Monstruos del Rock
Si estás esperando encontrar en esta lista a los músicos más influyentes o viriles, palabras que suelen estar asociadas rioplantensemente al concepto “mostro” (algo que curiosamente suele adjudicarse a ciertas bandas de metal), es muy probable que te lleves una ligera decepción con este post. Sí es verdad que coinciden ciertos nombres de autores a los que uno debería cortarse la lengua por olvidar mencionar en la confección de una historia oficial del rock, pero acá hay un tratamiento completamente distinto al término monstruo, quizás tan cercano al literal que desconcierta. Sí, estamos hablando de los músicos más horrendos, de esos casos donde uno al menos agradece no poder percibir olfativamente la fealdad.
Cualquiera de estos personajes podría haberse dedicado a ganarse el pan actuando en alguna película de Todd Browning o apareciendo de extra en Gummo, y sin embargo decidieron dedicarse a algo menos seguro, pero mucho, mucho más trascendente. Estos son de aquellos casos donde la palabra groupie adquiere un significado completamente perturbador, aquellos tipos que a pesar de sus escasos, casi nulos, pactos entre su fisonomía y la estética, pudieron adquirir el suficiente capital simbólico como para resultar deseable para cierto monto importante (aunque posiblemente trastornado) de representantes del género femenino. Cabe aclarar que fueron obviados de esta lista músicos de cumbia y de metal, ya que si hablamos de horrendo, habría que hacer una lista única para cada uno de estos géneros (la mona Jiménez y el cantante de Twisted Sister me parece razón suficiente pare ilustrar esto que digo). Sin mayores prolegómenos, rompamos el telón de este show de fenómenos:10-Damo Suzuki
El maquillaje de los años lo han convertido en una especie de sensei aullante digno de las clásicas gestas de la literatura oriental, pero en su juventud, cuando montaba en la cresta de la ola de uno de los movimientos fundamentales de la historia del rock (ese gallinero lleno de pulpos, tigres y axolotes que a la gente gusta de llamar kraut), el japonés se agitaba descamisado en bares y teatros, espantando a la gente con aquellos chillidos filosos, como si fuera un alienígena con una fractura expuesta gimiendo en un dialecto extraño al borde de la carretera. Su pecho lampiño, esos brazos desgarbados, el bigotito al estilo Atila el huno y el cabello lacio hasta los hombros le daban un aire tan andrógeno como perturbador. Siempre pensé que fue un niño probeta, una especie de experimento malévolo concebido por las potencias del eje y eventualmente escapado a Alemania Oriental, donde fue adoptado por Czukay y sus secuaces para cagarnos de miedo con temas como Soup.9-Meatloaf
Hay algo completamente chocante con Meatloaf. Algo tan chocante que incluso lo lleva a estar más allá del bien y del mal. No creo que sea su gordura (aunque admito que sería interesante presenciar una pelea de sumo entre el y Frank Black), sino algo en su forma de cantar que lo convierte en uno de los músicos más feos que hubo y habrá por la vereda del rock. Creo que es su forma tan barroca de actuar sus canciones, esos ojos abiertos de par en par, el cuerpo siempre trepidando y salpicando sudor, aquellos rocanroles inflamados y sobreexcitados, hinchados como grano de pus con todos esos falsetes, el rostro siempre brilloso y esas horrendas, horrendísimas camisas con más volados que el más terraja bailarín de merengue. Si quieren saber a lo que me refiero, miren esta especie de opera rock que no tiene desperdicio, ya que no sólo nos encontramos a Meatloaf, sino también a Cher (en su más ochentona versión) y toda una serie de bizarros estereotipos de rebeldes de los 50’s. Algo digno de The Rocky Horror picture show.8-Joey Ramone
Nadie, nadie, no importa cuantos discos de los Ramones tenga, ni cuantos kilos de cuero y cierres metálicos engullan su cuerpo (tampoco tú chica punkilla con alfileres atravesándote tus orejas), nadie puede decir que Joey Ramone era un tipo lindo. Siempre que veo una película como “Señales”, en donde poco menos que se le puede ver una cremallera surcándole el pecho a los extraterrestres, pienso por qué en vez de preocuparse con tanto budget en los disfraces o el maquillaje, no van a algún toque revival de los Ramones para reclutar a imitadores de Joey. Es que el tipo es lo más parecido a un extraterrestre. Todo lo hace parecer como una especie de maniquí de una ochentosa tienda de dieciocho, desde aquel rostro inexpresivo tallado en porcelana, hasta aquellos ojos detrás del plástico negro que nunca me animé a imaginar, pasando por sus piernas de garza como tatuadas en los jeans apretados, el culo inexistente y las caderas huesudas como si fuera alguien con síndrome de klinefelter, todo le da un aire a muñeco para prueba de choques, esos que tanto nos obsesiona ver dándose de cabeza contra los parabrisas.
A su fealdad icónica se le agrega el hecho de haber servido de modelo de uno de los cortes de cabello más feos que hayan pasado por tijera o cualquier metal o utensilio filoso en la historia. Una fealdad que hizo escuela, tan solo vayan a un toque de la Trotsky o La sangre de VeróniKa y sabrán de qué hablo.7-The Melvins (la banda como una sola e indivisible fealdad)
Cuando Bertalanffy habla de que el todo es mayor que la suma de las partes, esta banda viene como un perfecto ejemplo antropológico. Todos y cada uno de ellos son engranajes de una monstruosidad que crece y crece. Los tipos meten miedo, desde el cantante (una especie de Robert Smith luego de ocho años consumiendo paco), pasando por el batero (la efigie del slacker de los 90’), hasta el guitarrista (de esos tipos que parecen ocupar sus lugares en las fotos del antes de los extreme makover). De esos casos en que la fealdad se convierte una bendición, ya que encaja como anillo al dedo con aquella música violenta y austera que sirvió como caldo de cultivo para toda la posterior escena grunge que vino unos años después, con todos esos tipos feos y de camisas de franela que nunca pudieron igualar a sus antecesores.6-Rob Tyner
La fealdad de Tyner es un paradigma viviente de los setenta. Representa todo lo disarmónico que podemos encontrar de aquella estética en nuestros días. El pelo, los dientes, los pantalones apretados y toda esa ropa llena de lentejuelas, como un Elvis Presley (más) pasado de anfetas y frula, lo conforman como un patchwork perfecto en lo que responde a la fealdad de aquella época (por supuesto, no llegaría a ser tan feo como un mismo experimento pero basado en los ochenta, ahí los resultados podrían ser algo como esto). Es más feo que tener que ser la parte pasiva de un bukkake integrado por todos los residentes del Piñeiro del campo. Siendo una persona con una imaginación bastante plástica, me siento tentado a hacerme una lobotomía con una lapicera bic cada vez que leo sobre las supuestas orgías que se daban a cabo en esa especie de kibbutz donde supuestamente vivía Rob y todos los MC5.
Kick out the jams motherfuckerrrr!

Realmente me pregunto cómo se alimenta el tipo. El cuello del cantante de The Cars es como una eterna aduana entre la boca y el estómago. Supongo que todos nutrientes, encimas y proteínas se quedan confiscadas en esa frontera, de ahí el crecimiento exponencial de aquella área anatómica que no parece detenerse al cabo de los años. Y lo peor es que parece de familia, en esta foto lo vemos con un tipo que parece pariente suyo y notamos esa horrorosa marca distintiva. Mi hipótesis es que Ocasek debe realizar las prácticas culturales de la tribu Karen, o al menos ser un eslabón perdido de la humanidad, por ahí un descendiente directo del Diplodocus (aunque al estar comparándolo con un reptil lo estamos tirando demasiado para arriba).


La primera vez que vi a Jim Skafish fue en ese increíble documental de la New Wave que resultó ser Uurgh!, a music war. Mi reacción fue de verdadero horror, pero no la exaltación insípida que uno puede sentir con el gore barato de Hostel II. No. Me atrincheré en mi cuarto durante días y me encontraron mis amigos mojándome el cuero cabelludo y repitiendo “The horror… the horror”. De ese tipo de terror estoy hablando. Hay algo que salió completamente mal con Jim Skafish. Parece de esos engendros de la naturaleza, fruto de los amores impíos de los monjes que terminaba siendo dejados en campanarios, o trabajando de sepultureros, donde nadie pudiera verlos directamente a los ojos (la asociación no me parece demasiado mal argumentada, tan sólo miren el corte de monaguillo del medioevo que lleva el tipo en la foto). Pero lo que lo trae acá sin lugar a dudas es esa nariz, una nariz que le da un nuevo significado a la palabra respirar, una nariz con la que se me doblan las piernas cada vez que la veo, imaginándome las circunstancias en que se quebró de tal manera. Porque aceptémoslo, debe haber pasado algo realmente catastrófico para que esto haya desembocado en esto otro. La banda podrá ser ninguneada en la historia oficial del rock, se podrán pasar por alto que fue una de las bandas punk emergentes más importantes de Chicago, pero nadie, nadie podrá superarlo en lo que a narices se refiere.
Siempre me pregunté por qué Jim Skafish no decidió posar para Fruity Loops una vez que se disolvió la banda, porque realmente era dinero seguro. Allá el.

No hay mucha sorpresa, creo que todos sabemos que esta lista fue exclusivamente diseñada para mencionar a Shane MacGowan, y el sólo hecho de olvidarlo, incluso animarse a sacarlo del podio significaría tirar por tierra todo el rigor epistemológico que caracterizó a esta selección. El equivalente gastronómico de la belleza de Shane MacGowan es una hamburguesa de cerumen en dos panes, es alguien tan feo que termina resultando tierno, como esos perros diminutos y deformes que los gays gustan de llevar en su bolso. En realidad, en base a la mención especial que hicimos del cuello de Ocasek, perfectamente podríamos poner en primer lugar al irlandés y en segundo lugar a sus dientes, así tomando pieza por pieza de su anatomía hasta ocupar los primeros diez lugares. Es interesante ver cómo los dientes pasaron de ser los pequeños y separados que conocimos en sus primeros discos a los prácticamente inexistentes de hoy en día. Creo que si me ofrecieran ser un escritor sumamente prestigioso, cineasta consagrado y músico de culto al mismo tiempo a cambio de compartir un mate con Shane, lo pensaría dos veces. Es la prueba viviente de que sin importar lo feo que seas, con talento, huevos y mucho, mucho alcohol encima podés llegar a donde quieras.