BÓ WAS A PUNK/LO QUE SIEMPRE PRETENDIMOS DE LA COCA.
Muchos suelen considerar a la Coca Sarli como una etapa que todo adolescente eventualmente tiene que pasar. Yo, sin embargo, me he quedado en tal etapa y no puedo si no intrigarme día a día por tal personaje que, actuando tan mal y en tan malas películas, se queda incrustado en el inconciente colectivo como un mismo arquetipo junguiano. Digo, para hacerme entender, mi fascinación por un personaje como la Coca va mucho más allá de los famosos airbag de la actriz argentina. Es como una especie de especial cariño, a ella y los papeles que interpreta.
Tenía trece años la primera vez que vi una película de la Coca Sarli. Creo que era “India”, la segunda película estelarizada por ella. Creo que es esta por las malas condiciones en que estaba grabado el film (en tonos de sepia, no se si por el desgaste mismo de la película o por si fue realmente grabado en este formato). Igualmente, me resulta algo complicado identificar el film, porque la única escena que llegué a ver de éste, fue a la Coca haciendo plancha bocarriba en un laguito formado entre las cascadas de Iguazú, escena que, para los que nos declaramos conocedores de las películas de la actriz argentina, es tan repetida y reinventada film a film como un cachetazo de doña Florinda a don Ramón. No por nada se declaró a Isabel Sarli como la “actriz más limpia del cine argentino”.
Recuerdo haber visto aquella escena en el canal Space, cuando todavía tenía TVC y no me había cambiado a Nuevo Siglo, cuando conseguir erotismo o pornografía en la tevé (próximo a aer declarado por la UNICEF como uno de los derechos básicos del adolescente), significaba desvelos enteros viendo películas berretas de Cinemax, o en el caso de no encontrar nada, ver Telemúsica, por si uno llegaba a encontrarse con esos videoclips cachondos de Eo-tchan y bandas afines. Agregando a esto, mi hermana dormía en la cama marinera de mi cuarto en aquel entonces, lo que significaba la implantación de todo un dispositivo de seguridad para ver tales películas. La facilidad que la internet nos brinda hoy en día para conseguir pornografía le ha quitado parte del color propio que tenía el aventurarse en la revista de cable, haciendo zappings sucesivos en las películas con títulos y repartos más sospechosos que se podían obtener (por ejemplo, encontrar una película protagonizada por Shannon Tweed significaba horas de diversión). Creo personalmente, que con la masividad de la pornografía en internet, se ha perdido el riesgo y el acto arqueológico que significaba excavar en los canales, par sacar alguna teta, o alguna escena de sexo de veinte segundos. Ni Raven Riley, Jenna Jameson y Chrissy Moran juntas pueden igualar el impacto que aquellas mujeres generaban en mí a esos doce y trece de insomnios frente a la TV.
La primera película erótica que captó mi atención fue Sliver, actuada por Sharon Stone y uno de los muchos Baldwin que nadan como peces en el océano del celuloide. Sí puedo reconocer que el morbo de poder filmar la casa de todos los vecinos (cabe agregar que en aquella época, el Big Brother sólo era un elemento extraído de Orwell y no el programa que moviliza el voyeurismo de masas hoy en día), y la particular y agresiva belleza de Sharon Stone (es triste verla ahora en películas como la secuela fallidísima de Basic Instincts), agregándole un cierto pulso de thriller más o menos logrado, hacían que en un hervidero de hormonas como es el cuerpo y mente de un púber, la película dejara una marca importante. Sin embargo, no generó ni por asomo la misma impresión de aquella primera vez que vi a la Coca Sarli haciendo la plancha en aquel lago, que siempre me hizo recordar al lago de Iguazú, aunque no estoy muy seguro de si fue realmente ahí. Lo que sí puedo recordar perfectamente fue el encontrarme con mis amigos de liceo y antes siquiera de saludarnos, hablar de aquella impactante escena.
Luego nos enteramos que aquella actriz había sido toda una sensación en aquella época, y que nuestros padres habían tenido la misma devoción por aquella morocha en sus años mozos. Ya cuando uno comienza a delinear su independencia, comenzando a expresar esa actitud parricida (sentimiento que me vino mucho más tarde, he de confesar- mas o menos a los veinte), es bastante sorprendente descubrir que compartimos con nuestro progenitor el mismo objeto del deseo (no voy a hablar del complejo de Edipo, que por supuesto pondría un pero en esta afirmación). Niños y padres, todos se amalgamaban por el mismo deseo oscuro a la figura de la Coca Sarli y sus grandes atributos.
Tiempo después surgió una especie de programación especial, en la que todos los sábados pasaban películas de Armando Bó y donde terminamos por conocer los otros filmes, entre ellos “Fuego”, “Fiebre”, “Embrujada”, “Desnuda en la arena”, “Insaciable” y, por supuesto, “Carne”. Sin contar las comedias de Bó, de las cuales no se puede rescatar mucho, todas las películas parecen parte de una mega-película grabada por más de veinte años. Y la Coca pasa de ser prostituta enamorada a ser obrera de frigorífico violada, de inocente indiecita a ninfómana adinerada. Pero sin lugar a dudas, más allá de la marca de la actriz y sus hermosamente malas actuaciones, lo que prevalece, las costuras invisibles son la misma estética llevada a cabo por Armando Bó.
Muchas veces Bo ha sido comparado con Russ Meyer, aunque creo que si bien comparten entre sí las actuaciones de las mujeres de super tallas (incluso superando a la voluptuosa Coca en muchas películas), hay algo más refinado y más naïve en las películas del americano. Si habláramos de la categoría erotismo clase B que incluyen mujeres superdotadas, Russ Meyer sería The Beatles, mientras que Armando Bó los Sex Pistols. Aunque resulte divagante por demás, las películas del argentino tienen una esencia bastante punk (si es que hay tal esencia). Por ejemplo, el do it yourself se cumple al pie de la letra. Realmente estamos hablando de un tipo que no sabía realmente mucho de lo que estaba haciendo, mas si de lo que quería lograr. Se sabe que Armando Bó era un tipo muy nervioso, y de que para suplir las fallas de actuación de su devota amante, solía, por ejemplo emborracharla antes de ciertas escenas de frenesí sexual, así también como empujarla por las escaleras para lograr que la Coca mostrara verdadero miedo en la escena. Incluso llegó a hablarse de que le untó de miel la cara a un indio para atraer hormigas para una toma, anécdota que me parece sorprendentemente parecida a la de las acusaciones que se le hacían a Buñuel, por no dudar en untar con miel a un burro para filmar un ataque de abejas hacia el animal en “Las Hurdes, tierra sin pan”. Más allá de que ciertas películas tales como “Extasis tropical” y “Desnuda sobre la arena” fueron efectistas y, hablando claro, desenfadadamente comerciales, hay un espíritu transgresor que lo llevó a ser censurado muchísimas veces en Argentina. Agregando a esto, el por momentos acusado espíritu paqueta de películas como “Fiebre”, se contrasta netamente con los otros muchísimos filmes en donde tienen papeles protagónicos la gente de clase trabajadora, los peones de estancia, el mismo pueblo subterráneo que era olvidado por otros tantos filmes de época. Sin embargo, tomen esto que digo con pinzas, ya que la mayoría de las veces se presentaba al pueblo desde sus tonos más oscuros y monstruosos, como los obreros frigoríficos de la película “Carne”, que someten la pobre Coca (“que pretende usted de mí”) a múltiples violaciones (“carne sobre carne”). Ahora que lo pienso bien, sí quédense con lo que digo, en general Bó sacaba a relucir el lado oscuro de la gente sin importar mucho la clase social. Ahí está, Armando Bó was a punk.
Sin embargo, sí creo reconocer una neta influencia de otro director en el cine de Bo. Siendo muy consciente de que esta comparación me podría traer las mayores puteadas cinéfilas de la historia y ser declarado por Martínez del Carril como persona non grata en cinemateca, no sin antes relativizar lo que digo, me gustaría señalar la similitud de la forma de dirigir de Armando Bó con la de Luis Buñuel. Sí, puede resultar bastante chocante comparar a este director argentino con uno de los más arriesgados, innovadores y controversiales directores, y personalmente, uno de mis favoritos, de la historia del cine (filmes tales como Un perro andaluz, El fantasma de la libertad, El ángel exterminador o La vía láctea me hacen replantear seriamente al cine como tal). Realmente, encuentro ciertas obsesiones del español transportadas directamente a los filmes de Armando Bó. Por ejemplo, los diferentes papeles que suele encarnar la Coca son una estampa del papel de Catherine Deneuve en “Belle de Jour”. Incluso, la escena inicial de los latigazos de los conductores del carruaje se asemejan mucho con las escenas de otra película de la Coca que mentiría si dijera cuál es. Además de esto, hay como una obsesión compartida por ciertos fetiches, algún objeto que se repite o que cobra una radical importancia, sin saber realmente por qué. Por ejemplo, la cuerda de saltar en Viridiana y la pluma con que juega Isabel en “Fiebre”, las fotografías del comienzo de la película “El fantasma de la libertad” y el Pombero. Quizás esta última imagen (el Pombero como un espíritu paranaense que quiere copular con (¿quién sino?), la Coca, para traer al mundo su diabólico vástago) recuerde más al cine de Polanski, al que según tengo entendido, Bó era gran adepto, habiendo facilitado el ingreso del film “Repulsión” a la Argentina. Pero volviendo con Buñuel, en las películas de Bo hay un exceso de suciedad digno de fetiche, un hipnotizante juego de teclados, y una actuación que puede ser interpretada tanto mala como surrealista (quizás esa no es la palabra pero no se me ocurre otra). Para hacerme explicar, hay una forma de actuar de los personajes que no nos es explicada y que realmente no podemos tratar de comprender, como a la Coca revolcándose por alfalfa y pensando en caballos, o los extensos baños en que la misma Sarli parece como caída bajo el mismo sortilegio de la naturaleza o la ducha. También los personajes masculinos tienen esa cuota de oscura y monstruosa irracionalidad (difícil olvidar a “El Macho”, interpretado sorprendentemente mal y sorprendentemente espeluznante por Romualdo Quiroga), tal como la de los múltiples clientes que piden para serles concedidas sus perversiones en Belle de Jour o el mismo personaje ambiguo de “Un perro andaluz”. Hay películas de Buñuel que no son decididamente surrealistas, pero que lo son en cierta medida por la atmósfera densa que circunda, y creo que es precisamente esta misma atmósfera que se puede percibir en los filmes de Armando Bó.
Si uno lo ve detenidamente, puede afirmar sin quedar en ridículo, que las películas de Bó son denotadamente malas, en su ejecución, en sus actuaciones, en sus diálogos, en sus tomas, es decir, en todo el aspecto técnico de la misma. Sin embargo, personalmente creo que si un guión como “Carne” hubiera posado sobre las manos de alguien como Buñuel o Polanski (me atravería a decir también David Lynch), se podrían convertir en películas, no sé si imperdurables, pero sí muy interesantes. Pero de todas formas, de ser así a nuestros doce años (los doce años nuestros, los doce años de nuestros padres) no podríamos haber visto aquellos extensos, extensos, extensos baños de la Coca, y muy probablemente no valdría la pena escribir nada sobre una tipa semi desnuda que le grita a sus violadores “¿Qué pretende usted de mí?”.
Muchos suelen considerar a la Coca Sarli como una etapa que todo adolescente eventualmente tiene que pasar. Yo, sin embargo, me he quedado en tal etapa y no puedo si no intrigarme día a día por tal personaje que, actuando tan mal y en tan malas películas, se queda incrustado en el inconciente colectivo como un mismo arquetipo junguiano. Digo, para hacerme entender, mi fascinación por un personaje como la Coca va mucho más allá de los famosos airbag de la actriz argentina. Es como una especie de especial cariño, a ella y los papeles que interpreta.
Tenía trece años la primera vez que vi una película de la Coca Sarli. Creo que era “India”, la segunda película estelarizada por ella. Creo que es esta por las malas condiciones en que estaba grabado el film (en tonos de sepia, no se si por el desgaste mismo de la película o por si fue realmente grabado en este formato). Igualmente, me resulta algo complicado identificar el film, porque la única escena que llegué a ver de éste, fue a la Coca haciendo plancha bocarriba en un laguito formado entre las cascadas de Iguazú, escena que, para los que nos declaramos conocedores de las películas de la actriz argentina, es tan repetida y reinventada film a film como un cachetazo de doña Florinda a don Ramón. No por nada se declaró a Isabel Sarli como la “actriz más limpia del cine argentino”.
Recuerdo haber visto aquella escena en el canal Space, cuando todavía tenía TVC y no me había cambiado a Nuevo Siglo, cuando conseguir erotismo o pornografía en la tevé (próximo a aer declarado por la UNICEF como uno de los derechos básicos del adolescente), significaba desvelos enteros viendo películas berretas de Cinemax, o en el caso de no encontrar nada, ver Telemúsica, por si uno llegaba a encontrarse con esos videoclips cachondos de Eo-tchan y bandas afines. Agregando a esto, mi hermana dormía en la cama marinera de mi cuarto en aquel entonces, lo que significaba la implantación de todo un dispositivo de seguridad para ver tales películas. La facilidad que la internet nos brinda hoy en día para conseguir pornografía le ha quitado parte del color propio que tenía el aventurarse en la revista de cable, haciendo zappings sucesivos en las películas con títulos y repartos más sospechosos que se podían obtener (por ejemplo, encontrar una película protagonizada por Shannon Tweed significaba horas de diversión). Creo personalmente, que con la masividad de la pornografía en internet, se ha perdido el riesgo y el acto arqueológico que significaba excavar en los canales, par sacar alguna teta, o alguna escena de sexo de veinte segundos. Ni Raven Riley, Jenna Jameson y Chrissy Moran juntas pueden igualar el impacto que aquellas mujeres generaban en mí a esos doce y trece de insomnios frente a la TV.
La primera película erótica que captó mi atención fue Sliver, actuada por Sharon Stone y uno de los muchos Baldwin que nadan como peces en el océano del celuloide. Sí puedo reconocer que el morbo de poder filmar la casa de todos los vecinos (cabe agregar que en aquella época, el Big Brother sólo era un elemento extraído de Orwell y no el programa que moviliza el voyeurismo de masas hoy en día), y la particular y agresiva belleza de Sharon Stone (es triste verla ahora en películas como la secuela fallidísima de Basic Instincts), agregándole un cierto pulso de thriller más o menos logrado, hacían que en un hervidero de hormonas como es el cuerpo y mente de un púber, la película dejara una marca importante. Sin embargo, no generó ni por asomo la misma impresión de aquella primera vez que vi a la Coca Sarli haciendo la plancha en aquel lago, que siempre me hizo recordar al lago de Iguazú, aunque no estoy muy seguro de si fue realmente ahí. Lo que sí puedo recordar perfectamente fue el encontrarme con mis amigos de liceo y antes siquiera de saludarnos, hablar de aquella impactante escena.
Luego nos enteramos que aquella actriz había sido toda una sensación en aquella época, y que nuestros padres habían tenido la misma devoción por aquella morocha en sus años mozos. Ya cuando uno comienza a delinear su independencia, comenzando a expresar esa actitud parricida (sentimiento que me vino mucho más tarde, he de confesar- mas o menos a los veinte), es bastante sorprendente descubrir que compartimos con nuestro progenitor el mismo objeto del deseo (no voy a hablar del complejo de Edipo, que por supuesto pondría un pero en esta afirmación). Niños y padres, todos se amalgamaban por el mismo deseo oscuro a la figura de la Coca Sarli y sus grandes atributos.
Tiempo después surgió una especie de programación especial, en la que todos los sábados pasaban películas de Armando Bó y donde terminamos por conocer los otros filmes, entre ellos “Fuego”, “Fiebre”, “Embrujada”, “Desnuda en la arena”, “Insaciable” y, por supuesto, “Carne”. Sin contar las comedias de Bó, de las cuales no se puede rescatar mucho, todas las películas parecen parte de una mega-película grabada por más de veinte años. Y la Coca pasa de ser prostituta enamorada a ser obrera de frigorífico violada, de inocente indiecita a ninfómana adinerada. Pero sin lugar a dudas, más allá de la marca de la actriz y sus hermosamente malas actuaciones, lo que prevalece, las costuras invisibles son la misma estética llevada a cabo por Armando Bó.
Muchas veces Bo ha sido comparado con Russ Meyer, aunque creo que si bien comparten entre sí las actuaciones de las mujeres de super tallas (incluso superando a la voluptuosa Coca en muchas películas), hay algo más refinado y más naïve en las películas del americano. Si habláramos de la categoría erotismo clase B que incluyen mujeres superdotadas, Russ Meyer sería The Beatles, mientras que Armando Bó los Sex Pistols. Aunque resulte divagante por demás, las películas del argentino tienen una esencia bastante punk (si es que hay tal esencia). Por ejemplo, el do it yourself se cumple al pie de la letra. Realmente estamos hablando de un tipo que no sabía realmente mucho de lo que estaba haciendo, mas si de lo que quería lograr. Se sabe que Armando Bó era un tipo muy nervioso, y de que para suplir las fallas de actuación de su devota amante, solía, por ejemplo emborracharla antes de ciertas escenas de frenesí sexual, así también como empujarla por las escaleras para lograr que la Coca mostrara verdadero miedo en la escena. Incluso llegó a hablarse de que le untó de miel la cara a un indio para atraer hormigas para una toma, anécdota que me parece sorprendentemente parecida a la de las acusaciones que se le hacían a Buñuel, por no dudar en untar con miel a un burro para filmar un ataque de abejas hacia el animal en “Las Hurdes, tierra sin pan”. Más allá de que ciertas películas tales como “Extasis tropical” y “Desnuda sobre la arena” fueron efectistas y, hablando claro, desenfadadamente comerciales, hay un espíritu transgresor que lo llevó a ser censurado muchísimas veces en Argentina. Agregando a esto, el por momentos acusado espíritu paqueta de películas como “Fiebre”, se contrasta netamente con los otros muchísimos filmes en donde tienen papeles protagónicos la gente de clase trabajadora, los peones de estancia, el mismo pueblo subterráneo que era olvidado por otros tantos filmes de época. Sin embargo, tomen esto que digo con pinzas, ya que la mayoría de las veces se presentaba al pueblo desde sus tonos más oscuros y monstruosos, como los obreros frigoríficos de la película “Carne”, que someten la pobre Coca (“que pretende usted de mí”) a múltiples violaciones (“carne sobre carne”). Ahora que lo pienso bien, sí quédense con lo que digo, en general Bó sacaba a relucir el lado oscuro de la gente sin importar mucho la clase social. Ahí está, Armando Bó was a punk.
Sin embargo, sí creo reconocer una neta influencia de otro director en el cine de Bo. Siendo muy consciente de que esta comparación me podría traer las mayores puteadas cinéfilas de la historia y ser declarado por Martínez del Carril como persona non grata en cinemateca, no sin antes relativizar lo que digo, me gustaría señalar la similitud de la forma de dirigir de Armando Bó con la de Luis Buñuel. Sí, puede resultar bastante chocante comparar a este director argentino con uno de los más arriesgados, innovadores y controversiales directores, y personalmente, uno de mis favoritos, de la historia del cine (filmes tales como Un perro andaluz, El fantasma de la libertad, El ángel exterminador o La vía láctea me hacen replantear seriamente al cine como tal). Realmente, encuentro ciertas obsesiones del español transportadas directamente a los filmes de Armando Bó. Por ejemplo, los diferentes papeles que suele encarnar la Coca son una estampa del papel de Catherine Deneuve en “Belle de Jour”. Incluso, la escena inicial de los latigazos de los conductores del carruaje se asemejan mucho con las escenas de otra película de la Coca que mentiría si dijera cuál es. Además de esto, hay como una obsesión compartida por ciertos fetiches, algún objeto que se repite o que cobra una radical importancia, sin saber realmente por qué. Por ejemplo, la cuerda de saltar en Viridiana y la pluma con que juega Isabel en “Fiebre”, las fotografías del comienzo de la película “El fantasma de la libertad” y el Pombero. Quizás esta última imagen (el Pombero como un espíritu paranaense que quiere copular con (¿quién sino?), la Coca, para traer al mundo su diabólico vástago) recuerde más al cine de Polanski, al que según tengo entendido, Bó era gran adepto, habiendo facilitado el ingreso del film “Repulsión” a la Argentina. Pero volviendo con Buñuel, en las películas de Bo hay un exceso de suciedad digno de fetiche, un hipnotizante juego de teclados, y una actuación que puede ser interpretada tanto mala como surrealista (quizás esa no es la palabra pero no se me ocurre otra). Para hacerme explicar, hay una forma de actuar de los personajes que no nos es explicada y que realmente no podemos tratar de comprender, como a la Coca revolcándose por alfalfa y pensando en caballos, o los extensos baños en que la misma Sarli parece como caída bajo el mismo sortilegio de la naturaleza o la ducha. También los personajes masculinos tienen esa cuota de oscura y monstruosa irracionalidad (difícil olvidar a “El Macho”, interpretado sorprendentemente mal y sorprendentemente espeluznante por Romualdo Quiroga), tal como la de los múltiples clientes que piden para serles concedidas sus perversiones en Belle de Jour o el mismo personaje ambiguo de “Un perro andaluz”. Hay películas de Buñuel que no son decididamente surrealistas, pero que lo son en cierta medida por la atmósfera densa que circunda, y creo que es precisamente esta misma atmósfera que se puede percibir en los filmes de Armando Bó.
Si uno lo ve detenidamente, puede afirmar sin quedar en ridículo, que las películas de Bó son denotadamente malas, en su ejecución, en sus actuaciones, en sus diálogos, en sus tomas, es decir, en todo el aspecto técnico de la misma. Sin embargo, personalmente creo que si un guión como “Carne” hubiera posado sobre las manos de alguien como Buñuel o Polanski (me atravería a decir también David Lynch), se podrían convertir en películas, no sé si imperdurables, pero sí muy interesantes. Pero de todas formas, de ser así a nuestros doce años (los doce años nuestros, los doce años de nuestros padres) no podríamos haber visto aquellos extensos, extensos, extensos baños de la Coca, y muy probablemente no valdría la pena escribir nada sobre una tipa semi desnuda que le grita a sus violadores “¿Qué pretende usted de mí?”.
1 comment:
Si habré pasado larguísimas noches viendo a Shannon Tweed haciendo de abogada, de policia, de hija de puta, de mucama o lo que sea, por supuesto, en todas estas luciendo un suntuoso escote. (de paso te informo que es la esposa de Gene Simmonds).
Hoy en dia no se ve en el cable cine erótico de calidad, sólo películas francesas en el i-sat que para peor están relatadas integramente en voz en off.
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