Friday, March 07, 2008

In the summer that you came there was something eating everyone
La primera vez que fui a Punta del Diablo fue cuando estaba en sexto de liceo. Diferentes amigos, diferentes historias amorosas, distinta época. Caminamos desde Cabo Polonio hasta aquel pueblo, que más que pueblo parecía un pequeño muelle con casas mal diseminadas alrededor. El padre de la chica que me gustaba había venido de Castillos con un lechón adobado de sorpresa. Nuestros estómagos demasiado acostumbrados al arroz parboiled con atún se abrieron como gimnasta rumana para recibir a aquel cadáver que resultó ser la comida que más disfruté en toda mi vida. Todos los refinamientos habían sido dejados de lado, todos comíamos con las manos, lo más rápido que se podía. Las mujeres tenían rastros de adobo en sus cachetes y mejillas. Yo pasé de una pata a comerle los músculos faciales al pobre lechón. Lo único que quedó de él fue el hocico, lo demás parecía un cadáver arrasado por las hienas. En la vuelta, ya anocheciendo y con la panza aún llena, los compañeros de mi grupo me dijeron que si podían regalarme cualquier cosa, me comprarían una radiografía de alma, para ver lo que se escondía detrás del terreno minado de mis palabras. Ya cuando ni siquiera se veían nuestros rostros dije "qué románticos que andamos, che".
Dos años después volví a allá con María. Había pasado la mayor parte del verano lejos de ella, y a mi vuelta había una necesidad e inmediatez de vivir todo al mismo tiempo. Todo era necesario, y prácticamente estuvimos una semana haciendo todo lo que queríamos, sin tener idea de la plata, el clima o las costumbres. De allí siempre voy a recordar dos cosas. La primera, nuestra visita al Clú. María me llevó del brazo, como si fuera un ciego sin bastón, por una ruta completamente oscura, frente a la que se levantaban de los dos lados un bosque bastante espeso. Caminábamos por el centro de la angosta ruta de tierra. Caminar por aquel tajo en la vegetación nos hacía sentir en el centro del mundo, con miedo a que este se nos cerrara sobre nosotros. Nunca nos cruzamos con un auto o persona, yo me limitaba a seguir a María que parecía conducirme al centro de un misterio innombrable, como si fuera Virgilio guiándome a través de la selva oscura hacia las puertas del infierno. Cuando le iba a preguntar por segunda vez hacia dónde íbamos, ya desconfiando un poco de sus promesas cifradas, empecé a sentir un bombo retumbar a lo lejos del bosque. Luego de unos cuantas cuadras de oscuridad, en un momento se abrió un claro y ahí estaba, un boliche al aire libre, prácticamente vacío, el corazón del bosque aún latiendo en negras. Me parecía genial la idea de un boliche tan grande en un lugar tan escondido. Era fines de febrero y la temporada ya estaba bastante baja. Sólo estábamos María, yo, el dueño, y tres brasileños tremendamente borrachos. Recuerdo jugarle un partido de ping pong en una mesa improvisada a uno de ellos, un corpulento moreno vizco y tan borracho que no le podía darle a la bola. Casi todos los puntos los hice de saque y el tipo me imploró jugar una revancha. El segundo partido tuvo más o menos el mismo trámite, sólo que le dejé meter un par de puntos, un poco por lástima, un poco por miedo. El tipo perdió rotundamente, pero festejó sus dos puntos como si hubieran sido los goles de Pelé frente a Suecia en el 58'.
Lo segundo que recuerdo fue fruto de nuestra mala planificación. Nos íbamos el viernes a las siete de la tarde y el jueves a medianoche gastamos nuestro último peso en dos baurús de carrito. Pensamos que íbamos a aguantar el día siguiente sin comer, pero a eso de las tres de la tarde mi azúcar comenzó a bajar drásticamente. Casi no podía caminar y tras encontrar un peso en la arena me compré un Boobaloo como si fuese una inyección de insulina. En aquel momento contemplé seriamente la posibilidad de robar, pero mi miedo y el escaso sustrato físico para efectuar dicho acto me llevó a permanecer inactivo. María tenía una tarjeta de crédito, pero -naturalmente- en ningún lugar aceptaban. El único lugar en donde se podía era en un camping a unos cuantos kilómetros. Sin azúcar y caminando por la ruta, a pleno sol de la tarde, nos salvó un fiat uno rojo que nos dejó en el mismo camping. Ahora que recuerdo, aquella fue otra de las comidas que más disfruté en mi vida. Era tanta el hambre que llegué a comer una medialuna de jamón y queso con dulce de leche untado entre los panes, con coca, melón y youghurt de frutilla (todo mezclándose en un mismo y gigantesco bolo alimenticio).
Nuevamente, dos años después volvíamos a Punta del Diablo. Nuestra experiencia era mayor y alquilamos una cabañita tan hermosa como barata:

Rastros de Tormenta
María desde el principio estuvo preocupada por las kafkianas metamorfosis que se habían anunciado de Punta del Diablo. Ella conocía el lugar desde mucho tiempo atrás, cuando todavía no era un rincón bastante considerado por los dictadores del hype. Para nuestra alegría, si bien el lugar creció considerablemente, y sobre todo en términos de infraestructura, con casas mucho más cool y Cerati Oriented que los viejos ranchitos de madera y quincho, las nuevas construcciones, o al menos las que vimos, en general tuvieron algo de consideración por la arquitectura predecesora. Por supuesto, hay casos como este, en el que algunos argentinos al parecer se embarcaron en la construcción de su propio Xanadú.

El caso señalado antes, si bien no es una casa que sea irrevocablemente fea, su estructura, como una especie de Chappelle de Ronchamp, aunque más parecida al casco de Darth Vader que al sombrero de una novicia, contrasta agresivamente con el entorno y lo convierte en un monolito, una bravuconería absurda, una erección en el lugar y momento equivocado. Hay otros errores y aciertos, pero al menos el centro se mantiene igual de informal y cálido que las veces que fui.
Para María fue un viaje más complicado que para mí. Los días no fueron buenos en general, siempre nublado y con precipitaciones aisladas, y ella le da más importancia a la playa que yo. Para ella bañarse en el mar tiene es tan importante como para un católico ir a misa los domingos.
Eran las dos de la tarde y caminábamos por la orilla, bastante tironeados por el viento que parecía provenir del mismo mar. El tiempo estaba bastante fresco y ciertamente cada tanto caía una garúa que parecía meterse de forma escurridiza por cada uno de nuestros poros. Habíamos decidido que íbamos a ir a la playa, más allá de que el clima no ayudara. La imagen de la playa principal prácticamente vacía, con nosotros dos enfrentados al mar gris, de cierto modo me hizo acordar a aquellas invernales playas de Nueva Inglaterra y los Hamptons, similar a las imágenes de la playa de Interiores, de Woody Allen. En la ida vemos a un matrimonio uruguayo, un niño surfista y una pareja inglesa mirando algo que es tapado por las olas, para salir de nuevo a la superficie. Le preguntamos a los ingleses y el hombre me responde “it seems like a dead animal, or something”. Nos quedamos los siete en silencio, viendo cómo aquella masa negra sale y se sumerge en las fauces de las olas una y otra vez. Todos estamos completamente callados, y extrañamente aquello se siente como un momento muy íntimo.
Unos minutos después proseguimos la caminata y lentamente llegamos a una playa formada en una especie de bahía a la que hay que bajar por una pronunciada pendiente. La playa está completamente vacía, sólo se ve una mancha naranja en la otra punta rocosa. Posiblemente un tipo con un pilot. Caminamos por la orilla. Más allá del frío, me gusta caminar con el agua por los tobillos, me acostumbra a su temperatura en caso de que me quiera zambullir y le hace bien a mi pie derecho, que todavía no se recuperó del todo de aquel esguince cercano al gore que me hice en diciembre. En el camino hay restos de tormenta, es decir, camalotes, ramas, insectos, bagres y otros peces de agua dulce mirando resignados al cielo desde la orilla. Un recuerdo que nunca se me va a borrar era cuando aún era muy chico para pescar y mi abuelo (que iba religiosamente todos los días a una isla cuyos restos siguen estando en frente a la Mansa de Atlántida) se apareció a la una de la tarde con una piraña. Sí, no era un burel, era una piraña en toda su ley. Me contó que luego de las tormentas, tras las grandes crecidas del paraná no es inusual encontrarse con tales animalejos. Al final terminamos embalsamándola (no sé qué será de ella ahora). Recuerdo quedarme horas mirando el rostro de la piraña, con los ojos más redondos, vehementes y expresivos que cualquier otro pescado, que cualquier otro ser en la tierra. En esos momentos uno se percataba de que aquel animal solo estaba concebido para matar.
También nos encontramos con un trozo de manera vomitado por el mar. Cuando digo vomitado por el mar, me refiero tanto al acto de “devolver” como al de ser procesado por encimas y demás jugos gástricos. El pedazo de madera estaba repleto de mejillones, túneles construidos y transitados por piojos de mar y unas larvas que venían de dentro y salían de agujeros en la supeficie, coronadas por una especie de conchas que no paraban de moverse circularmente, como los ojos de un ciego. Incluso, por momentos se abrían y dejaban ver su rosada cabeza, que extrañamente mantenían una extraña semejanza con una vulva abierta y coronada por un clítoris hinchado. Esta última asociación la mantuve para mí mismo.
Aquello parecía más que un pedazo de madera. Era un barco ciudad, arrastando a sus inquilinos de una forma imprecisa y azarosa, como el barco de Fellini en Y la nave va. Iba a arrojarlo de nuevo al mar, pero en una de esas vi un agujero con algo negro y brillante como el petróleo esperando y observándome amenazante, como si fuera un policía detrás de una garita de vidrios espejados, viéndome sin que yo pudiese verlo.
De este miedo tampoco le conté a María.
Habíamos pensado ir caminando a Valizas, pero una llovizna que amenazaba con volverse lluvia nos disuadió de nuestro éxodo oriental. No íbamos a bañarnos. Ni a palos. Sin embargo, a la vuelta vi la cara desilusionada de María y se me ocurrió tirarme de todas formas. Estuvimos nadando, y flotando durante cuarenta minutos, en un mar gris y lacónico, con la erupción de la llovizna sobre su piel, tan solos como las primeras personas del mundo. Hacía viento y ciertamente estaba fresco, pero dentro del agua se estaba mucho mejor. Cuando salimos me sentí diferente, de golpe el clima había dejado de ser amenazador, la llovizna se había convertido en sólo agua que caía del cielo, y la soledad se volvió en otro lugar más que habitar. Ese tirarnos al agua más allá del mal clima fue como un bautismo que nos llenó de un sentimiento de invulnerabilidad pocas veces sentido. Parecía como si nos hubiéramos fundido con Punta del Diablo y sus caprichos, como si la entendiéramos y pudiésemos rebelarnos ante ella. Con nuestros nuevos nombres volvimos hacia nuestra cabaña por el mismo camino, riéndonos de los aullidos del viento y las olas como un adolescente dándose cuenta de que ya tiene los músculos y el temple para matar a piñazos a su padre. Justo cuando nos sentíamos tan seguros como para meternos de nuevo en el mar más picado de la playa principal, como si fuera una advertencia desafiante, vimos el cuerpo del lobo marino, golpeado por las olas, pudriéndose en la orilla.

Rain Dogs
Si hay algo que siempre he apreciado esos son los animales callejeros. Desde hace once años tengo un beagle homosexual y epiléptico que la puso sólo una vez en su vida. Haciendo ese usual y absurdo cálculo de multiplicar sus años por siete, el tipo tendría setenta y siete años. Cuando me critican por lo agresivo y ciertamente neurótico que es, yo siempre replico diciéndoles que ellos estarían igual si mantuvieran esa árida vida sexual durante semejante cantidad de años. Por su lado, los gatos callejeros tienen una vida plagada de emociones extremas, sexo violento y libertino en callejones, la disputa entre la vida y la muerte en enfrentamientos con perros y acrobacias volantes sin red en pretiles traicioneros, todo eso con una mayor elegancia que los perros, que siempre son mucho más evidentes e inocuos.
Pero he aquí los perros de Punta del Diablo, ciertamente una comunidad asombrosa. Mascotas de todos y de nadie a la vez, duermen en cualquier parte, tienen tantos dueños como fuentes de alimento. No tienen ese carácter belicoso y chúcaro de los perros de ciudad. La mayoría tienen claros en el pellejo, posiblemente por peleas con otros perros o animales, pero no hay ningún resto de resentimiento en ellos, todos saben en el fondo que es verano y que tienen que hacer una especie de pacto entre ellos para obtener la mayor cantidad de comida posible.
En una tarde sin mucho que hacer se me ocurrió salir a fotografiarlos a cada uno de ellos. Conforme fueron saliendo las fotos, al mismo tiempo que los perros se nos hacían más frecuentes, le pusimos nombres y en cuestión de tres días ya nos seguían como si fuésemos un habitante de toda la vida.
Abajo, la foto de Roña, ejemplar de las pocas cruzas de perro y rata que quedan en el mundo.

Dego... Por más que cuando voy de vacaciones suelo intentar llevar un estilo de vida bastante lejano de todos los vicios de la ciudad, no pude resistirme recurrir una vez a un cyber. El cyber, como casi todo en Punta del Diablo, es algo tan improvisado como un hospital en una fiambrería. En un pasado oficiaba el local de pool, y con el tiempo se les ocurrió abrir las puertas al mundo del futuro, por lo que decidieron poner veinte computadoras tan viejas que la calculadora le come tantos recursos como el autokad, el emule, un skandisk del norton y veinte páginas de porno soviético funcionando al mismo tiempo a una computadora corriente.
Más allá de algunos percances que me obligan a tener que cambiarme de computadora tres veces (además, para el dueño el msn, mozilla firefox e internet explorer se resumen a “el chá”) dos cosas me llaman tremendamente la atención. En mi computadora vecina hay dos usuarias. Una veterana y su hija, la cual por unas cuantas arrugas, trato y simple fealdad parece su hermana. Las dos están naranjas, un color que por más yodo se supure el aire de punta del diablo, es improbable que sea natural. Efectivamente, se deben haber dado duro y parejo con esas cremas autobronceadoras que parecen ese betumen con que enceran los músculos de los fisiculturistas. Ahora que lo pienso, viviendo la mayor parte en Pocitos me percato de lo desmejoradas que suelen quedar las veteranas a base de colágeno, cama solar y dietas scardale. La cosa es que la hija está hablando con un angloparlante por el skype. Aparentemente la mina había sido su profesora de español. Le pregunta a la madre “¿Cómo le digo para decirle para vernos?”. La madre le dice “Decirle si el would like to see you tonight… no, decile meet me, eso”. Entonces la tipa mientras escribe lo dice en voz alta. Dice “I would like to teach you more spanish classes”. Entonces en una se mira con la madre y dice "I would like to have more... sex classes?”, y se empiezan a cagar de risa, mientras todos tratan de hacer como que no las escuchan. Siempre me pareció bien cierta honestidad entre padre e hijo, pero ese estado de las cosas compinche parece más sacado de desperate housewives o sex and the city que de una supuesta horizontalidad de relacionamiento. Me digo entre dientes: “no hay nada menos sexy que la vida pop uruguaya”.
Segundo y completamente abrumador: Luego de chequear mails y enviar mis artículos a un concurso de columnistas, le voy a pegar un vistazo a mi blog. En esa, mientras escribo dego la barra se autocompleta con el nombre de mi blog. La casualidad es sobrecogedora, ¿quién estuvo visitando desde la misma computadora, desde Punta del Diablo a mi blog?

Hay cosas que no importan...
La penúltima noche cae una lluvia que parece una escoba plateada barriendo la tierra. Para nuestro provecho, ideamos convertir esas vacaciones de verano climáticamente fallidas en una especie de excelentes vacaciones de otoño. Ello implicaba ir a conocer mucho el pueblo en sí, salir a comer más seguido, etc. Por esa misma razón, más allá de las inclemencias climáticas decidimos salir a tomar algo. En el camino un tipo con problemas en el habla nos logra comunicar que Mandrake Wolf se está presentando en un boliche de la playa de la Viuda. En un principio íbamos a ir a repetir la experiencia del Clú, pero luego insisto y terminamos, tras comer uno de esos adictivos baurús, en el boliche donde Mandrake ya viene tocando unos cuantos temas. Tocan varios temas conocidos, entre ellos la genial Miriam entró al Hollywood –a mi parecer, uno de los pocos videos de rock nacional que valen la pena-, Es fácil desviarse (sin saberlo, Wolf se convierte en augur de las inundaciones que azotarán a Buenos Aires dos días después) y Amor Profundo (atrás mío una mina le dice a su novio “pero si esa es de Jaime Roos...”).

A Mandrake le gusta hablar entre tema y tema. En una pregunta si alguien del boliche conoce Crosby, Stills, Nash & Young. Sólo levantamos la mano un tipo que vino con la banda y yo. La levanto con algo de inseguridad, en parte porque no soy un excelso conocedor de la banda (aunque sí escuché el Déjà vu), en parte porque quedaron algunos sedimentos de mi adolescencia, donde levantar la mano era muy mal visto. Sinceramente, ahora no recuerdo cuál tema estaba versionando Mandrake, pero lo hacía con una pronunciación tremendamente tosca y poco ortodoxa. Extrañamente, llegaba a algo parecido pero exactamente contrario a lo que logra Pedro Dalton detrás del micrófono de Buenos Muchachos. Mientras en el segundo el recurso de ese inglés cavernícola llena a las palabras de un primitivismo intimidante que convierte la voz en un instrumento de percusión peligroso, en la voz de Mandrake, potencia la fragilidad e intimismo de cada verso. Wolf desafina, y mucho, pero cada vez que lo hace está revelando algo más suyo, algo que no es gratuito y que como recurso expresivo resulta más cálido que cualquier verso cantado por todos los Cornell’s wannabe’s que supieron saturar en una época el rock uruguayo. Precisamente, en esta forma imprecisa de tocar radica mi primer acercamiento a los Terapeutas (para los no uruguayos, la banda que lidera Mandrake Wolf). Como casi todo lo que vale la pena de la música uruguaya, he de confesar que al principio no me gustaba mucho la banda. Había escuchado unas pocas cosas, y no me había llamado mucho la atención. Sin embargo, tiempo después vi la presentación en vivo de la banda en los premios Graffiti y de golpe el puzzle se reordenó y me cambió por completo el concepto de su música. Si lo pienso fríamente, fue una presentación espantosa, llena de pifies, voz y guitarras escandalosamente desafinadas, mal sonido, acoples y salidas de tempo, y sin embargo todo ello dotó a Miriam entró al Hollywood de una magia particular que no vi en Motosierra, los recontra hypeados Orange o el über genchi de Martín Buscaglia. No, los Terapeutas tenían lo suyo y de la forma más accidentada estaban encontrando camino hacia mi pecho.
Varias cervezas y bises después, el toque termina y me voy a hablar con Mandrake. Un amigo me había comentado que es un tipo muy sencillo y ameno (en realidad me dijo “es el único y auténtico rockstar uruguayo”), cosa que compruebo enseguida. Le digo “bien por sacar a la luz a bares como el Hollywood”, frente a lo que él me responde “bueno, habría que ver si hay que sacarlos a la luz o enterrarlos para siempre”. Ahí la charla desemboca en una selección de los peores bares de mala muerte, entre ellos los fenecidos Bar Celta y Maipo, el Andorra y El Once (con su distinguido olor a meo). Eventualmente le sugiero el Ponte Blanco y ahí Mandrake salta diciendo “pará, pará con ese. Cuando uno termina en el Ponte Blanco ya no le queda nada que esperar de la vida”. Termino de hablar y juro utilizar aquella frase en algún cuento o poema futuro.

Alta rotatividad
Para la última noche nos reservamos unos quinientos pesos (veintipico de dólares, aprox) para comer bien en un hermoso restaurant con luces de vela e imaginería pescadora al que le habíamos echado el ojo desde unos cuantos días. Pido Cerveza, Chipirones y Calamar para compartir, y una señora canta temas de Adriana Varela. Además del hecho de que la señora canta muy bien, lo que resulta genial es que anda con un buzo deportivo y una bandana Puma. Precisamente, cuando me pongo los lentes la reconozco, creo haberla visto trabajar en uno de los almacenes del pueblo. Y ahí se encuentra una particularidad que lo separa de La Paloma, Punta del Este, Atlántida o cualquier otro balneario o ciudad vacacional que haya visitado. La señora te pesa las verduras de mañana y te canta los tangos de noche, el guitarrista trabaja en algunas obras durante el año y en la noche toca unos temas del Darno o Mateo, el mismo dueño saca a bailar una milonga a una veterana que está comiendo en su restaurant, el guitarrista invita a una morocha de una mesa a cantar y la tipa interpreta Un vestido y una flor de Fito Páez con juegos de voces como si fuese una integrante de Operación Triunfo esperando su gran oportunidad. No muy lejos, en otro barcito un moreno te toca desde los temas más hermosos de Jobim hasta la canción más asquerosamente insípida de Maná para pagarse la comida. El tipo que nos alquiló caballos también arregla automóviles, el que nos alquila la cabaña cultiva tomates y nos ofrece algunos para el almuerzo, un albañil se sumerge en las heladas profundidades del mar de invierno para vender en verano unos caracoles y restos de barcos a muy buen precio. Un niño te atiende en su local y mientras tanto se pone a jugar al fútbol con una nueva amistad porteña, la adolescente que nos marcó los pasajes nos dice que trabaja en una tienda de ropa del Chuy y la señora que nos hace baurús nos cuenta sobre sus anhelos por abrir un propio carrito el año que viene. Todos los que hemos conocido comparten todas este tipo de actividades, y al ser tan bien tratado, a uno no le queda otra que querer ser mejor persona, o al menos ser mejor cliente.

El último día voy a marcar los pasajes para las ocho de la noche. Son más o menos las seis de la tarde y María está ordenando los últimos detalles de la casa. Voy cuesta arriba, hacia la cabaña cruzándome con un restaurante donde un grupo íntegramente formado por mujeres toca una especie de música chacarera con violines, charangos y bombos. En mi camino estelas de sonidos provenientes de los locales y las casas se quedan como limo en mis oídos. Principalmente es reggae, Los Redonditos de ricota o algún que otro tema brasileño. Mientras que voy subiendo comienzo a sentir un ruido que sobresale entre todas aquellas guitarras pacíficas. Parece que están matando a alguien. Conforme sigo subiendo comienzo a reconocer las guitarras completamente desquiciadas, la voz monocorde de Lee Ranaldo, los sonidos de llantas derritiéndose por su velocidad en la pista, la disciplinada batería de Shelley. El tema es In the Kingdom #19. El volumen es tan alto que a los ochenta metros reconozco los versos “pain, white light, blinded/some guy there kneeling in the blinded mirage of white light/all my strength to 'heeeeeelp'”. Es ahí que pienso: Ahí, ahí donde está sonando esa música que a la mayoría de la gente de allá le debe parecer espantosa, ahí, esa es mi casa.

36 comments:

Ezequiel said...

quizás quien puso "in the kingdom #19" fue la misma persona que entró a tu blog en el cyber.

Matías said...

Me pareció buenisimo este relato. Me dan ganas de apagar la computadora y tomarme el primer ómnibus hacia Punta del Diablo.
Creo que fuí tres veces, y lo que mas recuerdo fué el bajon post punta del diablo. Estuve creo que 4 o 5 días y a la vuelta mi destino fué punta del diabló-terminal tres cruces- pza cagancha (que era donde yo vivía en ese momento). Muy triste la verdad.
Excelente el relato, como siempre.
Saludos

Matías

Matías said...

¿donde queda el Ponte Blanco? ahora me pico la intriga

Walter Hego said...

Agustín: Qué bueno que alguien se acuerde de los grandes CSN&Y, tan poco mencionados en estos tiempos.

El Déjà vu es un discazo y probablemente sea el mejor de los tipos.

Como acabo de decirte en respuesta al comentario que dejaste en la última entrada de mi blug, el miércoles (aproximadamente) voy a publicar un fragmento de una entrevista que Ben Fong-Torres le hiciera en 1970, para la Rolling Stone, a Crosby. En la parte que extraje para publicar, el tipo habla de música (específicamente, de uno de los mejores grupos de la historia del rock, en opinión tanto de Crosby como mía), y de pansexualidad (probablemente, o de algo que podría, quizá, ser pansexualidad).

En cuanto a los Terapeutas, quizá logre algún día escucharlos, si puedo hacer abstracción de la voz de Wolf y consigo que no me moleste tanto. Lo cierto es que, hasta ahora, siempre me ha resultado ofensivamente infumable.

Walter Hego said...

Pedro: ¿Por casualidá sos algo de Alberto? ¿Sobrino, quizá?

Si es así, tu tío supo tener uno de los mejores priogramas de la historia de la radio uruguaya. Cuando lo recuerdo, me sale que el nombre era "Expreso imaginario" (como la revista argentina), pero sé que suelo equivocarme y probablemente no se llamara así. Pero era algo parecido, de todos modos (o algo que, por alguna razón, asocio con esa frase).

Walter Hego said...

Pedro: Eso, sí, "Eco contemporáneo". No sé por qué, pero siempre me sale "Expreso imaginario".

Ahora, tanto como "miles de años" ... Debe hacer apenas unos veinte, y se sabe que tal lapso no es nada.

Tu viejo es Luis, ¿no? Ingeniero de sonido, ¿puede ser? A él no lo conozco, pero si lo ves a tu tío, mandale saludos de Guillermo Vicéns.

Agustin Acevedo Kanopa said...

Eze:
No lo había pensado.
De hecho, gran parte de la estadía me sentí como visto por los ojos de otra persona.
Si siguiera la new trend psicologicista de los thrillers hollywoodenses, eventualmente descubriría que aquella persona que puso in the kingdom #19 y que visitó al blog no es mi doppleganger, sino una escisión de mi propia personalidad, que asesina gente con un picahielos y escucha bandas noise muy jodidas en la noche.

matías:
Gtacias por los comentarios. A mí me pasa algo extraño, y es que, por más que disfrute mucho el lugar, no me viene el afterbajón que le viene a gente como, por ejemplo, mi novia.
Quizás es porque, para mi, la felicidad es darme cuenta en el momento que en el futuro voy a sentir nostalgia por lo que vivo en el presente.
El Ponte Blanco queda -si no le erro- en Soriano y Yaguarón. Si te tomás un 522 para Pocitos pasás por la puerta. Es realmente deprimente, las afueras del lugar son paredes sucias y bastante picadas que contrastan con el verde agua lleno de manchas de humedad del interior del lugar. Al mismo tiempo, el interior completamente apolillado y anclado en el tiempo se hace más evidente y decrépito con el cartel del bar, que es un moderno cartel hecho -si no me equivoco- por Pepsi

pedro:
Como escribí en el post, hace relativamente poco que me gustan los terapeutas. En todo caso, siempre tuviste razón.

walter:
Sabe que neil young es una de mis mayores deudas musicales en tanto escuché varios de sus discos y nunca me pude colgar con el. Sin embargo, CSN&Y lo disfruto bastante más, eligiendo, entre las carreras aparte de cada uno de ellos la de Crosby.
Ah, sí, Pedro es sobrino de Alberto Restuccia.

Brunomilan said...

además, para el dueño el msn, mozilla firefox e internet explorer se resumen a “el chá” jaja que hdp me hiciste matar de risa..

No se por que pero yo tambien lo primero que asocio en las vacaciones que me tome con amigos es la comida, debe ser por el hecho de que soy bastante high maintenance en ese tema y en las vacaciones esta establecido que comer (o comer bien)se vuelve algo secundario, y cuando hay algo que rompe esa rutina (en mi caso un asado o un pescado a la parrilla) esta queda definitivamente marcada en la memoria; el otro recuerdo que tengo con la comida es el de haberme descompuesto en unas vacaciones por una hamburguesa en mal estado que hizo que estuviera mas tiempo en el baño que en la playa...

Como puede ser que en una ciudad o pueblo como el que describis haya alguien que escuche Sonic Youth, y en una ciudad de 400 mil habitantes como es Santa Fe no conozco a nadie que le gusten, esta ciudad esta maldita...

Indio Sangriento said...

Muy buen relato. Me quedo con lo de los perros (capaz que no era tu idea, pero no importa). yo nunca fui a punta del diablo, suelo veranear en Santa Lucía del Este. Ahí pasa algo similar con los perros. No son de nadie y son de todos.
Me acuerdo precisamente de una perra llamada Geraldine, que era una preciosa barbilla. Nadie la quería porque decían que contagiaba hongos o no sé que carajo, pero a mi me encantaba. Me saqué varias fotos con ella. Después, algún enfermo mental la envenenó, cosas que pasan. Pero comparto tu pasión por los perros callejeros, Tuve 2 perros, mi perra actual (negrita) y el que se murió (Fido). Como podrás ver, nada original soy con los nombres, jajaja. Ambos de la calle, ambos muy queridos por mi....
Saludos!

Agustin Acevedo Kanopa said...

Justo en un Punta del Diablo en uno de mis frenesís gastronómicos compré un kilo de langostinos (mucho más baratos que de costumbre), del cual sólo comimos aprox 600 gramos.
El resto quedó para la heladera, olvidándonos de ponerlo en el freezer, como sería recomendable. Fue así que al día siguiente, cuando íbamos a comernos el resto, vimos los langostinos y su apariencia resultó media dudosa, con unas manchas negras que no habíamos divisado antes. Estoy seguro que de haberlos comido, estaría lleno de anécdotas escatológicas del viaje.

Agustin Acevedo Kanopa said...

indio:
Geraldine es un excelente nombre para una perra callejera. Es un nombre demasiado distinguido que por su contraste se vuelve tremendamente genial.
Puede haber otros, imagine:
-un perro con sarna llamado Leopold, hijo
-una perra cruza entre chihuahua y doberman llamada Margareth
-un ovejero aleman travesti llamado Fritzcarraldo
-Un perro de control de aeropuerto adicto a la merca llamado Nazareno Cohen
-una cruza entre galgo, rata, cimarrón y caniche llamado Helmut von Thiessen III

Anonymous said...

Curioso, solo una vez fui a Punta del Diablo, siempre me fui más a Valizas, pero cada parte de Rocha tiene su encanto.

Yo creo que esa alienación que uno hace que se sincronice con gaia es más factible ahí que en otro lado.

Saludos.

astllr said...

Excelente agustín, le sienta bien la crónica. Mandrake un grande, creo que le hizo bien despojarse del candombe, por lo menos me parece a mí.

Muy buena la llegada al bar en medio del monte. Me gustó lo de "el corazón del bosque aún latiendo en negras".

La casa esa hay que dinamitarla y es cierto, no es fea en sí misma, pero es desubicada como chupete en el culo, vanidad que mina el alma del balneario.

Phibrizoq said...

El relato estuvo muy bonito. A mí me daría miedo que esté la URL de mi blog en un cíber pedorro de una ciudad de la costa. Qué genial que alguien haya estado escuchando Sonic Youth cuando pasaste por ahí, yo creo que si me pasaba eso me hubiera emocioando como un nene de cinco años y les hubiera dicho a mis compañeros de vacaciones, que en las últimas fueron mis dos mejores amigas: "Ay, miren, alguien está escuchando Sonic Youth. ¡SONIC YOUTH! asdgdgafgdsasd" Obviamente no me hubieran dado mucha pelota, pero bueh.

Agustin Acevedo Kanopa said...

astllr:
Sin conocer a fondo su discografía, creo que comparto tu opinión sobre Mandrake, ya que en la presentación en vivo los temas que más disfruté fueron los que estaban más despojados del candombe.

Aquella casa intimidante definitivamente es frozen music.

phibrizoq:
Es gracioso cómo en lugares diferentes un punto en común se puede convertir en razón suficiente para hacer amistad. A mí me pasaba en México que por el solo hecho de ser uruguayo, una persona se podía convertir en mi amigo, cuando esa persona en Uruguay incluso podría ser alguien que me cayera mal.
¿cómo hubiera reaccionado si lo que sonaba ahí era el Marble Index?

DR.Strangelove said...

Buenas, la verdad es la primera vez q paso y para ser sincero al ver el tamaño del post crei q solo leeria los primeros 10 o 12 renglones.
Pero fui sorprendido con la guardia baja por un relato altamente atrapante por lo cual tuve q leer hasta el final.
Muy descriptivo el viaje, siento como q luego de leerlo te estuviera robando tus vivencias ya q me las fui imaginando con cada palabra q lei de tal forma q empiezo a creer q fueron mias jeje.
En cuanto a los perros me parecio genial tanto como los fragmentos de la conversacion con Mandrake, tengo tmb un beagle homosexual y bastante histerico aunque por ser un cachorro no ha pasado tanta vida sin disfrutar del apareamineto como el tuyo , de cualquier forma aun no conoce el sexo.
Seguire pasando y espero q tus relatos me sigan cautivando de la misma manera.
Saludos.

astllr said...

Agustín, ahora que la sigo viendo, la casa es horrible también en sí misma. Fíjese que sale a ese balcón de adelante y no puede ver ni al cielo ni a los costados. Y frente al mar! Todo en nombre del diseño.

El gaucho insufrible said...

Es gracioso cómo en lugares diferentes un punto en común se puede convertir en razón suficiente para hacer amistad

Esta es una de las grandes verdades del que vive afuera de Uruguay, ahh a veces una tonteria como reirse de un chiste de Olmedo es algo que se agradece estando rodeado de gente a la que la mitad de tus referentes culturales no les dice nada.

De todas formas éste punto es un arma de doble filo pues a veces terminas hablando con cada pesado , que seguramente en otras condiciones no hubieras hablado nunca.

Phibrizoq said...

Ni me preguntes cómo hubiera reaccionado si alguien hubiera estado escuchando The Marble Index, porque creería que estoy loco, jajaja.

Agustin Acevedo Kanopa said...

astllr:
A mí lo que me pasa con la casa es esto:
Digo "bueno, no es que sea fea, quizás en otro entorno no chocaría tanto", pero después lo pienso bien y no se me ocurre lugar alguno en el que la casa no resulte completamente desubicada, o para ser más claros, equivocada

dr.strangelove
Me alegro que se haya atrevido a leer el post entero, sé que a veces me suelo ir de mambo con la extensión, pero la idea es justamente hacer una especie de periodismo testimonial que nunca podría hacer para ninguna revista.
Con respecto a los canes, tengo algo que me hace ver a la mayoría de estos animales como homosexuales, mientras que paradójicamente a los gatos los veo más varoniles (casi opuesto a lo que opina la media), pero los beagles sobre todo -y sin contar a los caniches- tienen unas cuestiones de porte y carácter que me los hacen aún más gay y neuróticos que el perro promedio.

Oldboy:
Sí, es una tremenda verdad. Le cuento una:
En aquellas larguísimas vacaciones obligadas que pasé en México, un día iba caminando por un shopping (de esos gigantescos, que harían ver al Punta Carretas como una verdulería), y en un momento, al pasar por un local de misceláneas skater, escuché una canción que en su momento me costó determinar, pero que durante unos segundos me dejó helado por completo. La canción era José sabía, de La vela puerca. Cualquier persona que me conozca un mínimo sabe que la Vela Puerca es una banda que no me atrae en lo más mínimo, pero esa canción fue razón suficiente para que entrara al local y me pusiera hablar de música uruguaya con dos pibes que me escucharon como si fuera un sensei del ska.

lucas said...

creo que a veces es muchisimo mejor que se la pase lloviendo en las vacaciones en vez de que todos los dias sean de sol.
no se vos cómo vos ves esto, agustín. pero a mi el plan playa-sol-arena mucho no me cierra.
por ahi todavia me quede enganchado con tu entrada anterior, pero prefeiero mil veces el tono dark de tus vacaciones que las postales soleadas que salen en las revistas,.

Agustin Acevedo Kanopa said...

Para mí el clima en general es una cosa secundaria. Como con las fiestas, las vacaciones las hace uno.

No sé si aquello fue de un tono dark, yo más diría otoñal, y si lo pienso fílmicamente la playa gris, me trajo muchos recuerdos de las películas de Bergman en la isla de Faro, pero sobre todo Interiores, de Woody Allen, que ahora que lo pienso, si bien es una de mis peliculas favoritas, es un rip off del estilo de Bergman

martín said...

Agustín: ¿en serio pensás que el de Miriam es uno de los pocos videos uruguayos que valen la pena?

Dejemos al margen los horrores técnicos, la falta de imaginación en los planos y la torpeza de la edición. El video no le hace justcia para nada a la belleza que tiene la canción, es un intento torpe de pasar a imágenes de la letra de manera literal. Esa actriz jamás puede ser Miriam, ni el otro actor el veterano decadente que tiene la suerte de encontrársela. Esa tampoco puede ser jamás la manera en que pasaron las cosas que cuenta la canción, y además, si se pretendía literalidad, podrían haber rodado en el verdadero bar hollywood, no?

Agustin Acevedo Kanopa said...

Es que, precisamente, en la veteranía del tipo y la belleza para nada despampanante -diría cotidiana-de la tipa se encuentra el alma del video y del tema. Si el tipo fuera un hipster decadente con mucha onda y la tipa fuera un minón, sería un video berreta más de TV Ciudad. Ojo, sé que el video no tiene ninguna revolución técnica, pero -a mi gusto- mantiene a la raya esa cuestión de convertir en brandos y schneiders a gente común enamorada.
Otra cosa, el video, hasta donde yo sé, está rodado en el Hollywood, a no ser que hayan elegido uno muy parecido.

Igual, mi video favorito uruguayo es El faro, y si contamos todos los de habla hispana, muy probablemente Lobo hombre en París, de La unión.

martín said...

Lo que vos ves como un acierto en la elección de los actores, yo lo veo como una falla, y no es que estuviera esperando que fueran modelos ultra cool o gente bonita, no sé porqué suponés que eso fue lo que yo hubiera preferido. No me parece mal que el veterano sea decadente (¿de que otra manera podría ser?) sino que sea ESE veterano. Lo mismo con la mina, me parce muy bien que no sea Schneider, pero la mina elegida tampoco representa el personaje de miriam, y no porque sea una mina común. Tampoco esperaba una revolución técnica, simplemente que la narración no fuera tan traída de los pelos y que la edición y los planos tuvieran una mínima cuota de imaginación.

Quizás exista más de un Bar Hollywood y yo no lo sepa, pero si estamos hablando del que queda en uruguay y ejido, bueno, ése no es el del video.

Algo parecido me pasó con un post que hiciste sobre la película "La espera": escribías un montón de argumentos en contra de la película con los que hubiera estado de acuerdo, siempre y cuando no estuvieran aplicados a ese film. O sea, enumerabas una cantidad de vicios que tienen algunas películas uruguayas, pero que a mi modo de ver La espera justamente no padecía. Si hubieras estado hablando La memoria de Blas Quadra, o de Alma mater, las críticas hubieran calzado bien. No digo que la película sea una obra maestra, incluso tiene algunas fallas evidentes, pero de cualquier manera está entre los 2 o 3 largos de ficción que importan del cine uruguayo reciente.

Estamos de acuerdo sólo en la teoría, parece.

Agustin Acevedo Kanopa said...

Lo que sí te concedo es que quizás no es muy innovador en cuanto a selección de planos. En cuanto el tema de la literalidad, puede ser que también tengas razón, pero al ser la canción demarcadamente narrativa, no me parece algo tan desacertado, es decir, no es la literalidad absurda y traida de los pelos de Muchacha Ojos de Papel, ese excelente sketch de Todo por dos pesos.
Lo que me gusta del video es precisamente la selección de personajes. Por supuesto que las cosas suceden demasiado rápido y es medio extraño imaginar a una mina tan joven yendo tan para adelante con un veterano de ese tipo, pero me parece que igual queda bien, y ciertamente es algo que no recuerdo haber visto en otro videoclip. Es decir, la tentación de volver -al menos un poco- cool a cualquier personaje desaparece por completo en este video. El veterano tiene una candidez y sorpresa ante su suerte que me compra, que le voy a hacer.
Con La espera sigo manteniendo firme todo lo que dije en el post de mis películas más odiadas. La otra vez vi quince minutos de la película y me dio ganas de no solo apagar el dvd, sino también incinerarlo y enterrarlo en un terreno baldío de Lezica.
También detesté profundamente a Alma Mater -salvo por la actuación de de Vargas, que fue inusitadamente buena-, sobre todo por el garrón que me comí con un soundtrack que prometía mucho y que -increíble e inconcebiblemente nunca aparece en la película.

Diego Estin Geymonat said...

Lo mejor del Bar Hollywood es la lógica autorreferencial de su dueño.

lombriza said...

que lindo relato vacacioneril, es gracioso como a pesar de la longitud (sigo prefiriendo leer en papel impreso) puedo seguir con fruición tu ir y venir de la pluma - bue teclado-. El perro es un amor, esos perros son los que me gustan, las mimadas mascotas urbanas... no tienen ese noseque salvaje de los perros callejeros.
Perro - rata jajaja en mi barrio hay unos cuantos dando vueltas...

saludos!!

Ama-gi said...

Impresionante post. Me hizo acordar a la única vez que estuve en Punta del Diablo. Solo una tarde, bañandome con una porteña con bikini de leopardo, que tiene el honor de ser la mejor mina que me clavé en mi vida. No tengo más anécdotas del lugar, pero con esa me sobra, así que Agustín, gracias totales por despertar los recuerdos.

Agustin Acevedo Kanopa said...

ama-gi:
Me encanta la forma sin tapujos en que resume ciertos hechos. El análisis de Transphormers me sigue pareciendo increíble, y le llega a hacer competencia a ensayos de Zizek o Michel Chion.

languidalombriz:
Acá hay perros-ratas de sobra. Lo que tenía más feo el Roña en este caso, era su cola, que parecía una especie de hortaliza blanduzca

deg:
Los criterios epistemológicos de la lucha contra la lucha contra el cáncer del dueño del hollywood son una campana que nadie se atreve a escuchar

Von said...

Estimado Kanopa, luego de sentir ira porque OTRO blogger eligió el tema vacaciones para su post, le comento que me gustaron mucho sus relatos. El rope, impresionante.

Agustin Acevedo Kanopa said...

von, me alegro de que le haya gustado.
Si le parece buena la foto del Roña, acá una foto de Rita, que anduvo muy complicada en la semana por estar en celo.

Robertö said...

Caramba, a Von se lo está llevando el lado oscuro. No se deje llevar por la ira Von. Ojalá más gente escribiera y viera menos televisión.

Concuerdo que me encantó la foto del roña, me recordó a los perros que veía en Bolivia al borde de la carretera a 4000 metros de altura. Era notable como circulando a alta velocidad había un instante en que la mirada de cada perro se cruzaba con la mía (yo no conducía claro) y ese instante se congelaba y en mi cerebro se dibujaba el perro y en el del perro me dibujaba yo.

Me gustaron los relatos.

Santiago said...

Sólo por el simple hecho de entablar un debate enriquecido por diferentes puntos de vista analíticos y críticos. El PDI anuncia públicamente su defensa incondicional al artista popularmente conocido como Habacuc, quien fuera criticado por el escritor de este blog, por tratarse de un arte por fuera de los límites de la moral. Le sugerimos que después de leer lo escrito en la "Columna Impopular", reconsidere las declaraciones que ah emitido. En cuanto a sus "pasajes" por punta del diablo, debo ser el único de sus posteantes que vivió esa primera experiencia en el balneario con usted. Le quiero confesar que rememorar la cara adobada de la señorita V.R me produjo un profundo malestar (no sólo estomacal), creo que principalmente por tratarse de un ser detestable.

theremin said...

ADORÉ tu relato.
en serio, es muy muy muy muy hermoso.
Especialmente las ideas acerca de los perros y gatos callejeros.

Agustin Acevedo Kanopa said...

robertö:
perdone por demorar en contestar, pero anduve ocupado con otro post.
Lo que me dice de los perros es algo que propiamente de las personas que en la calle desde el ómnibus. Hay un instante en que se cruzan las miradas, y uno sabe que probablemente no se vuelvan a ver, pero todo queda sumido a ese pequeño instante en que, como bien decís, se congelan las imágenes en ambos cerebros