Antes del crepúsculo, 29/09/10
Hace más de un año, me había levantado con una resaca como pocas, sintiendo mi cerebro como una boya flotando en una bolsa llena de agua (bueno, más bien llena de grappa con limón). Cada poro de mi piel exudaba el olor a todo lo que había tomado y comido en el Santa Catalina, y mis planes para el día que entraba como flechazos por las rendijas de mi persiana no variaban más allá de a qué lejanía de mi cama debía colocar el balde previsor. Tal jornada hubieras sido un simple hecho borrable, o un mero recurso para retratarme de una manera bukowskianamente halagadora, pero fue justo en esa tarde que tres amigos míos me convencieron de acompañarlos al centro, y de paso meterme en los Fondos Concursables del MEC, frente a los cuales tenía poco interés en participar, básicamente porque sólo poseía una copia de mi novela y me faltaban las fotocopias, la versión digital y el hígado en su debido funcionamiento para emprender los trámites de inscripción que vencían ese mismo día. Por cuestiones del destino, terminé cediendo a los argumentos de mis amigos (que no eran muy sólidos, pero que parecían mejor que estar en un barco vikingo perpetuo el resto del día) y armado de unas hojas impresas en computadora, una bolsa de galletitas y una Gatorade para hidratarme (lo de que es la bebida de los deportistas es puro cuento, cuando vean a alguien tomando una Gatorade, estén 90% seguros de que esa persona tuvo una horrible mañana de resaca) probé suerte en uno de esos tantos concursos de los que nunca había recibido noticia alguna.
Unos cuantos meses después, miraba un concierto de Tom Waits junto a Santiago Casalás cuando me llegó la noticia de que mi novela era una de las ganadoras de los fondos.
Antes del Crepúsculo (no confundir con la delirante “Del crepúsculo al amanecer”, con la hermosa “Antes del atardecer”, o con esa reciente mariconeada de vampiros y licántropos teens) es producto de dos años de trabajo ya bastante lejanos (la comencé a escribir tres años atrás, en unas vacaciones obligadas en México y la terminé dos años después, luego de someter a la obra a una serie de amputaciones y transformaciones que harían babearse a Cronenberg), pero sobre todo de esa tarde que me atreví a retar a mi propio organismo a una larga y calcinante caminata por el centro y Ciudad Vieja.
El miércoles 29 estaré presentando Antes del crepúsculo, a eso de las 19:00 hs, en Café
Se van a vender ejemplares de mi novela allá mismo (al igual que los materiales de los otros ganadores de los Fondos, entre ellos, mis amigos Ramiro Sanchiz y Horacio Cavallo), aclarando que también pueden comprarlo en bastantes librerías por las que está circulando (creo que hasta la he visto en el Shopping Punta Carretas, así que no debe ser difícil de conseguir).
Quien le haya gustado alguna vez este blog (que sí, que lo tengo algo apolillado), quizás le pueda interesar leer el libro, o tomarse algunos vinos conmigo. Están todos invitados.
Dejo abajo el texto de contraportada de la novela para los interesados:
“Punto muerto, la púa sigue rebotando en el mismo lugar, la música desapareció y mis Mingus-somas comienzan a ser fagocitados por otras células, células del silencio, por antonomasia. Cadenas de carbono formadas por la música se van desintegrando, se desploman sobre sí mismas, y sobre su cadáver se forman otras cadenas de carbono, las cadenas del silencio, las cadenas del sonido del extractor de aire, las cadenas de los tacones altos de la vecina del octavo piso”. A quien escuchamos no es a un científico –o al menos, eso no lo sabemos-, sino a un jazzista en el pico de su carrera (pero desde el que no puede ver el cielo, sino un inmenso precipicio). Antes del crepúsculo es el testamento de un hombre acorralado entre dos voces: la suya propia, voz-machete con la que intenta abrirse paso a través de las trampas que ella misma va sembrando; y la de su saxofón, un grito ensordecedor convertido en una nota invariable, que comenzó a sonar independiente de la voluntad de su ejecutante. Son estas voces las dos aspas de la picadora de carne que Dexter Dawn intentará atravesar, para llegar al otro lado. Pero antes de ellas se levanta un París encajonado, una habitación azul, un misterioso músico islandés, la prensa sonámbula, Kath, un conejo despellejado, duelos, un Chevrolet Impala estrellado y el jazz, cable conductor pelado sobre el suelo mojado de esta obra.