Snob
“El problema, my friend, es que nosotros evaluamos a las personas no por lo que son, sino por sus gustos”.
“El asunto, Agustín, es que usted viene cabalgando con una neurosis obsesiva desde su infancia”.
“El asunto, Agustín, es que usted viene cabalgando con una neurosis obsesiva desde su infancia”.
Con estas dos frases de comienzo similar culminó mi maratónica semana, en la que tuve un parcial de Psicolingüística –nota: Saussure no es lectura de verano-, un trabajo sobre Los Idiotas, de Lars von Trier, desde la perspectiva de Deleuze y Guattari, y las visitas a una paciente que vive en las afueras de Montevideo.
La primera charla fue fruto de una conversación telefónica con un amigo y la segunda ocurrió en mi sesión psicoanalítica del viernes. En apariencia diferentes, las dos terminan hablando de lo mismo.
No hay vuelta, desde mis tres años que vengo coleccionando cosas. En aquellos tempranos años chicanos, un amigo de mi padre me solía comprar un Thunder Cat o Cazafantasma cada vez que visitaba mi casa. En cuestión de unos años tuve casi todos los muñecos de estas series, confirmándolo a través de un catálogo que figuraba en el reverso de la caja de los mismos. La primera letra que aprendí posiblemente no haya sido la A de mi nombre, sino la X con que marcaba los juguetes que ya tenía. A esos se le fueron agregando los Superamigos, los GI Joe –que no me entusiasmaban mucho-, las Tortugas Ninja (siempre anhelé tener el Tecnódromo, pero en Uruguay no se vendían, y si así lo fuese, habría valido un riñón), el elegantísimo Subbuteo y los dementes Dragon Ball Z y Masked Raider -fruto del pasaje de mi padre por el fútbol japonés.
Los coleccionistas más pro suelen mantener a sus action figures dentro de sus respectivas cajas, perdiendo una gran cantidad de valor de ser extraídos de las mismas. Sin embargo, yo no llegaba a tales extremos, jugando bastante con ellos. Una característica particular de mi afición a los juguetes era que, a diferencia de mis compañeros, cuyos cuartos parecían un Hiroshima repleto de cabezas y miembros de muñecos articulados, más allá de haberle dado un tremendo uso, son muy pocos los que se han roto en todo este tiempo.
Hace un tiempo mi madre estaba conversando con mi novia y hablando sobre enfermedades, la muerte, la vejez, etc. terminó diciendo “a mí lo que me preocupa es el desorden que quedaría si yo me muriera”. Es un comentario que, más allá de lo trágico, es tremendamente gracioso, y ciertamente, una linda postal de la obsesión por el orden de mi madre. Como la usina del significante dando cause transformando en energía lo real, mi madre diseñó un cierto orden en mi cada vez más dilatada estantería, separando a los muñecos por categorías, tamaños y exigencias de postura –los más enclenques solían ser recostados contra la pared, por razones obvias-. Algunos años después vendrían los álbumes de figuritas, las Pepsi Cards, los dados de Rol, los discos y los libros, y eventualmente todos aquellos muñecos fueron a parar a un baúl, pero de cierto modo lo que permanece de aquello es el orden, como un espíritu que persiste reencarnándose en los diferentes objetos que desfilan en esos estantes.
Sin lugar a dudas, mi mayor obsesión son los discos, al extremo de querer comprar el Velvet Underground and Nico, cuando mi hermana ya lo tiene en su repisa del cuarto de al lado, a dos escasos metros de mi habitación. No es un mero impulso exhibicionista, cada disco contiene, detrás de su cajita de plástico o de cartón, un momento encapsulado, como esos mosquitos prehistóricos solidificados en ambar, portando en su ADN la huella de un tiempo y lugar pasado, inaccesible por otros medios. Tomo el Pablo Honey de Radiohead, y recuerdo el día nublado en que terminó en mi estantería, el trayecto de ómnibus desde el cementerio del Buceo (donde acababa de presenciar el entierro de mi abuelo) hasta el Punta Carretas donde lo compré con expectativas que se derrumbarían ante la segunda o tercera escucha. Tomo el Daydream Nation, recuerdo el gusto de las Lays con Salsa Valentina, la teenage angst tardía en un viaje que más que viaje era exilio. Tomo el Uno con uno y así sucesivamente, y recuerdo la encarnizada competencia entre Santiago y yo por ver quién era el que lo compraba antes, la retención en la aduana que retardó la llegada del disco, la cara de Santiago baboseándome mientras me lo mostraba en sus manos el retratos de Pedro Dalton comiendo cerebros, sin permitirme siquiera tocarlo. Tomo el vinilo de Love songs for patriots, recuerdo el sentimiento de saber que nunca lo iba a conseguir, y aquella mañana de sábado que lo encontré en las bateas de Ernesto, luego de un parcial fatídico. Y recuerdo incluso esos otros discos, de los que ni siquiera me gusta traer a mención, también comprados en las circunstancias más variables posibles. Ocho años atrás le mostraba los 3:47 minutos de un tema a un amigo, poniendo el tubo de teléfono contra uno de los parlantes, compartiendo aquel hallazgo como si hubiera encontrado petróleo tras un balazo en el suelo; hoy en día me encuentro con ese disco observándome desde el estante y le respondo su mirada con una cariñosa vergüenza.
Hace unos cuantos meses Brunomilan escribía sobre la historia de su primer compilado, derrotero por el que casi todos los nacidos en los ochenta pasamos alguna vez. El hecho de que el 90% de nuestros músicos favoritos de la adolescencia van a tener que pasar por sus juicios de Nuremberg a nuestros veinte-veinticinco años es un hecho casi científico, pero más allá de eso, tal como lo señalaba antes, uno no puede terminar odiando a aquellos discos, ya que los gustos de uno se sostienen por los sucios andamios de sus fanatismos pasados.
En aquel post, ya que todos andábamos sacando los trapitos al sol, se me ocurrió buscar entre los casetes algunos de mis compilados quinceañeros. En aquellos tiempos internet era visto como una cuestión exclusiva de pornocos, cazadores de ovnis y fanáticos del Command and Conquer, quedando la posibilidad de bajar material musical bastante fuera de cuestión. Más allá de que existiera el Napster, las descargas no solían pasar la velocidad de los 5k por segundo, y bajarse un tema de seis megas era una labor que exigía demasiada paciencia, por no decir ataraxia budista. Por esta misma razón, el método era las grabaciones hechas por amigos, generalmente disgregadas en ensaladas, con canciones que en algunos momentos se solapaban, entremezclándose con antiguas grabaciones, o simplemente desintegrándose. Me llama la atención la intensidad del miedo por el resurgimiento de la cultura del single, circunstancialmente impulsada por la internet y las frenéticas descargas en celular. Si hubo una época single-oriented, era aquellos años del casete, en que un amigo te grababa un tema amputado del resto del disco, a veces afanados directamente de la radio, sin siquiera saber el nombre del artista, o mucho menos el disco en cuestión. Recuerdo particularmente el caso de un compañero de inglés que para grabarse un tema unplugged de Kiss aproximó el micrófono de una grabadora al televisor, poniendo rec y capturando las tres cuartas partes de aquella canción que tanto le gustaba. Incluso, en una parte del solo de Ace Freeley se escuchaba el timbre y los ladridos de una perra Rottweiler que mi amigo solía pasear (o que lo paseaba a él, considerando las dimensiones de hobbit del flaco). A varios de mi grupo proto-melómano del instituto les gustaba ese tema, e hicieron algunas cuantas copias de aquella cinta. Calco sobre calco sobre calco. Me da risa imaginarme cuál debía ser el producto final de todo eso, posiblemente una granulosa pasta de ruido, con algunas versos y estribillos reconocibles emergiendo como apéndices dispersos. Pero sí, la verdadera cultura del single estaba inconscientemente en su apogeo en aquella época, donde todos consumíamos lo que podíamos, de la forma más irresponsable, inmediata y poco ortodoxa que estaba a nuestro alcance.
Ahora reviso y en ese rizoma de cintas y plástico encuentro algunos cuantos de estos compilados, uno con canciones predominantemente románticas para escuchar en la noche, otro con temas sueltos de Pearl Jam, otro titulado “Colección de canciones bizarras grabadas por el Oliver”, con algunos temas de Marilyn Manson y Chopper (sí, Chopperrr), entre muchos otros como el que les dejo abajo (y que incluye a ciertas bandas imperdonables, ya lo sé, but we we're young and innocent)
La primera charla fue fruto de una conversación telefónica con un amigo y la segunda ocurrió en mi sesión psicoanalítica del viernes. En apariencia diferentes, las dos terminan hablando de lo mismo.
No hay vuelta, desde mis tres años que vengo coleccionando cosas. En aquellos tempranos años chicanos, un amigo de mi padre me solía comprar un Thunder Cat o Cazafantasma cada vez que visitaba mi casa. En cuestión de unos años tuve casi todos los muñecos de estas series, confirmándolo a través de un catálogo que figuraba en el reverso de la caja de los mismos. La primera letra que aprendí posiblemente no haya sido la A de mi nombre, sino la X con que marcaba los juguetes que ya tenía. A esos se le fueron agregando los Superamigos, los GI Joe –que no me entusiasmaban mucho-, las Tortugas Ninja (siempre anhelé tener el Tecnódromo, pero en Uruguay no se vendían, y si así lo fuese, habría valido un riñón), el elegantísimo Subbuteo y los dementes Dragon Ball Z y Masked Raider -fruto del pasaje de mi padre por el fútbol japonés.
Los coleccionistas más pro suelen mantener a sus action figures dentro de sus respectivas cajas, perdiendo una gran cantidad de valor de ser extraídos de las mismas. Sin embargo, yo no llegaba a tales extremos, jugando bastante con ellos. Una característica particular de mi afición a los juguetes era que, a diferencia de mis compañeros, cuyos cuartos parecían un Hiroshima repleto de cabezas y miembros de muñecos articulados, más allá de haberle dado un tremendo uso, son muy pocos los que se han roto en todo este tiempo.
Hace un tiempo mi madre estaba conversando con mi novia y hablando sobre enfermedades, la muerte, la vejez, etc. terminó diciendo “a mí lo que me preocupa es el desorden que quedaría si yo me muriera”. Es un comentario que, más allá de lo trágico, es tremendamente gracioso, y ciertamente, una linda postal de la obsesión por el orden de mi madre. Como la usina del significante dando cause transformando en energía lo real, mi madre diseñó un cierto orden en mi cada vez más dilatada estantería, separando a los muñecos por categorías, tamaños y exigencias de postura –los más enclenques solían ser recostados contra la pared, por razones obvias-. Algunos años después vendrían los álbumes de figuritas, las Pepsi Cards, los dados de Rol, los discos y los libros, y eventualmente todos aquellos muñecos fueron a parar a un baúl, pero de cierto modo lo que permanece de aquello es el orden, como un espíritu que persiste reencarnándose en los diferentes objetos que desfilan en esos estantes.
Sin lugar a dudas, mi mayor obsesión son los discos, al extremo de querer comprar el Velvet Underground and Nico, cuando mi hermana ya lo tiene en su repisa del cuarto de al lado, a dos escasos metros de mi habitación. No es un mero impulso exhibicionista, cada disco contiene, detrás de su cajita de plástico o de cartón, un momento encapsulado, como esos mosquitos prehistóricos solidificados en ambar, portando en su ADN la huella de un tiempo y lugar pasado, inaccesible por otros medios. Tomo el Pablo Honey de Radiohead, y recuerdo el día nublado en que terminó en mi estantería, el trayecto de ómnibus desde el cementerio del Buceo (donde acababa de presenciar el entierro de mi abuelo) hasta el Punta Carretas donde lo compré con expectativas que se derrumbarían ante la segunda o tercera escucha. Tomo el Daydream Nation, recuerdo el gusto de las Lays con Salsa Valentina, la teenage angst tardía en un viaje que más que viaje era exilio. Tomo el Uno con uno y así sucesivamente, y recuerdo la encarnizada competencia entre Santiago y yo por ver quién era el que lo compraba antes, la retención en la aduana que retardó la llegada del disco, la cara de Santiago baboseándome mientras me lo mostraba en sus manos el retratos de Pedro Dalton comiendo cerebros, sin permitirme siquiera tocarlo. Tomo el vinilo de Love songs for patriots, recuerdo el sentimiento de saber que nunca lo iba a conseguir, y aquella mañana de sábado que lo encontré en las bateas de Ernesto, luego de un parcial fatídico. Y recuerdo incluso esos otros discos, de los que ni siquiera me gusta traer a mención, también comprados en las circunstancias más variables posibles. Ocho años atrás le mostraba los 3:47 minutos de un tema a un amigo, poniendo el tubo de teléfono contra uno de los parlantes, compartiendo aquel hallazgo como si hubiera encontrado petróleo tras un balazo en el suelo; hoy en día me encuentro con ese disco observándome desde el estante y le respondo su mirada con una cariñosa vergüenza.
Hace unos cuantos meses Brunomilan escribía sobre la historia de su primer compilado, derrotero por el que casi todos los nacidos en los ochenta pasamos alguna vez. El hecho de que el 90% de nuestros músicos favoritos de la adolescencia van a tener que pasar por sus juicios de Nuremberg a nuestros veinte-veinticinco años es un hecho casi científico, pero más allá de eso, tal como lo señalaba antes, uno no puede terminar odiando a aquellos discos, ya que los gustos de uno se sostienen por los sucios andamios de sus fanatismos pasados.
En aquel post, ya que todos andábamos sacando los trapitos al sol, se me ocurrió buscar entre los casetes algunos de mis compilados quinceañeros. En aquellos tiempos internet era visto como una cuestión exclusiva de pornocos, cazadores de ovnis y fanáticos del Command and Conquer, quedando la posibilidad de bajar material musical bastante fuera de cuestión. Más allá de que existiera el Napster, las descargas no solían pasar la velocidad de los 5k por segundo, y bajarse un tema de seis megas era una labor que exigía demasiada paciencia, por no decir ataraxia budista. Por esta misma razón, el método era las grabaciones hechas por amigos, generalmente disgregadas en ensaladas, con canciones que en algunos momentos se solapaban, entremezclándose con antiguas grabaciones, o simplemente desintegrándose. Me llama la atención la intensidad del miedo por el resurgimiento de la cultura del single, circunstancialmente impulsada por la internet y las frenéticas descargas en celular. Si hubo una época single-oriented, era aquellos años del casete, en que un amigo te grababa un tema amputado del resto del disco, a veces afanados directamente de la radio, sin siquiera saber el nombre del artista, o mucho menos el disco en cuestión. Recuerdo particularmente el caso de un compañero de inglés que para grabarse un tema unplugged de Kiss aproximó el micrófono de una grabadora al televisor, poniendo rec y capturando las tres cuartas partes de aquella canción que tanto le gustaba. Incluso, en una parte del solo de Ace Freeley se escuchaba el timbre y los ladridos de una perra Rottweiler que mi amigo solía pasear (o que lo paseaba a él, considerando las dimensiones de hobbit del flaco). A varios de mi grupo proto-melómano del instituto les gustaba ese tema, e hicieron algunas cuantas copias de aquella cinta. Calco sobre calco sobre calco. Me da risa imaginarme cuál debía ser el producto final de todo eso, posiblemente una granulosa pasta de ruido, con algunas versos y estribillos reconocibles emergiendo como apéndices dispersos. Pero sí, la verdadera cultura del single estaba inconscientemente en su apogeo en aquella época, donde todos consumíamos lo que podíamos, de la forma más irresponsable, inmediata y poco ortodoxa que estaba a nuestro alcance.
Ahora reviso y en ese rizoma de cintas y plástico encuentro algunos cuantos de estos compilados, uno con canciones predominantemente románticas para escuchar en la noche, otro con temas sueltos de Pearl Jam, otro titulado “Colección de canciones bizarras grabadas por el Oliver”, con algunos temas de Marilyn Manson y Chopper (sí, Chopperrr), entre muchos otros como el que les dejo abajo (y que incluye a ciertas bandas imperdonables, ya lo sé, but we we're young and innocent)
Entre muchas algunas que figuran en el reverso de aquel casete hay una en especial que me llama la atención: Live. Ahora que lo pienso, aquel era un gusto desconcertantemente original. Porque no era sencillamente que me gustara. No era que me hubiera colgado con Selling the drama, o algunos de esos escasos hits que mantuvieron en sus manos como majugas en calderín. No, era un verdadero fanático de la banda. Pongo el casete, escucho los temas y más allá de ciertos falsetes incómodos del pelado y una lírica con muchos lugares comunes onda Krishnamurti for dummies, reconozco que, quizás movido por cierta nostalgia, algunos cuantos temas suyos me siguen gustando. Sin embargo, lo verdaderamente extraño es que nunca conocí a nadie que le gustara la banda. En ocho años lo más cercano a un fan que conocí fue un compañero de facultad que sabía interpretar en la guitarra algunos temas de la Live, sin recordar dónde los aprendió.
El asunto intrigante de Live es que encontrar a alguien que se declare fanático de ellos es más extraño que ubicar a alguien cuya banda favorita sea Nurse with wound. Siendo la última perteneciente a un terreno sólo reservado para melómanos en terapia intensiva, Live juega a la gallinita ciega en ese terreno de transición entre lo maintream y lo indie, lo populachero y lo culto, sin ser lo suficientemente buenos para entrar en los anales indiscutibles del rock, ni lo suficientemente malos para generar alguna especie de culto bizarro. Incluso, no tiene un sonido particular que lo identifique con su época, pudiendo ser una banda de los noventa tanto como de los ochenta. No, Live queda en un Sarajevo, un lugar asintótico en el cual no hay ninguna arista que toque de lleno a ningún lado, siendo el resultado de esto quedar ninguneado por todos los subgéneros. Y eso, para el Agustín de quince años que le supo dedicar muchísimas noches de escucha, era algo muy bueno.
Uno de los mayores miedos para los melómanos incipientes era precisamente que aquella banda que tanto le gustaba se volviese popular. Ahora que lo pienso, no era tanto el hecho de que le gustara a mucha gente, sino a quién le gustaba. Que algo le gustara a una considerable cantidad de personas –salvo los axiomáticos Beatles, o los Rolling Stones- era algo sospechoso, y que aquel grueso de personas estuviese integrado por rugbiers o ex tarimeros, era la confirmación definitiva de que la banda había fracasado como candidata de formación identitaria. Pero mientras las cosas se mantuviesen controladas y nos sintiésemos especiales, no había nada de qué temer, y ciertamente encontrarte con alguien que fuera fanático de Radiohead, The Cure, o la banda que a uno le gustase formaba un lazo de hermandad automático.
Recuerdo la primer fan de Radiohead que conocí en mi vida. Dentro de mi generación eramos pocos los que conocíamos a Radiohead, y muchos menos los que lo seguían tan incondicionalmente como yo. A las mujeres, por su parte, no parecían gustarle nada específicamente, y de gustarle algo, solía ser una banda que le gustaban a sus novios, o alguna banda que tuviera en la radio una redundante y absurda incidencia comparable a la boda de Wanda Nara en los medios argentinos.
Sin embargo, antes de que las bananas warholianas se vieran estiradas por la tetas de quinceañeras ignorantes de nombres como los de Lou Reed o John Cale, me sucedió un hecho que posiblemente podría haber sido el comienzo del fin.
Cuando estaba en primero de facultad fui a sacarme unas foto-carné exigida para comienzos de clases. Luego de batallar desganadamente con una fotógrafa que quería ser Mapplethorpe, metí dentro de un sobre las cinco copias que más me habían gustado y me aproximé hacia la caja. Había una cola de unas cuatro personas, y no tardé en reparar en una rubia muy veraniega que estaba delante de mí. Tenía una hawaianas, una musculosa y una pollera blanca hasta los tobillos, de esas con algunos cuantos volados que están en la fina línea que separa al hippismo de lo cool y lo sucio. Tenía el pelo lacio, cayendo recto hacia los hombros tatuados blancamente por un bikini intransigente. Es así que en una de esas se hace una colita de caballo y en aquel sector del cuello que tanto le obsesionaba a Onetti, esa pequeña parcela de nuca donde el pelo no es cabello, le veo el símbolo de
EINSTÜRZENDE NEUBAUTEN!!!
Aquello era desconcertante. Todas las ideas que me había hecho de aquella mujer se me hicieron añicos. Traté de contenerme durante unos minutos, pero inevitablemente terminé cediendo a mi éxtasis de emoción, hormonas y snobismo. Me acerqué, y desde atrás le dije
-Qué grande Blixa Bargeld…
La tipa me dijo “¿QUE?” como si le hubiera dicho un piropo onda con ese culo te invito a cagar a mi casa en alemán.
La charla posterior fue muy diferente de las emocionante fusión de almas que me había imaginado, teniéndole que explicar en varios minutos que aquello que tenía en el cuello no era un dibujo tribal, y que su tatuador de Floripa debió haber sido un tipo con mucha onda.
El asunto intrigante de Live es que encontrar a alguien que se declare fanático de ellos es más extraño que ubicar a alguien cuya banda favorita sea Nurse with wound. Siendo la última perteneciente a un terreno sólo reservado para melómanos en terapia intensiva, Live juega a la gallinita ciega en ese terreno de transición entre lo maintream y lo indie, lo populachero y lo culto, sin ser lo suficientemente buenos para entrar en los anales indiscutibles del rock, ni lo suficientemente malos para generar alguna especie de culto bizarro. Incluso, no tiene un sonido particular que lo identifique con su época, pudiendo ser una banda de los noventa tanto como de los ochenta. No, Live queda en un Sarajevo, un lugar asintótico en el cual no hay ninguna arista que toque de lleno a ningún lado, siendo el resultado de esto quedar ninguneado por todos los subgéneros. Y eso, para el Agustín de quince años que le supo dedicar muchísimas noches de escucha, era algo muy bueno.
Uno de los mayores miedos para los melómanos incipientes era precisamente que aquella banda que tanto le gustaba se volviese popular. Ahora que lo pienso, no era tanto el hecho de que le gustara a mucha gente, sino a quién le gustaba. Que algo le gustara a una considerable cantidad de personas –salvo los axiomáticos Beatles, o los Rolling Stones- era algo sospechoso, y que aquel grueso de personas estuviese integrado por rugbiers o ex tarimeros, era la confirmación definitiva de que la banda había fracasado como candidata de formación identitaria. Pero mientras las cosas se mantuviesen controladas y nos sintiésemos especiales, no había nada de qué temer, y ciertamente encontrarte con alguien que fuera fanático de Radiohead, The Cure, o la banda que a uno le gustase formaba un lazo de hermandad automático.
Recuerdo la primer fan de Radiohead que conocí en mi vida. Dentro de mi generación eramos pocos los que conocíamos a Radiohead, y muchos menos los que lo seguían tan incondicionalmente como yo. A las mujeres, por su parte, no parecían gustarle nada específicamente, y de gustarle algo, solía ser una banda que le gustaban a sus novios, o alguna banda que tuviera en la radio una redundante y absurda incidencia comparable a la boda de Wanda Nara en los medios argentinos.
Me había tomado varios días dibujar una camiseta enteramente tapizada con letras, logos y e imaginería iconográfica de la banda. Incluso había logrado algunas caricaturas de Thom Yorke y Johnny Greenwod en cada una de las mangas que aún en el presente me siguen pareciendo convincentes. El lugar: La fiesta de la canción, un festival realizado anualmente en Los Maristas con bandas wannabes de los Guns’n Roses y La vela puerca. Era la tercer versión de Sweet Child o’ mine en la noche y algunos de mis amigos se fueron al fondo, mientras yo me quedaba escuchando al torpe imitador de Slash, movido por el ánimo morboso de ver cuántas veces la pifiaba. En aquella época era un cero redondo con las mujeres, y más allá de que había algunas cuantas tipas bastante lindas a mi alrededor, la tradición de fracasos parecía tan inexorable y naturalizada que me había desentendido del asunto del levante. Como dije, estaba sólo y viendo cómo la banda terminaba de tocar como pidiendo la hora, cuando sentí una uña tocar mi hombro. Giré hacia mi costado y entonces la vi. Era una tipa bastante pálida, con una bincha negra apartándole el pelo de la cara y lentes de armazón negro. Tenía un tapado acampanado, de esos sintéticos y acolchonados que solían verse en las indumentarias de los góticos, pero la chica no tenía el maquillaje distintivo, ni crucifijos, ni cualquier barroquismo del estilo. Me había quedado viendo cómo movía la boca, cayendo tarde a la noción de que me quería decir algo. Le pedí que hablara más fuerte. Se acercó a decirme algo en el oído. Me acuerdo de su cachete rozando el mío, y las palabras gritadas contra mi oreja. ¿Te gusta Radiohead? Le dije que sí, que si lo decía por mi camiseta, pero ella no me escuchó, por lo que esta vez yo tuve que acercarme a su oreja, cosa que me gustó aún más, porque mientras le hablaba podía olerle un casi imperceptible rastro de perfume. Le gustaba Radiohead, pero los discos de la línea más brit pop, como el The Bends. En aquellos tiempos yo andaba fascinado con el Kid A, pero hablé maravillas de los dos primeros discos, incluso del Pablo Honey, que en realidad no me convencía para nada. Además de Radiohead le gustaba Led Zeppelin, Los Beatles y algunos discos de música clásica que había en la casa de su viejo. Sus padres estaban separados, y aparentemente era una situación cargada de disputas y resentimiento. No tenía novio, o al menos nunca lo trajo a mención, y había cursado un solo año en el San Juan, liceo del que guardaba los peores de sus recuerdos. Yo trataba de seguirle la conversación, pero funcionaba con piloto automático, dándole la razón en cosas que ni siquiera llegaba a escuchar del todo, y tratando de retomar el tema de la banda. El hecho de que le gustara Radiohead y que hubiera reconocido algunos de los logos de mi camiseta eran un hecho sobrecogedoramente emocionante, y no tardé en darme cuenta de que me había colgado con aquella tipa. La conversación en sí duró el repertorio de una banda que naturalmente ni la noté en el escenario. Cuando terminó la última canción, ella se levantó diciéndome que se tenía que encontrar con sus amigas. Nos saludamos y vi cómo se iba con aquel tapado que le pasaba las rodillas, ideando formas para encontrármela algún día, en otro momento, en otro lugar. Fue ahí que me di cuenta que nunca nos pasamos los nombres. Me había quedado tan pendiente de sus gustos musicales que me había olvidado de su nombre. Pensé buscarla y preguntárselo, pero aquello iba a resultar pesado o incómodo. Recuerdo la vuelta a casa, un duelo de diez cuadras en el que ideábamos con mis amigos formas de volverla a encontrar. Me acosté sin poder dormir y escuchando el The Bends, imaginándomela a ella escuchando aquel disco en ese mismo momento. Fue en Fake Plastic Trees que se iluminó la habitación. Saqué los anuarios del liceo, revisando una por una las clases del 98’, 99’ y 2000’. Ante su anonimato, su búsqueda era complicada, y a primera vista no la había encontrado. Casi me estaba rindiendo cuanto la encontré como si fuera un Wally sin el buzo a rayas, perdido entre el torrente hormonal del 3ero C. Tenía el pelo largo y enmarañado, más castaño y diferente al corto, lacio y cubierto por una vincha que había visto en aquel concierto. Su ropa también era diferente, una gruesa polera verde, junto a unos jeans azules que contrastaban con el monocromo sintético de aquella noche. Fue ahí que supe su nombre y apellido. Incluso llegué a conseguir su teléfono, via una amigo de ella que me contó que andaba con problemas en la familia y dándole a la ketamina bastante seguido, pero entre mi inoperancia y las faltas de buenas coartadas para llamarla, terminé hasta olvidándome de su nombre.
Ahora escribo esto y trato de acordármelo, y ciertamente podría disiparme la duda con sólo consultar aquel anuario, pero entonces me doy cuenta de que la prefiero dejar así, como aquella chica Radiohead que conocí a mis dieciséis años.
Con el tiempo y ante la apertura de ciertos círculos uno va conociendo gente más afín a sus gustos. El grueso de mis amigos no liceales se caracteriza por una serie de intereses e inclinaciones afines, ya sea dentro de la música, el cine o la literatura. Al mismo tiempo, es prácticamente insoslayable el handicap que se le forma a alguna tipa que diga que tiene posters de Axel en su cuarto, o algún compañero de facultad que afirme que su escritor favorito es, pongámosle, Jorge Bucay...
Sin embargo, uno se va dando cuenta de que los gustos afines con las personas, y más que nada con las del sexo opuesto, si bien suelen ser algunas extra balls para la relación, es algo bastante engañoso en términos sexuales o amorosos.
Con el tiempo y ante la apertura de ciertos círculos uno va conociendo gente más afín a sus gustos. El grueso de mis amigos no liceales se caracteriza por una serie de intereses e inclinaciones afines, ya sea dentro de la música, el cine o la literatura. Al mismo tiempo, es prácticamente insoslayable el handicap que se le forma a alguna tipa que diga que tiene posters de Axel en su cuarto, o algún compañero de facultad que afirme que su escritor favorito es, pongámosle, Jorge Bucay...
Sin embargo, uno se va dando cuenta de que los gustos afines con las personas, y más que nada con las del sexo opuesto, si bien suelen ser algunas extra balls para la relación, es algo bastante engañoso en términos sexuales o amorosos.
En mi momento más enfermizamente cortazariano comencé a salir con una fanática de Rayuela. Era primero de facultad, ninguno conocíamos a nadie y nos hicimos automáticamente amigos (precisamente nos conocimos porque llevaba un ejemplar de la novela bajo el brazo a todo lado que fuese). El libro era verdaderamente un nexo, el tablón que cruzaba el vacío conectando los dos apartamentos, la piedrita que nos hacía avanzar de casillas. Después empezamos a salir. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que ella estaba colgada conmigo, pero yo estaba colgado con la imagen que ella tenía de mí. Fue recién después de cortar con ella que me di cuenta de que nos habíamos enfrascado tanto en el libro y sus personajes que en la relación hacíamos como una interpretación de Oliveira y La Maga con resultados poco auspiciosos. Tuve que darme unas cuantas veces la cabeza contra la pared para darme cuenta de que por más romántico que parezca andar sin buscarse pero sabiendo que se anda para encontrarse, Oliveira no es un tipo muy crá que digamos, y salvo alguna persona muy optimista, todos sabemos lo que pasa con él en el capítulo 56.
Unos efectos extraños que no estaban en las contraindicaciones de la cultura es toda esa movida indie o cool que se autosuntenta hoy en día, pero a base de limar sus aristas, ser simplificada a meras formas, gestos y poses. El concepto se diluye en el logo, la música en mito –o el chisme-, y la autorreferencialidad indie se convierte en un mero guiño-cuando no un tic- de un producto o subproducto que intenta rellenar cual grano incipiente un nuevo jueco en la epidermiz del mercado(y si no, vean la indie-über-cute Juno). En fin, la vieja historia de un impulso empaquetado y vendido en serie... nada de qué aterrarse.Sin embargo, antes de que las bananas warholianas se vieran estiradas por la tetas de quinceañeras ignorantes de nombres como los de Lou Reed o John Cale, me sucedió un hecho que posiblemente podría haber sido el comienzo del fin.
Cuando estaba en primero de facultad fui a sacarme unas foto-carné exigida para comienzos de clases. Luego de batallar desganadamente con una fotógrafa que quería ser Mapplethorpe, metí dentro de un sobre las cinco copias que más me habían gustado y me aproximé hacia la caja. Había una cola de unas cuatro personas, y no tardé en reparar en una rubia muy veraniega que estaba delante de mí. Tenía una hawaianas, una musculosa y una pollera blanca hasta los tobillos, de esas con algunos cuantos volados que están en la fina línea que separa al hippismo de lo cool y lo sucio. Tenía el pelo lacio, cayendo recto hacia los hombros tatuados blancamente por un bikini intransigente. Es así que en una de esas se hace una colita de caballo y en aquel sector del cuello que tanto le obsesionaba a Onetti, esa pequeña parcela de nuca donde el pelo no es cabello, le veo el símbolo de
EINSTÜRZENDE NEUBAUTEN!!!
Aquello era desconcertante. Todas las ideas que me había hecho de aquella mujer se me hicieron añicos. Traté de contenerme durante unos minutos, pero inevitablemente terminé cediendo a mi éxtasis de emoción, hormonas y snobismo. Me acerqué, y desde atrás le dije
-Qué grande Blixa Bargeld…
La tipa me dijo “¿QUE?” como si le hubiera dicho un piropo onda con ese culo te invito a cagar a mi casa en alemán.
La charla posterior fue muy diferente de las emocionante fusión de almas que me había imaginado, teniéndole que explicar en varios minutos que aquello que tenía en el cuello no era un dibujo tribal, y que su tatuador de Floripa debió haber sido un tipo con mucha onda.
Epílogo:
Había alquilado La cáscara, dudando considerablemente de que fuera buena ante la cara de gil de ese tipo que aparece en la portada del DVD. En todo caso, la había alquilado un poco para ponerme al día de cómo es la actualidad cinematográfica uruguaya, y otro poco para encausar de una manera civilizada mis instintos más sádicos. Estrenábamos aparato de DVD y nos acercamos la estufa para resguardarnos del frío. María había trabajado diez horas, y la posibilidad de que resultara una baja en el transcurso del film era más que posible. Sin muchos preámbulos pusimos play.
La música se escucha bastante baja, y en unas oficinas en donde predominan los colores pálidos. Se ve a Pedro preparándose para una importante entrevista de trabajo. Luego aparecía Camarotta, que al parecer era el compañero de trabajo del protagonista. La historia hubiera seguido su transcurso normal, a no ser por un detalle: no se escuchaban los diálogos. No, ni una palabra. Cada tanto se escuchaba la música, algún automóvil que pasaba, la voz en off del protagonista, pero todo lo que sucedía entre los personajes era presenciado como ver a una pareja discutiendo en el apartamento del frente, sin tener idea de qué específicamente se está hablando. Fue más o menos a los cinco minutos que María llamó la atención sobre lo raro que era que por más que se vieran los labios moviéndose, no se registrara diálogo alguno. Sacando algo de academicismo del baúl, le contesté a María que en realidad era un interesante movimiento, el de proponer diálogos mudos y abiertos, en los que el espectador rellene las guestalts a su parecer, consolidándose así tantas versiones del film como espectadores. Cada uno podría crear mentalmente su historia de diálogos, y así aquello terminaría como un metaguión coescrito por los miles (¿?) de espectadores que verían el film en el cine o en la casa. María aguantó unos minutos más de charlas mudas, y al final terminó preguntándome si estaba seguro de si no había ningún problema con los cables, o el televisor. Con demarcada autosuficiencia le contesté que en todo caso, fueron las ideas del director, y que algo de interesante tenía todo aquello. Maria resopló y se terminó durmiendo a los pocos minutos. Yo estaba concentrado en ir esculpiendo las ficciones que se creaban entre aquellos espacios vacíos y mudos. Sin embargo, a eso de los veinte minutos comencé a percatarme de que me sentía incómodo. Entendía la intransigencia vanguardística del director, pero a partir de cierto momentos, la labor de relleno comenzó a resultar desgastante. Fue ahí que se me ocurrió salir de esa escena e ir a la sección de menú, donde se podía elegir el formato de audio. Ahí me di cuenta de que la película había estado todo el tiempo en formato 5.1, cuando el aparato nuevo de DVD sólo podía registrar los 2.0. Realicé este pequeño ajuste, y entonces escuché por primer vez en la película la voz de Gonzalo Cammarota. Literalmente sonrojado, reboviné y comencé a ver la película desde cero, descubriendo los verdaderos diálogos que mis guestalts y snobismo intentaron tapar.
La película resultó ser no muy buena, pero tampoco tan mala como me la prefiguraba. María se despertó justo cuando estaban los créditos. Me pregunta qué había sido de la película y decido no contarle sobre el pequeño gag tecnológico, diciéndole que a eso de los cuarenta minutos recién aparecen los diálogos. María dice “que embole”, y antes de que yo pueda inventar una defensa o divagante excusa cinematográdica, vuelve a cerrar los ojos, diciéndome entredormida algunas palabras pastosas que no puedo decodificar. Es ahí que viéndola dormida, hecha un ovillo sobre el sillón, me doy cuenta de que cosas como estas me recuerdan por qué estoy ennoviado con ella.
51 comments:
Yo, lo primero que hable con Macarena, mi enamorada, fue sobre grupos que nos gustaban a los dos.
En una provincia perdida en el norte del Perú (y como aprendí de lo que me pasó en Turín), la afinidad musical si es sinónimo de algo más.
PD: PRIMERO, jojo
Una particularidad mía es que tengo una capacidad para recordar situaciones que podría competir con la de Funes el memorioso -aunque me olvido de cosas más puntuales, como nombres, números, quehaceres, cumpleaños, etc-, lo que me lleva a acordarme de casi todas las primeras conversaciones y/o eventualidades que rodearon el primer encuentro con una persona determinada (me acuerdo hasta las primeras charlas que tuve con amigos que conocí en tercero de escuela).
En el caso de María, mi primera charla fue sobre un parcial que dimos, y que derivó en lo que esperábamos de facultad, un buzo que estaba usando, andar en bicicleta y nuestra diferencia de edad (con 18 años le parecía un niño, ya que ella tenía 25, por aquel entonces).
La primera charla de música fue precisamente con respecto a los Ramones, en una tarde soleada en que mis ojos estaban infectados por las pelusas de los plátanos.
Posiblemente tengas razón con respecto a lo de la provincia perdida. Naturalmente, los rasgos de pertenencia se acentúan en aquellos temas que resultan menos populares dentro de cierta zona.
Sin ir muy lejos, el otro día ocurrió la situación realmente impensable de encontrarme en un toque con un tipo que llevaba la misma camiseta que yo. Hasta acá, nada para resaltar, pero el hecho era que la camiseta que teníamos puesta era esta, y el tipo era un bonaerense que había venido a Montevideo exclusivamente ese día para ver a El mató a un policía motorizado.
Son de esas casualidades que dan miedo.
Naturalmente, fue razón suficiente para que nos quedáramos hablando el resto de la noche
Agustín: Mirá que fenómeno, che: hace un toco de meses que tengo una foto que le saqué a un cassette para hacer una entrada referente al mismo. Capaz que esta casualidad me impulsa a decidirme a escribir y publicar eso de una puta vez.
Llamativo lo de la camiseta, realmente. Seré curioso, dice "suicide" y nada más, ¿no? Digo, porque al principio me pareció ver que ese garabato rojo decía "girls" (¿no hay una banda que se llama "Suicide Girls"?), pero después me pareció que no, que era un garabato sin sentido, y ahora no estoy seguro.
Otra cosa notable es esa diferencia de edad entre tu novia y vos (no me me refiero tanto a la diferencia en sí, sino a que ella sea la mayor). Si los cálculos no me fallan, te lleva siete años y vos ahora tenés veintitrés, ¿no?
Con respecto a lo de las fotografías de los cassettes, el otro día andaba por lo de Gustavo Antuña (uno de los guitarristas de Buenos Muchachos) y en esas veo una increíble colección de cassettes grabados. Entre ellos se podían encontrar bandas como Guided by voices, Birthday party y Mercury Rev, pero lo que más llamaba la atención no eran los grupos en sí, sino las portadas improvisadas y selfmade, hechas no sólo por el, sino por algunos de sus amigos que se la grababan. Todo eso me dio la idea de realizar una muestra fotográfica sobre la cultura del cassette. Probablemente El fino, que está incursionando en el mundo de la fotografía, me pueda dar una mano.
Con respecto a la camiseta, la misma es la portada del disco homónimo de Suicide, uno de mis álbumes favoritos de todos los tiempos.
Las Suicide girls que conozco son como una red internacional de pin up girls que se caracterizan por compartir algunas cadenas de carbono con la estética punk o gótica, con tatuajes, piercings y cosas por el estilo.
Acá la página de ellas.
En referencia a María, ella ahora tiene 29 y yo 22. Al principio a mucha gente le parecía extraño(sobre todo a mis viejos), pero con el tiempo la mayoría de la gente ya ni se percata de ello.
Obviamente, igual la diferencia de edades tiene innegables particularidades
Brillante post.
La foto de Paris dice mucho, algo perturbador diría yo...y la historia del tatuaje también.
Curiosos algunos temas del compilado. De los que escuché el mejor sin duda ´"The National Anthem", qué GRAN canción. Ese bajo y esos vientos...
A mí me pasa que mucha de la música que escuchaba hasta hace unos años, hoy me parece francamente horrible.
Saludos.
PD: En mi liceo conocí hace poco una aspirante a Suicide Girl. Qué personaje...
Yo soy uno de esos de los que juzgan segun los gustos -ojo no lo digo con orgullo, lo pienso un poquito y me doy cuenta de lo boludo que soy-, por ej cada vez que veo una mina con una remera o mochila de alguna banda votimibamente adolescente y hago algun comentario al respecto un amigo siempre pero siempre me reprende no por mi snobismo sino por mi boludez. Pero estoy convencido de que para tener una relacion duradera y saludable con alguien no digo que tiene que coleccionar discos de la lista de NWW pero por lo menos tiene que aceptar que existe otro mundo, otra estetica del arte que no sale por la radio y que es igualmente de valida y rica.
Off topic: che me engañaste, yo que pensaba que Kenzaburō Ōe era un escritor/filosofo oriental del año del pedo que habias heredado de varias generaciones anteriores de Acevedos o que lo habias comprado en un canje de libros casi por azar. El otro dia fui a comprarme un libro de Puig, y pispeando un poco de los libros de Anagrama veo esto no me dijiste que el ponja era premio novel y que estaba editado por la editorial mas cool e indie de todas, shame on you
mg:
La foto de Paris Hilton dice tanto que, de hecho, fue lo que me impulsó a escribir este post. Dentro de poco vamos a encontrar una foto de Belén Francese con una camiseta de Jandek.
brunomilan:
Entiendo lo que decís. A mi lo que me sucede es, precisamente, que las personas no tienen que adherir a determinado tipo de música, sino más bien, tener cierta flexibilidad para adaptarse, al menos de forma parcial, a los gustos míos.
Con respecto al asunto Oé: eso tienen los ponjas, uno le adjudica a priori cierto milenarismo aún así sea un participante de un American Idol asiático.
Ah, esos festivales en Los Maristas... aunque sólo fui un año a ese liceo, fui a dos o tres de esos festivales. Antes de uno de ellos me fumé uno de los primeros porros de mi vida y entré -totalmente colocado- y me senté en la segunda fila. Empezó a tocar una banda heavy que se llamaba Gato Negro o algo así, y la primera canción se llamaba "Fuera Satanás" y decía "FUERA SA-TA-NÁS...FUERA!!!". Nos vino, a mí y a mi amigo el Chino -que estaba al lado mío- uno de los mayores ataques de risa canábica que tuve en mi vida, hasta el punto de que tuvimos que irnos y que alguno de los integrantes de Gato Negro, que vio nuestro ataque desde el escenario, andaba después malísimo y con ganas de trompearnos.
Me pasó la misma anécdota con el tatuaje de Einstürzende, sólo que no con la misma chica. Hace un tiempo conversaba sobre tatuajes con una compañera de labura -la persona más agradable con la que trabajé en mi vida y una de esas minas tan luminosas que no podés siquiera imaginartela escuchando Einstürzende- y me muestra un tatuaje que tiene en la panza. Y es el macaco de Einstürzende, y le digo, "no puedo creer que seas fan de Einstürzende Neubauten", y ella me dice "¿lo qué?", y la historia era exactamente igual: en Floripa se tatuó con un macaco algo tribal que le pareció atractivo, y no tenía ni idea de qué era Einstürzende Neubauten (aunque creo que después de que hablamos anduvo buscando a ver de qué se trataba). En realidad y siendo justos, ella, que es antropóloga, podría haberme contestado perfectamente: "no, que Entruciende ni ocho cuartos: esto s un grabado tolteca que se encontró en una cueva, no tiene nada que ver con ningún alemán esnob". Y sería verdad (pero la turca tampoco sabía que era un grabado tolteca).
No me había fijado en el detalle del disco que tiene Paris. Dios.
benito:
Para mi que es el mismo tatuador, algún alemán de Gramado que se llevó a Floripa toneladas de discos de su país.
En mis años de adolescencia fui algo así como manager/cuarto integrante de un trío llamado Crosstea -ya disuelto, y que por momentos realmente extraño. En aquella época los festivales de liceo eran vistos con una expectativa como si fueran Loolapaloozas, y yo era uno de los que no hacía sociales y se quedaba a ver todas las bandas. Ahora que lo pienso, en los toques de los maristas nunca vi nada que realmente valiera la pena, me acuerdo que había como un estigma dejado por la vela puerca -algunos de los miembros de la banda fueron a ese liceo- y gran parte de la gente/jurado buscaba los nuevos Vela Puerca como si se tratase de la próxima reencarnación de Buda. Más allá de eso, muchas bandas con intentos de funky onda RHCP-no me sorprendería que la cagada de Snake haya empezado por esos derroteros- y, como dije en el post, muchos, MUCHOS covers de Sweet child o' mine.
También estaban los famosos fogones del San Juan, pero mi colegio tampoco era el Dusseldorf uruguayo, ni nada que se le pareciese.
El único toque que me sorprendió en cuanto a originalidad y riesgos fue uno celebrado en el Miranda, donde vi, entre muestras de virtuosismo bastante impresionantes (era mí época de fijación fálica por los solos de guitarra), unas bandas bastante interesantes pero de muy corta vida, como una con un tipo que cantaba tapándo el micrófono con la mano(a lo Yow) y que le habían encajado un flanger a un violoncello(!).
Siempre recordaré al Miranda como un liceo de músicos versátiles y buenos futbolistas.
Me asustaste con esa foto así de golpe, es casi NSFW.
A primera entrada, parecería ridículo darle tanta importancia a los gustos de otras personas, tomando en cuenta lo contingentes que pueden ser y las cuestiones de clase social y nivel educativo que están implícitas. Pero aún así, a veces importan tanto, ni que decir en la adolescencia.
En la parte "cultural" son más que preferencias inocentes, a veces son casi una forma de plantarse en el mundo, de ir creando una "sensibilidad" personal.
La mayoría de gente que conozco y con la que trabajo , no comparte casi ninguna preferencia conmigo y si bien no impide relaciones de cordialidad, hay una barrera, que incluso limita hasta las intervenciones humorísticas. De ahí la insipidez de la mayoría de las conversaciones que uno tiene.
Sin duda hay una distensión que uno se permite cuando hay ciertos códigos compartidos, nombres que se pueden soltar sin atraer miradas extrañadas, pero a veces es mucho pedir, yo me conformo con que la gente no sea absolutamente estúpida e irreflexiva sobre sus preferencias, sean cual sean, ya es algo.
el easy tatoo es muy riesgoso, una vez una mina haciendo referencia a su tatuaje me dijo: "es un trívial", pronunciado con acento en la primer i, "sin dudas" respondí.
disfruté mucho del post.
cotox:
Yo conozco el caso de varias personas cuyos gustos no comparto, pero que por su digna forma de aferrarse a los mismos, elaborando una cierta cosmovisión(por así decirlo) a partir de ellos, los respeto tremendamente.
Al fin de cuentas, the issue es no qué le gusta a uno, sino cómo le gusta.
Porque, recordando mis períodos de buitraje, siempre fue preferible una cumbiera de ley a una mina que le guste de todo
carrara:
Con respecto a los easy tatoos, Ezequiel hace un tiempo me mando este divertidísimo comic strip
"Trout Mask Replica" en manos de Paris Hilton.... Plop!!!.
...
Plop 2!!!,... no se porque razón, pues no tenia ningún conocido directo de los Maristas hace mucho tiempo terminé en el Festival Marista de la Canción; escuchar a Gato Negro, la verdad es que salvó la noche, fué realmente descojonante. Solo me acuerdo de ese maravilloso estribo de "fuera satanás!!!" con una melodia vocal que era igual al riff de guitarra, lo que lo hacía más patético todavía.
Me quedó la duda en su momento si el tema era una especie de "protesta" contra el clero del colegio, o si por el contrario se estaban posicionando del lado del bien y el tema animaba a luchar contra el "maligno", aunque seguramente fuera porque las alegorias satánicas estaban de moda en el heavy de los 80's.
...
En cuanto al tema del tatuaje, yo cada vez estoy mas convencido de que los simbolos son un producto más. Despues de haber visto niños de tres años jugando en el parque con camisetas con portadas de discos de la velvet o parodiando el "nevermind the bollocks", bastaron tres palabras con sus padres para comprobar que no tenian ni puta idea de que eran los dibujos que traian sus hijos.
La gente quiere saber cual es ese disco que hiciste escuchar a un amigo con total fanatismo y hoy te da verguenzita, es Bersuit? Green Day? Millie Vanilli (o como se escriba? Van der graff generator?
oldboy:
De las camisetas Nevermind the bollocks sé bastantes casos. De hecho, en la sección de niños de Zara, no sólo está esta, sino una que dice "London Calling", y otra con la letra de Adore de los Smashing Pumpkings (wtf?)
Me vinieron ganas de ver qué onda Gato Negro, hace un poco me compre unas cuantas fanzines anarkopunks y metaleras de fines de los ochenta- principios de los noventa, me voy a fijar si aparecen los tipos (de paso, tengo otra fanzine, muy graciosa, del año 99, creo, en que Fermín, de HPLE dice "si de algo estoy seguro es que nunca más voy a comer carne")
En realidad, en mi período liceal conocí un montón de bandas pedorras, pero no al nivel de ser bizarras (lo que predominaba era más que nada la mediocridad). Recién a los 18-22 uno pudo conocer bandas verdaderamente horripilantes
brunomilan:
En realidad la escena perfectamente se podría aplicar a una cantidad considerable de discos que tengo (y que solía promulgarlos como el más fanático de los evangelistas), pero el caso concreto de aquel recuerdo es el disco homónimo de Buckcherry, y específicamente esta canción.
La anécdota del 5.1 me hace acordar a cuando me compré por primera vez un disco (de vinilo, estamos hablando) de los Dead Kennedys; hasta aquel entonces lo único que yo había escuchado de hardcore era el Damaged de Black Flag, y me compro este disco y digo "suena raro, pero suena parecido a Black Flag". Y lo estuve escuchando un par de semanas hasta que me di cuenta de que en la etiqueta del medio decía 45 RPM. Era el EP In God We Trut Inc., que es, lógicamente, un EP, pero como es el mayor experimento de los DK en velocidad (es el único disco de hardcore género de ellos) tiene un montón de temas y, pasado a 33 RPM sonaba esencialemente a la velocidad de Black Flag (además la voz sonaba mucho más gruesa, obviamente). Cuando lo escuché a 45 RPM me asusté.
Con respecto al tema de las remeras... eso es algo perdido por la globalización y la hiperinformación, pero muchas veces hablé con un amigo con respecto a que cuando yo era adolescente, a fines de los 80, vos te cruzabas con alguien por la calle que tenía una remera de Sex Pistols -o de Joy Division o de Black Flag- y lo parabas, y te quedabas conversando con él/ella y, casi inevitablemente, terminabas siendo amigo. Porque una remera así implicaba una búsqueda y una dedicación, como ser parte de una logia, e incluso una artesanía, ya que el 90% de las remeras de bandas así habían sido cuidadosamente pintadas por sus usuarios. Eso es algo totalmente perdido hoy en día, cuando te podés cruzar con alguien con una remera de Captain Beefheart y que resulte que es un admirador de Paris Hilton.
ay!! tantas cosas me dan ganas de decir leyendo este post!!
por lo pronto solo cuento esto: llevaba una semana de intercambio en Porto Alegre, y todavía no hablaba ni una palabra de portugués. Después de la primera clase de Historia de América Período Independiente, de la que no había entendido nada, me acerco al profesor con ánimos de preguntarle (en español) dónde se compraban las fotocopias, con la certeza de que leer otro idioma es siempre más fácil que escuchar.
De tanto observar las palabras escritas en el pizarrón y las limpias cortinas del aula, no había reparado en ninguno de mis compañeros. Uno de ellos se acercó también al escritorio del profesor para preguntarle algo, pero este parecía ocupado con otros alumnos. Fue entonces que lo miré. No a su cara, sino a su remera amarilla: "Teenage Caveman". Mi cara debe haber cambiado notoriamente, porque lo siguiente que supe fue que me decía en portugués algo parecido a "te gusta beat happening". "Si!, si!, claro!" contesté en español. Intercambiamos msn, chateamos (en inglés, a la semana siguiente me llevó un compilado archi indie (mi vida, era un par de años menor) y a las dos semanas eramos algo así como novios. Nunca pudimos mantener una conversación larga y en persona. Nos pasábamos libros en medio de las clases, nos sentábamos en los bancos a besarnos con un auricular cada uno escuchando alguna banda, nos metíamos en un cine a ver Scanner Darkly, o en una especie de boliche llamado Cavaret Voltaire donde pasaban buena música a un volumen tan alto que no se podía hablar. No nos conocíamos. No sabíamos a qué se dedicaban los padres del otro. Estábamos unidos por nuestros gustos, era claro, y en ese sentido nos entendíamos muy bien, pero no había ni habría absolutamente nada más.
Esa breve relación que tuvimos me llevó a darme cuenta de que también me pasó algo parecido con personas que hablaban el mismo idioma, pero la dificultad comunicativa obvia que había entre nosotros exacerbaba todo eso.
Ahora chateamos más o menos una vez por semana, todavía en inglés. Me cuenta de sus chicas y de sus buenas notas, yo le cuento de mis chicos, mi tesis y mi trabajo. Cada tanto me pregunta por un libro o le pregunto por un disco, pero ya casi nunca lo hacemos. Pareciera que las personas pasaran por un período de prueba, una suerte de examen de ingreso. Cuando lo pasaron, ya se puede hablar de cursilerías como el amor, o, qué se yo, de cual es tu comida favorita.
benito:
La teconología nos tiene preparadas unas cuantas trampas, de por sí muy graciosas.
Tengo varios ejemplos de bandas que creía que eran low fi, pero que en realidad la baja fidelidad se debía a la calidad de la copia en que me habían pasado el disco, y en referiencia a cine hay unas cuantas más. Una de las anécdotas de jugarretas teconológicas que siempre menciono es la primera vez que vi "Las colinas tienen ojos". Me había quedado maravillado con el blanco y negro, el juego de sombras y la superficie granulosa de la fotografía, pero terminó resultando que la película era en color, y lo que generaba tal monocromismo, contraste y textura era el mal estado de mi videocassetera vieja.
Con respecto a la camiseta,creo que con las remeras pasa algo similar a lo que decía sobre la pornografía en el post anterior: ante tanta oferta, tanta circulación y tanta especialización, la música y todo lo que conlleva -por ejemplo, las remeras- pierden mucho de su, por así decirlo, potencial fetichista.
Igual, aún así, los gustos más particulares de todos (esto solo en referencia a criterios de probabilidad) siguen generando lazos instantáneos, como por ejemplo el caso de Suicide que cité más arriba, o una vez que vi a un tipo con una remera de The Pop Group y no pude evitar quedarme hablando con él.
Ah, de paso, conozco a una tipa que hace a mano las mejores remeras a encargo. Ya dejé el ejemplo de mi camiseta de suicide. El que quiera, me avisa y le dejo el tel.
theremin:
Creo que también lo que sucede es que cuando uno entra a un lugar desconocido (dígase liceo, ciudad, o lo que sea), la mezcla de excitación, expectativa, miedo y soledad hace que en general uno llegue con ganas de enamorarse. En tales momentos, una banda en común puede ser suficiente para que alguien le mueva el piso a uno.
Me tengo que hacer una remera con el T-Rex de Dinosaur Comics yaa
eh ,muchachos y muchachas, la foto de Paris es un photoshop, ¿verdad que todos sabíamos? digo, es medio obvio, uno la ve a primera vista, le da risa, pero después dice noooo, y una busqueda en google lo resuleve todo
QUE BUEN POST AGUSTÍN!!
Super intresante.
La verdad que me aclaraste algo que siempre me venía preguntando y nunca me lo había puesto a pensar, eso de que me da un poco de miedo que la música que escucho se ponga de moda: "Ahora que lo pienso, no era tanto el hecho de que le gustara a mucha gente, sino a quién le gustaba."
Benito: puede ser que vos escribiste un artículo que hablaba (entre otras cosas) de eso y que ese artículo fue "publicado" en un fanzine de un solo número hace como cuatro años en algún lugar llamado Tucumán??? sos ese benito??? Dios mio ya que hablamos de snobismo... este mundo en particular parece ser cada vez más chico...
Sí, el mismo que escribió eso.
No, Agustín. El texto es de un recorte de "La República" que salió hace algunos años (creo que por 2005)en "La República".
Voy a investigar sobre ese libro que decis.
Saludos!!
Siete años de diferencia. A la mierda. Mi novia es tres años mayor que yo y a veces lo noto pila. No me quiero imaginar lo que te debe pasar a vos. Sin ir mas lejos el viernes fui a un cumpleaños de una amiga de ella, y todos los treintones se quejaban de que la noche en algunos lugares arranca recién a las 3 y me venían con argumentos de "Esperá un par de años y te vas a sentir así, pendejo de 27". Viejos de mierda con panzas de concubinato...
Siete años. Que lo parió.
Te acordás de la del biquini de leopardo? Esa justo me llevaba siete años.
Que la parió.
Juro que tengo un amigo fanático de Live. Tal como sucede con la mayoría de las personas que me preguntan qué música escucho, éste no conocía ni a media banda que le nombré. Pero bastó con escuchar un poco para decirme "Ah, sí, te gusta lo mismo que a mí" y mandarme un par de temas de Live por email. No, no le gustaba lo mismo que a mí. Pero estaba tan contento que nunca tuve el coraje de decírselo (al menos nunca emití comentario más allá de 'que gustitos ochentosos que tenés').
"Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que ella estaba colgada conmigo, pero yo estaba colgado con la imagen que ella tenía de mí."
Dios mío, toda mi vida amorosa resumida en una frase.
En cuanto a lo de la mina con el tatuaje... no veo nada de malo con poder percibir algo como 'lindo' estéticamente, por más que plasmarlo en tu piel sea un poco extremo. Creo que la diferencia radica entre lo que sucede después: si te interesás por la 'historia detrás' de lo que te pareció lindo o si preferís quedarte con sólo eso aún cuando alguien te comenta que eso 'lindo' tiene una historia detrás.
Y las diferencias de edad: salí por tres años con un chico cuatro años menor que yo. Ahora que lo pienso, la gran cosa que teníamos en común era justamente la música. El hecho es que nunca noté la diferencia de edad hasta el día en que dejé. Digamos que cuando una no quiere ver... no quiere ver.
Matías:
El libro de Thurston Moore que traía a mención es este. Pinta bueno. Junto un poco más de plata y me desvalijo Amazon.
ama-gi:
Es cierto lo de las fiestas, el ver a los amig@s de tu novia es donde uno lo nota más. A todas las amigas -y las amigas de las amigas de mi novia- en aquellas fiestas las encontraba jodidamente veteranas. Tenían veintiocho años, pero tenían patas de gallo, hablaban de sus novios como si fueran sus esposos, y hablaban de sus ex como si se hubieran divorciado o enviudado (y de lo único que podían hablar era del trabajo, de quién había conseguido determinado puesto en el ministerio, etc.).
Pero mi novia no, parecía una quinceañera al lado de ellas.
Claro, aquel grupo de mujeres eran todas de facultad de Derecho, un lugar donde las mujeres envejecen muchísimo más rápido que en facultad de Psicología o Ciencias de la Comunicación.
d.i.t:
la situación de la persona que te recomienda con toda su emoción una banda que no te gusta para nada es solo superada en incomodidad por la persona que te pide para que vayas a ver su banda y no sabés cómo decirle que es pésima.
Pero lo peor, y esto si, lo PEOR, es cuando alguna persona te recita un poema suyo y te resulta horripilantemente malo. En los boliches uno puede colarse entre la gente y escapar -o eborracharse-, pero en aquellas circunstancias, no hay nadie que te salve.
Con respecto a lo del karma de encontrarle el verdadero significado al tatuaje, me hace acordar un poco a esta strip de Liniers.
Bueno, para mí, que les llevo entre diez y quince años a casi todos ustedes, una chica de 21 años es tan joven como una de 28. Pero les diría que están en una situación privilegiada: en mi humilde opinión no hay mejor edad en la mujer que entre los 26 y los 28. Es una edad en la que las minas son sumamente prácticas y experimentadas (más que los tipos, como de costumbre), que ya dejaron de lado muchos prejuicios y bobadas, pero que a la vez aún no están aterrorizadas por el reloj biológico o la inseguridad económica. En la que además tienen completamente calado el look que les queda mejor y que no son susceptibles a modas ridículas. En la que saben que no existen los absolutos en una pareja.
Pero sobre todo -y en esto discuto con el universo- para mí en esa edad las minas llegan al cenit de su belleza física. La sociedad pedófila y obsesionada con la juventud de hoy en día ha hecho del paradigma de la belleza femenina la edad que va entre los 15 y los 22, y es habitual el referirse a mujeres de 28-29 como "veteranas" (digo, en medios y conversaciones adultas, es lógico que para un adolescente una mujer de esa edad sea una veterana), lo cual es una atrocidad.
Pero sobre todo, en mi humilde opinión, no sólo es el cenit de las mujeres en términos de mentalidad y experiencia, sino en términos físicos; el cuerpo de las mujeres hasta los 25 aproximadamente conserva -con un mínimo cuidado- los rasgos de la adolescencia, y, por más que en términos de solidez sean apreciables, para mí los cuerpos femeninos adolescentes tienen algo de andrógino (como también los hombres), algo que no me resulta particularmente atractivo. A los 26 el cuerpo de la mujer tiene sus líneas más marcadas, más definidas en sus rasgos más femeninos -es más imperfecto en términos de photoshop, pero eso no existe en la proximidad física, como cualquiera que haya tenido contacto con algo más que su propia mano sabe perfectamente-. Los modelos de mujer propuestos hoy en día son mutantes: adolescentes con cara de lolita y tetas de treintañera, mujeres que no existen. Yo estoy convencido de que a los formadores de opinión ya no les gustan las mujeres.
(la mejor de las novias que tuve me llevaba dos años también, lo cual es una eternidad en muchos aspectos y de lo más educativo para un hombre joven. A la última de las novias que tuve, yo le llevaba catorce años, lo cual es en realidad aterrador y está muy lejos de ser el sueño que los viejos verdes precoces creen, alimentados por mala publicidad y miedo a la muerte).
benito:
En materia de físico puede ser que tengas razón, pero a nivel de cabeza la cosa cambia mucho de acuerdo a algunos cuantos aspectos.
Aún con el riesgo de caer en un reduccionismo medio divagante, si aislo la variable del trabajo/estudio de la persona, noto, como dije unos comments atrás, que las mujeres de 28 que son abogadas/escribanas/procuradoras, tienen una tendencia a formalizar todo tan rápido, que ya a los 28 andan preocupándose por cuestiones de reloj biológico y soltería como si fueran una mujer al filo de la menopausia. Incluso, en el San Juan, con una camada bastante considerable de mujeres que andan por aquellos derroteros laborales, notaba ya a mis 19 o 20 años que el nivel de formalidad que aspiraban llegaba a niveles bastante jodidos, llegando algunas a decir cómo y cuándo -con meses incluidos- se iban a casar e irse a vivir con su novio
(nota: sí, tampoco formalidad y vejez son términos equivalentes).
Es una cuestión bien de clase media, media-alta, la mina que se caga algunos cuantos años de su vida con algun pibe -generalmente algunos años mayor, de buena posición económica y que se lleva bien con sus viejos- con quien no sabe cómo cortar. Esas cuestiones le roban la juventud a cualquiera.
Ojo que Live no es que no me guste. Tengo Selling the Drama y su rendición acústica de Supernatural entre las cosas que escucho de vez en cuando, pero sí... no es exactamente lo mismo que aquello que siento que identifica mis gustos. O algo.
El strip de Liniers me hace acordar a un amigo que tiene tatuado a Calvin en la espalda (de Calvin y Hobbes). Ojo, sigue siendo Calvin y eso sí puede que medio signifique algo. Y ojo, a mi el tatuaje ese me encantó.
Igual mucho no puedo hablar. Yo soy la que se quiere tatuar una caricatura de un chancho.
Y nunca me lo había puesto a pensar, pero esa generalización de que las abogadas tienden a formalizar más rápido tiene bastante de cierto si me pongo a pensar en amigas y demás. En mi caso, el primer día en que recibí una invitación de casamiento de una compañera de facultad (menor que yo), fue un shock terrible (y no, no era abogada). De las compañeras de liceo, todas de a poquito se van casando. Por suerte, las que son más amigas mías aún no han osado hacerme sentir tan vieja.
Menos una, que vive en EEUU y decía que nunca se iba a casar. Está casada con un flaco dos años menor que ella y, cuando la fui a visitar este año, fue lo mismo que salir con dos amigos que están saliendo. Otra amiga mía, se fue a vivir a Paraguay con el novio. Todavía no se casó, y creo que no lo hará hasta en por lo menos un par de años, pero ellos sí me hacen sentir más desubicada. Supongo que, como todo, es más bien una cuestión de actitud. Las diferencias entre ellas no son muchas, sino que radican más bien en sus novios: uno tiene 22, el otro 30. Y el de 30 está queriendo formalizar hace años (así que no son sólo las mujeres, che).
Ta, salió medio confesionario esto. Me voy a laburar.
Agustín, me doy cuenta que este es el tercero de tus posts que me trae recuerdos de esa mujer.
Gracias totales.
ESNUPI!!!
En "mí época" no habían modelos en miniatura de los héroes televisivos.
Recuerdo que mi hermano me regaló un par de cajas de soldaditos matchbox, unos alemanes de la campaña por africa y unos ingleses, que en esa época eran para mi los buenos y admiraba ese ridículo plato de sopa que usaban por casco. . Pero mis soldados favoritos eran dos que estaban en posición de cruzar una cañada sosteniendo el arma sobre sus cabezas para que no se le mojara. Eran dos heredados de mis mayores, tienen pinta que representaban a soldados americanos de vietnam. Con el tiempo les corté con una gillete las armas y pasaron a ser dos tipos con los brazos para arriba. Desprendídos del arma pasaron a darle desarrollo a mi imaginación y pudieron ser superman,flash,hombre araña o thor, lo que viniera. También fueron jugadores de una especie de fútbol de mesa. Hasta tal vez alguno de ellos debió haber mandado alguna pelota a una tribuna imaginaria mientras yo susurraba el nombre de tu viejo imaginando que al mismo tiempo mi voz era la de Carlos Muñoz o Victor Hugo. Me da la impresión que los modelos en miniatura son más específicos y los borregos se desprenden de ellos y los olvidan más fácilmente.
Salud.
Yo llevo ya tres años y medio con mi enamorada, que tiene casi cuatro años menos que yo. En Piura, de donde somos los dos, los grupos amicales se han formado de tal manera que muchos de mis amigos de la Secundaria salen o han salido con amigas de ella de la Secundaria.
En Lima, donde vivimos ahora, y a pesar de que la gran mayoría de mis compañeros de colegio también se han mudado acá, el núcleo duro de amigos es con gente de su edad, o un par de años mayor. Es, sobre todo, por lo que ya mencionaste: gustos musicales, gustos culturales más bien.
Y la verdad es que a veces sí me siento EL viejo. Ellos recién están comenzando la universidad (yo acabé en diciembre, y la semana pasada conseguí mi primer trabajo), alguno recién acaba la secundaria.
Me imagino que la sensación de ser EL joven en una reunión debe ser equivalente.
Es de común suposición el hecho de que las action figures barrieron con gran parte de la imaginación y creatividad de generaciones que estaban acostumbradas a aceitar su sistema simbólico. Un botón era un jugador de fútbol, una caja de zapatos un fuerte, un encendedor un soldadito, o un lanzallamas. Sin embargo, creo que aún con la especificidad de los muñecos actuales, la capacidad para simbolizar e insertarlos en situaciones diametralmente opuestas de lo que eran supuestas es completamente infinita.
Sin ir muy lejos, en todos mis juegos, Superman -a diferencia de su personaje televisivo- era invariantemente gay, así como un dinosaurio con cuernos un jugador de fútbol con un derechazo inontenible, un policía un parapléjico insoportablemente demandante, y cheetara una femme fatale tan promiscua como violenta.
Eran medio asexuados los super héroes. A la mujer maravilla nunca un "que bien te quedan esos shores" o "arriba ese escote" o algo así.
Me hiciste acordar de "Pupo" y "Salomón" dos botones que tenía de aquella época. Yo recuerdo hasta la textura y el peso de cada jugador de futbolito de botones, hoy un guacho personaliza un montón de bits, no toca los juegos. No creo que los aprecie ni los llegue a recordar.
Agustín las fotos esas las saqué con una cámara Halina "pocket" y si mal no recuerdo la película era Agfa de 100 ASA.
Saludos
PD:Cualquier cosa escribime a matacosta@gmail.com
Lo leí todo, lo leí todo!!
Bueno todo no, casi todo.
Pasa que me quedé pensando en los Gi-JOE.
¿En serio los tuviste todos?
¿Los cobra tambien?
¿Aún los tenes?
¿Puedo ir a jugar a tu casa?
Yo llevo la merienda!
De los GI Joe no tenía tantos. En realidad era una serie que no me copaba demasiado, y que en general obtenía por medio de regalos de compañeros de clase, pero no por interés personal. Lo que sí tenían bueno era el tema de la indumentaria. Ahora que lo pienso bien, eso de vestirlos, desvestirlos, agregarle artículos y armas por el estilo los convertía en una especie de Barbie versión pasada de testosterona.
De los Thundercats tengo todos los muñecos excepto uno (http://www.toyarchive.com/Thundercats/Figures/Stinger.html )
-que a México nunca llegó. Ah, eso sí, no cuento las naves, ahí si que me faltan algunas cuantas cosas.
Mira que loco! nunca supe que existeron los muñecos de Tron!
Llegué tarde, pero bueh...
Mierda que es cierto eso que lo que le molesta a uno no es la cantidad de gente que le gusta una banda, sino qué tipo de gente. No me había dado cuenta de aquello hasta hoy.
Por otro lado, no conozco personalmente a absolutamente nadie de mi edad que tenga gusto decente, por lo que si en mi clase el día de mañana entrara un compañero que le gustara Sonic Youht y los Smiths, creo que saltaría de alegría.
Eso que dijiste de que muchas veces uno siente respeto por los gustos de una persona que le atribuye cierto aspecto de su idiosincrasia a uno de esos gustos es muy cierto. Yo conozco a una mina que conocí mediante mi mejor amiga que es recontra fanática de Catupecu Machu, pero las circunstancias que rodean a su gusto (es una banda que empezó a escuchar poco antes de que se muriera su madre) me hacen sentir un excesivo respeto.
La foto de Paris, como ya dijeron, está photoshoppeada. También hay otra foto en la que se encuentra sosteniendo Mekanïk Destruktïw Kommandöh de Magma (disco que tengo pendiente hace décadas).
Qué genial esa tira de Liniers.
-¡Hay cabecitas de pescado! -¡Hay café!
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