiempo incluso se acercó una cámara a entrevistar el viejo. No podía escuchar mucho de la entrevista, sólo veía el rostro imperturbablemente feliz del viejo, desenvainando sus dedos para indicar cifras y fechas que atestiguaban predicciones y un incondicional seguimiento al club.<br />El segundo tiempo todo cambió, como una pieza de yenga extraída por un borracho, el sistema, todo colapsó, los caños se cerraron, la ley de la gravedad se devoraba a los tiros, al golero se le amputaron las manos y los pases iban para cualquier lado como una veleta desquiciada. Nacional en cuestión de veinte minutos igualó el hasta por entonces hazañoso resultado de River.<br />Más allá de ser hincha de Nacional, al ver aquella gente tan feliz al principio del partido, por un momento pensé qué divertido sería ver cómo la supremacía del viejo equipo terminaba por destrozar todas sus esperanzas, como si fuera un dios primigenio desmantelando por completo un pueblo pagano. Y ciertamente lo venía disfrutando, hasta que en el tres a tres volví mi mirada hacia el viejo. Había dejado de gritar, uno desde mi distancia podía observar su garganta atragantada mientras miraba la cancha con los ojos más tristes que he visto. A diferencia del resto de los hinchas de River el tipo no estaba furioso, sino sencillamente triste. Se había quitado el gorro, lo tenía entre sus piernas, le doblaba y enderezaba la visera, quería arrojarlo al suelo, aplastarlo con su pie, pero había alguna parte suya que lo impedía. Luego llegó el gol de Romero, y volví a mirar al señor. No decía nada, miraba el suelo y algunos compañeros suyos le daban palmadas de aliento en la espalda. Fue entonces que aquello dejó de ser divertido. Una parte de mí quería festejar, pero no podía. Miraba al viejo cada tanto y una tristeza rayana en la culpa me invadía el pecho. Sentía su angustia demasiado presente, era incómodo. Incluso pensaba en aquello y me percataba de que en cuestiones bíblicas, no sería más que otra persona en el público enardecido aclamando la victoria de Goliat. Era prácticamente una historia sin final feliz, y yo estaba ahí, celebrándolo con papel picado.<br />Para el quinto gol miré al costado y en el lugar del señor había sólo un banco vacío. Imaginé su vuelta a casa, sacarse la camiseta, dejar el gorro colgado en un perchero y sentarse al borde de la cama, sin decir nada. Luego serían los días, la herida de esa derrota aún abierta, las jodas de sus vecinos, uno de los días más importantes de su vida arrastrado por el barro. Y después vino el tiro libre convertido en sexto, y para aquel entonces ya estábamos bajando por las escaleras del estadio, entre garcas, viejas figuras del fútbol y hombres de negocios que quieren tener algo de qué hablar en el lunes en la oficina.<br />Me subí al auto, aún pensando en el viejo mientras escuchaba en la radio la voz de Ríos repetir palabras como <em>hazaña</em>, <em>milagro</em>, <em>fiesta</em> y <em>alegría</em>. </div><div><br /></div><br /><embed src="http://www.youtube.com/v/tiPGu1m6LX8&hl=" width="425" height="355" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent"></embed><br /><div><em>Domingo, 12:22</em><br />Dos litros de cerveza, un 100 Pipers y algunos vasos de sangría me habían dejado como un muñeco de trapo la mañana del domingo. Había cumplido Martín y fuimos a la parrillada Mercado Modelo, donde el veteranazgo (en serio, todos mayores de cuarenta y pico) entraba en la misma dinámica de levante y borracheras que yo unos años atrás. Me vi en el espejo del botiquín en el baño de María y me encontré el rostro aceitunoso, el maquillaje violáceo de las ojeras y una rémora de vino aún tatuada en el labio. Estaba deshecho, pero decidí ir a la feria Tristán Narvaja, a la que no había visitado por dos semanas.<br />Más allá del cansancio, difícilmente haya un lugar en donde me siente con tal sentido de la ubicación que la feria Tristán Narvaja. Con tiempo y persistencia llegué a conocer a casi todos los vendedores de discos de la zona y tengo informantes que me tienen al tanto de todos los piques. Está El pulga, un tipo que a pesar de ser un viejo ricotero se puede hablar largo y tendido sin que se te ponga como un testigo de Jehová con las letras de Solari (y además me sirve de intermediario para traerme las cosas más variadas de Buenos Aires). Está Ernesto, un veterano obsesionado con los Beatles, Dylan y Calexico que supo tener vinilos como Modern Dance, pero que ahora está atravesando una mala racha. No muy lejos hay un bigotudo que suele usar una musculosa, sin importar de estar en el mes de Julio, sólo para exhibir oscuro e imponente un tatuaje de <em>Black Sabath</em> (con sólo una b, detalle que me tiene obsesionado pero que temo decírselo por miedo a su vikinga reacción). A escasos metros, un tipo nuevo te vende discos de Los Traidores por mil quinientos pesos (todavía no se dio cuenta de que está en Tristán Narvaja). Por Colonia un<em> hippie-punk</em> te hace parches y te ofrece pagarlos en veinte o treinta pesos -<em>como vos prefieras</em>-. En frente a facultad de Psicología un tipo te vende videos de Anime y si le hacés una seña te muestra su colección de Hentai. Por Paysandú casi todos suelen vender cualquier cosa, máquinas registradoras viejas, cabello desteñido y grisáceo de muñeca, cadenas de bicicletas, volantes de automóviles, videocasetes sin caja de Conozca Más, revistas GENTE del 96’ que estarán en peluquerías con cortes de cuarenta pesos. En librería Minerva está Erasmo, una persona de tal bondad que haría ver a Mahatma Gandhi como un melindroso pedófilo, y que me ha hablado de poesía lituana con la seguridad que puede tener un junkie hablando de medicamentos. En librería Rizoma se venden buenos libros de cine, y atiende una pareja obsesionada con Bauhaus y un proyecto posterior cuyo nombre siempre olvido. A esa librería suele caer semanalmente una señora tan siniestra que haría ver a Diamanda Galás como Noelia Campo, y que siempre pregunta con los ojos bien abiertos, al borde de salirse de sus cuencas, si tienen algún libro de portugués. A lo de Ernesto solemos caer las mismas personas, como junkies buscando información de nuevos dealers: un gallego con el peinado de David Lynch, un veterano con una camiseta hecha a mano de Velvet Underground, el guitarrista de una banda rockandrollera que considera a Brian Setzer el mejor guitarrista de todos los tiempos y suele comprarse compilados horribles de rockabilly. Y entre todo, y en todas partes, discos y discos de Yes y Emerson Lake and Palmer.<br />Me había topado con el vinilo <em>From her to eternity </em>de Nick Cave. Salía quinientos pesos (veinticinco dólares), por lo que lo pensé un rato. Le pregunté a Ricardo -otro buen vendedor de vinilos- si me lo podía reservar y me dijo que no, que ese disco se vendía hoy. Ante la presión recordé la presencia de un perverso dopplegänger que me ha arrebatado ya varios discos –todos me han dicho que ha sido la misma persona, y entre estos vinilos birlados se encuentra precisamente el genial <em>Tender Prey</em>- y terminé desembolsando los quinientos pesos (doscientos de ellos en monedas juntadas en una bolsa). </div><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5192455178390862626" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_f238DTIgG-oW4sGuEF2f8i8yrK5g4ptKt4yzmfnZa1Ojfxb4S2c6aGQpP537Y18HVTkOalpuOkz21HxNlXPC88hJ7LszLomqK-KOutZhHnx9s8WVhf74hV1FIIh7Mlrw9O_Vfw/s320/cave.jpg" border="0" />Me gusta verme caminar con el disco bajo el brazo, pienso que me gustaría alguna vez ser capturado en fotografía de esa manera. Un poco para autoconvencerme de no haber malgastado la plata, me dirijo a mostrarle a la pareja de Rizoma mi disco de Nico Cueva. Si les gusta tanto Bauhaus, es posible que me apoyen en la compra.<br /><div>Es en el camino hacia la librería que escucho algo que me hiela la sangre. En un puesto de vinilos horribles, se escucha un disco que tiene relatos de momentos importantes del fútbol uruguayo. En el momento preciso que paso por ahí, escucho el nombre de mi padre y el gol de Uruguay en la final de la Copa América 83’. Creo que es el gol de cabeza del Pato Aguilera, ese tras el cual temporalmente perdió la conciencia. En el momento de grito de gol, todos los que rondamos por la misma vereda nos quedamos en silencio. De cierto modo la situación recuerda a esa genial escena de <em>Alemania: año cero</em>, en donde el niño protagonista le intenta vender un vinilo de los discursos de Hitler a unos soldados americanos. Con total indiferencia pone la púa sobre el disco y la voz de Hitler retumba por diferentes rincones de la ciudad, dejando inermes a ciertas personas que la escuchan, como si fuera una voz del más allá volviéndolos a traer a uno de los períodos más oscuros de la humanidad. En este caso sería precisamente lo contrario, nos saca de este domingo y nos arrastra a una época donde al menos en lo deportivo se podía sentir orgullo de algo. Todos nos quedamos congelados, especialmente yo, que al oír el nombre de mi padre aquello prácticamente resultaba ser un mensaje cifrado dirigido hacia mí. Es increíble cómo el relato de un gol puede remover tanto. En esos quince segundos, la gloria deportiva se hizo presente, y hablaba mucho más que de fútbol, en ese entorno apolillado, hollinado y lleno con pelusas de plátanos. Cuando termina el relato, se levanta la púa y aparece el bolero <em>Quizás Quizás</em>, catapultándonos de nuevo en la hermos y deprimente realidad de Tristán Narvaja. Vuelvo a mi casa caminando despacio, mirándome en las vitrinas de las tiendas con la cara de Cave bajo el brazo y preguntándome si de haber sido otro el resultado, aquellos tres goles de River hubiesen significado para el viejo lo mismo que para mí tuvo ese relato de gol. </div></div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com123tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-29357626647604486242008-04-06T19:24:00.003-03:002008-04-06T21:27:34.424-03:00<strong>Otoño en canciones</strong><br /><em><span style="font-size:85%;"></span></em><br /><em><span style="font-size:85%;">Fruit tree, fruit tree<br />Open your eyes to another year<br />They’ll all know<br />That you were here when you’re gone</span></em><br /> <span style="font-size:85%;">Nick Drake, Fruit tree</span><br /><br />Por alguna extraña razón, el paso de estaciones en general se me materializa desde los ómnibus, como si el cristal de sus ventanillas tuviera una especie de aumento que me permitiese ver algo que en simple vista y a la altura de la vereda no pudiera advertir. Como escribí en un post del año pasado, las estaciones no se perciben desde los solsticios, equinoccios o el capricho rotatorio de la tierra alrededor del sol. En realidad las estaciones son un fenómeno tremendamente particular y subjetivo que tiene sólo un poco que ver con el tiempo, el follaje o los ciclos reproductores de ciertos seres vivos. En realidad lo que cambia en las estaciones es uno, y entonces ciertamente lo que se vuelve otoño o verano es la persona misma. Extrañamente este me pareció un verano tan largo como lánguido, primero, por haber secuestrado a la semana santa, que suele ser una servil vocera del otoño; segundo, por haber pasado la mayor parte de la temporada fuera de las playas. Sin embargo, estando en las postrimerías de marzo, temía que en aquel 522 al prado terminara percatándome de ese temido y depresivo pasaje de estaciones, con la única ventaja del tiempo caluroso y pesado y el aún poder usar chancletas y bermudas (definitivamente la ropa menos sexy que puede usar un hombre, acortándote las piernas y haciéndote ver como un turista).<br />Había desempolvado el I-Pod y me había limitado a escuchar temas que me atajaran del otoño, al menos desde mi intrincado sistema evaluativo (creo que escuchaba a Triángulo de Amor Bizarro, y al menos la energía e irreverencia de los gallegos me mantenía despabilado y joven). En el trayecto aparecieron vendedores de curitas y de barras de chocolate, controladores de boletos y viejas y mujeres cargando niños que amenazaban con quitarme el cómodo asiento que aprovechaba como si fuese un verdadero regalo de Dios (nota: a las portadoras de niños y embarazadas le cedo mi lugar sin dudar, pero al estar sentado en los últimos asientos, ya habían personas que se tomaban la molestia por mí). Cada tanto, entre el final e inicio de las canciones del grupo español, escuchaba al pelado Cordera bardeando desde la radio del conductor de ómnibus, un tipo canchero de no más de treinta que parecía disfrutar tanto de la Bersuit como mi suegro en una reunión ectoplasmática de los Beatles organizada al fondo de su casa. Veo su boca moviéndose como en una película muda y tras las guitarras de los gallegos reconozco en sus labios “Devolvé la bolsa”. <em>Naturalmente</em>, no me dan ganas de sacarme los audífonos. Sin embargo, entra una tipa de unos veinticinco años y el conductor parece bajar el volumen. Se pone a hablar a la gente del ómnibus, resultándome medio extraña por no tener el rostro sollozante de quienes suelen pedir alguna monedita, ni tampoco llevar consigo guitarra, ni productos, comida o cualquier cosa para vender. Sin escucharla, pienso que perfectamente podría ser una pasajera más que se le ocurrió compartir una opinión con el resto de los concomitantes, sin pedir nada a cambio. Sin embargo, luego de esa especie de introducción cierra los ojos y comienza a mover la boca de una manera que se asemeja al cantar. Me saco los audífonos y entonces la escucho. Está cantando a capella y en inglés una canción que me resuena tremendamente. Verla como canta y saber que conozco aquella canción, me genera una tremenda incomodidad que me inspira callarla un momento, cerrar los ojos y apretarme intersección de la nariz con la frente y pedirle unos minutos para acordarme de aquel tema. Pero ella sigue y canta<br /><br /><em>Oh, ask me why, and I'll spit in your eye<br />But we cannot cling to the old dreams anymore<br />No, we cannot cling to those dreams</em><br /><br />Indudablemente, es bastante fea. Tiene un corte de pelo varonil, un cuerpo cúbico y ropa de pibe que contrasta bastante incómodamente con su voz más femenina, como la fea sensación de una parte que grita y amenaza acabar con el todo. Su voz es bastante peculiar, diferente al galvanizado masculino de ciertas artistas callejeras que suelen cantar temas de canto popular, casi como si fuera un híbrido entre la voz extrañamente mixta entre lo juvenil y a la vez anciano de Joanna Newsom y el tembloroso cantar entre hálitos de Björk, todo esto con mucho menor oficio que las dos. Incluso hay varios pifies bastante incómodos, su voz en ciertas notas altas parece tambalearse como un caballo caminando sobre hielo, sobre todo en <em>Ask me why and I’ll spit in your eye</em>. Cuando llega a la parte <em>Does the body rule the mind/Or does the mind rule the body/I don’t know</em>, llego a la conclusion, por cómo termina la estrofa, de que aquello no podría provenir de otra garganta más que la de Morrisey.<br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/OxZo5UODCCg&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/OxZo5UODCCg&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br />Es una canción de los Smiths, pero me encuentro en un punto muerto en el que no puedo recordar el nombre ni el disco en que se encuentra la canción. Mientras me devano los sesos haciendo un lento scandisk de archivos mentales, pienso sobre lo particular de la situación de encontrarme escuchando a alguien cantando un tema de los Smiths en un ómnibus. Sólo dos veces había escuchado alguien cantar en inglés, una a un par de peruanos tocando Sultans of Swing, otra a un veterano tocando The Wall, poblándola con unos extraños solos que intentaban imitar el sonido del vibrato usado por Gilmour (o Waters, no recuerdo). Tampoco pretendo que toquen algo de Faust, o Throbbing Gristle (aunque debo reconocer que encontrar a alguien que torture a los pasajeros acostumbrados de covers de Los Nocheros con una versión de <em>Discipline</em> por más de doce minutos de viaje sería una experiencia imborrable), pero me resulta extraño que a los efectos de ganar dinero, y sobre todo en los 121 del mediodía, que se llenan de liceales y gente relativamente joven, no se aparten de su repertorio folklórico y toquen temas más actuales y populares de <em>errr</em>, pongámosle La Vela Puerca.<br />Pero con o sin los fantasmas del cantopopu revoloteando sobre su cabeza, la chica seguía cantando aquel tema de los Smiths, incluso optando por cantarla tal cual lo hace Morrisey, dejando espacios de silencio luego de <em>I don’t know</em>, silencio que en la grabación original es llenado por la guitarra de Johnny Marr. En esos incómodos interines de silencio en donde más de uno se mira con el de al lado, ella permanece con los ojos entrecerrados, con una sonrisa casi autista y dandose golpecitos en su cadera, como si en sus dedos, en sus uñas comidas hubieran pequeños corazones invisibles manteniendo el tempo de la canción. En un momento desafina estrepitosamente, se tambalea en un efímero momento de vergüenza y continúa con la canción, como esas patinadoras que se caen en el quemante hielo, para levantarse y continuar su rutina con una sonrisa cincelada que intenta indicar que nada ocurrió. En realidad es una muy mala interpretación, pero la elección del tema y una cierta honestidad de la mina en aquellos baches que poblan su versión como pozos en una calle de tierra en algún balneario de la Costa de Oro, me dejan completamente intrigado. Ella incluso se da cuenta de que soy uno de los pocos que le estoy prestando atención y cada tanto me mira con el rabillo del ojo. Todos los demás están hablando sobre otros temas, mirando por la ventana, o mandando mensajes de texto, mientras que yo permanezco inerme, buscando a tientas en los apretados bolsillos de mi pantalón algo de dinero para darle a cambio. Termina el tema y algunas pocas personas tardan unos cuantos incómodos segundos en aplaudir. Dice que cualquier peso, crítica o sugerencia será agradecida. En el fondo apretado, pegajoso y molesto de mi ingle, hay una moneda de cinco pesos. Por poco que parezca, aquella suma parece ser relativamente alta para lo que se suele –o al menos suelo- darle a los artistas callejeros (sólo una vez le di veinte pesos a un tipo que en una interpretación de <em>Estefanie</em> (o <em>Stephanie</em>, no sé), de Zitarrosa, casi me hizo llorar, pero aquello es otra historia).<br />Le quiero mentir. Le quiero decir que me gustó lo que hizo, que siga así, que no desafinó, que aquello emocionó a todo el mundo, pero en ese momento lo único cercano a un cumplido que me sale es preguntarle por el nombre de aquel tema que lo tengo en la punta de mi corteza frontal. Me responde imperturbablemente contenta y agradecida <em>“Still ill, de una banda llamada The Smiths”.</em> Le quiero decir que claro, que conozco a los Smiths, que lo único era que me había olvidado del nombre del tema, que incluso estaba pensando comprarme el vinilo de aquel disco homónimo que están vendiendo a quinientos pesos en Tristan Narvaja, pero mientras pienso en esto, la tipa se baja en una parada, y con ella mi orgullo siguiéndola cabizbajo por las calles de Gonzalo Ramírez.<br /><br /><strong>Scott Walker- Raining Today</strong><br />Lo he pensado largo tiempo, y creo que no es casualidad que me haya metido de lleno en el oscuro mundo de Scott Walker la misma semana en que vi dos veces Inland Empire (una en Cinemateca, otra en el Alfa Beta). <em>El fino</em> y yo nos veníamos preparando para aquella película desde el 2007, incluso considerando la posibilidad de acampar en el shopping, 18 de Julio, Ejido o el lugar en donde la llegaran a estrenar de no poder conseguir entradas (por supuesto, la mayoría del público uruguayo no estaba tan emocionado como nosotros).<br />El universo lyncheano sigue allí, tempestuoso en esos ciento ochenta minutos de filmación, salvo que no hay puertas o huecos que nos conducen a mundos donde rigen otras reglas (como podía ser el conducto auditivo de aquella oreja cercenada en Terciopelo azul), ya que sin zaguanes ni corredores ya nos encontramos de lleno en la inmensidad del cuarto oscuro. No voy a convertir esto en un post sobre el film, ya que habiéndolo visto dos veces todavía siento que no dejé añejar las imágenes en mi cabeza lo suficiente . Sí puedo rescatar aquella sensación inmediata que me invadió una vez que se encendían las luces de Cinemateca. Algunos aplausos aparecieron, y mis palmas dubitativas quisieron hacerles compañía, sin estar realmente seguro de lo que acababa de presenciar. En cierto punto tienen razón quienes dicen que las películas de Lynch han dejado de ser películas en sí para convertirse en meras glándulas secretoras de sensaciones. Hitchcock planteaba que de poder construirlo, le interesaría crear un artefacto que pudiera generar determinadas sensaciones en sus espectadores, sin la necesidad de una trama que estuviese subordinada a estos planes (me imagino una conducto intravenoso enviando al torrente sanguíneo cortisol y otras sustancias que activan el sistema simpático, algo parecido al experimento que sometían a Alex en <em>La naranja mecánica</em>). Creo que en sus oscuros talleres, donde supo crear el baconiano bebé de Eraserhead, o los cuadros abundantes en texturas nauseabundas de sus últimas obras plásticas, Lynch logró construir dicha máquina, sólo que la mantiene en completo secreto. Sólo supe que el film me había gustado días después de haberlo visto. Como imágenes perdidas de un sueño tijereteado por la elaboración secundaria, sólo podía acordarme de imágenes, el vómito de sangre sobre las estrellas interminables de las baldosas de Hollywood y Vine, los pómulos fríos y tersos de una prostituta polaca en la nieve, los conejos haciendo sus quehaceres con aquellas discordantes risas enlatadas de fondo, la imagen del vinilo rajado por la violenta púa, avanzando en sus enloquecidas y constantes treinta y tres revoluciones por minuto, como el frenético automóvil conducido por Bill Pullman en <em>Lost Highway</em>, y así con un montón de otras imágenes que permanecen en mi mente como un enloquecido murciélago volando bajo, chocándose contra las paredes de mi habitación.<br />A su vez, escuchar <em>The Drift</em> es una experiencia intensa que apenas se queda detrás de la traumatizante escucha de <em>Frankie Teardrop</em>. Hay momentos en que los cellos son tan omnipresentemente invasivos que a uno le dan ganas de sacarse los audífonos y enterrarlos en un bosque como un homicida sepultando el cuerpo de una persona accidentalmente asesinada. Tal como pasa con Lynch, es difícil reducir el disco a una temática, y mucho más complicado anatomizarlo de acuerdo a canciones. En <em>The Drift</em> no hay canciones, sino actos. En este sentido, <a href="http://sonica.speedy.com.ar/blog/melero#">Melero no podría tener más razón</a>: Scott Walker crea películas para ciegos. Uno se siente tremendamente desvalido, sin poder reconocer de dónde provienen los sonidos que se escuchan, como si fuera un niño tapándose la cara con la frazada, sabiendo que sus padres recién están pasando el corredor y su destino ahora está librado al ruido que escucha a pasos de su cuarto. ¿Quién entona esos cantos gregorianos? ¿De donde provienen esos golpes? ¿El gritar de una mula siendo sacrificada? ¿El pato Donald cantando desde los infiernos? –en referencia al tema <em>The Escape</em>. Nunca una guitarra sonó tan venenosa, nunca los violines sonaron tan parecidos a un enjambre de abejas africanas. Y todo esto detrás de una voz que no sabemos si es Virgilio o Minos de nuestro descenso a los infiernos.<br />Uno de los aspectos geniales del documental <a href="http://www.youtube.com/watch?v=dBMJ79ly3B4">30th Century Man</a>, es que muestra los procesos de grabación que hasta la fecha Scott Walker había mantenido como dentro de una bóveda subterránea. Esa percusión húmeda y apagada de <em>Cosacks are</em> es el sonido de un hombre pegándole a un trozo de carne, Walker y su compañía diseñan sus propios instrumentos, como una gigantesca caja hueca que sirve para hacer aquellos efectos percusivos que tanto me intrigan.<br />Esto en referencia a <em>The Drift</em>, y en cierta medida al <em>Tilt</em>.<br />Cuando me decían que Walker había formado anteriormente una banda melódica, de esas frente a las cuales ciertas <em>puberfans</em> eran capaces de dar vuelta automóviles, siempre lo tomé como un pasado gracioso, que de seguro Scott intentaría mantenerlo en silencio. No pensaba bajarme ningún disco de esta época hasta que varias personas me lo recomendaron.<br />No, nunca me hubiera esperado el finísimo y genial trabajo del crooner con The Walker Brothers y en solitario. <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Nite_Flights_(album)">Nite Flights </a>es un laburo que está demasiado adelantado a todo lo de la época, como si fuera, junto a ciertos trabajos de Can, una profecía cifrada del pop espacial que invadiría la música muchos años después (“<em>i have to say it's humilliating to hear this. It is… it is incredible, I couldn't go any further. You know, I keep hearing this new bands that sounds like bloody Roxy Music and Talking Heads... they couldn't go any further than this</em>”, esto no lo dice el guitarrista de los Arctic Monkeys, sino un pelado llamado Brian Eno).<br />Pero volviendo a Scott solista, sus discos Scott 1, 2, 3 y 4 son de las joyas más finas que ha dado el pop en la historia. El formato canción se aplica más que en sus últimos discos, pero hay algo que permanece reptando en las profundidades. Si uno trazara una línea bastante arbitraria para definir la oscuridad y recursos perturbadores en la discografía de Scott Walker, se podría ver que la relación entre este sonido y el paso de los años es casi una recta de cuarenta y cinco grados. Por su parte, la senda filmográfica de Lynch es distinta, como si fuese un camino sinuoso, que tiene un universo blando y palpitante, esperando debajo de los tablones como el corazón del asesinado en aquel clásico de Allan Poe. La combinación de películas de una bondad inconmensurable como <em>The Straight Story</em> con los descensos a los infiernos de <em>Fire, walk with me</em> (película que a pesar de estar subvalorada en su filmografía y tener algunos errores, considero una de las representaciones más increíbles y sobrecogedoras de la forclusión del nombre del padre), se espeja en las mismas escenas e imaginería, los conocidos <em>momentos lynch</em>, en donde todo se mantiene en un débil equilibrio, perpetuándose una insostenible tensión entre una tranquilidad aparente y ese mundo que crece, se mueve y cava túneles, como los escarabajos debajo del pasto en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=nM975_Ld9S0">la escena introductoria de Terciopelo azul</a>.<br />Con Scott Walker ocurre lo mismo, y en un momento de 30th century man se da un detalle que es paradigma de esta tensión entre los dos mundos. Un músico de estudio revela uno de los particularísimos recursos de Walker, mostrando cómo en un acorde se combina lo afinado y lo disonante, haciéndolo convivir como si fueran una misma cosa.<br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/Z0V_LFf63M8&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/Z0V_LFf63M8&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br /><em>Scott 3</em> comienza con <em>It’s raining today</em>, una canción que se podría tomar como otra de esas baladas melódicas muy inspiradas por la chanson francesa, sólo que hay algo que no está bien en esa canción, algo que no nos permite creer del todo en lo que dice la voz de Scott. A la segunda escucha lo reconocemos, hay unos violines que al ambiente ligeramente plácido de la canción lo llena de humo, niebla y frío. Los violines se mantienen en una nota interminable, parecería como que fueran pequeños ojos que nos miran desde la profundidad de un bosque, aguardando a algo que no sabemos qué es. Esa contraposición entre la dulzura barítona de la voz de Walker y aquello que aletea dentro de los auriculares es la esencia de Lynch, una forma de hacer extraño lo cotidiano, tal como lo dice Michel Chion, “otorga su pleno valor a imágenes muy sencillas, pero montadas de una manera insólita”. La elección de un punto de corte basta para cambiar la imagen de trivial a aterradora. Incluso, es algo que percibí en la misma Inland Empire: en la escena de Laura Dern con las prostitutas en Hollywood and Vine, se intersecta una canción de Beck con una tormenta de violines y vientos que justamente nos incomodan, tal como en Raining Today.<br />Desde que era un pop idol Scott Walker tuvo durante años a sus seres en el fondo de su casa, ocultos tras pajareras meadas, tirandole pedazos de carne y tapando el alambrado con una lona gruesa incapaz de permitir pasar cualquier rayo de sol. Estuvieron ahí, haciendo ninguna otra cosa más que crecer, hasta que Scott los soltó para hacer nuestras noches un poco más oscuras.<br /><br /><strong>Tom Waits-Hang on St.Cristopher</strong><br />Generalmente discutir sobre términos como el <em>swing</em>, la <em>cadencia</em> y el <em>flow</em> nos deja en un terreno baldío que se termina convirtiendo en un concurso por quién la tiene más larga, eventualmente deviniendo en un abstraccionismo tal que parece una discusión entre un judío y un musulmán, discutiendo sobre quién gana, si Yaveh o Alá en una pelea de kickboxing.<br />Con respecto al <em>swing</em>, aquel es un pedazo de tierra que todos se disputan a uñas y dientes, especialmente en el rock, el jazz y sobre todo el blues. El swing es un plus flotante, un elemento visceral e incuantificable que sin embargo se utiliza como vara para medir talentos, calidad y hombría (?), tal como puede ser la libido con respecto al tema energético de la psiquis (aunque había locos como Jung que creían poder extraerla con aparatos más cercanos a la alquimia que a la ciencia). En fin, el swing es una entidad que sólo es trascendida por su propio misterio, y todos utilizan el término como si estuviera regido por un fino y complicado sistemas de pesos y medidas. <em>Yo no te puedo explicar que es el swing, pero se cuándo alguien lo tiene o no lo tiene</em>. Más allá de la genialidad de ciertos músicos, como Lester Young que prácticamente parecía haber creado una nueva glosolalia poblada de estos términos, lo peligroso del manejo de tales abstraccionismos es que siempre debajo de sus pieles ocultan su patente tendencia a convertirse en religión, y todo aquello conduce en una gran cantidad de casos a un uso de los mismos que termina siendo como un santo y seña de un club privado, lleno de códigos y normativas absurdamente rígidas.<br />Esto último es una de las murallas archiconocidas de los defensores del blues. El swing en el blues toma la forma de un anticuerpo que rechaza todo lo que no sea tocado en compás de 4/4. Todo lo que sea diferente es rechazado, desde un solo metalero más asentado en lo neoclásico, hasta cualquier guitarra que no esté conectada a un áspero sistema valvular. El término viene bien a los efectos de una lucha de géneros que termina siendo como un hincha de Nacional intentando convencer a uno de Peñarol para que se cambie de cuadro. Personalmente irritado por muchos de estos mares de sargazos que encallan cualquier intento de conversación decente, varias veces he tratado de identificar la raíz inherente del swing. Mi versión personal del término, posiblemente tome más elementos de la danza, o al menos del movimiento en sí, considerando al swing como una forma de tocar que permanece en continuo flujo, que parece formar una parte infraccionada de una cosa que la trasciende y que no presenta cisuras, dudas, ni demoras. La imagen más perfecta de mi versión del swing es la de una ola. Como esa <a href="http://img264.imageshack.us/img264/2668/frontsz3.jpg">tapa del disco de Ride</a>, es imposible determinar cuándo comienza y cuándo termina una ola, unos sólo puede contentarse con sacar el metro y marcar con x el lugar donde una cosa empieza y otra termina. Es en ese flujo constante y eterno donde –personalmente- creo que se disputa el swing o no swing. Sin embargo, con esta noción creo que el swing es imposible, no sólo de ser reducido a un género, sino a la música en sí. Manteniéndome con esta definición, una de las personas con más swing que vi en mi vida es Maradona, y dudo seriamente de su plasticidad a la hora de agarrar una guitarra y hacer una escala pentatónica. Uno ve jugar a Maradona y por un momento no le parece tan desquiciado que haya iglesias que le rindan culto, especialmente si el observador comparte mi opinión de que cualquier religión es una especie de pornografía de la culpa y la confianza. A Maradona un polaco lo baja de una patada, pero en el mismo momento en que cae, todo el cuerpo se articula para rodar y volver a carrera, como si su cuerpo erguido hubiera transmutado en otro sin conocer el suelo. Maradona sacaba centros de un espacio anterior a sus piernas y lo he visto meter goles de tiro libre en donde logra que la pelota se amigue o enemiste con la gravedad según sus propios planes. Esa misma idea de un constante flujo, de la imposibilidad de caerse y del control de las cosas por fuera de su propio cuerpo convierten a Maradona –a mi parecer- en una de las más perfectas materializaciones del <em>swing</em>.<br />Mi lista seguiría con una cantidad llamativa de no músicos, entre ellos Muhammad Alí en sus mejores años, George Best y <a href="http://www.youtube.com/watch?v=ytSt7EnHhXc">aquel gol descomunal metido en la MLS</a>, Marlon Brando en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=qX_4A6d_Q-U">Último tango en París</a>, los planos secuencia de Tarkovski en Stalker, ciertos pasajes en la narrativa de Kerouac, la forma en que bailó una compañera de clase en una de mis primeras fiestas de quince, dejándonos a mis amigos y yo con la boca abierta, sintiendo una indescriptible angustia el resto de la noche.<br />Y adentrándome en el terreno de la música, también lo puede ser la enigmática forma de tocar de Jimmy Page (con un estilo que por su suciedad y pifies tiene un carácter medio fracturado, pero que increíblemente lo utiliza para lograr una nueva unidad con todo eso, especialmente en su solo de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=89yw7wqoaio">Since I been living you</a>), la guitarra de Duane Allman, el motorik de NEU! (Klaus Dinger, tu corazón se detuvo, pero seguro que sigue latiendo remixado en el cielo), una de las interpretaciones más asombrosas de todos los tiempos de parte Jacques Brel en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=bJIZu37Hfr0">este video</a>, la sensualidad trepidante e incómoda de Alan Vega en <a href="http://www.youtube.com/watch?v=kBcI5oGjffU">esta canción</a>, la celestial voz de Jeff Buckley, el saxofón húmedo y sensual más cerca del <em>erotismo hard</em> que del <em>porno soft</em> de Coleman Hawkigs, y así un largo etcétera que dista en algunos nombres de los clásicos anales de los <em>sultans of swing</em>.<br />Sin embargo, nunca vi mayor expresión de aquello por antonomasia llamado swing que en esta presentación en vivo de Tom Waits.<br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/0Fu67X5kA5g&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/0Fu67X5kA5g&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br />Las imágenes de este concierto provienen de Big Time, un dvd que me compré hace más de un mes en Tristán Narvaja. El tema se llama <em>Hold on St.Cristopher</em>, e inconcebiblemente brilla por su ausencia en el disco oficial de aquella presentación. Todo en ese video es perfecto. La capacidad interpretativa de Waits llega a un punto en que cada parpadeo, el ángulo de de los haces de luz de la linterna colgada en el atril, el balance de su cuerpo paralelo a la hipnotizante línea de contrabajo y perpendicular a la intervención de los vientos, la forma en se agarra del atril, la cronometrización de la utilización del autoparlante, la voz ronca, el movimiento de sus manos y sus dedos, hasta el mismo horario que indican las manecillas de cada uno de los relojes que invaden su antebrazo, todo parece trabajar en una armonía que no vi en ninguna otra persona, logrando una forma de unidad que me hace sentir el hombre más insignificante de la tierra. Nunca expresé corporalmente mis sensaciones musicales (salvo esos patéticos interines de guitarreo aéreo que tanto nos avergüenzan cuando nos damos cuenta), pero al ver a Tom Waits llevar con tanto swing esa canción, uno no puede hacer algo diferente a bailar.<br />Creo que el sentimiento más cercano a la homosexualidad que puede sentir un heterosexual es admirar a alguien tanto que desearía poder, al menos un día, adoptar sus movimientos, sus rasgos corporales, su forma de hablar, de mirar, de fumar, de tomar, comer, vestirse y vivir, en pocas palabras, <em>ser él</em>, casi como si uno quisiera volverse un súcubo y morar en el cuerpo huésped de esa persona a quien tanto admira (y, después de todo, aquello no sería más que otra forma de penetración).<br />Caundo cumplí veinte, María se apareció con un sombrero. El tema de <em>to wear or not to wear</em> un sombrero había sido bastante recurrente, y cada vez que veía alguien cercano a mi edad usándolo se lo señalaba como si fuese un uruguayo encontrado en Estonia. Naturalmente, si dependía de mí, aquella procastinación se hubiera extendido por muchos meses más, pero la iniciativa de María me hizo enfrentarme con la realidad de mi deseo. El sombrero es gris, de paño, compacto, queda particularmente bien si se uno se lo pone ligeramente inclinado, tapando parcialmente los ojos. Lo había comprado en <em>El hornero</em>, de esas tiendas del centro que son como restos arqueológicos de un Uruguay que fue. Al principio me costaba llevarlo, un poco por tener miedo de que Uruguay no estuviese preparado para un joven usando sombrero, otro poco como en <em>Instrucciones para dar cuerda a un reloj:</em>María no sólo me había regalado un sombrero, sino el miedo a perderlo, a que alguien me lo chape y se de a la fuga con el, a que no sea aceptado por el resto, a que el viento me lo arranque de la cabeza, la necesidad de compararlo con otros sombreros, cuidarlo y medir los momentos en que me lo sacaba. Con el tiempo, el hecho de olvidarme algunas veces que lo llevaba puesto confirmaba que me estaba acostumbrando a su compañía, y muchas veces me miraba al espejo, como quien se mira un tatuaje recién cicatrizándose sobre su cuerpo. Ahora me doy cuenta de que lo que intentaba hacer era comparar especularmente mi reflejo con la imagen mental que tenía de Tom Waits. Por un momento me paraba algo desgarbado, agachaba la cabeza, me imaginaba más flaco y con esa voz añejada en alcohol y tabaco. Con el tiempo habría seguido la mutación y probablemente sería una persona al menos estéticamente diferente a la que escribe esto, de no haber sido por algo que me sucedió en un toque de Buenos Muchachos. La Barraca, más conocido por el manejo algo dudoso de su dueño, no era el lugar para albergar a una banda como Buenos Muchachos. Particularmente, los Buenos han llegado a un dificultoso hiato en que no son lo suficientemente chicos como para que sus presentaciones en boliches sean por lo menos ergonométricamente placenteras, ni tan grandes para llenar estadios. El toque del que hablo en La Barraca había sido uno particularmente salvaje, o al menos así lo sentíamos María y yo, que vimos volar más de una botella, y sin poder escapar como en otros boliches a los pogos y las pelotudeces alcohólicas de algunas personas. Una vez terminado el show, nos sumamos al torrente de personas que se precipitaban a la calle. Fue en esa muchedumbre donde, mediante un golpecito, alguien me tiró el sombrero desde atrás. Cuando me doy vuelta y me agacho a buscar el sombrero, aparece un peludo, descamisado y ciertamente más alto que yo (y tampoco soy petiso), quien no tarda en decirme lo más vikingamente que pudo “<em>Los sombreros se usan de día</em>”. Justo al borde de mi contestación una avalancha nos dejó a todos fuera del boliche, perdiéndolo de vista. Mi camino vuelta al Prado fue muy amargo, pensando una y otra vez las cosas que tendría o debería haberle dicho, repasando sus puntos débiles, como ese ridículo colgante de los Redonditos de Ricota que llevaba como si fuese una tatuaje de lágrima en la mejilla de un preso. Pero hubo algo que cambió todo en ese “<em>Los sombreros se usan de día</em>”, algo similar a lo que sentí cuando me di cuenta de que una chica que me gustaba en escuela nunca me devolvería la llamada, similar a aquella sensación de sentir que uno nunca va a poder hacer bien la cejilla, a sentir como el otoño llega irrefrenable, como los años a este sombrero que casi no he usado desde entonces<br /><br /><strong>Fernando Cabrera-El tiempo está después</strong><br />Siempre había querido escuchar a Fernando Cabrera, pero debido a falta de enlaces de descarga y boludez mía nunca había podido acceder a algún disco suyo. Lo único que había escuchado hasta el momento había sido <em>La casa de al lado</em>, uno de los temas más devastadores que haya escuchado en mi vida. Luego de ver esa película realmente inclasificable que es El dirigible (realmente, nunca supe qué era lo que quiso hacer Pablo Dotta con ese film), cuando llegan los créditos aparece la voz temblorosa de Cabrera.<br /><br /><em>No hay tiempo no hay hora no hay reloj<br />no hay antes ni luego ni tal vez<br />no hay lejos ni viejos ni jamás<br />en esta olvidada invalidez</em><br /><br />La letra entera la pueden leer en <a href="http://bizcochomaligno.blogspot.com/2005/06/este-blog-es-un-bajn-final.html">este post </a>del antiguo blog unipersonal de Ezequiel. Recuerdo haber visto la película, una helada noche de julio a las dos de la mañana. Cuando terminó la canción, puse el dvd una vez más y volví a escuchar aquella canción. Lo hice varias veces, llegándola a escuchar caso cinco veces seguidas. Incluso, llegué a no devolver la película en su fecha correspondiente para sólo escuchar aquel tema unas veces más. En aquellos tiempos no sabía el alcance de la internet y no suponía que pudiera bajarme el tema o las letras, por lo que copie la canción en un cuadernito, rebobinando y poniendo pausa para seguirle la rápida forma de cantar a Cabrera.<br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/3OYkQiu-isg&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/3OYkQiu-isg&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br />Ahora que vuelvo a escuchar la canción y la letra, comprendo que no podría haber una canción más perfecta para la película. Ese <em>horror vacui</em> de la letra,<br /><br /><em>Acá no hay tango<br />no hay tongo ni engaño<br />aquí no hay daño<br />que dure cien años<br />por fin buen tiempo<br />aunque no hay un mango<br />estoy llorando<br />toy me acostumbrando</em><br /><br />se corresponde con las imágenes de ese Montevideo completamente vacío, con ciertos murmullos post dictadura que se ven en cada esquina del film. Hay una escena incluso, en que el plancha cuyo nombre no recuerdo se sube al <em>Rock and Samba</em> de un parque Rodó completamente desierto, y el tipo lo pone a andar por su cuenta, sin maquinistas ni otras personas de por medio. Parecería que todos están en un mundo atemporal, como si fueran últimos sobrevivientes y soberanos de un mundo vaciado, como si fuera una versión urbana del anárquico y desértico mundo de campaña.<br /><br /><em>Acá en esta casa viven mil<br />clavamos el tiempo en un cartel<br />somos como brujos del reloj<br />ninguno parece envejecer</em><br /><br />Volviendo conmigo, fue recién un día después de Hit que pude hacerme con cinco discos de Cabrera: <em>Con el tiempo en la cara, Autoblues, El tiempo está después, Viveza, Bardo</em><br /><br />Suponía que me iba a gustar, pero no estaba preparado ante tal desborde de genialidad. Las canciones son muchas, y ciertamente <em>Con el tiempo en la cara</em>, aún siendo una recopilación (y siempre me opuse a las recopilaciones) me parece un disco que me deja los auriculares prendidos a los oídos como si fuese una sanguijuela alimentándose de todo mi flujo vital.<br /><em>Desbordando barrios</em> es un tema que puede hacer tambalear mi misantropía cosechada y albergada en silos por años, permitiéndome confiar en una unidad del pueblo mayor que cualquier campaña presidencial de izquierda; después de escuchar <em>Con el viento en la cara</em> le pregunté a mi padre dónde está mi bicicleta, este fin de semana me voy a ir a andar por las calles del Prado, Velvedere y el Centro, engrasando las cadenas y desempolvando caramañolas; <em>Yo quería ser como vos</em> debe ser una de las canciones más hermosas que se le puedan hacer a un amigo o un hermano mayor, si alguien me la cantara seguro que haría un papelón de lágrimas y mocos; <em>Viveza</em> es una de las canciones impresionistas más intrigantes que he escuchado en lo últimos años; la expresividad de la voz de Cabrera en temas como <em>Informe sobre Valeria</em> lo confirma como un verdadero actor de las canciones, evidenciando la miopía de la gente que lo considera un mal cantante; y después llega <em>El tiempo está después</em>. (escuchar el tema <a href="http://www.yourfilehost.com/media.php?cat=audio&file=El_Tiempo_Est___Despu__s.mp3">acá</a>)<br />Es de noche, trato de terminar este post, quedándome pensando en una discusión que tuve con María. Repaso todo lo dicho, las cosas que se escurren en aquel momento y que dejan charcos por toda la habitación. Pienso en las muchas variantes de lo que me hubiera gustado decirle en aquel momento, y entonces, desde mi aparato de música aparece aquella canción, como si fuese un mensaje directamente dirigido a mí<br /><br /><em>La calle Llupes raya al medio<br />encuentra Belvedere,<br />el tren saluda desde abajo<br />con silbos de tristeza,<br />aquellas filas infinitas<br />saliendo de Central<br />el empedrado está tapado<br />pero allí está.<br />La primavera en aquel barrio<br />se llama soledad<br />se llama gritos de ternura<br />pidiendo para entrar<br />y en el apuro está lloviendo<br />ya no se apretarán<br />mis lágrimas en tus bolsillos<br />cambiaste de sacón.<br />Un día nos encontraremos<br />en otro carnaval<br />tendremos suerte<br />si aprendemos<br />que no hay ningún rincón<br />que no hay ningún atracadero<br />que pueda disolveren su escondite<br />lo que fuimos<br />el tiempo está después</em><br /><br />Como para resguardarme de estos paralelismos que me dejan como las piernas de un boxeador sosteniéndose contra las cuerdas, me quedo pensando en el interesante manejo de tiempos, la idea de una canción que genera una melancolía anclada en el futuro y a la vez en el presenta, de la capacidad de Cabrera para pintar escenas, pero entonces llegan los silbidos de la canción <em>Paso Molino</em>, y un viento del Prado, de hojas secas y agua estancada en fuentes invadidas por enredaderas, entra de puntillas a mi cuarto. Sí, ya entro, está en mi cuarto, levanta ligeramente mis apuntes. Quisiera empujarlo, decirle que se vaya a otra parte, pero it keeps coming closer saying I can feel it in my bones.<br />Hasta intento apagar el aparato de música, borrar la canción, borrar esto que escribo, pero ya nada sirve, el otoño llegó, y se ha echado a dormir en el suelo.Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com72tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-38478309627571478072008-03-24T04:04:00.005-03:002008-03-24T06:42:10.778-03:00<strong>Los peces del deshielo: Festival de cine (en casa)</strong><br />Todo empezó por una mujer. En realidad, posiblemente venga de mucho más atrás, cuando la película solía ser el manotazo de ahogado de todo baldío de programación del canal cuatro en <em>Matineé de los domingos</em>. Los niños suelen ser un disco rayado en sus gustos y debo haber visto el film como cinco veces. De aquellos tiempos ya han pasado más de diez años. De cierto modo, decidí mantener aquel material como una bella postal de mi niñez, sin animarme a verla de nuevo por miedo a romper el tótem tallado por años de idealizaciones. Sin embargo, algo particular de la sintomatología de estos días al pedo es el carácter particularmente regresivo, que me lleva a volver a antiguas obsesiones. Fue entonces llamé a El fino y <a href="http://demasiadoshumanos.blogspot.com/">DEG</a> para ver esa película que nos marcó como una yerra en nuestra niñez.<br />Debía tener diez o doce años cuando vi por primera vez <em>¿Quién engañó a Roger Rabbit?.</em> La película ya de por sí era muy estimulante para un niño, logrando como ninguna otra de su especie ese sincretismo entre dibujitos con actores de carne y hueso, pero más allá del mismo conejo Roger, la actuación muy acertada de Bob Hoskins, o todo el cardumen de personajes y referencias a la infierno pop del mundo animado, hubo una escena que se me instaló como candirú en mi cuerpo. En el primer cuarto de la película, el detective queda en intentar obtener fotos comprometedoras de Jessica Rabbit, la esposa del conejo protagonista. Siguiendo el indicio de su apellido, todos, incluso el detective, pensamos que se tratará de otro de esos simpáticos animales antropomorfos, por lo que esperamos sin mayor deferencia a que comience el número musical. Una música de cabaret interpretada por unas urracas introduce al acto y se abre el telón. Y Entonces aparece.<br /><div><br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/yy5THitqPBw&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/yy5THitqPBw&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br /><br />A pesar de no convertirse en un trademark como bien son las clásicas estampas de la Disney y la Warner, el impacto que generó Jessica Rabbit en muchos niños o púberes de aquel entonces es mucho más grande de lo que parece. Cuando ciertas conversaciones nostálgicas se topan con el recuerdo de la película, como si fuera un pie descalzo pisando una mina sepultada de una guerra que ya nadie es capaz de recordar, la escena de aquella pelirroja nos explota en la cara. Como pedregones y pequeños fragmentos metálicos despedidos por el impacto, se nos incrusta en las piernas, pecho y el rostro su voz, el juego de sombras sobre la geografía exuberantemente accidentada de su cuerpo, el escote carmesí y esos tacones que llegamos a desear que caminen sobre nosotros. Por alguna razón, la gente se muestra muy reservada a la hora de hablar sobre su atracción hacia un personaje de tinta, pero ni bien se arroja la primera piedra, nadie tarda en reconocer la marca supurante que dejó aquel pequeño número en la cartografía sexual de sus vidas. No sería la primera vez que se amalgama dibujitos con sexualidad, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=_q2T_9UCTiI">Betty Boop ya lo hacía en los años 30’</a>, mucho antes de convertirse en un guiño pop omnipresente en musculosas y carteritas de KIO. Betty Boop fue la primer <a href="http://history1900s.about.com/od/1920s/a/flappers.htm">flapper </a>en ser dibujada, y si ciertamente lo corta de su minifalda y portaligas sigue impresionando hoy en día, basta imaginar en lo que generaba por aquellos tiempos. También es verdad que todos los caminos conducen al porno, y ciertamente antes de que los nipones comandaran el fenómeno hentai (dando rienda a lo peor de sus oscuras obsesiones con un nuevo stock de actrices que no se molestaban en ser analmente violadas por tentáculos espinosos) ya desde los cincuenta había unos cuantos dibujitos pornográficos que circulaban subterráneamente. Sin embargo, hay algo en la ejecución de esa escena, una forma de cadencia que me sigue atrapando, y quizás más que antes. Muchos niños y adolescentes nos dimos cuenta de que lo sexual siempre había estado ahí también, y esperaba entrar, cualquiera que fuera el terreno, como un gorrión parado en el filo de nuestra ventana.<br />Los dibujos dan rienda a todo el terreno de lo imaginario que hay en nosotros, pudiendo concretar nuestras propias venus como si sólo bastara con barro o nuestra costilla para hacerlo.<br />Esto es una confesión, y posiblemente me deje en un papel más que comprometido ante los ojos de los bloggers. En uno de esos místicos veranos de mi pubertad en Atlántida, una tormenta tomó el balneario como una horda de sucios turistas que se niega a abandonar un lugar. Fue como una semana y media la que estuvimos mis primos y yo sin poder salir siquiera al jardín, sintiendo por las noches un intenso miedo a que se nos cayera un pino encima. Pero la verdadera amenaza no eran los pinos, la lluvia o los rayos, sino el aburrimiento. Mi madre y mis abuelos estaban entre cuatro muros a cargo de cinco niños y al quinto día las cosas se comenzaron a salir de las manos. Fue ahí que a mi madre se le ocurrió un juego que al principio los hombres vimos con recelo, pero que pronto cambiaría nuestro verano. El juego era tremendamente femenino –por no decir gay-, y consistía en dibujar a modelos para un certamen similar a Miss Universo. Cada uno dibujaba a una mujer representante de un país determinado, las cuales eventualmente iban a ser incluidas en una votación para elegir la más bella de todas. Los únicos dibujos de mujeres que había hecho eran los dibujos de mi madre, o de niñas jugando con niños, generalmente enmarcados en dinámicas escolares (o sea, prácticamente obligado). Pero aquello era algo completamente nuevo, había que dibujar mujeres, mujeres que no se limitaban a hacer la comida o ir a buscar a sus hijos al colegio. No, había que hacer <em>mujeres</em>, mujeres que nosotros debíamos encontrar bellas. Comencé dibujando una, me percaté de que había un ligero problema con la quijada, el cuello, la boca y los hombros, teniendo que comenzar a suplantar los ángulos dentados por los círculos y curvas. Había una técnica completamente diferente a la del dibujo de hombres y superhéroes, y de cierto modo el proceso incluía aprender una nueva sutileza y desaprender ciertos recursos que había adquirido en mi infancia. Con el tiempo comencé a mejorar el dibujo, preocuparme un poco más por las curvas y los vestidos, y pronto aquello se convirtió en una quimérica búsqueda por la belleza imposible en una mujer. Diferente a lo que podría pensar cualquier persona, la cosa terminó sexualizándose mucho, y las modelos no tardaron en tener senos más abultados, caderas, ropa más ceñida al cuerpo, y miradas más desafiantes. Todos mis primos claudicaron su fascinación inicial y eventualmente fui el único que las siguió dibujando. Llegó un punto en que llegué a dibujar a una chica que me gustaba del colegio, traté de llevar su rostro a dibujo, la vestí con la ropa que solía llevar a los bailes (una camiseta manga tres cuartos verde y unos jeans naranjas), y le puse su nombre, cediendo a cambiarle su apellido por una reserva hacia algo o alguien que era incapaz de juzgarme. A medida que dibujaba por momentos creía que llegaba a mi ideal de mujer, pero pronto le encontraba algún detalle que me desconformaba, por lo que volvía a dibujar una nueva modelo, como si quisiera llegar a encontrar una con la cual enamorarme, aún sabiendo que aquello era imposible. Conservo todos aquellos dibujos, los estoy viendo ahora, y más allá de no ser las más exuberantes de todas las que hice, me sigue gustando la verde mirada de la francesa y las ligas reveladas por el viento que casi le vuela el vestido a Miss Bosnia Herzegovina. </div><div> </div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5181237842050866098" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 340px; CURSOR: hand; HEIGHT: 289px; TEXT-ALIGN: center" height="282" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQOhhBc1s3J-vBxQO3ZWdM7ntg_SLHFuwNGKSZx0O0zTkZjtg2sHO97RvLWCH8bzIxjl-DICBFwqbO6Zt7-iRiM8F7KhKsXV0bwtih9WmPFQzcipXJzF7TqH8cNMc2szqKc-MHYQ/s320/modelos.jpg" width="332" border="0" />Ciertamente, me doy cuenta de que no es sólo la sexualidad intoxicante de Jessica Rabbit lo que me enferma, sino también la estética de su personaje. Propiamente, las mujeres que dibujaba solían tener un cierto aire a los treinta o cuarenta, incluso sin tener mucha idea de la estética de aquellas épocas a mi temprana edad. <a href="http://www.lapetiteclaudine.com/archives/012384.html">Hace un mes en lepetitclaudine había una encuesta </a>sobre un back and then, dos fotos que de cierto modo espejaban los ideales estéticos de dos épocas diferentes. En la primera fotografía, la histórica escena del arrozal de <em>Riso amaro</em>: Silvana Mangano descubriendo sus piernas pulposas con el agua hasta las rodillas, una escena que mi abuelo mantiene como una orgullosa cicatriz de su adolescencia. En la segunda fotografía, una pole dancer actual, bastante bien formada, demostrando una excelente flexibilidad de piernas. Diferentemente a muchas opiniones, elegí la primera, y ciertamente aquello terminó siendo una decisión paradigmática de lo que son mis ideales estéticos en las féminas. Si ya leyeron <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2007/06/la-lista-platnica-de-agustn-ltimamente.html">este post </a>del año pasado, sabrán parte de mis obsesiones, y claramente circulan nombres como los de Claudia Cardinale y Jean Seberg. A esto habría que agregar el impacto que me causó la escena de <a href="http://www.youtube.com/v/GKN1T3K1idg&hl">Anita Ekberg metiéndose con vestido en la Fontana di Trevi</a>, el misterio alrededor de Lea Massari en L’avventura, la espontaneidad de Jeanne Moreau corriendo por aquel puente en Jules et Jim, el cabello de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=qfWxZqCCqOo">Verónica Lake en Los viajes de Sullivan</a>, <a href="http://www.youtube.com/watch?v=CbFjsAU5P90">todas</a> y <a href="http://www.youtube.com/watch?v=qLuwT_B7K8I">cada</a> <a href="http://www.youtube.com/watch?v=nYeNudX7Xjg&feature=related">una </a>de las mujeres que aparecen en Bocaccio 70 (la epítome de las hot girl movies) y, ya la mencioné, pero no me voy a cansar de hacerlo, Claudia Cardinale :<br />a)<a href="http://www.youtube.com/watch?v=TguW2GDMkmA&feature=related">bailando con Burt Lancaster en Il Gatopardo</a>,<br />b)de puta en La Viacchia,<br /><div>c)<a href="http://www.youtube.com/watch?v=F53yUsgVuL0">de aristócrata en Fitzcarraldo</a>,<br />d)<a href="http://www.youtube.com/watch?v=q6-jtGoCKy8">de obsesión de Mastroiani en 8 y ½, </a><br />e)y paro de contar porque si no me controlo esto termina siendo un post únicamente dedicado a ella.</div><div>Fue así que Jessica Rabbit volvió a sacar a luz toda mi fascinación por las mujeres blanco y negro (para no resumir en décadas, que me aventuro posicionar entre los treinta y cincuenta). </div><br /><div>Al día siguiente de alquilar <em>Quién engañó a Roger Rabbit</em> se me ocurrió pasarme por Cinemateca para llevarme un par de películas de los cuarenta en donde se mostraran féminas del mismo calibre. La idea era buena porque mi hermana se había borrado definitivamente del videoclub y tenía derecho a una importante cantidad de películas que venía acumulando tras inexplicablemente pasar meses alquilando en la bosta de Blockbuster. Mi decisión resulta ser muy <em>sexually oriented</em>: <em>Gilda</em> (con la elegantísima Rita Hayworth) y <em>Los desconocidos de siempre</em> (que más allá de tener las brillantes actuaciones de Gasman y Mastroiani, tiene a …. Cardinale –arrrgggh!!!, <em>insert cathartic moment here</em>-). Es ahí cuando la señora que atiende, al decirle que mi hermana borró, me dice que todas las películas que venía acumulando se eliminarán de su cuenta. La información es demoledora. La única buena noticia es que el borrado pasa a tener vigencia recién el quince de marzo. Sacó la cuenta, y estoy en el 9, por lo que me quedan seis días para ver… diecisiete películas. Al comienzo parece una empresa desquiciada, pero junto valor y me propongo derrotar al sistema. Saco la cuenta de que viendo tres películas diarias, para el quince habré acabado todas las películas a las que tenía derecho. Lo que seguiría a aquel día sería una especie de festival de cine en mi propia casa, en el que terminé viendo 20 películas (para hacer la cosa aún más cinéfilamente enferma, había días de dos por uno),<br />acá la lista en orden de vistas:<br /><br />01-Gilda (Charles Vidor)<br />02-Los desconocidos de siempre (Cardin…. ah, no, Mario Monicelli)<br />03-The wild one (László Benedek)<br />04-Una horrible película española que alquiló María sobre incesto y zoofilia<br />05-Las aventuras del castillo vagabundo (Miyazaki)<br />06-Berlín, año cero (Roberto Rosellini)<br />07-2046 (Wong Kar-wai)<br />08-Tener y no tener (Howard Hawks)<br />09-Las tres noches de Eva (Preston Sturges)<br />10-It’s a wonderful life (Frank Capra)<br />11-Rushmore (de Wes Anderson, una vez solo y otra vez con El fino)<br />12-Andrei Rubliev (Andrei Tarkovski)<br />13-Sucedió una noche (Frank Capra)<br />14-The Marx Brothers: Animal Crackers (Victor Heerman)<br />15-The Marx Brothers: Ducksoup (Leo MacCarey)<br />16-Los caballeros las prefieren rubias<br />17-The Marx Brothers: A day at races (Sam Wood)<br />18-El halcón maltés (John Huston)<br /></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5181237837755898786" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeTuZxJO4M_kLdqUxbaYos97Qp0fndXBfnyCnj_2hNhG_o6qsh74p0rgWbtQx2vgF21xqWbRzcXgSSs7tkfs3S1ypVTf7QDPW_vzIeTrXr311lZp7XZYExeVmw91eYqKdzZcbTfQ/s320/vhs32.jpg" border="0" /><em><span style="font-size:85%;"> (foto sacada el día que llegué a tener doce películas en mi poder)<br /></span></em><br />Alquiladas pero desgraciadamente no vistas:<br />-Aguirre, la cólera de Dios<br />-El hombre de hierro<br /><br />Si hallara un coagulante entre todos estos filmes probablemente estaría llegando a conclusiones no muy diferentes a las que obtiene Charles Manson de Helter Skelter, pero sí se puede reconocer una cantidad considerable de películas que estuvieron enmarcadas por una nueva fascinación por las comedias fetiche circa los años dorados de Hollywood.<br />Nunca me había colgado aquel tipo de cine. Cuando veía esas películas, me daba la impresión de que todavía no se había encontrado en la actuación un lenguaje propio que lo deslindara del teatro (una cruz que me parece que sigue cargando la mayoría del cine uruguayo, con una planilla fundamentalmente formada por actores netamente teatrales). Me parecía que los diálogos eran artificiales y todos los gestos ampulosos y sobreactuados, llenos de espontáneos segmentos musicales y sentimentalismo barato. A partir del método del Actor’s Studio (el correlato americano del método Stanislavski), mucha gente entendió estas actuaciones como patéticas y acartonadas. En ese sentido, la película “<em>Un tranvía llamado deseo</em>” es completamente genial, por el hecho de que en la misma se ve cómo eclosiona la vieja escuela, a manos de Vivien Leigh, con el realismo psicológico de Marlon Brando. La primera, tremendamente amanerada, planea por la película como si fuera la reina de su propio mundo, llena de aires de grandeza e histeriquismo desbordante. Por otra parte, el Kowalski de Marlon Brando es uno de los más viriles, groseros y reales personajes que se hayan filmado en la historia del cine. <a href="http://www.youtube.com/watch?v=o_lToyPAUyEhttp://">Tenerlos a los dos en un mismo decorado </a>relata más allá de la historia de sus personajes, el drama de dos escuelas en la que una terminaría siendo devorada por la otra. Con el tiempo, Elia Kazán y todos los capos del Actor Studio se convirtieron en una fábrica de los actores más importantes del cine norteamericano, entre ellos James Dean, Al Pacino, Robert De Niro y un redundante etcétera bañado en oro. Con cualquier actor de esta escuela me podía identificar más que con los personajes de ese otro cine que me parecían tan falsos como la carretera que circula detrás de las tomas de autos que suelen manejar<br />Fue cuando vi Gilda que de golpe toda aquella idea cambió radicalmente. La película trata de un apostador norteamericano (Farell, interpretado por Glenn Ford) que está radicado en Buenos Aires, donde se vuelve mano derecha de un hombre llamado Mundson, el importante dueño de un Casino. Al comienzo todo va sobre ruedas, hasta que tras un viaje de placer, Mundson retorna acompañado de su nueva esposa, Gilda (Rita Hayworth), que resulta ser un antiguo amor de su socio. A la historia se le suma una intriga internacional entre alemanes y la explotación de tungsteno, pero lo que realmente vale del film es la tensión sexual entre el deber, el odio y el amor contenido como un castillo de naipes entre Farell y Gilda. En muchos detalles la película es un emblema del cine de esa época. Primero, hay cierta candidez en la selección de escenarios. La película transcurre en Buenos Aires (y hasta en Montevideo!!!), pero por alguna razón todas las personas hablan perfecto inglés, limitándose a escapársele un “señor” muy de vez en cuando. De la misma manera, todo sucede prácticamente intramuros, en general dentro de las mansiones del magnate y el propio Casino. Esto lleva aparejado un punto a favor que es el de no intentar convertirse en una película-postal, de esas que intentan suplir fallas del argumento con la belleza natural de un país exótico donde se lleva a cabo el rodaje (en este sentido, los mismos cuarenta y cincuenta están llenos de películas filmadas en Africa y similares). Otra cosa que rescatar con respecto a esto, es que es preferible prescindir de toda identidad nacional a equivocarla por la de otro país, pecado mortal en el que suelen caer algunas películas que muestran al uruguayo autóctono como un bigotudo con un sombrero de vaquero, cabalgando su caballo en una especie de desierto inexistente.<br />Por otro lado, lo que desborda en Gilda es la elegancia. Rita Hayworth es una belleza, pero sobre todo logra una forma de combinar elegancia con sexualidad pocas veces vista. Hay un momento en que comienza a hacer un striptease y nos resulta tremendamente excitante, más allá de que sólo se llega a quitar un guante. Lo hace de una manera que la desnudez de ese brazo vale por veinte Chloe Sevignys felando a Vincent Gallo.<br /><div><br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/rVI0A4DTVgg&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/rVI0A4DTVgg&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br />Finalmente, y lo que terminó resultando una revolución copernicana para mi opinión sobre el cine: la elegancia se refleja en los diálogos. Es ahí que uno se da cuenta la belleza de ese cine previo al <em>método</em>. Con la relativamente reciente incorporación de la sonoridad en el cine, todas las películas, y en especial la comedia y el género romántico convirtió al diálogo en su principal fuente de recurso, en un gusto que se podían dar y querían aprovechar al máximo. Mientras que en el cine sucesor, posterior a los años cincuenta, los diálogos se convirtieron en prótesis de los personajes y el mismo argumento, en el cine de los 30’- 40’ hay un gusto intrínseco por el diálogo en sí, utilizándolo en su flujo de palabras como un artesano ve un bloque de madera, pronto a ser cincelado. Directores como Vidor, Sturges, Wilder y Capra se convirtieron en verdaderos orfebres del diálogo. Lo que resulta increíble es ir más allá de las implicaciones argumentales e ir a la estructura del mismo, algo parecido a <a href="http://fuckyoutiger.blogspot.com/2004/04/comparando-pitos.html">lo que decía Benito </a>sobre las arquitecturas arreglísticas de los Beatles. Ninguna palabra está de más, todo fin de frase es un pie para la ocurrencia del otro, y todo se estructura en formas de ataques y contraataques que son de una perfección insospechable. Por supuesto, más de uno dice <em>“pero la gente nunca es tan elocuente”,</em> y posiblemente tengan razón, pero la belleza de aquel lenguaje está descontextualizada de los porqué y los cómo de los personajes. En este sentido hay dos géneros que estuve repasando que se llevan las palmas: el <em>film noir</em> y la novela romántica. Con respecto al primero, más allá de su marca de fábrica, que es el pivoteo entre el expresionismo y el gótico, lo que caracteriza a los policiales negros es el tratamiento del personaje principal (en general el detective) y su relación tempestuosa y siempre cambiante con la femme fatale. A la hora de analizar esto, cabe recordar lo que decía Zizek sobre los héroes noir de la línea de Chandler, <em>“un bricolage de rasgos contradictorios que definen el ideal imposible: corriente, pero inusual; perdedor, pero exitoso; cínico, pero creyente en la justicia”</em>. En todo esto se apoyan firmemente las películas, cuya voz en off del protagonista actuaría como la primera persona de las novelas de Chandler. Así, siempre los heroicos perdedores de los callejones se adaptan a esta orfebrería guionística, siempre teniendo la palabra justa, aún cuando tienen un cañón en la frente. Con respecto a este género, el film estandarte sería, sin lugar a dudas, <em>“El halcón maltés”,</em> que tuve la oportunidad de ver, aunque en muy malas condiciones. La película estelarizada por el duro de Bogart fue la última que vi en ese desquiciado maratón cinéfilo. Era domingo y tenía que devolver doce películas para las diez de la noche, y me había preparado física y mentalmente para ver cinco películas en un día, una proeza que sólo había logrado una vez, cuando me había atacado una gripe que me había dejado como el <a href="http://www.youtube.com/watch?v=SWu9K1jnq0w">caballero de Fénix tras el ataque de Shaka de Virgo en las doce casas </a>(pah, que ocurrencia nerd, por Dios). Me levanté a eso de las diez de la mañana, me bañé con agua fría y me encajé un café como si fuese coca. Las primeras tres películas las pasé muy bien, pero ya para la cuarta mi atención comenzó a trepidar, quedando mi cabeza como una represa tras una crecida en la última película. Cuando uno está tan sobresaturado, las conversaciones, imágenes y gestos suelen circular en otro registro. Parecen pasar efímeramente como hojas secas arrastradas por un vendaval. Las imágenes y palabras tan pronto como llegan desaparecen, mutan y uno solo se puede limitar a tomar esos puñados de arena que se le escapan de la conciencia. Es así que si me piden que les cuente de la trama, les diré que me pareció por momentos tan enmarañada, llena de mentiras, trampas y contratrampas que es difícil de recordar, mucho más de contar. Pero sin embargo, con todas estas trampas se llega a una conclusión que resulta absolutamente genial. En realidad poco importa quién está del lado de quién, quién es el perseguido y el perseguidor, todo se coagula y desvanece en el desenlace: Humphrey Bogart y los demás descubren que la estatuilla mítica por la que venían matando y robando no tenía ningún valor en sí mismo. El valor había sido adjudicado por todo el mito y desinformación que circuló alrededor de la estatuilla. En cierto modo podría resultar como una alegoría al capital caníbal de la época, en donde el valor dejaba de encontrarse en el producto en sí, y pasaba a estar completamente fundado en su capacidad de flujo violentamente incesante. El capital se convierte en una cosa intangible, una estructura autodeformante y que es imposible de poner en términos de billetes, cheques o acciones. Similar a esto es el periplo del Halcón Maltés. Pero no me voy a poner a hacer este tipo de análisis, para eso está Zizek o Adorno. Lo que me llevaba a esto es la última frase de Bogart, en que le preguntan qué es la estatuilla, y este responde “<a href="http://www.youtube.com/watch?v=CoLDh2Uikiw">the stuff that dreams are made of</a>" -<em>la cosa de la que están hechos los sueños-</em>. Es una frase genial, sintetiza toda la película y ciertamente debe haber sido lo primero que pensó Houston a la hora de hacer adaptar el guión. Es una frase tan acertada que debe haber sido como el otro lado del puente, y toda la trama una mera forma de unir A con B.<br />El otro género es la comedia, que lleva esta fiebre de diálogos a los lugares más impensados. Entre las vistas está “Las tres noches de Eva”, que tiene un argumento imposible pero lleno de chistes muy finos sobre la batalla de los sexos y “Sucedió una noche”, que me pareció una obra de arte del género. La única imagen que tenía de Clark Gable era la de “Lo que el viento se llevó”. Nunca me imaginé que el tipo pudiera llevar un rol cómico con tanta carisma y soltura. La química entre él y Claudette Colbert es increíble, pero hay algo que los trasciende como pareja y es el mismo guión. Es increíble escuchar algunas conversaciones articuladas dentro de cierta intelectualizacion sobre nimiedades de la vida cotidiana (como las instrucciones de Gable sobrelas <a href="http://www.youtube.com/watch?v=tgmiZGAoJRA">distintas formas de hacer dedo</a>) y darse cuenta de que estos diálogos perfectamente podrían estar en Seinfeld, al igual que esos personajes absurdos con los que se van topando, como el tipo que maneja el automóvil y gusta de cantar como un tenor de ópera (pudiendoThe Soup Nazi, Bania, Mr. Peterman o cualquiera de los personajes secundarios de la serie). Por otro lado, las películas de los hermanos Marx son gigantes, y llevan los diálogos a donde ningún hombre ha llegado. Sin contar a Zeppo –que es sólo de decorado-, Groucho, Chico y Harpo obtienen una unidad similar a una estructura de carbono: no puede existir uno sin otro, sin saberlo son parte de un sistema que los trasciende. Entre Harpo y Groucho, Chico suele resultar el más razonable de todos. Los dos extremos son increíblemente desquiciados. Harpo es un personaje increíblemente descontrolado, que está más allá del bien y del mal. Es más que humor físico, hay una sutileza en su actuación y una capacidad de decirlo todo sin palabras que resulta distinto a cualquier actuación que haya visto en mi vida. Por otro lado, los monólogos de Groucho son algo tan descomunalmente absurdo que podría dejar mal parado hasta a los más arriesgados guionistas de Chachachá o Padre de Familia. Uno intenta seguirle el ritmo al tipo y de repente nos damos cuenta de que en el camino algo se estuvo comiendo nuestras miguitas de pan y estamos perdido en la inmensidad boscosa del verbo. Hay algo propiamente psicótico en el hablar de Groucho, como si el tipo confundiera las cosas con las palabras, cada <a href="http://www.youtube.com/watch?v=UTLVYK3SwWM">tanto perdiéndose en su mismo decir y dejando</a>, no sólo a los otros personajes o rivales en un limbo (el tipo nunca para de maltratar a la pobre Margaret Dumont en cada una de las películas), sino a nosotros mismos como espectadores. Viendo Animal Crackers –entre Duck Soup y A day a traces, la más desquiciada de todas, a mi parecer- sin subtitular me di cuenta de cuanto se pierde en las leyendas en español. He aquí un ejemplo:<br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/UTLVYK3SwWM&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/UTLVYK3SwWM&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br /><br />Versión original en inglés:<br />-what do you think about south america, i am going there soon, you know</div><div>-¿is that so, where you going</div><div>-uruguay</div><div>-well you go <em>uruguay</em> and <em>i go mine</em><br /></div><div>Subtítulos en español:<br />-Qué piensa de Sudamérica, estoy por ir pronto, sabe?<br />-En serio? A donde irá?<br />-Uruguay<br />-Bueno, hagámoslo así, tu vas a Uruguay y yo voy a Paraguay<br /><br />(????)<br />Entiendo que es un chiste intraducible, pero los tipos se podrían haber esforzado un poco más.<br />De cierto modo la mayoría de las películas de los Marx son ensayos de la anarquía, anarquía no sólo en los hechos en sí (las tres que vi se tratan, en su base, de las implicancias de darle excesivo poder a la persona equivocada –A Groucho Marx como dictatorial jefe de estado en Duck Soup, como médico principal en A day a traces y como guest principal en Animal Crackers), sino una anarquía que va más allá del argumento y se instala en el lenguaje y el movimiento.<br />Finalmente, para cerrar con el género de comedia, vi Los caballeros las prefieren rubias, que no es exactamente de aquella época (es Technicolor y de 1953), pero que tiene una estética aún propia de aquel cine. Todos supondrán que la alquilé por Marilyn Monroe y muy probablemente tengan razón, pero extrañamente lo que más me sorprendió fue no la actuación de la blonda, sino de Jane Russell. Monroe prácticamente se dedica a ser violentamente hermosa e insoportable, mientras que el personaje de la morocha es mucho menos unidimensional. Es una buena comedia, pero hay algo que molesta mucho, y es el mensaje de que el dinero puede comprarlo todo, incluso al final de la película. El gil del novio de Monroe se da cuenta de que la mina lo quiere por el dinero, cosa que también se da cuenta el suegro de la rubia, y sin embargo se terminan casando, sin que ello les genere la mayor molestia. El film es un salmo al materialismo, con ese video tan gráfico como <a href="http://www.youtube.com/watch?v=p0FDGnAIWpk">“Diamonds are the girl’s best friend”</a> –que la gente de mi generación lo recordará más por el afane a su estética de <a href="http://www.youtube.com/watch?v=3tYLo9FkqNc">Material Girl</a>, de Madonna-, y ciertamente Jonathan Rosenbaum no podría estar más en lo cierto cuando definió la película como “un Potemkin capitalista”. Debo reconocer que me da un poco de asco el mensaje, pero después lo pienso bien y aquello es mejor que las insípidas películas políticamente correctas de hoy en día, en donde todos aprenden una buena lección al final del film.<br /><br />Hubo un par de películas que quedaron fuera de la selección, Aguirre, la cólera de Dios (cuya copia estaba en tan mal estado que me terminé dando por vencido), El hombre de Mármol (que no me dio el tiempo para verla) y Andrei Rubliev, cuyas circunstancias alrededor del film explicaré a continuación.<br />Andrei Rubliev con el tiempo se fue convirtiendo en mi Waterloo. Después de varios intentos logré ver <em>La infancia de Iván</em>, pero con Rubliev siempre termino desnudo en la tundra rusa. La debo haber alquilado seis veces y nunca la pude ver de un tirón, volviéndoseme un tremendo karma que me ha seguido a través de los años. Capaz que es una señal, como si por acercarme demasiado al mensaje que oculta el film temiera a sufrir la misma suerte de Ícaro. Todo esto le venía comentando a <em>El fino</em>, convirtiéndosele más que en una advertencia, en una seductora invitación al misterio. Nos preparamos para el sábado en que la exhibí en mi cuarto. Me pegué un duchazo, apagué la computadora e intenté mantener entre rejas a todo aquello que tuviera potencial distractivo. Con todo el cuarto envuelto en algodones, <em>El fino</em> llegó, habiendo comido y dormido lo suficiente para aquel reto de más de tres horas que le había contado. Sin embargo, para mi sorpresa llega un invitado muy poco estratégico, Martín, un muy buen amigo que sin embargo suele estar acostumbrado a films del calibre de <em>Rápido y Furioso</em>, <em>Soldado Universal</em> y <em>Rápido y Furioso II</em>. Le advierto como tres o cuatro veces que el film lo más probable es que le parezca un embole, pero son tantas mis advertencias que termino generando el mismo efecto que con <em>El fino</em>: el tipo está intrigado, quiere ver de qué se trata la película. Comenzamos a ver el film, las primeras escenas son muy sugerentes, la filmación de un tipo volando desde un tipo de globo aerostático. Ya cuando aparece la larga escena de un bardo cantando Martín se siente un tanto desconcertado, pero lo oculta con elegancia. La película sigue avanzando y para los cincuenta minutos encontramos la primera baja: Martín ha sucumbido ante los oscuros encantos de Hipnos, con los párpados trepidantes y herméticos, la boca ligeramente abierta y la palma todavía cerrándose sobre su celular como si hubiera sido su último anhelo por aferrarse al mundo de los despiertos. Para la hora y media <em>El fino</em> también cae en sueño, pero al menos logra despertarse cada tanto, preguntándome qué pasó mientras estuvo dormido y yo manteniéndolo al tanto contestándole “casi nada”. Yo me mantengo despierto, y para la hora y cuarenta y cinco todos están nuevamente despiertos. Guardo la esperanza de que podamos vencer a Tarkovski todos juntos, pero cuando invaden los tártaros nuestra compañía se disuelve, y nos encontramos hablando de ex compañeros de liceo, el clima y una de las muchas anécdotas ridículamente divertidas de Martín. Van dos horas y cinco minutos del film e intento aferrarme a algo para seguir viendo, pero me doy cuenta de que es inútil. <em>El fino</em> mira cada tanto, pero principalmente habla con Martín. Para las dos horas y quince minutos, como la voz del niño que advierte que el rey está desnudo, me convierto en portavoz de lo que todos sabemos y decido poner Eject a la película. Una vez más, otra batalla perdida ante el genio de Tarkovski.<br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/UdLHWkf1hRI&hl=en"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/UdLHWkf1hRI&hl=en" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object><br /><em>Epílogo</em><br />Habían pasado unos pocos días de aquel empache cinéfilo, y a pesar de mi promesa de no ver películas por un tiempo, termino yendo al cine a ver <em>Hit</em>, la película de Claudia Abend y Adriana Loeff sobre cinco canciones que cambiaron la historia de Uruguay. Tras una serie de malentendidos, pienso que María me dice que vaya a ver solo la película, por lo que compro sólo una entrada para el cine Hoyts de Punta Carretas. Me olvidé de traer mis lentes, por lo que decido sentarme bastante adelante. Estoy en la función de las seis, por lo que hay espacio de sobra. Ahora que lo pienso es una estupidez, ya que la película obviamente está en español y no voy a estar obligado a leer subtítulo alguno. A muchas personas le parece inconcebible asistir al cine sin acompañante. A mi me parece de lo más natural, si suelo ver las películas que alquilo solo, ¿qué diferencia hay con ir al cine? Sentado allí, viendo el inicio del film en que dice “había una vez un país…” por un momento me siento sereno y pienso que la butaca de un cine debe ser uno de los lugares que me siento mejor en el mundo, y al mismo tiempo me comienza a invadir una angustia insoportable. La galería de imágenes y grabaciones de archivo tocan un engranaje suelto que tengo adentro y que me hace un extraño nudo en la garganta, una sensación mezclada entre la experimentación de un momento sumamente angustioso y el llanto de emoción de una gloria deportiva. Lo pienso como un sedimento de nacionalismo que me quedó desde la adolescencia, donde la posibilidad de emigrar definitivamente se había constituido una firme posibilidad (nadie sabe lo que quiere a un país hasta que corre el riesgo de perderlo). Viene la entrevista a Anibal Sampayo y me nudo se tensa aún más, esta vez tranquilizándome el hecho de estar más justificado (es decir, la idea de un hombre que nunca fue debidamente reconocido por su música y que ya en su decrepitud no puede recordar las letras que hizo es algo de por sí triste). Pero tras el respiro de las irreverentes entrevistas a los Shakers, para cuando llega Eduardo Mateo me desmorono completamente. Mi rostro está tan duro que tiembla, es esos momentos en que uno se puede verse a sí mismo como en una fotografía y veo mi rostro firme, como el de un hijo mayor intentando mantener su dignidad con estoicismo mientras carga el cajón de su padre en un entierro. La única persona que está en mi fila, un tipo que ronda los veinticinco, treinta años ve mi rostro pálido, los ojos bien abiertos y rojos pero sin lágrimas, y por cierto pudor se levanta y se va unas butacas atrás. Debe pensar que soy pariente del tipo, o algo por el estilo, sintiendo que debe dejarme a solas con la película. En cierto modo agradezco haber ido al film solo, porque para alguien que no suele expresar líquidamente sus sentimientos, la tarea de mantener la compostura resultaría completamente extenuante. Me imagino que de haber ido con María me habría ido de la sala súbitamente, diciéndole que ya vengo, para irme a respirar entre sollozos al baño, mirándome al espejo, intentando ejercitar una cara y una excusa para volver a la película. Pero no hay nadie, estoy solo y si bien eso potencia este sentimiento, lo siento como una cierta tregua que me da el film. Pero el nudo no se va, y cuando llego a <a href="http://www.youtube.com/watch?v=stZi3-7fQDk">A redoblar </a>de Rumbo, ante el primer verso de la canción siento como si aquello agitara un pasado que nunca viví, como si la historia colectiva de la dictadura me poseyera mediúmnicamente usando la película como canal. Aquella canción forma parte del inconciente colectivo de una nación, y uno no tiene que haber vivido aquella época para suponer el impacto que esa canción causó. De chico, cuando escuchaba <em>“Volverá la alegría/a enredarse con tu voz/A medirse en tus manos/y a apoyarse en tu sudor”</em>, sin saber qué era una dictadura sabía que aquel tema era algo muy serio, y aún en mi fervoroso odio hacia lo gremial de estos últimos años nunca llegué a ponerle un dedo a la canción, posiblemente por la misma razón que ahora estoy al borde del llanto. La película sigue y el carisma del Canario Luna me permite sobrellevarlo, pero entonces vuelve las filmaciones de archivo y me vuelvo a ahogar. Una vez que termina el film, tengo que mantenerme sentado durante parte de los subtítulos. Me siento de vidrio, en cualquier movimiento brusco me puedo hacer añicos. Cuando ya no tengo excusas de permanecer allí, salgo lento, cabizbaja. Intento pasar rápido, pero veo los rostros de las personas en la cola. Miran mis ojos, los tengo hinchados y rojos, se comentan cosas al oído. Sin darme mucho cuenta ya estoy en la puerta del shopping, pienso encontrar un cuarto o un baño vacío para arrodillarme por primera vez y por fin, de una vez, llorar.</div>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com55tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-73893574643810379552008-03-07T03:18:00.008-02:002008-03-07T07:18:41.857-02:00<strong>In the summer that you came there was something eating everyone</strong><br />La primera vez que fui a Punta del Diablo fue cuando estaba en sexto de liceo. Diferentes amigos, diferentes historias amorosas, distinta época. Caminamos desde Cabo Polonio hasta aquel pueblo, que más que pueblo parecía un pequeño muelle con casas mal diseminadas alrededor. El padre de la chica que me gustaba había venido de Castillos con un lechón adobado de sorpresa. Nuestros estómagos demasiado acostumbrados al arroz parboiled con atún se abrieron como gimnasta rumana para recibir a aquel cadáver que resultó ser la comida que más disfruté en toda mi vida. Todos los refinamientos habían sido dejados de lado, todos comíamos con las manos, lo más rápido que se podía. Las mujeres tenían rastros de adobo en sus cachetes y mejillas. Yo pasé de una pata a comerle los músculos faciales al pobre lechón. Lo único que quedó de él fue el hocico, lo demás parecía un cadáver arrasado por las hienas. En la vuelta, ya anocheciendo y con la panza aún llena, los compañeros de mi grupo me dijeron que si podían regalarme cualquier cosa, me comprarían una radiografía de alma, para ver <em>lo que se escondía detrás del terreno minado de mis palabras.</em> Ya cuando ni siquiera se veían nuestros rostros dije <em>"qué románticos que andamos, che".</em><br />Dos años después volví a allá con María. Había pasado la mayor parte del verano lejos de ella, y a mi vuelta había una necesidad e inmediatez de vivir todo al mismo tiempo. Todo era necesario, y prácticamente estuvimos una semana haciendo todo lo que queríamos, sin tener idea de la plata, el clima o las costumbres. De allí siempre voy a recordar dos cosas. La primera, nuestra visita al <em>Clú</em>. María me llevó del brazo, como si fuera un ciego sin bastón, por una ruta completamente oscura, frente a la que se levantaban de los dos lados un bosque bastante espeso. Caminábamos por el centro de la angosta ruta de tierra. Caminar por aquel tajo en la vegetación nos hacía sentir en el centro del mundo, con miedo a que este se nos cerrara sobre nosotros. Nunca nos cruzamos con un auto o persona, yo me limitaba a seguir a María que parecía conducirme al centro de un misterio innombrable, como si fuera Virgilio guiándome a través de la selva oscura hacia las puertas del infierno. Cuando le iba a preguntar por segunda vez hacia dónde íbamos, ya desconfiando un poco de sus promesas cifradas, empecé a sentir un bombo retumbar a lo lejos del bosque. Luego de unos cuantas cuadras de oscuridad, en un momento se abrió un claro y ahí estaba, un boliche al aire libre, prácticamente vacío, el corazón del bosque aún latiendo en negras. Me parecía genial la idea de un boliche tan grande en un lugar tan escondido. Era fines de febrero y la temporada ya estaba bastante baja. Sólo estábamos María, yo, el dueño, y tres brasileños tremendamente borrachos. Recuerdo jugarle un partido de ping pong en una mesa improvisada a uno de ellos, un corpulento moreno vizco y tan borracho que no le podía darle a la bola. Casi todos los puntos los hice de saque y el tipo me imploró jugar una revancha. El segundo partido tuvo más o menos el mismo trámite, sólo que le dejé meter un par de puntos, un poco por lástima, un poco por miedo. El tipo perdió rotundamente, pero festejó sus dos puntos como si hubieran sido los goles de Pelé frente a Suecia en el 58'.<br />Lo segundo que recuerdo fue fruto de nuestra mala planificación. Nos íbamos el viernes a las siete de la tarde y el jueves a medianoche gastamos nuestro último peso en dos baurús de carrito. Pensamos que íbamos a aguantar el día siguiente sin comer, pero a eso de las tres de la tarde mi azúcar comenzó a bajar drásticamente. Casi no podía caminar y tras encontrar un peso en la arena me compré un <em>Boobaloo</em> como si fuese una inyección de insulina. En aquel momento contemplé seriamente la posibilidad de robar, pero mi miedo y el escaso sustrato físico para efectuar dicho acto me llevó a permanecer inactivo. María tenía una tarjeta de crédito, pero -<em>naturalmente- </em>en ningún lugar aceptaban. El único lugar en donde se podía era en un camping a unos cuantos kilómetros. Sin azúcar y caminando por la ruta, a pleno sol de la tarde, nos salvó un fiat uno rojo que nos dejó en el mismo camping. Ahora que recuerdo, aquella fue otra de las comidas que más disfruté en mi vida. Era tanta el hambre que llegué a comer una medialuna de jamón y queso con dulce de leche untado entre los panes, con coca, melón y youghurt de frutilla (todo mezclándose en un mismo y gigantesco bolo alimenticio).<br />Nuevamente, dos años después volvíamos a Punta del Diablo. Nuestra experiencia era mayor y alquilamos una cabañita tan hermosa como barata:<br /><br /><em>Rastros de Tormenta</em><br />María desde el principio estuvo preocupada por las kafkianas metamorfosis que se habían anunciado de Punta del Diablo. Ella conocía el lugar desde mucho tiempo atrás, cuando todavía no era un rincón bastante considerado por los dictadores del hype. Para nuestra alegría, si bien el lugar creció considerablemente, y sobre todo en términos de infraestructura, con casas mucho más cool y <em>Cerati Oriented</em> que los viejos ranchitos de madera y quincho, las nuevas construcciones, o al menos las que vimos, en general tuvieron algo de consideración por la arquitectura predecesora. Por supuesto, hay casos como este, en el que algunos argentinos al parecer se embarcaron en la construcción de su propio Xanadú.<br /><br /><p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5174885738304821394" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjipiAHD0rxS7_1c4e1DhHCeDiGseZjWOW_c-c96RLKSQKmFg4KIwjOpIXyHlR6gxh3eUPMMjIdwJGdlppaRkaFnbI2eQt9a-9ZZqxj-bfB6F3UftTxXxPSXSSO2esJEj1dgWYjwA/s320/casa.jpg" border="0" />El caso señalado antes, si bien no es una casa que sea irrevocablemente fea, su estructura, como una especie de <a href="http://www.alovelyworld.com/webfranc/gimage/fra066.jpg">Chappelle de Ronchamp</a>, aunque más parecida al casco de Darth Vader que al sombrero de una novicia, contrasta agresivamente con el entorno y lo convierte en un monolito, una bravuconería absurda, una erección en el lugar y momento equivocado. Hay otros errores y aciertos, pero al menos el centro se mantiene igual de informal y cálido que las veces que fui.<br />Para María fue un viaje más complicado que para mí. Los días no fueron buenos en general, siempre nublado y con precipitaciones aisladas, y ella le da más importancia a la playa que yo. Para ella bañarse en el mar tiene es tan importante como para un católico ir a misa los domingos.<br />Eran las dos de la tarde y caminábamos por la orilla, bastante tironeados por el viento que parecía provenir del mismo mar. El tiempo estaba bastante fresco y ciertamente cada tanto caía una garúa que parecía meterse de forma escurridiza por cada uno de nuestros poros. Habíamos decidido que íbamos a ir a la playa, más allá de que el clima no ayudara. La imagen de la playa principal prácticamente vacía, con nosotros dos enfrentados al mar gris, de cierto modo me hizo acordar a aquellas invernales playas de Nueva Inglaterra y los Hamptons, similar a las imágenes de la playa de Interiores, de Woody Allen. En la ida vemos a un matrimonio uruguayo, un niño surfista y una pareja inglesa mirando algo que es tapado por las olas, para salir de nuevo a la superficie. Le preguntamos a los ingleses y el hombre me responde<em> “it seems like a dead animal, or something”</em>. Nos quedamos los siete en silencio, viendo cómo aquella masa negra sale y se sumerge en las fauces de las olas una y otra vez. Todos estamos completamente callados, y extrañamente aquello se siente como un momento muy íntimo.<br />Unos minutos después proseguimos la caminata y lentamente llegamos a una playa formada en una especie de bahía a la que hay que bajar por una pronunciada pendiente. La playa está completamente vacía, sólo se ve una mancha naranja en la otra punta rocosa. Posiblemente un tipo con un pilot. Caminamos por la orilla. Más allá del frío, me gusta caminar con el agua por los tobillos, me acostumbra a su temperatura en caso de que me quiera zambullir y le hace bien a mi pie derecho, que todavía no se recuperó del todo de aquel esguince cercano al gore que me hice en diciembre. En el camino hay restos de tormenta, es decir, camalotes, ramas, insectos, bagres y otros peces de agua dulce mirando resignados al cielo desde la orilla. Un recuerdo que nunca se me va a borrar era cuando aún era muy chico para pescar y mi abuelo (que iba religiosamente todos los días a una isla cuyos restos siguen estando en frente a la Mansa de Atlántida) se apareció a la una de la tarde con una piraña. Sí, no era un burel, era una piraña en toda su ley. Me contó que luego de las tormentas, tras las grandes crecidas del paraná no es inusual encontrarse con tales animalejos. Al final terminamos embalsamándola (no sé qué será de ella ahora). Recuerdo quedarme horas mirando el rostro de la piraña, con los ojos más redondos, vehementes y expresivos que cualquier otro pescado, que cualquier otro ser en la tierra. En esos momentos uno se percataba de que aquel animal solo estaba concebido para matar.<br />También nos encontramos con un trozo de manera vomitado por el mar. Cuando digo vomitado por el mar, me refiero tanto al acto de “devolver” como al de ser procesado por encimas y demás jugos gástricos. El pedazo de madera estaba repleto de mejillones, túneles construidos y transitados por piojos de mar y unas larvas que venían de dentro y salían de agujeros en la supeficie, coronadas por una especie de conchas que no paraban de moverse circularmente, como los ojos de un ciego. Incluso, por momentos se abrían y dejaban ver su rosada cabeza, que extrañamente mantenían una extraña semejanza con una vulva abierta y coronada por un clítoris hinchado. Esta última asociación la mantuve para mí mismo.<br />Aquello parecía más que un pedazo de madera. Era un <em>barco ciudad</em>, arrastando a sus inquilinos de una forma imprecisa y azarosa, como el barco de Fellini en <em>Y la nave va</em>. Iba a arrojarlo de nuevo al mar, pero en una de esas vi un agujero con algo negro y brillante como el petróleo esperando y observándome amenazante, como si fuera un policía detrás de una garita de vidrios espejados, viéndome sin que yo pudiese verlo.<br />De este miedo tampoco le conté a María.<br />Habíamos pensado ir caminando a Valizas, pero una llovizna que amenazaba con volverse lluvia nos disuadió de nuestro éxodo oriental. No íbamos a bañarnos. Ni a palos. Sin embargo, a la vuelta vi la cara desilusionada de María y se me ocurrió tirarme de todas formas. Estuvimos nadando, y flotando durante cuarenta minutos, en un mar gris y lacónico, con la erupción de la llovizna sobre su piel, tan solos como las primeras personas del mundo. Hacía viento y ciertamente estaba fresco, pero dentro del agua se estaba mucho mejor. Cuando salimos me sentí diferente, de golpe el clima había dejado de ser amenazador, la llovizna se había convertido en sólo agua que caía del cielo, y la soledad se volvió en otro lugar más que habitar. Ese tirarnos al agua más allá del mal clima fue como un bautismo que nos llenó de un sentimiento de invulnerabilidad pocas veces sentido. Parecía como si nos hubiéramos fundido con Punta del Diablo y sus caprichos, como si la entendiéramos y pudiésemos rebelarnos ante ella. Con nuestros nuevos nombres volvimos hacia nuestra cabaña por el mismo camino, riéndonos de los aullidos del viento y las olas como un adolescente dándose cuenta de que ya tiene los músculos y el temple para matar a piñazos a su padre. Justo cuando nos sentíamos tan seguros como para meternos de nuevo en el mar más picado de la playa principal, como si fuera una advertencia desafiante, vimos el cuerpo del lobo marino, golpeado por las olas, pudriéndose en la orilla.</p><p><em>Rain Dogs</em><br />Si hay algo que siempre he apreciado esos son los animales callejeros. Desde hace once años tengo un beagle homosexual y epiléptico que la puso sólo una vez en su vida. Haciendo ese usual y absurdo cálculo de multiplicar sus años por siete, el tipo tendría setenta y siete años. Cuando me critican por lo agresivo y ciertamente neurótico que es, yo siempre replico diciéndoles que ellos estarían igual si mantuvieran esa árida vida sexual durante semejante cantidad de años. Por su lado, los gatos callejeros tienen una vida plagada de emociones extremas, sexo violento y libertino en callejones, la disputa entre la vida y la muerte en enfrentamientos con perros y acrobacias volantes sin red en pretiles traicioneros, todo eso con una mayor elegancia que los perros, que siempre son mucho más evidentes e inocuos.<br />Pero he aquí los perros de Punta del Diablo, ciertamente una comunidad asombrosa. Mascotas de todos y de nadie a la vez, duermen en cualquier parte, tienen tantos dueños como fuentes de alimento. No tienen ese carácter belicoso y chúcaro de los perros de ciudad. La mayoría tienen claros en el pellejo, posiblemente por peleas con otros perros o animales, pero no hay ningún resto de resentimiento en ellos, todos saben en el fondo que es verano y que tienen que hacer una especie de pacto entre ellos para obtener la mayor cantidad de comida posible.<br />En una tarde sin mucho que hacer se me ocurrió salir a fotografiarlos a cada uno de ellos. Conforme fueron saliendo las fotos, al mismo tiempo que los perros se nos hacían más frecuentes, le pusimos nombres y en cuestión de tres días ya nos seguían como si fuésemos un habitante de toda la vida.<br />Abajo, la foto de Roña, ejemplar de las pocas cruzas de perro y rata que quedan en el mundo. </p><p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5174885742599788706" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 357px; CURSOR: hand; HEIGHT: 287px; TEXT-ALIGN: center" height="278" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5YK_4mvC4qzpMrdEimySblaIp9AGPwi01dKlxTSNpUAcNHvkoOfaZRoPv-p9dQm4B5Lo75UhrXAuQwBFX45duULxc0gyxGm5vdWbyAwPXXAIAeN4kxJ9kdcAAz4AS4tdP4MEUxw/s320/DSCF0976.jpg" width="344" border="0" /><em>Dego... </em>Por más que cuando voy de vacaciones suelo intentar llevar un estilo de vida bastante lejano de todos los vicios de la ciudad, no pude resistirme recurrir una vez a un cyber. El cyber, como casi todo en Punta del Diablo, es algo tan improvisado como un hospital en una fiambrería. En un pasado oficiaba el local de pool, y con el tiempo se les ocurrió abrir las puertas al mundo del futuro, por lo que decidieron poner veinte computadoras tan viejas que la calculadora le come tantos recursos como el autokad, el emule, un skandisk del norton y veinte páginas de porno soviético funcionando al mismo tiempo a una computadora corriente.<br />Más allá de algunos percances que me obligan a tener que cambiarme de computadora tres veces (además, para el dueño el msn, mozilla firefox e internet explorer se resumen a “<em>el chá</em>”) dos cosas me llaman tremendamente la atención. En mi computadora vecina hay dos usuarias. Una veterana y su hija, la cual por unas cuantas arrugas, trato y simple fealdad parece su hermana. Las dos están naranjas, un color que por más yodo se supure el aire de punta del diablo, es improbable que sea natural. Efectivamente, se deben haber dado duro y parejo con esas cremas autobronceadoras que parecen ese betumen con que enceran los músculos de los fisiculturistas. Ahora que lo pienso, viviendo la mayor parte en Pocitos me percato de lo desmejoradas que suelen quedar las veteranas a base de colágeno, cama solar y dietas scardale. La cosa es que la hija está hablando con un angloparlante por el skype. Aparentemente la mina había sido su profesora de español. Le pregunta a la madre “¿Cómo le digo para decirle para vernos?”. La madre le dice “Decirle si el <em>would like to see you tonight…</em> no, decile <em>meet me, </em>eso”. Entonces la tipa mientras escribe lo dice en voz alta. Dice <em>“I would like to teach you more spanish classes”.</em> Entonces en una se mira con la madre y dice "<em>I would like to have more... sex classes?”,</em> y se empiezan a cagar de risa, mientras todos tratan de hacer como que no las escuchan. Siempre me pareció bien cierta honestidad entre padre e hijo, pero ese estado de las cosas compinche parece más sacado de desperate housewives o sex and the city que de una supuesta horizontalidad de relacionamiento. Me digo entre dientes: <em>“no hay nada menos sexy que la vida pop uruguaya”.</em><br />Segundo y completamente abrumador: Luego de chequear mails y enviar mis artículos a un concurso de columnistas, le voy a pegar un vistazo a mi blog. En esa, mientras escribo <em>dego</em> la barra se autocompleta con el nombre de mi blog. La casualidad es sobrecogedora, ¿quién estuvo visitando desde la misma computadora, desde Punta del Diablo a mi blog?<br /><br /><em>Hay cosas que no importan...</em><br />La penúltima noche cae una lluvia que parece una escoba plateada barriendo la tierra. Para nuestro provecho, ideamos convertir esas vacaciones de verano climáticamente fallidas en una especie de excelentes vacaciones de otoño. Ello implicaba ir a conocer mucho el pueblo en sí, salir a comer más seguido, etc. Por esa misma razón, más allá de las inclemencias climáticas decidimos salir a tomar algo. En el camino un tipo con problemas en el habla nos logra comunicar que Mandrake Wolf se está presentando en un boliche de la playa de la Viuda. En un principio íbamos a ir a repetir la experiencia del <em>Clú</em>, pero luego insisto y terminamos, tras comer uno de esos adictivos baurús, en el boliche donde Mandrake ya viene tocando unos cuantos temas. Tocan varios temas conocidos, entre ellos la genial <em>Miriam entró al Hollywood</em> –a mi parecer, uno de los pocos videos de rock nacional que valen la pena-, <em>Es fácil desviarse</em> (sin saberlo, Wolf se convierte en augur de las inundaciones que azotarán a Buenos Aires dos días después) y <em>Amor Profundo</em> (atrás mío una mina le dice a su novio <em>“pero si esa es de Jaime Roos...”).</em><br /><embed src="http://www.youtube.com/v/T70cOafiyjA" width="425" height="355" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent"></embed><br />A Mandrake le gusta hablar entre tema y tema. En una pregunta si alguien del boliche conoce Crosby, Stills, Nash & Young. Sólo levantamos la mano un tipo que vino con la banda y yo. La levanto con algo de inseguridad, en parte porque no soy un excelso conocedor de la banda (aunque sí escuché el <em>Déjà vu</em>), en parte porque quedaron algunos sedimentos de mi adolescencia, donde levantar la mano era muy mal visto. Sinceramente, ahora no recuerdo cuál tema estaba versionando Mandrake, pero lo hacía con una pronunciación tremendamente tosca y poco ortodoxa. Extrañamente, llegaba a algo parecido pero exactamente contrario a lo que logra Pedro Dalton detrás del micrófono de Buenos Muchachos. Mientras en el segundo el recurso de ese inglés cavernícola llena a las palabras de un primitivismo intimidante que convierte la voz en un instrumento de percusión peligroso, en la voz de Mandrake, potencia la fragilidad e intimismo de cada verso. Wolf desafina, y mucho, pero cada vez que lo hace está revelando algo más suyo, algo que no es gratuito y que como recurso expresivo resulta más cálido que cualquier verso cantado por todos los Cornell’s wannabe’s que supieron saturar en una época el rock uruguayo. Precisamente, en esta forma imprecisa de tocar radica mi primer acercamiento a los Terapeutas (para los no uruguayos, la banda que lidera Mandrake Wolf). Como casi todo lo que vale la pena de la música uruguaya, he de confesar que al principio no me gustaba mucho la banda. Había escuchado unas pocas cosas, y no me había llamado mucho la atención. Sin embargo, tiempo después vi la presentación en vivo de la banda en los premios Graffiti y de golpe el puzzle se reordenó y me cambió por completo el concepto de su música. Si lo pienso fríamente, fue una presentación espantosa, llena de pifies, voz y guitarras escandalosamente desafinadas, mal sonido, acoples y salidas de tempo, y sin embargo todo ello dotó a <em>Miriam entró al Hollywood</em> de una magia particular que no vi en Motosierra, los recontra hypeados Orange o el <em>über genchi</em> de Martín Buscaglia. No, los Terapeutas tenían lo suyo y de la forma más accidentada estaban encontrando camino hacia mi pecho.<br />Varias cervezas y bises después, el toque termina y me voy a hablar con Mandrake. Un amigo me había comentado que es un tipo muy sencillo y ameno (en realidad me dijo “es el único y auténtico rockstar uruguayo”), cosa que compruebo enseguida. Le digo “<em>bien por sacar a la luz a bares como el Hollywood”</em>, frente a lo que él me responde <em>“bueno, habría que ver si hay que sacarlos a la luz o enterrarlos para siempre”</em>. Ahí la charla desemboca en una selección de los peores bares de mala muerte, entre ellos los fenecidos <em>Bar Celta</em> y <em>Maipo</em>, el <em>Andorra</em> y <em>El Once</em> (con su distinguido olor a meo). Eventualmente le sugiero el <em>Ponte Blanco</em> y ahí Mandrake salta diciendo “pará, pará con ese. Cuando uno termina en el <em>Ponte Blanco</em> ya no le queda nada que esperar de la vida”. Termino de hablar y juro utilizar aquella frase en algún cuento o poema futuro.<br /><br /><em>Alta rotatividad</em><br />Para la última noche nos reservamos unos quinientos pesos (veintipico de dólares, aprox) para comer bien en un hermoso restaurant con luces de vela e imaginería pescadora al que le habíamos echado el ojo desde unos cuantos días. Pido Cerveza, Chipirones y Calamar para compartir, y una señora canta temas de Adriana Varela. Además del hecho de que la señora canta muy bien, lo que resulta genial es que anda con un buzo deportivo y una bandana Puma. Precisamente, cuando me pongo los lentes la reconozco, creo haberla visto trabajar en uno de los almacenes del pueblo. Y ahí se encuentra una particularidad que lo separa de La Paloma, Punta del Este, Atlántida o cualquier otro balneario o ciudad vacacional que haya visitado. La señora te pesa las verduras de mañana y te canta los tangos de noche, el guitarrista trabaja en algunas obras durante el año y en la noche toca unos temas del Darno o Mateo, el mismo dueño saca a bailar una milonga a una veterana que está comiendo en su restaurant, el guitarrista invita a una morocha de una mesa a cantar y la tipa interpreta Un vestido y una flor de Fito Páez con juegos de voces como si fuese una integrante de Operación Triunfo esperando su gran oportunidad. No muy lejos, en otro barcito un moreno te toca desde los temas más hermosos de Jobim hasta la canción más asquerosamente insípida de Maná para pagarse la comida. El tipo que nos alquiló caballos también arregla automóviles, el que nos alquila la cabaña cultiva tomates y nos ofrece algunos para el almuerzo, un albañil se sumerge en las heladas profundidades del mar de invierno para vender en verano unos caracoles y restos de barcos a muy buen precio. Un niño te atiende en su local y mientras tanto se pone a jugar al fútbol con una nueva amistad porteña, la adolescente que nos marcó los pasajes nos dice que trabaja en una tienda de ropa del Chuy y la señora que nos hace baurús nos cuenta sobre sus anhelos por abrir un propio carrito el año que viene. Todos los que hemos conocido comparten todas este tipo de actividades, y al ser tan bien tratado, a uno no le queda otra que querer ser mejor persona, o al menos ser mejor cliente.<br /><br />El último día voy a marcar los pasajes para las ocho de la noche. Son más o menos las seis de la tarde y María está ordenando los últimos detalles de la casa. Voy cuesta arriba, hacia la cabaña cruzándome con un restaurante donde un grupo íntegramente formado por mujeres toca una especie de música chacarera con violines, charangos y bombos. En mi camino estelas de sonidos provenientes de los locales y las casas se quedan como limo en mis oídos. Principalmente es reggae, Los Redonditos de ricota o algún que otro tema brasileño. Mientras que voy subiendo comienzo a sentir un ruido que sobresale entre todas aquellas guitarras pacíficas. Parece que están matando a alguien. Conforme sigo subiendo comienzo a reconocer las guitarras completamente desquiciadas, la voz monocorde de Lee Ranaldo, los sonidos de llantas derritiéndose por su velocidad en la pista, la disciplinada batería de Shelley. El tema es In <em>the Kingdom #19</em>. El volumen es tan alto que a los ochenta metros reconozco los versos <em>“pain, white light, blinded/some guy there kneeling in the blinded mirage of white light/all my strength to 'heeeeeelp'”.</em> Es ahí que pienso: Ahí, ahí donde está sonando esa música que a la mayoría de la gente de allá le debe parecer espantosa, ahí, esa es mi casa.</p>Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com36tag:blogger.com,1999:blog-21178141.post-63015175775364076112008-02-22T03:25:00.008-02:002008-02-22T06:56:10.275-02:00<strong>Breve guía para deprimirse en verano</strong><br />La mayoría de la gente no asocia la tristeza con el verano. Ciertamente, se suele preferir la tristeza para los paisajes invernales, en donde hay suficiente tiempo en casa para cobijarse en un autodesprecio que nos saca del frío o la monotonía. Para el verano la gente suele preferir temas más felices, o por lo menos de un sonido más <em>earfriendly</em>, por lo que no es casualidad que las radios tengan particular predilección por los temas más lobotomizados posibles (algo así como un <em>shut the fuck up and dance!</em>). Pero hay días de febrero en que uno anda con ganas de escuchar el <em>In Utero</em> de Nirvana o el <em>Pornography</em> de The Cure y sin embargo en cualquier boliche, bar u ómnibus suenan murgas, lo más pachanguero del pelado Cordera, o el útimo y pedorrísimo tema de Sean Kingston (cuya historia detrás de la censura es otro jugosísimo tema aparte). Uno también anda con ganas de verse alguna película de Bergman, Antonioni o algún checo que nos deleite tres horas y media con una película en sepia llena de planos secuencia de quince minutos, y sin embargo en las opciones de cartelera sólo encuentra superhéroes diet reinventados, frat movies y films de animales deportistas. Incluso para los que queremos vestirnos de negro, la reflexión de sol amenaza con calcinarnos vivos y nos vemos obligados a ponernos nuestras chombas más colorinches. El mundo se olvida de que el verano también puede ser un período bastante mezquino, lleno de rupturas amorosas y viajes sudorosos en ómnibus atestados. Vean a una persona trabajando a las dos de la tarde en un Callcenter sin aire acondicionado y díganme si aquello no es el rostro más fidedigno de la depresión. O ver al sol ser engullido una y otra vez en la rojiza gula del horizonte mientras uno estudia quince horas al día, lamentándose todo lo que no se estudió en el año. En verano, la tristeza está dejada aparte, como un excreción desagradable en el medio de un corredor de la que nadie quiere hacerse responsable. En verano hay una dictadura de la felicidad. Es por eso que ante este constante desprecio escapista a la tristeza, reclamo nuestro derecho a estar sudorosos y tristes en esta época del año. Para ello pensaba hacer una pequeña lista con algunos discos y películas que quizás no te harán saltar del edificio, pero que de seguro te lograrán hacerte sentir un poco más miserable. La confección de la lista resultó ser más complicada (y extensa) de lo que creí, limitándome a mencionar cuatro discos y cuatro películas, y descartando la sección literaria que también tenía preparada (pero que de haberla incluido, este post habría sido de doce carillas a interlineado sencillo y Times New Roman 12). Las discusiones sobre la banda más perfectamente triste son largúisimas y están cercadas por el mundo subjetivo de cada uno, lleno de recodificaciones que se establecen a partir de los <em>après coup</em> de experiencias pasadas, o la búsqueda genealógica de la forma en que pegó un tema en determinado momento. Hay quienes siempre buscan en la canción triste el correlato de la vida del autor, en cuya categoría suelen incluirse los necrófilos fanáticos de los suicidal rockstars. En este último caso, el suicidio de alguien suele elevar sus últimos discos al fetiche de las últimas palabras, en donde se intenta buscar línea a línea, cual semiólogos de lo indecible, o detectives literarios, la reconstrucción de la escena, el indicio del trágico final. Aún así, por más que los peores momentos emocionales de los músicos o cineastas nos suelen dar las mejores joyas artísticas –aunque no siempre es así, poniendo el ejemplo de Kerouac, que cuando estaba en sus últimas su trabajo no era, por lo general, de la misma calidad que lo hecho en sus mejores años- hay que reconocer que la estética del resentimiento y el bajón han dado inconcebibles retoños, que pueden trazarse desde las hermosísimas y personales letras de Morrisey hasta el tema más emo cantado por los teens peor maquillados de la casa más paqueta del Orange County. Es verdad que es injusto evaluar a los padres por sus hijos, pero en cierto modo los Smiths con temas como <em>I know it’s over</em> pueden verse en aprietos en las pruebas de paternidad del emo, ese género que tanto nos gusta odiar hoy en día. Al mismo tiempo, mucha gente recurre al puro solipsismo y a la hora de medir la tristeza de una canción, lo hace con la vara de sus propias experiencias, siendo esto un método demasiado poco preciso para evaluar (en ciertas condiciones, la canción más insoportablemente sufrida de Xiu Xiu podría considerarse un tema festivo). Pero llegar a <em>la canción</em> es algo más complicado que una suma de ingredientes. Como ejemplo de cuán premeditada puede ser esta búsqueda, podemos encontrar el <em>Funeral Doom</em>, un género del metal que intenta recrear los paisajes más desoladores y desesperantes que se puedan crear con riffs letárgicos y oscuros, como si intentaran encontrar la epítome de la canción depresiva o sencillamente funeraria. Personalmente, aquello tan exageradamente premeditado me parece como una pornografía de las emociones. Aún así, hay temas absolutamente deprimentes dentro de discos que no lo son de una manera tan homogénea, como pueden ser algunos del <em>Blood on the tracks</em> de Bob Dylan o incluso algunos del <em>Third sister lovers</em> de Big Star. Con los films es exactamente lo mismo, uno siempre está en la cuerda floja entre un bajón digno de Bergman y el culebrón venezolano.<br />En resumen (y en un post donde parece haber de todo menos resumen), esta es una pequeña lista de discos y películas que pueden tener un efecto devastador si alguien la escucha en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Administrar en pequeñas dosis. En caso de sobreexposición, vaya a este post:<br /><br /><strong>Discos</strong><br /><em><a href="http://www.badongo.com/file/7925377">(Bajar cuatro temas -Colors and the kids, The eternal, The Kids y Falta- , de primera, en un mismo archivo .rar)</a></em><br /><p><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169719364731092546" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJLtr-q4lCFC5E23EJkJ7JQbbNyvLMaDxEBOTKF0kAP2d8tP80xU1jzlkSkjDwreQHG5ov9P9eJ25UjnEQvK_Rj2j-nlZDSkfwfXAAAaoCy441Gaf6QIQKW1uMlK-W6oswQfwv9A/s320/B000009VOL.01._SCLZZZZZZZ_" border="0" /><strong><em>Cat Power-Moon Pix (1998)</em></strong><br />El <em>Moon Pix</em> de Cat Power es de esos “discos de autor”, que siguen la línea del <em>Pink Moon</em>, el <em>The boatman’s call</em> o el <em>If I could only remember my name</em>, es decir, discos demasiado personales, casi como una radiografía de un momento preciso en el que se encuentra la persona o la banda. Todo lo que era Chan Marshall en aquellos tiempos se puede encontrar en el disco, y si uno tira del hilo se va encontrando todo lo que va quedando de la malla. Hasta en la misma tapa, Chan está hecha pelota, tal como estaba en el momento de grabar el disco. En algunas entrevistas de aquella época dice que después del <em>What would the community think</em>, por un tiempo creyó que su abandono de la escena iba a ser definitivo. Se fue de Nueva York, y se alojó en Portland, oficiando un tiempo de niñera. En esa época tenía serios problemas de alcohol, pero no de esos de rock stars cabalgando la serpiente entre toda la gente linda de la escena, sino algo más bien triste y tan poco glamoroso como dormirse cagando en el baño de un boliche de cumbia. Cuenta la historia que agobiada por malas juntas y ataques de pánico, luego de vivir durante un tiempo en una granja (un <em>back to the roots</em> que más que placentero estuvo plagado por ataques de pánico y pesadillas –dice que fue precisamente a partir de una pesadilla que pergeñó la mayoría de sus temas-) se autoexilió en Australia, donde llevó a cabo la grabación de este disco. El resultado es escalofriantemente hermoso. Un disco redondo, posiblemente el mejor de Cat Power (aunque sólo por fetichismo personal prefiero el <em>Dear Sir</em>), un disco en el que se respira un <em>It’s now or never</em>, con lo poco que queda de una confianza tan enclenque como un nido en medio de un vendaval. Dentro de los grandes temas –de paso, terriblemente deprimentes- que inundan el disco, entre ellos <em>You may know him</em> y <em>Say</em>, se encuentran dos joyas de incalculable valor. Por un lado, <em>Metal Heart</em>, un tema de una belleza imprevisible y desconcertante como el ojo de un pato, un tema cuya aspereza en su letra contrasta impensablemente con lo aterciopelado de la suave y dulce voz de Chan Marshall. Cualquier femme rockstar habría convertido aquello en otra combativa canción de despecho (un mal muy expandido en las cantantes fanáticas de PJ Harvey), y sin embargo Chan lo hace desganada y al tiempo dulcemente, como un animalito que no le importa ser presa, que se ofrece sereno antre la mirilla del cazador. Es por esta misma razón que fracasa la reinterpretación que Chan hizo de este tema en su nuevo disco Jukebox: con una nueva expresividad vocal mucho más versátil, se pierde esa languidez que dota al tema de verdadero sentido y lo separa cualquier otro tema de amor no correspondido escrito por alguien. Pero la brillantez del disco no termina ahí, y en el tema nueve llega la asfixiantemente hermosa Colors and the kids ¿Qué decir de este tema? Debe ser de los temas hondamente melancólicos más hermosos que se hayan compuesto en los últimos quinientos cincuenta años. Mientras que en discos como el Closer sentimos como un descenso a los infiernos, en este es todo lo contrario, es una melancolía dulce y serena, pero trágicamente verdadera, como el violento descubrimiento de percatarse de que nada podrá ser como era antes, que el pasado es sólo un conjunto de cuadros huidizos en los que nunca podremos adentrarnos ni vivir nuevamente, en donde el mismo presente es inalcanzable por algunas decisiones no tomadas en el pasado <em>(I built a shack with an old friend/He was someone I could learn from/Someone I could become</em>). Ese deseo de vivir cosas pasadas, esa desazón y desesperado intento de recomponer una vida que se quedó perdida como una flecha que erra el blanco, esos pequeñísimos pero significativos detalles de la vida revelados, como remangarse los jeans para que no se mojen en la orilla, es de las cosas más verdaderas, conmovedoras y a la vez hondamente tristes que escuché en mi vida. Es una canción cuya letra es perfecta, todas las imágenes inexplicablemente pegan de forma intravenosa, y la forma desesperanzada y a la vez desesperada en que Chan dice “I could stay here/ become someone different/ I could stay here/ become someone better” me hicieron un nudo en la garganta que nunca sentí con ninguna canción.<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169720391228276306" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpPtZAPBKDBP_NCYmGhMYR8gKKkyJxW5uE4JlAnh_K8AfCUJ18wG8RU1o8AJoUtb3Sj-DF-RpSLIRzBV5yOAeYk5DQb_P50T87hOBIxA6O_aa5HCNNu5Y7p1XVyha-OGB623NqTQ/s320/b645b2c008a0e5ed9f367010.L" border="0" /><strong><em>Joy Division-Closer (1980)</em></strong><br />Ríos de tinta se han escrito sobre este disco como primer acto del suicidio de Ian Curtis, y más allá de esa tendencia necrófila que se parece más a celebrar la muerte que celebrar la vida de alguien, no se puede negar que si difícilmente se puede salir ileso de su escucha, mucho más difícil debe ser para quien hizo el disco. Nunca es bueno sacar conclusiones de la vida de uno a partir de su material artístico (de ser así, con mis poemas y cuentos mis padres probablemente me habrían internado en una clínica para tratarme de una depresión aguda mediante una terapia electroconvulsiva), pero escuchando este disco, uno realmente puede realizar los peores pronósticos. ¿Por dónde empezar? Es increíble lo homogéneo del disco en cuanto a su profunda oscuridad. Las estructura de las canciones son un tumor apenas diferenciado entre todo un mismo tejido que cubre el disco. Después de una producción tan increíble como la de Martin Hannet en este disco, resulta bastante <em>cute</em> el hecho de considerar a Trent Reznor como el amo de la oscuridad en términos de producción. El excelso manejo de climas se ve en la monótona batería de <em>Atrocity Exhibition</em> que suena como un tambor ritual de una tribu antropófaga, los sintes hipnóticos de <em>Heart and soul</em>, el bajo de Hook que es como un candirú esperando en las frías aguas de <em>Passover</em>, el <em>"Where have they been"</em> final de Curtis en <em>Decades</em> y su voz desfalleciente, casi en un último hálito en <em>The eternal</em>. Particularmente, creo que esta última canción es el tema más depresivo de la historia. No hay nada que pueda igualarlo, desde esos sintes que son como serpientes enloquecidas, hasta ese piano minimalista y lento pero completamente perfecto, pasando por la línea de bajo monótona como el pulso de un corazón desfalleciente y la voz de Curtis, recitando los versos más oscuros y aniquiladores que se hayan escrito. No, cuando uno escucha <em>“Played by the gate at the foot of the garden / my view stretches out from the fence to the wall / no words could explain, no actions determine / Just watching the trees and the leaves as they fall”,</em> no puede seguir con su vida, comer las mismas milanesas, mirar el mismo sol, hablar con la misma gente, como si nada de eso hubiera ocurrido. </p><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169719356141157906" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDsr_wrS3RpK66Od97SNbV8HRIAkz9MUu2Vijp3rfOWUTrV0jdBCEzE5fY5WEwxAQMHwhi4LpPiVzDKIz_Of7mIvz2oxHHQ2HseemzDp9h6KXpo0uCePrAlGjpP9_alw4RVSuZ3Q/s320/935.jpg" border="0" /><em><strong>Lou Reed-Berlin (1973)</strong><br /></em>Hay algo extraño con el <em>Berlin</em> de Lou Reed. Si uno lo escucha sin pegar particular atención a la letra, puede resultar efectivamente un disco triste, mas no “El disco más triste de todos los tiempos”, orgullosa condecoración que más de un medio especializado le adjudica a Lou Reed. Más aún, de a cuerdo a la mera melodía <em>Sad Song</em> no parece en sí una canción triste, y sin embargo es un engranaje más de ese animal monstruoso que es esta obra conceptual del viejo Lou. Y efectivamente, el tema del Berlin es que no puede tomarse por una disección canción a canción, todas funcionan desde una narrativa en que el todo es mayor a la suma de las partes. La historia de Jim y Caroline a más de uno le ha metido el corazón en una picadora de carne, la historia de una pareja de la bohemia berlinense, en donde no se escatiman detalles sobre cómo el hombre le pega a su mujer (Caroline Says 2), a la cual le quitan sus hijos (The kids) y se termina suicidando (The bed). La metódica vocalística de Lou Reed, junto a la misma frialdad de la música, o más bien la no correspondencia entre la melodía y la letra (sobre todo en <em>Caroline Says</em>) generan un extraño efecto similar al de aquellas imágenes infantiles supuestamente cándidas que encierran un horror que flota delante de aquella fachada. Esto se puede ver dolorosamente en The Kids, en que se escucha en un tono no alegre, pero tampoco trágico <em>"They're taking her children Hawai / Because they said she was not a good mother / They're taking her children away / Because of the things that they heard she had done"</em>. Como si fuera poco, en la finalización del tema, detrás de una guitarra rítmica y un bajo juguetón, se escuchan los llantos de un bebé y los <em>mami?</em> de unos niños que sollozan desesperantemente. El equivalente musical al final alternativo de Supercampeones que a través de las quejas se terminó deshechando (en donde Oliver se despertaba y se daba cuenta de que toda su meteórica carrera futbolística había sido un sueño, y que de hecho tenía amputadas sus dos piernas luego de ser atropellado por un camión)<br /><br /><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169720391228276322" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRqUdZjMNveF2Mfe-kPY0e6EyjL5h-lUltK-E8GCB1JHQrbJ86-P4wCv-2dMcaf1fKWfKbVJQcsc_lc89pEIB3w-l73zNzgjuSGZmBAQQAVovFrkHJW_rKtxs6aMzAqylRMTecaQ/s320/bjbjb.jpg" border="0" /><strong><em>Sr.Chinarro-La primera ópera envasada al vacío (2001)</em></strong><br />Siempre había querido escribir sobre Sr.Chinarro, y justo hablando de discos deprimentes ésta es mi oportunidad. Antonio Luque es uno de los compositores más interesantes de lengua hispana, con un estilo que suena como a un híbrido entre los Smiths, New Order y Red House Painters, junto a unas de las letras más extrañamente sugerentes que escuché en mi vida. Incluso, me da gracia entrar a ciertos foros de la banda y leer a gente que de hecho interpreta el surrealismo de las canciones desde una narrativa convencional. Por ejemplo, ¿cómo interpretar desde la óptica de una verdad esperando detrás de una metáfora versos como “<em>Las cintas al tirar/de los moños de viejas que se van/de avenidas que acaban en el mar/de guías del metro en los pies y en el pulgar/Si fuera una excursión/una tras otra de negro en el vagón/que es de madera y te deja ver la orilla/el alquitrán y, ya quietas, las chiquillas...<br /></em>No, la poesía de Luque es puro sonido y puras imágenes, impasibles de ser trasladadas a un lenguaje transmitible. Todo es permutable, las palabras adquieren una dimensión nueva tras la voz gruesa y generalmente monocorde del sevillano. En una <a href="http://www.sysvisions.com/feedback-zine/entrevistas/e_srchinarro.html">entrevista hecha por Feedback-zine</a>, Luque, al preguntarle cuál era su estado en el momento de grabar el disco, este respondió <em>“En esa época me vi obligado de dejar de ver a una chica con la que llevaba un tiempo y entonces ella o, más bien, el que ella desapareciese fue la madurez... Pero no lo sé, era una época muy desordenada y por eso el disco salió así, está claro, tu estado mental se refleja en todo lo que haces. Mi casa, por ejemplo, estaba toda llena de pelusas y cuando componía salía todo parecido”.</em> Efectivamente, todo parece estar lleno de pelusas, es un disco denso, más que nada asfixiante, con polvo y pequeños muñones de cosas e ideas flotando en un aire espeso. Tal como lo dijo Ezequiel en <a href="http://elbailemoderno.blogspot.com/2007_06_01_archive.html">este post</a>, curiosamente los temas están grabados en torno a una batería llena de ambiente y reverb, una batería que suele estar en sólo un canal y con entradas y salidas caóticas que son un ataque directo a las gestalts de las canciones. Todo es demasiado confuso e intrusivo, las acústicas filosas y monorrítmicas, las guitarras eléctricas cargadas de reverb y delay que suenan como a órganos de iglesias olvidadas, y la voz de Antonio Luque, elevada a la dignidad de un instrumento, un ser vivo indefinible que repta por debajo de la enmarañada malla vomitando verdades como pequeños conejitos. Pero sin lugar a dudas, tras las capas, capas y capas de sonido, lo que más resalta en este trabajo son los geniales arreglos de cuerdas, unas cuerdas que vuelven los temas claustrofóbicos, con una <em>uneasyness</em> similar a la que logran los cellos y violines de<em> The Drift</em>, de Scott Walker. Esto se puede ver en temas como <em>Robando gusanitos,</em> posiblemente el tema más perturbadoramente ambientado del disco, con un sonido de fondo que parece haber sido grabado de la melaza de conversaciones sueltas de un bar, en el que de un momento a otro llegan unos violines que sugieren peligro tal como los que invaden la escena de la ducha en Psycho. Y justo después de este tema, llega <em>Falta</em>, uno de los temas más opresivos de los últimos años. Lo que tiene genial este tema es que puede sepultarnos vivos en una extraña congoja sin nombre, sin siquiera poder atisbar el por qué de nuestros sentimientos. En el disco parecería como si Antonio Luque al pasar los temas se fuera descorporizando, todo comienza a ser tragado por un agujero negro en donde no tenemos idea donde estamos. Y así continúa Falta, esuchamos el letárgico “falta un par de rayas/en cada paso de cebra/falta un par de rayas/en la camisa que me prestas”, sentimos los violines y no entendemos por qué estas palpitaciones, por qué esta saliva solidificada en la garganta, qué son estas excreciones acuosas que salen de nuestros ojos.<br /><br /><strong>Películas:</strong><br /><em>(Atención, tengo la mala costumbre de revelar finales) </em><br /><em><br /></em><em></em><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169720395523243634" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhk5OLhdocKJuSmGcdNQgr2d8mscLIqAQRa_EYID__sOVrYzKcGSEdKTClvcKY5BfwAsE8_WTnGSdBFcoSb1xLQmCN5BT683mjx4Jgm6TSKwj2jZx9ME5tExNEvt4KhZPhEPx2haw/s320/dancer.jpg" border="0" /><strong><em>Dancer in the dark-Lars von Trier (2000)</em></strong><br />Lars von Trier es un sádico hijo de puta. En el mundial de los misántropos, el danés sale segundo, después de Solondz, por un penal mal cobrado en el minuto 90’. El tipo encarna película a película la verdadera dimensión de un Dios que tiende los hilos desde otra parte del mundo. En sus films él es Jahvé al mejor estilo antiguo testamento: severo, vengativo, voyeur, titiritero. Tiene una auténtica predilección por personajes débiles, personitas como insectos de un circo de pulgas en donde no entra aire y donde el usuario altera el mundo conforme a sus placeres más oscuros, con la siempre presente opción de aplastarlos con el dedo meñique. Por ejemplo, tenemos a Dogville, en donde la pobre Nicole Kidman es violada hasta el cansancio por todo un pueblo, desde el más osco y borracho recogedor de naranjas, hasta el ciego más débil y patético. Llega un punto en que al final del film, cuando se da pie a la venganza de Kidman, y uno mismo exige que aquello sea efectuado dimensiones medievales. Un auténtico placer nos inunda como espectadores al ser sacrificados todos aquellos pueblerinos de mierda que se aprovecharon de la necesidad de la protagonista, desde el mismo hombre que en un principio fue su fiel aliado, hasta los niños más pequeños que la molestaban cuando estaba encadenada. Queremos sangre, y ahí es cuando nos damos cuenta de que en algún rincón lejano y frío de Dinamarca, Lars von Trier está sonriendo, satisfecho como un diablo que logra tentarnos.<br />De entre todos los personajes femeninos protagónicos –el fetiche del director- podríamos hacer una condensación entre la retrasada de <em>Breaking the waves</em> y la cuasi ciega interpretada por Björk en <em>Dancer in the dark</em>. Sólo por un mero formalismo elegiría la última película como material deprimente<em> par excellence</em> –en realidad, las dos mencionadas más <em>Los idiotas</em> conforman lo que se ha llamado la <em>trilogía del Corazón Dorado</em>-, teniendo muy presente que <em>Braking the waves</em> también es angustiante y enfermizamente cruel. No voy a hacer una sinopsis de la película, quien quiera verla tranquilamente la puede <em>alquilar en su videoclub amigo</em>, pero voy a puntualizar una serie de aspectos del film. Sin ser un huge fan de la islandesa, de cierto modo la candidez que plasma en el film, similar a lo que también hace Emily Watson, acentúa poderosamente lo trágico e inmerecido de su destino. En cierto modo, Dancer in the dark es one of a kind, por el hecho de ser un musical y al mismo tiempo un drama de lo más deprimente. Selma es una inmigrante checa con un deterioro degenerativo de la vista, mal que también comparte con su hijo, para el cual junta plata para someterlo a una operación que podría revertir ese karma genético. Al mismo tiempo, el mundo al que no accede Selma por sus ojos lo complementa por pinceladas de sus oídos, imaginando –o alucinando- coreografías en donde todo se tiñe por una candidez digna de los musicales de los cuarenta. Efectivamente, la música es un verdadero termostato en la vida de la checa, y cualquier situación, por más horrible y triste que sea, encuentra trámite via una situación alucinada llena de bailarines, tap y collages sonoros. Esta contraposición de momentos peligrosamente deprimentes intercalados o reinterpretados por baile hacen del film una aterciopelada espiral invertida hacia lo más sádico del ingenio de von Trier. En la trilogía del Corazón Dorado, casi exactamente el negativo de su nueva trilogía de Dogville, Manderlay y una todavía sin estrenar, hay una predilección por convertir al personaje principal en mártir de una causa ética que se eleva por sobre la moral. Es así que luego de un accidente en donde muere un hombre que le había robado de sus ahorros –la cosa es más compleja, pero sugiero que vean la película, en vez de que se las cuente textualmente-, Selma, de acuerdo a una promesa que le había hecho al muerto, guarda un secreto que la condena a no tener material para defenderse en su juicio. El resultado de ello: Selma es encontrada culpable, incluso siendo acusada de posible filiación comunista. A pesar de ser condenada a muerte, se niega a apelar por no revelar el secreto de quien en un principio la puso en el lugar donde está. Lars von Trier no está lo suficientemente satisfecho con el potencial depresivo del film, lo que lo lleva a optar por el final completamente gráfico del frío procedimiento de la horca. La escena final está conformada por una coreografía en la cual se hace una canción con los pasos que cuenta Björk en su camino hacia la horca, consuelo que dura por un tiempo hasta el final abrupto, torpe y patético, que arranca a la mujer de esa última función imaginaria, gritando, pataleando y hasta desmayándose momentáneamente, hasta que los gritos se callan por la palanca, crack y el sonido tirante de la soga, invadiendo un nuevo silencio en la habitación, pudiendo observarse el sereno péndulo del cadáver suspendido a pies del suelo.<br />Cumpliendo el karma de muchas de las marionetas de Lars von Trier, Björk decidió cortar sus hilos, abortando su corta carrera fílmica a partir de este film.<br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169719364731092530" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhUJbD8o2OEYgykwNs8bpKE20cYbczuCQ0JqkyZbPDElvIR-NErHWEJv0SSrB6TJwL4R12DpH3nPt-ZS52QQZuDatdXf4-rucNd2RqbSFMWxC34F18oyp6gXKed-scdXHs54Im-Rw/s320/amantes+del+circulo+polar.bmp" border="0" /><strong><em>Los amantes del círculo polar -Julio Médem (1998)</em></strong><br /><div>Ya hablé de ella <a href="http://degollandocisnes.blogspot.com/2007/08/latitud-63-est-sentado-y-sabe-que.html">en este post. </a></div><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169720395523243650" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg39B45IS_sTwR8FDljzoHq10ToESYH_gPB-8zAt29r9VtXj8_pyLHaZbGbSLWbJa2kF0QSYp1M_L0VbN6YuXZyIIWLUTCy_9QEwDtbwOvum5CI3eSFd_50Tnp_0RCTT5BUhaXDfA/s320/PDVD_001.jpg" border="0" /><em><strong>Dekalog, I -Krzystof Kieslowski (1989)<br /></strong></em>Recuerdo haber visto este capítulo en una copia de cinemateca que estaba tan gastada que parecía haber sido sumergida en soda cáustica. Era uno de los días más crudos de agosto, y estaba protegiéndome con un diario viejo del vendaval de parciales que nos tenía como perros en fin de año a la mayoría de los estudiantes de psicología. Era tanto el tiempo que insumía el estudio que toda actividad fuera de leer el material estaba cronometrada, al punto de que ir al baño era considerado un mini recreo. Obligado a pasear al perro en una lluvia copiosa frente a la que no me había preparado, decidí alquilar dos capítulos del decálogo del polaco. Ya había visto la trilogía de los tres colores, y embarcado en plena kieslowskimanía, estaba seguro de que iban a ser buenas películas. La cuestión es que luego de llegar a mi casa empapado, leí hasta las dos de la mañana, me sequé y me dispuse a dormir, actividad que también era considerada un lujo en aquel entonces. Puse la película para acompañar el sueño –me cuesta dormirme a oscuras y sin ruidos-. Me tiré a dormir con un jogging. Todavía temblaba un poco, me llevé las dos frazadas a la altura de la mejilla. Pensando que iba a dormirme enseguida, terminé viendo los sesenta minutos que duraba el film, convirtiéndose aquella en una de las noches más deprimentes que tenga memoria.<br /><div>Kieslowski sabe muy bien los colores y las texturas que elige, y en esta película abundan los tonos apagados, como el de la nieve opaca que invade a todo Polonia, como el verde del monitor del padre, como las paredes, como el ceniciento color del bloque de edificios en donde no sólo viven los personajes de este capítulo, sino la mayoría de los de la serie. Son colores tristísimos, soviéticos y ochentosos, que incitan a una retirada autística sobre uno mismo. Y no olvidemos la música. La música de créditos, tanto al incio como al final, junto al plus del la imagen borrosa de la copia del casete, es tan deprimente como quince Mufasas aniquilados por antílopes en los ojos de un niño. Y siendo ya desde lo estético suficiente para hacernos clamar a gritos un poco de Prozac, la temática bajoneante no se queda atrás. Ya desde el inicio del film se nos pone de lleno con la muerte, encontrándose Pawel -un niño que reconoceremos como el hijo de Krzystof (no el director, sino el nombre de uno de los personajes)-, con un perro vagabundo congelado en la nieve –la imagen del perro es impactantemente triste, sobre todo para alguien a quien el maltrato de los animales le afecta más que el de las personas-. Angustiado, acude a Krzystof y este le explica los asuntos de la muerte de una forma bastante fría y metódica, revelándosenos pronto que este discurso es reflejo de la formación científica del padre. El niño está perfecto en su papel, y pronto esa relación de los dos se muestra con una complementariedad hermosa, los dos enfrascados en los mismos proyectos y convirtiendo la ciencia en un tercero que los une (nunca se habla de la madre de Pawel, aunque sí de una tía que está preocupada por su formación espiritual). La cosa es que con su computadora miden todo, y un día Krzystof le regala a su hijo un par de patines, con los cuales suele patinar -valga la redundancia- en un lago congelado. Una noche el niño le pregunta a su padre si puede ir a patinar y, tras fijarse unas gráficas sobre el grosor del hielo, le da su permiso. El hecho es que el niño no aparece y su padre se comienza a preocupar. Nadie sabe nada, pero en el fondo, Krzystof se aferra ante el hecho de que el hielo es suficientemente grueso como para que no haya pasado ninguna desgracia. Tal como vamos temiendo, el hielo se resquebrajó y esto lo terminamos de constatar recién cuando el padre se acerca al lago congelado y hay una muchedumbre de personas y bomberos. Lo terrible de la escena es que aún ahí el tipo parece bastante seguro de que, de acuerdo a los resultados de su computadora, es imposible que haya pasado tal desgracia, lo que hace a la caída aún más estrepitosa. Efectivamente, su niño es uno de las víctimas del resquebrajamiento del hielo. Ante esta súbita muerte, la historia deriva en el tipo yendo indignado a una iglesia, para intentar recibir las respuestas que el ojo verde de su computadora no le pudo, ni le puede dar. Acabando el film con los créditos y la música über deprimente del principio, se confirma, con el dolorosísimo sacrificio de ese niño que tan bien nos caía, la lógica del paralelismo entre los capítulos y el segundo de los Diez Mandamientos: “No te fabricarás ningún ídolo (…) Pues yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, y castigo los pecados de los padres sobre sus hijos”. En este caso, queda claro que el ídolo no es otro que la computadora. Y ya no hay canción de cuna, ni lección que aprender, una vez más el puño de Dios cae sobre nosotros, y no podemos hacer otra cosa que mirar desconsolados el televisor, tal como Krzystof se queda con los ojos estaqueados en su computadora. </div><br /><div></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5169719360436125218" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgn7L8t2ByokPF1STkYPzvTZly8qOIrQj-pvKjzkn_Qk5XctNI_O-73_3DDFhNvgjD9r87_OnKYKJgZvLl8Z0qX7i7gH2YfECFXCrrxDBGWsi4uKNVTPmHtcaUvMPykn8rms7LwMg/s320/11723_gravefireflies.jpg" border="0" /><em><strong>La tumba de las luciérnagas-Isao Takahata (1988)<br /></strong></em>La tumba de las luciérnagas es la cosa más triste que puede existir en el mundo. No creo que nadie haya logrado destrozar al espectador en cualquier otro medio artístico como lo hace Isao Takahata en este film. El potencial devastador de esta película en quien lo mira es equivale a una súbita muerte de un conocido de carne y hueso con el cual nunca se llego a entablar una amistad perdurable, pero con el que siempre se mantuvo buen trato. Porque Takahata nos deja en pelotas, despojándonos de varios de los andaribeles que nos asistían de hundirnos en cualquier producto nocivamente depresivo. Este recurso perverso magistralmente logrado lo lleva a cabo por una serie de sustracciones que nos dejan con una cuchara en el campo de guerra de nuestra tristeza. Lo primero que quita es la incertidumbre sobre el futuro. La película empieza desde el final, y ya sabemos que el personaje termina muerto contra la columna de una estación de trenes. Está completamente hecho trizas, con los huesos pegados al pellejo, sucio, meado, vaya uno a saber qué cosas más. Es así que sabiendo el final, el film no es otra cosa que intentar construir el puente entre el feliz presente y aquel final devastador, un puente que no queremos construir, pero que lo vemos inevitablemente avanzar, aterrorizándonos ante nuestro acercamiento a la otra orilla. Cualquier imagen conciliadora o que inspire cierto bienestar será solo un lunar blanco en el claroscuro de aquella trágica existencia. Y ahora que digo trágico, también se pierde lo trágico. La forma en que lo encuentran los encargados del subterráneo nunca nos llega a hacer pensar que aquel cuerpo es o fue de un humano. Es un cuerpo, como lo es un envase de botella rota, un condón anudado en la esquina húmeda de un baño público, como muchos vagabundos anónimos que se mueren en las calles de las mañanas de invierno, sólo velados por sus perros. Esos vagabundos que una vez tuvieron nombre terminan siendo cuerpos de prueba para estudiantes de medicina. Los diseccionan, les analizan los pulmones, el corazón, le ven el rostro amarillento, el pene flácido y arrugado. Algunos estudiantes le ponen sus lentes, se ríen de ellos, conservan algún órgano que ocultan en joda en la cartera de una amiga. Y así se amigan con el muerto, le ponen un nombre gracioso, “Ulises”, “Ansina”, y así el vagabundo, mientras que es vaciado e inspeccionado, comienza a tener la familia que nunca tuvo. Algo así es la muerte de este vagabundo anónimo que aparece al principio del film. Por más que nos cuenten su historia, aquel cuerpo seguirá siendo anónimo. Se pierde lo trágico porque no hay <em>pathos</em>, no hay un camino tortuoso que desemboque en la catarsis, la resolución, la libreta moral en limpio, toda la muerte y la violencia es incapaz de restituir algo perdido, es muerte porque sí, sin razón de ser. Y finalmente, no hay muerte romántica. Los románticos encontraban en la muerte el orden natural en el que todo se reordenaba. Los amantes se volvían a encontrar, todo era posible en un mundo ulterior distinto al nuestro. Las leyes o condiciones que habían impedido concretarse a un amor imposible se derribaban por completo y configuraban a la dulce muerte romántica como el terreno de infinitas posibilidades. Pero en <em>La tumba de las luciérnagas</em> no, por más que el personaje siga teniendo la lata de su hermana, no se reencontrará con ella, da la sensación de que todo y todos están perdidos para siempre.<br />Hay una escena específica que te destroza por completo, posiblemente sea la escena más triste de la historia del cine, quizás aún más que los desesperados ojos de Meryl Streep en “La decisión de Sophie”. Repasando: Segunda guerra mundial, Seita, el chico que encontramos muerto al comienzo del film es hermano de Setsuko, teniendo que encargarse de ella después de que un bombardeo de los norteamericanos en Japón acaba con la muerte de su madre. Dicho sea de paso, llama la atención la crudeza del cuerpo de la señora, casi momificado por las vendas, al borde de la descomposición y repleto de larvas. Luego de eso, tras un ínterin de vivir en la casa de otras personas, Seita decide irse con su hermana a vivir en una mina abandonada, donde intentan sobrevivir con lo poco que tienen. Pero los alimentos de la posguerra son escasísimos y todo conduce lentamente al destino devastador que los envuelve. Todo esto conduce a la escena en que la niña se percata de la muerte de las luciérnagas. Estas habían oficiado de constelaciones y linterna como tregua no sólo a la oscuridad de la guarida en que duermen, sino como una tregua a todo lo terriblemente doloroso que los envuelve. Es así que Seita ve cómo la niña las entierra, y en ese momento se confirma el conocimiento oculto de la muerte de su madre que la niña siempre había mantenido, hecho que Seita estoicamente trató de ocultarle la casi totalidad de la película. Ese “siempre lo supo” es una verdadera patada en los huevos, y si eso parecía demasiado, hay que ver y tratar de resistir el momento en que Seita vuelve a la cueva para descubrir que la niña había muerto, tras haber querido alimentarse de piedras para salvarse de su desesperada hambre.<br />Recuerdo haber visto <em>La tumba de las luciérnagas</em> durante una claustrofóbica estadía en Guadalajara, en donde no sólo extrañaba a mi novia y amigos, sino a mi mismo país, y la vida que llevaba en él, enfrentándome al horror vacui de un suburbio silencioso en el que reinaba un silencio sin pájaros y los vecinos levantaban sus propios feudos tras murallas y garages de proporciones espartanas. Recuerdo haber visto la película y tener que poner pausa cada tanto para desanudarme la garganta. Recuerdo ver los créditos finales y tener la necesidad imperiosa de llamar a mi novia, sólo para darme cuenta, viendo en mi reloj con hora de Montevideo, que allá eran las cuatro de la mañana. Fue ahí que me bajé por las escaleras y me quedé sentado tomando una latita de Coca-Cola, en la inmensidad oscura de la cocina, imaginándome a María lejana, durmiendo en un mundo ajeno a esa noche sin grillos, ese mundo sin tumbas de luciérnagas.Agustin Acevedo Kanopahttp://www.blogger.com/profile/12314255833701676811noreply@blogger.com168