Escopofilia II : vhs, dvd, cable, e-mule
Hace unos días estuve por comprarme vía Amazon un libro de Thurston Moore que trataba sobre la generación casete, ese objeto que hoy en día es prácticamente un último vestigio de una civilización perdida. En realidad nunca le tuve particular aprecio a los casetes, siempre supe que en algún momento iban a ser ampliamente superados por otra cosa. Más allá de eso, tuvieron su impronta en mi pasado, cuando me armaba diferentes compilados que conservo aún en día, o como cuando grababa con técnicas de espionaje dignas de la KGB algunos toques y conciertos a los que asistía (sólo después de un tiempo me di cuenta que eso de ir al baño del bar y colocarse un microscópico micrófono por debajo de la ropa era un esfuerzo más bien innecesario). A mi quince años, sólo eran unos pocos los que tenían una grabadora de cd’s, artefacto que era ansiado y venerado por nosotros, púberes, como si fuera la piedra filosofal de Flamel. Incluso, eran pocos los lugares en donde se podían conseguir juegos de computadora truchos, siendo Low Cost (av. Brasil y no me acuerdo qué otra calle), la versión en local de Ciudad del Este. Entonces, sí, no había otra, a los casetes entonces. Aún así, gran parte de nosotros sabíamos que aquel artefacto le quedaba poquísimo tiempo de vida, ante toda la magia del cdr y el dvd que se empezaba a hacer ecos desde la cueva tecnológica que se encontraba todo Uruguay.
Cuando hablo de casetes, también me refiero a los videocasetes, artefacto que está sucumbiendo al mismo destino que su versión de audio. Incluso, hace unos meses se me rompió mi videocasetera y anduve buscando un lugar donde comprarme una nueva, y me percaté de que no sólo en general no se hacen más, sino que también salen bastante más caras que los reproductores de dvd. Aún así, con las videocaseteras tengo otro tipo de aprecio, principalmente porque todavía en estos años hay algun material que se puede conseguir exclusivamente en este formato, sobre todo si hablamos de cinemateca, cuyo recambio generacional ha sido un poco más lento que el de otros videoclubes. Los videos de cinemateca, esa es otra cosa. Si bien ya desde la primera vez que vi Stalker me fascinó, no fue hasta después de haberme comprado el dvd, que logré apreciar lo grandioso que era el film en cuanto a su fotografía. Sin dudas, hay algunas películas que ha sido pergeñadas para ser vistas en cine y cualquier adaptación, por más salomónica que sea la decisión, es un auténtico asesinato. De cinemateca recuerdo también intentar ver “Detrás de un vidrio oscuro”, con las subtítulos blancos camaleónicamente emplazados justo sobre el suelo de la isla en que vivía y filmaba la mayoría de sus films Ingmar Bergman, un suelo y un cielo más blanco aún que el de las letritas (y digamos que no manejo el sueco muy bien). También recuerdo ver “La batalla de Argel” sin ningún problema, hasta que en los tres minutos finales el tracking me tendió su más traicionera emboscada, teniendo que poner pausa en cada parlamento para poder leer entre la estática los subtítulos, como si fuera Jean-François Champollion intentando descifrar qué fue lo último que se dijo. Y después está la peor de todas, mi inocente involucración en el asesinato de los siete samurais: sí, a todos los socios de cinemateca que se frustran al recibir la noticia de que ya no hay copia en vhs, fue mi videocasetera la que mató a los siete samurais, como las manos de Átropos cortando la cinta de su vida.
Aún así, ya el síndrome de los ocho años se empieza a percibir, y los casetes se están convirtiendo (como en el caso del Zárston) en un auténtico objeto de fetiche (el otro día estuve a punto de comprarme en el centro una versión del Goo en casete, así que uno nunca sabe). Hoy en día, sin embargo lo que manda es el e-mule, aspecto de la internet que junto con el YouTube está tirando abajo toda aquella concepción de la caja boba y los televidentes como meros receptáculos pasivos del material audiovisual, ya que por fin, uno puede elegir qué ver (o al menos yo). Todo esto es una pequeña y colgada acotación a las críticas a cuatro películas que vi en cuatro formatos distintos: The Aristocrats (cable), Punk:Attitude (dvd), Orfeo Negro (vhs) y Speaking for trees de Cat Power (e-mule –ya sé, eso no es un formato)
CABLE: The Aristocrats (Paul Provenza)
La idea es sencilla, quizás demasiado sencilla:
Decenas de comediantes hacen su propia versión sobre un mismo chiste.
A casi nadie le parecería material para hacer un documental de alrededor de noventa minutos, sobre todo porque existiría la idea de que a la décima vez de oír el mismo chiste, la cosa dejaría de ser graciosa (y es algo que ni siquiera una trouppe de comediantes como George Carlin ni Jason Alexander -para la muchachada: George Constanza- podría remontar). Sin embargo, es un chiste con una base bastante definida, sobre la cual cada uno puede improvisar, como una dimensión del chiste en su forma más jazzística. Incluso, uno se da cuenta de que el chiste no tiene la construcción típicamente orgásmica del humor: una narración que va in crescendo hasta el climax en donde se juegan los boletos de hacernos cagar de la risa o dejarnos completamente inertes. No, para cuando llega el final (que sí es importante, pero que no tiene muchas variantes) uno ya ni siquiera le importa, el desarrollo es tan intenso que poco importa cómo termine.
Ahora bien, el chiste no sólo no es normal en su estructura, sino en su temática. La cosa es más o menos así:
Un tipo entra a la oficina de un buscador de talentos y dice: “tengo un gran número que les va a encantar”, el buscador de talentos, medio displicente le dice “¿What you got?” Y entonces el tipo le dice que es un “family act”. El ejecutivo le pide que prosiga y ahí el tipo empieza a relatar un espectáculo en el que “Saló o los 120 días de Sodoma” parece una película de Julia Roberts. Y cuando digo que el acto es jodido, me estoy refiriendo a algo realmente jodido: sodomía, cropofagia, incesto, fistfucking, lluvias doradas, mutilaciones, pedo-necro-zoo-geronto (filia), la que usted le guste, y así, ad nauseaum hasta donde al comediante se sienta satisfecho. Luego de explicar con total naturalidad toda esa atrocity exhibition, el busca talentos, horrorizado le pregunta (solo por llenar el aire viciado de perversión) ¿y cómo llamas al acto?, y el tipo responde “The aristocrats”.
Sí, lo sé, nunca fui un gran contador de chistes, puedo sacarle risas a la gente, pero con la estructura del chiste tengo menos swing que bailando salsa. La idea es esa, un acto terrible impactando, colisionando con el título tan irreverentemente inocuo del acto. Pero sin lugar a dudas lo que hace al chiste es quiénes lo cuentan. En cierto modo me recuerda algo de lo que venía hablando con pez rabioso hace unos días, terminando por decirme algo como “vos tenés a Bob Dylan tirando veinte mil palabras por verso en Subterranean Homesick Blues, pero si agarrás a una persona cualquiera, lo más probable es que haciéndolo se parezca a un retrasado mental”. Precisamente, podría hacer resucitar a Sade y a Leopold von Sacher-Masoch (en serio) y hacerlos trabajar juntos para escribir el cuento más inmoral, asqueroso y violentamente perverso de la historia, y posiblemente no nos harían reír de la manera que lo logra George Carlin o Sarah Silverman. Sí, en la risa que nos genera hay mucho del placer de no tener en el mero oír que cargar con el bagaje culpógeno de la descarnada dimensión del acto (después de todo, es sólo un chiste), de poder ser el personaje más sádico del mundo por unos minutos, pero hay algo en la ejecución que es una rúbrica personal inimitable y en la cual se encuentra toda la esencia del chiste.
El chiste puede demorar lo que uno quiera, desde minutos a una hora. Sólo hay que acordarse de dos palabras: The aristocrats. Son esas dos palabras, el resto (una de las pocas veces que no siento ataduras al decirlo) es completamente libre. Es interesante ver la escalada de obscenidades hasta imposibles: ¿cómo pueden darle a una madre el hijo, el abuelo, el padre y el perro al mismo tiempo? ¡Es ergonométricamente imposible!. En el documental hay largas disertaciones sobre si es mejor comenzar o terminar con las heces, hay incluso toda una colección de neologismos que podrían competir con la glosolalia de Tolkien. Incluso luego del film se me ocurrió escribir mi propia versión del chiste, de la manera más purpúrea y escatológicamente violenta que mi mente fuera capaz de producir, y extrañamente me sorprendí a mí mismo de lo que uno puede pensar si se lo propone. Acá es donde pondría originalmente mi versión del chiste, pero pensándolo bien, por el momento me abstengo y sigo haciéndoles creer que soy una persona decente. Resumiendo todo esto, el documental nos tira al verdadero y encantador espanto del verbo en toda su supurante carnalidad imaginada y temida.
El film nos deja en un dilema casi moral, y hasta semiológico se podría decir. Desde términos lacanianos, siendo la realidad (no lo Real) algo construido por las ficciones de lo simbólico (y siendo imposible la idea de la realidad como tal sin esas ficciones simbólicas que la construyen), ¿cuál es el límite para decir que podemos decir todo esto lavándonos las manos del asunto? ¿Hasta qué punto no somos sodomitas o asesinos desde la enunciación misma de estas mismas violaciones que tanto nos divierten? Siendo todo acercamiento a lo Real un movimiento asintótico, ¿por qué es menos real decir, o siquiera imaginar esto, quedándonos tranquilos de que no somos realmente violadores? ¿Hay realmente un límite entre la enunciación y el acto? ¿Hay un acto de por sí?
En fin, son un conjunto de preguntas que me hago cuando veo este film, pero ahora voy al youtube y miro esta versión de Gilbert Gofftried, y Lacan, Zizek, Saussure, Bataille y Derrida se van por el water. Sí, una vez más, me cago (simbólicamente) de la risa.
DVS: Punk:Attitude (Don Letts)
Con tiempo y persistencia terminé por consagrarme como el tipo más complicado de hacerle regalos en mi familia y grupos de amigos. No es que me vayas a regalar algo y te lo tire por la cabeza, o que ponga cara de asquito y te diga que lo importante es la intención. Ni siquiera es que realmente me disguste el regalo (es difícil disgustarse con algo que, en el peor de los casos, se puede prescindir o deshechar). En realidad soy bastante bueno en eso de la empatía y los usos sociales. Aprecio los gestos de todo tipo, aún así me regales “El manual del guerrero de la luz” de Paulo Coehlo, como medio de encontrar un nuevo camino en mi vida. Pero ahora sí, si realmente te importa que me guste el regalo, ahí sí que la tenés complicada. Todo en lo que gasto ha sido prácticamente lo mismo desde mis quince años: compact discs, libros, vinilos, discos compactos y cd’s. Cada tanto me pego una visita a Buenos Aires y me desvalijo la Bond Street, pero de ropa, prácticamente lo único que gasto es en camisetas Hering para estampar otros dibujos sobre ellas. El problema es que no soy fácilmente encasillable en prácticamente ningún género: me gusta el jazz, pero no cualquier jazz (eso sí, jazz rock no), me gusta New Order, pero por ahí me salís con un disco de Erasure y lo más probable es que lo use más como cuchillo de untar que como disco compacto. Mi madre ya se dio por vencida y cuando se va a Mexico directamente me pide una lista de las cosas que me podrían interesar que me trajeran de ahí (en lo que se refiere a material musical realmente no se pueden negar las ventajas de ser un país vecino de Estados Unidos).
En fin, mi novia estaba en una situación bastante complicada cuando cumplimos tres años. Yo ya le había regalado un baulcito, de esos bastante rústicos y de madera oscura, el cual en el mismo momento de “abonarlo” tenía la certeza de que le iba a gustar. Según me contó unos días después de la fecha, el día anterior a la misma anduvo a la deriva por 18 de julio, sembrando el terror cual vikingo en varios locales de música, probando decenas de discos en estaciones de prueba, preguntando y solicitando asistencia, quitando y mezclando los discos de lugar. Incluso llegó a la tienda Rarities (una tienda en la que todo uruguayo melómano reconocerá por los delirios persecutorios de su dueño), dando vuelta casi literalmente el lugar, y casi comprando un disco de Lou Reed que, cuando le estaban haciendo la boleta, se dio cuenta de que salía mil pesos. Ya desesperanzada, la gesta cuenta que mi novia llegó a CD Warehouse del Gaucho, donde terminó optando por un DVD del cual tenía serias dudas sobre si me iba a gustar o no. Todo esta epopeya terminó por confirmar la regla de que María es la persona que más me conoce en el mundo. Dudando, dudando muchísimo me entregó el regalo envuelto en un sobre que no tardé en romper (sí, soy de los que rompen los sobres), y ahí me encontré con Punk:Attitude, un documental que había visto apenas un poco en MTV y que estaba a punto de bajármelo por el e-mule. Acá meto un copy paste de un comentario mío en dragonlieder: “Hace un año recibí una buena sorpresa de un medio del que ya hacía mucho tiempo que había dejado de esperar algo: estaba viendo MTV y de repente aparece un documental llamado "Punk:Attitude". Lo primero que pensé era que todo iba a ser un pequeño racconto de bandas obvias con la excusa de mostrarte el último tema de Avril Lavigne, o (algo un poco menos decadente) una historia en la que todos eran hippies hasta que apareció Johnny Rotten y se pudrió todo, similar a lo que se suele pensar de Nirvana, como algo creado por generación espontánea. Muy diferente a lo que pensaba, fue un documental con interesantes invitados y con la mención de bandas que casi nunca habían sido siquiera pronunciadas en aquel canal: material audiovisual de concierto con Alan Vega dándose en la cara con un micrófono, los Screamers, DNA, Theoretical Girls y ese gran entrevistado que suele ser Glenn Branca(…)”. A cada rato uno piensa que se van a olvidar de alguien, y entonces aparece, quizás cayendo en un efímero namedropping, pero mencionado al fin. El documental tiene tremendo ritmo y prácticamente no te hace llevar ningún disgusto. Igual queda claro que es un documental semi introductorio, a muchas bandas se le dedica cierto tiempo y luego prosiguen con otras. Por ahí, la única cosa objetable que se me ocurre es que es un documental mucho más estadounidense que europeo, en el que parecen estar cumpliendo cierta deuda con el Reino Unido, vía Sex Pistols, y que luego mencionan muchísimo menos en comparación a Nueva York o Los Angeles mismo. Esto se ve en el hecho de que el post punk es prácticamente pasado por alto (de Joy Division tenemos apenas una mención, y PIL no recuerdo siquiera que hayan sido comentados). Por supuesto, en toda construcción siempre hay un juego de invisibilidades que permite salir a la imagen del fondo (pah, me parezco a un psicólogo social), siendo bastante justificable el asunto. Creo que la banda ninguneada en el documental es Pere Ubu, banda inclasificable por no ser punk propiamente dicha, y en todo caso ser postpunk habiendo sido pergeñada antes de que el movimiento en Nueva York tuviera verdadero nombre. Es decir, es una banda postpunk antes del punk, algo que en el fondo no es más que onanismo terminológico, pero que intenta de explicar lo innovadora y poco encasillable que es la banda de David Thomas. En una entrevista que leí hace un tiempo se le pregunta:
“-Do you see the punk movement as positive, apart from the unfortunate racist minority?
Lo genial de Punk:Attitude fue que creó una diáspora de otras cosas que me terminé bajando o escuchando, como el libro “Please kill me” y algunos varios documentales como “American Hardcore” y “The decline of western civilization” (que junto a “Urgh!” y “Another state of mind” debería dedicarles un post completo).
El momento que más me impactó, sin lugar a dudas fue una presentación de Patti Smith cantando “Land”, sobre todo en la parte que canta “when suddenly he gets the feeling he’s been surrounded by horses, horsem horses”. Una pequeña confesión: nunca había escuchado seriamente a Patti Smith. Son increíbles aquellos momentos en donde uno viendo algo apenas unos segundos, se da cuenta de que ese “algo” será una parte muy importante de su vida. En efecto, desde el mismo momento en que esuché ese tema de la señora Smith, supe que sería una de mis cantantes femeninas favoritas. Es en esos momentos en que uno se pregunta qué estuvo haciendo todo este tiempo.
VHS: Orfeo Negro (Marcel Camus)

Más allá de que siempre hubo algo que mi impidió encastrar bien con la cultura brasileña, como si fuera una ficha de otro puzzle tratando de entrar a la fuerza en una fotografía del cerro de Corcovado, siempre me interesó ver esta película. Hubo varios malentendidos entre medio, pensando en principio que se trataba de un documental de las tradiciones afrobrasileras y alquilando por equivocación Orpheé de Cocteau (una hermosa equivocación, he de decir). Después, unos meses atrás había efectivamente alquilado la película, pero por un problema que involucraba a los cabezales de la videocasetera (el eterno karma de cinemateca, com venía diciendo arriba) tuve que devolver la película sin haberla visto. Fue así que tras muchas tentativas finalmente vi Orfeo Negro.
El film fue dirigido por Marcel Camus (otro de los errores: al principio me habían dicho que la película había sido dirigida por el padre literario de Meursault), pero con bastante guita y equipamiento puesto por Francia y Alemania, tanto que en el Oscar ganado como Mejor Película Extranjera, la película fue catalogada como película francesa (algo que me parece más bien ridículo). A su vez, la película era originalmente una obra dramática compuesta por Vinicius de Moraes, llamada “Orfeu do Carnaval”.
La película es una versión del mito de Orfeo (dios griego de la música), que con su lira encanta a todas las mujeres, pero que se enamora perdidamente de Eurídice, la cual es buscada por Hades para traerla de nuevo a su reino. Estoy en la disyuntiva de contarles cómo sigue el mito, porque efectivamente es lo que sucede en el film… pero bueno, la historia cuenta que el dios de la muerte logra secuestrar a Eurídice. Orfeo, lira bajo el brazo, desciende a los oscuros terrenos para volver a su amada a la vida. El final de la gesta, según lo cuentan los griegos, es más bien trágico, teniendo dos versiones igualmente jodidas para el pobre Orfeo (uno en que es despedazado por las ménades, otro que es despedazado por el pueblo: usted elija).
Siempre me sentí atraído hacia las adaptaciones libres, incluso los sencillos guiños a otras producciones que pueden aparecer en desde Seinfeld hasta alguna película de Brian de Palma. La adaptación del mito de Orfeo tiene grandes momentos (advierto, acá se abre el momento en donde comento sobre algo de lo que prácticamente no tengo puta idea: el Carnaval de Brasil), primero por el hecho de tratar a Orfeo como el cantante principal de una scola, venerado por todo el pueblo, fetiche de todas las mujeres, después pasando por Hades vestido con un disfraz de calavera, como un glóbulo negro navegando confundiéndose en el desquiciado torrente de las vedettes y los carros. Creo que en lo que le emboca de Moraes y Camus es en el hecho de lograr mantener el aire mítico en la película, sin terminar dejando a los actores como meros portavoces del “texto” griego. Posiblemente, este éxito está bastante sostenido en el hecho de haber recurrido de una manera bastante neorrealista a actores poco experientes, gente perteneciente al mismo ambiente que se intenta recrear, y que logran dotar al film de una naturalidad completamente lograda. Especialmente, los dos niños que le roban la guitarra a Orfeo para hacer levantar al sol (Apolo), junto a la niña que baila en la escena final de la película, están absolutamente geniales. El mejor momento de la película es, sin lugar a dudas, cuando se hace el paralelismo de Caronte, barquero de la laguna de Estigia (la laguna que conduce al reino de los muertos), con un sereno de un menoscabado edificio de gobierno. Orfeo busca la manera de volver a la vida a Eurídice, y se encuentra en este edificio lleno de papeles. En bodegas, en cuartos, en oficinas, en el suelo: papeles. El sereno intercede y le dice que aquel edificio está repleto de archivos y que siguen llegando más, como señalando el absurdo de un depósito babilónico de textos y más textos. Es ahí que Orfeo le cuenta su suerte, y “Caronte” le responde que no puede buscar a las personas en los papeles, que ahí es precisamente donde todos se pierden. La escena, más allá del excelentemente logrado guiño al mito, tiene un contenido político indudable. En efecto, la escena me hizo recordar a la similar escena de Sur (la película argentina de Solanas), en donde muestran un edificio de gobierno cuyos funcionarios trabajan, mueven y depositan los papeles como si fueran palas mecánicas trayendo y sacando tierra en una construcción. Obviamente, en el film argentino hay una alusión sin velos a la terrorífica burocratización en la dictadura, pero en el film brasileño hay una sutileza, un mensaje que precisamente tiene el carácter de aforismo, que eleva la frase dicha por “Caronte” a una dimensión atemporal, y que es una llamativa premonición de lo que ocurriría con toda Latinoamérica a finales de los sesenta.
E-MULE: Cat Power: Speaking for trees (Mark Borthwick)

Cómo quiero a Chan Marshall. Es un sentimiento sincero, realmente quiero a la mina. El otro día mi novia andaba cortándole el pelo a el fino, y mientras hablábamos de los nuevos rumbos de la política económica de la Unión Europea (mentira), en el I-Sat (canal que pasó de ser sede de los más berretas films eróticos franceses a la mejor opción en lo que se refiere a películas de cable) apareció un video de la señorita Cat Power. En ese momento estaba dando el visto bueno sobre el largo del pelo en la nuca de el fino, cuando escucho aquella voz, y me doy vuelta súbitamente hacia el televisor, confirmando que es un videoclip de su nuevo disco “The Greatest”, un disco demasiado alegre para tratarse de Chan, pero aún así con entrañables momentos. Extraña e inesperablemente contento, me acerqué al televisor, instándole a todos para que vieran a Chan, insistiendo en lo bien que le queda ese espeso cerquillo. Obviamente, todos pasaron el tema por alto sin mayor exaltación, pero el hecho de ver a aquella cantante en el cable -algo que me tiene muy poco acostumbrado por la pauperización de MTV, ese canal que nos solía dar música mala, pero al menos música y no programas como Pimp my ride- realmente me alegró la noche. Comentándole aquello a brunomilan, me parece que es algo medio exagerado en tiempos de YouTube, en donde uno puede conseguir prácticamente lo que sea en cuestión de segundos, sin tener que esperar horas frente al televisor para conseguir algo bueno . Sin embargo, ver a Cat Power en la televisión, aún cuando uno la podría estar viendo perfectamente en la computadora, genera un efecto extraño, es algo cualitativamente diferente, quizás porque uno sabe que está ante una excepcionalidad del sistema (frecuentemente orientado hacia productos lobotomizados), un extraño alineamiento de los planetas, un milagro silencioso encerrado en una pecera de plástico.
Esta experiencia epifánica me impulsó a bajarme el video Speaking for trees, un… ¿documental? ¿concierto?, dirigido por Mark Borthwick, en el que Cat Power toca varios temas y unos cuantos covers. No estaríamos frente a ninguna novedad si no fuera por el hecho de que la única intérprete del video es Chan Marshall y todo el video se resume a una misma toma de ella tocando en el claro de un bosque, sin zooms, sin luces, con el sonido de los grillos de fondo. No hay preguntas, no hay acotación alguna de Chan, no hay prácticamente cortes entre las canciones, sólo se encuentra el Poder Felino empuñando su guitarra eléctrica, con un cable prácticamente incorpóreo que se conecta con un parlante fuera de cuadro, con un micrófono que hasta ahora he intentado encontrar infructuosamente en su cabello, en su camiseta remangada hasta los hombros, o perdido entre la cantante y la penumbra (jugando un poco con el título de esa hermosa canción del Darno). Lo que, en sus premisas parece ser un bodrio garantizado (es decir, ¿quién puede aguantar ver a alguien una hora y cuarenta minutos seguidos, en una toma fija y sin ninguna alteración más allá de la luz del día?), termina siendo una experiencia no intensa, pero extrañamente envolvente. Así como es poco probable que alguien se quede viendo Empire los 485 minutos que dura, siendo este un caso mucho más potable, aún así es difícil imaginar que alguien va a ver esta presentación íntegramente. Creo que esa tampoco es la idea. La primera vez, vi aporximadamente una hora, una hora de Chan tocando la guitarra, una Chan que por momentos la pifia, y que incluso llega a cortar un tema y retomarlo a los segundos para rascarse una picadura de mosquito reciente. Como lo había dicho en un anterior post, Cat Power es la honda búsqueda de lo eterno en el minimalismo, o más precisamente lo austero, una austeridad que tiene que ver con todo menos tosquedad o cualquier cosa que se asemeje a poca delicadeza. Hay una canción en particular en que Chan viene desde el interior del bosque hacia la cámara, entonando entonándola a capella, como quien canta caminando y taconeando en la calle, sin esperar que nadie lo escuche. Cuando va a pasar por encima de una rama corta momentáneamente el canto, y luego prosigue. La forma en que canta el tema, sin intentar lucirse, sin intentar demostrar nada, es de las cosas más reales, menos impostadas que he oído o visto en mi vida. Precisamente, si hay algo en lo que triunfa Mark Borthwick, es en hacernos creer que estamos por fuera de la conciencia de Cat Power, como si fuésemos un voyeur, un pequeño animalito del bosque observando a aquella mujer desde una distancia prudencial. Creo que es algo que precisamente intentó (no tan exitosamente) hacer Gus Van Zandt en esa película tan injustamente odiada que es The last days. Precisamente, en el film de este director se intentaba llegar a excarvar en la intimidad de uno de los personajes más vapuleados por su dimensión épica en la historia del rock. Si bien la película del estadounidense llega a grandes momentos, como bien deg señala en la escena del tema Death to birth y la escena en que el Karco se pasea por esos hermosos bosques de Seattle (¿un guiño a una vuelta al primitivismo?), no logra llegar al nivel de intimidad que sí extrañamente logra este video de Cat Power.
Y uno sigue con sus cosas, pero si vuelve la vista a la computadora, Chan Marshall sigue ahí, y esa constante e imperturbable presencia genera una extraña sensación de estar adentro del film, de no poder salir de la película, una sensación extraña que se potencia si uno se acusta a dormir con el film corriendo, sintiendo como si se hubiera ido de campamento con Chan. y ella saliera de la carpa en el medio de la noche, poniéndose a tocar la guitarra en el fogón, mientras uno tiene demasiado frío para salir del sobre de dormir